Diez horas al Sur. I
Relato romántico entre dos mujeres que a pesar de la distancia, supieron encontrar la manera de mantener vivo eso que construyeron sin saberlo y sin ningún tipo de etiqueta. Basado en utopías propias. Ni tan fantástico, ni tan real.
Caminabamos por el supermercado con unos de mis sobrinos, buscando algún no sé qué para cenar. La playa te cansa y te da hambre, pero más te cansa. Giramos por el pasillo de enlatados y vi una linda mujer de estatura media, pelo claro, corto y ojos verdes con una bolsa de pan y algún que otro embutido. La mire, me miró, sonreímos. Lo recuerdo porque volví a recorrer equel comercio en busca de lo mismo, decidida a que era lo mejor y lo más rápido. Buscamos lo mismo que llevaba ella, pagamos y salimos.
Recuerdo que cuando llegamos a casa tampoco comí lo que habíamos comprado, tomé mates con un "amigo", un chico de al lado de la casa de mi hermana, donde yo me quedaba siempre que iba de vacaciones, en el jardín de la parte de adelante. Después de un par de horas decidimos seguir otro día con la charla y los mates ya que un auto negro, el mismo que nos tocó bocina por cruzar mal la calle cuando volvíamos del supermercado, había pasado varias veces por la calle donde estabamos. Y si hay algo que soy es maricona. Entré y me acosté a dormir.
La semana fue igual o casi, todos los días. Mañanas inexistente, tardes de playa y noches de descanso. Más descanso. Después de todo, creo que es lo mejor que lo podía estar pasando. Lástima que la cabeza no se me quedara en la terminal antes de venir.
Sábado y estaba bastante nublado, no estaba para playa, ni mates afuera de la casa con amigos.Con mi hermana acordamos de ir a almorzar al shopping con los chicos. Por suerte aún no llovía y caminamos. Más que caminar era un juego constante con los chicos. Reír, correr, atraparlos y jugar como tarea para ese día y el siguente.
El lunes mejoró bastante, no hacían 40 grados, pero sí 30 como mínimo. Con los chicos pusimos las mallas, agarramos la sombrilla, el mate y se venía un lunes playero. La tarde venía bien, diría que normal hasta que... ¡La rubia del supermercado se sienta bajo nuestra sombrilla! Pantalón hasta las rodillas de jeans, una remera con un escote que no dejaba mucho a la imaginación, zapatillas converse caña media. Una especie de hoja gigante hecha un tubo y un bolso de cuero colgandolé de derecha a izquierda sobre el torso. La mire, me miró, sonreímos otra vez.
—Creo que te equivocaste de sombrilla. — Le dije sin borrar la sonrisa. ¡Qué cara de idiota debo haber puesto!
— Puede ser, pero eso depende — Dejo el tubo de papel sobre el bolso que apoyó sobre la arena humeda y se sentó. La mire por primera vez directo a los ojos, sorprendida — Si me invitas un mate no me equivoque. —Golpeó el piso con la palma de la mano para hacerme saber que quería que me sentara. Lo hice.— ¿Te acordas de mi?
— ¿Cómo voy a acordarme de vos si no te conozco? — Me miró esperando que dijera algo más. Quizás el "andate" más sincero de mi vida. — Pero sí me acuerdo del supermercado. — Sonrió, sonreí, sonreímos por tercera vez. Y me sentí idiota por segunda.
Preparé el mate y ella solo me miraba. Sentía la mirada en mi cara, siempre en la cara, en los ojos. Me sentí desubicada por no haber hecho lo mismo con ella, pero después pensé que no era mi culpa, sino de ella o su remera. Inmediatamente me cuestioné cómo es posible que este haciendo esto cuando ni siquiera suelo tener conversaciones con la señora del kiosco, que la conosco tanto como a mi mamá.
En el agua estaban mi sobrino, Guille y Mile haciendome señas de burla hasta que se cansaron. Le pase el mate y le mantuve la mirada durante unos eternos diez segundose, acto seguido miramos el horizonte azul-celeste a la vez. Se tomó tres mates, los conté, y se ofreció a comprar donas si es que yo quería, la respuesta fue negativa. Me agradeció los tres mates, se paró, tomo el tubo de papel gigante, el bolso de cuero e inmediatamente me paré.
— Tengo que volver a trabajar — Me mostró, como si no lo hubiera notado, el gran tubo de papel. Hizo su sonrisa más grande y yo solo supé asentir. — ¿Tomas café? —Volví a asentir con la cabeza. Necesito un golpe pronto.— Te espero en Havanna a las siete y media. — Dió media vuelta y sin esperar que saliera alguna palabra de mi boca, la ví caminar torpemente sobre la arena hasta la rambla.
Todo muy raro, y yo recién me percato de que ninguna sabe el nombre de la otra. Faltaban cuatro horas y treinta y dos minutos para la hora del café. Automáticamente puse una alarma en mi cabeza una hora antes de la hora acordada y me metí al agua con los chicos.
Tres horas después sonó mentalmente la alarma en mi cabeza y decidí que ya era hora de volver a casa. Cuando llegué, afuera estaba mi cuñado y mi hermana tomando mate y me senté con ellos. No tomé conciencia del tiempo y cuando quisé acordar solo faltaban treinta y dos minutos para la hora del café. Me paré de golpe y caminé lo más rápido que pude hacía la ducha. Creo que fue la primera y la única vez que me duché tan rápido en mi vida.
Estaba a menos de treinta pasos de la cafetería señalada y ya era la hora acordada, aunque haya sido solo ella la que habló. La ví. Estaba sentada afuera, con un cuaderno y un par de marcadores sobre la mesa. No notó mi presencia hasta que me senté en frente y quise mirar lo que hacía, pero cerro de golpe el cuaderno.
— ¡Mierda! — Me miro asustada. Cerro un segundo los ojos. — No te vi llegar. ¿Cómo estas?.—
— Perdón. — Dije sin poder evitar sonreír por su susto. Ella guardo las cosas en su bolso que colgaba en la silla donde se sentaba—Perdón por hacerte esperar, no me di cuenta de la hora. —Volvió a sonreir y miró el reloj de color verde que llevaba en su muñeca.—
—Tres minutos tarde se pueden perdonar.— Busco con la vista a la moza, le hizo seña que viniera y volvió a mirarme a los ojos.— Para serte sincera no te esperaba. No pensé que ibas a venir.—
—Gracias. —Dije y ella notó la irónia. Se acerco la moza y ella pidió "lo de siempre", yo un cortado. La chica sonrió en forma de haber tomado el pedido y se fué. Yo recordé que había algo que no sabía— ¿Me podrías decir tú nombre? —
— Julieta. — Se paró, se acercó y besó, por primera vez mi mejilla izquierda.—
— Jimena — Alcancé a decir antes que volviera a su lugar. Sonreí y mire a mi lado izquierdo y vi el auto negro. Iba a pedirle ir a otro lado cuando veo que la moza esta apoyando lo que pedimos en la mesa. La miré y miré a Julieta. No dije nada.
— Gracias.— Me devolvió la mirada y levantó su ceja derecha. — ¿Todo bien? — Asentí con la cabeza a la vez que dibujé una falsa sonrisa. Tomamos el café.— Estoy intentando adivinar tu edad... ¿Tenes 18, no? —La miré y reí. Negué con la cabeza mientras tomaba un sorbo de mi café. Me miró seria.— ¿Menos? — Volví a negar. Me miró como si estuviera alivida.
—Tengo 20 años —Comenté divertida.— ¿Vos?. —
— Un poco más.— Tomó un sorbo de su café y por primera vez la descubro mirandome algo que no son mis ojos. Me mira la boca y yo solo sonrío de nervios. Vuelve sus ojos a los mios.— Tengo 24 años. Todavía. —Se puso nerviosa ella ahora, al darse cuenta que la descubrí. Silencio.
Pasaron algunos minutos y empezó a sonar su celular. Lo miro, me miro, pidió disculpas y atendió. Era su mamá. Ella intentaba tener el dialogo más corto de la historia, pero parece que su madre no estaba de acuerdo con ello. Yo reía y miraba para otro lado. Lo último que dijo antes de cortar la llamada, fue "Bueno. En un rato te lo llevo".
—¿Tenés que irte?— Pregunté mientras tomaba el último sorbo de mi café. Apoyé el pocillo sobre el plato y lo corrí unos centimetros adelante y la miré.
—¿Un café más?— Sonreí. Ella terminó su café y volvió a llamar a la moza.— Un café más y si no tenes nada que hacer y queres, claro, tengo que llevarle unas cosas a mamá. — Sonrió avergonzada. Llego la moza a la mesa.— Uno más de cada uno, por favor. —Le sonrió a ella y ella le devolvió la sonrisa. Tomo los dos pocillos ya vacios y se fue no sin antes decir "Enseguida". — Perdón, pero si no voy me va a torturar todo el día.
—¿Por qué me dijiste que todavía tenes 24 años? — Volví al tema anterior, para no volver a un incómodo silencio. — ¿Estas por cumplir años?. —
—En un par de semanas.—Sonrió. y ya teníamos los cafés sobre la mesa. Se estaba poniendo frío y ya el sol se estaba yendo. Tomo con las dos manos el pocillo y bebió un largo sorbo de café.— ¿Estas estudiando?
—Acabo de terminar la secundaria. —La miré, quizás con un poco de vergüenza. — Sí, recién. — Me brindó la mirada más comprensiva del mundo y sonrió.— ¿Vos de qué trabajas? —Recordé el gran tubo de papel.
—Tengo una gráfica.—Revolvió el café que le quedaba esperando que dijera algo.— Y estoy por terminar la carrera de Diseño Gráfico.— Me miró seria e inmediatamente escupió — ¿Tenes hijos? —La miré fijo, más que sorprendida.
—¿Qué? —No entendía nada.— No.—
— El sábado te vi.—Bajo la mirada hacía el sobre de azúcar con el que jugaba.— Pasaste por afuera de la gráfica donde trabajo e ibas con un nene jugando. —Sonrió sin mirarme. Y recordé que ese día salimos con mis sobrinos.
—Era mi sobrino. Matias. —Sonreí. Me volvió a mirar.
Terminamos los cafés, se levantó, tomó su bolso y lo cruzó por su torso, de derecha a izquierda. Me dijo que iba al baño y luego nos ibamos. La miré todo el recorrido. Cuando volvía se paró en frente a la caja y pagó la cuenta. Me molestó, pero no dije nada.
Llegó donde estaba yo, ya de pie, y sacó unas llaves. Recordé el auto negro y lo volví a buscar con la mirada. Ahí estaba.
—¿Vamos? —Preguntó sin avanzar, sin dejar de mirarme a los ojos. ¿Cómo hace? ¿Cómo puede mirarme siempre solo los ojos?.Ah, sí, ya sé, yo no tengo su escote, ni sus pechos. Sonreí.
Se decidió a caminar, avanzaba directo al auto negro y yo me fui quedando atrás. La miré seria. Sacó la alarma del auto y abrió la puerta. Sonrió y me miró. Me preguntó si iba y me custioné la existencia humana. Caminé, subí y ella arrancó. Todo fue silencio.
Paró el auto en frente a la rambla, abajo de un edificio de no menos de diez pisos. Me miró y yo seguía sería.
—¿Estas bien? — Notó mi nerviosismo más que mi seriedad.— No tenías que venir si no querías —Agregó antes de que yo dijera alguna palabra.
— Necesito hacer una llamada. —Bajé del auto y crucé del lado de la rambla. Saqué mi celular de mi bolsillo derecho y le avisé a mi hermana donde estaba. Por las dudas. Miré la hora, las ocho curenta y tres. Crucé donde estaba ella. —Listo.—
Sacó las llaves y entramos al edificio, luego al ascensor. Marco el numero siete. Me miró a los ojos y yo quisé hacer lo mismo pero no pude, bajé la mirada. Sus ojos verdes me intimidaban. Se acerco, mucho, levantó mi barbilla con su mano derecha y volvió a preguntarme si me sentía bien, solo pude sonreír. Me besó... Me besó. Un beso corto, seco y diría que sin sentido. Mi nerviosismo se multiplicó por cuatro.