Diez horas al Sur.

Diez horas al Sur, cuarta parte.

— ¿Me ayudas a cocinar?. — Una sonrisa se apoderó de mi cara y automáticamente me puse de pie. Caminamos hasta la cocina. — Mientras yo hago los panqueques, vos vas preparando el reyeno ¿Te parece? — Me miró y lo único que me salió fue darle un beso. Sonrió — Lo tomo como un sí.

Me entrego la bolsa con la verdura y ella se dedicó a preparar la mezcla. Pelé y lavé toda la verdura que me dió, la corté en pequeños trozos y la puse a hervir. Ella seguía haciendo panqueques.

— ¿No estas haciendo demasiados? — Me miró y no sonrió.

— Nunca son demasiados panqueques. — Y en ese momento descubrí que cualquier cosa con panqueques era su comida favorita. Volvió a sonreír y giró uno en el aire. La abracé por la espalda mientras terminaba con los últimos tres.

Miré la verdura todavía tenía que hervir por algunos minutos más. La giré para que quedara frente a mi y ella lo entendió perfecto y me besó al instante. La situación fue subiendo el tono y ¡La puta madre!, sonó su celular. Respiró profundo y atendió.

— Sofia. — Me hizo seña que necesitaba agua y me metí en la plateada heladera en busca de eso.— ¡Mierda! — Gritó, me recibió el vaso de agua y me dió un beso fugaz.— Esta bien, te aviso cuando salga para allá. Un beso. — Colgo y yo estaba viendo como iba el hervor de las verduras. Me abrazo como yo lo había hecho. — Tengo que estar esta noche en Comodoro. — Volví a tapar la olla y me giré.

— ¿Tenes que irte ya? — No sabía bien que decir. No esperaba esas palabras, pero no porque se tenía que ir, sino porque ¿Por qué me explicaba?. Negó con la cabeza y volvimos a besarnos. Sentimos olor a quemado. — Para, la verdura — Intenté decir claro, pero estaba agitadísima y no salió la voz lo demasiado fuerte como para que me escuchará. ¿Solo yo sentía el olor?. Sentí su mano meterse por debajo de mi remera. La separé de mi cuerpo. — ¿No sentis el olor a quemado? ¡La verdura! — Esta vez si salió la voz. Me miró preocupada y automaticamente apagó la hornalla donde hervia la olla.

— No había sentido. — Sonrió y volvió a besarme. Pero esta vez solo fue un beso relativamente corto. Nos pusimos a hacer lo que nos faltaba para terminar la comida.

En menos de treinta minutos estabamos comiendo unos ricos y bastante desprolijos canelones de verduras con queso por arriba. Nada mal para ser la primera vez que cocinamos juntas. Comiamos con una suave música de fondo, me gustaba que no tuviera un televisor que nos hiciera cambiar la vista de lugar. Recordé que tenía varios libros que yo ya había leido y sentí una curiosidad enorme de saber cuál era su libro favorito, o el que más le gustaba. Intenté abrír la boca para sacarme la duda, pero ella se levantó y camino atravez del pasillo. Escuché la puerta del baño cerrarce. Sonó su celular sobre la mesa de café.

— ¡Rubia, tú celular! — ¿Rubia? No era rubia. Bueno, tenía el pelo claro, pero eso no la hacía rubia. Sonreí y volví a preguntarme en que momento nos dimos tanta confianza.

— ¿Atendes, por favor? Debe ser Sofia. — Ya tenía el celular en la mano y me quedé mirando la pantalla. Era su madre. Atendí.

— Hola. — Dije con apenas un hilo de voz.

— ¿Julieta? — Se escuchó decir del otro lado. — ¿Ju, sos vos?

— No, habla Jimena. — Pensé en decir "una amiga", pero no tengo sexo con mis amigas. — Julieta esta en el baño.

— ¿Jimena? — Preguntó y se quedamos en silencio unos segundos. — ¡Sí, ya recuerdo! — No entiendo, pensé. — Julieta te nombró el día que me llevó la maleta a casa. —

— Ah... — La vergüenza invadió mi cara y me quedé sin habla. Julieta, o Ju como le decía su madre, o Rubia como la acaba de bautizar yo, venía caminando por el pasillo. Le entregué el celular. Lo miró y me miró a mi.

— Mamá... — Pegó su celular en el oído derecho. Parece que la madre le hablaba sin comas. — ¡Mamá! — Levantó la voz y frunció sus cejas.— ¿Cómo estás?. No, no tengo ninguna noticia que darte... — Se alejó de donde yo estaba y se perdió en el pasillo.

Ahora no solo sabía de mi su hermano, también me "conocia" su madre. !Bien!, pensé, en dos días más nos casamos. Menos mal que se va de viaje.

Volvió a aparecer en escena junto a mi. Me miró con cara avergonzada, o de disculpas, es lo mismo. No habló ninguna. Menos mal. Terminamos de comer.

— Tengo que volver a casa. — Rompí el silencio después de que ella terminó de lavar los platos. Miré la hora, una cuarenta y siete. Me miró.

— ¿Un último café? — ¿Último?. Asentí y me senté en el sillón de cuero blanco. Escuché que encendió la cafetera.

— ¿Tenés un libro favorito? — Alcé la voz mirando el librero de la derecha. —

— Nunca quisé tener uno solo. Pero tengo algunos para recomendarte. — Sé que sonrió, no la vi, pero lo sé. Sonreí pensando en ello. — Los libros que más me gustan son...— Iba a empezar a nombrarlos, pero primero dejo los dos pocillos en la pequeña mesa. Me miró. — Te tiro un top five de libros que me gustaron mucho: "La Insoportable Levedad del Ser", "Cometas en el Cielo", "Bajo la Misma Estrella", cualquiera de Benedetti y cualquiera de Cortázar. — Mo sonrisa fue gigante con los últimos dos comentarios. Bebió café.

— El único que no leí de los que me nombraste fue "La Insoportable Levedad del Ser". "Bajo la Misma Estrella" lo empecé antes de viajar... — La imité y tomé café. Ella sonrió.

— Quizás ese sea uno de mis libros favoritos.— No despegó la mirada de mis ojos. — ¿Vos tenes algún libro favorito?

— Creo que tenes razón. No se puede tener solo uno. — Sonreí al igual que ella. — Pero creo que el primero en mi lista de favoritos es "La Tregua". — Ella dejaba el pocillo sobre la mesa cuando yo levantaba el mio.

— Hermoso favoritísmo. — Me quedé en silencio, pensando en Avellaneda y Santomé (Personajes del libro mencionado). Terminamos el café y la converzación.

Llevó los dos pocillos a la cocina, no los lavó. Volvió a los sillones blancos y se sentó a mi lado otra vez. Sentí su verde mirada penetrar mi nuca.

— No soy rubia. — Reí, pero ella no.

— Bueno, casi. — Contesté y la miré. — Como sea, sos linda.

— ¿Estas coqueteando conmigo? — Volví a reír, más porque utilizó la palabra coquetear que por los nervios. Se acercó un poco más a mi.

— Claro. — Dije cuando me calme, pero no seria. — Porque sos irresistible y no lo puedo evitar. — Notó la ironía y sonrió.

— Creo que sos lo suficientemente... No, perdón. Estoy segura que sos lo suficientemente inteligente como para saber que no existe chiste sin intención.

— Se paró con aire de victoria. La odié.

Saqué mi celular y volví a mirar la hora. Dos treinta y una. Recordé que le había prometido a mis sobrinos volver a casa para ir a la playa. También recordé recordar que debía ponerme protector. Julieta apareció. Me paré.

— Perdón, tenía que poner a cargar el celular. — Se acercó más a mi y me abrazó por la cintura. — Ahora sé que te resulto irresistible.

— No me caes bien. — Sonreí y la besé. — Tengo que irme. — Tuve que decirlo para tenerlo en cuenta porque sino me iba a ir, pero a su cama o directamente al sillón. Con ella.

— ¿Tarde de playa? — Sonrió casi a la fuerza. Asentí. — Me gustaría pasar una tarde de playa con vos, guardavida. — Reí. Volvió a besarme.

— Tenes que viajar. — Asíntió de muy mala gana. No supé qué más decir. Le di un beso fugaz. — ¿Me acompañas hasta la puerta?.

— Te llevo. — Estabamos en confianza definitivamente. Seguiamos abrazadas.

— No hace falta.— Saqué mis brazos de sus hombros y ella también. — Tengo piernas y me gusta caminar. Puso cara de cachorro triste, pero comenzó a caminar a la puerta de salida. Salimos y esperamos el ascensor.

— ¿Cuando vuelva, te puedo volver a ver? — La pregunta me sonó rara, pero no sabía la respuesta. No me miró.

— No lo sé. Supongo... — Llegó el ascensor y nos vimos reflejadas en las paredes plateadas del cubo. Sonreímos y entramos.

Tomó mi mano derecha y me abrazó. No hubo beso. Apoyó su cabeza en mi hombro y se quedó ahí hasta que llegamos a la planta baja. Que suertudas fuimos en nuestros viajes en ascensor, pensé, porque nuca subió nadie con nosotras.

Caminamos de la mano hasta la puerta de salida del edifició, pero antes de salir me beso. Me beso desesperadamente, como si eso hiciera que le fuera a prometer un encuentro más. Sabía que no iba a ser el último, o al menos yo no quería que lo fuera. El beso se terminó y yo crucé la puerta de salida. No nos despedimos con palabras.

Caminé a casa recordando la imagen de las paredes del ascensor y sonreí. No nos veíamos mal juntas, todo lo contrario. No nos pareciamos mucho fisicamente; Ella era unos centímetros más alta y tenía su cuerpo más tonificado también. Tenía brazos y piernas fuertes, más que los mios al menos. Yo tenía más inseguridad y más timides, pero de todos modos creo que saldríamos bien en una foto juntas.

Llegué a casa y mis sobrinos ya estaban listos para caminar a la playa. "Sabía que cumplias las promesas", escuché e inmediatamente me metí en el cuarto para convertirme en guardavida. Sonreí. Ya estabamos listos así que partimos a la gran y hermosa playa.

La playa nos quedaba a no más de diez cuadras y por eso siempre caminabamos. Aunque cuando teníamos que volver con las horas en el agua y las horas de juego sobre la espalda, se nos hiciera más largo. Cuando llegué a la arena, me senté bajo la sombrilla, quizás solo para ponerme el protector solar. Quizás esperando que se apareciera la chica de pelo corto y claro, del supermercado.

La tarde se nos paso rápido. El tiempo pasa más rápido cuando lo estas difrutando. Cuando miré la hora del celular, dieciocho cuarenta y cuatro, me encontré con dos mensaje de Julieta de hace cuatro horas atrás: "Espero que salves muchas vidas en la playa. Y que la pases bien." y el otro que tenía un minuto de diferencia que decia: "¡El protector solar!". Sonreí.

Volvimos a casa y acordamos salir más tarde a caminar por la plaza. Llegué directamente a bañarme, después de haber salido invicta en el "Piedra, papel o tijera" con mis soobrinos. El que gana, se gana el primer turno de baño. Salí de bañarme y me tiré sobre la cama. Mi hermana apareció por la puerta con mi sobrina más chica, en los brazos.

— ¿Te vas esta noche? — Sonrió con picardia y yo le devolví la sonrisa.

— No. — Contesté y miré el techo un segundo. — Se fue de viaje.

— ¿Vacaciones? — Me pusé a jugar con Martina, mi sobrina, y negué con la cabeza.

— Trabajo. Se fue a Comodoro y vuelve mañana. — La miré y sonreí. — ¿Tomamos mate?

Sonrió y se paró, yo hice lo mismo un segundo después. Me entregó a Martina y se se metió en la cocina para preparar el mate. Metí a la bebé en el carrito y jugué con ella ahí. Volvió a aparecer mi hermana.

— ¿Hace cuánto la conoces? — Sonreí sin mirarla, pensando que no estaba segura de conocerla.

— No sé... — Martina sonreía mientras yo le sacudía un oso de peluche frente a sus ojos. — No sé si la conozco.

— Jimena, dormiste dos noches en su casa. — La miré porque tenía que agarrar el mate.

— Lo sé. Yo dormía en su casa. — Mi hermana me miró seria. — Soy una adolescentes. — Sonreí y ella lo hizo.

— Tenes que tener cuidado. — Agradecí que no haya preguntado más nada.

Tomamos mates hablando de cosas de casa, de mi casa en Neuquén, de mis hermanos en Neuquén. Martina tomaba la mamadera y yo recordé los mensajes de Julieta. Le escribí: "La playa estuvo tranquila. Sin heridos. Gracias por preocuparte por mi espalda.". Miré la hora antes de dejar el celular, Veinte horas y dos minutos. En veintiocho minutos salíamos para la plaza con los chicos. Agradecí los mates y me volví a tirar en la cama. Me comprometí a comprarme un libro nuevo.

Estaba por quedarme dormida cuando Gonzalo, mi sobrino, entró al cuarto que en realidad era de él y me dijo que estaban listo para salir. Me levante y me meti al baño a peinarme, porque yo no tenía el pelo corto y no me veía bien despeinada. Mi celular sonó. "Espero que mi trabajo esté tranquilo cuando vuelva y no haya heridos". Supongo que lo decia por nosotras. Volví a guardar el celular en el bolsillo derecho de mi pantalón. Salí del baño y volvió a sonar el aparato. "¿Cansada?" fue todo el mensaje. Iba a contestarle si estaba aburrida, pero no. "Un poco. Pero esta lindo para salir a caminar". Salimos los cuatro, los cuatro de siempre. Caminamos y hablabamos de cosas sin importancia, como siempre. Pero nunca dejé de escribirme con ella.

"Acá también, pero no hay buena compañia."

"Yo puedo hacerte compañia desde acá. Tenemos el mismo cielo" Sonreí pensado en su sonrisa.

"Sos una guardavida muy cursi. Voy a dormir así se me pasa más rápido el tiempo"

Iba a contestar el mensaje, pero escuché mi nombre en la voz de un hombre.

— Jime, te grita el chico aquel. — Me dijo mi sobrino señalando a Martín que se acercaba.

— Martín. — Dije y automáticamente me volví un del color de un tomate. Nos saludó a los cuatro con un beso en la mejilla. Los chicos se alejaron.

— ¿Cómo estás? — Me preguntó y yo miré sus ojos verdes.

— Bien. ¿Vos? — Llevaba un jeans claro hasta las rodillas y una camisa a cuadros de colores verdes y azules abierta, por arriba de una remera blanca.

— Bien. Aprovechando un poquito del día o noche, como quieras. — Sonrió y me recordó a Julieta. — Pensé que Ju estaba con vos.

— Julieta viajó a Comodoro.

— No me dijo nada. Me molesta que no me diga nada. — Dijo notablemente molesto.

— Se debe haber olvidado. —No sabía que decir, estaba claro.

— ¿No sabes cuando vuelve? — Negué con la cabeza. — Bueno, te dejo con tus amigos — Me volvió a besar la mejilla y antes de irse repitió. — Te veo el viernes.

Me volví con los chicos. Milena no dejó de preguntarme por él, aunque él le doblara la edad. Dimos unas vueltas a la plaza, compramos unas gaseosas para ellos y agua para mi. Volvimos a casa cerca de las diez de la noche. Estabamos cansados.

Con Gonzalo llegamos y comimos unas galletitas que encontramos en la alacena de la cocina y nos fuimos a dormir.

Me levanté y lo primero que hice fue mirar el celular. Once diecinueve y tres mensajes, dos de Julieta y uno de un amigo. "Buen día Señorita." " Esta noche voy a estar en casa.", fueron los dos sms que me envió la rubia de pequeña melena. Me levanté y desayuné un vaso de yogur con galletitas como mis tres sobrinos, y Martina su mamadera de leche tibia.

Pasaron las horas y la tarde de playa con ellas. La pasaba muy bien con los chicos, disfrutabamos todo el tiempo que podiamos. Volví a llegar a casa cansadisíma. Me duché, comi algo y me acosté enseguida.

Estabamos a jueves y ya hacía dos semanas que estaba en la ciudad del golfo. Me quedé dormida pensando en cómo había cambiado mi ánimo en ese corto tiempo. Me sentí bien conmigo al recordar que había viajado más que nada para alejarme un poco de la mujer que todavía hoy consideraba el amor de mi vida. Recordé que las primeras noches, aunque llegaba cansada a casa no dormía bien por pensar en ella. Me sentí orgullosa por haberme dejado conocer o lo que sea que haya sido los encuentros con la rubia, y por haber dejado atrás lo que pasó.

Me desperté por la vibración de mi celular bajo la almohada con funda de equipo de fútbol. "Casi me ahogué con cerveza, te necesité esta noche Guardavida". Sonreí con los ojos irritados por la luz del celular y me volví a dormir.

Por la mañana me toco ir a hacer las compras sola. "Pan. Leche. Galletitas. Yerba. Azúcar. Frutas varias.", decía la lista que me entregó mi hermana. Pensé en pasar por la gráfica que quedaba a dos cuadras del supermercado, pero me arrepentí cuando recordé que debía avisar antes y que me iba a dar demasiada vergüenza. Volví a casa con todo lo de la lista y jugué con los chicos. Almorzamos arroz con verduras, nos cambiamos y partimos a la playa.

Y como si fuera parte de su rutina, la mujer con el escote más lindo que haya visto, volvió a aparecer debajo de nuestra sombrilla. Esta vez cuando la vi, ya estaba sentada, sin el bolso colgandole por el torso de derecha a izquierda. Sonreí y salí del agua para acercarme a ella.

— Buenas tardes Guardavida. — Sonrió, pero no hubo beso. Ni en la mejilla.

— Buenas tardes Señorita — Me senté a su lado luego de envolverme en una toalla. — ¿Cómo te fue en el viaje? — Pregunté mientras preparaba el mate.

— Bien. Tengo cliente nuevo. — Sonreímos a la vez. — ¿Esta noche venis a casa? Es viernes. — Recordé a Martín.

— No lo sé... — Contesté intentando pensar alguna excusa creible. Me miró y me devolvío por segunda vez, el mate sin agua.

— Si no venis, te voy a buscar. — Odié que me haya seguido, odié que me gustara. No dije nada más sobre el tema.

Tomó dos mates más y se paró. Saqué mi celular y miré la hora, dieciseis cuarenta y tres. Me miró y sin ninguna expresión me dijo:

— Nueve y media. Te espero. — Besó mi mejilla salada. — O te voy a buscar. — Agregó antes de empezar a caminar torpemente por la arena.

Guardé las cosas y volví al agua. Pensé toda la tarde en si ir o no. En si debia involucrarme más todavía con ella y con su mundo.

Volvimos a casa cerca de las diecinueve horas, el cielo seguía claro pero empezaba a refrescar. Está vez tuve que esperar que mi sobrino más grande se bañara para poder hacerlo yo. Decidí no ir.

Las nubes empezaban a copar el cielo y el canzancio mi cuerpo. No me bañé ni a jugué con los chicos, me tiré en la cama. Me dormí.

— Jimena, despertate. — Mi hermana me daba golpes en el brazo derecho. Abrí lentamente los ojos. — Te buscan.

Quiero agradecer por los comentarios y las valoraciones, y a los simples lectores. Pido disculpas por los errores ortográficos... Y decirles que el próximo quizás tarde un poco más...

Saludos. J.