Diez horas al Sur.

Quinta parte.

— ¿Qué? — Dijé dormida y me senté asustada en la cama.

— Te buscan. Te están esperando en un auto negro afuera. — Salió del cuarto y yo detrás de ella.

Dormida, con el pelo totalmente hacia atrás, remera blanca, pantalón corto, la malla debajo y descalsa. Los vi sonreír dentro del auto.

— ¿Qué hora es? — Pregunté antes de saludar.

— ¡Cuanta elegancia! — Dijó Martín sentado en el asiento del copiloto. Ríeron.

— Las diez. — Dijo ella con los manos sobre el volante. — ¿Ya dormias?

— Ser guardavida te agota. — Me apoyé sobre la ventanilla de Martín. Nosotras sonreímos y Martín no entendió. — Tengo que bañarme.

— No nos dimos cuenta, Jime. — Martín ya se sentía en confianza. La miró a Julieta. Ella me miraba a mi.

— Avisame cuando estés lista y te vengo a buscar. — Dijo ella y él contestó su celular que había empezado a sonar. La miré sin parpadear, estaba hermosa. Igual que siempre. Asentí con la cabeza y se fueron.

Me duché después de que mi hermana me hiciera un millón de preguntas que solo pude contestar con un "sí" o "no". Me até el pelo, una no muy grande cola de caballo colgaba en mi cabeza. Pantalón negro, remera blanca y un cardigan azúl arriba, y en los pies converse blancas. No sabía cómo debía ir vestida, estaba invadida de nervios absurdos, pero normales en mi.

Busqué mi celular y tenía dos llamadas perdidas de ella de cuando dormía. Diez, treinta y dos era cuando le mandé sms que ya estaba lista, pero que iba caminando. Me despedí y salí de la casa de mi hermana. Caminé al rededor de una cuadra y media de las siete que eran aproximadamente y vi de frente su auto. Peugeot 206 del famoso color negro. Frenó a mi lado y bajó el vidrio.

— ¿Te llevo? — Dijo y me guiñó un ojo. Reí.

— Te había dicho que iba caminando.

— Y yo te había dicho que te venía a buscar. — Abrí la puerta y subí. La miré. — Hola. — Se acerco, me dió un beso y yo me di cuenta que un poquito la había extrañado. Sonreí. — Martín tiene más ganas de verte que yo, y y quiero verte desde anoche.

— ¿Te dijo que me vió ayer? — La miraba muy entretenida y ella negó con la cabeza. — Fui a caminar a la rambla con los chicos y ahí estaba él, con una chica y dos chicos más. Me preguntó por vos y no sabía de tu viaje.

— Sí, eso lo sé. Cuando llegué fui a su casa y me retó. — Sonrió, sonreí.

Llegamos. Cuando bajamos del auto la miré entera y recordé aquella mañana cuando dejó caer la toalla que envolvía su cuerpo desnudo. Llevaba jeans cortos hasta las rodillas, remera azúl con escote en V, pero no mi favorito, y converse negras caña alta en los pies.

— ¿No tenes frío? — Le pregunté detrás de ella, mientras abría la puerta de la planta baja. Me miró entrar.

— Un poco. Pero ya se me va a pasar. — Sonreímos. Pedí el ascensor.

Se acerco y me abrazó por adentro del cardigan que no estaba abotonado. Su nariz respiraba en mi cuello y me volví a sentir bien al lado de una mujer. El cubo de metal abrío sus puertas y sin dejar de abrazarme, torpemente entramos en él. Dos segundos antes de que se detuviera, me beso, y eso duró el beso. Dos segundos.

Entramos a su piso y vi a Martín, a la chica y los dos chicos que estaban con él la noche anterior, vi a Sofia y otra chica más que no había visto nunca. Fue raro. Bueno, seguia siendo todo raro. Saludé uno por uno. "Hola. Jimena.". Julieta apareció con dos cervezas y me entregó una. Sonreí. Sonaba un grupo que no nunca supé quién era, pero estaba segura que no era elección de Julieta. Todas las cosas que habían habitualmente en el escritorio, esta vez no esaban.

Juan y Leandro, eran los nombres de los dos chicos que estaban con Martín, eran pareja. Se veían perfectamente bien juntos. Mariela, la chica que estaba con él, era la novia. La nueva novia. La chica que nunca había visto se llamaba Florencia, que a lo único que se dedicó fue a mirar a la rubia del escote más lindo del mundo. Suerte que esa noche no lo tenía.

Julieta estaba a mi lado en el gran sillón blanco, pero ella hablaba con Sofia, la pareja de tortolos enamorados y la chica que comía con los ojos. Yo hablaba con Martín y su novia, pero más con Martín. Nos dabamos la espalda. Sonó el timbre y Martín salió. Volvió con tres cajas de pizzas que puso sobre la mesa. Comimos y tomamos más cervezas.

Cuando la pizza se acabó y Julieta con su obsesión por el orden, ordenó la mesa, jugamos al truco. Jugamos Martín, Julieta, la chica que comé con los ojos y yo. Los tortolitos, la novia y Sofia dijeron no saber jugar entonces se fueron a comprar helado. Martín hizo grupo conmigo, y ellas quedaron juntas. Creo que ya estabamos un poco borrachos, o felices como decía mi amigo Ignacio. Cada vez que cantabamos algo o decíamos los tantos, lo deciamos para todo el edificio. Ganamos con Martín y conocí el lado competitivo de Julieta. Pidió la revancha y no dudamos un poco en concederla, después que mi compañero de equipo hiciera un baile de festejo al lado de la mal perdedora. Reí mucho viendolos.

— Bueno, te damos la revancha, pero...— Martín fue a la cocina. Julieta se lamentó. — Tenes que tomarte dos medidas de Vodka, si vuelven a perder. — Traía la botella delante de su cuerpo en alto.

— No me importa. — Dijo ella, aunque estoy segura que si le importaba. — Sentate Martín, vamos a jugar.

Estaba enojada, pero enojada por haber perdido y la otra mujer seguía comiendola con los ojos. Martín se sentó y me sonrió. Volvimos a jugar mucho más euforicamente que la primera vez. No entiendó por qué gritabamos si estabamos tan cerca. Llegaron los demás y se volvieron a acomodar en el sillón con lo poco que le quedaba de los helados.

Volvimos a ganar y Martín estaba loco. Gritó mucho, no sé cómo su garganta aguantó tanto. Preparamos las dos medidas de Vodka, en realidad solo Martín. Nos volvimos a mirar después de mucho y esta vez solo yo sonreí. No dijo ni una sola palabra y se tomó el primer shot.

— ¡Mierda! — Gritó. Todos la mirabamos, menos Martín que seguía molestandola. — Me la voy a cobrar, Martín.

Se tomó el segundo shot y pusó la misma cara que pusé yo cuando me tocó la espalda quemada. No jugamos más. Miré la hora en mi celular, cuatro cuarenta y nueve. Me sentí cansada. La rubia se me acercó y me beso la mejilla izquierda después de decirme que se iba a vengar de mi también. Sonreí.

Me tomó de la mano y me llevó a la cocina. Antes de perdernos en el pasillo miré a la chica que la miró toda la noche. Martín me guiñó el ojo derecho. Llegamos a la cocina vacia y se sentó.

— Necesito un café. — Me miró sonriente y entendí que quería que le haga el café. Lo hice.

— Deberías haberte conformado con una sola derrota. — No la miré, pero sentí su mirada en mi espalda. — No lo digo por molestarte. Las concecuencias ahora, son peores que unas cargadas de tú hermano.

— Veo que te llevas bien con Martín. — La miré y asentí. Le entrengué el café. — Gracias. — Sonrió. — Sentate acá, al lado mio.

Corrí la silla y me senté a su lado. Puso su mano en mi pierna derecha y tomó el primer sorbo de café.

— En este momento me siento Juan y Leandro. Los dos juntos. — Le dije. Ella rió.

— Hace diez años que están juntos. — Mi cara de "¿¡QUÉ!?" debe haber sido monumental. — Y siempre que los veo están juntos.

— Diez años es un montón. — La miré y tomó café.

— ¿Nunca estuviste un montón con alguien? — Me preguntó mirandome y entró Martín.

— Dejame disfrutar una vez que te gano. — Le dijo a Julieta y le beso la mejilla. — Te quiero.

Morí de amor por ellos. Se pusó detrás de nosotras, de las sillas, y sacó su celular. Nos sacamos una foto los tres. La primer foto. Martín salió y ella terminó el café.

— ¿Mejor? — Apoyó su cabeza en mi hombro.

— Sí, gracias Guardavida. — Dijo y besó mi cuello. Entró Florencia y nos miró.

— Saco cervezas. — Julieta asintió con la cabeza y ella se fue.

— Creo que una parte tuya no esta más... — Me miró sin entender nada.— Se la comió ella con con los ojos. — Rió. Sacó su mano de mi pierna y me miró.

— ¿Estas celosa? — Me reí de una manera exagerada. Ella me miraba sonriente.

— No soy celosa. — Puso su mano en mi mejilla y me beso.

— Volvamos a la sala. — Nos paramos y fuimos.

Lo primero que vi fue a Sofia besandose con la chica de los ojos comilones. No entendí nada. Julieta me miró y sonrió. Martín tenía a su novia sentada en las piernas y los tortolitos se estaban quedando dormidos en el sillón. Nos sentamos al lado de Martín.

La rubia del escote más lindo del mundo tomó mi mano y jugo con ella por debajo de la mesa. Martín organizó el almuerzo de ese día. Los cuatro. Fue raro e incómodo, pero acepté.

Sofia y Florencia se despegaron y dijeron que se iban. Se despidieron con la mano y salieron del departamento. Reímos los cuatro. Martín se paró después de pedirle a su novia que se levante, despertó a Juan y Leandro. Se despidieron con un beso de nosotras y se fueron los cuatros juntos.

Miré a Julieta que se iba directo al sillón.

— ¿Yo tengo que hacer lo mismo? — Me miro y levantó su ceja izquierda.

— Veni. — Alcanzó a decir antes de tirarsé sobre el mueble blanco.

Me acosté a su lado. Era realmente incómodo estar ahí, apena entrabamos. Apoyé mi cabeza en su pecho y me dijo que me girara y mirara la ventana. Estaba asomandosé el sol. Podría asegurar que fue uno de los momentos más lindos de mi vida. Le pregunté en qué momento paso el tiempo, que ya estaba amaneciendo. Besó mi mejilla y susurró que me levantará. Tomo mi mano y caminamos hasta su cuarto. Comenzó a sacarme la ropa.

— ¿Te conté que no tengo ninguna enfermedad que me impida hacer las cosas? — Levanté mis brazos para que saliera mi remera.

— Lo sé, no hace falta que lo digas. — Me miró y bajo sus manos hasta el botón de mi pantalón. — Pero me gusta hacerlo por vos. — Sonreí y la vi bajar para deshacerse de mi pantalón después de haberme sacado las zapatillas.

Me abrazó con el interes de sacarme el corpiño y beso mi cuello. La giré antes que hiciera cualquier otra cosa y con su espalda pegada a mi pecho comencé a desvestirla. Como la mía, su remera se fue primero, y luego dejó caer su corpiño. Bajé su corto pantalón sin desabrocharlo. Bajé yo, y ella giró y volvió a quedar de frente. Saqué sus zapatillas y su pantalón. Iguales. Nos acostamos. Yo sobré su pecho, nos quedamos dormidas.

Nos levantamos cerca de las trece horas. Julieta con dolor de cabeza y yo con ganas de seguir durmiendo. Nos metimos a la ducha enseguida. Tomamos mate con tostadas y llamó a Martin. Colgó y me miró.

— Martín ya está listo. — Se acerco y me dió un pequeño beso. — ¿Vamos? — Asentí con la cabeza y me paré, caminé detras de ella hasta la puerta.

Esperamos el ascensor en silencio y bajamos en él a los besos. Me estaba enamorando de aquella caja de metal. Subimos al auto y manejó hasta un restaurante a la orilla de la playa. Martín ya estaba ahí con Mariela.

—Vos dormiste con mi hermana. — Martín tan disimulado como siempre. Sonreí avergonzada. Julieta le pegó en el brazo.

— ¿Cómo sabes? — Le preguntó después del golpe.

— Tiene la misma ropa. Y el pelo húmedo. — La rubia me miró y sonrió.

— Vas a tener que traer ropa a casa. — Murmuró y miró a su hermano. — Vos tampoco dormiste solo.

— Claro que no, es mi novia. — Silencio incómodo. — Ya entendímos. ¿Pedimos?

Julieta habló demás. Pedimos pasta los cuatros y vino tinto. El mismo que tomé en casa de ella. El silencio se terminó al poco tiempo. Martín recordó que le ganamos en el truco.

Terminamos y salimos a sentarnos en la arena. Pasaron no más de quince minutos y vimos una mujer que se nos acercaba. Martín se paró.

— ¿Vamos? — Miré a Juli que negó con la ccabeza. — Las dejamos solas entonces. — Me miró y pensé que lo decía por mi, pero no. — Jime, veni.

— Martín. — Dijo ella, pero él me hizo seña que me fuera con ellos.

— La ex de Juli. — Dijo y entendí todo. O casi. — No me cae bien. No creo que te caiga bien. — Sonrió y caminamos hasta la plaza.