Diez horas al Sur.

Sexta parte.

Quería volver con Julieta. No porque estuviera con ella... O sí, pero para saber cómo estaba. No debe sentirse bien con ella. No hacía más que pensar en ella. En la situación. Mariela me hablaba, pero no escuchaba, Martín se paró para contestar su celular que sonó.

— Esta viniendo. — Dijo y pasó su brazo por mis hombros. Lo miré.

— No estoy mal. — Sonreí. — Solo me preocupa Julieta.

— Supongo que no sabes toda la historia. — Iba a preguntar cuál era, pero la vi bajar del auto. Sonreí. Sonrió. — ¿Volvieron? — Martín rió solo. Julieta se acerco lo suficiente para pegarle en el brazo. Se sentó a mi lado.

— ¿Estas bien? — Pregunté y quisé mirarla, pero no pude.

— Sí. Martín exagera. — Me miró y miró a Martín. — ¿Vamos al Doradillo? — Una parte de la playa lejana a la ciudad. Martín se paró y la abrazó.

— No estas bien. Estas muy sociable. — Dijo él sin soltarla y rieron. — Vamos. Pero primero tengo que ir a casa y vos a preparar el mate. Ella asintió en su pecho.

Caminamos hasta el auto sin hablar. Nosotras al auto negro y ellos al blanco de Martín. Subimos y le volví a preguntar si estaba bien y me contestó con una sonrisa. La miré durante todo el trayecto y de vez en cuando sonreía y me miraba.

— No me mires. — Dijo en un semáforo en rojo sin mirarme.

— Perdón, pensé que tenías claro que me parecias irresistible. — Su sonrisa creció. Me miró y guiñé mi ojo derecho.

Llegamos al edificio. bajamos del auto y cuando me encontré cerca de ella, tomó mi mano. Avanzamos juntas hasta la puerta de la planta baja y entramos. Esperamos el ascensor y cuando subimos a él me abrazó. Útimamente lo hacía seguido y a mi me gustaba que lo hiciera. Cuando el cubo espejado se detuvo me miró.

— Estoy bien.— Esta vez lo dijo en serio y yo sonreí.

Entramos a su piso y miré mi celular que había quedado en la mesa de madera. Dos sms de mi hermana y uno de mamá. Los contesté enseguida. Ella entró directo a la cocina y escuche como el agua llenaba la pava. Fui a donde estaba.

— ¿Café? — Dije y prendí la cafetera sin esperar su respuesta. Busque su mano en su costado. Sonrió.

Volvió a abrazarme y beso mi cuello. Subió a mi boca y todo volvió a la "normalidad". Mis manos se enredaron en su pelo, y las suyas bajaron directamente a mi cola. Me apretó más a ella y chocamos con la mesada. Sonó su celular en su bolsillo.

— ¿No vas a atender? — No sé como hice para separla de mi boca. Negó con la cabeza y volvió a besarme.

— Debe ser Martín. No importa. — Dijo cuando bajo a mi cuello. El celular seguía sonando.

Beso mi cuello y el lóbulo izquierdo de mi oído. Mis manos bajaron, sí, a sus pechos y la escuché respirar más rápido de lo normal. Giré para que ella quedara contra la mesada, la tomé de sus muslos y la subí allí. Su celular dejó de sonar y su remera desapareció. La miré, primero a los ojos, luego el cuerpo. Me tomó por los lados de la cabeza y me besó. Acaricié su torso y apreté sus pechos. Se bajó de donde estaba sin dejar de besarme.

Una de sus manos subió a mi pelo y la otra me abrazaba por la cintura. Chocamos con la heladera, la pared y otra pared, antes de caer en el sillón. Ella sobre mi. La mano que sostenía mi pelo, ahora acariciaba mi sexo húmedo. Me saqué la remera y ella se deshizo mi corpiño. Su boca bajó. Besó mi pecho, mis pechos y mi ombligo. Sentí mi pantalón bajar por mis piernas y dejé de sentir su contacto. Abrí los ojos y me miraba arrodillada en el sillón. Sonreí, la vi acomodar su corto pelo y volví a cerrar los ojos. Otra vez acarició mi sexo, pero ya no estaba húmedo, era mucho más que húmedad. Sentí su respiración ahí y al segundo su lengua. Levantó mis piernas las puso sobre sus hombros. Al movimiento de su lengua le sumó el de su mano derecha. Los músculos que usaba para que mis pulmones respirarán se contrageron y mi espalda se levanto del cuero blanco. A ella no le importó, y a gradecí que no le importara. Mis pulmones recordaron que tenían que respirar y obligaron a mis músculos a volver a ponerse blandos la respiración me salió en forma la primer vocal. Sentí mi sexo llenó de jugos que ella se encargó de limpiar. Volvió a mi boca y yo seguía intentando volver a respirar con normalidad. Sonó la cafetera y ella besó mi cuello.

— Sentate.

Le indiqué y me miró seria, pero lo hizo. Le quité su pantalón y su ropa interior. Subí sus pies sobre el sillón y pude ver su sexo en su totalidad. Sonreí. Lo acaricié solo una vez con mi mano derecha y la vi tirar su cabeza hacía atrás por el respaldo del blanco sillón. Estaba muy mojada y sabía que no iba a hacer falta hacer mucho trabajo, así que empecé besando sus piernas. Con la respiración muy entrecortada susurró un "Sos muy cruel" y me di cuenta que ya era momento de comerla. Arrodillada en el piso, con su sexo de frente, llegué a él y lo lamí. Mi mano izquierda sostenía su pierna derecha doblada y abierta y mi mano derecha, como si fuera un reflejo, quedó entre sus piernas. Primero un dedo entró en ella y como fue muy poco, lo siguió otro más. Ella se aferró a los almohadones blancos y yo no pude evitar mirarla desde abajo. Paisaje perfecto. No duré mucho dentro de ella. Apretó mi cabeza con sus piernas y sus músculos se tensaron. Sentí en dos de mis cinco sentidos sus jugos. Otra cosa perfecta en ella. Besé su obdomen plano y me senté arriba de sus piernas.

— Estoy bien. — Volvió a repetir con sinceridad y sonrió.

— Estas muy bien. — Nos besamos por última vez.

— Tengo que llamar a Martín. — Me tomó por la cintura y me ayudó a ponerme de pie. La vi desnuda otra vez.

Miró el celular y enseguida lo puso sobre su oído derecho. Antes de cortar la llamada, sin hablar, rió. Estaba colorada, pero no dejó de reír.

— Escucha. — Me paso el celular. Caminó desnuda a la cocina.

Eran dos mensajes de voz de Martín. "Seguro están intentado ser la primer pareja de mujeres en quedar embarazadas. Llamame" "¿¡Todavía!? Son conejos en serio. Nosotros ya acabamos. Llamame". Reí de la misma manera que ella. Fuerte y con vergüenza.

Me vestí y ella volvió de la cocina. Antes de comenzar a vestirsé llamó a Martín. Puso altavoz.

— ¡Por fin! — Gritó. Julieta me miró y sonrió.

— Martín basta. Estas en altavoz. — Levantó su ropa del suelo y comenzó a vestirse. — En diez minutos estamos listas.

— ¿Diez minutos más? — Rió. — Salimos para allá en diez minutos. Besos.

La rubia de pelo corto ya estaba vestida, sentada a mi lado. Miramos el paisaje de la ventana. Acarició mi pierna ya cubierta y volvió a pararse.

— ¿Agua? — Asentí y la seguí a la cocina. — Mi hermano no tiene mucha vergüenza en ningun sentido, como habras visto. O escuchado.

— Me parece bien. — Me dió un vaso con agua. Sonreí. — Todos deberiamos ser así. — Agregué y tomé el agua.

Preparo un canasto de mimbre con el mate, el termo, yerba y tostadas. Pusó un termo más con café y una especie de tazas de acero. Yo busqué mi celular. Dieciseis horas y quince minutos. Llegó Martín. Nos molestó un rato y nos fuimos.

Llegamos a El Doradillo. Un pedacito de playa desierta, sin arena suave pero el mismo horizonte. El hermano de la mujer de pelo corto y claro, estiró una manta de color blanco sobre el suelo y luego apoyaron las cosas. Nos sentamos sobre ella. Martín al lado de su novia, de frente a nosotras. Julieta con las piernas abiertas rodeaba las mias, sentada detrás.

Aunque estaba frío, la pasamos muy bien. Martín tomó fotografías de hasta las piedras del suelo y no olvidó las partidas de truco ganadas. Julietta nos cebó mate y le pidió a su hermano un perro de regalo para su cumpleaños. El 18 de Febrero. Mariela hizo de modelo para el hombre con la cámara de fotos y aunque no era de hablar mucho, nos contó de su vida. Jugamos juegos de palabras y damas. En todo ganó la mujer de pelo corto. Martín tuvó que tirarsé al agua, por apostar y se volvió a casa sin ropa puesta.

Llegamos a casa, de Julieta claro, cerca de las veinte. El cielo ya empezaba a oscurecerse y el frío se sentía mucho más. Llegamos a bañarnos. Primero ella y después yo. Antes de que yo me metiera a la ducha me besó y estuvimos de acuerdo en tomar una cerveza antes de irnos a dormir. Quisé decir que tenía que volver a casa de mi hermana, pero no me dejó ni siquiera terminar la frase.

Salí de ducharme, envuelta en una toalla verde. Ella me esperaba sentada en la cama, con las dos cervezas en un balde para hielo, con hielo. Sobre una bandeja de desayuno para la cama estaban los vasos y snacks . Sonrió.

— Solo quedaron dos. — Me acercó una cerveza. — Vamos a tener que salir.

— ¿A donde? — Me senté a su lado y tomé el primer sorbo de la botella. — Debe estar todo cerrado a esta ahora.

— Vamos a un pub, entonces. — Puso música en la Tv. Tomó cerveza y descubrí que solo la cubría una remera enorme.

— Me vas a tener que dejar ir a cambiar. — Rió y me miró.

— Aunque me gustaría, no estas atada. — La miré y me besó rápidamente. — Pasamos por la casa de tu hermana y después vamos.

No nos duró más de veinte minutos la cerveza. Ella se levanto y vi como su remera salía por arriba de su cabeza, quedando completamente desnuda. Otra imagen para mi memoria. Y antes de morir, dejé de mirarla y comencé a vertirme también. Cuando terminé volví a mirarla y la vi sentada en la silla del escritorio, con una remera blanca muy suelta y un poco larga, jeans oscuros y una especie de botitas de color negro. Y antes de salir agarró una campera de cuero negro.

Comencé a ponerme nerviosa cuando recordé que teníamos que ir a casa de mi hermana. El recorrido hasta el auto y en el auto hasta la casa de mi hermana fue en silencio. Llegamos.

— ¿Bajas? — Me miró y negó con la cabeza.

— No te vas a sentir muy cómoda si bajo. — Sonreí y baje del auto.

Mis sobrinos miraron todo el tiempo por la ventana. Mi hermana me hizo preguntas repetidas del otro lado de la puerta de donde yo me cambiaba. Remera roja, blazer negro, jeans azúl oscuro y zapatillas blancas. Me até el pelo muy desprolijamente y en mi cuello colgaba una pashmina larga y negra. Volví al auto y ella me esperaba con el celular en las manos y el último disco de Amy winehouse muy bajito. Me miró. Sonrió, sonreí, sonreímos.

En menos de diez minutos estabamos en un pub a una calle de la playa. Entramos, nos sentamos en la barra y lo primero que pedimos fue una cerveza. Intentamos hablar sobre el ambiente, me preguntó si salía en mi ciudad y si era mejor o peor de lo que había ahí.

Después de la cerveza y de un asqueroso vino espumante que apenas probé, vi como una blonda de jeans cortos, muy cortos, y camisa blanca se acercó al oído de Julieta. Ella se paró, me miró sonriente y se perdió entre la gente. Levanté la mano para que la mujer del otro lado de la barra me mirara, le hice seña que quería otra cerveza, asintió y se volvió a girar.

— ¿Puedo invitarte? — Una mujer de pelo largo y oscuro hablabá en mi oído. Sonrió y se sentó en el lugar de Julieta.

— ¿Cómo es tú nombre? — Pregunte sin dejar de mirar su enorme y perfecta sonrisa.

— Daniela. — Movió perfectamente su boca para decirlo, no hizo falta escuchar.

— Gracias Daniela. — Dije y agarré una de las dos botellas que acababan de dejar sobre la madera. — Jimena. — Agregué casi en su oído y cuando me separé pude ver a la mujer del escote más lindo del mundo que bailaba con la rubia de piernas descubiertas.

Julieta descubrió mi mirada, pero ninguna respondió con ningún gesto. Con Daniela terminamos la cerveza sin hablar demasiado. La miré y ella también llevaba sus piernas casi completamente desnudas, solo la tapaba un vestido negro, hasta por abajo de su cola y con un gran escote delante. Sonreí cuando la vi pararse para acercarnos a donde se amontonaba la gente para bailar. Ya no vi más a Juleta. Bailamos no sé cuánto tiempo y cuando miré para un costado estaba Julieta mirandome sin dejar de bailar con la rubia. Le sonreí y miré a Daniela.

La morocha de pequeño vestido, estaba pegada a mi cuerpo y de a poco acomodaba sus manos en mis hombros. Seguro pensaba que lo estaba haciendo disimuladamente. Vi su cara acercarse lentamente y a la vez escuché que gritaban mi nombre. Giré la cabeza y vi a Julieta quieta y Daniela queriendo poner mi cabeza en la direción correcta.

— ¿Qué pasa? — Pregunté y sonreí.

— ¿Todo bien? — Miró a Daniela y yo asentí con la cabeza.

Daniela seguía con sus manos en mis hombros. Los mios encontraron su pequeña cintura y seguimos bailando un rato más. Intentó volver a besarme, pero otra vez Julieta gritó mi nombre. La miré.

— Nos tenemos que ir. — Me miró fijo para saber si la había escuchado. — Vamos. — Repitió y me tomo de la mano. Salimos y subimos al auto.

— ¿Por qué nos tenemos que ir? — Puso el auto en marcha.

— Estoy cansada. — Fue lo último que dijo y todo fue silencio.

Llegamos al edificio, entramos y esperamos el ascensor. El silencio se volvía incómodo. Se abrió el gran cubo espejado y entramos. Inmediatamente sentí su mano derecha en mu nuca, por debajo de mi pelo y su boca encontró la mía. Mis manos encontraron el cierre de su campera y ésta cayó al piso. Me costaba respirar por la manera en que me estaba besando, pero no quería que parara.

El ascensor se detuvo y el beso se terminó. Agarré su campera, ella buscó las llaves y entramos a su departamento. Caminamos directamente a su cuarto y cada una se desnudó. Nos metimos en la cama.

— ¿No nos vinimos porque estas cansada, no? — Pregunté antes de que me besara. Sonrió.

— Iba a besarte. — Sonreí y me beso.

— No pensé que eras celosa.

— No lo soy. Pero iba a besarte. — Me miró la boca y volvió a besarme.

— Eso te hace una persona celosa. — Comenzaba a molestarse y a mi me parecía más linda de lo que creía hace un segundo atrás.

— No. — Me miró seria. La besé. — No soy celosa.

— Sí, sos. — La besé otra vez y ella ya no hizo lo mismo.

— No. Solo me gusta tu boca. — Se giró y me dio la espalda. Me pegué a ella y besé su hombró derecho.

— A mi me gusta tú escote. — Susurré y la abracé. Nos dormimos.

Me desperté acostada boca a bajo en su pecho, su mano derecha en mi espalda (en la parte más baja de mi espalda), abrazandola con mi mano derecha por su vientre. Miré hacia arriba y seguía con los ojos cerrados. Me quedé unos minutos más así, pero ya no tenía sueño y me empezaba a aburrir.

Acaricié su pierna, hasta donde el largo de mi brazo me lo permitió y besé su pecho y su clavicula. La vi sonreír. Susurré un "Buen día" y me senté sobre su bajo vientre.

— Buen día. — Dijo aún dormida.

— ¿Se te paso? — Miré su torso totalmente desnudo. Ella abrió sus ojos.

— ¿Qué cosa? — Sonrió. Sus manos se posaron en mi piernas dobladas.

— Los celos. — Su sonrisa desaparecio y volví a acostarme sobre ella para poder besarla. Lo hice. Tomó mi pelo largo y molesto con sus manos. —

Vamos a bañarnos. — Me levanté y ella negó con la cabeza y se abrazó a la almohada.

Estaba desnuda parada a un costado de la cama. Tiré de la tela que cubría su cuerpo, aunqué intentó agarrarla, quedó desnuda sobre la cama. Mordí mi labio inferior y fue como si hubiera apretado un botón para que la empujaran de la cama. Se levanto, me tomó del cuello con las dos manos y me besó.

— Me calienta que hagas eso. — Volvió a besarme y sus manos bajaron desde mi espalda hasta mi cola. Me safé de sus brazos y salí del cuarto. — ¡Jimena! — Caminó detrás de mi, pero yo me metí al baño y cerré la puerta con llave. — Dejame entar. — Intentaba abrir la puerta aunque sabía que tenía llave.

— Me dijiste que no te querías bañar. — Grité del otro lado de la puerta y abrí el agua de la ducha, pero no me metí.

— Abrime. — No lo hice. Dejó de gritar del otro lado e iba a cerrar el agua cuando siento una llave en la puerta. — No me abras. — Dijó una vez que entró.

Se acercaba muy despacio y yo retrocedí hasta que choqué con el vidrío esmerilado que hacía la división de la ducha. Sonreí y ella tomó mi mano izquierda para hacerme avanzar hacía ella. Cuando estuvé lo suficientemente cerca, me besó. Me llevó contra la pared del costado izquierdo del baño y me besó. Su mano izquierda hacía de barrera para que no me fuera, aunque no lo fuera a hacer, y la derecha masajeaba mi pecho izquierdo. La abracé por arriba de los hombros y ella metió su pierna derecha entre las mias. Tuvé que dejar de besarla, pero no le importó. Besó mi cuello y la mano que apretaba mi pecho, ahora estaba entre mis piernas. Más que entre mis piernas, estaba dentro de mi. Se acercó a mi oído y susurró que era hermosa y quisé hablar, pero no pude. El movimiento que hacía con sus dedos dentro de mi, eran perfectos. Rápidos y perfectos. Clavé mis dedos en su espalda y sentí sus pezones erectos en mi pecho y mis piernas flaquear.

Como si nada, salió del baño. Como siempre no entendía mucho nada. Esta vez sí me metí a la ducha e hice lo que debía. Salí envuelta en una toalla blanca y la vi tomando café en el escritorio de la sala, con la remera gigante cubriendole el cuerpo. Me acerqué y besé su cuello. Sonrió.

— ¿Tenes que trabajar? — Me pasó su taza de café.

— Solo se me vino una idea. — Guardó el cuaderno donde alcancé a ver un boceto de algo muy parecido a nosotras en el baño. Tomé un trago de café.

— Hacete. — Se paró, me quitó la taza y me dio un fugaz beso.

— ¿No fuiste a jadín de infantes? — La seguí hasta la cocina. No contestó. — Me voy a cambiar y después me voy. — Me miró y me entregó una taza con café que no era la de ella.

— ¿Te enojaste? — Sonreí y negué con la cabeza. —

— No, no soy celosa. — Caminé hasta su cuarto con la taza de café.

Me cambié y tomé el café. Miré la hora, catorce cincuenta y cinco. Salí y ella seguía en la cocina, sentada con la taza de café y el celular en las manos. Me acerqué y la abracé por los hombros. Besé su mejilla izquierda y me quedé mirando cómo jugaba Candy Crush. No logró pasar el nivel 87. Me separé y esperé que se levantara.

— ¿Venis más tarde? — Buscó mi mano y jugó con ella. Me encogí de hombros. — Vení más tarde. — Me besó.

La tomé de la cintura y la llevé contra la pared de la cocina. Bajé a su cuello y apreté su pecho izquierdo. Sabia que estaba desnuda debajo de esa enorme remera e iba a aprovecharlo. Tomé sus dos manos con las dos mías y las subí por arriba de su cabeza, contra la pared. Volví a besarla, pero no mucho tiempo. Bajé nuevamente a su cuello y mi pierna ya cubierta, se metió entre las de ella. Su cabeza se fue hacía atrás. La solté y saqué esa enorme y molesta remera. Mi mano derecha acarició su sexo solo una vez y acto seguido, dos dedos entraron en ella. Inhaló una bocanada de aire y cerró los ojos. Mis dedos entraban y salian, y la palma de mi mano chocaba con su clítoris. No hice más que mirarla hasta que me agarró la mano en custión y la apretó. Sentí cómo sus jugos salían. Me acerqué y la volví a besar. Se sentó desnuda y aunqué me parecia una lástima, me lave las manos y me fui. Bajé por primera vez sola en el ascensor.

Llegué a casa a jugar con los chicos y después de un rato, mi hermana me gritó desde la cocina. Me recordó que debía ir a sacar el pasaje. No quería, pero sabía que tenía que volver a casa. A mi casa. Fui por él cerca de las diecinueve. Martes veintídos treinta horas salía el micro. Desde la terminal caminé hasta la rambla, donde me quedé mirando el atardecer.

Cuando volví a casa, me esperaban con la cena. Eli, mi hermana, volvió a preguntar cosas que ya había contestado, pero esta vez se alegró por mi. Mi celular comenzó a sonar a las veintitrés horas en punto.

— Te estoy esperando. — Sonreí al escuchar su voz.

— Es tarde. — Dije y se quedó en silencio. — ¿Me venis a buscar?

— Sí, ya voy. — Habló sonriendo. Lo sé por como pronunció las palabras. — Te vuelvo a llamar cuando este ahí, y salis.

La llamada terminó y yo me fui a cambiar. Mi celular volvió a sonar, pero no contesté. Salí y ahí estaba. Subí al auto y solo nos miramos. Otra vez silencio hasta llegar al edificio. Bajamos.

— No puedo creer que hayas ido así a buscarne. — Sonreí y ella se encogió de hombros. Seguía con la remera gigante y nada más. — ¿Y si te pedía que bajes?

— Nunca iba a pasar eso. — Sonrió y me hizo seña que entrara al edificio. — ¿Comiste? — Asentí con la cabeza. — ¿Tenes ganas de hacer algo?

— Sí, de que te vistas. — Tocó el botón del ascensor. — Y de que vayamos a la rambla a tomar mates.

El ascensor se abrió y entramos. No paso nada, ni dijimos nada. Entramos a su piso. Ella caminó directamente a su cuarto y yo me metí en la cocina para preparar el mate. Volvió con jeans oscuros, remera manga larga negra, la cámara de fotos colgando en su torso como el bolso, y la campera de cuero negro en la mano. Estabamos listas para salir.

Caminamos no más de dos cuadras, aunque ya en frente del edificio era rambla. Nos sentamos en una especie de plaza, césped en el suelo y la luna sin obstáculos en el cielo. Julieta quiso ahí por la luz. Nos sentamos una al lado de la otra.

Comenzó a sacar fotos a nada según yo, al paisaje según ella. En un momento se paró y me pidió que no me moviera. No lo hice. Me sacó fotos, nos sacamos fotos juntas. Terminamos el agua del termo y nos acostamos sobre el verde césped. Apoyé mi cabeza sobre su brazo derecho. Estuvimos en silencio, pero esta vez no fue incómodo.

— Tengo frío. — Dije y me acurruqué un poco más en su costado. Me abrazó. — ¿Vos no tenes frío?

— Sí, pero no quería decir nada. — La vi sonreír y me levante.

— Vamos. — Le estiré la mano para ayudarla a pararse, pero hizo fuerza hacía su cuerpo y caí sobre ella.

— Por eso no quería decir nada. — Me besó. Nos quedamos unos pocos minutos más así.

Volvimos a su departamento casi corriendo. Subimos a los besos en el ascensor y tomamos café antes de acostarnos. Nos dormimos abrazadas.

Ocho y treinta sonó su celular en la mesa de luz de su lado. Sacó su brazo de abajo de mi cuello y contestó. Volvió a la cama y besó mi nariz.

— Buen día. — Dijo antes de besar mi boca. Sonreí. — Hoy quiero mates — Desapareció de su cuarto.

— ¿Tenes que irte a trabajar ahora? — Grité aún en la cama. Pudé ver que afuera llovía. Me levante, abrí la ventana y volví a acostarme.

— Más ratito. — Apareció con el mate en la mano izquierda y el termo en la derecha. — ¿Vos abriste? — Se sentó a mi lado y me dió el mate.

— Sí, me gusta el olor de la lluvia. — Apoyó su cabeza en mi hombro y miramos la lluvia caer.Teminamos de tomar mate y nos levantamos para vestirnos. El mate y el termo quedaron en el escritorio. Ella se fue a trabajar y yo volví donde mi hermana.

Volvía a mi casa para inscribirme en la universidad y ya me había decidido a Literatura. Volvía para saber si había dejado en el pasado lo que era del pasado. Volvía, pero no quería volver. Olvidé decirle a Julieta que volvía.

El día paso bastante rápido, debe haber sido porque dormí toda la tarde. Cuando me levanté seguia lloviendo y pensé que era un buen momento para una taza de café. Pensé en ella. Y como si el haber pensado en ella, fuera algún tipo de señal, sonó mi celular con un sms de ella. "Hoy te invito a cenar. No comas nada.". Sonreí porque daba todo por hecho y a mi me ayudaba a no tener que soportar mi inseguridad.

Cerca de las veinte me metí a bañar y cerca de las veintíuna ella pasó a buscarme. Subí al auto y me beso. Me llevó a cenar a un hotel. Un restaurante que también era un hotel. Demasiado elegante para mi gusto, pero con la vista más linda de toda la ciudad.

Julieta pidió "Pasta con verduras a la parrilla" y yo "Fettuccini a la caprese". Pidió vino tinto, pero no el que me gustaba, aunque ese me gustó también. Hubieron momentos en los que quiso hablar, pero negó con la cabeza y no decía nada. Ya habíamos teminado la comida y el vino que nos quedaba en la copa, era lo último. Miró hacía su costado izquierdo donde la pared era de vidrio y se veian las luces de la ciudad.

— Estoy intentando encontrar las palabras adecuadas, pero no estoy segura de que las vaya a encontrar. — Me miró y yo sabía lo que que quería decir.—

— Mañana me voy. — Dije pensando que solo lo pensaba. Me miró sorprendida. — Mañana a la noche me voy. — Lo repetí más que nada para tenerlo en cuenta yo.—

— ¿Cuándo sacaste el pasaje? — Su expresión no cambió.—

— Ayer. — Intenté sonreír, pero no pude. Acarició mi mano derecha que sostenía la copa.

— ¿Queres postre? — Negué con la cabeza y la escuché suspirar. — ¿Vamos?

Nos paramos, pagó la cuenta y salimos del hotel. Afuera seguia nublado, pero no llovia. Todo el recorrido a su departamento fue en silencio. Llegamos y ella bajo su campera de cuero negra del auto en la mano, y yo tomé con la mía la que le quedaba libre.

— Me gusta tu campera. — La miré y ella miró mi mano enredada en la de ella. Volvió a sonreír.

Entramos y subimos en el ascensor, que esta vez sí subió gente. No hubo beso, pero nustras manos siguieron juntas. Bajamos en el septimo piso, como siempre, y abrió la puerta.

— ¿Café? — Asentí con la cabeza y volví a mirar la foto donde estaba con Martín. Me senté a esperar en el sillón blanco.

Ella volvió a aparecer con los dos pocillos de café humeantes, intentando sonreír. Se sentó a mi lado y acarició mi pierna derecha. Estuvo mirando la ventana en silencio un largo tiempo. De vez en cuando tomaba un sorbo de café, pero la vista estaba fija.

— ¿Te voy a volver a ver, no? — Preguntó rompiendo el silencio bruscamente. La miré.

— Seguro. — Por fin me miró. — Quiero decir... Yo vengo seguido a ver a mi hermana... Mientras quieras... — No esperaba esa pregunta.

Tomó el último sorbo de café y se acostó sobre el sillón, apoyando su cabeza en mis piernas. Acaricié su corta melena y la vi quedarse dormida. Desde mi lugar descubrí un lunar en su oído derecho. Acaricié su mijilla y se despertó. Se pusó de pie, esperó mi mano y caminamos hasta su cuarto. Una vez más, cada una se desvistió y nos volvimos a encontrar en la cama. Puso su nariz entre el espacio de mi cuello y la cama, y me abrazó. La abracé. Nos dormimos.

Cuando desperté la vi mirándome unos pocos centímetros alejada. Sonreí y ella acarició mi mejilla derecha. Deshice la distancia entre nuestros cuerpos y la abracé.

— Menos mal que le pedí un perro a Martín. — Me despegué y la miré sonreír. — Alguien me va a cargosear por las mañanas.

— ¿Te molesta? — Nego con la cabeza y me dió un fugaz beso.—

— Lo digo porque te voy a extrañar. — Sonreí y la besé. No pude hacer otra cosa que no sea besarla y volverla a besar.

No sé qué movimiento hice, ni cómo lo hice, pero me descubrí arriba de su cuerpo desnudo besandola con la tela anaranjada cubriendonos hasta mis omóplatos. Sus manos en mi cintura y las mías en los costados de su cabeza. La sentí sonreír en algunos besos. Sus manos bajaron un poco más y acarició el largo de mis costados hasta donde pudo. Recordé que aún le quedaba una prenda y bajé mi mano hasta ella. Acaricié su sexo cubierto sin dejar de besarla. Sus manos se despegaron de mi cuerpo para intentar correr la tela que nos tapaba. Bajé besando su torso, volviendo a besar sus perfectos pechos. Besé su vientre y su ombligo redondo. La prenda desapareció y yo seguí bajando. Antes de dedicarme totalmente a su sexo, mordí su muslo izquierdo. Me abracé a sus piernas abiertas y volví a sentir su sabor. Miré hacía arriba y ella se mordía el labio inferior de su boca con los ojos cerrados. No necesité una cámara fotográfica para recordar esa imagen. Los movimientos de mi lengua aumentaron y su pelvis se elevó, sus manos se aferraron a sus pechos. Su boca se abrió exageradamente, pidiendo aire. Su vientre se tensó y los jugos escaparon de ella. Volví a subir a su boca, pero no me dejó besarla. Me empujó y quedó ella sobre mi cuerpo, me miró y bajó directamente a mi entrepierna aún con la respiración torpe. Sentí la textura de sus labios y lengua ahí abajo. Cerré los ojos. Levantó mis piernas y las dobló hacia mi torso. Su lengua comenzabá a bailar al rededor de mi clítorisy me volvía a faltar el aire. No soportaba más esas caricias y ella lo supo. Dos dedos invadieron mi sexo y exploté. mi respiración se volvió casí nula al igual que la fuerza en mi cuerpo. La mujer de corto pelo subió a mi boca y sentí mi sabor de su boca. Se acostó sobre mi pecho.

— Se te está por salir el corazón. — Yo seguía con los ojos cerrados.—

— Abrazame. — Susurré. —

Sentí sus ojos verdes mirar mi rostro y al instante me tomó por la cintura para ponerme de lado, y así abrazarme.

Creo que nos dormimos, o al menos yo me dormí. Me desperté preocupada, Julieta tenía que ir a trabajar. No estaba en la cama. Caminé desnuda hasta la cocina y no estaba, seguí hasta la sala y ahí estaba, sentada frente a la computadora portátil, con la gran remera.

— ¿Otra idea para el trabajo? — Dije y ella cerró la computadora.

— Algo así. — Se paró y me abrazó. — ¿Estas bien? — No despegó su cuerpo y yo asentí con mi cabeza en su hombro. —

— Perdón. Tenes que ir a trabajar. — Me despegué y quisé caminar hacia su cuarto, pero me tomó de la mano y me besó.

Volví al cuarto a vestirme y ella me siguió e hizo lo mismo. Nos vestimos, desayunamos un café medio frío y bajamos a la planta baja. No sabía bien si era la última vez que la iba a ver antes de irme, no quería decirle esa palabra fría e hiriente. Me abrazó, me beso y antes de subir al auto me dijo "Nos vemos" y su sonrisa invadió su cara.

Volví a casa y me bañé. Mis sobrinos aún dormian con mi cuñado, y mi hermana estaba trabajando. Tome mates y ordené mi valija.

Ya estaba por hacerse la hora de irme a la terminal. Mi hermana me preguntó si ella iba a ir a despedirse a la terminal y quería decir que sí, que nos quedaba un abrazo más, pero solo me salió negar con la cabeza.

Solo faltaban veinte minutos para que saliera el micro. Jugué por última vez con mis sobrinos en el suelo de la terminal. Recordé que debía comprar un agua para no morir de sed en las diez horas de vuelta a casa. Estaba llegando al kiosco y la vi. Me quedé dura en medio del pasillo con la sonrisa más grande que mi cara pudo soportar.