Diez horas al Sur.

Octava Parte.

El viaje en auto duraba poco menos a las diez horas en micro. Salimos de casa por la mañana temprano y llegamos cerca de las quince y treinta horas. Llegué cansada al Hostel, lugar donde nos quedabamos siempre que ibamos todos. Cuando digo todos, hablo de mis padres y de mi. Me acosté sobre la cama individual de la derecha del cuarto que nos toco y me quedé dormida mirando la ventana que daba justo la mitad al mar y mitad al cielo, cuando te recostabas. Dos horas después me levantó mi mamá para decirme que teníamos que ir a la casa de mi hermana. Me levanté y busqué ropa para bañarme allá, y la campera. Busqué mi celular. Era viernes, ella seguro trabajaba y creía que yo estaba en la facultad.

No soportaba más, quería que se hicieran las diez de la noche para ir a verla, porque a esa hora estaba segura que la iba a encontrar en su departamento. Mi pierna derecha no dejaba de moverse, como si tuviera algún tic o algo que no la dejara quedarse quieta. Dos horas más de ansias y nervios.

— ¿Vas a dormir en el hostel? — Me preguntó mi hermana aún sabiendo la respuesta. Negué con la cabeza. — Te vas donde una amiga. — Sonreí al igual que ella.

Jugué con mis sobrinos en el suelo del cuarto de ellos, y así evité mirar el celular cada dos minutos. Debería haberle dicho que venia. Sentí que esas dos horas pasaron más despacio que la semana antes de venir.

Cuando faltaban solo cinco minutos, salí de casa de mi hermana con la excusa de que iba a ver una amiga. También pensé en decir la verdad, pero tampoco sabía exactamente cuál era esa verdad. Llegué al edificio y no vi el auto, de todos modos toqué el timbre. Nadie respondió, ni salió al balcón. Miré el celular y pensé en llamarla, pero quizás estaba ocupada con cosas del trabajo. Me resultó raro porque siempre me avisaba si no llegaba a las diez a casa. Me senté a esperar del otro lado de la calle, sobre la rambla. Me pusé la campera y prendí un cigarrillo.

Diez y doce minutos estacionó el auto negro. La vi bajar apurada. Remera verde debajo de un cardigan negro con los puños beige, jeans claros y ojotas. Acomodó su pelo con la mano derecha y sacó el bolso de cuero del asiento de atrás del auto para colgarselo sobre el torso como siempre, de derecha a izquierda. Sonreí y caminé hasta ella. Intentaba bajar unas cajas del tamaño de las de zapatos. La abracé por atrás, pasando mis manos por su cintura.

— ¿Te ayudo? — Susurré en su oido antes de besar su cuello. Se asustó y giró al instante. Sonrió y me abrazó. —

— No puedo lo creer. — Susurró y buscó mi boca. Me volvío a besar. — ¿Fumaste?— Me miró y levantó la ceja izquierda. Asentí con la cabeza.— ¿Cuándo llegaste? — Apoyó su frente sobre la mía sin dejar de abrazarme. Sonreí. — Te iba a llamar en el ascensor. No me di cuenta de la hora y recién me vengo de la gráfica. — La volví a besar.—

— Después del medio día llegamos. — Me miró esperando que dijera quienes. — Con mi papá y mi mamá... —

— ¿Me ayudas? — Me señaló las cajas. Agarré dos y ella una.

Caminamos hasta la puerta de la planta baja. Abrió la puerta para mi y esperamos el ascensor. Salió un señor y una chica de no más de quince años. Entramos y solo pudimos mirarnos y sonreír como estúpidas. Las cajas se interponian entre nosotras, por lo que solo hubo un pequeño beso en mi mejilla derecha.

Abrió la puerta de su departamento, apoyó la caja que ella llevaba y tomó las que yo tenía. Apareció una pequeña bola de pelos, con la cola que no podía moverse más rápido. La tomé en brazos y lengüeteó mi mejilla izquierda.

— ¿Tenes que avisar que te quedas? — Sonreí. Bajé a Emma.—

— No, no hace falta. — Caminamos hasta la cocina. Prendió la cafetera y nos sentamos al rededor de la pequeña mesa. — ¿Cómo estas?

— Estoy muy bien. —Sonrió. No dejaba de mirarme. — Pensé que no te iba a volver a ver en casa en mucho tiempo. — Se paró y sirvió dos tazas de café.—

— ¿Debería haberte dicho que venía? — Se volvió a sentar y tomó el primer sorbo de café. —

— No me molesta que no lo hayas hecho. — Busco mi mano sobre la mesa. Tomé café. — No importa. Estas acá. — Sonrió.

Terminamos la taza de café en silencio. Que podamos estar en silencio, era una de las cosas que más me gustaba de estar con ella, del modo que sea que este con ella. Habían pequeños gestos y algunas miradas que hablaban por nuestras bocas.

— No tengo nada para cenar. — Dijo y llevó las tazas ya vacias a la pileta donde se lavan los platos. — ¿Pedimos o vamos a comprar? — Me miró apoyada sobre la mesada.

— Como quieras. — Me paré y caminé hasta quedar de frente a ella, mirando hacia el suelo para no pisar a la pequeña Emma. La besé. había extrañado su olor, su tacto y su contacto. —

—¿Cuándo te vas? — Preguntó con sus manos enredadas en mi espalda. Acomodé su pelo y me encogí de hombros.—

—No sé, pero supongo que el domingo o el lunes por la mañana. — Volví a darle un corto beso. —Vinimos al cumple de Juanito, mi sobrino. — Sonrió y volvió a tomar mis manos.—

— Es tarde. Pedimos comida. — Me llevó de la mano a la sala y me soltó para buscar su celular dentro del bolso. Me miró mientras hacía la llamada. —

Me sentí con libertad de elegir y poner la música que quería. Miré uno por uno los discos apilados en un costado del mueble con libros y Wish fue el elegido. Ella terminó la llamada y se acercó donde yo estaba. Volvió a abrazarme en ese abrazo mi mirada quedó de frente al escritorio y ya no estaba la foto donde Martín la sostenía en brazos, estaba la única foto donde estabamos los tres. Sonreí por el cambio.

—¿Sacamos la mesa de la cocina al balcón? — Dijo desde mi hombro derecho. Besó mi cuello y se despegó de mi. Asentí con la cabeza. —

Volvimos a la cocina para buscar la mesa y las dos sillas. Emma perseguía a la rubia de pequeña melena a todos lados. Sonó el timbre. Me miró y salió. Teminé de poner los platos sobre la mesa que ahora estaba afuera y jugué con la pequeña Emma. Julieta volvió a entrar con una bolsa con varias botellas y una pequeña caja de empanadas. Primero caminó a la cocina y después llevó la caja sobre la mesa. Volvió a entrar para ponerse campera y yo la imité. Buscó dos botellas de cervezas y salimos juntas al balcón para cenar. Mientras yo la miraba ella abrió las cervezas y la caja que contenía seis empanadas de masa con ingredientes integrales.

— Estás son de verdura y aquellas dos de caprese. — Me indicó cuales eran cual y tomó asiento de vuelta. Tomó un trago de su cerveza. —

En frente de nosotras estaba la luna, redonda y radiante, acompañada de millones de estrellas. Nosotas dos, o trés si contamos a la pequeña que estaba sentada a la izquierda de ella, cenabamos casi en silencio.

Terminamos y volvimos a entrar las tres, la mesa y las sillas. El frío nos había ganado. La voz de Robert Smith había dejado de sonar y Julieta se acercó al aparato para poner a la gran Janis Joplin. No pude evitar pensar en su despreocupado pelo, sus enormes anteojos y su sonrisa.

Julieta se sentó a mi lado en el sillón blanco. Yo estaba con las piernas cruzadas y mis manos entre ellas, y la campera aún puesta. Me miraba.

—¿Tenés mucho frío? — La miré y sonreí. Me abrazó por mi costado. — ¿Queres que traiga una manta? — Negué con la cabeza y corrí sus manos para apoyar mi cabeza en sus piernas. —

— Ya se me va a pasar. — Acaricié sus piernas por debajo de su rodilla. Sentí sus manos en mi pelo y su voz muy bajita cantando Trust Me. Sonreí. — ¿Te dije que te extrañé? —

— Ahora sí. — No la miraba, pero sé que sonrió. Emma se había acostado al lado del pie derecho de ella.— ¿Tenés frío? ¿Vamos a la cama?—

Me levanté y apagué la música, le estiré la mano y caminamos las tres hasta su cuarto. Emma fue la primera en caer sobre su cama debajo del escritorio. Julieta comenzó a sacarse la ropa sentada del lado derecho de la cama, que esta vez estaba cubierta por una tela totalmente blanca. Hice lo mismo que la rubia de pequeña melena y nos acostamos. Nos cubrimos hasta los hombros con la tela y buscó el huco de entre mi cuello y su cama para meter su nariz. Me acarició por un rato la espalda y me quedé dormida.

Me desperté porque ella susurraba mi nombre en mi oído y recordé que era probable que tuviera que irse a trabajar. Miré unos segundos sus ojos verdes.

—¿Tenés que irte a trabajar? — Intenté no acomodarme de nuevo en la cama, pero no pude. —

—No, hoy no voy. — Se acomodó nuevamente a mi lado y acarició mi espalda por debajo de la cubrecama. — Solo quería que despertaras. —

Besó mi hombro derecho y luego un fugaz beso pasó por mis labios. Dejé de estar boca abajo para poder quedar de frente a ella e intentar saciar mis ganas de besarla. Mis manos quedaron atrapadas entre su nuca y su pelo que estaba totalmente revuelto. Sus piernas se enredaron con las mias y su mano izquierda apretó mi pecho derecho. En ese momento tomé conciencia que de lo que sentía en mi pecho unos segundos atrás eran sus pezones ergidos. Sonreí en su boca.

Saqué sus manos de mi cuerpo y bajé hasta quedar entre sus piernas, por debajo de la tela blanca. Acaricié su sexo solo una vez, ella dobló sus piernas y las abrió todo lo que pudo. Mi lengua volvió a recorrerla. La abracé por los muslos, una de mis manos se quedó en su vientre y la otra alconzó uno de sus pechos. Jugué allí abajo con mi boca hasta que su respiración comenzó a llenar la habitación. Mi mano derecha bajo por su costado hasta poder acariciar su muslo con la punta de mis dedos. Sentí sus manos posarse sobre mi cabeza en el mismo momento en que introducia mis dedos medio y anular dentro de ella. Su espalda se despegaba de la cama cada vez que mis dedos volvian a entrar. Su boca volvió a gemir un hermoso "ah", y supé que podía volver a su lado. Me besó.

No le importó no respirar con normalidad, me giró quedando ella sobre mi, sus piernas entre las mías y su mano derecha bajó rápidamente a mi entrepierna. Mi cabeza se levantó de la almohada, necesité abrir la boca para respirar y cerrar los ojos al sentir su contacto. Su boca se pegó a mi cuello. Así como yo lo había hecho, ella también entró en mi, pero más lentamente y tuvé que apretar sus brazos para no volverme loca. Dejé de sentir su boca en mi cuello y su mirada verde terminó en mi cara. Quisó bajar a donde su mano derecha estaba, pero no era necesario. No solo yo sentí mis músculos ponerse tensos y sus movimientos dentro de mi tomaron mayor velocidad. Ya no la sentí más dentro, pero era conciente que lo estaba. Busqué su boca y por fin tuve la fuerza de volver a abrir los ojos. Su mano derecha acarició por última vez mi sexo totalmente mojado y subió por mi torso. La punta de su dedo indice marcó el camino, desde mi vientre hasta mi pecho. Me erizó la piel.

Quisó hablar, pero yo quería besarla. Pasó su brazo por mi cintura y nos quedamos en silencio un largo rato.

—¿Tenés idea de qué hora es? — Pregunté y ella se despegó de mi para poder ver el reloj de la pequeña mesa de luz. —

— Las once y veinte. — Volvió a acostarse a mi lado. — Yo también te extrañé. — La miré y sonreí. Sonrió. — Tengo naranjas, tostadas y puedo llegar a preparar café. — La volví a besar. —

Nos levantamos. Me prestó su enorme remera y ella se busco otra que no era tan grande. Podía ver la mitad de su cola si caminaba detrás.

Exprimí naranjas mientras ella servía el café y las tostadas. Sonó mi celular y Emma ladró. Mi hermana pidiendo señales de vida y dandome permiso para que la rubia con la mitad de la cola al descubierto pudiera ir al cumpleaños. Me pareció una buena idea hasta que recordé a mis padres. Volví a la cocina y me esperaba con el desayuno ya listo. Me senté frente a ella.

—¿Todo bien? — Sonrió antes de apoyar la taza de café en sus labios. Asentí con la cabeza. —

— Mi hermana, estabas invitada al cumpleaños de Juanito. — Rió y yo no entendí. —

— Creo que sería incómodo y no solo para mi. — Tomé café y solo la miré. — Están tus viejos. —

—¿Y? — Ella mordió una tostada con queso crema y semillas de lino. Se encogió de hombros.— No vamos a ir a un cumpleaños de un nene de cinco años a besarnos o algo así. —Sonreí. — Me gustaría que fueras. No voy a estar mucho tiempo acá. — Abrazó con sus manos la taza de café.—

— Tenes razón. — Terminó su taza de café y la tostada.— ¿Estás segura? — Agregó antes de pararse. Sonrió.

Salió de la cocina con el vaso de jugo de naranja en la mano. Sonó el timbre y miré hacia la puerta de la cocina para ver como Julieta caminaba para abrír la puerta de entrada. Emma ladró.

—¿Tendría que haberte llamado? — Martín. Sonreí y recordé la poca ropa que tenía puesta. La de Julieta.—

— Llamas cuando no tenes que hacerlo. — Escuché sus pasos.—

— Estas en bolas, Julieta. —Reí y lo vi en la entrada de la cocina y la rubia de pelo corto siguió de largo hasta la pieza. Sonrió y me abrazó. — ¿Cuándo llegaste? — Se despoegó de mi y buscó una taza para servirsé café.—

—Ayer. — Terminé mi café. — ¿Cómo estás? ¿Tu novia?

— ¿Qué novia? — Sonrió. Julieta volvió a la cocina, pero vestida. La miré y ella sonrió. — Ya entendí porque estabas en bola. — Me paré y caminé hasta la habitación.—

Me vestí en compañia de Emma y pasé por el baño. Escuché la risa de los hermanos desde allí. Pasé de largo de donde estaban ellos y busqué mi celular.

— ¿Tenés que irte, Jime? — Se acercaba a mi. Martín nos miraba desde la entrada de la cocina con la taza de café en las manos. — Quiere que vayamos a almorzar con él. — Agregó y sonrió. Busqué su mano y miré la hora. trece treinta y dos. —

— Perdón, pero tengo que irme. — Solté su mano. — En menos de tres horas es el cumpleaños en el pelotero que está en un tercer piso. No recuerdo el nombre.— Asintió con la cabeza.—

Busqué mi campera en su cuarto, me despedí de su hermano con un abrazo y de ella con un fugaz beso en los labios. Salí de su departamento y bajé sola en el ascensor. Apenas estuvé al aire libre, prendí un cigarrillo. Me sentí inferior a esa cosa por creerla necesaria.

En casa de mi hermana era todo un desorden de comidas rápidas, snacks y personas. Mamá me interrogó como si tuvera quince años y en una etapa de rebeldia. Cuando me preguntó dónde había dormido contestó mi hermana con un "Donde una amiga. Como Rocio". Reí. Por fin pude abrazar al cumpleañero y entregarle mi regalo traido desde casa. Ayudé con los preparativos y después me bañé.

Quince cincuenta y cinco. Ya estabamos en el salón, en un tercer piso con vista a la playa. Muchos niños corriendos, muchos adultos hablando y yo esperaba a la mujer del escote más lindo que vi.

Bejé los tres pisos de altura. Caminé hasta la rambla y me prendí un cigarrillo. Miré mi celular; dieciseis treinta y nueve. Ningún mensaje, ninguna llamada. Iba a comenzar a caminar de vuelta al cumpleaños, iba a cruzar la calle, pero Martín bajó el vidrio de la ventana del auto y gritó mi nombre.

— ¿No tenías un cumpleaños? — Preguntó y sonrió. —

— Salí a fumar. — Miró el semaforo que aún seguía en rojo. — ¿Julieta?

— Está con... — Volvió a mirar el semaforo, que esta vez ya estaba en verde.— Está con la ex. Llamala.— Me señaló el semaforo y se fue. —

Volví a la vereda para esperar que dejaran de pasar los autos. Una vez que pudé, crucé y volví al cumpleaños. No había entendido bien el "Está con la ex", pero tampoco era quien para tener que entenderlo. No eramos nada. El cumpleaños termino a las diecinueve horas. Volvimos a casa de mi hermana, cenamos y nosotros tres nos fuimos a dormir al hostel.

Domingo y ultimo día que estabamos en la ciudad del golfo. Nos levantamos relativamente temprano para un día domingo, preparamos las cosas y nos fuimos todos al Doradillo. Mi hermana me dijo que había visto el auto de Julieta pasar por afuera de su casa varias veces. Olvidé mi celular en el pantalón de ayer.

Volvimos por la tarde a casa de mi hermana, volvímos a cenar allí y nos fuimos al hostel a preparar las cosas para volver. Yo no necesitaba ordernar mucho nada, así que caminé hasta la cafetería de en frente a la playa para comprar un café. Mi celular sonó, y era Julieta. Lo miré hasta que dejó de sonar.

Volví al hostel a dormir. Cerca de las ocho, papá me despertó para ir a despedirnos de mi hermana y volver a casa. Cargamos las maletas y nos fuimos a despedir. Comenzamos el viaje cerca de las diez de la mañana. Me alegré por haber llevado un libro. Paramos en tres estaciones de servicio, en las tres me alejé al menos cincuenta metros para poder fumar.

Llegamos a casa por la tarde. Viento como siempre. Vacié mi valija, me bañé y recordé que el celular se había quedado sin bateria. Lo conecté para que se cargara, pero no lo prendí. Me recosté a mirar televisión, pero me quedé dormida a los pocos minutos.

Desperté cerca de las doce de la noche. Me levanté a preparar mate, jugué con Molly unos segundos y encendí el celular. Tres llamadas de Julieta y un sms que decía "Llamame.", que no contesté. Le escribí a Malena para saber si estaba despierta y asi poder llamarla. Hablé con ella por teléfono mientras tomaba mate, me contó lo que pasó en las clases que no fui, el libro que terminó y el que había comenzado. El agua se enfrió y yo volví a acostarme.