Diez horas al Sur.
Diez horas al Sur, tercera parte.
Salimos, ella cerró la puerta y esta vez guardó las llavez en su bolso. Yo toqué el botón que hace llegar el ascensor. Esperamos en silencio. Se abrieron las puertas de aquella caja de metal y entramos. Quedamos una frente a la otra y ella quiso hablar, pero no dejé que lo hiciera. La besé. Supongo que quería explicar que me había seguido, pero ya lo sabía. El ascensor se detuvo en la planta baja del edificio y nos despegamos. Lo único que me paso por la cabeza fue "Que impulsiva estas Jimena". Caminamos hasta su auto, ella subio, yo no. Le cerré la puerta y me acerqué a la ventanilla.
— Quiero caminar. — Me miró sería. Quiso hablar, pero le di un beso rápido. — Sabes que vivo cerca. — Se acercó y me beso ella.
— ¿Te veo más tarde? — Se abrochó el sinturón de seguridad y puso el auto en marcha. Me encogí de hombros. Estaba por empezar a caminar pero volví a la ventanilla del auto.
— Con un beso, hubiera estado bien que me despertaras. — Besé su mejilla izquierda, la ví sonreír y comencé a caminar. Miré la hora, nueve curenta y siete.
La casa de mi hermana, donde yo me quedaba, estaba a unas siete cuadras del departamento de Julieta. Llegué en menos de veinte minutos. Pasé el interrogatorio de mi sobrino mayor y jugué con los dos más chicos. Más tarde almorzamos y como todos los días, luego de pasar a buscar a Guille y Mile, caminamos hasta la playa. El mismo lugar de siempre.
Otra vez una mujer de pelo corto y claro, de jeans azul, zapatillas blancas, remera celeste y bolso cruzado al torso estaba sentada bajo nuestra sombrilla. Sonreí y salí del agua. Llevaba puesta malla enteriza, negra con lines azules a los costados, una de las que uso para natación y el pelo totalmente hacia atrás. La vi sonreír mientras me acercaba, pensé en saludarla, pero recordé que estaba mojada con agua salada. Me senté a su lado.
— Pareces una guardavida. —Dijo mirándome de lado. Reímos.
— Las guardavida ya no se tapan tanto...— Comenté mientras le señalaba la blonda guardavida con un pequeño bikini rojo. La miró y sonrió.
— Me gusta tú malla. — No me miró. Me tapé con una toalla.— Quiero mate y tú número de telefóno. — Esta vez sí me miró y sonrió. Saqué el termo, la yerba y el mate de la mochila.
— ¿No trabajas de horario corrido? — Preparé el mate. El primero lo tomé yo.
— No. Cerramos de trece a diecisiete. — Le entregué el mate y acarició mi mano.— Pero mayormente me quedo en el local ese tiempo. Mucho trabajo, por suerte. —Sonreí.
Tomo cuatro mates esta vez. Anotó mi número de telefóno y se despidió con un "chau" y una sonrisa. Extrañé su escote.
Estuvimos en la playa hasta cerca de las diesiocho y treinta. Volvimos a casa entre chistes y burlas, juegos y risas. Llegamos y me metí directamente a la ducha. Cuando salí, sentí ardor en la espalda. Me molesté por haber olvidado ponerme protector solar. Sonó mi celular y el mensaje decía "Voy a estar en casa, Guardavida". Reí, guardé el número y no contesté. ¿Se supone que me esta invitando?. Me cambié, jeans celeste, roto por las rodillas, remera gris con escote en v y converse blancas. En el comedor estaba mi cuñado que me invitó a tomar mates. Tomé tres mates mientras jugaba con Matias y sus ladrillos. Miré la hora, veinte y veitidos. Busqué mi billetera y mi celular, saludé a todos y me fui.
Caminé hasta su departamento y cuando llegué, le contesté el mensaje. "Baja", la ví asomarse por el balcón y desapareció. A los pocos minutos abrió la puerta de la planta baja y me sonrió, sonreí, sonreímos como idiotas. Se acercó a mi y cuando estuvo lo suficientemente cerca, tomó mi mano para atraerme a su cuerpo. Me abrazó por segunda vez. El abrazó terminó y tomé su mano para que avanzará junto a mi. Después de unos pocos pasos nos soltamos, pero caminamos un largo tramo de la rambla sin sol, pero con estrellas.
— Volvamos. Se esta poniendo frío.— Me tomó la mano e hizo que diera la vuelta. No dije nada y volvimos en silencio.
Llegamos a su departamento, abrió la puerta de la planta baja, esperamos el ascensor y esta vez no hubo beso. Entramos a su piso.
— Ponete cómoda. — Dijo buscando su celular. Me miró.— Tengo que terminar un diseño y estoy con vos.— Se sentó y sobre aquel escritorio a un lado de los sillones de cuero blanco, comenzó a dibujar. La miré algunos minutos. Arrancó e hizo un bollo unas cuatro hojas. Busqué un libro en el librero que estaba del lado contrario del escritorio. Vi mi libro favorito, La Tregua, vi el libro que había comenzado hace algunos días, pero no recordaba por cual página iba. Tome uno que se titulaba "La insoportable levedad del ser". Me acosté sobre el blanco sillón y comencé a leer.
No sé en qué momento me quedé dormida, pero desperté sintiendo olor a salsa y sus labios sobre los mios. Sonreí antes de abrir los ojos.
— Jime...- Susurró después del pequeño beso. Abrí los ojos. Estaba arrodillada en el suelo mirandome. El libro quedo abierto en mi pecho. — Ya esta la comida. — Me beso por última vez y se paró.
— Huele muy bien.— Tomé el libro y lo volví a poner en su lugar. Camine hasta el baño, lavé mi cara y mis manos. En la mesa redonda de madera habían dos platos con pasta, dos copas y una botella de vino. Sonreí. — No me gusta el vino.— Me miró como su hubiera dicho una blasfemia. En realidad lo que no me gustaba era el olor del vino.
— No te puede no gustar el vino.— Sirvió un poco en cada copa y se acerco a mi. — Proba.— Me entregó una y me miró esperando que lo hiciera. Probé.
— No esta mal. — Sonreí avergonzada. Nos sentamos a comer. — No solo era olor rico. — Ella sonrió. Enredé fideos en mi cubierto. — ¿Terminaste el diseño?
— Sí, algo salió. — Tomó vino y yo la imité.— ¿En serio te gusto o lo estas haciendo por compromiso?
— No me gusta hacer cosas por compromiso.— La miré.— Me gustó en serio. — Se paró y me beso. Volví a sentir el sabor del vino, pero en su boca. Sonrió y se volvió a sentar.
— Sos linda enojada. —No me miró al decirlo. Vergüenza por dos. Terminamos de comer. Y una segunda copa de vino.
— Es justo que lave yo los platos. — Dije mientras juntabamos cada una su plato ya vacio. Solo me miro. Sonó mi celular. — Hola. ¿Si voy a dormir a casa? — La miré y sonreí. Nego con la cabeza.— No. Bueno, nos vemos mañana. — Corté y abrí el agua para lavar las cosas sucias.
Escuché música desde la sala, y la vi mover su cuerpo tan lento como la canción. Estaba terminando de lavar cuando la siento detrás. Volvió a abrazarme como la primera vez y cerré los ojos por un segundo. Terminé y di media vuelta, acaricié su pelo con ambas manos y la noté cansada. La besé.
Sentí sus manos meterse acariciar mi abdomen por debajo de mi remera, revolví su pelo y bajo su boca a mi cuello. La tela de color gris que cubría mi torso, quedo tirada en el suelo y su boca siguió descendiendo. Toco mi espalda.
— Para.— Quité sus manos de mi cuerpo. Me miró sin entender nada. — Me arde la espalda. — Me giro y miró mi espalda.— Me olvidé de ponerme protector hoy.
— Veo... Veni. — Buscó mi remera y caminamos a su cuarto. — Acostate boca abajo, ahora vuelvo.— La vi irse e hice lo que me dijo.
La sentí sentarse sobre mi cola y desabrochar mi corpiño. Algo frío cayó sobre mi espalda y aunque primero fue molesto, después se volvió muy relajante. Supuse que era crema, alguna crema que estaba en algún lugar frío. Sentí sus manos acariciar muy despacio toda mi espalda, la parte que no tenía quemada también.
— Una verdadera guardavida nunca olvida ponerse protector. — reí y ella sonrió sentada arriba mio. —¿Te sentis mejor?
— Bastante. — Intenté mirarla. Se recostó a mi lado. — Gracias.— Sonrió y beso mi nariz. Nos miramos unos cuantos minutos en silencio.
De repente se levantó, la vi irse esperando que me dijera algo, pero no dijo nada. Volvió a los tres o cuatro minutos. Se desnudó al borde de la cama y se acostó debajo de la tela anaranjada.
— ¿Estas cansada?. — La miré sin entender el sentido de la pregunta. Se volvió a destapar.— Te ayudo.— Y como si estuviera algún problema de movilidad, comenzó a desvestirme. Quería reírme, pero no lo hice. — Date vuelta despacio.— Me giré. La espalda ya no me ardía tanto. La vi desnuda a los pies de la cama e inconscientemente (O no) me mordí el labio inferior. Tiró de mi pantalón y se acostó sobré mi muy despacio, pero me beso bruscamente. Pude notar su excitación. La giré y quedé arriba de su cuerpo totalmente desnudo.
— No me toques la espalda. —Susurré y la miré. Ella asintió con la cabeza.
Acaricié su torso, sus pechos, sus pezones ya erectos. Suspiró y pude ver que tenía los ojos cerrados. Le di el placer a mi boca de volver a probar de nuevo esa suave piel. Besé su cuello y no soporté mucho, bajé a sus pechos. Si hay algo que sabe a gloria, son los pechos de una mujer. Me quedé un largo rato ahí y mi mano derecha bajo a su entrepiernas. Su sexo estaba mojado y eso facilitó mi trabajo. La miré y seguía con los ojos cerrados, sus manos tensas apretaban el cubrecama y su boca entreabierta respiraba rápidamente. Acaricié su sexo y comencé con movimientos circulares lentos. Volví a su boca, pero no pudo corresponder mis besos. Bajé directamente a su sexo el cual lamí, succioné y mordí suavemente hasta que sentí su cuerpo contraerse. Su mano derecha apreto mi cabeza a su sexo y sus jugos fluyeron. Me soltó y subí a su altura. Sonrió y me beso.
—¿Y ahora? —Susurró como su respiración la dejó. La miré y sonreí.
—Y ahora nada. Dormimos.— Sentía mi sexo muy humedo, pero no iba a soportar la tela de la cama sobre mi espalda.
—¿Segura?— Sentí su mano bajar hasta mi humedo sexo. Cerré los ojos. — Quedate así.— Fue lo último que dijo y salió de abajo de mi cuerpo. Me quede así, boca abajo.
Sentí sus manos acariciar el largo de mis piernas y la califiqué como la persona más cruel que conocí. Acarició mi cola y subió sus manos a mi cadera por debajo de mi cuerpo, y elevó mi sexo algunos sentimetros. Mordió mi muslo izquierdo y apreté mis dientes. Paso toda su mano por mi sexo y acto seguido succionó mis labios menores. Su lengua recorrió una y otra vez la circunferencia de mi clítoris y me volví a sentir el mar. Se acostó debajo de mi, su cabeza a la altura de mi sexo y volvió a bajar esa parte de mi cuerpo. Comenzó nuevamente a lamerme desde allí abajo, pero esta vez adicionó dos dedos entró de mi y no soporté más. Apreté con mis manos la almohada que tenía abajo de mi cabeza y su mano quedó empapada. Mi cuerpo quedo totalmente apoyado sobre la cama, sin fuerzas, con los ojos cerrados. Ella subió a mi lado y me besó.
—No toqué tu espalda. — Reí con los ojos cerrados. Se metío dentro del cubrecama anaranjado, pero enseguida se destapó y la vi irse desnuda del cuarto. Escuché otra puerta. Volvió con una sábana en sus manos. Me tapo muy despació y sonreí. Se acostó a mi lado. Me quedé dormida.
—Buen día — Sonreí y ella abría sus ojos lentamente. Sonrió y volvió a cerrar los ojos.
— Te estas olvidando de algo.— Intenté recordar qué era eso que olvidaba, pero no supé.— El beso. — Sonreí, pero ella se giró dandome la espalda. Besé su espalda desnuda.
— Perdón.— Susurré y besé nuevamente su espalda. Subí a sus hombros y los besé también. Su cuello sin obstaculos tuvó su caricia. Despeiné su pelo y bajé mi mano a su panza. Pegué mi cuerpo a su espalda y la abracé desde atrás. Nos quedamos así un rato.
— En la mesita de tu lado, hay un reloj ¿Me decis la hora por favor? —Rompió el silencio. La solté, me giré y miré la hora.
— Ocho curenta y tres. — Dije y me di cuenta que la espalda ya no me dolía. Lo que me puso sirvió, pensé. Ella giró quedando apoyada sobre su lado derecho.
— Gracias.— Dijo clavando sus ojos verdes en los mios.— Vení. — Me acerqué y quedé sobre mi lado izquierdo frente a ella. Bajo sus manos directo a mi cola y me acercó más a su cuerpo. — Quiero lo que olvidaste. — Sonrió y la besé.
— ¿Tenes que irte a trabajar ya? — Ella negó con la cabeza y volvió a besarme. Sentí sus pezones erectos sobre mi pecho y me pregunté a mi misma si sería por frío o excitación.
— ¿Te sigue ardiendo la espalda? — Alejó solo algunos centimetros su cabeza para mirarme responder su pregunta. Negué con la cabeza y subí mis manos a su nuca. Sonrío y la volví a besar.
No sé cuanto tiempo pasó, pero si sé que las dos estabamos muy mojadas. Ella estaba acostada arriba mio, con una sola pierna entre las mías hacíendo un movimiento ascendente y descendente, donde nuestros sexo se rosaban con la pierna de la otra. Mis manos hacían mayor presión sobre su cola a medida que ella aumentaba la rápidez del movimiento. Me di cuenta que nos corrimos a la vez, porque pordió mi clavicula derecha al mismo tiempo que yo me contrajé. Extraña sensación de dolor y placer.
Se quedó acostada sobre mi cuerpo, con sus manos debajo de la almohada y su respiración torpe en mi oído. La abracé.
— ¿Te bañas conmigo? — Despegó su cabeza de mi cuerpo y me miró. Solo sonreí y nos levantamos.
Caminé detrás de ella hacía al baño. Me duché por primera vez con alguien más. Salimos las dos envueltas en una toalla cada una, ella tomó mi mano y me llevó a la cocina. Prendió la cafetera y sirvió dos cafés, luego sacó una mermelada de la heladera y una bolsa con tostadas de un cajón. Se sentó en frente mio y desayunamos.
—¿Me acompañas a la gráfica? — Rompió el silencio después de unos tres sorbos de café. La miré y sonreí. —Solo tengo que pasar el diseño que hice anoche en la maquina e imprimir la muestra del packaging.
— ¿Podes llevar gente a la gráfica? — La pregunta fue estúpida, me acaba de invitar, pero la hice.
— Es mi gráfica.— La miré sorprendida. veinticuatro años, futura diseñadora gráfica, dueña de su gráfica. Mamá estaría muy orgullosa de saber, en un futuro muy lejano, que me caso con una mujer así. Quise reírme de mi después de haber pensado aquello. Tomé café. — ¿Queres ir?
— Me encantaría. — Contesté y dejé mi taza vacia en la mesada. — Me voy a vestir. — Le di un beso y caminé al cuarto. Busqué mi ropa y ordené la de ella.
No paso demasiado tiempo hasta que ella entro a la habitación. Buscó ropa en el placard y se vistió. La miré hacerlo. Pantalón blanco, las converse del mismo color y remera del mismo color que el cubrecama, anaranjada. Acomodó su pelo con sus manos y yo recordé que debía hacer eso, peinarme.
Ya estabamos listas para salir de casa y lo hicimos. Como casi siempre el ascensor era el sitió para besarnos y luego fue silencio hasta llegar a la gráfica. No estaba frente a la playa, pero quedaba muy cerca. "Tal" era el nombre pintado en color Magenta, cian y amarillo, en ese orden sobre de la pared negra, arriba de la pared formada de vidrio donde también estaba la puerta del mismo material, pero con un marco oscuro. La letra A del nombre estaba torcida a propósito. En los vidrios estaban dibujadas una espicie de enredaderas, que comenzaba de color blanco abajo y a medida que subian tomaba diferentes colores. Bajamos del auto y entramos. El local era un espacio rectangular dividido en dos. En la primer parte, la entrada, te encontrabas con unos sillones de color celeste sobre las paredes de color blancas de los costados. Luego, un mostrador de forma semicircular de vidrio esmerilado, una computadora sobre él y algunos estantes por detrás. En la otra parte, detrás de una pared hecha de madera pintada de blanco con una pequeña ventana en el medio y una puerta que apenas se distinguía al costado, estaban la máquina de fotocopias, la máquina offset, sobre una mesa descansaban una engrapadora y una guillotina. En la pared del fondo se volvía a repetir la imagen del escritorio, los cuaderno y la computadora por un costado. Para el otro costado se veía estantes repletos de cajas con no sé qué. También había un pequeño baño al que no entré.
Entramos y caminamos hasta donde estaba Sofi, así me presento a la chica morocha de ojos oscuros, con remera blanca tres cuartos debajo de un chaleco, jeans claros y zapatillas blancas. Sonrió y besó mi mejilla derecha. Inmediatamente miró a Julieta y comenzó a hablar como si estuviera leyendo un papel.
— Llamó David, de la chocolatería. Quiere hablar con vos sobre el nuevo packaging. Llamarón de Comodoro para confirmar y Martín. — Rió y me miro.— Dijo que dejaras tu vida de conejo y prendieras el celular. — Julieta se avergonzó y yo sonreí. — Y que venía a verte acá.
— Bien. ¿A que hora tengo que estar mañana en Comodoro? — Se agacho para buscar una carpeta en el mostrador y la miró desde abajo.
— Catorce horas es la presentación. — Sonrió. Me senté en uno de los sillones celeste. Julieta me miro y pasó por la puerta de madera. La seguí.
Prendió las luces y la máquina offset. Me miró y sonrió. Se sacó el bolso y busco un cuaderno. Dejé de prestar atención y me pusé a mirar la carpeta que había saco del mostrador. Habían fotografías e imagenes de los trabajos que había hecho. La máquina que había encendido comenzo a trabajar. Ella se acercó donde estaba yo, me beso y se volvió a alejar. Entró Martín.
— Hola. — Me miró sonriente y beso mi mejilla derecha. Julieta lo miró seria y él se acercó a ella. Lo golpeó y acto seguido fue un abrazo. Sonreí y recorde la foto del escritorio de su casa. — Yo también apagaría el celular. Te perdono. — Rió y ella volvió a golpearle el brazo.
Martín era alto y se veía fuerte. Pelado por los costados y pelo claro mas largo a lo largo de la cabeza. Los mismos ojos que su hermana, verdes. Vestía una camisa blanca de manga larga, pero doblada hasta los codos y un pantalón de jeans oscuro con zapatos. Supusé que estaba trabajando.
— Jimena. — Me presentó ella ante mi notable mudez. Ella sonrió y él también.— Ya sé a que venis. Vuelvo el jueves a más tardar y el viernes podemos juntarnos en casa. — No dejaban de mirarme y comenzaba a ponerme nerviosa. Él se acercó.
— Mucho gusto Jime. — Dijo y me abrazó.
— Martín basta. — Julieta se acerco y lo despegó de mi. Sonreí y el nerviosismo se fue. — Te llaman de tú trabajo. —Sonrieron y ella lo empujó hasta la puerta. Se despidió con su mano derecha, guiñó su ojo y salió. Se escuchaba que hablaba con Sofia, pero no sobre qué. Julieta se acerco nuevamente a mi cuerpo estático y me abrazo por la cintura. Sonió.
— ¿Estas bien? — Sonreí y asentí. — Es jodón, pero es bueno. — Corrió mi pelo y besó mi cuello. Dejé de estar paralizada y subí mis brazos a sus hombros. Acaricié su pelo.
— ¡Las veo el viernes! — Gritó Martín desde la ventana y automaticamente el color rojo invadió mi cara. Ella rió.
— Lo hace a proposito. No le des bola. — Me beso y se despegó de mi cuerpo. Tomó lo que la máquina había ejecutado y lo metió en una caja. Salimos de ese cuarto.
Sofia siempre sonriente nos esperaba con café. Nos sentamos en los sillones las tres y ellas hablaron de trabajo. Yo observaba el local. Después de un rato me tocó la pierna par hacerme saber que nos ibamos. Salimos del local y subimos al auto nuevamente.
— El viernes vienen unos amigos a casa, aparte de Martín y vos. — Comentó en un semaforo en rojo. La miré y ella me miró un segundo.— ¿Vas a venir?.
— Supongo. — Quisé preguntar por su viaje, pero ya sabia todo. Aparte por qué. Estacionó el auto afuera del supermercado y bajamos. Buscamos ingredientes para hacer canelones de verdura, pagó y volvimos a su casa.
Llegamos y me pidió que le bajara su bolso ya que ella había agarrado las bolsas del supermercado. Le sonreí y me lo crucé por el torso como lo hacía ella. También me tocó abrir la puerta de la planta baja, pedir el ascensor y tomar la iniciativa en los besos. Abrí la puerta de entrada y entró ella primero esta vez.
Llevó las bolsas a la cocina y yo llevé su bolso a la silla del escritorio. La sentí pasar por detrás de mi, me giré para verla. Prendió el equipo de música y sonó otra vez la voz de Joss Stone muy suave. La vi acercarse, la sentí abrazarme por arriba de los hombros y sentí la textura de su remera al abrazarla por su cintura. Bailamos muy despacio y muy torpemente. Reímos al chocar con el sillón.
— Creo que hacemos otras cosas mejor. — Sonrió y dejamos de hacer el ridiculo. — ¿Queres mate? — Asentí con la cabeza y me beso antes de irsé a la cocina.
— Me gusta que te guste amargo. —Se sentó a mi lado para cebarme por primera vez. Sonreí.— ¿Puedo hacerte una pregunta personal? — No me miró.
— Sí. — Contesté nerviosa mientras recibía el primer mate.
— ¿Estas en pareja? — Pronuncié la carcajada más sonora de mi vida. Me miro seria y fue motivo para calmarme.
— Si estuviera en pareja, no estaría acá con vos. — Terminé el mate y lo devolví.— Ni ninguna de las veces que estuve con vos. — Yo no necesité preguntar eso, tenía claro que no estaba en pareja. Silencio incomodo. Saqué mi celular y miré la hora. Once cincuenta y ocho. Volvió a pasarme el mate. — ¿Tu última pareja te engaño, no? — Me miró más que sorprendida. Sonrió sin ganas.
— ¿Qué te hace pensar eso? — Terminé el mate y lo devolví. Me encogí de hombros.
— Por tu pregunta. — Asintió con la cabeza y se paró.