Diez Disparos

Relato NO erótico. Los pecados sin tragedia de las dictaduras.

En tu rostro caía la liviana llovizna propia de marzo, el frío te recorría el cuerpo y crispaba tu piel perlada que cabrilleaba del agua. Avanzabas por el pequeño camino de barro que encharcaba tus botas, con las manos apresadas en tu espalda y tres militares guiándote por el sendero que marcaba el fin de tu vida.

Más al fondo, tras las vallas de contención, María lloraba desconsolada entre el gentío, abrazándose al sacerdote del pueblo, quien intentaba confortarla con palabras.

¡Qué impotencia!, sentiste cómo se escurría tu vida; alzar tu título frente a tus padres en una ceremonia de graduación, los aplausos que te regalarían al casarte con María, besar a tu primer hijo que reposaba en los brazos de tu amada, todas esas esperanzas se iban desvaneciendo mientras avanzabas por el camino de tierra rumbo a un tinglado.

Te esperaba un militar con un cigarro entre sus dientes y con enormes lentes oscuros. Se te acercó para vendarte los ojos con un paño negro, sucio y advirtiéndose apenas unas manchas rojizas pertenecientes a un anterior ejecutado. Lo miraste con desprecio y escupiste en sus pies;

  • No soy cobarde como tú... quiero ver mis verdugos. Quiero ver mi muerte. Quiero ver a los que matan mi patria...

Te calló su puño. Fue empujándote más al fondo de aquel sombrío cobertizo hasta que diste contra la pared. Cerraron las puertas, te dieron media vuelta, sólo notaste oscuridad y el contorno blanquecino de las siluetas de dos personas próximas a ti. Uno era el militar del cigarro y el otro era un flacucho que poseía un papel en manos. Éste último se aproximó para leer tus crímenes; atentado contra el gobierno y rebelarse contra las autoridades. Una patraña tras otra, excusas para eliminar a grupos que pensaban distinto al dictador.

Terminada la lectura te miró con cierta dificultad debido a la oscuridad. Ambos sabían que nada era cierto. Él se retiró cabizbajo y arrugando tus infracciones en su puño para lanzarlo al tacho de basura más cercano.

El hombre de los lentes hizo un gesto con las manos y al instante te cegaron cinco reflectores instalados en el techo. Se oía un murmullo ahogado y cuando recuperaste la visión te cayó el mundo. Un grupo de cinco militares, apuntándote, comiéndote con la mirilla de sus armas que relucían bajo las luces de los reflectores. Ellos, que juraron defender al pueblo y la soberanía, te apuntaban con poses de lobeznos.

- ¡No a la dictadura! ¡No a la impunidad! ¡República o muerte! – gritaron a todo pulmón tus veintitrés años. Hirvieron tus palabras en sus cabezas. Sonaron e hicieron eco en sus conciencias. Uno de ellos bajó su arma, otro se lo pensó más de una vez.

Pero desde lo lejos, el hombre del cigarro dio la orden con una sonrisa.

Diez disparos. Sollozó tu ciudad, muda al oír diez tiros fríos enterrarse en las memorias de tus héroes, vacíos de simbolismos y llenos de impunidad. Se apagaron los reflectores y le devolviste una mirada socarrona a la Muerte mientras te veías abrazado a tu bandera. No la temías.

Diez disparos. Lloró un pueblo por tu muerte y el mundo por una patria menos. Caíste... y te llevaste mi esperanza contigo.

" A los héroes, perínclita gloria, a la Patria, laurel inmortal. " – oraba el sacerdote abrazando a tu amada tras oír los tiros. Plegarias sin Dios en el mundo de lo mil y un infiernos.

"Uno menos – murmuró un militar – traigan al siguiente..."