Diez de mayo con mi tia

Un joven pasa el dia de las madres con su madre y con su tia, pero lo concluye con la segunda.

DIEZ DE MAYO

-¿Bueno?

-Madrecita, ¿Cómo está?.

-Me acabo de levantar.

-Le llamo para cantarle Las Mañanitas.

-Gracias-

Qué extraño se escucha este "gracias", pues parece cortesía, pero sabe a mucho más. El enlace telefónico siempre guarda para sí un poco de la magia que las personas se regalan, cobra comisión, en los cables hay toda serie de emociones caídas en su telaraña. Si un médium muy sensible tocase el conmutador de la compañía de teléfonos caería en un coma instantáneo, muerto por sobredosis.

-Tatara Tara Tarán Tan Tan!!!.

-Gracias-

No importa cuántas veces le cante la misma canción, siento que a mi madre le sigue emocionando. Mascullo no sé qué cosa, posiblemente un lamento por no haber comprado el aparato de video llamada que la empresa telefónica está promocionando.

-Hace ya cuantos días de aquél día, ¿No se le hace?

-Uy sí. Eras apenas un pedacito.

-Pero bien hecho.

-Eso que ni qué.

-Quiero decirle una idea loca que se me vino a la mente, pero sólo funciona si usted quiere imaginar un poquito. Si no, no charcha. ¿Cómo ve?

-A ver...

-Quiero darte un abrazo Diana, un abrazo diferente.

Comienzo a tutearla sin previo aviso, le llamo por su nombre de pila también, como cuando hablamos de cosas importantes. Continúo:

-Quiero invitarte a recordar un día. No ese día en el que tú y yo éramos la novedad, sino otro. Escucha lo que voy a contarte, cierra tus ojos si gustas:

"Mi abuela todavía estaba con nosotros en ese día que estoy imaginando, en ese entonces ella estaba bien fuerte. Mi viejita, que en este día que imagino es una mujer hecha y derecha, respira hondo, y no es para menos, minutos antes te acababa de traer al mundo a ti."

"Si me lo permites, estoy yo de colado en ese cuarto y sólo yo sé cual es mi propósito. He llevado a hurtadillas un racimo de jazmines para que inunden con su aroma todo el cuarto. Laura, tu madre, parece exasperarse un poco con el olor, pues toda ella es sensible, y cualquier olor o sabor parece exagerado para ella, pero me permite el atrevimiento porque sabe lo que yo sé: que esos segundos son importantísimos, que tu primer contacto con este mundo será ese olor que percibes. Yo inhalo con fuerza, cerciorándome de oler lo mismo que tú y sonrío satisfecho de comprobar que huele a jazmines. Estoy emocionado, registro cada cosa en mi mente. Tus primeros segundos los guardo como míos, memorizo el olor, tomo nota que un perro aúlla a lo lejos, registro que hacen veinticuatro grados centígrados en la habitación. La atmósfera es calida, maravillosa, perfumada. Esto es lo primero para ti, es lo nuevo. ¿Recuerdas?"

"Extiendo mis brazos y mi abuela, vigorosa y exhausta, me mira con sus ojos de logro y me permite cargarte. Ella no sabe por qué, pero confía en mí de manera inevitable. Te tomo en mis brazos. No pesas casi nada y sin embargo tu importancia es absoluta. ¿Sientes qué ligera y pequeña estás?"

"Estás hinchada. Pareciera que todo te duele y no hay delicadeza suficiente en el mundo para cargarte. Para mí eres, como en ese instante y como siempre, un tesoro invaluable. Te sonrío. Tu mirada está como perdida, atiborrada de preguntas. Todo miras, pero nada entiendes, y sin embargo, de mí si lo entiendes todo, lo sabes todo. Me presagias. Por alguna causa sonríes o algo parecido. Te acerco a mi nariz para olerte. Hueles a nacimiento. A sangre. A leche. A dulce. Hueles tierna. ¿Puedes tú olerte conmigo? Mi nariz revuelve tus cabellos delgados mientras te inhalo. Tus orejas tienen cabellos muy finos. Eres una semilla que se desborda por todos lados. Sigues sin pesar casi nada. Soy incapaz de hablarte, acaso te tarareo una canción, seguramente "Traccia II", de Banco del Mutuo Soccorso, que es la más dulce que conozco; apenas la silbo, la tarareo, es lo primero que escuchas, mi voz y esta canción, un zumbido de pura magia pura. ¿Aun te alegra como en aquel día?"

"Por curiosidad tomo una de tus manos y pienso que es magnífica, tus dedos son nuevos y sin embargo ya lucen arrugas. Tu puño cerrado es como una flor frágil que ha de abrirse con sumo cuidado, casi a soplos. Vista de cerca tu mano está repleta de trazos. Abro tu puño con todo el cuidado y me busco en las líneas de tu palma. Sonrío de ver que algunas de ellas ya apuntan en dirección mía. Instintivamente esa flor delicada abraza uno de mis dedos. ¿Puedes sentir como me sujetas?"

"Haces ruiditos que nadie sabe descifrar, quizá sólo mi abuela lo sepa. ¿Puedes oírte? Ese sonido viene desde el pecho recién inaugurado, allí se fabrica la magia. Mi abuela te reclama. Ella extiende sus brazos. He de regresarte a ella. Te doy un beso muy dulce en la mejilla, pero tú te mueves pensando en otra cosa, intuyendo un pecho generoso. Dios mío, te quiero tanto, por momentos no puedo más que mirarte cómo mamas del pezón de tu madre, tu chupar es rítmico, hipnótico. Sólo puedo mirarte, pero esa mirada seguro ha de sentirse de alguna forma, es imposible que una mirada tan pura y entregada no se sienta de alguna manera, ¿Puedes sentirla? ¿Ves cómo parece un roce que no existe pero te hace feliz? Te ves tan hermosa, chiquita, bella. Mi preciosa. Mi cachetoncita."

"Por momentos he podido acompañarte en ese día tan importante, ese día en que tú naciste. Por instantes he podido regresarte un poco de la ternura que me has dado. ¿La has sentido?"

-Si.

-No es lo mismo abrazarte ahora que tienes todas las valentías a tu favor. Desde luego aprecio mucho que existas, pero para darte la bienvenida sólo hay una ocasión: recién llegas. Por eso quise irme hasta aquel día. Te abracé desde que llegaste, desde que llegaste te quiero, desde que llegaste quise yo llegar en ti y en nadie más.

-Gracias, me ha gustado mucho tu abrazo...

-Te paso a ver más tarde.

-Está bien.

Dejé pasar unas cuantas horas. Creo que me llevo mejor con mi madre desde que me fui de casa. En aquel entonces me salí porque quería vivir con alguien. Luego yo y ese alguien no quisimos seguir juntos un día más, así que nos separamos, pero yo ya no quise volver a casa. Mi madre no comprendió mi decisión, es decir, cuando me fui de su lado pensó, estaba segura, que enfrentaba un rival invencible. Esa tarde en que me fui saltaron chispas. Cuando le dije, con ese tono grave y franco que sólo proporciona la verdad, que mis instintos no eran negociables, ella dobló los brazos y me dijo "anda vete".

Supongo que pensó mucho acerca de mi palabra "instintos", pues evidentemente yo no quería ser tan gráfico frente a ella, pero claramente me estaba refiriendo a coger, a tener frente a mi a una mujer, con las piernas bien abiertas, metiéndome a fondo en su cuerpo, arrancándole gemidos. Mi madre ha de saber, pues ella me crió, que tengo mi temperamento, y aunque ella nunca lo diga, ni yo lo repita, sabe de qué estoy hecho, de lo que soy capaz, y lo que haría por una mujer, con una mujer, a una mujer. Pienso que una vez que uno se marcha de su casa paterna no vuelve uno más, y los que vuelven son los que nunca se han ido. Hay padres que educan para que los hijos nunca se marchen, que los tienen agarrados de las bolas siempre; mi madre no es de esas, ella me crió para irme. Y me fui.

Conduje mi automóvil hasta la casa de mi madre y en la mente diseñé un día alegre y festivo. Lo que nunca imaginé es que el día fuese a salir de una manera diferente a la planeada. Yo quería un día de pureza y devoción maternal, lo juro, pero al parecer el destino tenía para mí planes muy distintos.

Todos mis planes dependían de cómo saliera vestida mi madre, pues ya sabía yo, si salía vestida de negro significaba que quería ir al panteón, si salía vestida de colores, quería ir a un restaurante. Las opciones son limitadas, pues a mí me pertenece el medio día y la tarde. Por la noche, aunque tienen ya cuatro años de separados, mi madre y mi padre se citarán, irán a no sé dónde. Siento que se quieren pero no se soportan. En fin. Mía es la tarde y sus alrededores.

Salió con un tono gris que me dejó perplejo. Mi madre es voluptuosa, risueña, diría que nada qué ver con aquella muchacha que me trajo al mundo, pero mentiría, tiene todo qué ver, en realidad. Desde luego no tiene la cintura de cuando me parió, pero de lejos o de cerca uno sabe que ella es una mujer completa. Le di un abrazo entrañable y un beso muy cálido. Sólo en sus brazos y en los de mi padre me siento como un niño, protegido. Pronunciar la palabra "mamá" o "papá" me infantiliza de manera instantánea. Y no me avergüenza, me siento bien diciéndolas. Bromeamos un poco. Pregunto a dónde iremos y mi mamá me indica que al panteón, pero antes deberemos pasar por Simona, una amiga suya.

Eran las diez de la mañana. En lo que vamos por esa amiga suya que obedece al nombre de Simona se nos va una hora más, y en el panteón, lo sé, ocuparemos cuatro horas mínimo, de ahí iremos a comer un poco a la carrera y luego llevar a la tal Simona, y luego a casa de mi madre donde nos tardaremos en despedirnos, ella me ofrecerá un café y yo aceptaré.

Paramos en unos departamentos. Mi madre me pidió mi teléfono celular para hacer una llamada. Fue el momento oportuno para sacar de detrás del asiento del coche su regalo: precisamente un teléfono móvil con un mundo de funciones. Mi madre, aunque chapada a la antigua, se ha mantenido actualizada en materia de música, medios, tecnología, no es una mujer obsoleta. Me asombro de haber dicho eso de que está chapada a la antigua, pues ella es tan misteriosa como Cristo, nada sé de su juventud, y sin duda la tuvo. Siempre que habla de papá dice "mi vida como fue a lado de tu padre" esto o aquello, o que me hace pensar que hubo una vida diferente, distinta a la sostenida con mi padre. Nunca le he preguntado. Dejemos las cosas en una corrección: que ella no es anticuada. Siendo así, sabía perfectamente que el aparatejo que le estaba yo regalando era una auténtica maravilla. La desempacó y, con voz presumida, le marcó a Simona.

  • ¡Pronto! ¿Mona? Soy yo, Delia. Oye, estoy aquí abajo con Lucas...

-¿Qué Lucas?

  • Mi hijo, tontuela. Por cierto, graba este número en tu lista de contactos, es mi nuevo cel, me lo acaban de regalar. Aquí te esperamos.

Yo pregunté:

  • ¿Y de dónde sacaste a esta Simona?

  • Eres un ingrato. Ella te quería mucho cuando eras un bebé. Alguna vez hasta te lavó las nalguitas, y vaya que te embarrabas.

-¿Pues desde cuándo la conoces?

-Imagínate. Éramos amigas cuando tú naciste, aunque nos conocimos cuando yo tenía veinticuatro.

-¿Cómo es que no la recuerdo?

-Se fue para Argentina cuando se casó. Ha vuelto luego de muchos años, pero tú ya te habías salido de la casa. No te ha tocado verla, quizá, eso es todo. Cuando nos vemos me pregunta por ti, y yo le he querido mostrar fotos tuyas, pero siempre se ha rehusado a verlas porque prefiere verte y averiguar si has crecido en la forma en que ella ha imaginado. Entre nosotras, ella es tu Tía Mona. ¡Pobre de ti que no le digas tía! La quiero mucho. Ella era la hermana menor de un novio que tuve, su hermano y yo rompimos, pero con ella no quise romper, éramos buenas amigas, casi iguales, la hermana que hubiese querido tener y que el destino me regaló. Seguimos hablándonos todo este tiempo, sintiéndonos afortunadas de contar una con la otra. Al final de cuentas ella ha resultado ser una persona de mucha valía en mi vida, una mala influencia de lo mejor. Su hermano y yo nada qué ver. Mona estaba hecha para mí, aunque le llevaba cinco años a ella. A su hermano lo hubiese olvidado ya, a no ser porque hizo una aportación invaluable a mi vida: su hermana.

-Vaya.

-Es más. Sorpréndela. Ve a recibirla a la puerta y luego la encaminas al auto.

Con toda la desgana del mundo me bajé del coche y me paré en el umbral de la puerta, como un portero fiel. Imaginaba ya una tarde de chiqueos edulcorados, reseñas gráficas de cuando mi Tía Mona me lavaba las nalgas, de cómo lloraba yo, de si yo era gritón, o seguro que tuvo que haber pasado que en una de esas veces que me cambiaban estaba yo sin pañal, apuntando con mi pequeño pene al cielo y comencé a orinar como una fuente romana, y todos rieron menos yo, o cualquier otra avalancha de anécdotas que me colocarían a mí como pequeño e indefenso y a ellas como maternales y omnipotentes. Mi recién adquirida Tía Mona sería, sin duda, una mujer de mejillas rechonchas, cuerpo de bolita, seguramente con voz aguda y chillona, pechugona, eso sí. ¿Qué se le va a hacer? Es diez de mayo, esta es la energía que reina.

Primero salió del edificio una vecina de mi Tía Mona, era una mujer que, de reojo, me clavó su par de ojos café casi verde, retándome, como si supiese que yo estaba siendo observado por mi madrecita santa y por ende era prácticamente un eunuco. Sus cejas fueron un par de cimitarras que se cerraron en tijera justo en mi cuello. Tragué saliva, sudé. La vecina sin duda también iría al panteón, pues iba vestida de negro. Mi madre me observaba desde el auto, así que no podía yo mirar, con la atención que hubiera querido, las nalgas de aquella buena vecina, o vecina buena, no sé cómo decirlo. Ésta llevaba un suéter horrible, eso sí, y su cabello rizado y castaño era absolutamente ochentero. Me quedé esperando a que mi Tía Mona bajara.

Miré en dirección del auto y la mujer que había salido segundos antes se inclinó hacia la ventanilla donde estaba mi madre y le plantó un beso. Mi madre estalló en risas y me gritó:

-Ven acá, ¿No quieres saludar a tu Tía?

La mujer, que no era otra que mi Tía Mona, se sonrojó completamente. Ella tampoco imaginó que Lucas, el de las nalguitas embarradas de caca, fuese yo. Creo que los dos estábamos apenados de habernos mirado tan desafiantemente, con la diferencia que a mí, con mi tez morena, el sonrojamiento no se me notaba casi, mientras que a ella, blanquísima, se le notaba horriblemente. Yo me acerqué al auto y le estreché la mano, y ella hizo un ademán que me hizo saber que lo apropiado era que la saludara de beso, así que le besé la mejilla también. Lucía como muy menudita ya de cerca. El tacón sin duda le ayudaba con eso de la estatura y el cabello rizado otro tanto. Le abrí la puerta como un caballero y, guiándola de la mano, la introduje en el auto. Sus manos eran frías y agradecieron la tibieza de las mías.

El camino al panteón fue justo como lo había imaginado, repleto de anécdotas que tenían a mamá y a mi Tía Mona dobladas de la risa. Todo el contexto era igual, con la salvedad de que mi Tía Mona no era la señora gordita que imaginaba, sino por el contrario, era una mujer que me simpatizaba mucho, indebidamente mucho. Su voz no era aguda, sino ronca, y sonaba íntima con independencia de lo que estuviese diciendo. El acento de su voz era un híbrido del timbre mejicano y argentino. Yo me iba haciendo el gracioso, fundamentalmente porque me gusta hacer reír a mi mamá, y eso parecía encantarle a mi tía, quien de vez en vez me miraba con ojos risueños a través del espejo, como agradeciéndome tantos chistes. Llegamos al panteón llorando, pero de tanto que nos habíamos reído.

No es el Día de los Muertos cuando los panteones de México se abarrotan, sino el 10 de Mayo. Los panteones lucen llenos, las flores van y vienen porque en esta tierra el verdadero culto es a la madre. El padre, por alguna suerte de injusticia, no ha sido mitificado como la dadora de los días. Los rostros deambulan ahí, como fantasmas que recuerdan que un día fueron paridos, encarnados, como si recordaran esos nueve meses que vivieron bajo la protección de un vientre, la gente vaga, como en un laberinto, echando de menos el tacto de un pecho en los labios, el gusto de la leche, la tibieza del abrazo que ya nadie puede darles. La gente está vuelta loca, incapaz de pagar el favor, sola, desprotegida.

Nos fuimos adentrando en el río de gente, yo cargando en alto los ramos de flores. El chiste dio paso a la solemnidad. Encontramos la tumba de mi abuela. Todo fue retrospección. La que ahí yacía era para mí una viejita que siempre me miró con ojos amorosos, una mujer sencilla y lúcida, bien intencionada, pero a la vez había sido la compañía original de mi mamá, la que le enseñó a andar, a hablar. Mi madre también fue una niña y estábamos ahí visitando a la mujer que orquestó todo. Recordé cuando murió mi abuela, mi madre se abrazaba de mí, y de mi padre, aleatoriamente, se sostenía, y yo no podía entender que la que moría era aquella a la que mi madre le dijo tantas veces mamá. ¿Cuántas escenas están perdidas para siempre? ¿De qué está hecho este lazo que une tan poderosamente? ¿Cuántos recuerdos no están en uno mismo, sino en sus ojos, en lo que piensan nuestros padres y madres cuando nosotros no les vemos pero ellos nos ven? En este mundo no podemos juzgar, sino agradecer la suerte de tener padres buenos, si los hubo, y dejar pasar a los malos.

Mi madre me pidió unos minutos a solas.

-Lucas. Vayan a buscar la tumba de la madre de tu tía. Yo voy a hacer con mi mamá lo que tú hiciste hoy por la mañana conmigo.

Nos alejamos. Encontramos la tumba de la madre de mi tía, estaba sucia, desarreglada. Pedí prestada una escoba y comencé a meter orden. Mi tía se quitó el suéter, que para mi gusto no debía ni traerlo, en pleno mayo, y lo que ví fue el cuerpo esbelto de una mujer con unos pechos muy prominentes. La blusa era blanca y había comenzado ella a sudarla. Se desabrochó un botón y eso me puso muy nervioso. Trabajamos arduamente. Poco tiempo y ánimo tuve para verla como la mujer que era, pero lo era. Una vez que terminamos de arreglar muy bonita la tumba de su madre quise excusarme.

-Si desea que la deje sola un momento sólo basta decirlo.

-No me digas eso, te has portado muy lindo ayudándome a limpiar esta tumba. Has de pensar que soy una desobligada, pero no es así, mi mamá y yo tuvimos muchas diferencias. Lo que hubiera yo dado por una mamá como la tuya. No me digas eso. Además no me hables de Usted. Háblame de tu. Parece cualquier cosa, pero tuve que armarme de valor para venir. Si no hubiesen venido ustedes, mi madre hubiera tenido que esperar un año más para que yo viniese, si acaso. Me he sentido muy tranquila, creí que lloraría mucho, que rabiaría, pero tu madre y tú me han llenado de confianza, aunque no lo creas. De ella no me sorprende, ella me ha ayudado a tomar las mejores decisiones de mi vida y a su lado he vivido las cosas más intensas; lo que sí me sorprende es que me sienta tan a gusto contigo, mi sobrinito que ya es todo un hombre. Por cierto, y si no es indiscreción, ¿Qué va a hacer Delia con su madre que hiciste tú con ella hoy por la mañana?

Por poco y no contesto porque su voz es tan ronca, tan hipnótica, que me había sumergido en el tono de sus palabras y por poco no le encuentro sentido a lo que dijo. Le expliqué lo que había hecho al teléfono. Ella pareció muy asombrada y conmovida. Con los ojos cubiertos de una lágrima latente me dijo:

-Me sorprendes Lucas. Ha sido muy bello lo que has hecho y dicho. ¿Y tú crees que sirva?

-¿"Qué sirva" cómo?

-Si, que sirva. Supongo que lo pensaste para atar eslabones del tiempo, como si hicieras una regresión y estuvieses ahí, dándole la bienvenida a quien te da la bienvenida, ajustando cuentas de manera hermosa.

-No lo había visto así, sólo me dieron ganas de hacerlo.

-Ya veo...

-Pero puedes intentar lo mismo y ver cómo es para ti...

-¿Cómo? ¿Yo decirle a mi madre todas esas cosas?

-Por supuesto.

-No sé. No soy buena. Podría resbalárseme y yo no lamentarlo.

-No se te resbalará, te lo aseguro, y en cambio tú te sentirás muy extraña.

-Sólo si tú me vas marcando el rumbo. ¿Vale?

-Bueno va. Eso es nuevo para mí, pero puedo intentarlo por ti...

-¿Por mí?

-Si... ¿Me sigues?

-Desde hace un rato...- dijo haciendo más pronunciado su acento mejicoargentino.

Hubo algo en esa expresión "desde hace un rato" que me invadió el alma como un verdadero cáncer. Primero pensé que se trataba de alguna expresión argentina que, por infrecuente en nuestra manera de hablar, me resultaba inquietante, pero podría tratarse de una simple muletilla; luego pensé que mi tía sabía exactamente el peso de sus palabras y no le importaba revelar que en pocas horas me había convertido en una presencia importante para ella, al menos ese día. A veces una frase tiene efectos parecidos, algunas palabras arman una revolución, comandada por nuestros propios pensamientos, un incendio iniciado por una chispa ajena, a veces inocente, a veces alevosa, a veces fríamente calculada. Ese "desde hace un rato" me hacía recordar la mirada de cuando salió de su edificio, como si dijera, "desde hace un rato estoy de tu lado, contigo, para ti, y no te has querido dar cuenta". Era como si ella diera por hecho que yo me le estaba resistiendo, pero nada más lejano que eso, en realidad, ya como tía o como mujer, estaba a sus pies.

Pasa algo extraño. Alguna vez leí el reverso de un calendario, de esos que recopilan frases sabias de no sé dónde (una para cada día), y para el diez de mayo decía que los padres eran la representación encarnada de las fuerzas de Dios, que el papá era Dios Padre, mientras que la mamá era el Espíritu Santo, en pocas palabras, que los dioses encarnaban en los padres y éstos eran la guía de los niños. Por esa razón, según se explicaba ahí, era importantísimo que los padres deseen y quieran a sus hijos, pues, cuando esta bienvenida no ocurre, estos sencillamente no sabrán si fue correcto o no el que hubieran venido al mundo. El calendario seguía diciendo que la incertidumbre mata, pero más mata saberse no deseado, pues si tus orígenes y tus raíces te niegan, entonces no hay escudo de acero que te proteja ni manto que te cobije, y vagarás por el mundo recibiendo heridas, sintiendo frío, como un Caín, exiliado de la existencia misma. El calendario me pareció un tanto radical, después de todo era un calendario cristiano, pues por un lado enaltecía a los padres al identificarlos como extensiones terrenas infalibles y amorosas del Dios infalible y amoroso, pero por otro lado les quitaba el derecho a no saber ser padres, a no estar a la altura de una crianza, y condenaba a cualquier hijo de vecino a una desdicha estigmática, a un sello de paria en la frente colocado por ese segundo irrevocable en el que uno aparece en el mundo y no es plenamente deseado. Las cosas no son tan radicales, tan inflexibles, yo pienso que siempre hay mantos y siempre hay escudos, y siempre hay quien te levante y te enseñe a caminar, de una u otra forma lo logras y distingues lo bueno de lo malo, y aprendes a querer. Más que perdonar a los padres hay que reconocer que hicieron las cosas de la mejor manera que pudieron. Pensé comentarle todo esto a mi tía, pero lo callé, pues al parecer ella ya sabía toda esta trama, y en su cabeza rondaba una sola expresión: "No me importa, no fue justo".

Comencé a recrear la escena en que su madre nacía, en cómo ella la cargaba, la olía, la besaba. Ella repetía lo que yo le sugería, con sus ojos cerrados, con una mirada dura, como si efectivamente cargase en sus manos una bebé recién nacida, como si la oliese, como si le pesara, como si le costara verdadero trabajo. Verla me hizo llorar, ella misma lloraba. Mientras cargaba a su madre, mientras la olía y la sopesaba en su imaginación, mi tía se fue acercando cada vez más a mí, era como si ella estuviese dando toda su protección a su madre recién nacida pero a la vez necesitara ser ella misma guarecida, así que se acercó y yo sentí el impulso de abrazarla de la forma más protectora posible. Una vez que se sintió protegida su entrecejo dejó de estar fruncido y dio paso a la ternura. Sabrá Dios cuantas cosas rondaban la mente de mi tía, pero clarito sentí que varios odios iban muriendo entre mis brazos, y mi tía había adquirido belleza, algunas arrugas de amargura habían desaparecido para siempre, su corazón resplandecía de manera inesperada. Ella besó la frente imaginaria de su madre y la piel se le erizó, y ella no pudo advertirlo con sus ojos cerrados, pero de la tumba de su madre comenzaron a huir toda suerte de bichos y de la tumba brotaron hierbas silvestres cuyo dulce aroma barrió un remolino surgido de la tierra misma. En mi fantasía imaginé que se había tratado de la madre de mi tía, que se despedía para por fin descansar. La tormenta había pasado, el sol salió, como siempre.

Cuando terminó sonreía, se acercó a mí y yo le di otro abrazo, el abrazo más extraño que hubiera yo dado en mi vida, porque era de despedida, pero de bienvenida, era cálido, estrecho, cercano, un abrazo que sostiene, que consuela, pero a la vez un abrazo que desea, que aprovecha, unos brazos que con el canto protegen, y con la cara interior acarician, y sentí su respiración en mí, sus lágrimas se enjuagaban en mi camisa, también algo de saliva, algo de mucosidad, yo era su paño. Sin querer la acompañé al nacimiento y funeral de su madre. Ese abrazo hubiese sido sencillo si fuese yo el hombre de su vida, o su padre, pero no era nada, acaso un ficticio sobrino. Por fin exhaló, presa de un gesto liberador. No quiero decir que yo provoqué todo esto, todo lo hizo ella, yo sólo estaba cerca, como debía o tocó en suerte que estuviese. En parte, tres mujeres lloronas que se oían a lo lejos tuvieron que haber puesto las cosas de modo.

Regresamos a donde mi madre. Mi madre notó al instante varias diferencias. La primera, que mi tía Mona había llorado a cántaros y que por ello, sólo por ello, venía abrazada de mí, apoyándose. Notó también que ella ya no me estaba llamando sobrino, sino Lucas. Notó, desde luego, que algo había ocurrido en esas dos horas en que nos apartamos de ella, pues parecía que habíamos establecido nuestro propio vínculo. Algo que yo noté es que a mi madre parecía agradarle la idea de que nos hubiéramos caído bien, y tal vez es mi fantasía, pero pienso que mi madre supuso que no hubiera estado mal que mi tía Mona y yo tuviéramos edades afines y nos hubiéramos conocido mejor, o en otras palabras, muy en el fondo mi madre parecía pensar que mi tía y yo hacíamos buena pareja.

Fuimos a comer y la pasamos muy bien. Antes de marcharnos fuimos al baño, ellas al de mujeres, yo al de hombres. Por alguna deficiencia de diseño, lo que se cuenta en el baño de mujeres se escucha en el de hombres, y supongo que viceversa. Cuando yo entré al baño de hombres me dio la impresión de que mamá y mi tía Mona ya iban de salida, y el fragmento de plática que escuché me pareció muy extraño. Mi madre le decía a mi tía Mona, "Ya cabroncita, no me mires con esos ojos de nuera... te conozco", y mi tía Mona contestaba "¡Para nada!". El texto sería ese, pero el tono de la voz de mi madre no era enfadado, sino juguetón, y la contestación de mi tía Mona no daba pauta para imaginar nada. Había que haber visto sus caras, sus miradas, para saber qué querían decir. Una cosa es segura, hablaban de mí.

Ya en el auto mi madre me hizo una aclaración que yo deseaba. Básicamente me pidió que le dijese a mi tía Mona como yo quisiera, ya sea que quisiera seguir diciéndole tía, o tía Mona, o Simona, o Simone, como a ella le gustaba que le dijeran. Cierto, ya tuteaba a mi tía Mona, pero no frente a mi madre. Me encaminé rumbo a la casa de mi tía, pero mi madre dijo:

-Dale para mi casa, déjame primero a mí, que ya no tarda en llegar tu papá y yo no me he ni arreglado.

Así pasó. La dejé en la casa, nos despedimos muy a gusto, mi madre y mi tía se dieron un abrazo verdaderamente fraterno. Mi tía se pasó al asiento delantero. Encendí el carro y ambos nos despedimos de mi madre sacando los brazos por la ventanilla. Por el espejo vi cómo mi madre observaba atenta la forma en que desaparecíamos en el horizonte.

Aunque lejos, la fuerza de su mirada me hacía sentir un mensaje muy profundo, era como si exhalara y en su exhalar pensara "En ese auto va todo mi tesoro. Como los quiero a los dos". Que me caiga un rayo si no es esa la mirada que lanzan las madres cuando ven alejarse el auto de los novios, esos que marcan el primer adiós de los desposados, esos que llevan dentro a la pareja de amantes y arrastran latas, ostentando en el cristal trasero "recién casados", y todo mundo sabe que esos dos se van a disfrutar toda la noche con ese egoísmo que sólo da la noche de bodas. Me alarmó que me gustara tanto la idea de ir en un auto de esos, así, junto a mi tía. Voltee a verla y en mi alucinación la vi vestida de novia. Sacudí la cabeza para volver en mí; era simplemente ella, con su suéter horrible, sonriéndome.

Mi tía fue platicando cosas sin importancia durante el camino. Se veía preciosa. Chispas inician incendios, y ella no sólo era una chispa para mí, sino una luz de Bengala que emite miles de chispas, y yo era un bulto de heno, el más seco del desierto. Cuando llegué a su departamento y me pidió que acomodara mi coche en su cochera todo mi cuerpo tembló.

Su departamento obedecía a un estilo art decó, y todo parecía en su sitio. Era un apartamento pequeño, exacto para albergar una mujer como ella. Fue a la cocina y tuvo listo de manera muy veloz un preparado de mango que, en su simpleza de hielo y fruta, resultaba delicioso. Nos reímos de nuestra forma de sorber el helado, chupar el borde del vaso, mascar los trozos de hielo. Nuestros labios se fueron poniendo azules, por el frío. Ella se lucía, platicando de México, de Argentina, de mi madre, de sí misma, no importaba su tema, sino cómo decía todo, pues a cada gesto hechizaba. Me entraron ganas de ir al baño. Ella volteó hacia el pasillo, como verificando que las puertas siguiesen en sus sitio y estuviesen cerradas, y me dijo: "camina por el pasillo, al fondo está el baño".

Yo fui por el pasillo. Debí intuir que la puerta del baño era la que tenía un aro de madera y una toalla colgando, pero poseído por no sé qué demonio abrí la puerta contigua.

Lo que vi fue una cama deshecha, una bata tirada en el suelo, colchas revueltas encima del colchón enfundado en una sábana color guinda, y sobre del colchón una verga de plástico que emulaba un pene café oscuro, réplica de algún semental de raza negra, y junto a aquel artículo, una cajilla de un video porno, al parecer, de corte gay, masculino, o eso imaginé al ver a dos policías bigotudos abrazándose y tentándose mutuamente sus paquetes. En el buró, aun sin cerrar, un bote de lubricante. Mi tía dio un sobresalto sobre el sillón y gritó "Es la otra puerta". Estaba sonrojada.

Yo me metí al baño y sólo escuché cómo abría y cerraba cajones, cómo se abría la puertilla del aparato reproductor de DVD, cómo guardaba en una cajilla cierto disco, cómo tendía en chinga la cama. Yo terminé rápido de hacer del baño, pero me demoré a propósito para que ella terminara de recoger sus cosas. Como siempre, no porque tuviera fe en el mañana, me lavé el pene en su lavabo. Siempre lo hago, pero nunca lo cuento, pues la gente dejaría de prestarme su baño.

Salí y ella estaba agitada, se había quitado el suéter. En el interior del cuarto la cama estaba mal tendida, ya el consolador no estaba a la vista, ni la cajilla del video. Se veía tan linda así asustada, sonriéndome como una adolescente atrapada, que opté por tomar el papel que más estridente la hiciera sentir. Me mostré quizá un poco más maduro que ella, aunque por dentro me estaba desmoronando.

-Pero mira qué colorada te has puesto.

-Es que no esperé que entraras a mi habitación. Estaba volteada boca abajo.

Permanecimos ahí, entre la puerta de su habitación y la del baño, el día comenzaba a morir y en minutos deberían prenderse las luces, máxime que en esa arreglada veloz de la habitación ella había cerrado las cortinas de su cuarto y todo se había vuelto un poco ocre. Estiré mi mano hacia su cuello para tocarle la yugular, y esto la inquietó todavía más, pues la estaba tocando con un interés dizque científico, pero mis yemas, tibias como son, atrapaban sus pensamientos y le hacían saber los míos. Tocándole la yugular le dije:

-No deberías agitarte tanto, tía. Esta taquicardia no es normal, mira con cuanta dificultad respiras.

-No sucede todos los días...

-No debería. Cuéntame, ¿Dejaste algo pendiente ahora que saliste de casa?

Ella, que no era inocente ni pretendía serlo me dejó bien en claro que esta escena se sostenía sólo porque ella quería, y no porque mi verborrea fuese ingeniosa. Hay una edad en las mujeres en las que uno no puede hacerse el hábil, porque todo saben. Ella quiso meter en orden la situación.

-Bueno, tú lo que quieres es jugar conmigo, ¿Cierto? Si es así mejor dímelo.

En esas circunstancias puede ser una estupidez ponerse concreto y soltar preguntas como "¿A qué llamas jugar?" o puñetadas donjuanezcas como "¿Dímelo tú?", así que se me ocurrió otra respuesta que, dicha como lo dije, imitando su acento mejicoargentino, le decía todo:

-Desde hace un rato...

Ella sonrió con malicia. En lugar de encaminarse hacia la sala se internó en su habitación. Con una de sus manos me encaminó rumbo a su cama. Con esa seguridad frente a las manzanas que sólo tiene Eva, se dirigió a un cajón y de ahí sacó la cajilla del video que estaba en la cama. Por una suerte de magia su andar había cambiado, pasando del andar de una tía al andar de una mujer que atrapa, una mujer en celo.

-Quería ver un poco de cine. ¿Quieres verlo conmigo? Tal vez el género no te guste mucho, pero resulta interesante si le ves el mensaje oculto.

Ya no hablamos si podía tocarla o no, dábamos por hecho que sí. Yo me acosté en su cama y ella se colocó a mi lado, acurrucándose en mi. Echó sus nalgas hacia atrás, oprimiendo un duro bulto que tenía en los pantalones. Su sonrisa era de viciosa cuando oprimió el botón de "play". Me sentí tan afortunado de tenerla ahí, tan menudita, tan confortable. Mi nariz la respiraba con avidez. Ella seguía roja.

La escena no podía ser más cotidiana. Éramos como una pareja que se quiere desde hace mucho y se recuestan a ver un poco de cine. Sólo nos faltaban las rosetas de maíz. Sin embargo, había qué ver la película que comenzamos a ver.

La trama era más o menos así. Era un grupo de policías, fornidos, dos de ellos de bigote tupido. En fin, el estereotipo marcadísimo. Se mostraba, al inicio, que cada uno de ellos despertaba en el lecho, acompañados de sus esposas, uno de ellos despierta, lo cubre a medias una sábana blanquísima, a su lado, su mujer está dormida, a él se le ve el culo; la mujer, modorra, le intenta tocar el pene, y él le retira la mano con dulzura y se para de la cama, ella lo mira alejarse y cierra un puño a la altura de su coño, sobre las sábanas, como si se estuviera quedando con las ganas.

Otro, de mostacho abundante, está despierto, mira al techo, su mujer lo abraza, dormida, mientras él mira la nada, como si su mente estuviese en otra parte, como si quisiera que le abrazara otro.

Un tercer policía está almorzando, mientras su esposa, igual de buena que las dos esposas anteriores, le sirve un jugo de naranja; un niño embarra una papilla en una bandeja mientras el policía le da una nalgada ruda a la esposa.

Un cuarto policía despierta en un sofá, como si hubiera problemas conyugales en casa. Él está tendiendo el sofá y su esposa sale del baño, pues recién se acaba de bañar. La mujer está buenísima y el policía ni siquiera la mira.

Luego todos se van a trabajar. Todos lucen muy apuestos. Los dos primeros que llegan se encierran en el baño del departamento de policía y uno de ellos se baja a darle una mamada al otro. La chupada es muy fuerte, con verdadera hambre. El policía que recarga su espalda en el muro comienza a regarse en la boca de su colega, quien no desperdicia ni una gota de leche. Dado que una gota blanca le queda en el mostacho, lanza el chiste "¿got milk?". Intercalan una escena de la esposa, dura cuatro segundos, está en la cocina, sentada en la mesa sola, toma un sorbo de un vaso de leche, está aburrida. Vuelve la película al baño. Los policías ríen. Va saliendo del cubículo del baño el policía que ha recibido la mamada, mientras, el policía que dio la mamada está aun de rodillas. Un policía que andaba por ahí lavándose las manos se les queda viendo con curiosidad. El policía recién exprimido le dice al curioso. "Prueba ese cubículo". Intercalan otra escena de la esposa: está fregando el vaso de leche.

Se mete el nuevo policía y el de bigote, que ni siquiera se ha puesto en pie, comienza a mamarlo a él también. Intercalan a la esposa, planchando aburrida. Pasa otra escena de eyaculación en la boca y pasan la entrada del baño y lo que se ve es una fila de policías esperando su turno para ir a aquel cubículo. La mirada de putito del policía de bigote lo dice todo: mandará a todo el cuerpo de policías bien mamaditos a trabajar. Desde luego no pasan cómo los atiende a todos, sólo se sugiere, aunque al salir el primer policía curioso se meten tres compañeros a la vez. El de bigote ya está muy sudado.

A lo largo de la película se ven constantemente esas escenas intercaladas de las esposas, aburridas, en sus casas, creyendo que sus esposos son héroes que cuidan las calles, y el contraste radica en que sus heroísmos consisten en cuantas vergas pueden mamar a la vez u otras acrobacias.

Inexplicablemente es turno de noche, lo cual no me cuadra porque se supone que acaban de despertar por la mañana y dejado a sus esposas en casa. Están dos policías en una patrulla, y mientras uno vigila el otro se la mama. Suena insistentemente el teléfono móvil de uno de ellos, del que se deja mamar, para ser exacto, hacen acercamiento a la pantalla del teléfono, son mensajes de la esposa diciéndole que lo ama. Y cada mensaje que recibe es como una instrucción para cambiar de posición, pues el policía empala a su colega en el asiento trasero, tipo perro, o el otro se sienta a horcajadas encima de él, hasta que el de abajo revienta en su culo. De ahí los policías se van a detener a dos delincuentes de poca monta. Obvio, se los cogen.

De ahí pasan a la escena de otros dos policías. Están entrando a la casa de uno de ellos. El dueño de la casa le explica al que lo acompaña, que es el que estaba recostado en el sofá, que su mujer tiene que ir al mercado a comprar las cosas del bebé, así que pueden hacerlo a gusto. Se ponen a coger en la cama matrimonial, debajo de un ostentoso retrato de bodas. Intercalan escenas de sexo rudo y gay con imágenes de la esposa eligiendo pañales en la tienda. Intercalan también una escena abiertamente hetero, que es ni más ni menos que la esposa del policía del sofá siendo empalada por un par de negros. Dura cuatro segundos. La verdad era que la estaban fornicando tan intensamente y ella tenía una cara de lujuria tal que quise que dejaran mejor esa otra escena. Quizá forma parte de otra película, pero sabrá el cielo cuál es y si se consigue.

Pasan a otra secuencia en la que una de las esposas, la que quiso tocarle el pene a su marido, precisamente, sigue a hurtadillas a su esposo para averiguar qué es lo que él hace en sus turnos de noche que lo agotan de tal manera que ya no se la coge. Sigue a su marido y a su compañero oficial hasta una bodega que al parecer está dispuesta para que los policías vayan ahí a cogerse confianza.

La mujer ve cómo el compañero de su marido le da una mamada que ella nunca ha sabido darle. Ella está indignadísima de ver cómo su esposo está gozando bien rico de la boca de su compañero. Qué decir de la cara que pone cuando observa que su marido, al mamarle la verga a su colega, es aun más goloso, que se traga toda la verga y las bolas inclusive. Es una mamada fortísima. Se van quedando sin ropa ambos oficiales, hasta que de plano ya está el marido sodomizando a su compañero. Luego el compañero sodomiza al marido.

Como es en el mundo porno, pasan cosas que en la vida real no ocurrirían. En la vida real la esposa berrearía de rabia y armaría un escándalo, pero en el mundo porno no, en el mundo porno la esposa se calienta de ver a su marido en semejante lance, y no sólo no le pega un balazo, sino que comprende al instante e incluso entra en escena desnuda de caderas para abajo, justo cuando el colega de su esposo lo penetra furiosamente.

El marido, que se sabe descubierto, hace una cara de vergüenza muy mal actuada que dura tres segundos, y luego pone cara de estar gozando cada empalada, como si le dijese a su mujer "si lo sintieras". La esposa se acerca y mientras penetran a su esposo comienza a mamarle la verga, que con el vaivén de la penetración que está recibiendo, se zangolotea en todas direcciones.

Supongo que a propósito la esposa da una mamada muy desabrida, y ambos policías, el colega, penetrador, y el esposo, penetrado y mamado, ponen cara de que esa es la peor mamada que han visto, incluso se burlan. Por fin al esposo se le pone tiesa la verga, cosa que no ha de ser fácil si lo están jodiendo durísimo por el culo, y la esposa se comienza a colocar para recibir aunque sea una punteadilla por parte de su puto marido; la mujer intenta acomodarse para que la verga de su esposo quede metida en su coño, pero él le da una nalgada, como diciendo "ni lo pienses". Ella insiste y se quiere encajar por el coño, y él le pega más fuerte; ella baja los hombros, como derrotada, y se deja encajar, pero por el culo, que es la opción más gay que puede ofrecerle a su maridito.

Hacen un trío bisexual en el que todo gira en torno al policía de en medio. La cara de él es de gozo absoluto. El del sodomizador es de gloria, el de la esposa enculada, de angustia. El colega termina regándosele en la boca al marido, y el marido se le riega en la boca al colega. Quedan tirados en el suelo, los policías pellizcándose las tetillas, la mujer hecha a un lado.

El final es una escena grupal, y a falta de ideas, ponen a coger a todos los policías en las regaderas del departamento de seguridad pública. Pasan una escena extraña. Una revisión sorpresa por parte del presidente de los Estados Unidos. Es un tipo que se parece mucho al presidente, o tal vez lo sea, el chiste es que este supuesto gobernante llega a la recepción para avisar al oficial de guardia que es el presidente del país y que quiere hacer una inspección sorpresa al departamento de policía. El oficial de la entrada, que sabe lo que ocurre en los baños (pues se está toqueteando la verga encima del pantalón mientras ve lo que ocurre a través de un circuito cerrado), traga saliva, pero no puede impedir que el presidente haga su inspección. El presidente entra en las regaderas y ve la orgía. Al inicio como que los policías se cuadran. Unos hasta se cubren con alguna ropa. Hay un silencio durante unos quince segundos en que se intercalan miradas del presidente y de los aterrados oficiales. Luego la escena cambia. De la nada el presidente le está dando una mamada a un policía latino. La orgía se vuelca en darle al presidente la inspección que se merece. Uno a uno los policías se riegan en la cara del presidente. La escena final es una escena silenciosa. Una actriz que se parece mucho a la esposa del presidente está siendo jodida por un trío de cabrones vestidos al más puro estilo de la guardia presidencial. Pero como en los otros casos, la escena dura cuatro segundos. Lo importante es el contenido gay.

He tenido qué contar la trama para poder describir, sin distracciones, lo que ocurrió en la cama de mi tía Simone.

Estábamos tendidos en la cama. En la pantalla no se ven mujeres desnudas, ni vestidas, salvo los breves intermedios. Es decir, no puedo presumir que lo que yo estaba haciendo era del todo viril, pues la película se trata de ver vergas y más vergas, las nalgas que se bven son de hombre, las bocas que maman son de hombre, el semen recorre mejillas de hombre, los gemidos son de hombre empalado o de hombres que empalan hombres. Mi tía sí podría salir mejor librada, pues ella tenía qué ver, pues las vergas se ponen tiesas sin importar qué estén penetrando. Estábamos ahí viendo vergas los dos. Lo único que salvaba mi honor viril era que en la realidad estaba yo a lado de toda una mujer. Mi tía remolineó el culo un poco sobre mi verga y dijo:

-No sabía que te ponían caliente estas películas...

-Me pone caliente que tú las veas. Me pone caliente estar aquí contigo. La película no me interesa mucho.

-Seguro. No me expliques nada. Si te calienta te calienta, y nada más. Ya me encargaré de averiguar yo tus gustos.

Coloqué una de mis manos en la cintura de mi tía, apartando la blusa para tocar piel. No era un vientre plano, pues si bien no estaba gorda, la piel no estaba del todo firme sobre la carne, sin embargo, su temperatura y textura me eran muy agradables. Mi otra mano se deslizó sobre uno de sus pechos, que eran grandes y pesados. Por encima de la tela se sentía su pezón tieso. Ella echaba el culo para atrás, junto a mí, y yo la acariciaba.

-¿La ves seguido?

-No quiero mentirte. La veo muy seguido. Esta película me pone muy caliente. No sé por qué, o bueno, sí sé por qué pero me da algo de pena decirlo.

-Cuéntamelo a mi...

-No podría. Eres mí sobrino...

-Un sobrino que quiere acostarse contigo, ¿Cuánto escrúpulo puedo tener?

-Te voy a contar. Pero hazme un favor. No te enamores de mí, ¿Quieres?

-No sé si pueda prometer eso...

-Basta con que debas. Por tu bien...

-¿Qué puede ser tan malo?

-Soy divorciada, ¿Lo sabes?

-No me importa...

-Te importaría si quisieras casarte conmigo y descubrieras que se me ha hecho costumbre...

-Corro el riesgo...

-Hay sobrinito. Ríndete a la idea de que tu tía es la mujer más fácil del planeta, que si un chico me gusta me lo voy a llevar a la cama y no habrá lealtad que me lo impida, ¿Podrías con eso si te enamoraras de mí?

-Si es el precio de volverme loco...

-Suenas temerario. Me daría lo mismo lo que pensaras, pero a tu mamá la quiero mucho. ¿Me entiendes? Ella me enseñó mucho de lo que soy.

-No me subestimes. ¿Puedo intentar que me quieras? Si no te tengo se me rompe el corazón, si te tengo y te pierdo también, parece no haber salida. Prefiero que se me rompa disfrutando, peleando porque quieras que me quede.

-Me doy asco. Soy una cerda. Te voy a contar. Me pone muy perversa ver hombres tirándose entre sí, pero no es sólo eso. No ha nacido el hombre capaz de humillarme, y tampoco lo estoy buscando ni esperando; quizá por eso me pone caliente ver cómo humillan a estas mujeres. ¿Ves? Te dije que era aberrante la razón. Me ponen caliente ellas, me pone caliente que las hagan pendejas, me pone caliente que las engañen, y no sólo que las engañen, sino que las engañen a cambio de otras vergas. Yo he engañado mucho y nunca he sentido culpa. Esta película me da mi merecido de alguna manera. Entiendo que yo misma soy patética sintiendo de manera tan misógina, pero ¿De aquí a cuando el deseo es algo que se pueda explicar? Si me preguntaras por qué me pone tan caliente y yo te contestara que no sé, que nunca lo había pensado, estaría diciéndote la verdad, estaría siendo honesta. Mira, en esta escena en que la esposa sigue a su marido y lo sorprende en la bodega es la que más me desquicia, es aquí cuando no puedo más y saco de mi cajón a mi amigo y me hago correr sola. ¿Quieres ver cómo?

-Por supuesto.

Mi tía sacó la verga de plástico y, me aclaró, se llama Mickey. Pues bueno, Mickey era, sin más ni más, una enorme verga de negro, venuda, gorda, larga, con una dureza y necesidad de coger perennes. El coño de mi tía era, según pude apreciar, un ovillo más bien estrecho flanqueado por un par de labios muy distendidos, como pequeñas orejas sonrosadas que nacieran a la orilla de su hendidura. Cualquiera diría que aquellos pliegos de piel eran emblema de lo mucho que mi tía había jodido en su vida, como si el coño estuviese hecho de algún tipo de cera que a suerte de ser penetrada se extendiera como una tortilla, sin embargo, algo en mi interior me avisaba que aquellos pliegues que parecían pequeñas orejas eran una particularidad del coño de mi tía, una particularidad que la hacía especial desde virgen, la anatomía de su coño, aquello que lo convertía en una orquídea hambrienta, de pétalos pronunciados. Vi que se puso un poco de saliva en la yema de los dedos para comenzar a frotarse el coño. Así que solícito me ofrecí a humedecer su coño. Ella aceptó, e incluso sugirió que fuera al cajón del tocador por un frasquito de lubricante con extracto de mosca española, o eso decía la etiqueta en inglés. Le di un trago al lubricante y luego encajé la boca en su sexo; mi boca comenzó a manar el lubricante encima de ese beso que nos estábamos dando, ella, con sus labios vaginales comiéndome la boca, yo besándola como un anestesiado que no puede retener ni el lubricante ni la saliva, como si estuviese en un consultorio de un dentista. Mi lengua comenzó a entrelazarse con los pistilos de la flor de mi tía, con esos pétalos sensibles que me abrazaban la boca completa. Entre mis labios y mi lengua degustaba aquellas carnosidades exquisitas, que ya bajo calor se extendían aun más. Por lo que pude ver, chupar aquellos pliegues era algo que mi tía adoraba como nada en el mundo, no sólo que no fuese tomada por extraña por mí, pues ciertamente esos pliegues no eran usuales, sino que se sentía aceptada, descubierta en su especialidad, en su singularidad, que los pliegues sirvieran para quererla en la especial forma que su cuerpo exigía. Mi lengua libaba aquella flor cuando su mano me retiró. Su cara estaba absolutamente roja. Con su voz ronca me aclaró que sólo la iba a humedecer.

Me senté a su lado, miré la película, la esposa se le estaba ofreciendo al marido y éste la rechazaba mientras estaba siendo empalado duramente. Mi tía agarró a Mickey y, sin mucho remordimiento, se encajó la enorme verga en su sexo. Al introducirse, el enorme ariete llevó consigo al interior de la cueva de mi tía a los dos enormes pliegues, y el ruido que estos no hicieron fue expresado por un suspiro de mi tía, como si se le hubiese clavado una verga incandescente que la marca para siempre. Comenzó a mover con gran fuerza la gruesa verga, como si su coño fuese un mosquete y ella lo estuviese cargando de pólvora, preparándose para disparar un orgasmo mortal. Así estaba como apuñalándose. Pude ver que lo que ella más adoraba era que la enorme verga metiera y sacara sus pliegues de su vagina, como si fuesen las enormes alas de una mariposa de piel que se hubiese posado en las mieles de su clítoris, y al arremeter con el ariete las alas sucumbieran en el hoyo recién hecho, implotando, quedando presas entre la cara externa de la dura verga que se mete y las inefables paredes incandescentes de su vagina. La medida exacta de la metida era que pudiese meter y sacar las alas de la mariposa, ni más ni menos.

Cuando en la pantalla estaba el esposo siendo penetrado por el culo, la esposa siendo penetrada por el culo, y el esposo y el amante de éste se miran burlándose del culo de la esposa, mi tía se metió a Mickey a una profundidad que no intentaría sobria. Un líquido viscoso comenzó a chorrear de su sexo. Se estaba viniendo en toda su miel. A partir de ahí movió a Mickey con muy poca velocidad. Era obvio que su coño se estaba cerrando y abriendo alrededor de Mickey, en estertores divinos. Sin importarme lo gay que me pudiese ver, me bajé a mamarle el coño a mi tía cuando todavía tenía a Mickey bien ensartado. Con la lengua delimitaba ese precioso aro que formaba el coño de mi tía al abrazar a Mickey, y rozaba con la lengua las devastadas e hinchadas alas de la mariposa. Al contacto de mi lengua, mi tía encajó a Mickey muy profundamente de nuevo, pero esta vez lento, y vertió en mis labios y lengua una generosa cantidad de miel. Mi tía respiraba con dificultad, había sido un orgasmo muy intenso.

Los dedos de mi tía estaban brillantes, Mickey estaba brillante, negro y resplandeciente en su negrura. Mi cara, mi boca en general, estaba brillante, embriagado por el dulce sabor de mi tía. Mi tía acomodó todas las almohadas detrás de sí y se recostó cómodamente. Se quitó la blusa y quedó un hermoso corpiño que apenas y si sostenía ese par de enormes pechos que tenía. Sin dejar de jugar con Mickey en su vulva, me pidió que me desnudara lentamente. Así lo hice, empezando por las partes que revisten menor interés, como la camisa, y dejando para el último los calcetines y calzón. Cuando desnudé mis pies mi tía estaba muy atenta de su forma. Por fin me quité el calzón y dejé a la vista mi verga. No era como Mickey, pues mi verga mide escasamente diecisiete centímetros, pero tiene a favor el acierto de estar ancha, especialmente ancha, y otro detalle, está viva, caliente, pulsa, tiene su propio sabor, temperamento, se viene bellamente, es gentil, comprensiva, tiene su propia energía que abre caminos, que da forma, se comunica, y es aliada de mi voluntad.

Con la vista fija en ese ovillo que mi tía se había abierto entre las piernas, en esa gruta que había sacado de aquella tímida fisura, alquimista del vacío, escultora del hambre, creadora del hueco que llama como canto de sirenas, mirando fijo, mi verga danzaba trémula.

Ella sonrió complacida de esta verga que acababa de descubrir, dijo:

-Me impresionas sobrino.

Con una mano continuaba meneando a Mickey dentro de sí, y con la otra mano se palpó la boca, como diciendo, "vamos, no me hagas esperar, pónmela aquí". Ya me iba yo a enterar que el cuerpo de mi tía era un disfraz que la voracidad usaba para lucir tímida y frágil en sociedad. Mi verga es, como he dicho, ancha, mientras la boca de mi tía, si bien tiene una forma de corazón, divina, es en verdad pequeña, sin embargo, una vez que me paré encima de ella e hice pendular mi palo cerca de sus labios, ella abrió sus fauces de una manera descomunal, y no sin esfuerzo se tragó mi verga entera. Comenzó a mamarme, primero sujetando mi pene con su mano libre, después soltó el tronco y me apretó de las nalgas para mamarme sin manos, como si ella quisiera ser un vil agujero donde meterla. Clavándome las uñas en la nalga entendí bien pronto que mi tía no estaba para exquisiteces, así que comencé a joderla por la boca, rudamente. Ella, que habría de estarme sintiendo hasta la garganta, manaba una cantidad asombrosa de saliva. Puse mis manos en la pared para no perder el equilibrio y para poder clavarla mejor. Sentí como su boca me aprisionó, sin cortarme la verga, claro está, pero con la suficiente ferocidad para que yo dejara de bombear. Encontré la explicación: Mientras yo la fornicaba por la boca ella había comenzado a darle duro a su coño con Mickey, y cuando atrapó mi trozo de carne entre sus dientes, paladar y lengua, se estaba corriendo de nuevo.

Me quité de sus labios. Nos besamos en la boca. Nuestras bocas estaban en un estado lamentable, llenas de todo además de saliva. Sabíamos al otro, y eso nos ponía muy calientes. La película se estaba terminando, así que mi tía aplanó un botón y volvió a comenzar.

Mi tía se recostó de lado, cruzando una pierna, dejando a la vista su coño y su culo. Me pidió que tomara un condón del cajón. Me sorprendió ver que era una caja grande de condones la que tenía en el cajón, una de esas cajas de ventas por mayoreo que sólo pagan quienes tienen negocio. Fue ahí que caía en cuenta que no obstante que Mickey estaba diseñado para ostentar toda clase de venas y rebordes, estaba enfundado en un condón ribeteado, lo que lo hacía más accidentado en su superficie. Era una caja de cien condones, y faltaban como unos treinta. Me coloqué el condón.

Cuando voltee a ver a mi tía, que permanecía de ladito, ella se había comenzado a distender el ano con un par de sus dedos. Como lubricante utilizaba sus propios jugos, que ya tenían lubricante. Y así, de lado, y sin sacarse a Mickey para nada, me invitó a que me la clavara por detrás. Me coloqué detrás suyo, tan detrás como uno puede ponerse cuando se está de lado, y comencé a puntear su culo con mi verga. Si bien la tengo ancha, mi glande tiene forma como de flecha, lo que hace más sencillas las tareas como ésta. Poco a poco comencé a abrir el anillo de mi tía. La punta entró completa, pero aun faltaba lo más difícil, el ancho tronco de mi pene. Me deslicé con la delicadeza que puede permitir esta caricia ruda, abriendo el esfínter de mi tía, que para soportar la estocada jugaba despacio con Mickey, rozándose los pliegues de la vagina. Una vez que metí el tronco todo fue gozar.

En el sexo anal lo importante es abrir, pues lógico, la profundidad es siempre inalcanzable, pero el ancho del arillo es lo difícil. Lograda la anchura, el dolor se ha de transformar en una soportable y disfrutable pasión animal en que las venas de la verga provocan todas las terminales nerviosas que hacen del ano una bomba de tiempo. Yo sabía eso y sabía cómo aprovecharlo en el ano de mi tía. No se trata de romperle el culo, sino de provocarlo, presionarlo, llevarlo a su límite de sensación, con firmeza pero sin violencia. Mi tía estaba bufando de placer, sintiendo mi envestida y dándosela ella misma con Mickey. Seguíamos un paso armónico. Mi tía me ofreció su boca.

Yo ahí, empalándola por el culo, ella de lado, encajándose una verga descomunal en el coño, y ambos besándonos, a eso llamo yo una escena hermosa, belleza pura, musicalizada por nuestros jadeos, perfumada con nuestro sudor, ambientada con nuestro calor. Estábamos hechos de agua, su piel se deshacía en mi lengua, todos sus sabores se agolpaban en mis papilas gustativas, quería beberla, su cabello era la melena de Medusa hecha de serpientes que me miran y rodean; nuestras manos estaban entrelazadas, ni lo habíamos notado. Mi tía me miraba enamorada, enamorada. Pregunté:

-¿Estás enamorada en este instante?

-Si. Me enamoro de cualquiera que me hace el amor.

Ella arrojó a Mickey a un lado de la cama. En el monitor de la televisión una fila de policías espera su mamada. Mi tía quiere montarme. Tiro el condón que traigo puesto, mi tía me pone otro. Me tiendo de espalda sobre la cama y ella se dispone a cabalgarme. Por alguna razón el calor del coño de mi tía es aun más intenso que el de su ano. Su coño, luego de estar siendo penetrado por Mickey durante casi una hora, y luego de cuatro orgasmos cuando menos, no podía estar muy estrecho. Mi tía, sin embargo, se las ingenió para montarme con mucho vigor, cuidando de proporcionarme roces siempre. Ella estaba encima de mí como la golosa que es, sintiendo la dureza de mi palo, haciéndolo como le daba la gana. Sentada sobre mí me bombeaba como si fuese hombre, sólo que la verga se le metía a ella, sin embargo, el bombeo de cadera que ella hacía era muy masculino. Luego de remolinearse sobre mí, encajada en mí, cedió. Aproveché para voltearla, pasándome yo encima de ella. Abrí sus piernitas lo más que se puede, que es mucho, y comencé a penetrarla salvajemente. Ella no dejaba de morderse los labios, ya los tenía hechos garra, hinchados, con tres o cuatro capas de labio mascado. Su piel era roja.

No sé si ella sentía algo para esas alturas, pues más bien ya se había olvidado de sí misma y lo único que parecía importarle, lo único por lo que valía la pena vivir o morir, es que yo me regara encima de ella con tanta violencia e intensidad como ella lo había hecho. Todo su organismo pasó a ser un sirviente sexual, a acomodarse como yo quisiera, dejarse penetrar a mis órdenes, siendo la mujer que yo quisiera, cada gemido, cada mirada, cada movimiento de pelvis, cada abrazo de su vulva, cada aroma que emanaba de detrás de sus orejas, cada olor suyo que invadía mi nariz, cada verano suyo que se apodera de mis estaciones, cada canto que brotaba de su garganta, todo perseguía una única misión, arrancarme de mí mismo en forma de leche hirviente, sacarme de este mundo, hacerme inmortal por segundos, matarme en segundos. Y lo sentí venir, desde el cóccix, pasando por mis testículos como un tren bala, un flujo incandescente de semen se avecinaba. Para mi pesar, o tal vez por capricho, me salí de ella y con la mano me terminé, arrancando el condón, vertiendo toda la leche caliente sobre el pecho sudado y brillante de mi tía, y al caer, las gotas generaban vapor. De no sé donde mi tía me colocó otro condón y me llevó a entre sus piernas a que la penetrara más, y al cabo de un rato sucedió lo que yo creí improbable: otro cúmulo de semen se avecinó, esta vez mucho más fuerte, mucho más violento, un estertor que casi duele, me regué dentro de las piernas de mi tía, impulsando mi cuerpo hasta el fondo, sintiendo el serpentear de mi verga dentro de ella, expulsando el semen que ya no estaba, aullando, bramando, haciendo de la anterior leche un batido entre nuestros cuerpos.

Quedamos tendidos ahí. La película volvió a terminarse. Mi tía no la puso más. Luego de una hora de lasitud, de volver en sí, nos metimos a bañar. Yo a mi tía la vi virgen de nuevo, virgen perenne, virgen inextinguible, incombustible.

Hablamos un poco, quedamos en que intentaríamos ser el uno para el otro. Yo sería su novio, ella mi tía dispuesta a quererme. No fue simbólico, sino real, que me diera la llave de su apartamento.

En mi teléfono había un mensaje de mamá, decía que se había desocupado temprano y si yo quería podía pasar con ella a tomarnos un café en la casa. Yo ya sabía cómo terminaba aquello. El café era pretexto para que yo me quedara en casa, ella me llevaría a dormir y sentiría que su niño no se ha ido, o algo así. Es una cursilería, pero así son las cosas. Esto, en esta ocasión, podría ser curioso, pues otro de nuestros ritos es que a mi madre siempre le cuento cuando me enamoro, y siempre me pregunta cosas de la chica que me roba el corazón. Siempre apuesta ella que mi felicidad sea para siempre, y soy yo quien estropea las cosas, o me las estropean a veces. Ella nunca ha fomentado que ande con una o con otra, aunque lo entiende, de hecho ella es de la idea de que cuando uno queda con una sola mujer y para siempre es más probable que se llene toda la oquedad del alma. De una cosa estaba yo seguro: esta vez estaba ciertamente enamorado.

Llegué, nos tomamos el café. Me miré al espejo de la entrada de su casa, mi rostro era glorioso, de ángel, el hombre más feliz del planeta, el hombre más puesto a prueba en las piernas de una mujer. Cualquier madre que se precie de conocer a su hijo sabe cuando una mujer lo ha gozado. La mía no es la excepción, y lista como es, es probable que a mi llegada ya supiera todo lo que había pasado y con quién, eso de manera deductiva si no es que mi tía ya le había hablado para contarle. Todo hijo que se precie de conocer a su madre sabe cuando se la han cogido, pero yo no pienso en eso, la verdad, lo deduzco y me parece normal, me parece vital.

Terminé recostado sobre sus piernas. Ella con sus manos me revuelve el cabello. Yo me siento extrañamente pleno. Esta mujer tiene qué ver con todo lo que soy, y además me simpatiza, me cae bien, la quiero. ¿Qué más puedo pedir?

-Tú has de creer que sigues siendo para mí un bebé, ¿Cierto?

-Algo así. En tus brazos siempre me siento pequeño.

-Te equivocas. Desde hace mucho me convencí que no eras de mi propiedad. Veo como creces y me siento orgullosa de quién eres. No puede ignorarse que muchos de mis mejores instantes tienen o tuvieron qué ver contigo. Pero eres un hombre. Cuéntame. Te veo feliz, conozco esa cara...

-Conocí a una mujer...

-¿Te gusta mucho?

-Muchísimo.

-¿Cómo es?

-Singular. Es lo que puedo decirte. Es singular. Siento que nunca en la vida he tenido mal de amores y creo que con ella los voy a tener. Pero no puedo evitarlo.

-¿Qué te ha dicho que te inquieta tanto?

-Que es la mujer más fácil del mundo...

-Tal vez eso lo dijo para darte celos, tal vez está gritando que la hagas tuya solamente...

-Dice que está loca.

-Quiere un loquero como tú...

-Me pidió que me marchara de su casa...

-Quería que te quedaras...

-No quiere que me enamore...

-Te cuida de ella. En realidad es lo que mas desea. ¿Estás enamorado?

-No lo sé...

-O sea que sí. ¿Qué haces aquí? Regresa.

-Te veo luego.

-Me la saludas.

Cuando entré al apartamento de mi tía, ella bebía un café encima de un sillón. Estaba en bata, sin trazas de querer dormir. Al verme entrar su rostro se iluminó, sonrió, me dio la bienvenida. Si alguna vez alguien te ha dado una bienvenida así, sabrás de qué hablo. Seguro ha pasado.