Diez de mayo con mi tia (4)
Continua la saga con un invento.
DIEZ DE MAYO CON MI TÍA IV
Cuando desperté lo que vi frente a mí fue el hermoso rostro de mi madre, sus ojos cerrados con una paz indescriptible, su boca esbozando una sonrisa que me acariciaba el espíritu. No se me hizo raro encontrar que debajo de su rostro estuviesen sus pechos desnudos, con unos pezones tan magníficos que sostenían la danza acompasada de su respiración. Esos pechos me habían nutrido alguna vez, no hay mejores pechos de los cuales un hombre hubiera podido beber, honestamente.
Ella me abrazaba. Abrió sus ojos y fue como si amaneciera dentro de la habitación. Ya que me identificó me sonrió y me apretó contra de sí. Se retiró pronto porque, estando yo recién despertado, tenía mi deslumbrante erección matinal. Accidentalmente el canto de mi verga rozó su vello púbico, dejando en la espesa mata un rastro de baba, tal como si un caracol hubiese paseado alegremente en aquella selva misteriosa. Nos reímos.
Me levanté para ir a orinar. Simone no estaba en la cama. El olor del tocino y el sonido del extractor de jugo me daba una pista de lo que estaba haciendo. Mi madre pasó desnuda frente a mí. Se metió a la regadera. El tabú se había roto, o eso creí. Yo no podría imaginar que tanta apertura de mi madre, y mía propia, se debía al instinto de inhibir una rabia que probablemente era superior a nosotros. Para mí no había sido grato saber que mi madre se estaba revolcando como una perra junto a dos agraciados cabrones que con gusto jugaban esgrima dentro de sus caderas; pero ante lo impotente de mi situación, mi alma me disfrazó de fortaleza y de espíritu generoso, así que no pude sino aceptar como normal todo aquello que no era normal.
A ella también la compadezco, no ha de ser amable que su fama pase en un abrir y cerrar de ojos de virtuosa supuesta a puta confesa. Sus secretos y mi inocencia habían sido dinamitados al unísono, ambos habíamos perdido a esos seres queridos que eran aquellos sentimientos, aquellas viejas y queridísimas seguridades. Ahora, esta mañana, ella y yo éramos nuevos, y teníamos que inventar nuestra nueva manera de relacionarnos y... querernos. Yo había asumido como normal que mi madre en brama se hiciera de las vergas que quisiera, dos o diez, daba lo mismo; y ella asumió como normal que su niño se jodiera a su amiga en un cuarto contiguo a ella, con puerta abierta o cerrada, con ella sin ver, o viendo.
Todo parecía tan lindo e idílico, tan aparentemente libre, como si vivieramos en una comuna, pero sin embargo se respiraba una tensión, y yo sospechaba que esa tensión no era conmigo o respecto de mí, sino entre ellas, entre mi madre y Simone. Para mí sería muy triste que ellas se enemistaran, y ni modo de decirles que se den la mano y un abrazo.
No era día de trabajar, podíamos quedarnos ahí todo el día. Al cabo de un rato estábamos todos sentados en una pequeña mesita que había ahí. Almorzamos en relativo silencio, pero en medio de una dicha fascinante. Los tres teníamos los labios hinchados, por no decir heridos, de tantas mordidas dadas y recibidas ayer.
-Que día el de ayer- dijo mi madre.
-Que ni lo digas- dijo mi tía.
-Así es, aunque quedó algo pendiente...- dije yo.
-¿No completaste?- dijeron ambas al unísono.
Yo me reí y les dije No me refiero a eso. Tú me ibas a mostrar un invento.
-¿Ya te lo dio?- preguntó mi madre, como si estuviera enterada de qué se trataba todo el asunto.
-Si. Ya me lo dio.
Mi tía se fue detrás del sofá y sacó una caja de tamaño mediano. De él extrajo un aparato.
-¿Qué crees que es?- Preguntó.
-No lo sé- dije- me da la apariencia de que es una linterna de gas. Tiene toda la pinta de ser una linterna, pero ese cuadro de ahí me parece absolutamente inusual. Parece esas linternas que usa la policía para detectar sangre que ha sido lavada, huellas de crímenes. Una linterna de luz oscura.
-Por ahí va la cosa. Pero al parecer necesitas ver un programa antes de que te explique para qué sirve...
-No, por piedad. No hay qué ver ese programa, ya cuéntale y listo.- dijo mi madre.
-Sí, hay que verlo.
Pese al disgusto de mi madre nos fuimos a la recámara y mi tía puso en el reproductor de DVD un disco de National Georgaphic de "LEONES Y HIENAS: ENEMIGOS ETERNOS". Bueno, ahí me tienen viendo un especial de fauna salvaje mientras me moría de la curiosidad acerca del funcionamiento de la dichosa lámpara. Una parte parecía ser la más importante, según me avisó mi tía: en ella una leona, de nombre Motsumi, regresa luego de parir cachorros, perderlos en manos de las hienas y ser mordida por una cobra. Cuando regresa a la manada, los miembros de ésta la huelen, ven sus rasguños, le ven los ojos. El comentarista dice algo más o menos así como "por su olor y sus rasguños comprenden todo lo que le ha ocurrido, en su cuerpo lleva las huellas de los últimos meses". Mi tía me dijo al final.
-¿Sabes cuál es el nombre de este proyecto científico?
-No.
-Se llama "Proyecto Motsumi"
-¿Motsumi?
-Si. Motsumi soy yo.
Me quedé de ascuas. Mi tía dijo no estar en condiciones de explicarme nada hasta que oscureciera. Sacó de su colección de películas una que se llama "Trouble every day" (Título que aquí en México lo he visto traducido de dos maneras, ambas estridentes: Un oscuro deseo y Sangre caníbal). de Claire Dennis, una directora francesa, con una sugerente banda sonora de Tindersticks. Nos pusimos a verla. Era una cinta muy femenina pero ruda e intensa. Mientras la veíamos nos consentimos un poco. Se sobreentendía que los tres habíamos fornicado salvajemente el día anterior y nuestros cuerpos resentían un delicioso dolorcillo en cada músculo utilizado, además de eso, la fiebre en la sangre no había desaparecido, pues según pude entender, ninguno de los tres había tenido bastante, los tres queríamos estar haciendo lo mismo de ayer. Mi tía tomó de un neceser una crema refrescante; según ella, con aquella crema se nos aplacarían las llamas.
Aquello era extraño. Estábamos los tres en la cama, medio vestidos con ropa muy holgada, nada de cintos ni botones, puras prendas que pueden hacerse a un lado con un simple desliz de la mano. Mi tía con un pantaloncillo de algodón, elástico, blanco, que permitía ver con claridad todas sus formas, incluso las más ocultas, pues no llevaba bragas, en el torso llevaba una blusa ombliguera de un color amarillo que se oscurecía ahí donde se cubrían sus pezones. Mamá llevaba una falda roja con un vuelo amplísimo, y encima una blusa color café que tenía un escote muy pronunciado; en realidad no era una blusa para salir a la calle, sino una blusa de dormitorio, con algo de encaje al borde del escote. Yo llevaba un pantalón de mi tía, blanco, elástico, y encima una camiseta sin mangas también de color blanco. Sin razón alguna, el pantalón revelaba que tenía una erección inmotivada, no pedida, innecesaria. Debajo de los pantalones no llevaba trusa, así que mi pene podía ir en la dirección que quisiera. Nuestra ropa era un reflejo exacto de nuestro hedonismo.
Mi tía propuso que improvisáramos un spa casero, y más que casero, en la cama. A mi madre y a mí nos pareció una excelente idea, total, ¿A quién no le gusta que lo estén consintiendo? Mi tía colocó un sahumerio que comenzó a perfumar toda la habitación. La película nos hipnotizaba desde el monitor, le poníamos atención, pero no tanta. Los tres la habíamos visto ya. Sonó el teléfono. Mi tía se puso en pie en medio de maldiciones y se dirigió a la sala para contestar. Regresó casi de inmediato.
-¿Quién era?- preguntó mi madre.
-Era Lesbia- le contestó mi tía.
-Ah- dijo mi madre, como si supiera quien era esa tal Lesbia. Yo quise preguntar quién era aquella mujer de nombre tan iconoclasta, pero no lo creí oportuno porque mi tía comenzó a explicar que no quería interrupciones, que había desconectado el teléfono y el timbre de la puerta.
Mi madre fue la primera en someterse al spa casero. Se tendió boca abajo encima de la cama, mi tía le alzó la falda hasta poco más arriba de las corvas, sus piernas eran dos columnas blancas de una tersura impecable.
-Tú una pierna y yo la otra- dijo mi tía.
La crema era una maravilla. En verdad que era refrescante, pues por más que frotaras tus manos para calentarla no lograbas entibiecerla siquiera.
-Esta crema no es para untarse tibia, Lucas, es fría. Si quieres cremas calientes compra cremas calientes; esta es para que la diferencia de temperatura se note, no para que no se perciba. Tu Mamí no se va a enfermar, no te preocupes, y sin duda disfrutará que nuestras manos estén frías. Después de todo lo que necesita es que se le quite lo caliente...
Yo no tenía licencia todavía de reírme de los dobles sentidos de mi tía, es decir, no podía reírme si la víctima de sus picardías era mi Mamá.
Nunca en mi vida me había resultado tan claro que los pies de mi madre eran hermosos. Durante toda mi vida había permanecido ciego. Toda la vida había pensado que mi madre dirigía su arreglo personal en dirección de verse bien, por vanidad femenina quizá, por una búsqueda de estilo, qué se yo, pero ahora, ahora estaba seguro que se arreglaba porque quería atraer hombres, quería que hombres le sonrieran y le invitaran a un café o una copa, que lograran hacerla sentir deseada y ella corresponder a sus deseos, predecibles por demás, de penetrarla. Sus pies los veía ahora como un anzuelo más, como un señuelo de pez abisal que atrae infinidad de vergas marinas, el que los cuidara tanto, que los mantuviera sin callos, con sus uñas siempre cubiertas de esmalte rojo, su exquisita cadena de oro al tobillo, todo era una invitación a acostarse, a amar, sin amor, sin trama, por el mero gusto de sentir entre las piernas el vigor de un hombre rendido a sus encantos y sus instintos. Me di cuenta que en eso del sexo mi madre era la mujer más vigente del mundo.
Comenzamos a sobarle los pies. Yo deslizaba mis dedos por toda su planta, dejando que mis yemas patinaran en su arco, sintiendo el interior de su piel, sus huesos, sus músculos, su agua; sus pies ardían, y mi mano estaba fría, extinguiendo el incendio tenazmente. Uno a uno repasé los dedos de sus pies. En realidad o no estaba siendo creativo, pues lo que hacía era mirar lo que mi tía realizaba y copiarlo. Si ella oprimía el metatarso, yo oprimía el metatarso, si ella merodeaba los dedos con sus yemas, yo lo hacía. La piel de mi madre siempre ha sido un motivo de orgullo para mí, y afortunadamente había heredado de ella eso, que la piel estuviese tersa y perfecta, que los perfumes nos fijaran de manera extraordinaria, que olíamos bien siempre. Mi tía fue subiendo su masaje hasta el tobillo. Yo hacía lo mismo que ella, acaso con la ligera variación de que yo tenía que esquivar esa cadenita de oro que me atormentaba; que iluso, siempre había pensado que las mujeres con cadenita en el tobillo eran unas cachondas, pero siempre creí que la excepción era mi madre, ahora sé que no.
Yo era el espejo de mi tía. Mientras recorríamos las pantorrillas de mi madre, ésta emitía gemidos placenteros. Sin duda se la estaba pasando muy bien. Llegamos a las corvas, a los muslos. Mi tía imprimía mucha intensidad a su masaje, y yo también. Sin duda que mi madre sentía el dolor muscular, pero en esta versión deliciosa de ser tocado. Mi madre se relajaba más. De un jalón, mi tía levantó completamente la falda de mi madre, dejando a la vista sus caderas desnudas, pues no llevaba bragas.
-Tú sigue con las piernas, yo voy a masajearle las caderas y su culito. ¡Pobre culito, le exigen mucho!
Mi madre, que según esto estaba quedándose dormida, le tiró un manotazo juguetón a mi tía. Mi tía lo que hizo fue reírse. Tomó el bote de crema y vertió un chorro de crema en el ano de mi madre, mismo que se contrajo bajo el paso de aquella gota de semen frío y blanco. Mi tía comenzó a distender la crema blanca en el arillo de mi madre, con verdadera compasión y ternura, sin embargo, era la compasión y ternura de un demonio, de esos que hacen algo ondeando la bandera de inocencia pero seguros de estar tentando sin falla. Mi madre, supuestamente dormida, rasguñaba la sábana al contacto de aquellos dedos que envueltos en crema pretendían curar al pobre culito de la jodienda del día anterior. Mi madre abrió las piernas. Yo le masajeaba las corvas e intentaba no ver lo que hacía mi tía, pero era imposible evitarlo porque todo sucedía frente a mis narices. Mi tía, por higiene supongo, masajeaba la carne del ano con la mano izquierda y la carne del coño (porque está hecho de carne) con la mano derecha. En verdad que se trataba de un masaje reconfortante y sanador, sin embargo, nada me garantizaba que las terminaciones nerviosas de la vulva y ano de mi madre no cumplieran su misión gozosa. Mi mente se echó a volar intentando imaginar si la textura de la piel siempre húmeda del coño en realidad cambiaba con la crema, es decir, me invadía la curiosidad de si en verdad se ponía más suave. En fin, tendría que esperar a que fuese el coño de mi tía el que estuviese envuelto el crema para poder despejar todas estas dudas, y entre tanto, miraba con curiosidad asexual el tono pardo del culo de mi mamá, y el interior rosa y brillante de su coño entre los dedos de mi tía, reprimiendo mi olfato para no advertir el dulce aroma de su vientre. Si me asaltaban tantas ideas era porque así acostada, con su rostro de cara al colchón, con el cabello cubriéndole el rostro, aquel culo era como cualquier otro. El brillo fugaz de los dedos de mi tía al meterse en el coño de mi madre me tenía babeando de curiosidad. No lo sé de cierto, pero es probable que mi tía estuviese haciendo todo a propósito de inquietarme. Mi tía decía mientras masajeaba las partes de mi tía:
-Tu culo es como un nido caliente. El calor de tus nalgas es nada comparado con la temperatura que comienza a tener tu cuerpo en aquellas partes en que se entra a él. ¿Te gusta?- mi madre asintió con la cabeza, pero no habló- ¡Qué suerte metértela amiga mía!
Yo seguía en las corvas y en los pies. Cuando pasaba mis dedos entre los dedos de los pies de mi madre ella me aseguraba las falanges de mi mano con sus deditos, creyendo quizá que mis dedos eran iguales que la sábana que ella arrugaba en sus puños. Mi tía cubrió con la falda las caderas de Mamá y comenzó a dedicarse a la espalda. Cuando mi tía dejó de masajearle sus partes, mi madre suspiró con alivio. Mi madre se durmió. Mi tía y yo comenzamos a masajearnos de una manera nada inocente. Acostados junto a mi madre nos hacíamos doler cada músculo. Mi tía fue muy cuidadosa de masajearme la verga, pero sin agitarla, nada que fuese parecido a una masturbación. Sin duda quería que produjera litros de leche, pero que no los regara... por ahora.
Por fin oscureció. Mi tía me dijo que tendríamos que hacer un experimento. Despertamos a mi madre, quien abrió los ojos en compañía de una sonrisa. Mi tía le insinuó que sin duda se la pasaba bien en sus sueños, a juzgar por la carita con la que había despertado. Mi madre no negó que en sus sueños ocurrían experiencias de exquisita rudeza.
Mi tía me llevó al sofá y me abrió la bragueta. Mi madre se sentó frente a nosotros. Nadie pareció estar en desacuerdo con el experimento que estaba por venir, pues se trataba de algo estrictamente científico. Mi tía se puso de rodillas y comenzó a mamarme la verga, pero en este caso, bañó mi palo de saliva, y más que mamarme me agitaba la verga con sus puños. El spa doméstico había tenido, por decirlo así, unos interesantísimos efectos reconstituyentes de semen, así que sentía las bolas repletas de esperma listo para regarse a temperaturas altísimas. Era tan frenética la mano de mi tía que supe bien pronto que no soportaría demasiado antes de lloverme en sus manos y boca. La boca de mi tía se distendía en sus comisuras como la boca de una serpiente, y el grueso de mi verga llenaba toda la anchura de su hueco. El embiste era tan violento que sentía el golpear de la garganta de mi tía en la punta del pene, mientras su lengua lamía viva toda mi carne. Se encajaba su cara de manera furiosa, como si quisiera hacer más pequeño mi miembro viril. Con una de sus manos me apretaba las bolas y las rozaba tan sutilmente que me provocaba un corto circuito en la cabeza, pues por un lado me estaba comiendo de forma realmente caníbal y por otro lado me rozaba de la forma más sutil, creando corrientes eléctricas en mi cuerpo y oleadas de frío que recorrían mi espalda en forma de poros que se erizan. Instintivamente dejé de estar pasivo, tieso y dispuesto a recibir las mamadas, y paulatinamente comencé a mover las caderas, tal como si le estuviera metiendo la verga en su coño infinito. Ver las mejillas repletas de verga, los ojos de mi tía desorbitados, y sobre todo su actitud aguerrida, me estaban provocando demasiado. Quería regarme y gritar al hacerlo. Mi madre me miraba con un aire nostálgico, como si no viese nada, como si no estuviera sucediendo todo, como si yo no fuese real.
Con la mano, mi tía invitó a mi mamá para que se acercara y viese mejor. Mamá se sentó en el descansabrazos del sillón, colocándose en un sitio donde pudo ver mejor lo que seguía. Mi verga comenzó a manar el blanco semen, gotas de densa blancura dibujaban matrices inexistentes en el aire. La primera gota, la más visceral, la que produce un dolor delicioso en el ojo del pene al salir de manera tan violenta, fue a parar por igual en el encaje de la blusa de mi madre y en su tersa y blanca piel. Imaginé que sus poros se alzaron de alguna manera, que mi gota de semen se veía maravillosa en esos pechos que me habían alimentado algún día. Ella dio un grito de sorpresa, como cuando asustan a alguien con un espantasuegras, y se alejó para que no fuese a caerle más leche.
Las gotas se derramaban calientes sobre los puños de mi tía, quien tenía aprisionado mi palo en sus garras. Mi madre aplaudió el espectáculo dado por mi néctar, como si presenciara la actuación de una fuente artística, aunque su mirada no reflejaba absoluta comodidad. Presiento que le hubiese gustado que yo fuera otro, así podría haberme comido junto con mi tía, o dejar que deslizara mi verga entre sus pechos mientras volvía hacia afuera la lava incandescente en sus blancos y redondos montes. No ha de ser una idea totalmente demente pensar que este par de damas en más de una ocasión habrían compartido algo más que una tasa de té. Mi tía comenzó a lamer el semen de sus manos, y una vez que su boca estaba nevada de mí, se acercó a mi rostro. Su aliento era obsceno, su boca me invitaba a besar lo blanco de su lengua. Sin escrúpulos comenzamos a saborear mi semen en los labios del otro. Esos besos duraron cerca de cuatro minutos, hasta que mi madre dijo:
-Esto ya es mucho para ser científico. Vamos a lo siguiente.
Mi tía me mandó al baño y me exigió que me lavara la boca muy bien. Fue decepcionante tener que guardar tanta higiene cuando ni siquiera me dejaba de latir el pene, y así, entre estertores del orgasmo, me tuve que bañar, y tallarme los dientes, y la cara. Quedé tan limpio que podrían darle de comer a unos bebés derramando leche materna sobre mi piel y éstos podrían libar ese alimento directamente de mi piel sin enfermarse, así de limpio quedé. La boca y la cara quedaron más puras que cuando nací. Quedé impecable. Ya que eso había sucedido me pidió que me desnudara y que fuéramos a la habitación.
Ya en la habitación trajo la lámpara del Proyecto Motsumi, y dijo:
-¿Has escuchado de la cámara Kirlian?
-Muy poco. Sólo sé que es una cámara con la que se retrata el aura. Puedes saber si una persona está enfadada o meditando, porque su aura reflejará distintos colores. Nunca me he creído que sea muy efectiva, pues eso que llaman aura bien puede ser el reflejo térmico de las emociones, y no tanto un elemento etéreo.
-¿Qué pensarías si te dijera que Sergio ha logrado inventar una lámpara que revela la experiencia sexual de la persona que ilumines con ella? No me preguntes cómo, pero lo hizo.
-¿Por qué la experiencia sexual y no otra?
-Porque así lo quiso él. Cuando él me vio me deseó mucho, y lo que más le atraía de mí era pensar que yo había vivido todo lo que él no había vivido. Verme tan linda y bien vestida e imaginarme puta y degenerada es algo que a él le excita, así que inventó esta máquina. ¿No te ha sucedido que ves la portadilla de una cinta porno y te pone caliente ver el rostro de la actriz principal, sin que se le vea haciendo nada, y se te pone tieso el palo sólo de imaginar que aquella carita angelical cometerá, dentro de la cinta, atrocidades inimaginables? La imaginación puede calentar mucho. Creo que para mi amigo el científico no bastaría con que un cuerpo inerte se pusiera a su disposición, sino que para hacer posible cualquier excitación debía de invitar a la única amante que le gusta: su propia genialidad. Es decir, la única manera de excitarlo provenía de la depravación de su propia mente.
-¿Cómo funciona?- preguntó mi madre.
No sé cómo funciona pero bajo el influjo de su luz se observan cicatrices que quedan en el cuerpo luego del trato carnal. No detecta manchas químicas, son trazos y manchas de otra naturaleza. Así como la manada descubre en Motsumi todo lo que ha vivido, así alguien puede saber qué tanta experiencia sexual has tenido. ¡Uy!, este aparato es una amenaza en manos de un marido celoso y engañado; en manos de sacerdotes sería una abominación, con ella podrían poner en tela de juicio cualquier pureza que se quisiera presumir. ¿quieres una prueba de virginidad? Aquí la tienes. Nada de que la novia es virgen porque cogía por el culo. Esta lámpara te lo aclara.
-Eso es demoníaco- dijo mi madre.
-Sin duda, por eso es tan fenomenal.- Dijo Simone.
Me colocaron junto al muro y me iluminaron con la lámpara. Mi cuerpo aparecía trazado de manera muy caprichosa. Había marcas de manos en mis tetillas, marcas lengüiformes en mi culo, mi verga estaba por completo rayada, mi boca lucía los besos de semen de mi tía, mi espalda evidenciaba arañazos. Yo, con mi escasa experiencia sexual, mostraba ya muchas huellas, aunque, en cierta forma, mi cuadro podía inspirar ternura, la ternura de las pocas veces.
-¡Si serás cabrona!- le dijo mi madre a mi tía- Estoy segura que en la mayoría son marcas que tú le has hecho.
-Y las que quiero hacerle- dijo mi tía con cinismo.
Dentro de todo, mi cuerpo revelaba mucha inocencia, estaba prácticamente recién estrenado y con poco kilometraje, casi podía presumir "único dueño": la dama que tuvo la gentileza de llevarse cariñosamente mi primera vez, una novia que tuve, y ahora mi tía. Notaba yo que las sensaciones más fuertes habían dejado huellas que se percibían más luminosas, sin importar que se hubieran hecho hace años. No sólo resplandecían las marcas, sino que no había una uniformidad de color en los destellos. Mi primera vez aparecía como una estrella de mar, luminosa y púrpura. No sé si con malicia o sin ella, mi madre le pidió a mi tía algo que desde luego no habían acordado.
-Ponte Simone, queremos ver tus marcas.
Mi tía abrió sus ojos más allá de sus órbitas. Era evidente que le daba pena que yo, su novio, conociera la magnitud de sus andanzas, era como si ella quisiera conservar ese secreto de cuan profundo era su pasado. Los ojos se le humedecieron ante el golpe tan trapero de mi madre. No había posibilidad de eludir aquella trampa. Con algo de tristeza, pero confiando en aquel principio de no esconderse nunca, se fue desnudando. Fue desprendiéndose de cada una de sus prendas, con la desesperación e impotencia de una bruja inquisidada, como un tirano apresado por el pueblo, como una adúltera islámica sorprendida con otro en la cama, como un suicida encontrado al día siguiente por la servidumbre, como una niña que descubre que está menstruando, como una estrella que se extingue, un pino que se quema, un Dios vuelto embuste.
Cada prenda que se quitaba era como quitarse piel. Por fin quedó desnuda. Se colocó con la espalda pegada a la pared. Pidió un cigarro. En ese instante supe exactamente cómo luciría mi tía en caso de que fuese condenada a morir fusilada, era esa la actitud que tendría, aceptando la muerte, sin bajar la guardia, encarando la desgracia con valentía, trascendental y superior a las fuerzas enemigas. Sería ella la más bella condenada a muerte. La lámpara se encendió. Su piel era como el muro de mil cárceles, cubierto completamente de latigazos, marcas de gotas, marcas de manos, de pies, hendeduras de dientes por doquier, mejillas arrastradas a lo largo del bajo vientre, marcas de penes majestuosos dibujados con claridad en sus pechos, decenas, quizá cientos de ellos, marcas de bofetadas y puños, pellizcos, besos, roces de plumas, huellas de heridas en su matriz, marcas de cintos en sus piernas, su coño una gruta que en la entrada es resguardada por una mortal anémona, su ano un hoyo negro, una cola de diablo bajándole desde el cóccix hasta las corvas, y en el corazón ninguna marca, en su pecho un hueco en forma de corazón, un área incorruptible color rosa que se abría paso entre todo aquel mapa de caos y perversión. Junto al corazón una marca muy extraña en forma de una flor de loto en color malva. Mi tía lloraba, pero era un llanto más allá de lo feliz, un llanto de quien dice: "Esta he sido, sin embustes, sin ocultamientos, sin más, sin menos".
-Tu corazón parece ser virgen aun. ¿Qué crees que signifique esa flor de color malva que lo rodea?- Preguntó mi madre no sin tragar saliva y tropezar con su propia voz, sintiéndose notoriamente conmovida por lo que veía, y culpable por lo que había hecho.
-Es la marca que me dejó una mujer que amé en mi juventud -dijo mi tía-, es la mujer que más he amado, y no sé si ella lo sepa. Tal vez ella cree que no significó lo suficiente para mí, pero sí, fue importante, lo sigue siendo, a pesar que de vez en vez me haga malas jugadas. Sin embargo, ¿Qué mierda de vida sería mi vida sin ella?.
Mi madre estaba llorando. Mi tía también. Mi madre, enternecida por todo, dijo "No llores" y extendió su mano para limpiar con su pulgar una lágrima que resbalaba por la mejilla de mi tía. Al contacto de su mano con el rostro de la condenada a muerte, varios trazos del cuerpo de mi tía se encendieron como brasas de carbón que reciben una andanada de oxígeno, como luciérnagas que se excitan, como sol que se refleja repentino en un espejo rojo. Pude conocer así una cualidad nueva de esta lámpara maravillosa, que era capaz de volver refulgente el pasado, reactivarlo en compañía de quien lo había construido, y a juzgar por el brillo en el coño de mi tía, en su espalda, pechos, y rostro, pude concluir que entre estas dos mujeres había una historia común mucho más interesante que aquella que yo conocía o imaginaba. A pesar de que fueron decenas de marcas las que se encendieron al contacto de la mano de mi madre, la que más llamó mi atención fue la enorme flor que brillaba roja alrededor del corazón de mi tía, opacando cualquier marca.
Mi madre, quien hasta ese instante sólo lloraba en silencio, al ver la flor al rojo vivo de plano sí se quebró y sollozó algo que decía más o menos así:
-Nunca fue mi intención abandonarte. Nunca fue mi intención que te enamoraras de mí.
-Igual lo hiciste. Igual lo hice. Qué más da, no me arrepiento de nada.
Se dieron un abrazo, mi tía desnuda, mi madre vestida, mi tía brillando como si estuviese rellena de juegos pirotécnicos y tuviese la piel tan transparente como para que éstos pudieran verse, mi madre brillando igual alrededor de sus ojos y en sus manos, y en aquellas partes en que se le veía la piel y la lámpara alcanzaba a revelar que mi tía no le era indiferente.
-Por favor Lucas, déjanos solas- dijo mi madre.
-Que se quede -dijo mi tía- lo que verá será hermoso.
Me senté en un sillón que estaba en la habitación, acomodándome para ver lo que vería. El espejo del techo era una aureola boreal que danzaba al son de aquella lámpara fantástica y la luz que aquellas dos muchachas porque en eso se habían convertido- comenzaba a manar. Mi madre empezó a quitarse la falda.