Diez de mayo con mi tia (3)
Lucas descubre que al apartamento de su tía van más personas de las que cree, algunas de ellas indeseables, indeseables para él al menos.
DIEZ DE MAYO CON MI TÍA III
Cuando llegamos al café nos fuimos directo al área de fumar. Tanto mi tía como mi madre son fumadoras empedernidas y obsesivas. Sin intención de cambiarla le dije a mi tía:
-Fumas mucho.
-La versión de Freud me gusta. Si tienes una alternativa inmediata, estoy dispuesta a tomarte la palabra.
Ganas no me faltaban de darle esa alternativa en la boca, pero todavía estaba un tanto consternado por lo que había pasado minutos antes en el apartamento. Lo bueno y lo malo lo había experimentado, y me quedó muy claro que ambas cosas dependen de lo que uno esté creyendo. Cuando llegué al apartamento y escuché los jadeos dentro de la alcoba, lo que imaginé fue que dos tipos se estaban jodiendo a mi tía, que la hacían rebuznar de gozo, que la estaban violando con su consentimiento. Toda la adrenalina que soy capaz de generar salió a las calles de mis venas a manifestarse públicamente con pancartas que decían "Puta. Puta". Luego llegó ella por la puerta de la entrada y toda esa adrenalina comenzó a marchar en sentido contrario en las calles de mis venas, con pancartas que decían "Santa. Hermosa. Amor mío. Dueña mía.", y luego vi las llaves colgadas en la pared, y aquellas llaves me daban una pista muy clara de la identidad de la mujer que estaba siendo jodida por dos hombres en la habitación, me dio una pista de la identidad de la mujer tres tallas más grande que mi tía, me dio pistas de la generadora de los gemidos y por qué me resultaban tan familiares; la adrenalina dejó de caminar, se sentó en la acera de mis venas y dijo "¿Mamá?".
Llegó la mesera a ofrecernos café. Creo que el único pero que le pongo a mi tía es que sea tan arrogante con los meseros. Luego de ir varias veces con ella a distintos restaurantes me he dado cuenta que siempre les dedica una sonrisa falsa que dura un micro segundo, les mira sin mirarles, les manda como si fuesen esclavos que valen menos que nosotros. Eso no me gusta, por mucho que la quiera, no me gusta. Ella se exaspera, no lo dice pero yo lo noto, cuando le pido por favor las cosas a los meseros, y si encima les llamo "amiga" o "amigo", o uso la palabra "disculpa", ella me mira con compasión. Supongo que me da algo de miedo verla tratando así a los meseros, imagino un futuro probable en el que ella me deje de respetar y me trate así, con la punta del pie, con esa arrogancia. Me sentiría muy humillado y a la vez la tacharía de miserable, y ambas cosas me harían sentir infeliz.
Me comenzó a platicar de lo que fue a hacer a Saltillo. Me sorprendió que me contara todo sin contarme nada.
-Me fue muy bien en Saltillo. Por fin recogí el fruto de mucha inversión. Pero el resultado fue maravilloso. Así sin detalles, desde hace un par de años estoy, digamos, financiando un proyecto científico. Un, digamos, amigo, me confió su proyecto más importante, y yo he logrado que se haga realidad.
-¿Y cómo cuánto has invertido?
-No es dinero. He sido algo así como la musa de ese proyecto científico.
-¿Y en qué consiste?
-No te lo puedo explicar. Necesitas verlo.
-¿El científico te dio el resultado de sus experimentos?
-Si. El resultado es todo mío.
-¿Qué edad tiene tu amigo el científico?
-Setenta y cinco años. Ya está en las últimas, siempre ha desarrollado cosas útiles, y está harto de ello. Se puede decir que estos últimos dos años han sido los que más le han valido la pena.
-Justo lo que tiene de conocerte...
-Exacto, justo lo que tiene de conocerme. Espero así hables tú algún día. Lo mejor es que a ti te queda una vida para disfrutarme. ¿No crees?
-Si. Es una suerte. Sin duda. Me matas de curiosidad. Muero por saber en qué consiste ese invento tan maravilloso. ¿Y cómo conociste a ese científico, a todo esto?
-Supongo que lo conocí en esa enorme plaza que es la lástima. Por aquel entonces yo estaba saliendo con un médico. ¿En verdad quieres que te cuente?
-Si. ¿Qué problema podría haber con ello?
-No sé, tal vez te pongas celoso del pasado...
-"Lo que no fue en mi año no fue en mi daño"...
-No creo yo en esa frase, no es en tu año lo que pasó, pero es en tu año que lo recuerde, es en tu año que te lo cuente, es en tu año lo que sientes, es en tu año que el corazón se te contraiga y que en tu frente brote sudor. Creo que todo aquel que acepta humildemente la frase "lo que no fue en tu año no fue en tu daño" sería capaz de ver a su mujer cogiéndose con otro.
-Yo no pienso igual...
-En fin. ¿Prometes no enfadarte?
-Lo prometo.
-Por aquel entonces yo salía con un médico. En términos generales era un patán, cirujano estético, acostumbrado a relacionarse con sus clientas. Una amiga mía me lo recomendó. Te sorprendería saber que hoy en día no me acuerdo del nombre de mi amiga, ni de este médico. Es como si les hubiera conocido como simple pretexto para conocer a Sergio, el científico. La idea que me proponía aquella amiga era que me fuera a hacer una cirugía con aquel médico, cualquier cirugía, como pretexto para que me la metiera. El planteamiento me resultaba aberrante, sobra decir, eso de ir a modificar tu cuerpo como pretexto para que un hombre te joda es algo que no va conmigo. Los hombres no necesitan de estos pretextos. Mi amiga ya se había cambiado la nariz y los pechos para que el tal doctor se la cogiera. Por mis calzones me lo cogí. Sólo para demostrarle a mi amiga que no era necesario pasar por el quirófano para que aquel ejemplar te la metiera.
"Era un buen amante, no cabe duda, pero seguía siendo un patán. Yo lo buscaba cuando tenía ganas, nada más, pues sus pláticas me aburrían tremendamente. Adiviné que era un vanidoso, que lo hubiera hechizado si le hubiese seguido la corriente de escuchar sus aventuras, pero nunca accedí. Un día me invitó a una fiesta. Tal vez eso no te diga nada, pero deja te explico que el doctor era muy discreto, y además casado. El que me llevara a la fiesta implicaba que estaba enamorado de mí y que ya no le importaba que su amor saliera a la luz. Y digo su amor porque yo no estaba enamorada, a mí sólo me gustaba como cogía. Yo era feliz con que me tuviera de querida, que me buscara cuando quería coger, o que yo lo buscara cuando quería cogérmelo, viéndonos en restaurantes y en hoteles, sólo para nuestro común interés. Nada de almorzar juntos, o lavarle la ropa, o veme a traer las toallas sanitarias, o no tengo ganas. El nunca entendió que para mí él representaba puro sexo. Los hombres son tan inexplicables como las mujeres, sueñan con una mujer que sea sólo sexo para ellos y cuando sucede se enamoran y lo echan todo a perder."
"Me llevó a esa fiesta. Para la ocasión me compró un vestido precioso. Me hice un peinado hacia arriba que permitía que mi cuello se viera con toda claridad. Ya habrás notado que mi espalda es perfecta, que mi piel no tiene error alguno y se me marca la columna y los omóplatos muy bonito. Bueno, esa noche llevaba yo un escote a la espalda espectacular. No hubo quien no volteara a verme. Sólo una persona no volteó a verme, y ese era Sergio."
"Es decir, no me vio de frente, pero sí me veía en los espejos, en los reflejos de los cristales, en la sombra que proyectaba yo en la pared. Tomé su atención como un reto y fui a una barra, colocándome a su lado le pregunté si se divertía. Al contacto con mi voz se sonrojó completamente y comenzó a tartamudear como un tarado. Yo lo había visto conducirse con otra gente y me parecía que su voz era preciosa, aterciopelada y erudita. Todos parecían admirarle y él sabía eso. Sin embargo, de inmediato supo que yo no tenía antecedente alguno de él y que no tenía por qué rendirle culto, así que se sintió impotente. Ahí estaba yo, preciosa, y él frente a mi, desvalido, sin más recursos que su cuerpo viejo y poco atractivo."
"Le pregunté por qué estaba tan tenso. Tragó saliva y empezó a ganarse mi respeto a punta de honestidad. Déjame decirte, si de algo importa, que a nadie le he hablado de esto, es decir, lo he platicado con tu mamá, pero fue con otro tinte, con ella fanfarroneé para hacer ver ridículos a todos y que riera de lo brutos que son los hombres, pero en el fondo esta experiencia es más profunda que lo que puedo admitir; me doy cuenta que esta parte de la historia no sólo te la estoy contando a ti, sino que al hablarla me la estoy contando a mí misma. Y estoy descubriendo cosas muy interesantes, aunque no lo creas. Bueno. Prosigo."
"Te digo que comenzó a ganarse mi respeto. En alguna parte de su brillante mente él sabía reconocer su realidad, y no le avergonzaba en lo absoluto. Yo tenía las de ganar desde el instante que vi que su pantalón tenía un bultito bien durito. Cuando yo le acosé al preguntarle el por qué de su nerviosismo, él me dijo, con esa voz maravillosa que tiene, que le resultaba extraño hablar con un ser tan hermoso, que mujeres como yo no acostumbraban fijar su atención en él, y comenzó a explicarme cómo su genialidad no le servía para obtener un poco de dicha terrenal. Me lo dijo de una forma tan sincera que no podía ser patético de ninguna forma. Le pregunté cómo me veía a mí un intelectual como él. Él me describió con la descripción más exquisita que yo hubiera escuchado. No te sientas celoso de no poder tú repetirla, pues para poder construirla en los términos que él lo hizo sería necesario que hubieses desperdiciado tu carne una vida entera y darte cuenta, en tu vejez, que la dicha te pasó de largo. Su descripción me desnudó más que si me hubiese quitado la ropa. Sentí primero lástima, y luego agradecimiento. Le llevé a un lugar apartado y le di un beso en la boca, cuidando de que mi beso no fuera de amor, ni limpio, ni noble, metiéndole toda la lengua en su garganta, haciéndolo temblar, pegándole mi cuerpo al suyo, tentándole con la mano el pantalón, cerciorándome de que se le ponía dura como a todos los hombres."
"Me puse de rodillas. Le abrí la bragueta y comencé a darle una mamada. Primero quiso resistirse, pero cedió bien fácil. Su pene no era el de un hombre sin fe, incluso olía como el pene de un hombre que se prepara para estar con su novia. Olía a limpio, a jabones para seducir. Imaginé la desventura de aquel hombre que día con día se bañaba para una mujer que no llega nunca. En unas cuantas chupadas comenzó a manar una cantidad impresionante de esperma, todo el esperma que no había regado en toda su vida, me llenó la boca bien pronto y no pude evitar que cayera semen en mi hermoso vestido. Él temblaba como si le estuviese dando un infarto. Por un segundo pensé que se iba a morir. Pero no. Volvió en sí y vio mi vestido embarrado de leche y se mostró muy apenado. Lleno de vergüenza me pidió disculpas. Yo le resté importancia a la mancha. Si bien al mamársela no se le puso tan dura, cuando vio mi cara embadurnada de blanco se le puso tan tiesa como a un caballo."
"Salimos de la fiesta. Él seguía apenado. De vez en vez sonreía. Como no quiere la cosa me dijo que yo era una enviada del destino porque él había decidido abandonar la vida esa noche, y era muy lamentable morir sin haber tenido sexo. Quedamos de acuerdo para vernos luego, por invitación mía, desde luego."
"Al médico no volví a verlo con plan de acostarme con él. Fue muy duro perderme, pero debió de entender que yo no soy de las mujeres que se les fuerza a algo. En esa noche Sergio me era más indispensable, aprendí a aceptar mis tragedias y tener fe pese a todo. Es como si él me viniese a enseñar que la verdad era más valiosa que las mentiras contadas a uno mismo. Se me presentó como el pobre que era, no intentó fingirse superior, fue honesto, coherente. Aceptar la realidad te da una congruencia y una fortaleza indescriptible. Refúgiate en la verdad y el mundo dejará de ser un escondite."
-Bueno. Más curiosidad me da ahora el invento.- dije algo ofuscado.
-Ya te he dicho que lo verás muy pronto.
-Bueno, al menos dime qué nombre le pondrías a dicho artefacto...
-No lo había pensado, pero llamémosle "El desnudador".
Vaya. Mi tía Simone se las había ingeniado para que pasara el tiempo sin que yo pensara en mi madre y sus costumbres. Me di cuenta de lo embebido que había estado cuando ella dijo que pidiéramos la cuenta.
Siempre que creo estar enterado de lo que mi tía es, surge alguna situación que todo lo complica. Terminó mi tía de fumarse un cigarro y se le ocurrió patear la colilla. Lanzó el cigarro al vuelo y tiró una patada de futbolista. Perdió el equilibrio y sin que yo pudiera hacer nada fue a parar de espaldas al suelo. Una mujer pasaba junto a nosotros acompañada por su hijo adolescente. Al ver la escena la mujer fingió indiferencia y el muchacho, que tendría unos diecisiete años, se rió de ver que mi tía había ido a parar al suelo. La situación era incómoda para mí en todos los sentidos. ¿Qué era lo correcto? ¿Alzar a mi tía sintiendo lástima por ella? ¿Inclinarme para levantarla e ignorar la grosería del chico? ¿Partirle la cara al muchacho? ¿Decirle a la mujer que lo educara mejor? Mi tía, al ver que yo estaba paralizado como un tonto, que la mujer sentía pena por ella y el muchacho se reía de su desgracia, supo qué hacer. Señaló al muchacho con su mano derecha de gitana, esa que está cargada de pulseras de todos tipos, y sentenció:
-¿Te parece gracioso? ¡Yo te maldigo. El día de tu boda resbalaras y te herirás en la cabeza, tu noche de bodas quedará estropeada!.
-Retire esa maldición- Dijo la madre.
-¡Cállese! Eso debió haber pensado cuando consintió que su hijo se metiera conmigo.
La situación era absolutamente bochornosa. La madre del muchacho estaba encabronadísima y el chico estaba asustado, al menos tan asustado como yo. Una vez que estuvimos lejos le pregunté a mi tía:
-¿Se cumplirá esa maldición?
-A juzgar por la cara de ese mocoso yo estoy segura que sí. En su boda resbalará y se pegará en la frente con alguna banca de la iglesia, le saldrá mucha sangre y lo llevarán a coser, y sentirá jaqueca, y su novia lo odiará por eso.
Yo ya no dije nada. Pero todo me pareció muy mamón. ¿Cómo podía yo querer tanto a esta mujer tan mala leche?
Llegamos al apartamento. Mamá estaba recién bañada. Sus ojos estaban afiebrados aun, su boca hinchada de tantas mordidas que le habían dado y en el cuello llevaba un chupetón que me abofeteaba nomás de verlo. Iba enfundada en la bata que mi tía llevaba puesta aquella vez que le hice el amor en aquel mismo sillón en que mi madre estaba ahora sentada.
Antes de que yo dijera nada mi madre empezó a concluir la discusión:
-El sexo me gusta, Lucas, espero puedas entender eso.
-Lo entiendo, pero, ¿Por qué dos güeyes de mi edad?
-¿Te haría sentir mejor si supieses que fue con uno y viejo? Vamos. La juventud es la juventud, y si quiero y puedo conseguir juventud es una suerte.
-No sé. No tendría motivos para estar encabronado... a no ser porque lo que me hace enfadarme son las ideas que tú misma me has inculcado. Si no me hubieses atosigado con esa onda del amor verdadero y la pareja, tal vez me estuviera valiendo un comino que estuvieras con dos chicos.
-Sigo pensando lo mismo, que lo ideal es tener una pareja que te quiera y satisfaga, pero yo no tengo alguien que me llene de esa manera, por lo menos voy a hacerle caso al cuerpo.
-Ajá, ¿Y tu cuerpo te pide dos cabrones a la vez?
-Me pide muchos más, pero con dos basta.
-En fin. No tiene caso discutir esto, ¿Cierto?, tú eres dueña de tu vida, y yo no te voy a querer menos por esto.
-Así es. No hay una realidad única, ni lo bueno perfecto.
Bajé la guardia. No tenía caso pelear. Mamá se preparaba un té. Mi tía me tomó de la mano y con cariño me susurró:
-Vamos Lucas. No te enfades. La vida es para aceptarla flexible. Ven, vamos a la habitación. Tú y yo tenemos algo pendiente.
En otras circunstancias me hubiera parecido inaceptable irme a la habitación a lado de mi tía sabiendo que mi madre estaba a escasos metros de lo que íbamos a hacer. Sin embargo, en este día en especial mi sangre hervía de una forma especial, era como la intuición de que la mujer de uno nunca será de uno, que siempre harán lo que ellas quieran, sentía furia, pero también devoción, sentía impotencia, pero fidelidad. Mi tía me condujo hasta la cama y emparejó la puerta. En sus ojos había mucha comprensión.
Se sentó en el tocador y se levantó la falda. Su coño melifluo me atraía como una flor al colibrí. Me agaché y hundí mi lengua en aquella fosa caliente. Ella comenzó a gemir y eso me excitó mucho. La conclusión extraña que yo estaba sacando era que me gustaba saber que mi madre también escuchaba cómo estaba haciendo disfrutar a su amiga. Al menos sabrá que me hizo bueno para esto. Jugué con mi lengua por un rato. Luego dejé de mamarla para besarle la boca, cuidando de meterle tres dedos en el coño y empezar a distenderlo.
La coloqué en la cama y sin más la penetré, de una embestida le dejé caer todo el rigor de mi verga hasta la matriz, ella gritó ebria. Comencé a barrenar su coño, restregando los labios de su vulva, llevándolos de afuera hacia adentro. La inocencia brillaba por su ausencia en aquella tarde. No había inocencia en mi madre al quedarse preparando té en la sala. No había inocencia en mi tía dejando una pequeña abertura en la puerta. No había inocencia en mí al dejar esa abertura sin cerrar, siendo que me di cuenta. No había inocencia en los gritos de placer que mi tía estaba emitiendo, ni inocencia en mí al abrirle las piernas de la manera en que lo estaba haciendo, cuidando de colocarme yo de espaldas a la puerta, para que, si alguien se pusiera a espiar, viese mis nalgas comprimiéndose con fuerza, mi ano guiñando su ojo al espectador, y mi verga metiéndose de manera ruda y despiadada en aquel ovillo de mi tía que se extendía en un abrazo brillante alrededor del tronco de mi verga.
Mi tía gritaba como una loca, como si la estuviese abriendo en canal. Yo, de forma instintiva quizá, me llevé el índice a la boca para pedirle que fuese más discreta. Yo sabía que ella no iba a ser más discreta, por el contrario, lo único que movió mi gesto fue escuchar la coartada que ella me diría para no callarse. Le dije:
-Shhhhh!
-Por favor, tu mamá fue mi chaperona muchos años, ya me ha visto y oído coger muchas veces.
Me quedé mudo. Vaya parecito que eran mi madre y mi tía. Era obvio que estas dos mujeres que yo adoraba tenían una historia común que yo no podría imaginar. Pensar en mi tía muy jovencita, siendo cuidada por mi madre, imagino las caras de pureza de mi tía recibiendo el permiso de salir y la madre de mi tía depositando su confianza en mi madre, y luego veo a mi tía siendo entregada a la fornicación a lado de quien la debe cuidar, me parecía tan transgresor que tendrían que inventar una nueva modalidad de terapia para descubrir por qué me excitaba tanto. La verga se me puso durísima imaginando esa escena, mi madre afuera del coche fumándose un cigarro mientras dentro del auto mi tía le daba una mamada a su novio, mi madre dando la bocanada y sintiendo en sus propias nalgas el mecer del coche cuando el novio de mi tía la barrenaba justo como yo lo estaba haciendo ahora. Alcé mis piernas y comencé a penetrarla de una manera más salvaje. La vista ha de haber sido maravillosa a través de la puerta, una imagen que resumiera la brutalidad que es el sexo desde siempre. Escuché pasos. No quise ocultarme, por alguna razón quería ser visto. Quería meterle hasta los testículos a mi tía, dejársela adentro y remover el cilindro, así, bien metido, provocando lágrimas de gozo en su vulva.
Sin tocar entró mi madre. Llevaba en la mano una bandeja con dos tasas de té. Yo me paralicé un poco, pero mi tía movía las caderas, empalándose solita. Se dirigieron una sonrisa que yo no pude ni supe interpretar. Tal era la amistad de mi madre para con mi tía que le ponía en la cama una verga deliciosa para que la disfrutara. En ese instante me sentí obsequio generoso. Mi madre salió y cerró la puerta tras de sí. Las tacillas de té humeaban. Mi tía se separó de mí y fue por una de las tasas. Le dio un sorbo al potaje y, sin yo esperarlo, se inclinó hasta mi verga y tragó todo mi tronco. La lengua y las paredes de su boca estaban calientes por el té, y sentí como si hubiese metido el falo en un horno. Me tendí sobre la cama con el palo enhiesto. Mi tía sorbía el té y luego me daba unas cuantas mamadas. Cada que se retiraba de mi verga ésta se sentía congelar, para luego temblar de calor al sentir la lengua hirviente. Era como un temascal sexual, como si quisiera que la verga se me despostillara ante los estridentes cambios de temperatura, y de cierto tanto cambio de clima me estaba constipando la verga, que comenzaba a almacenar una flema hirviente y blanca.
Mi tía me tomó de las piernas y me las suspendió. Tal vez me cambió el pañal hace mucho tiempo y me tuvo que alzar las piernitas en forma similar, pero si bien en aquellos años lo que hizo fue asearme, supongo que nada le hizo intuir que al cabo de unos años me levantaría las piernas, pero para clavar su lengua hirviente en mi ano, para sorber el té y engullir mis testículos en una lamida incandescente. Era como si yo fuese una res y su lengua el hierro al rojo vivo que me marca como suyo; a partir de ahí mi culo tiene la forma de su lengua. Al principio contraía mis partes, pero bien pronto me abandoné a aquella maestría que mi tía tenía para chupar. El té se terminó. Era mi turno.
Al igual que ella, yo sorbía de la tasa y me pasaba a chuparle la vagina. La lengua de fuego recorría cada pliegue de su sexo, el cual se contraía como un caracol. Bastaron unos minutos de chupeteo para que su culo y su coño estuviesen bien amplios y pidiendo mi atención. Afilé mi verga y continué penetrándola al estilo del misionero. Sólo que por alguna artimaña ese misionero torpe que soy encajó la verga en el culo, no en la vagina. Yo bombeaba con fuerza y ella gemía de manera auténtica. Con sus manos se masajeaba el coño. Me mordía el hombro con una fiereza que me ponía muy caliente. Yo jadeé como un tigre y comencé a regarme dentro de su cuerpo. Tan caliente estaba el semen que lo sentí muy diluido, chorros y más chorros de elixir caliente que bañaban su cuerpo y el mío propio.
Ella estaba teniendo estertores cuando de una patada tiró las colchas de encima de la cama. Nos quedamos recostados encima del colchón. Teníamos nuestras cabezas del lado contrario a la cabecera de la cama. Yacíamos desnudos y exhaustos, ambos con una sonrisa imborrable en los labios. Estábamos en un estado de lasitud enajenante, sobrevolando el cielo que creamos, planeando en caída. Mi madre entró a la habitación, se puso de rodillas frente a nuestras cabezas y hundió sus dulces dedos entre nuestras cabelleras sudadas. Simone y yo exhalamos profundamente, sintiendo todo el descanso, todo el amor, toda la ternura de aquellos dedos. A cada contacto los dedos de mi madre nos bendecían, tejían entre nosotros una unión indestructible. El suave contacto de las manos de mi madre nos condujo al sueño más profundo.
Mi cuerpo astral se elevó por encima de nosotros y vio la escena. Mi tía recostada en la orilla de la cama, desnuda, con todas las huellas del amor recién hecho, abrazada de mí, con sus pechos flanqueando mi brazo, abultándose como un globo lleno de agua que pende de un escalón, con una postura corporal que grita "a este hombre me lo cojo yo"; en medio yo, desnudo también, siendo abrazado por mi tía; a lado mío mi madre, desnuda también, extendiendo su brazo amoroso para alcanzar a abrazarnos a los dos. Así debió ser en la antigüedad, cuando la ropa no nos inventaba todavía el morbo, cuando los padres abrazaban a sus hijos y reconocían en ellos el vigor de amar. El cuerpo de mi madre me pareció sencillamente hermoso, y me sentí orgulloso de aquel cuerpo suyo, me sentí orgulloso de haberla habitado durante nueve meses, me sentí orgulloso de su piel, de sus órganos, de sus huesos, la vi como nunca antes la había visto, la vi como la mujer magnífica que era. Respirábamos muy bonito, cada uno soñando la realidad más dulce. Los tres teníamos una sonrisa espectacular. Ojalá alguien nos hubiese tomado una foto, pues ver una persona feliz es un suceso, ver dos es maravilloso, y ver tres es ya un milagro. Era ese tipo de momento que sabes que un día, al recordarlo, habrás de llorar por saberlo lejano, pero por lo pronto hay que sencillamente vivirlo.