Diez de mayo con mi tia (2)

El sobrino regresa con su tía y va descubriendo cual va a ser su suerte.

DIEZ DE MAYO CON MI TÍA II

Fue muy extraño llegar a la casa de mi tía y recibir en la boca los besos que entre lágrimas ella me estaba ofreciendo. ¿Acaso yo le dolía de alguna forma? Con mis manos le sequé las lágrimas y ella comenzó a sonreír apenada, como diciendo "no hagas caso, soy una tonta". Pero no dejaba de manar lágrimas. Así, entre lágrimas y mocos, con la desesperación de un náufrago del corazón, comenzó a besarme más. Algo en el sabor de su saliva me hizo entender que su fuego se había despertado. Me abrazaba ella como si fuese un antiguo amante que la había abandonado pero que vuelve por amor, alguien muy importante para ella, su vida misma. Lo que empezó como unos besos de bienvenida se habían transformado en unos besos de hambre. Mi abrazo, que se limitaba a mis manos alrededor de sus caderas, pasó a convertirse en manos que recorrían sus curvas. Su boca, que no pensaba separarse de la mía, cedía la respiración entera a la nariz y se escuchaba el resollar apasionado de un cuerpo que se incendia, su exhalación nasal era caliente. Mi tía tenía fiebre.

La bata de mi tía se abrió, estaba desnuda. Su sexo hurgaba a la altura de mi bragueta como un oso que ha derribado un panal y lo inspecciona, con esa seguridad de que debajo de esas capas de tela había algo para ella y sólo para ella. Dejó ella de sujetarme del cuello, sólo lo suficiente para verter magia en mis pantalones y destrozar sus botones y su cierre, para bajar mis calzones y liberar a mi dragón. Así parada, mi tía se dio la habilidad para hacerse ensartar y mover sus caderas mientras me abrazaba y besaba. Era tal su desesperación que por momentos dudé si había tenido ella un sueño profético que presagiara mi muerte al día de mañana. Me comenzó a coger como si yo mismo me fuera a terminar, como si mis minutos estuvieran contados, como si mi verga se fuese a acabar.

Yo sentí la languidez de los labios de su vulva mojando con maestría todo mi tronco. Separó su rostro un poco del mío y me miraba fijamente. Embestía con su coño, dándome un apretón tan hábil como delicioso, y sin separar los dientes y con una sonrisa, me decía a cada embestida "Toma, toma, toma". Dios, si este era mi merecido, merecía yo muchas cosas. Ella quiso trepárseme como si fuese un simio, para que la penetrara yo en el aire, pero con los pantalones en los tobillos lo más seguro era que nos derribaríamos. Con verdadero pesar, la aparté un momento. Me quité el pantalón y ya de plano me desnudé, para estar iguales. Ella se despojó de la bata. Mi respiración, que daba cuenta perfecta de lo caliente que estaba, parecía excitarla mucho.

Esta distracción hizo que ella se fuera a posar en el sillón. Me esperaba ahí con sus piernas bien abiertas, con su coño hinchado y oscuro, con su par de labios distendidos y brillantes, con un pequeño ojo dentro de su vulva que en su parpadeo exhalaba un perfume que me hacía temblar de fascinación. Me incliné para darle una mamada, pero ella me lo impidió. Me dijo entre jadeos.

-No quiero arte. Quiero que me la metas, no quiero chupadas. Quiero que pienses sólo en ti y te riegues dentro. Como venga.

Aquella aclaración fue para mí una orden. Me coloqué justo en medio de sus piernas y enfilé mi gruesa verga hasta que encallé en su vulva, y comencé a bombear de manera desesperada, sin afán alguno de durar, sin preocupación de gustar ni de satisfacer, obedeciendo la dulce instrucción de querer recibir toda mi leche. Mi tía gemía delicioso, y era como si inventara nuevas formas de gemir a cada vez. Los gemidos de ahora eran tan distintos a los de en la tarde. Ella misma parecía distinta, parecía más pequeña, su cabello parecía más corto, sus ojos eran otros. Parecía que estaba haciéndole el amor a otra chica. Di tres martilleos muy intensos y en ellos expulsé todo mi semen dentro de ella, quien al sentir la invasión de mi leche estrujó con sus labios todo mi tronco.

Quedé exhausto y mi verga comenzó a amainar, pero no tan lentamente, pues ella, al percibir la más pequeña disminución en el largo o en lo grueso, movía su pelvis para ponérmela dura de nuevo. "Báteme" decía ella con una voz delicada que hacía todo más morboso. "Báteme" con esa voz de niña, sabiendo yo que el batido era el batido de mi esperma dentro de su carne, haciendo una espuma blanca y viscosa, un juego de mieles, de durezas, de temperaturas. Mi cuerpo yacía lánguido encima de ella, quien me rascaba la cabeza con sus hábiles manos. Parecía mi cuerpo como el de un accidentado que ha caído desde un tercer piso sobre unas varillas, quedando muerto, pero la varilla era mi verga, encajado en mi verga, desfallecido. Adormilados nos fuimos a la habitación y ahí dormimos abrazados.

Cuando desperté mi tía ya no estaba. Por lo visto yo no tenía cara de presentarme a trabajar, pues eran ya las once de la mañana. No importa, ¿No puede uno faltar a trabajar el día posterior al mejor día de su vida? Me dio por ponerme curioso y hurgar en los cajones, pero luego me arrepentí y no hice sino bañarme. Prefería que fuese mi tía la que me mostrara el contenido de los cajones. Todo en casa de mi tía era muy austero, parecía como si no viviese nadie ahí. Vi entreabierto un cajón, en él habían calzones muy coquetos, lencería, unos eran más o menos del tamaño del culo de mi tía, pero otros eran más grandes. El culo de mi tía es engañoso. Vestido se ve insignificante, pero ya desnuda se le ve amplio y muy apetecible, y si ya está empinada, o abierta de piernas, su cadera es el más sublime objeto de fascinación que uno puede llegar a soñar.

Sin embargo, esta distinción de óptica no justifica que algunas prendas tuvieran hasta tres tallas de diferencia. Sin duda mi tía tenía el culo más amplio antes, y adelgazó, quizá eso explica algunas de las estrías que alcancé a sentirle. El calzón más amplio era uno de esos que dejan al aire tanto el ano como el coño, de esos que sólo pueden tener un fin, dejarse fornicar.

Me hacía daño ver esos cajones, me hacía daño ver aquellos calzones, me hacía daño pensar en que otro pudiera estarle haciendo el amor. El viejo lema de que "lo que no fue en tu año no es en tu daño" no me confortaba gran cosa. Igual me sentía deprimido. Un poco. Tampoco soy necio. Entiendo las cosas, pero el entenderlas no evita que sienta jirones en el estómago al ver, y suponer, que cada calzón fue modelado para alguien y que ese alguien sin duda la pasó muy bien en la vagina, el culo, la boca y mas manos de mi tía.

En la mesa estaba un almuerzo listo. Todo era de lata. Sin embargo se agradece el detalle. Mi tía tenía mucha elegancia y estilo, me era difícil pensar que viviera de manera tan austera. Una nota me decía que ella tendría que estar en Saltillo durante tres días. Bueno, de Monterrey a Saltillo se hace sólo una hora, podría ir a verla. Sin embargo, el recado me sonaba tan frío, o quizá tan temeroso, que entendí su deseo oculto: "No me busques". Abajo firmaba. "Te veo el sábado. Llega en cuanto salgas del trabajo. Te espero. Besos. Simone XXX".

Pocas veces me sentí tan afortunado y desafortunado a la vez. Me sentía glorioso de haberla encontrado, pero triste de no poder verla, aterrado de que yo no llegara a significarle algo importante, feliz de ser su juguete, triste de ser sólo eso, confundido por las diferencias de edades, complacido de su experiencia, orgulloso de mi vitalidad. En ese momento, a ser honesto, no sabía yo exactamente encima de qué estaba parado. Un rasgo de mi juventud era evidente, cierta inocencia acerca de las cosas. No me preocupa, un amigo me dijo un día, "Nos pasamos la vida intentando demostrar madurez, sin embargo, tenemos derecho a la inexperiencia, ¿Por qué no? Tenemos derecho a aprender, y en ello va implícita la condición de ignorar. Ignorar para luego descubrir es una definición de la palabra interés. No me entristece no saber, me alegra no saber tantas cosas que habré de aprender."

Me fui de ahí a mi propio apartamento, más austero aún que el de mi tía. Por la tarde fui con mi madre, a una hora a la que no sospechara que había faltado al trabajo. No me sirvió de nada. De las primeras cosas que me dijo fue que me había llamado al trabajo y que le dijeron que yo no había asistido. Ella me excusó y expuso en mi favor diciendo que me había sentido mal el día anterior y que ella me había regalado una pastilla para dormir, que tal vez por ello no me había yo reportado. En cuanto quise interrogar a mi madre acerca de mi tía, ella me paró el alto diciéndome.

-No me preguntes a mí de ella. No ahora. Una cosa te puedo decir. Le has dejado impresionada. Le importas, y por eso debes confiar en ella. Déjala hacer, ella es todo, menos traicionera o injusta.

Así, comenzó mi agonía de esperar tres días para verla. Al segundo día me llamó por teléfono. Escuchar su voz me enloqueció, pareciera que yo viviese en un planeta de simios que no hablan y luego apareciera ella a inaugurar mis oídos con palabras reconfortantes y amorosas. En realidad hablamos de nada y de todo, y fue grandioso, podría pasarme la vida diciéndole cosas o escuchando las que ella dice. Mientras más la conozco me siento afortunado de que me haga caso, y temo no tener tan buen material como ella. Podría jactarme y decir que mi manera de amar es especial o aun que el ancho de mi verga es sencillamente inusual, pero eso dondequiera se encuentra.

El tercer día pasó y ya era el cuarto día. Estaba emocionado porque la vería. Salí de trabajar, pasé por un cajero automático a sacar algo de efectivo y me fui despavorido a comprar un ramo de rosas. Una vez que hube pagado las rosas recibí una llamada extraña. Desde que se fue habíamos hablado por teléfono todos los días, siempre su voz era dulce, relajada. Ayer incluso me había jurado que estaría a mi lado hoy mismo. Pero llega esta llamada y me corta las alas.

-Hola. ¿Lucas?

-Si dime....

-He recordado algo que ha traído un imprevisto. Podré verte hasta mañana. Ansío tanto verte. Pero ven al departamento hasta mañana. Me voy. Un beso. Ciao.

-Un beso...

No entendí bien. ¿Está en Monterrey o en Saltillo? Me da la impresión de que debe tratarse de algo grave para que no pueda verme. Quiero suponer que está en Saltillo, pero ese "ven al departamento" me sonó a que estaba en el departamento. ¿Por qué no quiere que vaya?. Sentí que detrás de esta excusa había algo turbio. Pensé en ir al cine solo, pero desistí. Me encarrilé al único rumbo que podía traerme paz, a su apartamento. Total, si no está ahí, el contacto con el olor de su casa me mantendrá en éxtasis.

Llegué al edificio. Trepé las escaleras. Giré la cerradura y entré con sigilo, sin razón aparente. Mi cuerpo se estremeció por completo cuando hasta mis oídos llegó un jadeo de profundo placer, un jadeo de mujer empalada. El sonido del televisor ostentaba un bajeo pop de algún compositor barato, seguramente en la pantalla estaría algún cuadro grotesco de pornografía, ¿los tecladillos?, inmorales, como siempre. Si en la pantalla estaba ocurriendo algo de lujuria extrema, en la cama no estaría pasando algo muy diferente, pues se escuchaba el chocar de caderas contra unas nalgas, el gemido embriagado de quien tiene una verga metida hasta la garganta, bramidos de un hombre, quizá dos. El traqueteo de la cama era delirante.

Yo ahí, con mi ramo de rosas en la mano, resultaba ser el más estúpido hombre de la tierra. Me sentía morir. En mi vientre experimenté retortijones nunca antes vividos, como si una mano oscura me zangoloteara el páncreas, como si mi hígado quedase lívido, como si mi corazón pulsara arrítmico. Por mi piel caía el sudor, no porque hiciera calor, sino porque no me bastaban los ojos para llorar. Pensé en irme en ese instante, pero decidí esperar, decidí encarar la situación y ver qué cara ponía al verme la muy perra. Mi corazón estaba desintegrado como un castillo de naipes pisado por un zapato de tacón de aguja. Bueno, estaba seguro que este enfrentamiento me haría madurar años enteros en experiencia del corazón y me daría el doctorado en mal de amores. Ya estaba ahí, quería ver la cara de mis ofensores (como si lo fueran, ella me había advertido que era la nena más fácil de la tierra), y la de ella.

Los jadeos eran cada vez más profundos. Los alaridos de mi tía eran como el canto de la Llorona, aullidos de una loba cachonda, aullidos que me resultaban a la vez extraños y a la vez familiares, como si aquel sonido recalara en mi más temprana memoria, como si ese sonido fuese a reaparecer en mi muerte, aquel alarido y aquel jadeo de hembra que estaba siendo poseída tenía eco y resonancia en cada una de mis células, era como recordar todos los gemidos que he escuchado en mi vida, desde aquel gemido que mi padre provocó al sembrarme, como descansar en la nada y sentir el traqueteo de la fuerza sexual, el grito profundo de mi parto, como el gemido de todas las mujeres que he escuchado gemir, como el gemido primigenio, como lo que aprendí que es un gemido, todo lo que sabía del gozo femenino resonaba en aquel jadeo ebrio de lujuria y bestialidad. ¿Cómo enfadarse con aquel bello sonido si por él nací?

Se escuchó un grito verdaderamente lastimero de mi tía. Se estaba orgasmeando como la animalita que es, y luego vinieron los bramidos, primero de uno de los hombres, luego del otro. En mi mente podía ver un par de vergas magníficas bañando de leche la cara de mi tía. Borracha de sexo, llevándose las manos a sus mejillas llenas de esperma para comprobarse a sí misma que ella era real, auténtica.

Pensar en la putedad de mi tía me hacía, para mi propio dolor, desear poseerla aun más. Si bien mi mente atraía todo el rencor del mundo, mi plan B era no desaprovechar el encanto mórbido de esta humillación y poseerla sin ningún respeto. Una despedida así es algo que nunca pediría o soñaría, pero lo estaba pensando, realmente lo estaba deseando. Poseerla sin gracia, despechado. Fornicarla como fornica quien no tiene corazón y por lo tanto tampoco consideración, hecho todo de egoísmo. Sentía lástima y pena de ver mi pobreza.

Se abrió la puerta. Un tufo a sexo salió de la habitación inundándolo todo. Era olor a semen ya jugo de vulva, a orín, a nalgas, a vergas en la boca, a culo ensartado, a condones desahuciados, a nucas sudadas, a carne mordida. Salieron, solo vestidos, sin interes en bañarse ni nada, un par de cabrones más o menos de mi edad. Guapos, para mi desgracia. Salieron de ahí chocando sus palmas, como si hubiesen terminado un jueguito. Se reían y se disponían a irse. Uno de ellos volteó a ver el ramo que llevaba en la mano y sonrió sardónicamente, sintiendo lástima por mi, al pobre pendejo que le lleva rosas de amor a la putilla que ellos acababan de joderse vehementemente. El segundo en salir me volteó a ver y me hizo una seña con el pulgar. La puta había estado buena, había hecho bien su trabajo y había quedado maltrecha y descompuesta.

No supe qué hacer. Si me adentraba hasta la habitación, mis pasos sonarían, y ella se alertaría y ya no vería yo su cara inicial, la de sorpresa. La otra opción era que permaneciera en el sillón con mis rosas en la mano, esperando que ella saliera y me viera, caso en el que se sorprendería sin duda. Lo malo de la segunda opción radicaba en que, si ella decidía dormirse, pues me tendrían como un idiota sentado hasta mañana en la noche. Por mucho, y aunque la sorpresa no fuera la misma, lo ideal era ir hasta su habitación. Y lo hubiera hecho si no hubiera ocurrido algo inesperado.

La cerradura se escuchó. Alguien giró la llave. La puerta se abrió, y apareció bajo el umbral ni más ni menos que mi tía Simona. Lo que ella encontró al abrir la puerta fue a su amante devastado, despedazado por completo, con un ramo de rosas en la mano y con las mejillas húmedas de lágrimas. Me miró atónita. Le dio gusto verme pero le dio también una pena muy profunda. Cuando me preguntó "¿Qué haces aquí?", se escuchó un portazo desde la habitación. Mi tía abrió los ojos como nunca lo había visto.

-No debiste venir.

-No pude evitarlo.

-Fue algo estúpido. Tienes que confiar en mí si de verdad me quieres. ¿Esas rosas son para mí?

La plática dio ese giro. Pasó de la sorpresa a la dulzura. Empezó a besar cada una de las rosas que le llevaba. Me besó a mí, me besó los ojos.

-No vuelvas a llorar por mi causa. Me rompe el corazón verte así.

-Creí que eras tú quien estaba en el cuarto con esos chicos. Perdóname. ¿Quién está en la habitación?

-Alguien que si quisiera que tú supieras te lo diría. Vamos. No seas morboso. Hay que saber ser discretos. No te comportes como un chismoso.

-Bien.

-Vamos, andando. Te invito un café en el centro.

Ella colocó las rosas en un florero. Salimos del departamento. Todo ocurrió tan deprisa, pero no con la rapidez suficiente como para que no pudiera yo notar que en el fondo, junto al refrigerador, estaban colgadas las llaves de mi mamá, esas que tienen el llavero del concierto de Mars Volta que yo le regalé. Hice una mueca. No era el tema. Tal vez lo sería después. Mi madre no es de las que miente, es una mujer de palabra, y las mentiras y falsedades no le van. Mi tía y mi mamá tenían desde ya una cita conmigo, en la que, quizá por amor, me explicarían algunas cosas.

-Vamos al café. Estoy segura que mi amiga no se irá sino hasta que regresemos. No es de buen gusto que la veas de inmediato, ¿Cierto?. Tenía tantas ganas de verte. Ya quisiera que estuviésemos haciendo el amor tu y yo. Te traigo muchas ganas mi querido Lucas. ¿Sabes? Me está pasando lo que no quería. Te estoy empezando a querer más allá de mi control.