Diego y sus delirios (1)
Un hombre y su esposa. Un mujer y su esposo. Ambas parejas se conocen desde la secundaria y mantienen una linda relación amistosa. Pero algo sucede. Poco a poco todo se torna perverso...
Relatos de Sexo Prohibido
Capítulo I: Diego y sus Delirios
Parte 1
Me llamo Diego. Quisiera compartir una experiencia la cual dio un giro rotundo a mi vida sexual. Estoy seguro que muchos han pasado por circunstancias similares, más lo mantienen en secreto.
Hace varios años mi esposa y yo entablamos una relación amistosa con una pareja de nuestra misma generación. Nos conocimos en la secundaria. Pasando los años nos casamos y ambas parejas nos fuimos frecuentando, formando una relación amistosa muy estable. No obstante, La relación cotidiana, formal y convencional se desvaneció de manera inesperada, y les platicaré por qué:
En uno de aquellos días en los que ambas parejas acostumbrábamos ir de fin de semana y pasar los días en algún buen resort, sucedió algo que me dejó sin aliento.
Solíamos siempre quedarnos en habitaciones separadas, pese a la confianza que nos teníamos. Era decisión de las mujeres.
Un día, al levantarme temprano y dirigirme hacia la habitación de mis amigos, de manera muy espontanea se me ocurrió abrir la puerta sin tocar y vaya sorpresa:
Mi amigo se estaba bañando y Gabriela yacía plenamente desnuda sobre la cama. Todo indicaba que se encontraba dormida. Acostada y dando la espalda, toda su figura, desde la cabeza hasta los pies, se podía observar sin obstáculo alguno. Me quedé paralizado, pues debo admitir que nunca antes me había encontrado en tal situación, tampoco había visto semejante belleza a flor de piel frente a mí. Piel rubia, pero bronceada. Cabello largo y castaño. Una figura realmente divina.
Para ser honesto, no podía dejar de contemplar sus bien formadas piernas, sus enormes glúteos, y su perfecta cintura. No pasó ni un minuto cuando empecé a sentir el pánico ante la posibilidad de ser descubierto. Pero al mismo tiempo mis ojos se deleitaban con aquel ángel que dormía sobre la cama. ¡Qué hacer Dios mío! Cuando decidí darme la vuelta para salir de la habitación evitando el menor de los ruidos, descubrí a Gabriela observándome por un espejo del cual no me había percatado.
¡La mujercita no dormía! Pude notar una ligera sonrisa juguetona en su lindo rostro. Me sentí morir de vergüenza. Intenté salir fingiendo como si no la hubiera visto, pero en susurros ella me pidió que me acercara...
Al estar de nuevo frente a ella me dijo:
"¿Me deseas verdad?, Sé que te mueres de ganas de tocarme, siempre lo he sentido. Te seré sincera, yo también te deseo! Me encantas, y me muero por sentir tus manos y tus labios en mi piel... ¡Pero Dios mío!, ¡Qué estoy diciendo! ¡Sería incapaz de engañar a mi esposo y traicionar a mi mejor amiga¡..." Inmediatamente me di la vuelta para salir lo antes posible de la habitación. Comprendí sus sentimientos los cuales compartía del todo. No obstante, al darse cuenta que me marchaba, de manera arrebatada me detuvo con sus pies diciendo: "Más no puedo negar que hiervo de calentura por ti, me muero de ganas de hacerte el amor ... ¡Hagámoslo! ¡No habrá una mejor oportunidad! Mi cuerpo ya no puede más¡, Diego, amor de mis fantasías, soy tuya, he soñado infinidad de veces con este momento, date prisa antes de que mi esposo salga del baño ..."
Mientras me decía estas palabras, sus pies hacían contacto con mi miembro, masajeándolo y excitándolo. El placer era indescriptible. Me pidió que me desnudara por completo, sin dejar de masajear mi pene del cual goteaba ya en cantidad el líquido pre-seminal, esperando lubricar aquella linda carne. Cuando la suave piel de sus pies rozó por primera vez la de mi sexo, hubo una conexión inexplicable. Sentí amarla, adorarla. El placer que me estaba proporcionando jamás lo había experimentado. Yo quería gritar de gozo, pero mi amigo podía percatarse. Afortunadamente el ruido de la regadera nos tranquilizaba. Teníamos la situación bajo control. En cuando sentí que me derramaba a chorros, tomé sus pies, empezándolos a besar como loco. Sus dedos se abrían suplicando ser atendidos. El aroma que de ellos emanaba me excitaba horriblemente. Los chupé uno por uno. No me resistí en lamber las finas y acentuadas curvas de sus plantas, pasándome después a sus tobillos, y posteriormente a sus carnosos muslos. La fragancia de su piel era exquisita. Aquellos perfumes naturales que brotaban de sus distintas partes corporales, me permitían conocer la más oculta intimidad de Gabriela. En esos momentos su cuerpo, junto con sus exquisitas excreciones aromáticas, lo era todo. Inhalaba a fondo y ella lo percibía. Le gustaba verme olfateándola.
Mientras continuaba avanzando, ella emitía ligeramente sonidos de deleite, reprimiendo un explosivo gemido que no debía escaparse ante tal descabellada situación. Al momento de llegar a sus hermosos glúteos, sentía que el licor de mis deseos se desbordaba de nuevo, pero haciendo un gran esfuerzo por contenerlo, seguía embriagándome con los preciosos encantos que sólo las mujeres poseen.
Al llegar al final de su espalda la abracé y la besé en la boca profundamente. Susurrándole y besándole la oreja, le expresé mis sentimientos y mis deseos añejados por sentirla. Mis manos acariciaban sus rosados y pronunciados pezones los cuales lucían divinos a causa de la excitación. Me pidió que los besara y proseguí al instante. Sus palabras eran órdenes incuestionables. Sus gestos angelicales me transportaban. Su sonrisa manifestaba una felicidad celestial. El saber que la hacía intensamente feliz me volvía loco.
Posicionándola de nuevo boca abajo, me dirigí de nuevo rumbo a su cintura. Besando sus bellas nalgas no podía resistir morderlas con la fina delicadeza que el mismo encanto demandaba. Una fuerza profundamente sexual me obligaba explorar aquello que escondía debajo de aquellos exquisitos montes, pero temía intimidarla. Cuando ella se percató de mis intenciones, exclamó: "¡Mi colita es toda tuya, cómetela!"
Ella con sus propias manos abrió lentamente sus nalgas, mientras yo vislumbraba su precioso culito. No podía resistir besarlo. La apenas distinguible esencia que brotaba de su inmaculado ano me volvía loco. ¡Ay aromas de mujer!, enigmáticos encantos que nadie puede comprender. La chupé como perro hambriento, mientras ella hacía más evidente su disfrute. De inmediato empezó a tocarse y a estimular su agujerito color marrón. De la manera más suave y tierna, lo cosquilleaba, lo presionaba, y humedeciendo su dedo meñique con su propia lengua, finalmente lo introducía en aquel hambriento ano, mientras yo frotaba a la vez su jugoso clítoris, bebiendo el néctar que de sus labios vaginales brotaba.
En eso, al no poder más con su intenso deleite, Gabriela soltó el tan suprimido grito de gozo que tanto aguardaba, sin importarle más las consecuencias. Yo me encontraba casi inconsciente de placer. Al instante, ambos nos desbordamos alcanzando el más sublime de los orgasmos, fijando nuestra contemplativa y perdida mirada. Mi abundante semen alcanzó su rostro, sus pechos, su abdomen. Quedo bañada de licor blanco y espeso.
Con una sonrisa de satisfacción, me pidió que me fuera, aclarándome que había satisfecho una de sus más grandes fantasías. Pero que esto no podía repetirse debido al riesgo que implicaba. No quería ser infiel ni sacrificar su amistad de toda la vida. Se limpió, y de su maleta tomó un vibrador, para justificar los gritos. Al parecer mi amigo sabía que frecuentemente se masturbaba, y que tales gemidos no eran causa de asombro.
Pasaron los años y jamás se habló del tema.
Mi esposa también gozaba de buen cuerpo, un enorme trasero y un rostro encantador, sin embargo la piel pálida de mi mujer nunca me fue tan atractiva como la de Gabriela. Las morenas y las rubias despertaban fácilmente mis pasiones.
Otro detalle era que mi esposa siempre mantenía una actitud recatada en la cama. La notaba incomoda cuando intentaba hacerle el amor de manera distinta a la tradicional (posición del misionero). Para ella el sexo oral era algo obsceno. El sexo anal era inconcebible. Con trabajos me dejaba acariciarle el clítoris. Mi vida Sexual se expresaba mejor durante los sueños, en los cuales Gabriela aparecía siempre con su encantadora sonrisa, dispuesta a ser complacida por mis amores.
A raíz de aquella experiencia que cambió mi vida, me vi obligado a indagar con mi amigo respecto a sus relaciones sexuales. De manera muy discreta, buscaba que me contara sus más íntimos momentos, correspondiéndole de la misma forma.
Sin embargo yo le inventaba. No podía decirle lo que pasaba. No era justo, ya que sus explícitos relatos no se comparaban con los de mi insípida vida sexual.
Ella se dejaba hacer de todo. Adoraba los juguetes sexuales. Disfrutaban juntos películas pornográficas. A él le encantaban las de temática lésbica y a ella no le molestaban.
Incluso me platicó que un día la encontró en bragas viendo a solas una película cuyo tema se desenlazaba en una orgía lésbica, y cuando se acercó a ella, notó que se encontraba muy húmeda. Ella se justificó diciéndole que era él quien la había introducido en tales gustos. Pero Gabriela le aseguró que no era lesbiana.
Que jamás se atrevería a acostarse con una mujer. Que sólo eran fantasías pasajeras. Finalmente él la comprendió.
Ante todo lo contado por mi amigo, Gabriela ya era para mí la máxima figura de mis aspiraciones sexuales. Se había convertido en mi mayor deseo y fantasía. Gabriela era una mujer que irradiaba un aire de inocencia. Practicaba la meditación, asistía a un centro tibetano, le encantaba la filosofía oriental, y manifestaba una espiritualidad libre de pasiones sexuales. Jamás la imaginé como ninfómana. Tal vez eran mis estúpidos prejuicios sexuales.
Un día, mi esposa me avisó que iba a casa de Gabriela a entregarle unos Videos de Yoga que le había prometido. A los pocos minutos de haberse retirado, recibí una llamada de Gabriela en el celular de mi mujer, el cual había olvidado en la cocina.
Contesté. Resulta que se encontraba tomando un curso fuera de la ciudad. Le pregunté por qué motivo no le había avisado a mi esposa. Con un tono de desconcierto, me dijo que tenía que colgar, que después llamaba.
A los pocos minutos me llamó mi esposa al celular desde un teléfono público. Efectivamente me dijo que se había confundido de fecha, que Gabriela no estaba en la ciudad, y que ya venía en camino. Sólo pasaría al mercado por unas cosas. Pero algo raro noté en ella.
No me detuve. Inmediatamente tomé el vehículo y me dirigí a la casa de Gabriela. Vaya sorpresa: allí se encontraba el carro de mi esposa, el de mi amigo y ¡el de Gabriela! Me estacioné a una cuadra para pasar desapercibido.
"¿Que está pasando?" Me preguntaba. Por qué tanta mentira.
Me acerqué lentamente sin hacer ruido. Mi corazón parecía reventar. Hacía varios años que Gabriela le había dado una copia de la llave de su casa a mi esposa. Fue durante mis fantasías que me atreví a conseguir una réplica de la misma copia sin que ella lo notara, pensando que algún día, estando ellos fuera de la ciudad, podía entrar y explorar la ropa interior de Gabriela. ¡A tal grado había llegado mi locura!
En fin, abrí silenciosamente la puerta, y desde allí pude escuchar los gemidos...
Quería gritar, llorar, largarme, suicidarme, etc. Me sentí defraudado, me sentí un estorbo.
Pero a medida que pasó el tiempo, mi pasión por Gabriela mostró su rostro. Después de todo, yo también tenía derecho a participar en tal festín. No obstante, al mismo tiempo el dolor emocional florecía y me impedía pensar con claridad. Me cuestionaba: "¿Por qué me hizo esto?"
Poco a poco subí los escalones dirigiéndome a la recámara de donde provenían los excitantes sonidos.
Finalmente me acerqué, asomándome ligeramente, tratando de mantenerme invisible.
¡Vaya escena, Dios Mío, que es esto!
Los tres totalmente desnudos se encontraban en la cama de la siguiente manera:
Mi amigo sodomizando a mi esposa en la posición de perrito. Al mismo tiempo mi esposa chupaba con desesperación el clítoris de Gabriela, cuyas piernas bien abiertas y alzadas permitían a mi esposa estimularle a la vez el agujero de su ano.
Mi amigo, además de estar penetrando a mi esposa, tenía un vibrador en su otra mano con el cual el mismo se sodomizaba. Los 3 estaban sumergidos en el más profundo de los deleites.
El vocabulario vulgar y perverso de mi esposa me sorprendía. MI amigo la humillaba, con palabras como "¡Puta, tienes un trasero enorme, te gusta por el culo verdad, te gusta, dímelo, dime que Diego no te hace sentir lo mismo!", Ella contestaba: "Hijo de puta, sabes que con él no hago estas cochinadas, el no es un cerdo como tú, como nosotras... pero no hables de Diego que me pongo triste ..., ay Dios...,sigue..., sigue..., así..., métemela hasta adentro, cógeme hasta que te embarres de mierda, no pares..., ¡me vengo...!"
Al minuto él sacaba el pene del ya expandido y saciado ano de mi esposa, y lo introducía en la boca de Gabriela. "¡Límpialo!" decía mi mujer. "¿Te gusta como sabe?" "¿Te gusta como huele?"... "Si, si, sabes que sí..." contestaba Gabriela. "El sabor de tu templo me vuelve loca..., pero no hables más cabrona, no dejes de chupar mi conchita..., méteme otro de tus deditos por la cola..., así..., así..., oh, santo cielo..., que rico..., mmm..., voy a morir de placer..., esto es Nirvana!". Los chorros no pudieron esperar más... Mi esposa se unió a Gabriela para recibir con sus bocas lo que brotaba de aquel envidiable falo. Parecía una fuente inagotable de leche. Mientras ellas bebían sin cesar, él se emborrachaba boca arriba con una lluvia dorada que empapaba su rostro. En menos de un minuto, la cama era un charco de diversas acuosidades.
Me quedé perplejo. Nunca antes había visto semejante acto. Tales tendencias degeneradas hacían la escena parecer surrealista.
No me atreví a interrumpir. Me alejé de la misma manera en como llegué, y hasta la fecha nadie sabe que estuve allí. No sé ni cómo llegué a la casa, todo el cuerpo me temblaba. Ese mismo día mi esposa llegó antes de la media hora. Como si nada hubiera pasado.
Fui víctima de una terrible fiebre, la cual me obligó a permanecer en cama por un par de días.
Las mentiras del video de Yoga, y la repentina confusión de Gabriela en la conversación telefónica, podían ser el pretexto perfecto para indagar y poner ante la luz la verdad. Pero aún no me he atrevido.
Quiero a mi esposa. Llevamos una relación sumamente agradable, salvo nuestra relación sexual. Aún no entiendo porque me hace esto. ¿Estará mentalmente enferma? soy un hombre sumamente apuesto, soy tierno, detallista, y le dedico todo el tiempo posible. Es algo de lo cual ella siempre se ha jactado, mi apariencia física le agrada. Paradójicamente, el esposo de Gabriela es el hombre más bendecido del planeta. Es feo y flaco, materialista, hombre de negocios y superficial. Es sínico y a veces cruel. Aún no logro comprender como pudo ligarse a Gabriela, mujer intelectual, interesante, socialista, chica de mundo y con un semblante angelical. Muchos les llaman "La bella y la bestia" con justa razón.
No podía pasar mucho tiempo sin tomar una decisión.
En mis sueños, ahora no sólo aparecía Gabriela, sino el trío completo. Yo permanecía como voyeurista, oculto, ignorado y subestimado por esas apasionadas criaturas. Lo más preocupante era que empezaba poco a poco a gustarme.
Escrito por Príncipe del Amor.
Traducido del Francés al español por Josué Stravinsky.
Continuará