Días de verano
Una tarde aburrida de verano puede cambiar con apenas una llamada telefónica.
Son increíbles las sorpresas que te puedes llevar en la vida. Mucho más en la vida de una persona gay, en las cuales los excesos, los abusos y el sexo sin compromiso abundan, y son cosas del día con día. Pero es aún más increíble saber lo bien que puedes pasarla viviendo al máximo, disfrutando tu sexualidad sin tabúes ni tapujos, siendo quien eres y buscando lo mejor en cada encuentro.
Soy un chico de 20 años, en los cuales he vivido bastante más de lo que pudiera parecer, si de aventuras sexuales hablamos, pero hoy quiero relatar una experiencia que jamás olvidaré, pues, debo aceptar que ha sido uno de los mejores encuentros sexuales que he vivido.
Todo comenzó un verano, exactamente el verano del 2005. Días atrás había conocido a un chico muy guapo, con un cuerpo que reflejaba varios años de practicar natación de forma profesional, pero lo mejor estaba por venir. Ese caluroso día de verano me encontraba solo en mi casa, con unas tremendas ganas y un deseo de un rato de sexo sin compromiso, un blowjob, penetrar, ser penetrado. Recordé a este chico, por lo que decidí tomar mi teléfono y llamarle. No tardó ni 15 minutos en estar en la puerta de mi casa, ansioso de pasar un buen rato.
Comenzamos tomando unas cervezas, plática superflua, vacía, hasta que el deseo se apoderó de nosotros y comenzamos a platicar de nuestra vida sexual. La plática pasó de las primeras veces, posiciones favoritas, hombre ideal, forma de penes, hasta que de pronto, una ráfaga de deseo se apoderó de mi, haciéndome robarle un beso, un beso en el cual entregué una muestra de la pasión que desbordaba en ese momento en el ambiente. Un beso como si fuese el último que daría en mi vida, un beso lleno de sensualidad. Lento, húmedo, apasionado.
Después de ese beso, vinieron muchos más, cada uno diferente, llenando la habitación de un ambiente que incitaba al deseo, al pecado, al sexo. Nos paramos u en un arrebato de pasión, arranqué la camisa a rallas azules que llevaba, dejando al descubierto un abdomen que ni los griegos hubiesen podido recrear mejor. El sin camisa, respondiendo a mi acción, decidió quitarme mi playera deportiva que llevaba, dejándome en igualdad de circunstancias. Piel con piel, corazones agitados y el sudor que comenzaba a recorrer nuestro cuerpo, que no dejaba espacio entre nosotros.
Sentir su calor, su cuerpo, su virilidad causó una reacción no controlada se mi parte, bajé sus pantalones de un solo golpe, dejando al descubierto un miembro de excelente tamaño, hermosa forma y un sabor inigualable. Comencé a besar desde la punta de su pene hasta la base. Lamer desde los testículos hasta subir a su abdomen, deteniéndome especialmente en aquellos oblicuos que formaban una V que llevaba directamente al lugar en el que quería estar en ese momento.
Volvimos a besarnos con una ternura saturada de lujuria que jamás olvidaré, cuando de pronto el quita de mi el resto de ropa que dificultaba el roce de nuestros cuerpos. Quería sentir su piel, quería sentir su sabor, quería que me hiciera suyo en ese instante.
Decidido, tomé la iniciativa, apretando con mi mano su miembro mientras susurraba a su oído un "te deseo, hazme tuyo ya". Su reacción fue más que inesperada, me aventó contra el sillón, tomó un preservativo, se lo puso y, prácticamente sin dilatar ni un poco mi ano, decidió embestirme de una manera en la que no imagine podía pasar. Dolor, placer, calor, saliva, sudor, una extraña mezcla de emociones y fluidos recorrían nuestros cuerpos, al tiempo en que yo me acoplaba a su ritmo y comenzaba a gozar.
Chispas recorrían mi espalda, transformándose en leves gemidos al llegar a mi boca, que emitía apenas sonido alguno, pues yo estaba concentrado en disfrutar todos y cada uno de los estímulos que él me provocaba. Su pene en mi ano, un placer irreal, sus manos arañando mi espalda, su boca recorriendo mi cuello, y yo, en el paraíso.
Embestida tras embestida, el momento culminó después de un rato con mi eyaculación habiéndome apenas tocado, al mismo tiempo que sentía como el terminaba dentro de mi, gimiendo y gritando como si la vida se le hubiera ido en los fluidos que acababa de expulsar dentro de mi.
Salió de mi, estuvimos abrazados, besándonos, viéndonos fijamente durante un tiempo, hasta que nuestro cerebro regresó a la normalidad. No era mi novio, no era mi amigo, era apenas un conocido que me había hecho pasar una tarde inolvidable, por lo que no tenía que involucrar sentimientos.
A la fecha, en días calurosos de verano, tomo mi teléfono y le llamo, pues créame usted amigo lector, que el sabe como moverse, y sobre todo, como hacerme pensar en que no existe nada mejor que la fusión de dos cuerpos desnudos, sudados y rozándose, no hay nada más excitante para mi.