Días de Sexo y Sexo (05)

Días de Sexo y Sexo (05)...

Por la mañana me levanté antes que Eva, que dormía aún profundamente. Elena ya estaba en la cocina, bebiéndose un zumo de naranja. Yo tenía ganas de saber cómo fue la recepción, y le pregunté: -Ha superado todas mis expectativas, la nenita es una bomba sexual, empezó a hablar. Nada más recogerla del aeropuerto, me miró de una forma como si ya intuyera nuestra relación. Cortésmente, no hizo ninguna pregunta incómoda mientras volvíamos a casa. Una vez dentro, fue cuando la lanzó: ¿Te folla? Asentí avergonzada mientras se hacía un silencio sepulcral. Evitamos las miradas, y fue Eva quien rompió de nuevo el hielo:

-Mira, no me importa, salvo que haya algo más que puro sexo, ¿entiendes? No sé por que no he cogido un hotel en vez de estar aquí.

No sé cómo tuve el valor de decirle que tal vez tendría más aliciente vivir aquí. Me miró sarcásticamente, pero seguí.

-Tal vez quieras competir conmigo. Soy mayor que tú, pero te puedo demostrar de lo que soy capaz. Y sin darle tiempo a reaccionar, la besé en la boca.

Aunque lo deseaba, me sorprendió que reaccionara positivamente, y jugara con mi lengua. Estuvimos un ratito así mientras nuestras manos buscaban botones que desabrochar, faldas que bajar, bragas que separar. Cuando nuestros labios se separaron, ella dijo sensualmente:

-Ya veo de lo que eres capaz... y nos fuimos a la cama. Allí estuvimos rato lamiéndonos, jugando con las lenguas en los respectivos clítoris, y usando mi juguete favorito, una porra de goma, que nos la metíamos por todas partes. No me lo podía creer, estaba con ella realmente, degustaba el licor de su coño, acariciaba su fina piel, veía aquel sexo lampiño que tan sólo unos dias antes había recibido un trato brutal, y se me mostraba inocente, una sonrisa vertical con unos cremosos labios ligeramente abiertos. Rodeé con mis brazos su cuerpo, y hundí mi cara entre sus piernas. Sólo cuando tuvimos suficiente paramos.


Toda esta descripción me estaba poniendo a cien, y veía cómo Elena también se calentaba con su propia narración. La alcé y la senté sobre la mesa de la cocina. Llevaba sólo un camisón, que se quitó ella misma rápidamente. La besé muy apasionadamente, mientras mi herramienta estaba apuntando a un sexo ya licuado. Prácticamente sólo tuvo que hacer un ligero movimiento de caderas para que el tren entrara en el húmedo túnel.

Así nos encontró Eva. Yo no la ví hasta que se puso detrás de mí a mordisquearme la oreja. Elena la miraba directamente a los ojos con expresión de vicio. Me gustó la sensualidad que ahora me mostraba, y la receptora de mi polla también, pues aún creció un poco más dentro suyo, y ahora golpeaba directamente el útero. Cuando se corrió, quise separarme, pero Eva me lo impidió. No me fijé que había traído consigo una cuerda que no sé de dónde la sacó, pero nos ató a Elena y a mí así acoplados, pegados uno al otro. Estaba pensando algo, pero no sabía el qué.

Una vez asegurada de que no podíamos ni separarnos ni desatarnos de la cuerda, me preguntó si la podría cargar así hasta el dormitorio principal.

Asentí, y llevé la carga. Como mi erección aún se mantenía, cada paso generaba un movimiento de vaivén de mi polla dentro del coño de Elena, y ésta gemía cada vez que se hundía muy profundamente.

Cuando llegamos, ella ya estaba de nuevo cerca de un nuevo orgasmo. Me giró y me puso de espaldas a la cama. Justo cuando intentaba sentarme, nos empujó y caímos sobre el colchón. El brusco gesto le acabó de provocar un nuevo orgasmo. Sus flujos ya mojaron mis huevos. Elena intentó sacársela, pero Eva se lo impidió. Le separó las nalgas, y empezó a lamerle el culo y el contorno de su raja ocupada. Lo notaba porque la punta de su lengua ocasionalmente rozaba la parte de mi pene que no estaba en la vaina de Elena. Ésta cerraba los ojos, y le susurraba a la oreja:

-dime qué te hace...

-me hunde la lengua en el culo, me gusta mucho... uuumm!!

-muévete, le dije, ofréceselo bien abierto, para que multiplique tu placer, mientras le daba pequeños besitos por toda su cara, ya que no paraba de moverla.

De repente arqueó lo que pudo su cuerpo. En seguida noté por qué. Eva le estaba introduciendo dedos en el culo. No sé cuántos, pero yo cada vez notaba más presión contra mi verga a través de la fina membrana que separa ambos conductos.

-Aceró a decir: "Esta putita me está rompiendo el culo....mmmm... me está metiendo toda la mano" Eva le respondió que no todavía, su culito se debía acostumbrar a grandes cosas. Movía los dedos dentro de ella rítmicamente, y los removía también dentro. Elena se derretía de gusto, y ya empezaba a sentir un nuevo orgasmo, cuando yo ya no pude más, y empecé a inundarle la vulva. A la que Eva lo sintió, la sacó de cuajo, sin importarle si le dolía, y la engullió toda en su boca. Aún me quedaba un último disparo, que le fue directo a la garganta.

Para acabar de ordeñarme, no tuvo reparos en meterme un par de dedos en el culo. Me rendí incondicionalmente a ella.

Nos dejó así mientras iba a lavarse las manos. Elena me dijo: -La quiero. Asentí.

No dio tiempo a más. Había vuelto, y con las manos a la espalda. Evidentemente, traía algo, que yo ví enseguida, pero no Elena, ya que la postura atada no se lo permitía.

-El jueves me dijiste que querías competir. Bien, veamos si eres capaz. Dijo Eva. Mostró a Elena un calabacín enorme que se había traído de la nevera, y una botella de aceite de oliva. Puso un poquito en la punta más ancha de la hortaliza, y lo restregó con la mano. Brillaba. Casi sin pensárselo, se lo introdujo hasta desaparecer casi por completo.

Elena alucinaba. Yo calculé que medía unos 30 cm., pero de ancho era considerable, con lo que realmente tenía que estar muy ejercitada en el uso de grandes calibres. Eva se masturbaba ante nosotros sacando y metiendo el reluciente comestible de su sexo. Un minuto más tarde, se había corrido. Se lo sacó, y, casi montándose sobre Elena, le susurró al oído de una forma perfectamente audible para mí: ahora tú, cielo. Y sin esperar respuesta, empezó a hurgar en su vulva.

Elena intentaba someterse, pero nunca se había metido nada tan grande, y notaba que el dolor estaba ganando al placer. Un grito acompañó a la irrupción de la cabeza del vegetal en su gruta. Se aplastó sobre mí para favorecer la penetración. El monstruo ensanchaba poco a poco sus paredes, hasta que tocó fondo. Eva aún empujó un poco más, pero era evidente que no le cabía en su totalidad. Unas lágrimas cayeron sobre mi cara.

Elena lloraba. Desde mi inmovilización, sólo podía sorber las perlas que salían de sus ojos, e intentar tranquilizarla. Sabiamente, Eva paró. Ojalá hubiera podido ver la vagina de Elena abierta a tope engulliendo aquel coloso, que aún conservaba restos de la corrida de mi novia.

Para ayudarla, ella la estimulaba el clítoris. Tardó bastante en mostrar síntomas de agrado. Eva le iba diciendo: -Puta, no puedes competir conmigo, apenas te ha entrado más de la mitad, y ya estás llena. Te falta mucho para ganarme. Ahora sólo piensa ya en disfrutar, cielo, porque en lo que resta de semana te pienso convertir en mi alma gemela.

Elena no decía nada, tenía los ojos cerrados, y se le notaba el gran esfuerzo que estaba haciendo. Cuando por fin tuvo su clímax, Eva empujó más, y, según me confesó luego, le faltó muy poco para tenerlo todo dentro justo en ese momento.

Calma. Silencio. Respiración agitada sólo interrumpida por una llamada telefónica, a la que respondió el contestador. Lo pudimos oír todos:

-Hola, soy Jaime, he vuelto de mi viaje. Estoy llamando desde mi móvil, y en cinco minutos estoy en la puerta de tu casa. Si estás, bien. Si no, ya nos veremos. Chao.

-¿Quién es Jaime? preguntó Eva.

-Es un amigo, un buen amigo, respondió Elena.

-¿Te lo has montado con él?

-Sí, muchas veces.

-¿Te gustaría recibirlo así?

-No, por favor, no quiero, me duele el coño del esfuerzo, imploró.

En ese momento sonó el interfono. Eva sonrió y corrió a abrir. Tras unos minutos en los que Elena estaba angustiada, se oyeron las voces de Eva y Jaime, saludándose. Pasos que se acercan, mientras mi novia decía que había una pequeña fiesta. Jaime no dijo nada cuando nos vio atados abrazados sobre una cama revuelta. La perversa Eva fue quien le mostró la gruta abierta de Elena, y la herramienta con que lo había logrado. Yo le veía la cara a él, y me guiñó un ojo. Por lo menos, guardaría silencio sobe los vídeos.

-...Pero la pobre ahora está hecha polvo, pobrecita, mientras rozaba la vulva de Elena con los dedos.

Así que no puede hacer nada contigo... pero yo sí, y de nuevo se despojó del albornoz que se había puesto para abrir la puerta.

Jaime no se hizo rogar, y se quitó la ropa mirando fijamente la vulva afeitada de Eva. Su rabo ya estaba tieso, pero Eva quiso chupárselo de todos modos.

Provoqué que rodáramos sobre la cama, para que Elena pudiera observar la follada de ambos. Ella me lo agradeció.

Mientras él estaba de pie, ella, agachada, se tragaba el enorme cacharro, y aún se frotaba la vulva. Jaime disfrutaba de la cálida lengua de Eva. Estaba a punto de descargar su semen, cuando ella se la sacó de la boca, y con dos dedos le apretó la punta.

-Aún no, cariño, aún no. Toda una experta en el arte de poner a un hombre a mil.

Entonces, lo hizo sentar sobre una silla, y, de cara a nosotros, se empaló. A pesar del grosor, entró con una facilidad pasmosa. Pero tras cuatro o cinco movimientos, se la sacó y apuntó a su puerta trasera, donde se sumergió implacable. Jaime bufaba, mientras Eva nos hacía el numerito de abrirse la vagina. Lo cabalgaba furiosamente.

Prácticamente salía del todo para volver a hundirse en las profundidades de su ano.

Mi polla estaba de nuevo dura como una roca con la visión en directo de la follada, y aunque maltrecha, también Elena se extaba excitando. Lo notaba porque mi verga rozaba los labios de su abierta rajita, y estaban húmedos de nuevo, y se movía ligeramente para que su clítoris rozara mi eje.

Este detalle no pasó desapercibido para Eva, quien, aún empalada, llegaba con sus manos para desatarnos. Elena se separó un momento, y me dijo que como su coño estaba fuera de combate, haría lo mismo que Eva: por el culo. Y dicho y hecho: su esfínter se apretó contra mi pene hasta que empezó a desaparecer en su interior.

Ambas estaban mirándose de frente en la misma situación, tan cerca que se tocaban la una a la otra los pechos. Nadie se fijó hasta que fue tarde. Elena cogió el calabacín, que aún rodaba, pringado de aceite y jugos femeninos, por la cama, y lo enchufó sin piedad y violentamente en el desprevenido coño de Eva, quien de repente gritó. Su sonrisa vertical acusó el impacto, y se acomodó tarde al objeto, al que Elena imprimía un mete y saca vertiginoso, despiadado, y que a su vez obligaba a Jaime a hacer lo mismo, ya que con el primer impacto casi le chafa la polla con la presión ejercida. Ahora era Eva la torturada, pero el efecto duró poco. Empezó a gemir y pedir más, hasta que se corrió, y Jaime también lo hizo. Pero un falso movimiento de ambos provocó lo que me temía: La hortaliza se partió, de forma que la parte que se quedó dentro de la vulva no salía sola. Era la más gorda, y estaba muy encajada, y las puntas que sobresalían tras el accidente no permitían estirar con la suficiente fuerza. Tampoco presionando con dedos desde el interior de su ano logramos resultados.

Se me ocurrieron dos soluciones: la primera, pincharlo con un tenedor, y esperar que tuviera la fuerza suficiente como para sacarlo. Nada, un fracaso. Y la segunda, ir a un hospital, pero me imaginaba que trascendería, y no quería.

Elena nos apartó. Cogió la botella de aceite, y regó una buena cantidad por la vagina y su mano.

Rápidamente entendí lo que iba a hacer, cuando nos pidió que la sujetáramos. Poco a poco empezó a deslizar dedos por el lubricado chocho. Yo veía preocupado cómo Eva hacía esfuerzos por no gritar.

Recordé cuando recibió dos manos en su interior, pero creo que esto lo superaba.

Al cuarto dedo, Elena dijo que tocaba la punta.

Ahora se trataba de empujar para abajo. Parecía un parto.

Salió despedido como el tapón de una botella de cava, con un sonido mojado. Eva se arqueó cuando lo expulsó. Detrás de ello, un líquido blancuzco resbalaba por sus piernas.

-Dios! ha sido bestial, exclamó riendo. Nosotros sufriendo por ella, y la muy zorra se corre...

CONTINUARA