Días de Sexo y Sexo (04)

Días de Sexo y Sexo (04)...

NOTA DEL AUTOR: Este relato es ficticio, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Tenía que preparar la visita de Eva. En primer lugar, ella llegaba en jueves, así que yo no podía ir a recogerla al aeropuerto, por lo que tenía que ir Elena. Eva sabía que los fines de semana los pasaba en casa de unos amigos, así que no le extrañaría la recepción.

En segundo lugar tenía que entrar en escena la capacidad de seducción de Elena. Tras ver las fuertes escenas, la deseaba. Y la amaba también. Según cómo se desarrollaran las cosas, ella intentaría provocarla para tener el tan ansiado encuentro sexual.

Y llegó el dia D. Sobre las 11 de la mañana, vi su avión aterrizar desde las oficinas de la base. Estuve muy nervioso el resto del dia, sobre todo porque no tuve noticias.

El viernes por la tarde, el coche de Elena estaba, como siempre, en la puerta de la base. Ambas estaban dentro. Cuando Eva me vio, salió y vino corriendo a abrazarme. Me besó en los labios de una forma totalmente nueva para mí. Nunca antes me había dado su lengua, y ahora se enroscaba con la mía, haciendo infinitamente bueno el momento. Cuando nuestras bocas se separaron, la miré. Vestía una falda larga hasta los tobillos, con botones laterales, y una camiseta ajustada que mostraba que no llevaba sujetador. Me cogió de la mano, y entramos en el coche, ambos en los asientos de atrás. Saludé a Elena, mientras arrancaba. El trayecto hasta su casa duraba unos 35 minutos. Eva me volvió a besar, cariñosamente, mientras veía cómo Elena nos miraba sin decir nada por el espejo.

Las manos de Eva buscaban mi pantalón, deslizaron la cremallera y entraron en busca de mi verga. Ya la tenía rígida, animada por la situación. Mis manos buscaron su cuerpo. Su piel estaba caliente, mucho más suave de como la recordaba. Metí la mano por debajo de su camiseta, y alcancé sus firmes pechos. Los pezones parecían fresones enormes, y ella se estremecía cuando los acariciaba haciendo círculos con la palma de la mano.

Entonces, ella se desabrochó los botones de la falda, y se sentó sobre mí, sin dejar de besarme. Entonces pude constatar que tampoco llevaba bragas. Mi atención inicial se centró en su trasero, amasando los dos carrillos en círculos concéntricos, hasta que mis dedos llegaron a su roseta sagrada. La esperaba menos abierta de lo que estaba, y me sorprendió la facilidad con que dos de mis dedos se hundieron en las profundidades de su ano. Ella se apretó más a mis labios, y su gemido murió en mi boca.

Sus manos desabrocharon el cinturón y jalaron hacia abajo mis pantalones, dejando al alcance de su afeitada vulva mi enhiesto pene. Estaba empapada, y no dudó en apuntar hacia su gruta y hundírselo hasta el fondo de un solo golpe. Noté cómo mi punta besaba su fondo. A través de la fina membrana que separa sus orificios, notaba con mis dedos cómo se dilataba su gruta.

Empezó a cabalgarme. Recuerdo la última vez que lo hicimos, ella estirada sobre la cama, rígida, tensa, que apenas sí disfrutó, y ahora, cambiada radicalmente, no ponía ningún reparo a los estímulos placenteros que sentía. Sus vaivenes rítmicos sacaban casi por completo mi polla, para bucear de nuevo en su licuada vagina. Me encantaba, disfrutaba segundo a segundo de la nueva Eva, y me sorprendió la facilidad con que obtuvo dos orgasmos antes de vaciarme en su vulva. Exclamé: -¡Sal, rápido, que me corro!, a lo que ella, con voz de goce, me dijo: -Tranquilo, tomo la píldora, y aún hizo un esfuerzo por empotrarse más.

Cuando nos calmamos un poco, ella se salió. Justo entrábamos en la ciudad, pero como ya había oscurecido, no se nos veía. Eva se inclinó sobre mi desinflado pene y lo acogió en su boca. Aquello sí que me puso a cien. Ella siempre se había negado a usar su boca, y ahora se lo tragaba todo, y además impregnado de sus flujos. ¡Y cómo mamaba! Se estiró sobre el asiento, y, como pude, empecé a estimularle el clítoris con los dedos. Le gustaba, porque además de notar que se mojaba, sus lamidas eran cada vez más lascivas, cargadas de un erotismo que sólo se aprende con la práctica. Me encantaba ver su culo bañado por la luz de las farolas.

Al entrar en el parking, mi potencia se había restablecido, y Elena ya no podía más. Cuando aparcó, tumbó su asiento, y nos dijo: -No puedo más, necesito hacerlo o reventaré, y levantó su falda mostrando su sexo, brillante. Se acercó, y se sentó sobre mí, mientras Eva le acariciaba los pechos. Elena estaba con los ojos cerrados, y saltaba sobre mi eje, mientras yo aún seguía con mis dedos removiendo la cálida rajita de mi novia. No tardó ni un minuto en correrse. Ya más calmada, propuso que subiéramos a su casa. Lo hicimos, y dijo que se iba a dar un largo baño. Un guiño de ojo me indicó que lo hacía para dejarnos a solas.

Fuimos a la habitación que nos había habilitado Elena. El semblante de Eva cambió.

-Tengo que decirte algo, empezó nerviosa. Y no es fácil. -¿De qué se trata? Pregunté. -Estos últimos días, he cambiado, me han pasado cosas que me han trastocado los esquemas morales. Verás, es que he mantenido relaciones con otras personas... -¿Y qué?, comenté. A estas alturas, ya te has dado cuenta que yo también, con Elena. -No es tan simple, dijo ella. Estoy confusa, porque he descubierto que el sexo en grupo me gusta, que cuando disfruto plenamente, pierdo el control y soy una perra en celo. He hecho cosas que a más de uno se le pondrían los pelos de punta, he disfrutado haciéndolo con mujeres y varios hombres a la vez, y todo esto me ha sobrevenido de golpe, y aún no lo he asimilado.

Los ojos los tenía vidriosos. Luchaba por no llorar. La abracé, y le dije que lo que me importaba era que ella disfrutara, fuera feliz, y que, hiciera lo que hiciera, yo querría estar a su lado, compartiéndolo. Entre sollozos, me fue contando detalles de todo lo que yo había visto. Narrado por ella, era aún más excitante, ya estaba de nuevo en forma, y, mientras me lo explicaba, sus manos masajeaban el bulto de mi entrepierna. Para evitar que tuviera remordimientos, yo le decía -y era verdad- que sentía mucho no haber podido asistir. Sus ojos me miraron, aliviados en parte. No obstante, necesitaba hacerle la pregunta clave: ¿aún me quieres? Se incorporó, y se despojó de la camiseta y la falda. Me estiró y me desnudó muy sensualmente, para a continuación girarse y ofrecerme una visión de un sexo lampiño y abierto, lleno de licores de placer, dispuesto a que mi boca los bebiera todos. Mientras lo hacía, sus labios chupeteaban la punta de mi rabo. No podía tener mejor respuesta.

Esa noche lo hicimos varias veces, sin la intervención de Elena, aunque yo sabía que nos estaría espiando. Cuando por fin se durmió, fui a la cocina a beber algo. Allí me encontré a la propietaria de la casa, desnuda, dormida sentada en una silla, con la cabeza y los brazos apoyados en la mesa. Oía un zumbido que procedía de ella. Me acerqué y vi que entre la silla y ella, sobresalía la base de su fiel compañero, un consolador, en marcha aún, empotrado hasta el fondo de su vulva. Adormilada, me la llevé en brazos a su habitación, y la acosté. El vibrador lo retiré con cuidado, y salió goteando por sus flujos. Parece que, aunque dormida, su cuerpo ha seguido respondiendo a los estímulos que recibía. La tapé y yo también me fui a descansar. El dia siguiente prometía agitado...

CONTINUARA