Días de sexo, crueldad y miseria 4

La Bestia

AÑO 1972

EL CAMBIO

El comienzo de ese año trajo aparejado grandes cambios en mi vida. Marta se casó con su novio de siempre. No intimamos más, y yo me quedé sin trabajo.

La empresa textil Berger de origen alemán, instaló una caldera de ese origen, que era el corazón de todo su proceso industrial. Su funcionamiento era a gas, pero no encontraban la manera de hacerla funcionar en modo seguro.

Falsas explosiones y  apagados repentinos, hacían que tuvieran que tener guardias permanentes para operarla las veinticuatro horas del día. Esto  desvirtuaba el concepto de automatización de la planta, produciendo grandes pérdidas. Los técnicos enviados por mi empresa no daban pie con bola.

El caso es que bajo amenaza de iniciar un juicio, el señor Berger exigió un profesional. Así que, a pesar de que mi área de incumbencia era la de instalaciones y no la de servicios, aprovechando mi años de carrera, me encajaron el muerto y que me arregle.

Pedí los planos para estudiarlos el fin de semana y para mi sorpresa descubrí, que el error en realidad, estaba en el diseño, algo que increíblemente, nadie cuestionó dado el origen del producto. Solo se habían limitado a verificar que las instalaciones se correspondieran con lo dibujado. El caso es que el lunes me presenté, hice las correcciones adecuadas y a las dos horas todo estaba funcionando a pleno en forma automática.

Inflado como un pavo volví a la empresa, esperando felicitaciones, y me encontré con un despido fulminante.

El señor Berguer, había explotado de furia cuando se enteró de la rapidez de la reparación, acusándolos de inútiles y solicitando una recompensa por las pérdidas ocasionadas por un problema menor que no supieron resolver. Hasta acusó a mi empresa, de ocultar el problema para facturar los servicios.

Y qué culpa tenía yo en todo esto ? Pues que debería haber hecho el paripé y solucionado el problema luego de un tiempo prudencial, para no dejar mal parado al personal de servicios. Pero como no hay mal que por bien no venga, las cosas cambiaron para mejor.

Con la pasta de la indemnización y con veintidós años, pude comprar un pequeño departamento e iniciar mi independencia. A mi padre le pareció bien, pero a mi madre no le gustó demasiado, veía que mi aporte a la economía familiar se le iba de las manos.

Las que sí estaban eufóricas, eran mis tres diosas, las que rápidamente se ofrecieron a visitarme los fines de semana para ayudarme a tener todo limpio y que no me desmadre con alguna furcia, así que, de a una por vez, se venían el Sábado a la mañana y no se iban hasta el Domingo por la tarde. Puedo asegurar que me dejaban sin ganas de buscar una furcia por ahí.

Como era el mimado de la familia, a nadie le pareció mal. Mi abuelo tranquilo porque esos días  Auri no se escapaba al mercado, mis tíos por poder jugar al golf todo el fin de semana sin tener que oír quejas y la Negra contenta por poder malcriar a los nietos y al bebe de un año de Haideè. Por lo menos eso era lo que le decían a los familiares que preguntaban porque les extrañaba la situación.

Llevaba un mes en mi nueva casa, cuando recibí un telegrama de citación de las textiles Berger para el Lunes a primera hora. Realmente me presenté acojonado, pensando que me iban a pasar alguna factura de los viejos problemas en los que nada tuve que ver.

Apenas llegué, me condujeron a la oficina del señor Hans. Me esperaba de pie al lado de su escritorio. Era un hombretón de unos cincuenta años, no tan grandote como yo, rubio y de ojos azules penetrantes. Me tendió la mano, me la apretó con firmeza -algo que me resultó agradable- y me presentó a su hija , que estaba parada detrás suyo mirándome como a un insecto.

Decir que me quedé helado es decir poco, Lilian nunca me habló de su familia. Imagino que recordando  nuestra ruptura y la encerrona que le hice en el departamento, me observaba con una mirada gélida que acojonaba. Nunca la vi tan bella y tan lejana.

Fue una reunión corta en la que el señor Berger me comentó la satisfacción por la rapidez en que resolví sus problemas. Se enteró de mi despido y me ofreció hacerme cargo del funcionamiento de toda la maquinaria con rango de gerente y un sueldo que duplicaba el que ganaba en la otra empresa y los horarios me permitían seguir con mis estudios. Como responsabilidad extra a mi cargo, debía encargarme de ir incorporando la nueva tecnología informática que iba despuntando en esos años.

Cómo me vió renuente a aceptar, Lilian le pidió a su padre tener una conversación privada conmigo, cosa que el señor Hans extrañado, aceptó con una sonrisa, convencido de las artes disuasorias de su hija y ajeno a los verdaderos motivos de la petición. Apenas su padre cerró la puerta, me encaró distante y fría...

  • No te creas que me ha sido fácil aceptar que fueras tú el que querían contratar, después de la putada que me hiciste.

  • Pues mira quien se siente ofendida. De haber sabido que esta fábrica era de tu familia, nunca hubiera aceptado postularme para trabajar aquí. De gente como tú y los que te rodean, solo se pueden esperar traiciones.

  • Yo no te he traicionado, lo nuestro era una relación de conveniencia, tú tenías un lugar para estudiar en paz y yo la libertad de hacer lo que me salía del coño, como te lo planteé desde el primer día.

  • ¿Y tenías necesidad de hacerlo en mis narices, a la vista de todo el mundo, dejándome como un idiota? Con solo decirme que te dejara en paz, me hubiera apartado sin necesidad de que me humille golpeando la puerta para que me abras, mientras te follabas a otro.

  • Nunca tuve intención de humillarte, pero con Beto la situación se nos fue de las manos. Follar cerca de su esposa o contigo golpeando la puerta lo ponía tan cachondo que me dejaba de cama, y yo no me supe negar. De todas maneras, la humillación de ser sacada por la ventana a la vista de todos, con su esposa puteándome a los gritos, apestando después de estar dos días sin luz ni agua, me parece que fue castigo suficiente. Si se llega a enterar mi padre, me deshereda.

  • No veo que hayas sufrido mucho, eres una mujer rica, no entiendo el paripé del profesorado de educación física.

  • No lo entiendes, porque no has tenido que estar atado a una mascarada, a comportarte como otros esperan de ti. Con el profesorado soy libre, no le rindo cuentas a nadie, me pierdo en la tormenta sin preocuparme de quien queda atrás. Como se liberó mi hermana yéndose a vivir con el novio.

  • Ni siquiera preocuparte de los daños colaterales, eso ya me lo has dejado bien en claro.

  • Aunque no lo creas, no quise dañarte, tu eras el faro que me guiaba a buen puerto, un lugar al que volver cuando sentía que me perdía. Por eso retorné junto a mi padre, buscando atarme para no despendolarme del todo. Sé que suena hipócrita pero sin tu presencia en mi vida me hundiría sin remedio. El día que te conocí estaba perdida y pude comprobar que tú también. Aunque te duela admitirlo, en ese momento de nuestra vida cada uno de nosotros fuimos para el otro, un tramo de sendero coincidente en caminos divergentes. Recorrerlo juntos fué bonito, pero si bien nos empujaba el mismo motivo, no buscábamos el mismo destino.

  • ¿Y cuál se supone que era ese motivo?

  • Escapar de la realidad que nos ahogaba.

  • ¿Y como seguimos entonces?
  • Facil, tu a lo tuyo y a yo a lo mío, como si lo nuestro nunca hubiera sucedido.

A pesar de que su explicación no me cerraba del todo y dejaba muchos interrogantes sin resolver, decidí privilegiar mi futuro, ya habría tiempo para aclarar el resto de las cosas.

A la semana siguiente, estaba trabajando en una oficina del subsuelo, cerca de casi todos los tableros de control. A pesar de mi cargo, me gustaba verificar personalmente el funcionamiento de todo y meter mano, por lo que en lugar de usar traje y corbata, usaba un mono de trabajo enterizo sobra la ropa, como el resto del personal técnico

La empresa era muy organizada y realmente se trabajaba bien. Tenían un gran comedor para el personal, donde se servía comida preparada por un nutricionista y estaba separada por secciones. Cada una con ingreso independiente, pero conectadas para el uso del personal de servicio.

Sobre la izquierda se hallaba la sección de los directivos y gerentes, donde me correspondía ir por mi cargo. En el centro los administrativos y vendedores. Y sobre la derecha, el del personal técnico.

Como siempre fui parco para relacionarme, no me agradaba ir al sector gerencial, además, me daba pereza cambiarme el mono para ir a almorzar, y como por otro lado las conversaciones sobre fútbol y mujeres de los empleados de mi sector no me interesaban, me ubicaba en una pequeña mesa en un rincón del area administrativa, desde la que podía almorzar tranquilo observando el ganado, ya que allí estaba la mayoría de las mujeres que trabajaban en la empresa.

El staff de ventas estaba conformado por el gerente del área, un guaperas delgado, de mucha pinta y mucha labia, novio actual de mi ex, que almorzaba en el sector directivo, Julia, la supervisora, cuarentona muy atractiva, casada y con pinta de mal bicho, que lo rondaba desesperada y le hacía la pelota y cuatro vendedoras atractivas que metían bullicio riéndose de cualquier cosa que el idiota dijera. Entre ellas Ana.

Ana era una muchacha delgada, de metro sesenta, muy bonita y de curvas sinuosas, se la veía pícara y divertida. Se sentaba con sus compañeras siempre mirando hacia mi mesa, y cada tanto, me percataba que me dedicaba alguna mirada intrigada.

Un par de meses después de empezar a trabajar allí, un mediodía cualquiera, las compañeras de Ana no se presentaron al comedor, por lo que ésta, al encontrase sola, se acercó a mi mesa con la bandeja en las manos, preguntándome si podíamos compartir el almuerzo, lo que consentí con un movimiento de cabeza, mientras masticaba un jugoso filete.

Se mantuvo en silencio, mirándome con ganas de iniciar una conversación, hasta que no aguantó más.

  • Es raro que te dejen almorzar aquí, siendo del personal técnico.

Le contesté alzando los hombros con una sonrisa.

  • Ja, ja, ja, Vaya que eres de pocas palabras.

Lo que provocó mi risa también. Nos presentamos e iniciamos una agradable conversación, que se repetía cada vez que sus compañeras no concurrían a almorzar. Ahí me enteré que tenía veintidós años, que era de un pueblo cercano, que vivía en un piso compartido con dos amigas y que las ventas se le daban bien.

Así fue pasando el tiempo. Aprovechando el mejor salario me compré una moto de gran cilindrada, lo que me ahorraba tiempo de viaje. Pude equipar mi departamento, me compré un gran sillón, de esos para relajarte y leer con los pies sobre una butaca, me construí un buen equipo de música y disfrutaba de mis diosas los fines de semana. Hasta que llegó fin de año y la fiesta de la empresa.

Esa noche me vestí elegante, con un pantalón gris, camisa blanca y chaqueta azul francia con botones dorados, toda ropa elegida y comprada por mis diosas. Me dirigí al salón sin grandes expectativas dado que no era muy amante de las fiestas, pero debo reconocer que estuvo divertida y devino en una situación interesante.

Me senté en una mesa con otros supervisores que estaban con sus familias, lo que hizo la comida amena, en un entorno casi familiar. Cuando llegó el momento del baile, todo el mundo saltó a la pista, menos los directivos, que se retiraron para que el personal no se sintiera cohibido y como de costumbre, yo me quedé a un costado. Pretender que mi cuerpo pudiera acompañar una melodía era pedir demasiado.

Como en todos estos eventos, están los caraduras que se divierten sin pudor, los borrachines que hacen el  ridículo y los que bailan bien. También los que se quieren lucir y buscan arrimar el bochín a alguna dama, entre ellos el guaperas jefe de Ana, aprovechando que Lilian se había retirado.

Era triste observar cómo aprovechaba para meterle mano a todas la chicas que le tenían que festejar la gracia obligadas. Las chicas de ventas bailaban solas, esquivando el bulto, riendo y bebiendo como cosacas.

A las dos de la mañana, me estaba retirando para irme a casa, cuando en el estacionamiento logré distinguir a Ana apoyada contra un auto, doblada por la cintura y vaciando su estómago entre arcadas.

Me acerqué a ayudarla y tuve que sostenerla para que no se caiga. La pobre estaba tan bebida, que no sabía ni donde estaba. No podía dejarla así. La tomé por debajo de su brazo, la llevé hasta mi moto y como no sabía la dirección de su casa, la llevé a mi departamento, sentada cruzada sobre el tanque y abrazada a mi. Como esa noche no iba a estar en casa, estaba solo.

La ayudé a lavarse un poco la cara, la acosté en mi cama sacándole solos los zapatos y la tapé con una sábana. Yo me puse cómodo, con un pantalón corto y una remera y me acosté en mi sillón de relax.

A la mañana desperté con el ruido de la ducha, al ser un mono ambiente todo se oye muy próximo. Me desperecé y preparé un café con leche, unas tostadas, mantequilla y dulce para que eligiera que le venía mejor. Al rato apareció Ana con cara de pena, vestida con una de mis remeras que le llegaba por debajo de sus rodillas.

Riéndome por las pintas, le ofrecí un analgésico para su jaqueca y se sentó a desayunar

  • Gracias por la ayuda. Que vergüenza que me vieras así ayer.

  • Tampoco es para tanto, solo te pasaste un poco con las copas.

  • ¿Un poco? No sabía ni donde estaba. Si no me hubieras ayudado no se que hubiera hecho.

  • Mientras no te suceda muy seguido, no debes hacerte problema, a muchos les ha pasado alguna vez.

  • ¿A ti no?

  • No, por suerte no bebo tanto alcohol.

  • Vaya, el tío perfecto. Habla poco, no es un ligón, no bebe y buena persona

  • JA, ja, ja. No, nada que ver, solo no tengo costumbre de beber, lo demás son apreciaciones tuyas. Me conoces poco.

  • No nos conocemos tanto y sin embargo me ayudaste como un caballero.

  • Aunque no te conociera, te hubiera ayudado igual. Además somos compañeros, no te iba a dejar tirada.

  • Ja, ja, ja. Lo dicho. El tío perfecto

Y así entre risas, terminamos pasando juntos el fin de semana.

A partir de ese día nos fuimos conociendo más, hasta que un mes después, habíamos vuelto a mi departamento, después de una tarde de cine. Ana estaba preciosa, con una minifalda vaquera y un top sin tirantes que le marcaba sus lindas tetitas. Estábamos terminando de cenar, cuando ella con una sonrisa pícara me preguntó que me apetecía de postre. Sin entender lo que insinuaba, le dije que podíamos pedir lo que quisiera.

Se levantó de la silla y sentándose sobre mis rodillas me susurró al oído.

  • ¿Lo que tienes en casa, no te apetece?

Y me dio un mordisquito en el lóbulo de la oreja que me erizó la piel.

Nos empezamos a morrear mientras no nos alcanzaban las manos para sacarnos la ropa. Sin decir palabras se bajó de mis piernas y arrodillándose entre mis piernas, me terminó de sacar el pantalón y los boxers

  • Vaya, lo tienes todo grande.

Y le metió un lametón de abajo arriba, empezando una mamada que me supo a gloria. Cuando la sintió bien dura y lubricada se volvió a levantar y terminando de desnudarse se trepó a mis piernas, alineó el glande a su coño y empezó despacio a empalarse.

  • Ufff.. si que es grande...ufff… me revientas...ufff. Ya va… aguanta…

Cuando llegó con su culo a mis piernas, se detuvo un momento y empezó el sube y baja. Despacio, cadencioso, como a mi me gusta fui dejando que se empale a su ritmo. Cuando ya se había corrido un par de veces, vi llegado mi momento.

Tomándola por las corvas, la levanté como a una muñequita y apoyándola contra la pared, empecé a moverme yo, lento y  profundo, para su desesperación que me pedía leña. Cuando alcanzamos su tercer orgasmo y el primero mío. Explotó con un alarido que me dejó sordo.

Estuvimos follando toda la noche, siempre lento y profundo y con ella montada sobre mi o a cuatro patas, pensar en un misionero con la diferencia de tamaño entre nuestros cuerpos era impensable. Cuando de parado y tomándola de su culo, la ensartaba profundo, moviendo su cuerpo arriba abajo, con ella agarrada a mi cuello, se volvía loca.

Y así fué que empezamos a salir, para alegría de mis diosas que se hicieron a un lado. Poco tiempo después dejó su pieza compartida y se vino a vivir conmigo. Ese verano nos fuimos de vacaciones juntos, a recorrer el norte del país con la caravana de mi tío, paseamos por paisajes de ensueño, parábamos a follar en cualquier lugar, y nos divertimos mucho.

De vez en cuando, íbamos alguna noche a algún lugar de moda, donde ella bailaba como una diosa, sola en el centro de la pista, conmigo mirándola deleitado, sentado a una mesa.

Cuando algún moscón se ponía pesado, se acercaba, me daba un besito y el prota al ver mi tamaño, se disculpaba, metía violín en bolsa, y se iba por otra presa entre nuestras risas. Siempre con buena onda, sin provocar.

Año 1973

FEDERICO

Estábamos almorzando en la empresa, riendo, tomados de la mano y  recordando los mejores momentos de nuestro reciente viaje de Semana Santa, cuando se le dio por aparecer, por ese sector a Federico su Jefe, acompañado de la inefable supervisora.

Julia al vernos acaramelados y para hacerle la gracia al jefe comentó:

  • ¡¡ Vaya, vaya, aquí  están los tortolitos !!

  • Más que tortolitos, la bella y la bestia diría yo.

JA, ja, ja.

Comentó el imbécil, provocando las carcajadas de Julia. Acto seguido tomó a mi novia de la muñeca

  • Ven con nosotros, deja al grasiento que tenemos reunión.

Tomar  su brazo, apretar con fuerza para que la suelte y pararme frente a él, fue un solo movimiento, ante el silencio del salón.

  • Si no me sueltas el brazo te vas a quedar sin empleo.

  • Y si tú la vuelves a tocar, te vas a quedar sin dientes.

El chulo y Julia se miraron significativamente, miradas que presagiaban nada bueno, se dieron la vuelta y se marcharon.

Ana, estaba pálida, con el rostro demacrado, mirándome alterada me soltó:

  • ¿Pero tú eres gilipollas o que? ¿ Cómo vas a reaccionar así? ¿ Quieres que nos despidan?

Y salió disparada a calmar a su jefe.

Desde ese día no volvió a almorzar conmigo.

Año 1973

EL INCIDENTE

A partir de ese día las cosas entre nosotros, cambiaron para peor. Federico aplicó un trabajo de pinzas sobre Ana. Por un lado le aumentó las comisiones  y por el otro le sugirió, que en pos de la posibilidad de un aumento de categoría, le convenía confraternizar con el personal de ventas a la hora del almuerzo y que en función de ello, él también se integraría.

Desde ese día, almorzaron todos juntos, él se ubicaba de espaldas a mí, obligando a Ana a sentarse a su derecha y Julia a su izquierda, como si fueran la cúpula directiva. En realidad se la pasaban de broma en broma, con todo el harén festejando las gracias. Situación que él aprovechaba para apoyar la mano sobre el brazo de Ana y Julia o acariciarles la espalda, de modo que yo lo viera. Finalmente cuando se retiraban, las llevaba a ambas tomadas del hombro o la cintura entre risas, dedicándome antes de salir, una sonrisa sobradora.

Un par de meses más tarde implementó las horas extras y después de otro aumento en las comisiones, las reuniones after office a mitad de semana, a las que Ana asistía encantada cada vez mejor vestida.

Todo esto, más lo cansada que llegaba de las horas extras, sumado a las visitas algunos fines de semana a la casa de sus padres, fue trayendo una disminución paulatina de nuestra intimidad.

En esos meses había comprado un departamento más grande, con un dormitorio independiente en el mismo edificio, por lo que ocupaba el tiempo en que estaba solo para arreglarlo, pintarlo y decorarlo para la mudanza, cosa que me llevó unos meses. Cuando finalmente nos mudamos, entregando el que había ocupado hasta ahora, ya estábamos cerca de mitad de año.

Esos meses de transición, donde veía el deterioro paulatino de nuestra relación, producto de su ambición, y a pesar de que mis diosas me aconsejaban tomar el toro por las astas, no dije ni una palabra. Fiel al dicho de que:- SI te ama no la tienes que cuidar- dejé correr el agua.

Procuré ser más atento, tratarla con dulzura, hacerla sentirse una nena mimada. Que viera que en la vida,  había cosas más valiosas que el dinero. El amor por ejemplo. Hasta que llegó la reunión pseudo obligatoria de fin de año.

Yo no tenía nada que demostrar a nadie, ni puesto por el cual luchar, así que le comuniqué a Ana que me escaqueaba. Se puso hecha una furia. Que no me interesaba su futuro. Que la dejaba mal parada ante su jefe que había insistido en que fueran todas con sus parejas. Y mil cosas más por el estilo.

La cuestión es que desistí de mi negativa y me preparé para asistir con un mal presentimiento, sabía que el hijo de puta iba a tratar de dejarme mal parado. Llegó el día. Yo vestía sencillo como siempre, pero Ana estaba espectacular, peinada y maquillada de peluquería, y con un vestido ceñido que le hacía una figura muy sensual, parecía una modelo.

Estábamos sentados junto a todo su equipo, con el chulo enfrente mío, haciéndole muecas a mi novia sin disimular, muecas que ella festejaba a carcajadas, cuando todo se desmadró. Empezaron a sonar las alarmas desde la sala de máquinas, razón por la cual todo el equipo técnico debió salir disparado a verificar los daños.

Nos cambiamos  la ropa de fiesta por la de trabajo, pasamos la operación a manual, y mientras un grupo se dedicaba a mantener el proceso funcionando, yo me dediqué a revisar panel por panel el origen de la falla, aliviado en parte, de no tener que soportar al imbécil de Federico mas tiempo.

Finalmente a las seis de la mañana, encontré en el panel menos accesible, un cable misteriosamente cortado, que había caído sobre una bornera, generando un by pass que había bloqueado al sistema. Todo indicaba un atentado, cosa que dejé bien detallada en un informe. De haber ocurrido con la fábrica en plena producción hubiera producido un desastre.

A las diez de la mañana, después de restablecer el funcionamiento automático, felicité a mi gente, agradecí la ayuda a mi equipo y volví a casa. Curiosamente Ana todavía no había llegado. Llegó a las cinco de la tarde, seria, parca y aduciendo una fuerte jaqueca. Me explicó que se había pasado otra vez con la bebida y que como sabía que yo no estaba en casa, se fue a lo de una compañera y se había levantado, hacía apenas, un par de horas.

Ese fin de semana casi no salió de la cama, ni me dirigió la palabra más de lo necesario.

El Lunes me levanté más temprano que de costumbre y fuí a la fábrica una hora antes, para estar seguro que todo estaba en condiciones para arrancar la producción. Dos horas más tarde con todo el personal de la empresa ya ingresado, había logrado verificar todo y la fábrica había arrancado  en automático sin problemas, cuando Berta la jefa de seguridad me llamó por el interno.

  • Por favor, sube urgente, debes ver algo que te interesa…

LA BESTIA

Entraron a la habitación, riéndose y a los empujones, cuando cerraron la puerta, se abalanzaron uno sobre el otro con desesperación, se besaban, se mordían, se arrancaban la ropa a tirones. Cuando el macho estaba desnudo, la hembra todavía con el tanga puesto, se abalanzó voraz sobre la erguida verga y se la tragó desesperada.

Fede, viendo que lo llevaban al orgasmo sin remedio, la separó a pesar de sus quejas, la arrojó sentada sobre el sillón y para devolverle favores, le arrancó el tanga y se prendió a su coño sediento. No necesitó mucho para que Ana se corriera en forma escandalosa y sin dejarla reponerse, se irguió polla en mano y la empaló violentamente provocando un alarido que si no fuera, por el estruendo de la música de fuera, se habría oído en todo el edificio. La cópula fue demencial y la entrega de ambos absoluta, finalizando esta vez en un orgamos mutuo, entre gritos y mordiscos

Se repusieron entre besos y caricias, pero la hembra seguía caliente, se acostó a lo largo y el macho la montó.

  • Aggg... no doy más, como puedes aguantar tanto, gritaba Ana al borde del colapso.

  • Es que hoy... estoy solo...para ti.... pequeña, jadeaba su amante, martillando como un poseído

  • Es... es....el mejor polvo de mi vida... más... más

  • Me vooooy...Siiiii !!!!!

  • Yo tambieeeeen...

  • Y en un último empujón, se vació dentro de la hembra, provocando un orgasmo final entre convulsiones.

  • Después de reposar un rato, vino el tiempo de las confesiones.

  • Dios mío Fede, si follas siempre así tu novia debe estar encantada.

  • Es que tu me pones loco. Ella no.

  • Pero si es una mujer hermosa, una diosa

  • Diosa sí, como una estatua, fría como el mármol, jamás una palabra o una caricia de más. Y por tu reacción, a ti no te va mejor

  • Lo de Ángel no pasa por su frialdad, el sexo para él,  es solo un complemento de nuestra relación, es suave, delicado, buscando mi placer antes que el propio, pero siempre medido, sin soltarse.

  • ¿Y te corres siempre?

  • A veces debo fingir.

  • O sea todo un pichacorta...

  • Todo lo contrario, tu viste lo grandote que es, creo que por eso no se suelta, como si temiera que me fuera a romper. Lo tuyo en cambio es salvaje, hace mucho que no me sentía tan hembra.

  • Y lo que te falta...

Repentinamente se interrumpió la película

  • Perdona, no imaginé que te doliera tanto, pero debías saberlo.

Pese a que algo imaginaba, y creía que estaba preparado para pasar el mal trago, no pude evitar un gran sentimiento de pérdida y una punzada en la boca del estómago, la angustia inundaba mis ojos y comenzaba a deslizarse por mis mejillas.

Cuando Berta la jefa de seguridad se percató, detuvo el video y acarició mi mano comprensiva. Me dejé hacer con la mente perdida en los recuerdos. No estaba preparado, ni podía imaginar, cómo mi vida volvería a cambiar, a partir de ese video.

Salí de la oficina en silencio, caminando despacio, tomé el ascensor hasta el piso de ventas, ignoré a la recepcionista, que quiso saber a quién buscaba y entré en las oficinas. Alcancé a ver que Ana no estaba en su escritorio, e imaginé donde se hallaba. Seguí caminando hasta la jefatura y comencé a escuchar su risa, proveniente de la oficina de su jefe.

Entré sin avisar y allí estaba, sentada en un sillón cruzada de piernas, riendo divertida sin importarle que su minifalda se había subido más de lo recomendable. Federico, su jefe, se hallaba parado frente a ella. Apoyado contra su escritorio la miraba sediento de hembra. Cuando asombrado me vió entrar, me dedico una sonrisa sobradora.

No tuvo tiempo de más. Lo tomé del pecho, estrujando camisa y corbata con una mano, del cinto con la otra, lo levanté sobre mi cabeza mientras el muñeco pataleaba y lo estrellé contra la biblioteca. A pesar de los gritos de Ana y las miradas curiosas de sus compañeros, que se habían asomado a la oficina debido al estruendo, lo volví a levantar y esta vez lo arrojé al salón a través de la cristalera, dejándolo desmadejado entre los escritorios

Sin decir una palabra, me giré y encaré a mi novia, que me miraba aterrada pegada de espaldas a la pared

  • Q...que haces ? ¿ Estás loco ? N...no se que…

Me acerqué mirándola fijo, le escupí la cara y salí del piso. Bajé a mi laboratorio, verifiqué que todos los sistemas estuvieran en línea, habilité el  sistema de asistencia remota por si aparecía una urgencia, tomé mis cosas y me marché.

Esperando que en cualquier momento, apareciera la policía a detenerme, saludé a los chicos de seguridad y me dirigí a tomar mi moto.

  • No habría que pararlo ?

Susurró uno

  • ¿Por qué? ¿No has visto el video?

  • Si, pobre muchacho. -.

  • Al otro todavía lo están armando. Ja, ja, ja

  • Ja, ja, ja. Mira que hay que ser gilipollas, para cornear a la Bestia

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