Días de descanso en casa de rosa
Las circunstancias hicieron que se avecinara un verano de esos de difícil digestión, pero aceptar un invitación inesperada derivó en que aquel se convirtiese en uno de los mejores veranos de mi vida.
Mi nombre es Ismael y lo que voy a contar sucedió hace unos cuatro veranos, cuando me encontraba cursando 4º del Grado de Derecho.
Soy el menor de dos hermanos y actualmente tengo 26 años, 10 menos que mi hermano mayor Mario, quien ya vive emancipado desde hace bastante tiempo.
Somos una familia humilde originaria de un pueblo de León, desde donde mis padres se trasladaron a buscar suerte a Madrid cuando yo apenas contaba con un año de vida, por lo que todos mis recuerdos de niño pertenecen al barrio obrero de la capital en el que tenemos nuestro domicilio.
Como en León no había buenas perspectivas laborales, mi padre, a través de un conocido de la zona que trabajaba en Madrid, consiguió colocarse en una importante empresa dedicada a la fabricación de automóviles, donde comenzó como operario de línea y progresó hasta hoy día, en que ostenta el puesto de encargado de producción.
Unos meses más tarde de su traslado, mi madre también encontró empleo en un taller de costura relativamente cercano a nuestra vivienda. Debían de ser unas cinco empleadas, y allí forjó amistad con una compañera suya que se llama Rosa, llegando ambas a embarcarse en la aventura empresarial de montar su propio taller. Pasados unos dos años, como tanto Rosa como mi madre eran aficionadas al patronaje, empezaron a diseñar su propia ropa, la cual tuvo una muy buena acogida entre las señoras de los barrios colindantes y del nuestro propio.
Pero la unión de estas dos mujeres se partió en dos el día en que Rosa puso en conocimiento de mi madre que debía volver a su pueblo natal en la costa levantina para cuidar de su madre enferma y atender el negocio familiar de artículos de pesca. Se resquebrajaba entonces la iniciativa empresarial de Rosa y mi madre en la capital, quedándose esta última al frente del negocio, y conservando con Rosa una bonita amistad que cuidaban siempre que sus obligaciones se lo permitían, tanto por teléfono como a través de correspondencia postal. De hecho, Rosa y su marido acudieron a todos los eventos importantes de nuestra familia y viceversa, pues mis padres son padrinos de Ingrid, l hija de Rosa y Antonio, que actualmente cuenta con 23 años.
Mi historia transcurre en el verano de 2016, cuando en plena época de exámenes, mi novia Araceli decidió poner fin a nuestra relación a tres días de mi último examen final. Era finales de junio y aquello me había roto los esquemas, por lo que, incapaz de concentrarme, no me presenté al examen. Se avecinaba un verano difícil, pues teníamos planeado irnos de vacaciones a Malta y, obviamente, la ruptura suponía l cancelación de dicho viaje y, a su vez, el inicio de un aburrido periodo estival, dado que mis amigos ya habían organizado sus vacaciones.
Es bien cierta la expresión que dice que las madres tiene un sexto sentido, pues la mía se dió cuenta enseguida de que algo me pasaba y opté por confesar, a lo que mi madre, que era especialista en quitarle hierro a las cosas, reaccionó indicándome que no me preocupase, que había más mujeres que peces en el mar, y que estaba en edad de disfrutar la vida sin tener porqué atarme a nadie.
- Además - continuó - dentro de unos días nos iremos a pasar una semana a casa de Rosa, sí que no se hable más, te vienes con nosotros a disfrutar de un merecido descanso en la playa.
La idea no me disgustó, pues debía hacer unos ocho años que no veía a Rosa ni a Antonio, sí como a su hija Ingrid, que probablemente estuviera bien buena, y quien sabe si podría ser ella "el clavo que quita otro clavo".
El día llegó y, tras unas pesadas horas de viaje en coche, llegamos al pueblo de Rosa, un bonito pueblo costero en el que las casas eran más bien pequeñas, y a lo lejos parecían agolparse unas encima de otras sin guardar ningún criterio de buen hacer urbanístico.
Por fin nos encontrábamos junto a la puerta de entrada de la vivienda de Rosa y mi madre, ansiosa, se apresuró a llamar al timbre. Se oyó el caminar de unos tacones aproximarse, y cuando la puerta se abrió, puede reconocer a la misma Rosa que yo recordaba. Era una mujer que tendría unos cuarenta y ocho años muy bien llevados, delgada y con una estatura que rondaría los 165 centímetros, unos labios carnosos que redondeaban un rostro realmente bello, y unas tetas imponentes, grandes y firmes, que se abrían camino por el escote de la blusa que lucía. Nos saludamos todos efusivamente, y cuando Rosa me abrazó contra ella, pude sentir esos fabulosos senos en mi pecho. Al darse la vuelta para entrar en casa, mis ojos se situaron como un resorte en sus firmes nalgas, moldeadas por un pantalón vaquero que le sentaba como un guante. ¡Que cuerpazo tenía!
Mientras descargábamos el maletero y nos instalábamos, Rosa iba preparando la comida y yo le ayudaba en lo que necesitaba. Ya sentados los cinco a la mesa, pues Antonio ya había llegado de la tienda, Rosa nos indicó que su hija Ingrid se había ido de viaje a Ibiza con unas amigas, por lo que mis esperanzas de pasar unos buenos ratos con ella se desvanecían.
Luego del postre, recogimos entre todos y nos cambiamos para ir a la playa. Rosa llevaba uno de esos vestidos cuya tela llegaba poco más abajo de donde termina el culo, por lo que con el movimiento, de vez en cuando, dejaba ver algo más de la cuenta.
A la que nos llevó Rosa no era una de esas playas masificadas en las que aparcas a pie de arena, si no que dejamos el vehículo y caminamos entorno a unos diez minutos monte a través, hasta que divisamos un impresionante arenal de unos tres kilómetros de longitud y de aguas cristalinas, en el que los bañistas se situaban de forma bastante dispersa. Nos quitamos la ropa y nos quedamos en traje de baño. Rosa lucía un pequeño bikini amarillo que dejaba al aire buena parte de sus hermosas posaderas.
Ambos nos dirigimos hacia el mar, mientras mis padres se quedaban en las toallas. Era una playa de mar abierto, por lo que el agua estaba bastante fría y el oleaje se intensificaba por momentos.
Nos metimos poco a poco hasta las rodillas, y entonces nos golpeó una ola que nos empujó hacia la orilla y luego la resaca nos devolvió para dentro. Fue divertido y los dos nos reímos, pero cuando recuperamos la verticalidad, puede observar que Rosa había perdido la parte superior del bikini y, ante mí, se mostraban, probablemente, las dos mamas más hermosas que había visto nunca, grandes y firmes, con los pezones erectos y las areolas moradas debido a la temperatura del gua, que resbalaba gota a gota por esas dos maravillas.
Rosa - le dije - se te ha salido el bikini y tienes el pecho al aire. Lejos de taparse de forma pudorosa, actuó de lo más natural, recogiendo la prenda desprendida y volviendo a colocársela.
Isma, veo que se te subieron los colores, ¿qué pasa, nunca has visto unas tetas?
Sí - respondí - aunque ningunas tan bonitas como las tuyas - comentario al que ella reaccionó con una sonrisa cómplice
Aquella noche al acostarme no pude evitar pajearme recordando lo que había visto.
A la mañana del siguiente día, bien temprano, fuimos a hacer compra grande a una gran superficie que distaba unos veinte minutos en coche de casa, mientras el marido de Rosa se dirigía a abrir al público como cada día la tienda que hora regentaban, una vez fallecida su madre.
Por la tarde, mis padres decidieron hacer ruta turística en coche, Rosa se fue a tumbar al sol al jardín situado en la parte trasera de la casa y yo opté por echarme una siesta.
A eso de las 17:00 horas me desperté y, con un pantalón corto de deporte como única indumentaria, bajé al jardín. A lo lejos, observé a Rosa, que se encontraba tumbada boca abajo sin parte de arriba sobre una toalla, en una esquina del jardín alejada de la mirada furtiva de cualquier vecino, pues el terreno estaba rodeado de árboles a modo de cierre perimetral.
Me sintió llegar y me pidió que le aplicase crema para evitar quemaduras, a lo que accedí con sumo gusto, pulverizando sobre su espalda previamente a extender con un masaje desde sus hombros hasta el final de la espalda. Rosa alargó sus manos para despojarse de la minúscula braguita, mientras me decía:
- Puesto que ayer ya me viste las tetas y normalmente me desnudo para tomar el sol en el jardín, continúa aplicándome crema por el resto de mi cuerpo, por favor.
Pulvericé sobre sus nalgas y piernas, y de inmediato me dispuse a aplicarla. Mis manos se deslizaban arriba y abajo sobre su trasero, mientas podía notar debajo de mi pantalón una erección de campeonato.
Se dió la vuelta y me hizo una seña para que continuase, por lo que empecé a recrearme masajeando las tetas que ayer había visto. Tenían un tacto sublime y no me cogían en las manos. Noté como la respiración de Rosa se entrecortaba, estaba cerrando los ojos y gozando de mi magreo. Ella misma agarró el bote y pulverizó sobre su pelvis, su rasurado coño y piernas, por lo que continué descendiendo hasta que con mi dedo pude notar la humedad en su entrepierna. Me apartó hacia atrás, quedando yo sentado, mientras ella me espetó:
- Ahora que me has visto entera, quier ver yo que es eso que te abulta tanto debajo del pantalón
Obedecí despojándome del pantalón y el bóxer, y ante ella quedó mi polla erecta de veinte centímetros con el capullo salido, a lo que ella no pudo más que exclamar:
- Joder Isma, pedazo rabo tenías escondido - y lo agarró fuerte con su mano iniciando un movimiento de arriba - abajo para, al rato, pasar a metérsela en la boca. Rosa sabía como comerse una polla, pues a la vez que me la chupaba, con su mano seguía pajeándome, y tuve que apartarla para no correrme.
La recosté sobre la toalla y acerqué mi boca a su mojado coño, para empezar a lamerle el clítoris en movimientos circulares de mi lengua, lo que ella reaccionaba con unos sonoros gemidos. Acerque un dedo y se lo introduje sin dificultad, estaba empapada, y añadí otro dedo más, para así iniciar una serie de metesaca con mis dedos anular y corazón, mientras seguía trabajando su clítoris con mi lengua.
- ¡Fóllame cabrón!, que me vas a hacer correr sin haberme metido tu rabo
Entonces agarré mi polla y flexioné las piernas de Rosa de tal forma que sus rodillas quedaron pegadas a su pecho, acertando a introducir mi verga de un sólo golpe, notando como mis huevos chocaban con su cuerpo a cada embestida.
- !Oh, sí, oh sí...como me follas cabrón! me llenas el coño con ese pollón, me corro, me corro,...
Como yo iba a reventar, se la saqué del choco una vez se hubo corrido, y apunté hacia sus tetas, llenándolas de leche. La muy puta se la extendió por todos sus senos y me cogió el rabo para acabar de limpiarlo con su boca.
Nos quedamos agotados y fuimos a darnos una ducha juntos. Eran las 20:00 horas y Rosa se fue a preparar la cena, pues no tardarían en llegar tanto mis padres como su marido. Esa noche me costó conciliar el sueño rememorando lo que había ocurrido y a la mañana siguiente fui a hacer turismo por el pueblo.
Después de comer, mis padres se arreglaban para bajar a la playa, Rosa se excusó aduciendo un dolor de cabeza y yo me dispuse a hacer siesta.
No habían pasado ni cinco minutos desde que mis padres y el marido de Rosa se habían ido, cuando, tumbado en la cama, pude notar que la habitación se llenaba de luz natural, pues alguien estaba abriendo la puerta. Era rosa, que no había tenido suficiente el día anterior y venía a por más ración de polla.
Empezó a mamármela y se me puso tiesa en dos segundos, se la metía toda en la boca...¡vaya garganta tenía esa mujer! Se sentó encima mía y agarrando mi polla la dirigió hacia su interior, empezando a cabalgar sobre ella cual amazona...¡que espectáculo ver como a escasos centímetros de mi cara, botaban esas hermosas tetas!. Me aparté y le ordené que se pusiese a cuatro patas, a lo que ella obedeció sin rechistar.
- ¡Fóllame duro, cabrón, dame fuerte!
Yo entraba y salía de ella como si se me fuese la vida, y azotaba sus nalgas mientras ella encadenaba gemido tras gemido hasta alcanzar un sonoro orgasmo. Alargué mi dedo y se lo metí en la boca para que me lo mojara, para luego meterlo dentro de su culo sin dejar de embestir.
- ¡Oh sí, qué gusto me das, sigue sigue...que me voy a correr otra vez!
Se la saqué del coño y de un golpe metí todo el capullo dentro de su ano. Se la fui metiendo centímetro a centímetro hasta que la tuve insertada por completo en su recto. Rosa empezó a moverse adelanta y atrás, el dolor inicial había dado paso a puro placer anal.
- ¡Rómpeme el culo...así, así!
A cada embestida mi polla accedí con mayor facilidad a su recto, hasta que ella noto que yo iba a explotar, por lo que se la sacó del culo y dándose la vuelta, se arrodilló ante mí empezando a chupármela hasta que descargué todo mi esperma en su boca, no se dejó ni un gota fuera.
Desde entonces, todos los años busco un hueco para visitar a Rosa, pero de los siguientes encuentros ya os informaré en otro momento.