Diarios de Zolst 11 - La propuesta.

Donde nuestra protagonista es recibida por la Señora de la casa y recibe una seductora oferta de trabajo.

Como siempre, se recomienda encarecidamente leer los episodios anteriores pues estos relatos se continúan de manera directa y se hacen menciones constantes a personajes y eventos que se presentaron o sucedieron en partes previas. Como siempre, muchísimas gracias por vuestras opiniones y comentarios tanto por acá como por correo. Las sugerencias están siendo interesantísimas para explorar nuevas ramas argumentales.


Querido diario:

Después de la rarísima sesión de sexo que tuve ayer, sin duda la más extraña que había tenido en todos mis pocos años de vida, no sé cuánto tiempo permanecí dormida. Creo que fueron más de diez horas porque cierto es que estaba completamente agotada pero también puso de su parte el poder tumbarme en una cama de verdad en vez de un montón de paja en unas caballerizas. Cuando terminé de espabilarme pude ver por la ventana que el sol ya estaba muy alto, pero atada al cabecero por las muñecas como estaba, no me quedaba otra que permanecer en la cama hasta que viniesen a liberarme. Tampoco es que me importase mucho pues la jornada anterior había sido frenética y sentía como si me hubiese follado el culo un tren de mercancías. De hecho, ahora que tenía la mente más en calma me sorprendía no haber sufrido un prolapso anal, un desgarro o alguna clase de herida importante. Supongo que estoy mejor hecha de lo que me pensaba.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos súbitamente cuando la puerta del dormitorio se abrió y pude ver como entraba Kirika, inconfundible con sus largas orejas élficas y ese traje de criada tan provocador que al parecer era la norma en esta casa. Cuando vio que ya estaba despierta me sonrió mientras liberaba mis ataduras.

—¿Que tal has dormido? Me han contado que ayer tuviste una jornada bastante dura.

—Kirika, ayer perdí la cuenta en el orgasmo número veinte y ahí ni siquiera habían empezado a sodomizarme. Por mí como si quieres volver a atarme en ese agujero ahora mismo, no pienso quejarme.

—No tendrás tanta suerte, golosa. Hoy no tendrás las manos atadas así que pórtate bien. Vas a conocer a una persona muy importante dentro de un rato.

—Kirika ¿puedo preguntarte una cosa antes?

—Claro, cariño.

—La persona que ayer me estuvo usando ¿se quejó de mí? Sé que fui una inútil porque no conseguí que eyaculase, pero si me da otra oportunidad…

Capté un matiz de diversión en su mirada, como si acabase de decir la estupidez más grande del mundo. Pero obviamente no me iba a sacar de mi ignorancia, algo que estaba descubriendo poco a poco de la raza élfica es que eran muy dados a hablar con misterios y medias verdades. Al menos, cuando no estaban atadas a un cepo y siendo folladas por multitudes. Kirika negó con la cabeza mientras me ponía la correa al cuello, señal inequívoca de que nos íbamos de paseo.

—No te preocupes, cachorra. Todas tus dudas serán resueltas en el día de hoy. Vámonos, aunque te pido que no caminemos muy deprisa. Alguna bromista nos ha dado el cambiazo en los vestidores y en vez de llevar un vibrador de 25 centímetros en el culo llevamos uno de 35. Hoy todas caminamos como si nos hubiésemos tragado un sable para desayunar y yo en concreto he tenido que ponerme pañuelos de papel en los bordes de las medias del río de flujos vaginales que voy soltando a cada paso.

Me tuve que reír y afortunadamente ella se rio también. En ocasiones, la vida de esclava está llena de momentos realmente absurdos. Con mucha prudencia en el paso fuimos recorriendo pasillos dejando atrás aquella ala del edificio y salimos a un jardín muy bien cuidado. Me pareció ver a unos cien metros la entrada a las caballerizas donde había pasado la noche de mi llegada, pero no pude comprobarlo pues nos dirigíamos en dirección contraria, hacia lo que parecía otro edificio más pequeño y apartado, casi escondido entre los árboles. Saltaba a la vista que era una construcción mucho más antigua, pero estaba bien cuidada y era elegante en su clasicismo. Más que un chalet me recordaba a aquellas antiguas casas señoriales del siglo XVI donde habitaban los nobles en verano y sospeché que la gran instalación que acabábamos de dejar atrás era muy posterior.

Una vez dentro atravesamos el recibidor y después de recorrer un pasillo llegamos a lo que parecía el salón principal. Todo estaba decorado con un estilo más que clásico… salvo el gigantesco televisor que presidía la sala y que debía medir por lo menos 80 pulgadas. Delante del televisor se veía un sillón de orejas enorme que tapaba casi toda la pantalla, aunque lo poco que podía ver tenía toda la pinta de ser un juego de videoconsola y bastante animado, además. De detrás del sillón podían oírse frenéticos clicks, clacks y pulsación de botones con fuerza y no mucho tiento. Aun sujetando la correa de mi cuello Kirika carraspeó para hacerse notar y anunció:

—Señora, he traído a la cachorra tal y como me ha pedido.

Silencio. Clicks aún más apresurados. La televisión anunciando el fin de partida, el golpe seco de un mando al chocar con el suelo y un exabrupto gritado con rabia:

—¡Pater tuam sugit canem! ¡Y tu madre, también!

Mis conocimientos de zolstiano antiguo son muy limitados, pero me pareció entender algo sobre padres, perros y zoofilia. Al menos no había usado élfico, idioma que desconocía totalmente. Veinte incómodos segundos de silencio más tarde, la voz del sofá volvió a hablar.

—Vale Kirika. Recibido. Ya me encargo yo de todo. Tú puedes volverte a hacer números o esos rollazos que permiten que tengamos luz, agua e internet. Antes de irte mira pues te he dejado un trapo en la mesita de la entrada. Limpia los jugos del coño que has dejado en el suelo, puedo olerlos desde acá. Y ten cuidado al agacharte, no te vayas a hacer daño en el culo.

Kirika y yo nos miramos a la cara con incredulidad. Vaya, el misterio sobre el cambiazo de los vibradores había sido desvelado sin más miramientos. Vi como la elfa limpiaba cuidadosamente el parqué a sus pies y se retiraba silenciosamente. Me encontraba a solas con aquella persona y no tenía ni idea de qué hacer así que me quedé quieta en el sitio donde me habían dejado. Pero no tardé en oír la voz proveniente detrás del sofá dirigiéndose a mí.

—Al fin un poco de paz. Estos puñeteros niños rata me cabrean infinito. Bien harían aprendiendo a comerse un coño en condiciones en vez de estar dándole a la consola, pichaflojas. Bueno, acércate un poco, siéntate a mi lado.

Decir que estaba cohibida es quedarse muy corta. Aquella persona obviamente era alguien importantísimo que mandaba en aquella instalación secreta del gobierno, probablemente alguien de la Familia Imperial o una persona de la máxima confianza del Emperador. Pero cuando rodeé el sillón y me senté al lado de esa persona me quedé tan asombrada que estaba sin palabras. Ante mí se encontraba una joven cuya única vestimenta consistía en un conjunto de bragas y sujetador de encaje blanco que contrastaban con una piel deliciosamente bronceada. Tenía un busto bonito, pero quedaba lejos de los volúmenes de Kirika o incluso del mío. No era muy alta, a diferencia de todas las elfas que las rodeaban. Este hecho se acentuaba al ir descalza en vez de calzar los monstruosos tacones que parecían la norma en esa casa. Llevaba al cuello el collar de esclava más hermoso que había visto en mi vida, un aro de aleación dorada y labrada con un cierre con una piedra preciosa engastada. Su rostro era hermoso, con un punto de picardía en sus ojos y quedaba enmarcado en una larguísima melena rubia. No aparentaba tener más de venticinco años. Como nota discordante que convertía todo el conjunto en algo incoherente asomaban por los lados de la cabeza unas alargadas orejas de elfo atravesadas por tres anillas doradas en cada lóbulo. Supongo que me quedé con la boca abierta como una imbécil porque después de echarme una buena mirada aquella muchacha se echó a reír, rompiendo la tensión del momento.

—Caramba chica, no tengo intenciones de comerte así que deja de mirarme como un ratón mira a una serpiente. Al menos de momento. ¿Como te llamas?

—Mi nombre es Emily Simmons, mi señora.

—Déjate de formalismos. Creía que Kirika y Altina ya te habían dejado claro que aquí todas somos esclavas y hermanas. Yo me llamo Shiashentum Kronor Phillias Aintree Blanche Von Richtoffen, pero como es un rollazo de pronunciar y más de escribir prefiero que me llamen Shia. Un placer, Emily.

—Vaya nombre. ¿Eres de la familia imperial?

—Que va, es una broma de mal gusto que me gastaron mis hermanas en el registro civil. Puede que tenga algo de sangre noble, pero eso en este siglo ya no importa una higa. Pasemos a cosas más serias. ¿Qué es lo que ves cuando me miras?

No quería ser maleducada, así que tenía que ser muy diplomática. —¿Una elfa que todavía no ha acabado de desarrollarse?

—¿Y si te digo que tengo quinientos veintitrés años qué cuerpo se te queda?

—No tengo ni idea de cuanto tarda una elfa en desarrollarse. Caramba, hasta hace dos días pensaba que estaban extinguidos desde hacía tres siglos y ayer le estuve comiendo el coño a Kirika media hora. ¿Te tiñes el pelo como ella?

—No, este es mi color natural. ¿No ves nada raro aparte?

—Las orejas menos largas que las de una elfa común, el arete extra en ellas, la altura, el tono de piel y, os pido mil perdones, el tamaño del pecho. Pero me temo que mis conocimientos de anatomía élfica son muy limitados. Lo mío es la historia, no la biología. Bueno, y el chupar pollas, supongo. Aunque eso es asignatura obligatoria para todas.

—Perdonada, aunque diré en mi defensa que he convivido con humanas que tenían las tetas aún más grandes que Kirika. Y además producían una leche deliciosa, cosa que nosotras no podemos conseguir. Pero no hace falta que pienses más evasivas: soy una semielfa, un híbrido entre ambas razas. Por eso estás viendo cosas con tan poca lógica, aunque no tengo antenas. Que se sepa, soy el único caso del que se guardan registros en toda la historia del Imperio Zolstiano. Quizás hubiese algún otro en los tiempos antiguos, cuando aún existían las naciones élficas, pero eso ya da igual.

En eso tenía razón. Teóricamente una hibridación era posible tal y como demostraban los estudios anatómicos y genéticos a partir de muestras conservadas de elfos, tal y como había leído en mis libros de historia sin saber que aún podían recurrir a elfas vivas para conseguir esas muestras. Sin embargo, las posibilidades eran tan remotas que ni hoy en día, con toda nuestra ciencia y tecnología, se podía lograr un mestizaje con éxito. Estaba siendo un fin de semana de maravillas, pero seguía sin sacar una sola contestación lógica.

—Shia ¿podría preguntarte una cosa y podrías responderme con sinceridad? Sin evasivas, tus criadas de orejas largas son especialistas en no decir nada concreto.

—Esas no son mis criadas, simplemente viven en mi casa y me conceden el capricho de vestir así porque a mí me gusta. Adelante, dispara.

—¿Qué demonios estoy haciendo aquí? Me sacan de mi clase, me traen a una instalación secreta que está en otra provincia, seres supuestamente extinguidos se pasean delante de mis narices con cofia y ligueros y ahora conozco a un milagro de la naturaleza que tiene mal perder jugando online. Soy una chica del norte que apenas lleva unos meses con su entrenamiento de esclava. No entiendo nada.

—Y es normal que no lo entiendas. Parte del sino de las mujeres zolstianas es que casi siempre vivimos manejadas por poderes superiores. Al menos, desde que se decretó la esclavitud femenina obligatoria. Si la conversación se va a poner profunda yo al menos voy a necesitar beber algo. ¿Te apetece un refresco?

—Sería un poco desperdicio ¿no? Desde la transición de dieta normal a dieta de esclavitud todo me sabe a semen.

—Ah, querida, pero no es lo mismo el semen piojoso de un mendigo septuagenario de Karjandúm que tres buenas descargas de la medalla de oro en potro con anillas en los últimos Juegos Zolstianos Del Emperador. Te aseguro que con esto vas a notar la diferencia. - Y sin más miramientos abrió una nevera cercana, sacó dos latas y me lanzó una de ellas. Menos mal que me habían dejado las manos sin atar porque si no habría perdido un par de dientes. Pero tenía razón, el contenido estaba delicioso… y me empezó a despertar un cosquilleo en el clítoris la mar de agradable. Me estaba recuperando de los excesos de ayer y el cuerpo empezaba a pedirme guerra. Shia se sentó a mi lado y me miró fijamente.

—Emily, estás aquí porque quiero que te quedes conmigo de manera indefinida. Quiero adoptarte como esclava personal, como mascota, como comecoños o como quiera que transcurra nuestra relación. Quiero hacerte gritar de placer tan alto que te oigan en tu escuela a mil kilómetros de distancia. Quiero disfrutar de tu lengua en mi sexo tanto rato que termines sin poder moverla. Quiero regalarte de cumpleaños una visita al centro deportivo de alto rendimiento de Haamtrack y que te reciban veinte nadadores de élite con un lazo rojo en la polla. Quiero someterte de tal manera que cada mañana me implores el que te permita limpiarme el culo con la lengua y recibirás cada uno de mis latigazos con lágrimas de agradecimiento. Quiero hacer realidad tus fantasías más íntimas y luego llevarte más allá. Quiero mostrarte maravillas sin igual. Todo eso quiero, Emily Simmons y por eso estás aquí. Quiero que me des tu consentimiento para hacerte feliz. Es de las pocas veces que van a dejarte elegir en tu vida de esclava, pero ha de ser tu decisión.

—Pero ¿por qué yo? Hay mil chicas mejor dotadas y más hábiles que yo. Y si tengo que ser yo ¿por qué tanta molestia? ¿Por qué no comprarme de manera legal como sería lo más práctico?

—Sobre la primera pregunta, te la responderé sólo si aceptas. Sobre la segunda, para poder comprarte legalmente tendría que esperar a que acabes tu formación en la escuela. No deseo esperar dos años y medio. Además, quién sabe las chorradas que podrían hacerte o enseñarte durante todo ese tiempo. Acá tendrás una formación mil veces más completa, te lo aseguro. Claro que también puedes negarte, volver a tu aburrida vida en tu aburrida ciudad con tus incompetentes profesores y dejar que niñatos te follen en los baños de la escuela hasta que tengas edad para ir a menear en culo en El Edén delante de viejos verdes. No me opondré.

Estaba abrumada. Aquello era una confesión de amor, una petición de matrimonio, un contrato de trabajo y un collar de esclava personal todo en el mismo paquete. Además, para una mujer que ni siquiera debería existir en la naturaleza. Solicité un poco de tiempo para pensarlo y Shia asintió con la cabeza.

—Por supuesto, dale vueltas un par de horas. Kirika me ha dicho que te gusta la historia, me gustaría enseñarte una cosa antes.

Salimos de aquel salón y ascendimos al primer piso por una elegante escalera de caracol. Me llamaba la atención que prácticamente todas las paredes estaban forradas de estanterías atestadas de libros. Algunos parecían tener varios siglos, aunque todos estaban muy cuidados. Una de las habitaciones del piso de arriba parecía su dormitorio pues estaba presidida por una cama con dosel de tamaño mastodóntico, perfectamente capaz de albergar cuatro o cinco personas rápidamente. Shia me señaló una pared donde había colgado un gran cuadro. Era una obra del estilo meticuloso y realista que tan de moda había estado hacía cuatro siglos y evidentemente pintada a mano por alguien de un talento artístico genial. En el cuadro aparecían cinco personas: un caballero bien parecido sentado en un butacón y rodeándole cuatro mujeres. Pude identificar a Shia como la que estaba a sus pies ya que sus atributos físicos particulares eran inconfundibles. Apoyaba la cabeza en su pierna y parecía reír con alegría. Las dos mujeres situadas a su izquierda y derecha eran de un rubio resplandeciente, ambas vestían elegantes trajes de noche de color blanco y azul y ambas tenían las figuras más femeninas que había visto en mi vida. De pie detrás del butacón y abrazando por detrás al caballero había otra mujer, en esta ocasión morena y más joven que las dos anteriores. Vestía traje de criada muy parecido a los que había visto en estos días y miraba al hombre con verdadera devoción. Las cuatro ceñían sus cuellos con hermosos collares de cuero rojo. Aquel cuadro era una obra de arte digna de exhibirse en la Pinacoteca Nacional. Shia lo miraba con una mezcla de cariño y tristeza y no dejó de mirarlo mientras hablaba.

—El nombre completo de la obra es “El Señor de la Casa y su cuadra de esclavas”. Imagino que ya me has identificado, ahí tendría unos ocho años, aunque que no te extrañe porque crezco raro. La de la izquierda es Clala Phillias, princesa rebelde del antiguo reino de Asteria y rescatada de las casas de placer donde ejercía como puta esclava atada a un cepo. Era compañera de Kirika, por si no lo sabías. La de la izquierda es Celia Aintree, hija de la noble casa Aintree de Avery. También era la mujer más hábil en la cama de todo el Imperio, pero tenía demasiado carácter, era demasiado orgullosa e independiente para ser domada. Solo una persona logró ponerle el collar y hacer que recitase el juramento de servidumbre. La de atrás es Sonia Blanche, noble heredera y pariente directa de la familia real de Asteria. Era la sobrina de Clala y no acabó haciéndole compañía en los cepos gracias a la intervención de mi amo. Desde entonces le dedicó su vida por entero. Y el del centro es mi Amo, Valentin Kronor, historiador imperial y el centro de nuestras vidas. Me sacó del pozo de torturas donde nací y fui su esclava, su hija, su amante, su esposa y también su enfermera en su vejez. El cuadro lo pintó Clala, por supuesto. Siempre decía que el arte era otra de sus vías para olvidar el infierno que pasó en los cepos. Unas semanas después de que se la llevase el maldito cáncer descubrimos que había ocultado en la parte de atrás del lienzo el auténtico nombre del cuadro. Se llamaba “Familia”. El amo siempre se lamentó de no haberse atrevido a infringir las leyes zolstianas que impedían la poligamia y haberse casado formalmente con las cuatro. Como si eso nos hubiese importado lo más mínimo a ninguna de nosotras.

—Shia, creo que me estás tomando el pelo. ¿Me vas a decir que la figura política más importante de las guerras pre-unificación, la filósofa más importante de su siglo, la escritora que más ha influido en nuestra cultura moderna y en los derechos de las mujeres esclavas y el que sin duda es el ciudadano más importante de toda la historia del imperio zolstiano, emperadores aparte, todos esos eran tu familia y vivíais en la misma casa?

Shia parecía bastante divertida por mi tono de voz escandalizado. Me parecía un chiste el pensar que tanta personalidad hubiesen coincidido en unas circunstancias tan inusuales. Claro que desde hacía unos días lo inusual era parte constante de mi vida y me estaría engañando si dijese que no me estaba gustando. Mi anfitriona se abrió otra lata de aquel refresco de sabor masculino tan delicioso antes de volver a hablar.

—Desde luego, el Amo Valentin no tenía ni idea de la que se iba a montar cuando entre él y su amigo Ivor levantaron toda la corrupción detrás de la noble casa Von Windaria. Ni mucho menos que aquello desembocaría en la total abolición de las clases nobles y el modo de vida más igualitario que tenemos ahora. Él solo quería ayudar a su amigo a encontrar la felicidad y si de paso evitaba que mutilasen a todas aquellas bellezas en el cepo pues mejor. Siempre se refirió a aquel episodio como “el gran despelote” pero prefirió verlo desde lejos, en esta casita llena de libros que se había construido para alejarse de la capital del Imperio. Tampoco había pensado en formar una cuadra de esclavas tan nutrida cuando en aquella época todas las esclavas pertenecían al estado. Acogió a Sonia casi por caridad, aunque luego ella aceptó su nuevo papel con entusiasmo. Clala tuvo un proceso de reinserción en la vida normal muy jodido y necesitó mucho cariño y cuidados. Era una muchacha a la que habían criado como la princesa perfecta y salvadora de las masas oprimidas, pero había pasado los últimos seis años siendo un par de agujeros donde se corría la más baja estofa del Imperio. Pasaron años hasta que logró dormir sin tener que atarla a la cama. No porque fuese sonámbula sino porque estaba tan acostumbrada al cautiverio que no se sentía cómoda estando libre. En ese aspecto poder contar con Celia fue de muchísima ayuda; siempre me maravilló lo mucho que entendía la psicología de una esclava sin ser una. Vino a la casa a cuidarnos a Clala y a mí y en un año el Amo le estaba poniendo el collar.

—¿Y tú? ¿Cómo llegaste a esa casa?

—A mí prácticamente me regalaron como si fuese un gatito para un niño, pero gracias al Amo salí de la prisión en la que había nacido y además me curó de mis dolores crónicos y me dio una educación y una familia. Aún recuerdo una discusión con una imbécil del movimiento revisionista feminista de principios de siglo que alegaba que el Amo Valentin había hecho todo eso para poder follarme sin cargos de conciencia. Seguro que ese era el caso, teniendo ya en su lecho a esas tres bellezas despampanantes y siendo yo la jovencita mutante. Menuda cara se le quedó cuando le dije que después de pasar todo aquello más bien era yo la que me lo follaba a él y con muchísimas ganas. Me da la impresión de que a esa tía vinagre no le habían dado un buen pollazo en toda su vida. Bueno, entonces ¿Qué me dices? ¿Aceptas quedarte conmigo como mi compañera y mascota o nos tomamos otro refresco y te vuelves a Reinford y a la escuela Santa Margarita?

No sabía qué contestar. Aquello estaba siendo demasiada información de golpe. Me estaba empezando a marear y no quería quedar como una frágil florecilla delante de Shia. Tenía que reflexionar sobre todo aquello largo y tendido porque iba a afectar a todo mi futuro y así se lo expresé a Shia sin más tapujos quien me dio la razón.

—Es normal que tengas dudas y más teniendo en cuenta que aún no puedo contártelo todo por tu propia seguridad. Tengo un rinconcito especial en la casa para cuando me apetece pensar, si quieres puedes usarlo. Acompáñame.

No tuvimos que andar mucho por aquella casa señorial hasta llegar a lo que parecía una salita lateral. El espacio estaba completamente diáfano a excepción de un lujoso sillón chaise longue de aspecto comodísimo. Las paredes mostraban un par de cuadros de idéntica factura al que me habían enseñado, probablemente obra de la misma autora. En uno de ellos una Shia bastante más joven que la que conocía sonreía avergonzada con un precioso traje de criada. Sonreí pensando que el gusto de mi anfitriona por esa clase de trajes era heredado de una de sus hermanas adoptivas mayores. Al fondo, una vidriera exhibía unas vistas a un precioso jardín con naranjos y membrillos. Realmente el lugar invitaba a la calma y la reflexión. Shia me invió a sentarme con un ademán.

—Quédate el tiempo que quieras. Si tienes hambre, pulsa el botón que hay en la izquierda del sillón y te traerán un refrigerio. Si necesitas refrescarte, pulsa el botón de la derecha. Te dejo con tus pensamientos y mientras rezaré por una respuesta positiva.

Sin más dilación me dejó a solas. Me acomodé en aquel sillón y traté de ordenar mis pensamientos. ¿Cuáles serían las ventajas de aceptar la propuesta de Shia? Para empezar, un puesto de funcionaria del estado o como quiera que eso se denominase. Si me convertía en su mascota imagino que pasaría a estar bajo la protección del Imperio. Desde luego, mi quehacer diario iba a ser mucho más interesante y entretenido que estar abierta de piernas esperando el siguiente cliente en el prostíbulo local. Era verdad que mi madre gozaba de un merecido prestigio como esclava prostituta de alto standing en uno de los burdeles más elegantes de la ciudad, pero también era cierto que eso, a niveles prácticos, solo implicaba que los ciudadanos que se la follaban se duchaban más a menudo. Las leyes eran las que eran y eso no iba a cambiar después de 200 años de consenso social en el que se había establecido que la mujer debía servir al hombre sexualmente en cualquier momento o condición. Además, mi ciudad natal no dejaba de ser la capital de una provincia norteña de escasa importancia en el plano del Imperio. ¿Qué perdería si aceptaba? Unas cuantas cosas entre las que podía contar el contacto con mis padres y mi querida amiga Mari. Puede que me dejasen días libres pero dudo que pudiese explicar a mis allegados que mi misterioso trabajo consistía en ser la mascota sexual de un ser supuestamente extinto de una raza mítica en unas instalaciones supersecretas del Imperio. El resto de mis compañeros de clase me daban un poco igual pues sabía perfectamente (y nuestra educación se encargaba de resaltarlo) que para ellos únicamente era un agujero húmedo y caliente donde correrse.

Sin embargo, había algo que me atraía poderosamente de todo esto. Toda mi vida me había apasionado la historia y aquí tenía contacto directo con una parte importantísima de nuestra cultura que se había olvidado. Más aún, era un libro abierto hacia una parte de nuestros orígenes como sociedad que se había mantenido oculta y que era fundamental no solo para nuestros orígenes sino para nuestra vida moderna. Intelectualmente, la propuesta me resultaba irresistible. Y en el aspecto sexual… bueno, eso era lo más complicado. Por una parte, no podía negar que todo aquel despliegue de elfas con abundantes pechos e interminables piernas me hacía babear de deseo. Eso sin contar con la increíble experiencia sexual que cada una acumulaba y que estaba deseando experimentar. Por otra parte, era innegable que iba a echar de menos las pollas. Me gustaba que me follasen sin contemplaciones, que se corriesen en mi interior y limpiar luego los restos con mi lengua. Me encantaba, se me daba bien y además me habían entrenado para perfeccionar mi técnica. Lo iba a echar muchísimo de menos.

Dos horas más tarde, seguía absorta en mis cavilaciones hasta que se vieron interrumpidas por un nada sutil rugido desde mis tripas. Vaya, en verdad hacía más de doce horas que había comido algo. Distraída, pulsé el botón que había en el brazo derecho del sillón sin estar muy segura de lo que hacía. No habían pasado cinco minutos cuando reconocí la ya familiar figura de Altina pasando por la puerta y ataviada con el modelito de microfalda que también vestía esta mañana Kirika. Por su andar rígido supuse que también llevaba en su interior aquel vibrador anal sobredimensionado que Shia entendía como una broma matinal para sus protegidas. Sin mediar palabra, Altina se arrodilló delante mía, metió su cabeza entre mis piernas y para mi sorpresa empezó a lamerme mi coño con toda delicadeza. Lo hacía maravillosamente así que no iba a quejarme. Un rato más tarde, mientras la lengua de Altina hacía maravillas con mi clítoris anillado y yo gemía de placer sin disimulo, recordé que el botón de la izquierda era para pedir comida y el de la derecha para “refrescarse”. Tendría que prestar más atención en lo sucesivo… aunque ese tipo de confusiones no me desagradasen lo más mínimo.


Poco sexo y mucho trasfondo en este capítulo, era necesario para enlazar con mi anterior saga de Memorias de Zolst. Gracias de nuevo por las sugerencias y consejos, este capítulo ha sido dificultoso de parir.