Diarios de Zolst 10 - La Prueba
Donde nuestra fogosa protagonista experimenta toda clase de placeres salvajes y sumisos desde el total desconocimiento de quién la usa.
Como siempre, se recomienda encarecidamente leer los episodios anteriores pues estos relatos se continúan de manera directa y se hacen menciones constantes a personajes y eventos que se presentaron o sucedieron en partes previas. Como siempre, muchísimas gracias por vuestras opiniones y comentarios tanto por acá como por correo. Las sugerencias están siendo interesantísimas para explorar nuevas ramas argumentales.
Querido diario:
Esta mañana me he despertado a las 10 AM aunque la verdad es que tampoco he dormido muchas horas. El dormir sobre un montón de paja en unas caballerizas y la excitación que sentía y que no hacía más que enviarme fuego desde mis agujeros no han ayudado mucho al sueño. Y no solo eso, me encontraba en un lugar desconocido, a cientos de kilómetros de mi casa o de mis padres y en manos de las últimas supervivientes de una raza que supuestamente llevaba extinguida 300 años... Supervivientes que parecían la mar de integradas en nuestra sociedad zolstiana, tan buenas esclavas como mi madre o yo y que desde luego tenían unos cuerpos de supermodelo que me hacían babear. Tranquila Emily, me dije a mí misma. Soy una buena esclava y lo que tenga que ser, será. Como no podía moverme de la caballeriza que me habían asignado por culpa de la cadena que tenía enganchada al cuello decidí quedarme allí mismo de rodillas y sentada sobre mis talones, como una buena perra esperando a su amo fuera de una tienda. Además, así disimulaba un poco el calentón que tenía en los bajos.
Más o menos una hora más tarde escuché el sonido de unos pasos acercándose e instantes después unas largas piernas enfundadas en preciosas medias negras se ponían a mi altura, liberaban mi collar de la cadena que me unía al suelo de la caballeriza y, sustituyéndola por una correa común, me indicaban que me levantase. Para mi sorpresa, aquel par de piernas pertenecían a Kirika, la elfa que ejercía como directora de la escuela de esclavas a la que acudía diariamente y que me había llevado a esas instalaciones envueltas en misterio. Yo estaba muy acostumbrada a verla con sus serios trajes de blusa, chaqueta y falda profesional por lo que verla con un negro traje de criada me dejó totalmente descolocada aunque ya estaba advertida. Llevaba la microfalda más corta que había visto en mi vida y un escote tan bajo que habría jurado que se podían ver el borde de sus areolas asomando por la tela. La directora Kirika debió darse cuenta al instante solo con ver mi rostro.
—¿Qué pasa? ¿Nunca habías visto a una elfa con traje de criada? Juraría que Altina ayer llevaba un modelito parecido.
—Hasta ayer no había visto nunca a una elfa, sea vestida de criada o vestida de elefante. Además, así está aún más sexy que con traje de chaqueta, le pido por favor le conceda a esta esclava un poco de margen.
—Para gustarte tanto las pollas tienes una bisexualidad muy marcada, lo cual es estupendo. Acompáñame, vamos a iniciar tus pruebas.
Y sin más dilación tiró de mi correa y comenzamos un paseo por la casa desde aquellas caballerizas. De vez en cuando me indicaba algún detalle de la casa, como donde estaban las cocinas o lo bello de cierto telar colgado en un salón con varios siglos de antigüedad. Durante el paseo nos cruzamos con no menos de seis elfas más, todas ataviadas con distintos modelos de trajes de criada. Me resultaba imposible otorgar una edad a cada una de ellas pues todas aparentaban estar entre los veinte y los treinta años y tenían en común unos cuerpos de escándalo y un cabello gris plata o negro como el carbón. Todas se saludaban cordialmente y era evidente que había una gran confianza entre ellas. Me alegró comprobar que todas hablaban en zolstiano común, sin rastro del incomprensible para mí idioma élfico. Después de un rato de atravesar estancias e instalaciones llegamos a una habitación un tanto extraña pues era bastante pequeña, diáfana y únicamente tenía un elemento en su interior si acaso podía llamarse así. En una de las paredes habían realizado un agujero bastante grande y habían acolchado los bordes. Parecía hecho a medida para que alguien introdujese el tronco por él y efectivamente Kirika empezó a liberar mis brazos atados a mi espalda y a continuación me dio un enérgico masaje para estirar los músculos. Cuando pude volver a moverlos normalmente unió los grilletes de mis muñecas por delante y me indicó que metiese la cabeza por el citado agujero, con los brazos por delante. Aquello estaba muy oscuro y lóbrego, pero Kirika me tranquilizó con una sonrisa.
—No te preocupes, cachorra. Está oscuro simplemente porque en la habitación de al lado aún no hemos dado la luz. Tú mete la cabeza y yo iré en seguida, en cuanto acabe de atar tus tobillos a la pared. Si estás incómoda, menea un poco el culo y te reposiciono.
Más tranquila ahora tragué saliva y metí lentamente mi cabeza y tronco por aquel hueco oscuro. En seguida salí por el otro lado por lo que estaba claro que aquel agujero simplemente atravesaba un tabique entre habitaciones. No veía nada así que esperé con paciencia a que Kirika terminase de fijar mis tobillos a la pared. Instantes más tarde oía el ruido de una puerta abrirse y encenderse las luces, tan brillantes que al principio me deslumbraron. Cuando acostumbré la vista resultó que no es que la bombilla fuese especialmente potente sino que la pequeña estancia por donde asomaba mi tronco y cabeza tenía las paredes forradas de espejos. Allá donde mirase lo único que veía era mi cara reflejada y mis tetas colgando bocabajo con mis nuevos piercings reluciendo en mis pezones. Kirika en seguida sujetó mis muñecas a una argolla de la pared, solo un poco más encima del suelo. Ahora estaba completamente sujeta y a su merced, aún más de lo que había estado minutos antes. Vi como Kirika mandaba un mensaje breve por su móvil y al continuación se me quedó mirando mi pose, asomando por el hueco e inmovilizada como un pollo en el asador. Me acarició suavemente la cara y la cabeza como se haría con una mascota apreciada.
—Tranquila Emily. Ahora va a venir alguien a jugar contigo pero me informan que va a tardar un ratito. Por cierto, ayer le caíste bastante bien a Altina, al igual que yo opina que tienes mucho potencial y una curiosidad estimulante. La verdad es que tu cuerpo me resulta tan estimulante como esa mente inquieta. ¿Te gustaría demostrarme lo estimulante que puedes llegar a ser para matar un poco el rato hasta que venga quien tiene que venir?
—Señorita Kirika, si me permite la sinceridad, llevo deseando lamerle el coño en profundidad desde el día de la apertura de curso.
Con una sonrisa, Kirika se acercó a la pared donde estaba encadenada y con un gesto teatral levantó su minifalda descubriendo un coño impecablemente depilado y húmedo de flujos vaginales. Su vientre lucía un elaborado tatuaje de esclavitud en forma de corazón con vivos colores rojo y negro entremezclados. Un precioso piercing de aro con bolita enmarcaba su clítoris. Esperé a que pusiese su mano por detrás de mi nuca y guiase mi cabeza hasta la flor de su feminidad, flor que comencé a recorrer con la lengua en cuanto se me puso al alcance. Aparte de sus nada disimulados gemidos y susurros de placer provocados por efecto de mi lengua podía oír un leve zumbido cercano. Degusté aquel coño precioso con avidez mientras me preguntaba de donde demonios saldría ese zumbido hasta que recordé que ayer ya me lo habían comentado. Todas las criadas de aquel lugar llevaban permanentemente alojado en su culo un vibrador de 25 centímetros encendido y aquel zumbido provenía del culo de Kirika. Era una pena que no se lo sacase y me dejara meter la lengua ahí también. Creo que se corrió dos veces en mi cara antes de apartarse con todo el pesar de su corazón. Tenía su hermoso rostro bastante colorado pero me limpió la cara amorosamente de sus propios flujos con un pañuelo antes de irse y dejarme allí a solas, en silencio y mirando mi propia cara que me devolvían los espejos allá donde mirase.
Habrían pasado unos cinco minutos cuando noté unos dedos recorriendo el final de mi espalda, mi culo y el interior de mis muslos. Eran unos dedos finos, sensibles, con uñas largas. Dedos de mujer. Caricias leves pero que me estaban pareciendo una maravilla, como si una pluma recorriese mi piel desnuda. Esos dedos acabaron en mi botón del coño y empezaron a jugar deliciosamente con mi nuevo piercing, provocándome tal orgasmo a los pocos segundos que se tuvo que sentir como si mi misteriosa atacante hubiese metido la mano bajo la ducha. Suavemente pasó a explorar los recovecos de mi culo con exquisita suavidad, abriendo con delicadeza mis glúteos. Yo me sentía tan sensible que pude notar un aliento sobre mis agujeros pero estaba tan atada que lo único que podía hacer era apretar los dientes y ver mi rostro desencajado por el placer reflejado en toda la sala.
Sin previo aviso noté como algo se iba introduciendo en mi coño lenta y parsimoniosamente. Me encontraba bastante confusa porque no terminaba de averiguar qué era aquello que me estaba invadiendo. No era un pene porque no notaba la forma del glande en mi interior, tampoco podía ser un vibrador porque era suave pero firme y estaba muy caliente. Caray, podía notar sus palpitaciones según iba penetrándome poco a poco. Y desde luego no eran dedos por el tamaño y porque tampoco notaba nudillos. No sabía lo que era pero se me había alojado hasta el fondo mismo de mi coño y juraría que estaba dando pequeños empujones a las puertas de mi útero como llamando a la puerta. Una vez que aquella desconocida y su extraño artefacto se hicieron una buena idea de la profundidad de mi canal uterino comenzaron un mete-saca absolutamente frenético aprovechando lo muy mojado de mi sexo. Era una situación que en condiciones normales me habría dado muchísimo miedo porque algo desconocido me estaba follando a fondo y a su antojo. Aunque en realidad en esos momentos me daba exactamente igual porque aquella cosa me estaba dando tantísimo placer que prácticamente estaba notando un orgasmo cada tres minutos y apenas podía articular palabra inteligible. Tampoco sé si, en caso de no haber estado atada e inmovilizada y hubiese sido capaz de ver lo que me estaba follando, entonces hubiese puesto alguna pega. Después de un buen rato que fui incapaz de calcular porque al sexto orgasmo ya perdí la cuenta, noté una úlitma embestida y aquello se fue retirando lentamente de mi interior. Yo trataba de recuperar el aliento mediante hondas inspiraciones y cada vez que exhalaba pronunciaba —Gracias por usarme— cada vez más alto con la esperanza de que me oyesen en el otro lado.
Sentí una palmada en la nalga derecha y acto seguido aquella cosa comenzó a penetrarme tan lenta como inmisericordemente por mi culo. Esta vez estaba mucho más caliente, como si el acto del sexo anal lo excitase especialmente y me estaba dejando fritísima. Sentía dilatarse todo mi esfínter como si fuese un globo hinchándose y latigazos salvajes de placer que nacían de mi ojete, subían por mi columna vertebral y estallaban en mi cerebro. Entre espasmos de placer comprendí que lo que antes me había parecido una follada sobresaliente en realidad no era más que un calentamiento y que lo fuerte de verdad venía por detrás. Era tal la impresión que estaba sintiendo que no era capaz de cerrar la boca. Tenía la mandíbula completamente abierta y solo emitía sonidos guturales, ni siquiera llegaban a gemidos de placer. En un momento determinado empecé a notar un calor intenso naciendo de mi clítoris y a mandarme aún más placer a pesar de que ni siquiera me estaban tocando en esa zona. No podía pensar muy claramente pero recuerdo sentirme asombrada de mi propio vigor sexual porque aquello estaba siendo diez veces más intenso que la follada continua que había sufrido durante la Jornada Cultural del colegio. Sin embargo ahora estaba manteniendo la consciencia cuando en idénticas condiciones y mucho menos esfuerzo hacía ya rato que me había desmayado en experiencias parecidas. Después del estremecimiento de un orgasmo recuerdo que pensé que aquello podría clasificarse como violación pero si llegaba a juicio en vez de acusar a mi violador seguro que le pediría su número de móvil y le rogaría que me pusiese su collar y me convirtiese en su propiedad tal y como habría hecho mi amiga Mari, tan amante de los dramas y los espectáculos. Aquel pensamiento hizo que me entrase la risa y probablemente mis carcajadas de alegría y placer llegaron a oídos del asaltante porque me premió con otra palmada en mis nalgas y redobló sus esfuerzos por increíble que aquello fuese. Supongo que mi cuerpo empezó a emitir señales de peligro cuando me oriné encima y sorprendentemente creo que mi misterioso follador también me orinó encima aunque fue algo muy extraño. Sentí algo líquido y caliente recorrer mi coño y derramarse por mis piernas pero no era semen porque era mucho más abundante y fluido que el esperma normal. Además, era imposible que aquella orina fuese de mi follador porque era físicamente imposible que me orinase encima sin sacarme aquello de mi culo… siempre que aquello que me estaba follando fuese un pene, claro está. Para mi decepción, varios minutos después de aquella meada empezó a bajar el ritmo y a detenerse, disminuyendo lentamente de tamaño en mi interior. Y para mi gran frustración y congoja, se retiró sin haber soltado ni una gota de semen en mi interior. Yo había visto las estrellas de mil maneras distintas durante las últimas horas y en cambio puede que mi follador no hubiese alcanzado el orgasmo ni una sola vez. Empecé a pedir perdón de todas las maneras que sabía y reconozco que se me escaparon lágrimas de impotencia ante mi falta de habilidad y mi inexperiencia. Minutos más tarde notaba como esa presencia se marchaba de mi lado e instantes después oí la puerta de la habitación de al lado cerrarse. Yo me quedé ahí sola, encadenada, derrotada por el agotamiento y sollozando por mi propia ineptitud.
Un rato más tarde entró en la habitación Altina, la elfa con la que había hablado la noche anterior y sonriéndome me secó las lágrimas y suavemente fue liberando mis ataduras y me ayudó a sacar mi cuerpo de aquel agujero en el tabique. También me tuvo que ayudar a caminar pasando mi brazo por sus hombros para poder llegar a otra habitación cercana donde directamente una bañera humeante me estaba esperando. El agotamiento por fin estaba dejándose notar en mi cuerpo y me dejé bañar por Altina como si fuese una muñeca con los hilos cortados. Con no poca chanza Altina señaló que estaba hecha una puta de primera porque después de todo aquello mi sexo aún seguía generando flujos que se mezclaban con el agua caliente de la bañera. Supongo que mi cerebro aún no se había enterado de que mi cuerpo estaba para el arrastre y por eso seguía ordenando que siguiese produciendo jugos. De nuevo necesité la ayuda de la criada elfa para salir de la bañera y acercarme a una cama que me esperaba. Obviamente estaba agotada y necesitaba descanso pero aún tuve ánimos para preguntar a Altina qué hora era.
—¿No te has dado cuenta? Son más de las cuatro de la mañana. Cachorra, llevas siendo usada 16 horas sin interrupción. Es hora que descanses, trae acá las manos.
Y después de atar mis muñecas al cabecero de la cama como es costumbre en las esclavas para que no se masturben por la noche me sonrió, apagó la luz y se marchó. Ni treinta segundos más tarde yo ya estaba dormida.
Voy avisando que si bien esta entrega ha sido abundante en sexo la próxima tendrá poco y mucho mucho desarrollo argumental. Gracias de nuevo por los aportes.