Diarios de Zolst 09 -Confraternizando con criadas
Emily es llevada a una misteriosa mansión donde espera cautiva su próximo destino y habla con una de las criadas a cargo del recinto.
Querido diario:
Eran más de las dos de la mañana cuando llegamos a nuestro destino, una hacienda recóndita y perdida en la apacible provincia de Avery. Me encantaría poder describir con detalle todo el paisaje y alrededores ya que era la primera vez que salía de mi región natal pero había dos grandes inconvenientes. El primero de ellos es que era noche cerrada y no se veía absolutamente nada pues habíamos tomado un desvío desde la autopista y después Kirika condujo durante más de cuarenta minutos por carreteras secundarias sin iluminación alguna. La segunda y fundamental es que era de madrugada y estaba absolutamente machacada por el cansancio. Había madrugado para ayudar y supervisar toda la jornada cultural de la escuela y después habían estado follándome de manera continua once horas. Si eso no es motivo para estar cansada, no sabría decir otra.
Noté que nos acercábamos a lo que parecía un control de seguridad. Nuestro vehículo apenas redujo la velocidad pues debieron identificarnos por la matrícula y darnos paso de inmediato, pero sí me fijé en los fornidos vigilantes que vigilaban el perímetro. Juro que he visto armarios roperos menos anchos que aquellos gigantes armados hasta los dientes. Kirika no bromeaba cuando me dijo que aquella instalación era un sitio seguro pero me costaba asimilar aquellos niveles de secretismo. Claro que Kirika era una elfa en pleno siglo XXI por lo que debería haberme acostumbrado ya a lo insólito. Nada menos que veinte minutos tardamos desde el control de seguridad hasta que pasamos al garaje de un edificio también casi a oscuras. No voy a ponerme a hacer matemáticas pero, conduciendo a la velocidad que conduce Kirika, llegué a la conclusión de que la parcela e instalaciones eran de una extensión considerable. Supongo que eso las hacía más difíciles de invadir por curiosos o despistados.
Mi anfitriona no se entretuvo en sacar nada del coche: salió del asiento, volvió a colocarse su falda y a continuación soltó los enganches que me mantenían bien sujeta al asiento del pasajero. Volvió a tomar una correa y después de engancharla a mi collar me condujo fuera del garaje. Puede que estuviésemos más al sur que en Reinford, pero el suelo de cemento estaba espantosamente frío para caminar sobre él descalza. En el recibidor contiguo había alguien esperándonos. Supongo que sabiendo que aquel sitio era el hogar de Kirika debería haber esperado ver a más elfas, pero aun así cada una de ellas era una visión sorprendente. Aquella mujer que nos esperaba era un poco más baja que Kirika aunque tan delgada y esbelta como ella, el pelo grisáceo casi plata recogido en un estricto moño en su nuca. Por supuesto, llevaba un collar al cuello igual que Kirika, que yo o que cualquier mujer zolstiana. Lo que llamaba más la atención, aparte de sus largas orejas triangulares que se extendían en horizontal desde su cabeza, era su vestimenta tan distinta de mi única referencia élfica hasta el momento. Mientras que Kirika, en su papel de respetable directora de la escuela Santa Margarita, vestía un sobrio traje de chaqueta con minifalda, medias, ligueros y tacones aquella desconocida llevaba un tradicional traje de criada doméstica como el que podrías encontrar sirvendo en la casa de cualquier ricachón fetichista… o en un prostíbulo con presupuesto abundante, muy por encima de El Edén que habíamos visitado hace pocas semanas. No faltaban en el conjunto ni el corsé que ceñía una cintura ya estrecha de por sí ni la blanca cofia en la cabeza o la minifalda negra con volantes tan corta que se podían ver perfectamente el principio de los ligueros. La directora le pasó con confianza mi correa a la otra elfa mientras daba las pertinentes instrucciones.
—Buenas noches, Altina. Por favor, lleva a esta cachorra a donde le corresponde. Dale algo de cenar y que descanse. Ha tenido un dia duro y, si los dioses nos sonríen, es probable que mañana también lo sea.
La criada asintió y, tomando la correa que colgaba de mi cuello, me condujo por otro pasillo distinto al que se marchaba mi directora. Me fijé que la tal Altina caminaba con unos espectaculares zapatos de color negro brillante con tanto tacón que prácticamente caminaba sobre las puntas de sus dedos. Eso no era impedimento para que andase a buen paso por lo que tuve que apresurarme para que no me estirase del cuello. No sé como demonios conseguía mantener ese paso acelerado sobre esas acrobacias en forma de zapato porque yo me habría caído a la segunda zancada. Fuimos atravesando varios pasillos hasta que al final llegamos a un recinto que que tenía toda la pinta de ser… unas caballerizas. El suelo era de tierra pisada, había varios compartimentos separados por tablones de madera y un par de ellos estaban ocupados por unos caballos de aspecto imponente. Me llevó a uno de los compartimentos al final de la estancia y allí enganchó la anilla de mi collar a una cadena de aspecto pesado que estaba fijada al suelo. Había un montón de paja al fondo sobre el que supuse que sería el mejor sitio para dormir. Me dio la vuelta y pensé que desenganchaba mis muñecas a la espalda para que durmiese más cómoda pero para mi sorpresa las elevó cruzándolas sobre mi espalda y las unió a la anilla trasera de mi collar. No iban a correr el menor riesgo de que me fugase porque ahora tenía mis brazos aún más fijos e inmóviles que antes. La criada me dejó allí un momento dirigiéndose hacia una pared y al minuto volvió con un comedero en la mano lleno con la habitual pasta proteínica mezclada con semen que constituía la dieta única de todas las mujeres zolstianas. Lo dejó en el suelo y me invitó a arrodillarme y degustar mi cena mientras ella se sentaba en un taburete cercano. La verdad es que estaba bastante hambrienta así que me lancé sobre el comedero con fruición mientras aquella elfa disfrazada de criada me miraba sentada tranquilamente. Cuando acabé me retiró el comedero del suelo y volvió a sentarse. Creo que sentía algo de curiosidad sobre mí. Al final fui yo la que rompí el silencio preguntando si podía levantar la mirada del suelo y ella contestó con algo de sorna.
—Cachorra, aquí todas somos esclavas. Claro que puedes levantar la vista del suelo. De hecho, te puedo asegurar que en todo este recinto no vas a ver ni un solo varón hasta finales de año así que puedes estar tranquila al respecto. Puedes hablar con libertad siempre que lo hagas con educación. Si te pones insolente o montas una escena azotaré ese culo escuálido con una fusta de montar hasta que se te caiga la piel a tiras y mañana me felicitarán por ello.
—Disculpad pero ¿qué es un varón?
-—Un amo. Es una palabra de hace mucho, de cuando no todos los hombres eran amos de las mujeres. Servía para diferenciar a los que tienen pollas de las que chupamos pollas.
—Ah. Por vuestro aspecto parecéis más joven que Kirika.
—Me llevo con ella unos 160 años, pero eso para nuestra raza es un par de meses. Su cepo estaba a dos posiciones del mío en la Ciénaga de Araha así que alguien con pésimo sentido del humor podría decir que somos hermanas de leche. De leche de hombre, para ser exactas. Ella al ser de sangre azul estaba en primera fila. Yo al ser una arquera común estaba más atrás.
—Después de que te sacasen del cepo ¿has follado mucho?
—Pues cuatro siglos seguidos, a razón de unos cinco o seis amos al día sin festivos o vacaciones. Las putas de los burdeles normales tienen más trabajo pero nosotras al ser elfas nos metían en sitios de mayor categoría así que el ritmo era menor. Las esclavas elfas somos mercancía valiosa y no pueden machacarnos a la primera de cambio.
—¿Y has disfrutado esos años o han sido de sufrimiento?
—Una vez que te ponen los piercings en las orejas a una elfa le da igual ya ocho que ochenta. En el hipotético caso de que quedase una nación elfa a la que volver, jamás nos admitirían por todos los cambios físicos y morales que hemos sufrido durante la esclavitud. En cambio aquí todas somos iguales y ninguna puede hacerse la virtuosa porque todas llevamos siglos abriéndonos de piernas con alegría. De vez en cuando me entra la morriña y echo de menos caminar descalza sobre la hierba y notar los vientos del este en mi rosto. Claro que luego recuerdo como me siento cuando tres tipos me follan coño, culo y boca a la vez y se me pasa rápido.
—Desde hace unas semanas tengo dudas y me gusta preguntar a todas las mujeres que tienen más experiencia que yo y da la casualidad que casi todas tienen más experiencia que yo. ¿Que prefieres, coño o culo?
—¿Para que me usen o para chupar yo?
—Para que te usen, claro. Después de todos estos siglos de servidumbre ¿por donde prefieres que te follen?
—Ni uno ni otro. Lo que más me gusta es que me tumben boca arriba en una cama con la cabeza colgando por el borde de la cama y que un amo me folle la boca desde atrás sin piedad. Es una sensación increíble, solo puedes respirar cuando hacen el movimiento de retirar la polla de la garganta. Todo lo demás que notas es un gigantesco pene usando tu garganta para su placer. No he encontrado otra posición o técnica con la que me sienta más objeto para alivio sexual y menos persona. Te puedo decir que a Kirika le gusta que le follen el coño bien fuerte. Incluso a veces pide que le metan dos pollas a la vez por ahí, claro que desde que le pusieron los piercings se ha vuelto de lo más golosa.
—Caray, yo conozco a Kirika por ser la directora de mi escuela y me impone un respeto tremendo, pero tú no pareces tenerle mucho.
—¿Sabes ese dicho de “el roce hace el cariño”? Hace 300 años Kirika y yo servíamos en un prostíbulo para altos mandos militares de la provincia de Ahnrem. Les encantaba practicar un jueguecito con nosotras y lo hacíamos a todas horas. Dos tipos empezaban a follarnos por el coño con gran energía. Nosotras obviamente teníamos que proporcionarles cuanto más placer mejor porque había que hacer que se corriesen lo antes posible. La que ganaba recibía el semen del amo en su coño y como recompensa el segundo amo dejaba de follar a la otra y sodomizaba a la ganadora. La perdedora se quedaba sin ser follada, le ponían un cinturón de castidad y tenía que sacar del interior del coño de la ganadora todo el semen vertido usando únicamente su lengua. Después de dejar bien limpito el coño de la ganadora, la que perdía tendría que hacer mamadas a una cantidad indeterminada de amos, la suficiente como para que su semen llenase una jarra de cerveza tamaño pinta hasta que rebosase y luego bebérselo de un trago. Para más condena, le ponían un cinturón de castidad hasta que llenase la jarra y te aseguro que se pasaban unas horas horribles de calentura y quemazón en el sexo sin poder aliviarte. Si después de tirarme haciendo ese numerito con Kirika durante 80 años no tengo derecho a tratarla con familiaridad, no sé qué carajos tendría que hacer.
—Altina, con esas cosas que me cuentas se me pone el coño al rojo. ¿Puedo masturbarme, por favor?
—No. ¿Siguiente pregunta?
—Tenía que intentarlo. ¿Como consigues caminar con unos tacones así de altos? Tus piernas me han dejado maravillada antes.
—¿Estos zapatos? Son la versión de andar por casa de un antiguo instrumento de tortura. Maroc III era un emperador con un fetiche exagerado por las piernas y los pies femeninos. En su corte desarrollaron este tipo de zapatos de tacón que además extremaban el sufrimiento de quien los calza mediante la adición de unas finas agujas en la parte del talón. No solo eran incomodísimos de llevar sino que además cada paso dolía a rabiar porque las agujas se te clavaban más de dos centímetros en el talón. Me tiré todo su reinado, el de su hijo y el de su nieto llevando ese tipo de zapatos. Estos que ves tienen la misma altura, pero sin las agujas así que para mí son como ir en zapatillas. Kirika me dice que soy idiota por mantener la tradición y yo le digo que la idiota es ella por tener que teñirse el pelo. Es morena como las plumas de un cuervo ¿sabes? Se tiñe de rubio para parecer una buena mujer zolstiana del norte donde el rubio está normalizado.
—Me encantaría verla con su pelo natural. ¿El traje de criada es otra de tus costumbres profesionales?
—Que va, son órdenes de la señora de la casa. Todas las chicas acá aquí vestimos de criada aunque hay distintos modelitos. Bueno, todas menos tú porque ahora mismo no llegas ni a ganado. Ya veremos al final que se hace contigo.
—¿Kirika tiene fetiche con las criadas? Eso sí que no me lo esperaba.
—Cachorra, mañana vas a ver a Kirika con un corsé, una minifalda, una cofia, unos ligueros y un vibrador de 25 cm metido en el culo exactamente igual que yo. Que ella se encargue de la administración y las relaciones con el Estado no significa que sea la dueña de todo este tinglado. Pero de eso ya te irás enterando. Ya es tarde y mañana tendrás un día intenso, te recomiendo que duermas un poco.
—Eso haré, Altina. Gracias por la cena y la conversación.
—Se nota que aún estás muy verde, cachorra. Nunca se pregunta si una puede masturbarse porque el que una esclava se masturbe es la cosa más egoísta que puede hacer. Tendrías que haberme preguntado si podías comerme el coño y rezar para que en leal sororidad, yo te hubiese dejado y de paso te hubiera repasado el tuyo con la lengua.
—Altina, por favor, déjame que te coma el coño, te lo ruego.
—Una vez dicho el truco se pierde la magia, cachorra. Mañana será otro día y vendrás más oportunidades. Duerme un poco.
Y dicho esto se levantó de ese taburete, oí sus pasos hasta la puerta y apagó las luces. Físicamente estaba rendida pero tenía un calentón encima que notaba los muslos completamente empapados. Me tendí encima de la paja, me hice un ovillo y apreté con fuerza los muslos tratando de apagar un poco el fuego de mi coño que me estaba torturando. Lo último que recuerdo antes de caer dormida es que no dejaba de tener su gracia que hacía unas cinco horas que me habían atravesado el clítoris con una aguja y me lo habían anillado pero yo no sentía ningún dolor. Únicamente tenía ganas de follar, de ser usada y explotada sexualmente. Para que luego digan que nuestro sistema educativo no funciona.