Diarios de Juliana (1) Introducción.
Una introducción algo larga y ligera para la historia de Juliana. Solo tiene contenido de carácter sexual en la segunda mitad. Juliana nos cuenta la historia de su vida y sus primeros contactos sexuales con ella misma y con su novio del colegio, Juan.
Soy Juliana y la historia que quiero contarles realmente empieza en mi último año de colegio, pero creo que es bueno dar una introducción acerca de mi vida y de mi misma antes de que todo empezara.
Por cuestiones inevitables de la vida no tengo ningún recuerdo de mis padres. De ellos sé sus nombres, que mi padre, Felipe, era veterinario y mi madre, Juliana, una ama de casa, no tuve hermanos y ellos aparentemente me adoraban mucho. Estos datos y no mucho más los pude saber por mis tíos maternos, que me adoptaron y son las únicas “figuras paternas” de las que tengo memoria. Pongo esas comillas porque no fueron unos verdaderos padres en todo el sentido de la palabra para mí. No me quejo, tampoco me dieron mala vida y me dieron lo que necesitaba para vivir. Me volví muy independiente gracias a eso y bastante resistente a las dificultades de la vida.
En casa vivíamos mis tíos, Jaime y Florencia, mi primo Iván, 1 año mayor que yo y Ramiro, 3 años mayor que yo. Mi infancia se desarrollaba en normalidad. Mis tíos no eran ningunos tiranos y se encargaban de alimentarme y de pagarme el colegio, de tenerme ropa siempre y las cosas que fuera necesitando. En el resto de cosas pasaban de mí. Si salía cuando tenía 10 años no preguntaban a dónde ni se preocupaban por mi seguridad. Nunca fueron a una reunión escolar, creo que nunca supieron el nombre de alguno de mis profesores. Pero al menos me daban todo y más de lo que necesitaba: comida, ropa, juguetes, libros, música, mi propio cuarto con baño.
Mis primos vivían de una manera distinta, eran mimados y consentidos por sus padres y en mi infancia en varias oportunidades les sobraron bromas hacia mi. Viendo hacia atrás creo que por esos años, en especial Iván, me consideraba una especie de juguete para su diversión particular.
En el colegio era una niña bastante particular. No tenía muchas amigas de mi género y apenas un par de niños intercambiaban conmigo. Sin embargo era bastante imaginativa y podía pasar mi recreo entero leyendo, jugando sola o con mis pocos amigos.
No me malinterpreten, sé que algunas de las cosas nombradas pueden dar la imagen de una niña desolada y triste, pero siempre fui y sigo siendo una persona alegre y descomplicada, que nunca daba mucho problema a nadie. Siempre fui buena en mis notas y muy responsable. Como dije, muy independiente.
Me desarrollé bastante pronto y a mis 13 años, siguiendo la tradición familiar tenía un buen par de pechos que eran la envidia de mis compañeras (lo que ocasionó aún menos acercamientos de amistad) pero que se fueron popularizando entre los muchachos. Y entre los muchachos, claro, también se encontraba mi primo Iván.
En una ocasión, llegando a casa me recibió Iván arrojándome al suelo, me quitó uno de mis libros y solo accedió a devolverlo si le dejaba ver mis pechos desnudos. Accedí y se los mostré tanto como quiso. A partir de ese día no perdía oportunidad y en cada resbalón o cada que pasaba a mi lado me rozaba los pechos.
En el colegio gané cierta popularidad entre los varones y tuve un par de noviecitos que fueron la envidia del colegio por un tiempo.
Mi vida realmente no tuvo grandes cambios hasta que llegue aproximadamente a mis 16 años. En este punto ya no solo Iván me miraba con deseo, sino que Ramiro también se me quedaba observando con placer mientras me veía ir de un lado a otro de la casa. No puedo decir que me molestara. De hecho me gustaba provocar a mis primos yendo ligera de ropas. A veces, cuando mis tíos no estaban, Ramiro llevaba a su novia de la universidad a casa y podía oírlos teniendo sexo en su cuarto. Gracias a eso y a mi única y mejor amiga empecé a masturbarme casi compulsivamente.
Luciana era mi única amiga mujer, había llegado ese año al colegio y andábamos siempre juntas en el colegio. Físicamente éramos casi lo contrario de la otra. Yo era baja, ella era alta; yo tenía pechos grandes, ella pechos chicos; yo tenía una cola más bien plana, ella tenía la mejor cola del colegio; yo tenía el cabello negro, ella era rubia; yo tenía ojos verdes, ella azules; yo era más bien rellenita, ella delgada.
Hablábamos de todo un poco, y una tarde, estando solas en casa le conté acerca de Ramiro y su novia, Luciana, siempre extrovertida, se reía.
-¿Cómo crees que lo hagan? -le pregunté de pronto.
-Y, como en las porno. Ramiro lo debe tener gigante y ella debe dejarse hacer de todo.
-¿Ves porno?
-Si, ¿Tú no?
-No. La verdad, no.
-¿Quieres ver?
A veces pienso que la respuesta afirmativa a esa pregunta cambió mi vida radicalmente, en muchos sentidos, pero otras pienso que era algo inevitable que descansaba dentro mío y que inevitablemente con cierta edad y un cuerpo de adolescente lleno de hormonas, tenía que salir un día o el siguiente.
A partir de ese día cada que estaba sola me masturbaba viendo videos y películas porno en mi computadora. Avanzaba de un género a otro, un día veía interracial, al otro lésbico, al otro a una chica masturbarse, al otro gay, al otro BDSM, hasta con zoofilia llegué a tocarme con pasión.
Cuando no tenía tiempo para buscar y ver algo me bastaba con mi memoria y mi imaginación para explorar mi cuerpo con furia y penetrarme con mis dedos hasta llegar al orgasmo. Por día llegué a hacerlo al menos dos veces al día. Al llegar del colegio, cuando la casa estaba sola para mí y en la noche. A veces aprovechaba la ducha para hacerlo y si mis tíos y mis primos salían a comer y de casualidad me invitaban, rechazaba la invitación para gozar como loca viendo porno. Hasta me puse lenta en el ritmo de mis lecturas por estar obsesionada con el porno y con mis masturbaciones compulsivas.
En medio de esto, en el colegio y frente a Luciana me comportaba como siempre. Y seguía atrayendo la atención del sexo opuesto. Creo que de tanta pornografía tenía muy altas expectativas para mi primera vez, y mis compañeros me parecían bastante infantiles para ese propósito, creo que es la única razón por la que me mantuve virgen hasta mi último año de colegio. Ese año conocí a Juan, y pronto nos hicimos novios, llegué a enamorarme de él. Pero de un modo distinto al que seguro, por mis hábitos masturbatorios, ustedes imaginan. Me sentía bien a su lado y me encantaban sus besos. Algo de excitación sentía por él en ocasiones, pero su carácter era bastante pasivo y eso realmente me bajaba. Me resistía a perder mi virginidad por él, a pesar de que sentía cada vez más que mis propios dedos no daban a basto con tanta gana.
Hablando con Luciana, quien ya tenía un par de compañeros sexuales en su haber, finalmente le expresé que sentía muchas ganas de hacerlo por primera vez, pero que no estaba segura de Juan, que sentía que no me iba a dar la “noche de mi vida”. Luciana me indicó sin vacilar que no importaba que la primera vez no fuera una bestialidad. Que lo hiciera, que ya iría aprendiendo el chico.
Así que estaba decidida a perder mi virginidad con mi amado novio. Pero mientras tanto mis momentos a solas seguían siendo una pasión desaforada.
Al lunes siguiente de mi conversación con Luciana encaré a Juan y mientras nos besabamos en un sitio desolado del colegio me decidí y mirándolo a los ojos y cargada de lujuria llevé su mano a mis pechos, que ya subían y bajaban de la excitación. Juan se sorprendió un poco, y yo que bien lo conocía supe que no iba a tomar la iniciativa así que seguí besándolo cada vez con más ganas mientras él empezaba a acariciar mis pechos. Puse mi mano encima de su pantalón y sentí como estaba duro. Viendo que el chico no avanzaba, llevé su mano al interior de mi falda escolar y el de forma algo torpe empezó a explorar la zona logrando arrancarme algunos gemidos. Finalmente tomó algo de iniciativa y puso su mano debajo de mi camisa para tocar mis pechos directamente. También su mano en mi falda empezó a hacerse lugar entre mis labios ocasionando que mi cadera se moviera sola buscando el contacto y el placer de esa mano ajena. Estaba entregada, quería que me hiciera suya ahí mismo.
Y la campana del final del recreo sonó. A mi no me habría importado en lo más mínimo; era presa de un hechizo gigante en el que solo importaba recibir placer. Pero Juan inmediatamente retiró sus manos de mi y dejó de besarme, rompiendo el hechizo. Si Juan solo hubiera terminado lo que yo había empezado, nuestra historia quizá sería otra, no podría decir si mejor o peor. Pero sería distinta. En fin, Juan terminó de besarme y se puso de pie para arreglar sus ropas. Yo hice lo mismo ocultando el desagrado latente.
-¿Te gustó? -me animé a preguntar.
-Si claro.
-¿no quieres continuar?
-Obvio que si, pero acá no, quiero que estés cómoda.
¿Cómoda? En ese punto nada me importaba la comodidad, pero seguí su juego mostrándome de acuerdo.
-Este fin de semana mis padres no están, que tal si te pasas por mi casa. ¿Te dejan tus tíos?
-Si, nos vemos el Viernes en tu casa en la noche entonces.
Y así partimos a nuestros salones. Fue una tortura aguantar las últimas horas de clase antes de casi correr a casa a desahogarme. Y claro que me iba a desahogar. Aunque no de la manera que tenía en mente en esas últimas horas de clase del Lunes.