Diario íntimo de un joven incestuoso

A partir de aquella, mi primera vez y... con mamita decidí llevar un diario íntimo de nuestra relación incestuosa que ahora, después de mucho tiempo, quiero hacer público para ustedes.

Espero que hayan disfrutado de la lectura de mi primera experiencia sexual que les relaté con el nombre de "Recuerdos de mi primera vez (I, II y III)". Para los que aún no han tenido el placer de hacerlo, les recomiendo leerlos en orden y sin apuro antes de entrar de lleno en las páginas de este diario... incestuoso. A pesar de que ahora tengo cuarenta años -dos hijos, dos divorcios-, aún guardo en un rincón escondido de mi actual casa este diario íntimo que comencé a escribir hace veintidós años después de aquella intensa y deliciosa primera vez… con mamá, cuando ella todavía era una madura pero atractiva mujer de 46 años y yo un joven, tímido e inexperto, de 18. Diario que escribí durante casi seis años y que quisiera compartir con ustedes, a partir de ahora, que ya ha pasado mucha agua bajo el puente... Omitiré nuestros nombres o iniciales por simple pudor, no me gustaría que algo tan tabú y reprobado por una sociedad pacata, ocurrido hace ya tanto tiempo, lastime a alguien sin querer. Para hacer más llevadera la lectura modifiqué, a medida que los transcribía, la sintaxis de algunos párrafos de este diario en formato de relato o de guión dialogado, sepan disculparme. Repito lo que aclaré en los capítulos anteriores: no me importa en absoluto si creen o no lo que ya relaté en la categoría "Primera vez". Como tampoco si creen o no la veracidad de este largo diario incestuoso, del que transcribiré solo las partes más sustanciales. Me basta con que mamá y yo sepamos que fue real, tan real y tangible como lo que siguió a continuación. Día 1 Al día siguiente de aquella maravillosa "primera vez", me desperté con una sensación de plenitud indescriptible. Esa plenitud del alma y del cuerpo que se siente al haberse hecho hombre... No se si les pasó -se que no siempre el debut sexual suele ser bueno- pero en mi caso fue de lo mejor. Era una entrada a la adultez, a los ritos placenteros del sexo, por la puerta grande. La puerta que me abrió mi propia madre. Me levanté a las 10 con una energía renovada. Me calcé un short negro, remera musculosa y hojotas. Me lavé la cara y los dientes y fui a desayunar solo, como siempre durante los días de semana. Mis padres habían salido a trabajar, o eso pensé. Sobre la mesa de la cocina, debajo de la taza que mi madre dejaba siempre preparada para mí, había una nota... Decía lo siguiente: "Bebé, no pasé una buena noche, ya te explicaré... Me desperté muy perturbada, así que después que desayuné con tu padre, casi sin mirarlo a los ojos por la culpa, llamé al trabajo para avisar que estaba indispuesta. Salí hacer unos trámites, no tardaré. Te compré unas medialunas dulces como tanto te gustan. Hay café hecho... Te quiere, tu mamá". No sabía a que se refería cuando escribió que "no pasé una buena noche" o que "me desperté perturbada" pero temía que no era nada bueno como corroboré cuando mi madre volvió a casa, media hora después... Le quise decir "¡Buen día, mami!" dándole un dulce beso en aquellos labios rojos, que ayer fueron míos por primera vez, pero me rechazó poniendo su mejilla y diciéndome "Necesito hablar con vos". Se la veía inquieta… Yo no entendía el porqué, ya que ayer de noche después de nuestro caliente encuentro y mientras cenábamos con mi padre, se la veía espléndida y sonriente. Incluso me sorprendió que llevara puesto un vestido sin escote y poco entallado así como que no se hubiese maquillado… Se preparó un café y me invitó a sentarme a la mesa, con gesto adusto. Le costaba empezar a hablar - Hijo… me siento terriblemente mal. - ¿Qué pasa? - Lo que hice con vos fue terrible. - Pero má - Déjame hablar a mí por favor... Asentí en silencio mientras ella buscaba las palabras exactas para decirme lo que me quería decir. Revolvió el café con la cucharita durante unos segundos que parecían siglos y se desahogó contándome que cuando se fue a acostar y mi padre se hubo dormido abrazado a ella, de repente, la invadió una sensación de culpa tremenda que la hizo estallar en llanto… me dijo que mi padre no se merecía eso y me juró que ella nunca le había sido infiel en treinta años, ni siquiera en pensamientos, que haberle sido infiel conmigo era todavía peor y que eso no la dejó dormir en toda la noche, que se angustió mucho, que fue educada a la antigua y que aunque no era una monja, tampoco era una puta, que aunque le daba un pudor tremendo decirme algo tan íntimo lo consideraba necesario para que yo entendiese la gravedad de lo sucedido, me confesó -no sin avergonzarse- que con mi padre las relaciones sexuales fueron normales cuando se casaron, que con el tiempo se fueron haciendo mas espaciadas y que eso lo veía como algo natural del paso del tiempo. -¡Pero tenéis 46 años, mamá! Me silencio, tiernamente, los labios con el dedo índice de su tibia mano y me pidió nuevamente que la dejara hablar a ella. Dio un sorbo al café y me dijo después tomando valor que… desde hacía un año y pico, desde que lo habían operado de próstata a mi padre, que ellos no tenían relaciones, pero que aquello no justificaba lo que sucedió conmigo, que era terrible y que ella había franqueado una barrera prohibida que no debió franquear nunca. A partir de ese momento comenzaron a brotarle unas lágrimas que se hicieron más intensas a medida que seguía… Me dijo que nada de lo que sucedió era mi culpa, porque yo era joven y que no tenía porqué saber que el incesto era un pecado inconcebible, pero que ella siendo mi madre no debió haber permitido que sucediera jamás, que durante el desayuno no pudo mirar a papá a los ojos, me suplicó que no le contase nada a nadie, ni siquiera a mi psicólogo -a los dieciséis empecé terapia- y finalmente me rogó que me olvidase de lo que pasó y que por mi bien, imaginase que fue solo un lindo sueño que tuve durante la noche… que saliese con una chica de mi edad, o con muchas chicas -que a ella le parecía bien- pero que por Dios, me olvidase del asunto. Mi madre salió, angustiada, dejándome solo en la cocina y exhausto, después de su larga catarata verbal. De golpe se me fue el alma al piso. Esa felicidad que sentí al despertarme, ahora se había transformado en una melancolía pegajosa. Salí a dar unas vueltas por el barrio tratando de despejar mis pensamientos, sin embargo no me la podía sacar de la cabeza a mi madre. No podía olvidarme de esos labios rojo carmín sedientos de besos, de esos pechos tiernos pero aún firmes, de esa concha materna que pedía a gritos ser bien cogida y de ese enorme y blanco culo que rogaba que lo desvirguen. No podía dejar de pensar en que desde hacia más de un año mi madre no tenía sexo con mi padre. No podía dejar de pensar en ella como una mujer insatisfecha, por más que fuese mi madre. No podía dejar de pensar en satisfacer todos sus más íntimos deseos y los míos, claro está, eso me excitaba y mucho. Debía pensar algo Día 7 Dejé pasar unos días hasta que todo se calmase, hasta que mi madre volviese a trabajar y eso la distrajese un poco. Al cuarto día, ella ya había vuelto a vestirse igual que siempre, con sus vestidos entallados y escotados, a maquillarse con su labial rojo carmín y el delineador de ojos oscuro. Me hablaba, extrañamente, como si nada hubiese pasado, incluso se comportó igual de cariñosa y atenta que antes de haber cogido conmigo. Un par de veces la rocé intencionalmente con el fin de ver sus reacciones. Una vez en la cocina, mientras mi madre lavaba los platos y yo, la ayudaba a secarlos le froté mi muslo contra el suyo, pero no le dio demasiada importancia. La otra vez fue en su dormitorio, cuando intentaba bajar unas cosas de la parte superior de su placard que se le estaban por caer y me pidió ayuda. Cuando agarré una de las cajas, que ella apenas podía sostener, le rocé una de sus tetas por encima del vestido, pero no lo percibió. Obviamente no dejé de pensar ni un día en ella, ni de mirarla con deseo cuando cenábamos con mi padre y ni cuando vino de visita mi hermano mayor con su novia, una noche, aunque claro traté de que ninguno de ellos se diera cuenta. No dejé de masturbarme ni una noche en mi habitación imaginándola a mi madre cogiendo conmigo en mil poses diferentes, hasta que el día 7 sucedió algo que torció el rumbo de los acontecimientos. Era un sábado de noche, ya habíamos cenado y nos preparábamos para ver un video de Bertolucci que nos recomendaron en el video club. Nos sentamos en los sillones del living, donde mis padres tenían la video casetera. Mi padre y yo a los extremos del sillón de tres cuerpos y mi madre, entre nosotros. Ella había preparado café y unos cookies de chocolate. Para que pudiésemos tener la sensación de estar en el cine, mi padre siempre solía apagar todas las luces. Apretó el play del control remoto y comenzó la película. El film era "La luna" y, para el que no la conoce, contaba la confusa relación casi incestuosa que establece una bella cantante de ópera con su hijo adolescente, mientras se distancia cada vez más del marido que viaja continuamente por negocios. Imagínense el asombro de mi madre al ver la película. Estaba perturbada, tan confusa como la protagonista del film. Se movía, incómoda, en el sillón. Mi padre no parecía percibir nada en absoluto. Mi madre, muy nerviosa y a medida que avanzaba la trama, se fue comiendo histéricamente casi todos los cookies. Su respiración parecía agitada. Apoyaba, a veces, la mano sobre su pecho intentando calmarse. Suspiraba mucho, hasta me pareció que sudaba. Les juro que yo no hice nada de nada, a pesar de que el tema me excitaba y que tenía el bulto ya endurecido, entre la película y el sofocón de mi madre. Podría haber aprovechado la oscuridad del living para rozarle imperceptiblemente la pierna, que la tenía a un par de milímetros de la mía, podría haber subido despacio mi mano por sus muslos, mientras mi padre se adormilaba recostado en el sillón, podría haber seguido acariciándola por debajo de su falda hasta tocarle la entrepierna que imaginaba empapada y caliente, pero no, no hice nada, me porté como un duque, a pesar de que mi bulto pedía lo contrario. De golpe, promediando la película, mi madre se levantó acalorada despertándolo a mi padre del sopor en el se había sumido, mamá nos pidió disculpas, adujo que tenía sueño. Dijo que no dejáramos de ver la película, que ella se iría a acostar. Nos dio un beso en la mejilla a mi padre y a mí, se despidió hasta mañana y salió rumbo al dormitorio. Estaba temblando… Terminamos de ver la película, que a mi padre le pareció demasiado lenta y antes de que él encendiese la luz del living, agarré la bandeja con las tazas de café y el platito de los cookies, vacíos y los llevé presuroso a la cocina para que no se me notase la terrible erección. Le dije a mi padre, desde ahí, que se fuese a dormir que yo ordenaría todo. Debían ser como la 1 de la madrugada, me quedé un rato viendo un programa de trasnoche, sólo, hasta que mi bulto fue volviendo a la normalidad. Apagué el televisor y me fui a mi habitación, por el interior de la casa, cruzando el dormitorio de mis padres. Una tenue luz de luna se colaba por las ventanas. Estaba cruzando sigilosamente el dormitorio cuando un extraño sonido me detuvo, parecía el mismo ronroneo que le había escuchado a mi madre cuando se masturbaba bajo la ducha, pensé que no podía ser, que debía haberlo imaginado, que tal vez alguno de los dos roncaba. Me quedé ahí, al pie de la cama matrimonial un instante, iba a seguir camino a mi habitación pero, de pronto, sentí otra vez el mismo ronroneo imperceptible y un leve gemido. Supuse que mis padres estaban haciendo el amor, silenciosamente, pero de golpe recordé lo que me había confesado mi madre sobre la impotencia de mi padre. Intenté acercarme más, del lado de la cama que dormía mi madre, para poder ver mejor lo que pasaba, ahí estaba ella sola, acostada de frente, con los ojos bien cerrados, soñando… mi padre roncaba, de espaldas a ella, ambos estaban destapados. Mamá tenía un camisón corto que dejaba al descubierto sus lindas piernas que se frotaban al colchón mientras con una de sus manos se estaba acariciando la entrepierna, con la otra se masajeaba levemente una de sus tetas por encima del camisón, se podían entrever sus pezones duros. Ella seguía ronroneando y gimiendo como una gatita en celo, ahora uno de sus dedos presionaba por encima de su bombacha negra como queriendo introducirse entre los labios mojados de su vagina, eso me estaba excitando… mi bulto, hasta hace un tiempo adormecido, se estaba convirtiendo de nuevo en un bulto, hecho y derecho. De repente el ronroneo se transformó en un gemido claro y preciso: "Ven, Bebé, ven con mamita" ¡Mi madre estaba soñando conmigo!... ¡No lo podía creer! ¡Hasta en sueños se masturbaba pensando en mí! ¡No me había olvidado!... ¡No pudo!... ¡Lo sabía!... Me acerqué un poco más a ella…"Assssí… Bebé... assssí" susurró. Mi bulto comenzó a querer aflorar del short, debía contenerme. Mamá emitió un "Asssí…Bebé… dame más" con esa boca que se relamía de placer mientras sus dedos se introducían lentamente por el costado de la bombacha. Mi padre aún roncaba estrepitosamente, sin moverse. Llevé mi mano al bulto que pugnaba por salir. Mi entrepierna estaba muy caliente, tenía que dominarme si no quería que ellos se despertasen. Mamá sin dejar de tocarse, sin sacar los dedos de su húmeda concha se volteó boca abajo dejando al aire su enorme culo, solo cubierto a medias por una bombacha negra que se le había incrustado entre las nalgas. Cómo me excitaba… El rostro de mi madre estaba sobre la almohada mirando hacia donde estaba yo, claro que con los ojos cerrados y aún soñando… "Mmm…asssiii… assssí…Bebé" gimió mientras su mano seguía en su concha haciendo de las suyas y su culo se erguía apenas, del colchón para que su mano trabajase cómoda. Yo estaba que me moría, no aguantaba más. Me bajé un poco el short y el slip, lo suficiente como para poder agarrarme la cabeza y algo del tronco de mi verga, y me empecé a masturbar… ahí, a centímetros de donde mi mamá seguía soñando eróticamente conmigo…"Dame más…más" jadeaba ella, mientras mi padre ejecutaba una sinfonía nocturna de ronquidos. Yo seguía masturbándome frenéticamente. Deseaba, aprovechando que mi viejo dormía tan profundo, meterme en aquel lecho nupcial y penetrarle aquel culo materno, tremendamente grande y movedizo… pero no, no era el momento indicado. "Aaaahhh… assssiii… Bebé… asssssí" gemía incontenible apunto de acabar. Me apuré a masajearme mi verga caliente a toda velocidad mientras mamá empezaba a acabar, en sueños, sin sacar la mano de su concha… "Bebéeeee… Aaaahhhh... Aaaahhh". De repente un chorro de leche tibia salió, disparado como una flecha, desde la cabeza de mi pija hasta el medio de la bombacha negra, justo en la raya del culo de mamá que seguía contorsionándose y acabando… ¡Qué puntería la mía! Otro chorro de leche fue a parar a su nalga izquierda y un tercero, algo más débil, a la altura de su muslo. Después de acabar, mi madre, se quedó quieta, exhausta. Ella también comenzó a roncar, hacían linda pareja con mi padre, que continuaba de espaldas a mamá, durmiendo como un tronco pero roncando a destiempo. Metí mi verga, aún humeante, en el slip y me acomodé como pude el short. No podía dejar mi semen, ahí, en la bombacha negra, ni en la nalga y ni en el muslo de mi madre. Eso podía llegar a delatarme, mañana de mañana, cuando se despertasen. Agarré la sabana muy despacio y los cubrí a ambos. Más despacio y casi sin tocarla, pasé mi mano por las zonas del cuerpo de mi madre donde había saltado la leche, para que la sábana la absorbiese. Mis padres seguían roncando, ahora casi en canon. Acerqué mi rostro al de mi madre y la besé dulcemente en su mejilla... "mmmhhh" dijo entre sueños. Salí con sigilo de aquel dormitorio y me fui a mi habitación. En ese momento, después de haber presenciado aquel sueño húmedo de mi madre y recordando sus palabras durante el desayuno, lo comprendí todo: No sólo ella me había abierto las puertas al sexo sino que yo, también y sin premeditarlo, se las había abierto a mi madre, de par en par.