Diario de una secretaria con curvas (Parte 1)
Si estás en el paro, Cristina te enseña rápidamente cómo puedes encontrar trabajo en un abrir y cerrar de piernas.
Esto del covid está siendo un fastidio para todos, hacía ya tres meses que no encontraba trabajo. Todavía recuerdo cuando estaba en mi despacho, entró el director de zona y me dijo;
-Cristina, tenemos que hablar.
Hasta ese día pensé que aquella frase solo estaba permitida entre parejas, pero después de salir de aquel despacho con un montón de lágrimas acumuladas en mis ojos y un finiquito bajo el brazo me marché a casa, no les iba a permitir el hecho de verme mal. Nada más abrir la puerta de casa recuerdo el tirarme sobre el sofá, llamar a mi madre y quebrárseme la voz al escuchar su voz. Mi madre como es normal me consoló, me dijo que todo iba a salir bien y por un momento o mejor dicho unos días me lo creí, pero cuando fueron pasando los días, las semanas y los meses y la única respuesta que recibía de las empresas a las que mandaba mi currículum era; “ya te llamaremos” empecé a pensar que mi madre no tenía tanta razón.
La teletienda se volvió mi más fiel compañera, tanto de mañanas como de tarde y de noche, algunas veces cambiaba de canal y dejaba alguna tertulia donde despotricasen a cualquier famosillo de turno, me daba igual quien fuese, solo quería saber que alguien estaba peor que yo. En mi casa estaba totalmente prohibido poner el telediario, y más si cada día decían que habían más muertos por Covid y que cada vez las lista del paro aumentaban, siendo yo uno de esos números tan largos que mostraba la lista de parados en España.
No entiendo cuán difícil era encontrar trabajo si ahora todo se puede hacer desde casa, me daba igual qué hacer, solo quería sentirme productiva. Lo verdaderamente malo también de esta situación era que había descuidado un poco la dieta, los gimnasios están cerrados y mi casa no es que sea el lugar más idóneo para hacer ejercicio. Sobre todo si contamos con que abajo vive una anciana que es medio ciega pero que tiene un oído igual o mejor que el de su gato. El comedor era el sitio más amplio y fresco de la casa para entrenar, pero el hecho de que mi balcón diese justo enfrente del de otro edificio y en él viviese un matrimonio con un adolescente al que ya he pillado varias veces mirándome a lo lejos con unos prismáticos mientras le dedica cierto amor a su entrepierna con su mano, también me quitan un poco las ganas de hacer ejercicio.
Mi cuerpo había cambiado desde el principio de la cuarenta hasta ahora. Antes tenía el típico cuerpo de chica que se cuida, debo reconocer que siempre he sido un poco pija a la hora de vestir y de cuidarme. Me ha gustado ir al gimnasio tres veces por semana, comer bien, vestir de manera un poco ajustada para verme bien y que la gente también vea que me cuido y para rematar me daba un poco de maquillaje. Si los hombres dicen que un caballero se viste por los pies, una señorita como yo lo hace igual o mejor. Mi cintura y sobre todo mis muslos habían ganado un poco de tamaño, no era algo desproporcionado, pero si es cierto que había tenido que tirar un par de faldas y de vaqueros porque ya no me venían.
Los pechos sin entender por qué también me habían crecido, está cuarenta era como si le hubiese servido de hibernación a mi cuerpo. Antes medía 1’72 y pesaba 65 kilos y ahora mido 1,75 y peso 80kg. Cada vez que me miraba al espejo no me reconocía, pero debo admitir que ahora me pongo cachonda conmigo misma.
Esos kilos de más se los debo a la comida basura que ingerí durante los meses que estuve un poco deprimida debido al despido en mi trabajo. Pero como bien se dice, el cuerpo tiene memoria, así que no engordé mucho y tampoco de una manera muy mala. Solo cogí chicha donde agarrar como le solía decir mi padre a mi madre.
Una mañana estaba sentada para variar en el sillón del comedor cuando sonó el teléfono.
-¿Sí? Diga –contesté.
-Buenos días, llamaba preguntando por Cristina Rodríguez Bernabéu dijo la voz que hablaba al otro lado del teléfono.
-Sí, soy yo.
-Perfecto, le llamamos de la oficina de OnTronic, hemos estados leyendo su curriculum y estamos interesados en entrevistarla.
-DIIIIOSSSSSSS SÍ grité tapando el micrófono del teléfono –Sí, estaría encantada de hacer esa entrevista.
-De acuerdo, nuestras oficinas están en la Calle San Marcos Nº33. En recepción deberá decir su nombre y le indicarán a qué sala deberá ir. La esperamos a las seis. Pregunté por el señor Javier González.
-Vale, buenas tardes y muchas gracias. Tras decir aquella frase colgué y empecé a saltar por toda la casa, no me lo podía creer, después de estar meses sin trabajar, alguien me había llamado otra vez.
Por un momento recordé que la reunión era a las seis y ahora mismo eran las doce y media. Si quería comer algo, arreglarme y llegar puntual estaba perdiendo ahora mismo el tiempo saltando y bailando por la casa. Esa es una de las cosas buenas y malas de vivir en Madrid, lo tienes todo al alcance de la mano pero debes de salir horas antes de casa si quieres llegar puntual a los sitios.
Abrí el armario rápidamente cogí el traje que siempre me ponía para las entrevistas de trabajo, pero la sorpresa del día fue cuando me puse la falda y al agacharme para coger unas medias, la falda cedió y rompió. Seguí buscando por mi armario malhumorada por el hecho de no saber qué ponerme hasta que en el fondo pero muy al fondo, encontré una falda de color rojo que un día le cogía prestada a mi madre para una fiesta de disfraces. Era de cuera y nada más verla, supe que podía quedarme bien. Mi madre siempre ha sido más ancha de caderas que yo y eso ahora mismo era un lujo.
Aquella falda me entró como un guante, y nada más subir la cremallera de esta me di cuenta que me estilizaba un montón las caderas, los muslos y sobre todo el culo. Cogí unos tacones del mismo color que la falda para que esto fuese a juego y para la parte de arriba me puse una camisa blanca, siempre me había encantado esa combinación de colores. Debo de reconocer que cuando me la ponía, me recordaba un poco a cómo visten las prostitutas, pero teniendo en cuenta que mi madre siempre me ha dicho que soy demasiado guapa como para no usarlo, estaba vez me daba igual parecer una puta con tal de conseguir un puesto de trabajo.
Llamé a un taxi y en menos de cinco minutos estuvo en mi puerta.
-A la Calle San Marcos número 33 por favor, dese prisa.
Nada más girar la primera esquina ya nos encontramos con un atasco que ni la mejor de las vistas posibles podía llegar a alcanzar su final.
-Haga algo por favor, le suplicaba constantemente al conductor –Tengo una entrevista de trabajo y no puedo llegar tarde.
Había salido de casa a las cuatro de la tarde y ya eran casi las seis menos diez.
-Lo siento señorita, pero como ve, no puedo mover el coche hacia ninguna de las direcciones. Cuando lleguemos a la siguiente esquina, cogeremos un atajo que solo yo conozco en esta ciudad.
Siguieron pasando los minutos y hasta una hora más. Todo aquel retraso fue por culpa de un camión al que se le había roto el recipiente del aceite y había manchado todo el asfalto con el líquido, haciendo que este provocase un accidente entre los coches que iban detrás del camión. Durante unos segundos me acordé de todos los familiares del camionero, pero luego le pensé en frío y dudo que aquel hombre quisiera que pasase todo aquello. Además, yo tenía ahora cosas más importantes que pensar en eso.
El taxista me dejó a las siete y media delante de las oficinas. Yo siempre me había caracterizado por mi puntualidad, pero ese día, llegué una hora y media tarde a la reunión. Entré con vergüenza a la recepción y tras dudarlo varias veces me decidí a ello.
-Buenas, vengo a ver al señor Javier González.
La mujer de recepción me miró de arriba abajo y al terminar de juzgarme con la mirada, clavó sus ojos en los míos y me dijo;
-El señor González lleva rato esperándola, está muy disgustado.
-Lo siento añadí –Pero había un camión que…
Y antes de que pudiese terminar la frase respondió con soberbia –Me da igual, planta 3 sala número 5. Allí le espera.
Me fui de allí con ganas de decirle alguna que otra cosa a esa mujer y creedme que ninguna buena. Solo esperaba conseguir ese trabajo y algún día devolvérsela a aquella mujer tan impertinente. Llamé al ascensor y una vez dentro pulsé el botón de la planta número 3. Fueron unos segundos pero me pareció una eternidad el pasillo que llevaba desde el ascensor hasta la sala número cinco. Golpee la puerta con mis nudillos y desde dentro se escuchó;
-Adelante.
El despacho era gigantesco, la mitad de aquella habitación era como mi casa. Anduve hasta estar lo suficientemente cerca de aquel hombre y que me escuchase al hablar.
-Perdóneme pero hubo un…
-Cállese y tome asiento por favor me respondió aquel hombre con traje y corbata.
-Debo decirle que estoy muy disgusto con usted, cuando se le informa de una hora, debe de estar aquí puntual, por eso le pago.
-¿Eso quiere decir que el trabajo es mío? Me pregunté a mí misma.
Aquel hombre se levantó y mientras me hablaba de su empresa y de cómo trabajaban se sirvió un vaso de whiskey.
-¿Quiere usted? Me dijo desde un pequeño armario que estaba junto a uno de los ventanales del despacho y hacía la función de mini bar.
-No gracias, no bebo cuando estoy trabajando.
-Así me gusta, veo que va a encajar usted perfectamente en la empresa.
Le miré y le sonreí a medida que veía cómo se acercaba hacia mí, jamás antes había tenido una entrevista de trabajo tan rápida y que me dejase unas sensaciones tan buenas en el cuerpo.
-Y cuándo empezaría a…En aquel momento mi jefe me asestó una bofetada, dejando el lado de la cara que había recibido aquel golpe de un color rojizo –Se puede saber qué hace, pregunté sorprendida.
-Te he dicho que te calles, no me gusta que habléis cuando venís, lo tengo dicho.
-Nadie me dijo nada cuando me llamaron. Y nada más terminar mi contestación recibí otra bofetada por su parte.
-Que te calles, aquí solo hablo yo.
Intimidada por la situación, no hice otra cosa que mirar hacia el suelo y ver como mis manos jugaban entre ellas al mismo tiempo que presionaban la falda hacia abajo. Podía sentir el miedo por todo mi cuerpo, no sabía qué estaba pasando, no sabía que iba a suceder, así que por un momento me armé de valor y me levanté de aquella silla, dispuesta a escapar de aquel lugar y denunciar a ese hombre.
-¿Adónde te crees que vas, te pago para algo no?
Me dijo al mismo tiempo clavaba su mano en mi hombro y me volvía a sentar sobre aquella silla. Aquel hombre empezó a dar vueltas a mi alrededor, como el depredador que estudia a su presa antes de lanzarse a por ella. Por un momento lo perdí de vista, pero sabía perfectamente dónde estaba, detrás de mí, podía sentir su respiración en mi nuca.
-Veo que te gusta jugar, así que eso vamos a hacer, me dijo clavando su aliento en mi oído. Por el reflejo de los ventanales vi que sacaba algo de uno de sus bolsillos, no supe bien que era hasta que noté el frío hierro de las esposas rodear la piel de mis muñecas.
-Suélteme o gritaré exclamé.
Una carcajada salió de su boca –Me esperaba algo más que esa simple amenaza, además, hoy tengo una sorpresa distinta. Ves aquel punto rojo que sobre sale del techo, es una cámara web y te están viendo todos los jefes de cada uno de los departamentos. Ya que nos salía tan caro el pagarte el sueldo hemos decidido compartirte y ser yo quien te folle. ¿Cómo lo ves?
Mis ojos se comenzaron a llenar de lágrimas y grité, grité como nunca antes más lo había hecho.
-Grita cuanto quieras, nada ni nadie te va a salvar. Colocado frente a mí sacó otro elemento de uno de sus bolsillos, ahora se trataba de una mordaza, la cual colocó en mi boca –Grita, grita ahora, a ver si puedes, me repetía una y otra vez retándome a que lo hiciese sabiendo que no iba a conseguir nada.
Aquel hombre continuó dando vueltas por su despacho al mismo tiempo que hablaba a la cámara donde todos sus amigos estarían como él, con el pulso a mil por el hecho que les producía cometer un delito como este. Pasados unos minutos el hombre se sentó sobre su mesa mirando hacia mía. Por mucha rabia que me diese el tipo era extremadamente atractivo. Debería tener unos 35 años, pelo largo moreno peinado hacia atrás, traje azul marino hecho a medida el cual le hacía resaltar su figura. Sobresaltando así partes como sus brazos, culo y sobre todo entrepierna. Una barba de tres días junto con su sonrisa hicieron que por un momento me empezase a gustar aquella situación.
-Céntrate imbécil me dije a mí misma.
El hombre se quitó la americana de su traje, dejando ver así que bajo esta llevaba una camisa blanca y un chaleco del mismo color que su traje. El sonido del teléfono que estaba junto a él le hizo sobre saltarse.
-Sí, quién es preguntó molesto porque le hubiesen cortado el rollo –Sí, no os preocupéis, le daré su merecido dijo mirándome y también mirando hacia la cámara. Alguno de sus amigos le había llamado para recordarle algo que tenía que hacer conmigo, que asco de humanidad.
A medida que seguía hablando por teléfono y me miraba, comenzó a masajearse la entrepierna por fuera del pantalón. Me pareció increíble el bulto que por momentos iba creándose bajo aquella tela. Sentí en aquel momento un escalofrío que me recorrió el cuerpo entero hasta rebotar y terminar en mi entrepierna.
-¿Estaba cachonda? Cómo era eso posible. ¿Un tío que supuestamente iba a darme trabajo va a follarme delante de todos sus amigos sin mi consentimiento y yo estoy excitada? El líquido que salía de mi vagina y empapaba mis bragas respondió por mí.
El señor González vio cómo una gota de ese líquido que supuraba mi vagina fue cayendo lentamente por mi pierna. Aquello le provocó una sonrisa que se extendió de oreja a oreja, haciendo que colgase de golpe el teléfono.
-Vaya, parece que alguien ha cambiado de opinión y le está gustando lo que ve.
Acercándose todavía más a mí, el señor González se bajó la cremallera delante de mí e hizo que apareciese su pene. Aquella barra de carne erecta era impresionante, tanto largo como en ancho. Cómo es posible que existiese algo tan largo y tan duro, era imposible. Dejando que mis piernas quedasen por debajo de las suyas, el señor González dejó su cintura y su pene a escasos centímetros de mi cara, hasta tal punto de que podía sentir la olor que este desprendía. Aquel órgano olía a sudor, pero no había otra cosa que me excitase en este mundo que la olor de una polla sucia. Todavía recuerdo la de veces que he follado con tíos la misma noche de conocerlos y cuando hemos llegado a casa les he obligado a enjabonarse el rabo y ponerse un condón o por ninguna cosa en este mundo se la iba a chupar. Ahora, sin embargo, estoy delante de un hombre que no conozco, que está abusando de mí y solo quiero hacer una cosa, comerle la polla.
Mi mirada iba siguiendo el miembro del señor González, mis ojos subían y bajaban al mismo tiempo que este lo hacía con su mano sobre su pene. Como si hubiese leído mis pensamientos, el señor González me quitó la mordaza y antes de que pudiese coger aire por todo ese tiempo que había estado con la boca tapada, ya tenía dentro de mí otra cosa que no me permitía respirar con tranquilidad, su polla.
La mano del señor González que yacía sobre mi nuca me obligaba a seguir el ritmo con el que este quería que su polla entrase y saliese de mi boca. El grosor del erecto miembro rozaba con la comisura de mis labios y estos hacían que se fuese hiriendo cada vez más por culpa de la fricción, pero aquel escozor que sentía en la boca no era nada comparado con el placer de notar aquel capullo rebotar contra mi garganta.
El señor González empujó bruscamente su cintura y colocó ahora sus dos manos sobre la nuca haciendo que su pene quedase de manera prolongada dentro de mi boca hasta tal punto de que resonó en aquella sala la bocanada de aire que tuve que dar para no ahogarme cuando la polla de aquel hombre salió de mí. El aire entraba y salía de mis pulmones a una velocidad de infarto, no estaba recuperada del todo cuando el señor González quiso introducirme de nuevo su polla en mi boca, fue entonces cuando dejé que se confiase y cuando la introdujo del todo apreté mis dientes sobre su miembro.
Ahora eran sus gritos los que retumbaban por toda la sala, aunque viendo su forma de actuar, él era el tipo de persona que le gusta que le provoquen todo el rato, así que lo hice. Mientras se retorcía de dolor en el suelo, intenté zafarme de aquellas esposas. Mis manos junto con mis brazos comenzaron a moverse bruscamente hasta que una de las hebillas de las esposas cedió y pude escapar. Corrí como alma que lleva al diablo, pero cuando fui a alcanzar el picaporte de la puerta, noté como alguien me agarra por la mitad de mi brazo.
-Adónde te crees que vas, esto todavía no ha terminado zorra.
El señor González me arrastró de nuevo hasta donde estábamos antes y me volvió a apretar las esposas. Con la diferencia de que la esposa que yo había conseguido abrir, se la había puesto él ahora. Estábamos unidos por aquellos hierros hasta que una llave dijese lo contrario.
-No te pienso dejar marchar hasta que me corra me dijo nuevamente al oído al mismo tiempo que me ponía contra su mesa, me abría las piernas y me remangaba la falda –Quiero que cuando te folle, le dediques una sonrisa a todos los compañeros que te están viendo.
Aquella frase me puso tan cachonda que sin quererlo mis piernas se abrieron todavía más de lo que el señor González lo había hecho. Miré nuevamente hacia la cristalera y vi como mi jefe volvía a sonreír teniendo en mente todo lo que iba a hacerme. Noté cómo iba pasando la punta de su capullo, primero por mi mano y luego por mis labios.
-Por fin dijo el señor González cuando encontró la boca de mi vagina. Acto seguido colocó una de sus manos sobre mi cadera y la otra la uso para enredarla entre mi pelo y que le sirviese de impulso para follarme más fuerte. Su abdomen y mi culo se fueron encontrando cada vez más rápido, hasta tal punto de que nuestras pieles se estaban adoptando un color rojo.
-Más, quiero más le supliqué sin saber cómo había sido capaz de pedirle semejante cosa. ¿En qué momento había pasado aquella situación de ser una violación al mejor polvo de mi vida?
El señor González tiró de mi pelo para que me levantase y ahora mi espalda estaba junto a su pecho. El espacio de tiempo en el que mi culo y su abdomen no rebotaban, se podían escuchar los latidos de nuestros corazones. Mi jefe pasó ahora sus manos por mi toso hasta romperme la camisa y agarrarse a mis pechos. El teléfono comenzó a sonar de manera repetida, en mi mente se dibujó la idea de que sería alguno de sus compañeros que ya se había corrido en su despacho o que le llamaba para pedirle que me hiciese algo. Aquellos pensamientos fueron apareciendo cada vez más y más en mi mente hasta que viendo como la respiración del señor González se aceleraba adiviné que se corría, así que cuando noté cómo su esperma chocaba entre las paredes de mi vagina me corrí yo también.
Ambos permanecimos con los cuerpos pegados sobre la mesa de aquel escritorio hasta que por el telefonillo del señor González se escuchó una voz.
-Señor González, está esperándole aquí fuera una chica que había quedado con usted hace un rato pero que por culpa de su coche, no ha podido llegar antes. Se llama Estela.
-¿Cómo? Dijo mi jefe mirándome con rostro preocupado –¿Tú no eres Estela?
-No, soy Cristina señor. Había quedado con usted a las seis para una entrevista de trabajo, respondí –Intenté llegar a las seis, pero tuve un percance con el tráfico.
-No puede ser, añadió él.
-¿Qué sucede señor González?
-Esto es todo un error, yo me pensaba que la chica de las seis no había venido porque le dije a mi encargado que la llamase y le dijese que no viniese porque a mí no me gustaba nada su curriculum y era él quien te llamó sin mi permiso, no te íbamos a contratar. Y bueno Estela…
En aquel momento una ira se apoderó de mí hasta el momento en el que vi a aquella supuesta Estela entrar por la puerta. Fue entonces cuando lo entendí todo. Ella era una prostituta y por eso me había tratado así el señor González desde que entré por esa puerta. La verdad es que la vestimenta de Estela y la mía aquella tarde no distaban mucho la una de la otra. Tenía razón cuando salí de casa y dije que parecía una prostituta.
-Por favor, no cuente nada de esto a nadie, le compensaré con la cifra que me pida.
Por un momento pensé en hundirle la vida, pero rápidamente llegué a la conclusión de que podía obtener algo mejor a cambio.
-De acuerdo, no diré nada si usted me contrata de por vida en su empresa.
-Jamás, antes prefiero perderlo todo, además es su palabra contra la mía.
-Bueno, teniendo en cuenta que llevo semen suyo en mi vagina y que a la policía no le costaría encontrar la grabación de lo que me ha hecho en su ordenador, creo que es una oferta muy buena.
El rostro del señor González se empezó a retorcer hasta que unas palabras salieron de su boca.
-Está usted contratada.
Lo mejor de todo aquello no solo fue que empecé a cobrar un montón de dinero de la noche a la mañana, si no que a partir de ese día, me volví el deseo sexual de toda la oficina. Hasta tal punto de que cada día que iba a la empresa, follaba con alguien distinto en un lugar distinto. Hombres casados, becarios y hasta mujeres, pero eso ya os lo contaré otro día. Y como el jefe era quien tenía la culpa de todo no podía echarme cuando la mujer celosa de alguno de los empleados le llamaba pidiéndole que me echase. Diario