Diario de una niñata reprimida (3)

Otro día en el relato de su protagonista.

26-01-2006

Aquella tarde llegué al pub antes que ninguna. De hecho, no había nadie aún, salvo Pepe. Como de verdad soy idiota me había vestido de chica, con un vestido azul, tacones y bastante relleno en el sujetador. Necesitaba confirmar mi feminidad, dejar claro que soy una tía, no el marimacho que seguramente todos piensan que soy. Mi madre hizo una fiesta al verme salir y, por supuesto, soltó la gracieta de si tengo novio. Mi hermana se limitó a guiñarme con aprobación, consiguiendo consolarme de las gilipolleces de mamá. Mi hermano ni me miró. Mi padre sólo por encima de las gafas; si pensó algo, nadie lo sabrá nunca.

Por un lado quería "ser mujer" para evitar las sospechas de que hubiera sido yo quien escribió aquello en la puerta del retrete; por eso también me adelanté a todos, para borrarlo. Por otro, quería gustar a Raquel, que me pasara la mano por el lomo y aprobara mi aspecto con una sonrisa. Evidentemente todo salió como el puto culo.

Para empezar, Pepe estaba medio borracho y se comportó como un baboso conmigo, invitándome a un cubata, cuando ni yo suelo beber ni él invita jamás. Por muy gordos que tenga los huevos yo no soy una guarra suavona como las calientapollas o como Mónica. Si me conociera sabría que hubiera sido más efectivo que me ordenara comerle las pelotas, sin más, que andarse con rodeos y baboseos. Esa tarde le cogí asco.

Para seguir, cuando entré al baño dispuesta a tachar la pintada me encontré que había causado gran expectación y dado lugar a muchos comentarios: que si bollera, chupaculos, comemierdas, limpiaflujos, camionera, marimacho, perra, sorbecoños, mamachochos, tortillera... El que más me gustó decía "niñata reprimida, que alguien se la folle de una puta vez". Y al lado ponía ¡mi número de móvil! menos la última cifra, sustituida por un signo de interrogación. Estaba soñando. Todos esos insultos me ponían a cienmil, los leí varias veces en voz baja: bollera, chupaculos, comemierdas, limpiaflujos, camionera, marimacho, perra, sorbecoños, mamachochos, tortillera, niñata, reprimida... Los leía mientras me bajaba las bragas a los tobillos, me levantaba la falda, la aguantaba alzada mordiéndola, encogía un poco las piernas para exponer mi chorreoso coñete e imaginaba a todas mis amigas repitiéndome las mismas palabras allí escritas mientras yo me azotaba entre las piernas y culeaba hacia delante. Para correrme me senté en la taza y me metí un par de dedos, que chapotearon dentro hasta que sentí el orgasmo. Me los chupé recordando mi fantasía de peluquera de coños y, todavía encerdada, escribí la última cifra de mi móvil sobre la interrogación: 4. Más calmada, taché el número entero, aunque por mucho garabato que hiciera seguía viéndose. Antes de salir me saqué el relleno de las tetas y lo metí en mi bolso.

Para redondear el desastre, al salir estaba allí Raquel con sus calientapollas. "Nena, ¿estabas escribiendo una novela en la puerta del váter?". El corazón acelerado, la cara encendida de roja, los ojos buscando refugio en las colillas del suelo, era incapaz de decir ni que sí ni que no. "Por cierto, estás guapa así, aunque te falta un detalle" y, en secreto al oído, "me gustas más cuando llevas tus gafitas". Me estaba bacilando, sin duda, pero sólo contesté: las llevo en el bolso, si quieres me las pongo. Enseguida me di cuenta de que soy mucho más gilipollas de lo que pensaba. Las risas de las tres fueron estrepitosas. Por suerte, me llegó un aroma de vainilla que evitó que me echara a llorar allí mismo. Se me escapó media sonrisa con la ocurrencia de que si la polla de su padre olía a vainilla ellas deberían oler a polla. Qué bien oléis, dije. Raquel estalló en una carcajada, escupiendo parte de su bebida sobre mis zapatos. Me llevó aparte de la cintura y, acercando su cuello a mi nariz, dijo "huele aquí". Ella también desprendía ese mismo olor de vainilla, como una puta de caramelo. "Adivina quién ha frotado sus huevos en mi cuello esta tarde para perfumarme", y de nuevo rió con ganas. "Ah, nena, por la pintada tranquila, yo sé que no has sido tú, ¿verdad?". Verdad. "Eso pensaba", pero la mirada que clavó en mis ojos dijeron todo lo contrario: "cerda mentirosa". Volvió con Sonia y Tonia dejándome enmedio del pub. Verdaderamente parecía enfadada. A partir de ese momento me ignoró por completo.

Terminé el cubata de la discordia sola y en silencio, con la sensación culpable de haber molestado a Raquel y encelada al oirla chismorrear con esas dos zorras hijas de cabrón. Me fui sin despedirme, aunque tampoco ellas se despidieron de mí al pasar a su lado. En el umbral se oyó la voz de Pepe gritar: "Eh, rubia, ¿Que tú no pagas aquí o qué?". Hijo de puta... seguí mi camino apretando los dientes y troté hasta la primera esquina, donde paré a respirar. Un tipo de la edad de mi padre, al verme, me soltó un "adiós, bomboncito". Sin deternerme le contesté: yo no soy un bomboncito, y además ¡tengo polla!. Cómo corrí: con desahogo, con calentura, con culpa, con miedo, con enfado. Y llegué a casa.

Directamente entré al baño y me senté en la taza mirando al suelo. Mis zapatos deslucidos por las babas de Raquel parecían volver de una feria. Me los quité. Cogí uno. Lo acerqué a mi nariz. Lo olí. Esas babas habían salido de su boca. Lo chupé con la punta de la lengua. Sentí asco aunque no conseguí notar sabor alguno. Volví a chuparlo, a plena lengua, cerrando los ojos. No conseguía recrear la escena en que el padre de las calientapollas frotó sus cojones en el cuello de Raquel. ¿Estaría ella de rodillas y él de pie? ¿O él tumbado y ella contoneándose encima, haciéndolo todo? ¿Se lo habría pedido ella? ¿Se lo ordenaría él, para marcar a su putita? Era whisky con cocacola, ahora ya tenía la boca impregnada de ese sabor. Cogí el otro zapato y lo arrastré por mi entrepierna, con las bragas puestas, mis blancas bragas de niñata. Enseguida se ensuciaron, tan pronto como el zapato quedó limpio. Me las saqué, hice una bola con ellas y me las metí en el coño. Mirándome al espejo me dije: ¿qué guarra es la nena, verdad?.

Descalza, aún con mi traje de mujer y con las bragas manchadas del espurreo de whisky de Raquel empetándome el chocho, fui hasta el salón y me senté a ver la tele con mis padres. "¿Ya has vuelto, nena?, con lo guapa que estabas...". Sí, me duele la cabeza. "Pues tómate algo". Claro, algo, ahora... mientras pensaba: unos buenos pollazos, eso me tomaba yo, me cago en la hostia puta. En la tele se veía una escena donde una pareja follaba en el retrete de un bar, desesperadamente. Qué buenas tetas tenía la tía. "Cambia, cambia de canal, no tenemos que tragarnos estas guarradas en nuestra casa". Si ellos supieran...

Me fui a mi cuarto. Total, para estar incómoda viendo tetas con ellos mejor encerrarme a mirar porno. "Cena algo, nena". Sí, sí, mami, sí ceno. De camino al pajódromo llené un bol con leche y cereales en la cocina y me hundí en mi mundo privado. Lo primero, apagar el móvil. Pero antes, para aliviar la irritación de Raquel y mi culpabilidad, le envié un mensaje: Perdona, tía, me dolía la cabeza. Me quedé como diez minutos esperando respuesta, con las piernas sobre la mesa, manoseando las bragas en lo hondo de mi coño. Las había empapado. No me contestó. Lo apagué. Lo segundo, quitarme el disfraz de hembra. Ya que me tratan como a una niña, me vestiría como tal: me enfundé otra vez las mallas apretadas y encontré una camiseta a juego, como tres tallas menos de la que uso ahora. Lo tercero, conectarme a internet. Visito siempre las mismas páginas porno, especialmente una en que hay de todo, otra de lesbianas y otra de videochats donde paso horas mirando pollas de tíos; se las machacan hasta que se corren. Me encanta ver salir la leche. Los que me conocen allí me dicen "la mudita" porque nunca les escribo más que monosílabos. "¿Te gusta mi cipote, niña?" Sí. "¿Quieres ver como salpico de lefa la pantalla?" Sí. Y así uno, otro, otro... mientras me froto el coño y me pellizco los pezones, con la boca abierta, jadeando y recordando las frases de mi hermana en su diario: "Nacho me ha escupido en la boca y yo me lo he tragado relamiéndome", "me tiene en pompa sobre la mesa y me folla el culo con sus dedos", "hoy he comido sentada encima de Nacho, con su polla dentro; lo que me he dejado en el plato me lo ha restregado por las tetas y luego me ha obligado a chupármelas". Qué envidia me da...

Por la raja de las mallas he sacado mis bragas empapadas. Las he olido. Mi coño huele entre dulce y ácido. Las he frotado en mi nariz. Joder, qué cachonda me he puesto... He seguido empastándome la cara con mis flujos, y las manos, y después las he metido bajo la camiseta para sobarme las tetillas con ellas. Qué pestazo a fulana he dejado en el pajódromo. Cada vez me cuesta más quitarme el calentón, se me acaban las ideas, como no encuentre un macho pronto terminaré haciendo mamadas en los descampados.

Recuerdo que no he cenado y empiezo a hacerlo con ansia. Cuando llevo medio bol consumido paro, lo coloco en el suelo, me agacho a perrito y empiezo a comer sin manos, con mi hocico y mi lengua. Esto mismo me lo pidió hace meses un tío en el chat y le dije que no. Mientras mordisqueo los cereales me froto el agujero del culo, querría tener algo dentro, una polla gorda. Me levanto, con las tijeras consigo ampliar el corte que ya tenía, pero se corre la costura y queda abierta hasta la parte trasera de la cinturilla. Vuelvo a mi comida perruna y, ahora sí, hurgo con un dedo en mi culo caliente. Oigo pasos en el pasillo. Joder, ¡no he echado el pestillo! Salto a la puerta y me quedo allí parada. Nadie abre. Echo el pestillo. Desde aquí, al girarme, veo en la pantalla un pollón gigante y una mano peluda que sube y baja por el tronco. Los huevos son como puños. En voz baja le digo: dame leche, lléname el bol, que la perra está hambrienta. Me paso la lengua por los labios, con lujuria. Te comía el nabo hasta que me ahogara, cabrón. Qué polla tienes. Me acerco al teclado y lo escribo: te comía el nabo, cabrón, qué pedazo de polla tienes, dame leche. El tío acelera la paja y en pocos segundos empieza a soltar espesos goterones blancos y grumosos que resbalan lentos por su vergajo hasta embarrarle los pelos de los huevos. Paso la lengua por la pantalla y le escribo: gracias, señor. El semental apaga la cam. Su nick era "perro". Está claro: tengo que ser una buena perra para conseguir un rabo como ése. Rebaño el bol con la lengua imaginando que es lefa de semental, semen de macho.

Me siento muy agitada y me asusto un poco: ¿cómo coño estoy tan salida? Me pongo a llorar. Me desnudo, apago la luz y me meto en la cama. Con los ojos cerrados me hago un dedo rápido, me corro en segundos. Ahora sí, empieza a dolerme la cabeza.