Diario de una niñata reprimida (2)
Continuación del diario de la nena, donde recuerda una tarde con Raquel.
25-01-2006
Me di cuenta de que Raquel disfruta sometiéndome, humillándome, el verano pasado. Me invitó a ir al apartamento de su hermana una tarde. Yo pensaba que iríamos todas, pero al llegar me encontré solo con ella. Ese día hablamos de tetas. Ella es consciente de que no las hay mejores que las suyas, porque además ha visto las de todas. Menos las mías. Nunca me ducho en vestuarios ni me cambio de ropa en grupo, como sí hacen ellas a menudo, cuando salen o viajan juntas. Ni falta que hace, es evidente que no tengo. Mis tetas son dos bultitos con una areola grande rosadita donde destacan los pezones largos. Cuando estoy muy cachonda me veo en el espejo como el maniquí de un chico con tres pinchos: los pezones y mi pollita. De hecho, esa tarde, con mis pantalones cortos y una camiseta parecía un tío. Mi madre me lo repite una y otra vez: "¿dónde vas así, nena? ¿no ves que pareces un muchachito? Deberías arreglarte más". Quizá es por eso que Raquel me consiente a su lado, porque parezco un tío, y ella no soporta que ningún tío se le escape. La verdad es que es una golfa.
En fin, que le hizo el repaso a las tetas de todas, todas eran estupendas, y todas tenían algún fallo que las suyas no. Las de Anna, por ejemplo, son equilibradas y consistentes, de tamaño perfecto, pero sus pezoncitos mínimos la hacen aniñada, y eso dice Raquel- no gusta a los tíos, que prefieren un buen par de boquillas donde amorrarse y mamar. Silvia tiene unos globos enormes, pero blandos, colgones, bamboleantes; cuando se quita el sostén se le desparraman, por eso no hace topless. ¿Tú haces?, me atreví a preguntar. "No, ahora soy nudista, voy a playas de desnudo integral desde hace dos años". La noticia me subió los colores de forma evidente. "También lo hago en la terraza, ¿vamos?".
La propuesta me causó terror, me quedé muda al tiempo que excitada. Mis pezones rascaban el interior de la camiseta, no sabía cómo ponerme. No, no, yo eso no lo hago. "Como quieras, te presto un bikini". En eso empezó la sesión de humillación. Insistió e insistió. En pocos minutos me vi en un dormitorio desnudándome e intentando ajustar a mi cuerpo la tela de su ropa de baño. Las bragas me hacían fondillo porque me falta carne en las nalgas para rellenarlas pero al ser más o menos ancha se disimulaba; el sujetador me bailaba por mucho que lo estirara hasta debajo de los sobacos. Mi aspecto era ridículo y Raquel no dejaba de llamarme: "¿Estás bien, nena? ¿no sabes ponértelo? ¿te ayudo?". Cuando por fin llegué a la terraza me quedé estupefacta: Raquel tumbada en una hamaca, en pelotas, con gafas de sol, los rizos rubios de su cabeza rozando las montañas de sus tetas tersas, igual de marrones que la piel de su cara, de su vientre, de su pubis, de sus muslos, de sus pantorrillas, de sus pies... Sin duda ha tomado el sol en bolas muchas veces. Brillaba. Una imperceptible pelusilla dorada adornaba sus antebrazos y nada más, ni un solo pelo más en todo su cuerpo, absolutamente ninguno. Me quedé hipnotizada justo cuando comprobaba esa tersura alrededor de su coño. Creo que yo estaba con la boca abierta y los ojos como platos, tanto que la hice sentir incómoda. "Eh, tía, no mires tanto, coño". El timbre de su móvil me sacó de mi embobamiento.
Mientras ella contestaba le di la espalda y me asomé al balcón, recogida sobre mí misma, queriendo escapar volando, pero atenta a cada palabra y movimiento suyos: "Que sí, joder, no estuvo tan mal, tío... ya sé, ya sé, lo he visto otras veces... ¿qué cojones te pasa? Oye, que no eres mi novio... No te pases (risitas)... Pues hazte una pajita con mis tangas, que ya tienes tres (esto en voz muy baja pero audible)... Ah, sólo dos, ¿qué habré hecho con el otro? (provocando con falsa inocencia)... Tranquilo, machote, que tengo compañía... Nadie que tú conozcas, un amigo (la muy zorra hablaba de mí)... Qué más quisiera él... (al oir esto giré el cuello y la miré de reojo: Raquel me observaba y tenía la punta de un dedo rozando uno de sus pezones, que enseguida retiró)... Bueno, te dejo, guarda los condones para otro día, que te los tengo contados... ¿De sabores? Déjate de gilipolleces, me gusta el sabor de la carne (tapando el auricular para evitar que la oyera)... No, paso, otro día, en serio... Chao chao".
Seguí inmóvil a pesar de que había colgado, y de espaldas a ella. Pasaron unos segundos en silencio, tenía la sensación de que Raquel analizaba mis formas, quizá pensando que sí, que en realidad parezco más un tío que una tía. Aunque estaba acojonada no dejaba de pensar que al volverme la encontraría con las piernas abiertas mirándome fijo y que me diría: "cómeme el coño, marimacho, que es tu hora de merendar". Yo estaba dispuesta, deseante, nerviosa, aturrullada... Al volverme por fin comprendí que nada de eso estaba pasando: Raquel escribía un mensajito y casi se había olvidado de mi existencia. Al levantar la mirada dijo: "Te queda ancho el bikini, cariño, ¿no estás incómoda? Yo me sentiría ridícula así". Diciendo esto se levantó de la hamaca y cogió una manguera, abrió el grifo y empezó a remojar su cuerpo macizo, sin dejar de mirarme: "¿No tienes calor?".
Bañaba su cuerpo con la mirada perdida fija en mí, seria y meditabunda. Juraría que estaba pensando en el sabor de la carne sin condón, en su tanga amarillo anudado a los huevos de ese chico del teléfono, quien seguro estaría machacándosela enfadado por su rechazo y convencido de que Raquel estaría jodiendo con otro. Es la primera vez que deseé tener polla, un cilindro carnoso y grueso para ella. O que Raquel la tuviera, una verga enorme y durísima con cojones como mis puños, un pollón con el que me rebajara las calenturas, aquí, en su terraza, a cuatro patas sobre la mesa, chupándoselo con agradecimiento, con devoción, con total entrega... Si Raquel tuviera esa tranca yo sería menos que su esclava, un animal a su servicio para siempre, viviría en su cuarto de baño, amarrada al váter, para comerle la polla, chuparle el culo, lamerle los pies, mamarle las tetas...
Un chorro de agua fría en plena cara me devolvió a la realidad: "¡Hostias, nena! ¡Que no me mires así las tetas!". Se reía divertida y me atacaba con el chorro de agua, empapándome, hasta hacerme resbalar y caer de culo en el suelo: "¿Estás bien?". Sí, sí. ""Todavía te pueden crecer, cariño, no te preocupes". ¿El qué?. "Las tetas, mujer; yo creo que cuando empieces a follar te crecerán, por lo menos un poquito". Nunca he dicho a nadie si soy o no virgen, la frase de Raquel merecía que le mintiera y dijera que yo ya follo, pero un deseo de mayor humillación me lo impidió, quería que lo supiera, que a la nena no se la folla nadie, que la nena es una niñata empajillada que sueña con pollas continuamente, como hacían ellas cuando el instituto. Pero sólo le dije: pues a ti te empezaron a crecer hace muchos años. "Je, je, qué tonta eres". De nuevo me subió el papo y agaché la cabeza.
El fluir del agua sobre mi cara disimulaba las lágrimas que empecé a llorar, la braga empapada del bikini, por suerte, ocultaba la humedad de mi chocho, que me ardía. "Anda, enséñamelas, no será para tanto". No pude oponerme, obedecí muda, abriendo la tela del sujetador y exponiendo mis pezones empitonados, sin levantar la cara. Me excusé de su evidente erección achacándosela al agua fría. "Claro, mujer, el agua... Tranquila, nos pasa a todas... ¿Sabes? A muchos tíos les gustan las tetitas chicas como las tuyas. Yo creo que en realidad son pedófilos reprimidos, pero bueno, mientras se lo hagan contigo, vale, ¿no? Es decir... si te gustan los hombres". Era un ataque en toda regla: sí que me gustan. "Está bien, está bien".
Colocándose a mi espalda me desabrochó el sostén y metiendo los brazos bajo mis axilas me ayudó a levantar, sin tener cuidado de que sus manos no rozaran mis tetitas y sin evitar que sus tetazas se apretaran contra mi espalda. Quería desmallarme, gritar, llorar, suplicar que me dejara ser su novia, o su perra, o su criada, cualquier cosa. Me latía el corazón con furia. "Joder, nena, se te va a salir por la boca", y me dejó allí de pie, me rodeó y entró al apartamento contoneando las caderas y dando leves saltitos al caminar. "¿Vienes o qué?".
La seguí andando torpe, ocultando mis pechitos con los antebrazos y mirando en cada esquina por si aparecía alguien, a pesar de estar solas. Por mucho que haya paseado por mi casa en pelotas lo cierto es que soy tímida y muy pudorosa. Aquella tarde era la primera vez, y la última por ahora, que alguien me veía casi desnuda. Raquel, sin embargo, lucía su desnudez con total naturalidad, sin afectación ni vergüenza, pero con orgullo, sabiendo que su carne morena y brillante me imponía, disfrutando de sentirse superior a mí. Cuando la vi enfundarse mi camiseta volví a sentirme cachonda: apenas le entraba, las tetas le estallaban dentro de la tela, dibujando sus pezones y sus gruesas areolas sobre el estampado. "¿Te importa? No me gusta, pero he sentido frío y no quiero mojar mi blusa; es que es de seda...". Vale, está bien, no me importa. Hablamos de tonterías un buen rato hasta que me pidió que me fuera: "He quedado con un amigo, debe estar al llegar; a mí no me importaría que te quedaras pero él no quiere que se sepa que follamos juntos, por sus hijas, ya sabes...". Yo la miraba con expresión pasmada, no podía creer que Raquel también follara con padres, pensaba que sólo le gustaban los de nuestra edad. Pero es una deslenguada presumida y no supo callarse: "Bueno, es el padre de Sonia y Tonia, guárdame el secreto, por favor". No podía creerlo: el padre de sus amigas las calientapollas. Mis ojos nunca se abrieron tanto como entonces, pero, a pesar de los celos que sentía, estaba feliz. Odio a esas golfas. "Y otra cosita, cariño: déjame el bikini, me lo regaló él, le gusta follarme sin quitármelo, es muy fetichista, je je". Con la mirada me estaba instando a bajarme las bragas allí mismo. De repente me ví intercambiando ropa con Raquel, agachándome para sacármelas mientras ella tiraba de la camiseta hacia arriba. En el mismo momento en que quedé desnuda sus tetazas se liberaron de mi camiseta y botaron libres. De nuevo latía mi pecho desconsolado. Raquel miró mi coño de refilón: "Huy, huy, cuánto pelito, nena; deberías cuidarte más, ¿no te gusta cómo lo llevo yo?". Sí, me encanta. Y salí corriendo a buscar mi pantalón, totalmente ruborizada. "Tráeme el sujetador, cariño, corre, que este tío está al llegar".
Al despedirnos me cogió del brazo bajo el marco de la puerta. Al oído me dijo: "le huele la polla a vainilla; se pone ahí el mismo perfume que usan sus hijas, fíjate cuando las veas", mordiéndose los labios. Salí escaleras abajo diciendo adiós mientras oía abrirse las puertas del ascensor. Notaba mi camiseta cedida por el ensanchamiento de las tetas de Raquel, tenía ganas de correr y alejarme, estaba muy cachonda y asustada. Después de esta tarde Raquel era consciente de que, efectivamente, tenía poder sobre mí, todo el poder. Esto me liberaba de mucha tensión pero a la vez me asustaba: tarde o temprano diría a todas que soy virgen, que le miraba el coño y las tetas extasiada, que yo no tengo apenas pero sí unos pezones largos y duros, que mi chocho es un matojo de pelos desordenados pero que "me encanta" el suyo rasurado. Seré idiota... O quizá no, quizá por eso me reveló que el padre de las calientapollas es su amante, compartiendo ese secreto quizá los míos estaban a salvo. Sí. Llegué a casa satisfecha y deseaba enviarle un mensajito de móvil, algo cómplice. Al cogerlo vi que tenía uno suyo: "Te has dejado las bragas en el dormitorio de mi hermana, ¿son un regalo? ¡Porque no me gustan nada! Ja ja ja".
Era la última humillación de la tarde. Para conjurarla fui al dormitorio de mi hermano, le robé uno de sus calzoncillos viejos, me encerré en el mío. Me quité el pantalón y me puse la prenda robada. Apoyada con una mano contra la pared y forzando la postura para liberar mi culo metí una mano y comencé a acariciármelo. ¿Sí? ¿Parezco un muchachito? Pues debo ser muy maricón porque me gusta que me den por el culo, mami. Jadeaba estas palabras mientras buscaba el modo de dedeármelo a fondo. Me pone cerdísima escucharme, me excita pensar que me puedan oir, me desinhibe sentir mi voz vocalizando guarradas despacio y enrabietada. Busqué con la mirada a mi alrededor, encontré un peluchito sobre la estantería, lo atrapé, me lo metí por delante en los calzoncillos: mira qué paquete tengo, Raquel, qué bultazo, es una buena polla... ya tenía medio dedo clavado atrás y mi pollita estaba mojando el peluche, que se calentaba ahí dentro rápidamente: fóllate a mi novia, cabrón, fóllatela bien, que yo me follaré a tus hijas con mi tranca gigante, y después te follaré a ti, para que seas igual de maricón que yo. ¿Que parezco un tío, papi? ¡Pues comedme la polla todos! ¡Ensalívame los huevos y rómpeme el puto culo! En cuclillas ya, con el dedo largo hundido entero, empujando el paquetorro contra mi coño peludo, me corrí de cara a la pared. Raquel follaba con un macho maduro mientras yo me pajeaba con un peluche. Así son las cosas.