Diario de una esclava

El inicio de un diario poco común. (Es mi primer relato xD)

Mi amo se había marchado hacía dos escasos días. Había arreglado los papeles del viaje, había hecho la maleta, y como de costumbre me había encadenado a una de las argollas que había en la pared. Junto a mi había dejado una bolsa de patatas fritas, unas chocolatinas, un par de botellas de agua y un consolador de color azul celeste.

Suspiré profundamente y cogí una de las chocolatinas. La voz de mi amo resonó en mi cabeza, recordándome con qué condiciones podía coger lo que él muy amablemente me había dejado. Casi gemí al recordarlo. "Todo lo bueno tiene su parte mala"- solía decirme a menudo, y era momentos después cuando me imponía una de sus normas o uno de sus incesantes castigos. Esta vez no había sido diferente, por lo que incluso tenía que cumplir una pequeña penitencia por probar el chocolate.

La verdad es que el castigo que me había impuesto era uno de los más comunes en su repertorio: simplemente tenía que masturbarme mientras comía. Por un lado era una ventaja que mi amo me dejara disfrutar del placer a solas, pero por otro, comer algo cuando tienes un aparato de 28 cm dentro no es precisamente lo más cómodo que hay. Pero soy buena esclava, y mi deber es obedecerle incluso si él no está presente.

Tardé poco en notar como mi sexo se humedecía y como un creciente anhelo se apoderaba de mi cuerpo. Cogí el consolador, que en esos momentos me parecía lo más cercano a mi ausente amo, y me lo llevé a la boca, pasando mi lengua por cada una de sus rugosidades, tímida al principio pero con la convicción de que a mi amo le gustaría estar en el lugar de aquel cacharro. Poco a poco aumenté la velocidad y empecé a succionar con más ahínco, de arriba abajo, sin parar, mientras llevaba mi mano derecha al centro de mi sexo, que húmedo reclamaba mis caricias. Empecé a acariciarme lánguidamente, con movimientos circulares que no hacían otra cosa que aumentar mi excitación, después y cuando noté que mis dedos se humedecían con mis flujos de mujer, decidí introducirlos en mi vagina, uno por uno, haciendo que mis largas uñas me provocaran estremecimientos de placer.

En ese momento recordé que todo aquel proceso de delirante lujuria tenía como recompensa el poder comer algo sustancioso por lo que tras una última pasada de mi lengua al consolador, y tras notar como mi sexo palpitaba en espera al cacharro decidí cambiarlo de lugar e introducirlo dentro de mí. Gemí y no pude evitarlo, mi amo me tenía prohibido hacerlo cuando él no estaba, pero en aquel momento no me importó, estaba demasiado excitada y anhelaba demasiado el placer que podía recibir que no pensaba en el posible castigo que me podía imponer si me escuchaba. Fue un gemido ronco y sensual, casi gutural y primitivo.

El consolador entraba cada vez más en la parte más profunda de mi sexo, haciendo que me mordiera los labios intentando obedecer, intentando que mis gemidos de placer no se oyeran. Pronto no pude introducirlo más. Fue en ese momento cuando tuve la lucidez necesaria como para dar un breve bocado a la chocolatina. Después y tras relamerme de gusto empecé a mover cacharro a un ritmo vertiginoso que no tardaría en llevarme al orgasmo. Y realmente así fue, momentos más tarde mi sexo se estremeció y oleadas de placer invadieron mi cuerpo haciendo que mi cuerpo temblara una y otra vez.

Poco a poco los estremecimientos se apagaron, dejándome completamente satisfecha y exhausta. Retiré el consolador de mi cuerpo que aún permanecía húmedo y brillante, y lo aparté un poco de mí. Después, terminé con lo que me quedaba de la chocolatina.

En ese momento la puerta del estudio se abrió, y una figura oscura se recortó contra la luz del pasillo. No tuve que adivinar quién era. Mi amo había vuelto.

Continuará