Diario de una esclava (3)

Un regalo inesperado.

Mientras mi amo se duchaba yo contemplé por enésima vez las prendas que él había tenido la bondad de regalarme. Eran bonitas, caras y sin duda, demasiado cortas como para taparme algo. Pero no me tocaba a mí decidir si me quedaban bien o no, simplemente debía ponérmelas para complacerle a él. Como siempre, deseché el sujetador a un lado de la cama, dado que una de las normas más estrictas de mi amo era que nunca llevase aquella prenda que según él mermaba la belleza de la mujer.

La camisa era más larga de las que yo solía llevar, no obstante la falta de los primeros botones dejaba una gran parcela de piel al descubierto, lo cual dejaba muy poco o nada a la imaginación. La falda, por el contrario, era muy corta y se me ceñía a las caderas, dando a mi cuerpo una voluptuosidad que nunca había tenido, pero que sin embargo hacía de mí una mujer atractiva.

  • ¡Vaya!- La sensual y sorprendida voz de mi amo surgió de la puerta del baño- No me equivoqué al escoger esas prendas, te quedan francamente bien… casi pueden ocultar lo viciosa que eres.

Mi amo se me acercó y me dio un cepillo para el pelo y un par de gomas.

  • Ya que pareces una colegiala, péinate como tal y hazte dos coletas. – Me ordenó con voz seca mientras abría su portátil y se sentaba al escritorio.

Yo, como siempre, obedecí y peiné mi largo cabello pelirrojo de la manera deseada, hasta dejar las dos coletas en perfecta armonía la una con la otra. Después me acerqué a él y esperé sus órdenes, que no tardaron en llegar. Mi amo me obligó a sentarme en la cama con las piernas completamente separadas, después se acercó mí con el huevo vibrador en la mano.

  • Se te ha olvidado ponerte esto pequeña

  • Oh… lo- lo siento amo- me disculpé tartamudeando, dado que no recordaba aquél diminuto cacharro.

  • No te preocupes… yo me encargaré de que lo lleves puesto- Me dijo y apartó la ropa interior de mi sexo.- Recuerda pequeña, que haga lo que haga no puedes correrte.

Yo asentí dócilmente, pese a que no me parecía nada justo, además de que era realmente difícil negar el placer que él me ofrecía. Pero así eran las cosas, y yo tenía que limitarme a hacer lo que él me ordenara.

Poco a poco mi amo empezó a pasar su lengua por mi sexo, lenta y cadenciosamente, casi a conciencia. Su lengua era hábil y experta por lo que sabía cómo moverse a cada momento, sabía cuándo retirarse para dejarme con ganas de más. Mi cuerpo se estremeció cuando mi amo me separó ambos labios e introdujo su lengua hasta las profundidades de mi vagina, moviéndose hacia adelante y hacia atrás, hacia adelante y hacia atrás simulando el movimiento de una penetración.

En aquél momento yo ya tenía dificultades para pensar con claridad, por lo que empecé a arquearme contra él pidiéndole más en un gesto completamente inconsciente. El sonrió de medio lado y me complació, dado que retiró su rostro de la parte inferior de mi cuerpo para abordarlo de nuevo con sus ágiles dedos que esta vez se centraron en mi pequeño botón, provocándome estremecimientos próximos al orgasmo.

  • Amo… yo… - empecé a suplicar para que me dejara terminar en aquel momento.

  • Todavía no. – Me contestó y continuó con aquella exquisita tortura, cambiando el ritmo de las acometidas de sus dedos, haciendo que tuviera que morderme con fuerza el labio inferior para evitar mi ya cercano clímax. Pero él no tuvo piedad y continuó masturbándome rápidamente hasta que notó que no podría aguantar más, por lo que introdujo el pequeño huevo en mi interior.

-Córrete ahora. – Me dijo y encendió el aparato que comenzó a vibrar con fuerza, haciendo que las paredes de mi vagina se contrajeran violentamente, llenando mi cuerpo de un éxtasis distinto pero igualmente placentero, que me arrancó varios gemidos cuando mi cuerpo terminó de convulsionarse.

Mi amo se levantó con una sonrisa satisfecha en sus labios, me ayudó a incorporarme y me susurró otra de sus órdenes al oído, aunque por supuesto, yo ya lo había supuesto dado que era una orden sencilla. No podría quitarme mi nuevo compañero durante la cena, así que de nuevo mi voluntad y deseos quedarían a merced de los depravados deseos de mi amo.