Diario de una esclava (2)

Por fin, mi amo ha regresado a casa. ¿Una bienvenida obligada?

La puerta se cerró con golpe sordo que hizo que me estremeciera, no de temor ni frío si no de una confusa expectación. Poco a poco la difusa figura de mi amo se hizo más nítida al entrar él en la habitación. Era tal y como lo recordaba, alto e imponente, vestido siempre con su traje negro de oficina y su maletín de cuero, que no dejaba ni a sol ni a sombra.

No me saludó, ni me miró abiertamente. Como de costumbre me ignoró por completo mientras se desvestía, de espaldas a mí. Aquel tipo de comportamiento siempre me había hecho sentir rechazada, pero sabía que era precisamente así como mi amo quería que me sintiese. Yo era su pequeña y sucia zorra, tan de su propiedad como el resto de la casa, dado que así rezaba el contrato que yo, a mis 18 años, había firmado.

Por fin, y tras una tediosa espera, mi amo terminó de acomodarse en el piso. Se acercó a mí con paso firme y seguro y tras besarme en los labios con una fuerza inusitada en él, liberó la cadena que oprimía mi cuello.

  • Gracias amo.- susurré humildemente y agaché la cabeza para demostrar mi sumisión pese a los molestos calambres que sentía en la base del cuello, producto por supuesto, de tantas horas en la misma posición.

Mi amo no contestó, se limitó a sentarse en la cama y a apartar el enorme dosel malva que la cubría, después me hizo un ligero gesto para que me acercara. Cuando llegué, me arrodillé frente a él y esperé pacientemente sus órdenes.

  • Parece que te tengo bien entrenada. – me dijo, con su voz profunda y sensual que normalmente provocaba estremecimientos de placer en la parte inferior de mi cuerpo, haciendo que empezara a humedecerme.- Ahora pequeña- continuó mientras se desabrochaba el pantalón y me dejaba ver su miembro erguido- ven aquí y dame la bienvenida como merezco.

  • Si amo. – Contesté con voz clara. Después me acerqué a él aún de rodillas y tomé su aparato entre mis manos. Estaba cálido y duro, suave y más que dispuesto para una mujer. Empecé despacio y únicamente con mis manos, moviéndolo de arriba abajo, después, de abajo arriba, y siempre con el mismo ritmo cadencioso y lento. Mi amo emitió un leve gemido de placer que hizo que mi sexo se estremeciera violentamente, por lo que no tardé nada en humedecerme.

Poco a poco aumenté la velocidad de mis movimientos, dejando sólo trabajar a mi mano derecha, dado que la izquierda había bajado un poco más y ahora jugueteaba con sus dos bolas. Mi amo se estremeció durante un momento, y fue entonces cuando entendí que él podía querer algo más de mí, por lo que tomé aire y me introduje todo su miembro en la boca.

Mi amo gimió y llevó su mano a mi cabeza para así guiarme, enredó sus largos dedos en mi pelo, y pese a que me hacía daño no protesté, dado que eso hubiera sido una falta de respeto hacia mi amo y después de todo la sensación de dolor no era del todo desagradable, por lo que continué lamiendo su hinchado miembro sin una sola queja. Poco a poco mi amo me dejó libre albedrío, relajó su mano y se recostó en la cama. Yo aproveché ese momento y empecé a succionar la punta de su miembro, saboreándole en toda su plenitud mientras le acariciaba el resto de sus partes viriles, ya no con la inicial timidez sino con ansía y auténtico deseo.

No tardé en recibir una recompensa por mis trabajadas atenciones, ya que mi amo me apartó de un empujón obligándome a permanecer tumbada sobre las frías baldosas del suelo. Mi amo se reunió conmigo al momento y tras abrirme con cierta brusquedad las piernas, metió uno de sus hábiles dedos dentro de mi húmedo cuerpo.

  • Dios, me encanta la facilidad con la que te excitas- me susurró quedamente mientras pasaba su lujuriosa lengua por mi cuello.

  • G- gracias amo- le contesté mientras movía mis caderas contra él en un movimiento sensual que podía acarrearme un castigo.

Pero no hubo castigo, esta vez fue casi tierno conmigo ya que me penetró lentamente y no con su habitual fiereza, dejando que me recreara con la sensación de tener su dureza en mi interior. Pronto empezó a moverse como él sólo sabía, imponiendo un ritmo rápido y seco que me volvía loca. Empecé a gemir suavemente mientras mordisqueaba el lóbulo de su oreja. Esa acción provocó que su miembro se alejara de mi para volver a entrar brusca y dolorosamente, arrancándome un grito de placer que tuvo consecuencias en su espalda, donde quedaron marcadas mis uñas. Sabía que él fin estaba cerca, yo me notaba desatada, repleta de lujuria y anhelo, mis pechos clamaban caricias y cada poro de mi piel irradiaba deseo. Y él no era diferente, su cuerpo se había estado tensando poco a poco y ahora sus gemidos delataban su propio placer. No tardamos en llegar al orgasmo, primero yo, que estallé en un cúmulo de sensaciones que me transportaron a otro mundo, y momentos después él, que sacó su miembro y terminó sobre mí, regando mi cuerpo con su espesa semilla.

Estuvimos varios minutos el uno junto al otro, sin hablar, disfrutando del momento compartido. Como siempre, fue él quien rompió la calma al levantarse y darme un pañuelo con el que limpiarme. Se había puesto de nuevo su fría máscara, por lo que mi limpié con premura y esperé.

  • Te he traído un regalo. – Dijo, y me señaló un paquete envuelto en papel de vivos colores, que anteriormente había colocado sobre la mesa. – Hoy te has portado a la perfección pequeña, te lo mereces. Póntelo y nos iremos a cenar.

Yo asentí y abrí el paquete con franca curiosidad. El regalo consistía en una cortísima minifalda de colores escoceses que apenas me taparía la mitad del muslo, una camisa blanca sin los dos primeros botones y un huevo vibrador a distancia. Como siempre, más que una recompensa era otro de sus castigos. Suspiré quedamente. Estaba completamente segura de que iba a ser una noche muy, muy larga.