Diario de una adicta al sexo.Capítulo 5. El arnés.

Sofia explora su sexualidad y su lado lésbico, auxiliada por un arnés (strap-on).

Temprano, esa mañana, había estado en cama, acompañado de mi compañero de juegos. El dildo en color violeta metálico. Día con día pasaba algunos minutos íntimos con ese aparato, colocándome boca arriba y con las piernas bien separadas, o pecho abajo con las nalgas y mi sexo elevados al aire, o en el sofá con mis piernas sobre los reposabrazos, o con una pierna arriba de una silla abriendo mis labios para recibir aquel fabuloso juguete. No terminaba hasta que salía de mi interior completamente humedecido, resbaloso, lleno de mis fluidos más íntimos. Hasta que de mi boca emergían los quejidos y jadeos finalmente transformados en pequeños gritos de placer al alcanzar mis anhelados orgasmos. Los hombres eran importantes. De vez en vez, podía disfrutar de algún compañero de la escuela. Un oral, una cogida apresurada en algún motel o en lugares escondidos en la escuela o en el auto. Algunas veces disfrutaba. Muchas veces no tanto.

El dildo. Ese hacía lo que yo necesitaba. La velocidad, la profundidad, el ritmo. Toda mujer debería tener uno de ellos a su lado. O una colección de ellos. Era hora de ampliar el repertorio.

Llamé a Julie.

—¡Hola, amiga!

—¡Sofia! —me contestó efusivamente— ¿Cómo estás, hermosa?

—¡Oh, muy bien, Julie! ¿Y tú, qué tal?

—¡Perfecta! —contestó con alegría.

—Me da tanto gusto, amiga —le comenté con sinceridad. Después, se hizo un silencio incómodo.

—Sofia. No creo que me hayas llamado solo para saber cómo estaba… no te preocupes. No importa. Dime que necesitas… —me dijo, con un tono de voz cada vez más sensual.

—Julie… Tienes razón. De verdad, me da gusto saber que estas bien… pero necesito tu ayuda.

—¿Ves, Sofia? Es muy sencillo. Dime para que soy buena…

—Tu regalo… te acuerda…

—¡Como olvidarlo, amiga mía! Ese día te arranqué tu virginidad en lo que respecta a juguetes sexuales…

—¡Si, si, eso es correcto! —expresé con exaltación— El regalo fue excelente…

—Déjame adivinar —interrumpió Julie—. ¿Quieres asesoría para conocer más amiguitos electrónicos?

—¡Oh! ¡Si, Julie! —respondí sorprendida— Sé que sabes mucho sobre el tema. Y quiero ampliar mi catalogo para el placer…

—¡Amiga, tardaste tanto en llamarme! Pero nunca es demasiado tarde. Te informo una cosa. Ya no trabajo en la Sex-Shop… ahora tengo otro empleo del que te platicaré cuando nos veamos. Pero aún puedo hacer mucho por ti. Mi catalogo personal es amplio y esta a tu entera disposición. No te preocupes por la higiene. Yo cuido a mis amiguitos sumamente bien y te garantizo que estarán como nuevos para ti. Permíteme ofrecértelos para encontrar tu gusto correcto. ¿Qué te parece?

—¡Qué pena, Julie! Que pienses que solo te he buscado para preguntar por “eso”. No pienses mal. Tu ofrecimiento me parece genial… pero no quiero que te sientas como una amiga a la que acudo para buscar cubrir mis necesidades…

—No digas eso, Sofia. Si me toca ser tu amiga sexual, me parece super eso. Quiero guiarte en lo que sé. Un día te tocará a ti guiar a alguien más. Ese es el pago —hizo una breve pausa—. Con conocer tus orgasmos me doy por bien pagada, Sofia —remató con audible complicidad.

—¡Gracias, amiga… sexual! —dije mientras reía.

—Ahora dime, ¿cuándo nos podemos ver? Solo que requiero un lugar íntimo y un par de horas, para que no pienses citarnos en un café… —dijo en forma de broma.

—¡Amiga! Aunque no es mala idea, atraeríamos más clientes, supongo… —dije, respondiendo la broma—. Mira, mis padres saldrán de viaje. Este fin de semana estaré sola en casa…

—¡No se diga más! Mándame tu dirección. Te veré el sábado a media tarde. No hagas planes de ahí en adelante y tampoco para el domingo —dijo con autoridad.

—¡Me estas asustando amiga! —expresé con miedo fingido.

—Asústate, amiga. Asústate…

Ese sábado desperté muy temprano. Estaba ansiosa. Mis padres habían salido un día previo y me habian dejado en casa por cuatro días. Habían deseado que los acompañara, pero el pretexto de las tareas de la escuela pudo evitar que lo hiciera. Por supuesto, no había tareas. Bueno sí, una. Recibir a mi amiga sexual. Y vaya que visita sería, si me había pedido que le apartara gran parte de ese fin de semana.

Pasé la mañana apenas viendo televisión. Aunque ahí estaba, frente al monitor, mi mente volaba hasta aquel día en la sex-shop. Recuerdo todos aquellos artículos, toda esa ropa y calzado exótico, toda esa variedad de consoladores y vibradores colgando en los estantes. Ese día me pregunté si sería capaz de probar todos esos dildos, de formas tan variadas, funciones diversas, tamaños increíbles… y mi respuesta siempre había sido que sí. Julie me había iniciado en el arte de los juguetes sexuales con un pequeño vibrador color violeta metálico. Gracias a él, viaje a situaciones inimaginables teniendo sexo con cientos de chicos. Gracias a él, logré alcanzar cadenas de orgasmos increíblemente placenteros. No fue fácil. Cualquiera pensaría que con solo encender el pequeño artilugio e introducirlo hasta el fondo de la vagina es suficiente. Eso es tan falso. Las primeras veces logré algunos orgasmos casi de milagro, solo por el hecho de estar haciendo algo que jamás había intentado, por el morbo mismo y porque puse mucho empeño en ello. Con el tiempo y con mucho entrenamiento encontré mi ritmo para mi plena autoestimulación. Ahora sabía a qué velocidad debía meterlo y sacarlo de mi vagina, cuando aumentar esa velocidad o pausarla para lograr una prolongación del clímax, cuando debía rozar mis labios y cuando debía meterlo hasta el fondo, cuándo utilizar cada tipo de vibración. Si a esa vibración le acompañaba con un masaje en las tetas o al clítoris, el resultado era potencializado enormemente.

Ese día vendría Julie a compartir su repertorio conmigo. No sabía que tan extenso podría ser, pero siendo una exvendedora en una sex-shop, podía imaginar que no debía ser solo un par de piezas. Estaba emocionada. Finalmente me di cuenta que el tiempo había volado mientras yo me sumergía en mis ensoñaciones. Casi era hora de la visita.

Fui a ducharme. Elegí unos leggins de vinipiel negros y debajo una tanga. Arriba, un top a juego con los leggins, sin sostén, debajo de una blusa blanca. El cabello lo deje libre. Apenas terminé de prepararme cuando Julie me llamó al celular.

—¡Hola, hola, amiga! ¡Ya estoy afuera!

—¡Hola, Julie! ¡Voy corriendo, espérame…! —respondí, sumamente emocionada.

Abrí la puerta y ahí estaba, con jeans y una blusa blanca ajustados a su cuerpo. Unos coquetos botines de charol de plataforma y gran tacón hacían que me sobrepasara un poco en estatura. Un blazer negro completaba el juego. Su cabello suelto, libre como el mío. Julie no tenía una mala figura. Tenía un trasero fenomenal, una cintura estrecha y unas tetas enormes. Casi sentía envidia por estas, las cuales sobrepasaban a las mías, a pesar de que mis senos tenían un volumen adecuado. Y su cara era hermosa, con cabello corto y rubio. En ese preciso momento me di cuenta que Julie era muy atractiva. Y que me gustaba de una forma un poco rara.

—Ya estoy aquí, como te prometí —me dijo, mientras me abrazaba y plantaba un beso en mi mejilla. Yo respondí igual al gesto.

—Gracias por venir, Julie —le dije, con una amplia sonrisa.

—No tienes nada que agradecer, Sofia —respondió con una amplia sonrisa. Si, en definitiva, ella era hermosa. Mantuve mi vista unos segundos contemplando su cara y su figura. Me sentí un poco extraña. Siempre había admitido la belleza de otras mujeres. Cualquiera podía hacerlo. Pero Julie me resultaba especialmente atractiva. Apenada, baje la vista. Sentía que ella había notado mi sentir—. Bueno, no sería nada bueno que aquí revisemos mi colección de juguetes, ¿verdad? —interrumpió el breve silencio que se había formado.

—No…, claro… adelante, pasa por favor.

Julie tomó la manija de una enorme maleta para viajar. “Diablos, ¿qué tanto puede contener algo así?”, pensé al ver su equipaje.

—Sé lo que estás pensando, Julie. En la sex-shop me hice de mi colección. Y te diré que esta es una parte, solamente…

—¡Oh! —exhalé asombrada.

Julie rápidamente se instaló en la sala. Abrió la maleta para de viaje y pude contemplar el orden en sus pertenencias. Un montón de cajas cuidadosamente embaladas ahí, conteniendo un sinfín de juguetes sexuales. Lucían como nuevos. Me esforcé en distinguir el olor penetrante de los fluidos vaginales en ellos, sin lograr percibir nada. Olían a limpio. Y se veían limpios, como si jamás hubieran sido usados.

—Si, amiga. Todos han sido usados. No una vez, sino un montón. Alguna vez estuve como tú, en un punto en el cual no sabía por donde iniciar ni como proseguir. Aprendí sola. Encontré juguetes que no me satisficieron en absoluto y que incluso me lastimaron. Esto que vez representa mi experiencia en los mismos y la garantía de que podrán arrancarte algunos orgasmos. Siempre los limpio y los desinfecto, pues son mi tesoro. Te prestaré aquellos que más te atraigan para que sepas si mi experiencia es aplicable a tu cuerpo. No te preocupes por la cantidad. Si eliges uno o todos, no me importa. O tal vez si. Si eliges todos, creo que tu experiencia podría ser variada y completa…

—¡Eres tan… genial! —dije maravillada. Me era sorprendente que una chica que apenas si conocía y que solo una vez en el pasado la había visto me dejará a resguardo y a uso pleno de su intima colección de juguetes sexuales—. Te agradez…

—¡Calla! —interrumpió— Si nos seguimos con agradecimientos, no podré explicarte las ventajas y desventajas de estos pequeñines…

Tras eso, fue sacando cada dildo y cada vibrador de sus cajas, mientras me explicaba a detalle su funcionamiento y sus características. Esa tarde fue de grandes enseñanzas…

Pedimos una pizza. Era de noche y teníamos hambre. Comimos en la sala, viendo una película, con el montón de falos de plástico y metal regados por todos lados. Me había dado información de ellos, además de consejos para aprovechar las cualidades de cada uno. Julie me dijo que podía escoger cual usar. Recordé la sex-shop. Quería usarlos todos. Anhelaba probarlos cada uno, varias veces.

Tomé una rebanada de pizza. Una de mis manos se quedó tendida sobre el sofá. Ella tomó un vaso de refresco y también apoyó una de sus manos en el sofá. La levantó un poco y la posó sobre la mía. Sentí su mano, suave, delicada, pequeña, cálida. Mantuve mi mano bajo la suya.

—Vi como me observaste cuando llegué —expresó mientras acariciaba mi mano—. Tu mirada, recorriendo mi cuerpo. No era admiración, Sofia. Sé que no —su mano dejo de posarse sobre la mía y avanzo hacía mi muslo. La miré a los ojos, claros como avellanas. Si, era hermosa. Si, no era solo admiración por una similar. Era atracción. Sabía que me gustaban los chicos y en ese momento me di cuenta que también me gustaba Julie—. ¿Te gusto, Sofia?

Se hizo un silencio entre nosotras. No podía seguir viéndola, así que bajé la mirada. Me costaba reconocer esa sensación que me producía. Tener a Julie ahí, una mujer hermosa. Sentí la necesidad de tocar su cuerpo, de abrazarla, de apretar esas nalgas, de besar sus labios y lamer sus senos. Reconocí que si me gustaba.

—¡Respóndeme, Sofia! —expresó enérgicamente— Por favor… —continuó casi implorando.

Sus dedos se colocaron en mi mentón y levantó mi cara.

—Si, si me gustas —dije, contemplando su mirada—. Y mucho…

Sin decir nada, se acercó y me besó profunda y salvajemente. Sentí su mano acariciar mi seno, y yo respondí tomando su cintura y bajando hasta sus nalgas. Nunca había besado a una chica. Nunca pensé en tocar una chica, en besarla. Pero era tan placentero. Julie se colocó a horcajadas sobre mí y aprisionó mi cabeza contra la suya para que no dejáramos de besarnos, mientras con la otra continuaba acariciando uno de mis senos. Un calor ardiente surco mi cuerpo y mis manos iban desde sus grandes tetas hasta sus nalgas, y de regreso. Tocar con erotismo otro cuerpo femenino distinto al mío resultaba ser sumamente excitante.

Al final, Julie me liberó y se irguió, aun montada sobre mí.

—Sofia… ¡tú también me gustas! —afirmó con entusiasmo.

Se levantó rápidamente, tomó su bolso y se encaminó al baño.

—Necesito pasar a tu baño. Vuelvo en seguida —dijo dejándome tumbada en el sofá, aun con mi mente confusa y mi cuerpo caliente.

Sabía que tenía una sorpresa.

—¿Calentando, eh? —expresó Julie mientras posaba sus antebrazos sobre mis hombros desde atrás del sofá. Mientras ella se había ido al baño, me quedé pensando en la situación que había tenido junto con los sentimientos vividos e inconscientemente estuve tocando mi sexo por encima de los leggins—. ¡Me gusta! —y plantó un beso en mi mejilla. Volteé hacia ella y busqué sus labios. Acaricie su cabello mientras nos besábamos con intensidad. Bajo una de sus manos y comenzó a acariciarme un seno— Y también me gustan estas ricuras…

Seguimos besándonos. Me sentía muy bien, me siento eufórica. Había descubierto que los límites de mi sexualidad eran amplios, y aun desconocidos por mi misma.

—Cierra los ojos, Sofia.

Por supuesto que fui obediente. Escuché como Julie caminaba, rodeando el sofá. Respiré profundo. Ansiaba ver su sorpresa. Sabía que ella estaba frente a mí, pero retrasaba el momento de ordenar que abriera los ojos. Por fin se decidió.

—Abre los ojos, amiga.

La vi ahí. Vestía los mismos botines altos brillantes. Subí la vista contemplando sus piernas y sus muslos desnudos. Y sobre su sexo, montado a manera de ropa interior un arnés de cuero negro, brillante, ajustado a su cintura. Al centro, mantenía un gran pene de silicona negro. Arriba, un sostén de cuero negro cubría sus voluptuosos senos.

—¡Un strap-on! —exclamé con gusto.

—¡Vaya! Eres una sabionda —y rio.

Se acercó a mí. Sin dudarlo, tome el pene de silicona y lo jale hacía mí. Abrí mi boca y comencé a lamerlo. Tras cubrirlo con mi saliva, lo fui introduciendo en mi boca, tratando de tragarlo todo. No pude, aunque avancé un buen tramo. Anatómicamente era correcto, aunque un poco más grande. Mi lengua surcó aquel glande y siguió el trayecto de las venas esculpidas en su superficie. Una y otra vez lo metí en mi boca, llenándolo de saliva. Como puede, me quité la camisa y los leggins. Me estaba preparando para lo que seguía: que me metiera todo ese pedazo de plástico en mi sexo. Tomó mis manos y me obligó a pararme. Ella me ayudó con el top, dejándome completamente desnuda, lista para sus deseos. Me abrazó y me volvió a besar. Sentí aquel falo de silicón entre mis piernas. Mi sexo comenzó a humedecerme, clamando por ser penetrado.

Finalmente me indicó que me recostara en el sofá, apoyando mi espalda en un reposabrazos. Ella deseaba que viera como me penetraba. Y eso ansiaba ver. Tomó aquel falo entre sus manos y lo dirigió a la entrada de mi sexo, separando mis labios vaginales. Al principio, lo introducía apenas algunos centímetros, lo sacaba y golpeaba mi sexo con ese pene sintético. Eso solo hacía que me humedeciera más.

—¿Quieres que lo meta más? —preguntó con tono pícaro.

Levanté una mano y le enganché un dedo en su sostén. La atraje hacía mí y le susurré:

—Hazme tuya, Julie.

Se irguió y dibujo una sonrisa maliciosa en su rostro. Con una embestida hundió todo aquel pene de silicona en lo profundo de mi sexo. Me arrancó un grito. Y comenzó el mete y saca, rítmico, lento, hasta el fondo. Sentía como ese dildo negro se clavaba en mi ser, removiendo todo mi interior.

—¡Ah, Julie! ¡Hagas lo que hagas, no pares! —le expresé.

Con una mano masajeo mis senos y con la otra acarició mi clítoris, incrementando las sensaciones. Aumento la frecuencia de las embestidas. La delicadeza inicial fue cambiada por embates acelerados y con furia. Yo estaba gozando como nunca. Julie también expresaba placer. Gemía. Daba pequeños gritos. Me gustaba ver como hundía una y muchas veces más ese pene de silicona negro, como salía húmedo, como salpicaba el sofá con mis jugos íntimos. Su sostén tenía una pequeña cremallera al frente. La bajé toda y liberé sus pechos. Contemplé el bamboleo de sus tetas mientras continuaba fallándome salvajemente. Acaricié esas masas de suave carne, pellizqué sus pezones. Ella aulló de placer. Al final, ambas terminamos casi al mismo tiempo en sendos orgasmos. Se acostó sobre mí, mis tetas junto a las suyas, unidas por un pene de silicona aún hundido dentro de mi ser. Era una sensación maravillosa.

Se levantó. El pene negro estaba sumamente mojado. Brillaba.

—Ponte a cuatro… —ordenó.

Obedecí inmediatamente. Apoyé mis brazos en el respaldo del sofá y le ofrecí mi trasero completamente.

—¿Has probado el sexo anal, Sofia? Tu culito parece virgen… —comentó traviesamente.

—No… nunca —dije, sintiendo un poco de miedo.

—Será hora de que aprendas.

Se acercó a una caja que tenía y sacó un pequeño objeto. Era un plug anal, mediano, color violeta. También un pequeño tubo de gel. Aplicó una pequeña cantidad en sus dedos y después los pasó por mi ano. Enseguida, hundió uno de sus dedos a través de esa cavidad. Al principio me resulto doloroso. Lentamente mi ano fue cediendo, relajándose. Así pasó el dolor. Introdujo dos dedos. Después tres. La sensación era rara, pero placentera. Me estimuló con experticia. Y justo cuando pensé que podía alcanzar un orgasmo con la estimulación anal, introdujo el plug anal dejándolo ahí. Sentía mi agujero anal con aquel objeto, aprisionado con mi esfínter. Quería más, quería sus dedos ahí dentro. Pero también quería mantener ese plug en su sitio.

—Sofia. Tu cuerpo esta diseñado para el placer. Tu culo apenas su se opuso a ser introducido. Y luce tan sexy con ese plug.

—¡Cállate, Julie! ¡Ardo en deseo, méteme ese pedazo de plástico ya! —ordené estando a cuatro, con el trasero en alto, listo para ella.

—¡Como ordenes, amiga! —respondió con lujuria.

Pasó la cabeza del pene artificial por mis labios vaginales, impregnándolo nuevamente de humedad y sin ningún tipo de piedad lo hundió hasta el fondo. Julie tomó con sus manos mis caderas, aferrándose a mi cuerpo, para realizar las embestidas más profundas, más violentas. Yo estaba a tope de excitación.

—¡Húndelo hasta el fondo! ¡Dame más! ¡Dame más rápido! —ordené con gritos.

Tener el plug anal aprisionado atrás y con un pene negro de silicona entrando y saliendo por mi coño era una experiencia nueva, placentera, deliciosa. Al poco tiempo vino el primer orgasmo…

—¡Ah, ah! ¡No pares! ¡No pares, Julieeee! ¡Ahhh! —ordené firmemente. Quería que se sucediera otro orgasmo. Y otro.

Y así ocurrió. Julie no se detuvo. Ella también estaba gozando. Me imagino que todas las embestidas también eran trasmitidas a su sexo mediante su propio dildo engarzado dentro de su arnés. Yo tenía un orgasmo y ella también. Yo gritaba y ella me hacia eco. Movía mis caderas en círculo, de atrás a adelante, ayudándole en el esfuerzo de meter y sacar. El flujo vaginal escurría por mis muslos, y también era salpicado hacia el sofá, impregnando aquel mueble con mis olores sexuales. Mis tetas bailoteaban colgando, se golpeaban entre sí, los pezones rozaban el felpudo respaldo del sofá, manteniéndolos erguidos, como pequeñas piedras.

Tras una serie de orgasmos, nos dejamos caer sobre el sofá, extasiadas. Nuestros cuerpos sudorosos se unieron en un abrazo. Coloqué mi mano sobre una de sus tetas, sintiendo su suavidad y la dureza de su pezón. Ella hizo lo mismo con una de las mías. Nos besamos.

—¡Eres una puta natural, Sofia!

Sonreí.

Sabía que era cierto…