Diario de una adicta al sexo. Capítulo 9.

Sofia tiene su primer servicio como escort, cumpliendo la fantasía de ser una secretaria.

El primer servicio

Estaba sumamente nerviosa. Julie me había platicado sobre su trabajo como escort. Cuando me lo contó la primera vez estaba convencida que quería probar ese tipo de trabajo. Ahora, con mis datos (como mi sobrenombre, mis medidas, mis gustos, mi tipo de servicios a brindar) vertidos en la página de una agencia de damas de compañía, ya no estaba tan segura. Prácticamente había aceptado servicios que incluyeran sexo. Me pagarían por eso, así que más que dama de compañía o escort, me sentía como una prostituta a punto de estrenarme.

Esa tarde estaba distraída. Mis padres preguntaron si me pasaba algo, les dije que tenía un trabajo en la escuela que me producía dolor de cabeza. Si tenía que salir por el primer servicio, les diría que se trata de ese trabajo de escuela. Me sentía intranquila. ¿Y si mis padres me descubrían? Era inimaginable lo que me harían. Estaba por cancelar mi perfil en aquella página cuando tuve el aviso de un servicio.

Se trataba de un hombre de treinta años, atractivo si la foto de su perfil era verdadera, y deseaba encontrarnos en un hotel. Directo al grano. Nada de acompañamientos, solo sexo. Mi primer servicio de prostitución. Mi nerviosismo cambió a emoción. Dentro de las especificaciones deseaba que acudiera vestida como una secretaria. Con blazer formal, falda y saco. Debajo, lencería muy erótica. Y medias con liguero. Ah, y gafas. Pagaba por dos horas y un jugoso extra para conseguir las prendas. El servicio era para dentro de dos días. Acepté el servicio e inmediatamente salí de casa, con el pretexto del trabajo de la escuela.

Tenía que conseguir mi outfit de secretaria.

De secretaría del sexo…

Salí de casa con unos pants flojos, que desdibujaban por completo mi curveado cuerpo. Con una mochila en mano, me despedí de mis padres, alejando que iba a realizar una tarea con una compañera de la escuela. Afortunadamente había podido negociar la hora de la cita, pasándola de entrada la noche a media tarde. No habría encontrado pretexto para con mis padres.

Tome un taxi. Pensé en cambiar mi vestimenta ahí, pero el taxista no dejaba de echarme miradas a través del retrovisor. Aparentemente el decirle que me dirigía a un motel le informaba la chica que presuntamente era y quería ver cómo lucía. Decidí que llegando al motel pasaría a algún baño. Desconocía como era todo ahí, pero sin duda encontraría un lugar para hacer mi transformación antes de ver a mi cliente.

«Mi cliente», me quedé pensando. Me movía el sexo. Quería sexo. Recibir dinero por él, sin un ápice de sensaciones en medio me convertía en una prostituta. Una puta. Estaba por sumergirme en un mundo totalmente desconocido. Sexo por dinero. Sin embargo, quería sexo. Y si ganaba algo más aparte del placer, mucho mejor.

El taxi llegó al motel. Le pagué al conductor, quien me dedicó una mirada lujuriosa, a pesar de mi aspecto fofo con ese pants antisensual. Él sabía que no iba a ese lugar a tomar café con galletas, sino a encontrarme con uno o más hombres, a revolcarme con ellos, a ser un juguete sexual por el tiempo que durara el servicio. En sus ojos, seguramente ya me veía desnuda, ansiando ser introducida por un miembro. En su imaginación, el suyo.

Pagué el servicio y me alejé de su mirada lasciva. Contrario a lo que se pensaría, me encantaba que me vieran así. Y si, algún día tendría que hacerlo en un automóvil, tal vez con un chofer conduciendo por la ciudad mientras algún ágil hombre me hacía suya en el asiento de atrás. Me gustaría que hubiera mirones de otros automóviles o transeúntes.

Me acerqué a la caseta de entrada y la mujer ahí me señaló la habitación. También me indicó el lugar donde estaba un baño. Corrí a ese lugar primero. Con rapidez, me quite el pants, el sostén y el bóxer. Enseguida me puse una tanga en encaje negro, encima el liguero, y un brasier a juego. Su confección hacía que mis senos se vieran más grandes y juntos. Me veía sensual. Después me coloqué las medias negras y las uní al liguero, cuyos elásticos pasé por debajo de las cintas de la tanga, de modo que facilitara su retiro sin necesidad de batallar con el liguero y las medias. Encima me vestí con una falda corta y de cuero negro, además de una blusa blanca de manga larga. Abotoné la camisa solo hasta la línea que se dibujaba entre mis deliciosos senos. Encima me coloqué un blazer negro, elegante, el cual abotoné para que se ajustara a mi cuerpo. Finalmente, complete el outfit con un retoque al maquillaje (para verme más erótica), unos lentes cuadrados de armazón y unas zapatillas de tacón alto y charol negro.

Estaba lista.

De verdad, podría pasar por una secretaria, una ejecutiva o una mujer de negocios. Estaba lista. Salí del baño empoderada. Me sentía segura, sin dudas por lo que seguía. El nerviosismo de ese primer servicio se había disipado por completo. Ansiaba ver a mi cliente, ver como era su miembro, satisfacerlo, y que el me satisficiera.  Toqué la puerta de su habitación y ahí estaba. No parecía la gran cosa. Delgado, alto, jeans y camiseta negra. Para haber pagado mis servicios y parte de mi vestimenta, esperaba un ejecutivo de traje listo a hacer pedazos a su secretaria. Sin embargo, él pagaba el servicio y lo que menos importaba era como lucía él. El cliente solo deseaba cogerse a una secretaria y para eso estaba ahí.

Se quedó contemplándome un momento. Finalmente sonrió y me invitó a entrar. Pasé a la habitación, con una cama al centro, un sillón kamasutra en rojo chillón por un lado y espejos por todo lado, incluido el techo. El piso estaba alfombrado. Me imaginé pasar una lampara de luz UV y ver brillando todo el lugar por los fluidos impregnados por doquier, producto de las batallas sexuales pasadas.

«¿Cuánta gente habrá tenido sexo antes de que yo pisara ese lugar?», me pregunté en silencio, contemplando el lugar. Todo era nuevo para mí. Estaba sorprendida. Mi cliente me abrazó por la espalda, para enseguida pasar sus manos por debajo del blazer y alcanzar mis senos, los cuales apretujó. Besó mi cuello. Mordió delicadamente un lóbulo de la oreja. Después bajo un de sus manos a mi entrepierna, la cual estaba protegida por aquella corta falda de cuero. Así estuvo un par de minutos, sus labios en mi cuello, una mano en un seno y la otra frotando mi sexo por encima de la falda. Me preguntaba sobre su fantasía. ¿Acaso yo representaba una compañera de su trabajo? ¿Una subordinada suya? ¿Podría una jefa inalcanzable? No lo sabía. Mientras pensaba eso, mi cliente se daba rienda suelta frotando mi cuerpo.

Obviamente, comencé a mojarme.

—Señorita, hínquese por favor… —expresó con cierto nerviosismo. De hecho, eran sus primeras palabras desde que llegué. Recuerdo haberlo saludado, aunque él había respondido.

Me hinqué. Sabía lo que seguía. Un bulto enorme se dibujo en su pantalón. Desabroché su cinturón y el pantalón sin que me lo ordenara. Bajé el cierre y saqué su erecto amigo. Un pene largo, aunque flaco como el dueño. Inicié mi trabajo besándolo, en la punta, a lo largo de su cuerpo. Estaba durísimo. Lo mordía suavemente a ratos, lo cual hacia que mi cliente gimiera. Por último, abrí mi boca y comencé a tragarlo. Por fortuna, los juegos con los dildos de Julie me habian entrenado bien y no sentí ninguna arcada cuando la punta de su pene alcanzó el fondo de mi garganta. Tenía un sabor dulzón, y olía muy limpio. Mi cliente me tomó de mi cabello con ambas manos y comenzó a violar mi boca. Yo saboreaba cada una de sus embestidas y trataba de estimular el cuerpo de su pene con mi lengua. Arremetió con mayor fuerza, con mayor velocidad. No le interesaba si estaba incomoda, si podía respirar con la frecuente obstrucción a mi vía aérea o lo que fuera. No me importaba. Había experimentado con los dildos de distinto tamaño de Julie, incluso con tamaños mayores. Eso debió de complacer a mi cliente, cuyas arremetidas de cadera contra mi cara no terminaron hasta que el chorro de semen brotó vertiéndose en mi boca. Saboree ese semen, también con un sabor dulzón. Estaba espeso, y jugué con él con mi lengua. Al sacar su pene de mi boca algunas gotas habian caído alrededor de mis labios, así que me ayude con mis dedos para meterlas a mi boca. No deseaba desperdiciar nada.

Mi cliente sonrió complacido.

Me levantó y me retiró el blazer. Pensé que me iba a desnudar inmediatamente, pero solo levantó la falda hasta mis caderas, dejando mis nalgas y mi sexo al aire libre. Acarició mis glúteos y dedico unas mordidas cariñosas, mientras sus dedos exploraban mi sexo. Al introducir un par de dedos los sacó mojados. Sin dudarlo, se los llevó a la boca, saboreando mis jugos. Eso me elevó más. Me acercó a la cama y me hizo acostarme en ella. Levanté mis piernas, además de separarlas y hacer a un lado el triángulo de la tanga para que pudiera contemplar todo mi sexo. La mirada de mi cliente era de deseo, de lujuria. Levantó mis nalgas para retirar la tanga. Después se hincó y acercó su cara a mi sexo. Comenzó a besar mis labios vaginales, acariciaba mi concha con sus dedos, saboreaba cada jugo mío que alcanzaba su boca. Chupó y succionó mi clítoris, haciéndome gemir. Mientras tanto, sus dedos largos exploraban el interior de mi por demás húmeda vagina. Continuó besando, succionado, lengüeteando, chupando y mordiendo mi clítoris, mientras con una mano acariciaba su cabello y con la otra masajeaba mis senos. Deseaba quitarme la ropa, que contemplara mi delicioso cuerpo, mis pezones erectos, duros, que los chupara y los mordiera. Sin embargo, me mantuvo vestida. Era su fantasía. Me había quitado únicamente la tanga para no estorbarle mientras se deleitaba con mi sexo. Mientras iba incrementando mi calentura, mientras seguía mojándome más y más, mientras gemía con sus labios y sus dedos metiéndose y saliendo de entre mis carnes.

Gemí y grité al último, cuando me arrancó un orgasmo. Su cara estaba embarrada en los jugos de mi sexo.

Sonreía.

Sin pensarlo dos veces, hizo que me levantara de la cama. Su pene estaba erecto nuevamente. Me acercó al sillón kamasutra por el extremo más elevado y me hizo reclinarme sobre el mueble. Acto seguido, introdujo su pene en mi sexo, hasta el fondo. Estaba tan mojada que no opuse ninguna resistencia. Las embestidas no se hicieron esperar. No sabía si expresar alguna palabra estaba prohibido en aquel encuentro debido al silencio de mi cliente, pero comencé a pedirle que no parara, que fuera más rápido, que no me dejara hasta que termináramos los dos. Me obedeció. Arremetió con ímpetu. Más rápido, hasta el fondo. Me hizo gemir con fuerza. Sentía que ese largo pene removía mis órganos internos. Me sentía empalada. Me sentía increíblemente caliente. Con un grito sellé mi orgasmo, pero mi cliente no me soltó. Tenía sus manos aprisionando mis caderas, empujándome contra el sillón kamasutra. Increíblemente él aún no se venía, por lo que no paró con mi primer orgasmo. Eso me favoreció, pues enseguida continuaron un par de orgasmos más. Sentía mi cuerpo empapado por debajo de mi blusa, debajo de mi disfraz de secretaria. Me sentía sumamente fogosa. Al final, sentí mi sexo inundarse con su pastoso semen caliente, mientras mi cliente gritaba de placer. Había alcanzado su orgasmo.

Pensé que tomaríamos un receso.

Me equivoque.

Me levantó del sillón kamasutra y me dirigió al otro extremo del mismo mueble. Me sentó sobre el extremo más bajo y me acostó en su curva. Mis piernas quedaron colgando, con mi sexo elevado en lo alto. Mi cliente se posicionó en medio de mis piernas y con su pene aún erecto me volvió a empalar. Empujaba con más furia, como si el orgasmo pasado no hubiera ocurrido. Desde esa posición podía ver como con su vista exploraba mi cuerpo. Pero jamás pidió que me desnudara. Ahí estaba yo, en el sillón kamasutra, vestida como secretaria, siendo arremetida por el insaciable pene de mi cliente. Tomó mis muslos entre sus brazos para controlar sus movimientos. A los poco minutos subió mis piernas a sus hombros. Con cada nueva arremetida mi placer iba en aumento. Mi húmedo sexo chorreaba intensamente, cayendo sobre el sillón kamasutra. Ahora yo contribuiría a pintar con liquido vaginal aquella habitación, tal como lo habian hecho todos aquellos que estuvieron antes de nosotros. Dirigí una de mis manos a mis senos, por debajo de la blusa y del sostén de encaje. Acaricie mi seno, lo apretuje. Mi cliente apenas si los había tocado al principio, ahora los ignoraba mientras me penetraba una y otra vez. Con la otra mano me retiré los lentes. Apenas fue la tercera prenda de la que mi cuerpo se deshizo en ese encuentro.

Fueron unos minutos fenomenales. Otra vez fui yo la que alcanzó primero el orgasmo. Y mientras mi cliente alcanzaba el suyo, me regalo otro par de orgasmos más. Yo gemía y gritaba, gemía más y gritaba más. Al final, poco antes de que mi cliente se viniera, retiró su pene de mi sexo dejándome con el último orgasmo flotando en mi ser y me acercó su miembro a la boca. Complacida, abrí mis labios y dejé que se corriera nuevamente dentro de mi boca. Nuevamente paladee aquel semen caliente y dulzón.

Lo tragué con beneplácito.

Mi cliente sonreía.

—Gracias, secretaria… —expresó.

Acto seguido se acomodó sus ropas y se dirigió a la salida.

—Tengo que irme… has sido mejor de lo que pensé. Espero volver a contar con tu servicio.

—Por supuesto que si… ¡Jefe! —respondí de forma natural. El llamarlo así hizo que mi cliente volviera a sonreír más ampliamente.

Apenas se retiró de la habitación ya ansiaba volver a tener otro encuentro con el insaciable miembro de mi Jefe…