Diario de una adicta al sexo. Capítulo 8.

Julie atormenta a Sophie con un vibrador a distancia, antes de conocer su lush y su otro trabajo.

Capítulo 8: Placer a distancia

¿Otro trabajo? —pregunté mientras comía con Julie.

—Si, Sofia —contestó mientras devoraba aquella ensalada de frutas.

Estábamos en un pequeño restaurante, en una mesa casi al fondo. Una ventana amplia al lado daba a una avenida congestionada. Al otro lado, el pasillo prácticamente terminaba en un par de mesas, la nuestra incluida. Había pocos comensales, y no entendí porque Julie me había conducido hasta aquel rincón. Tal vez quería intimidad. Pero después de horas teniendo sexo y con un montón de orgasmos, me parecía que más intimidad era exagerada.

—Tú y yo somos muy parecidas, Sofia. Somos almas gemelas. Buscamos satisfacernos, satisfacer nuestras pulsiones. Yo llevo un camino más avanzado. Tu estas iniciando y de verdad, quiero que llegues lejos. Que nada te detenga, Sofia. Yo tampoco espero que nada me detenga. Deseo explorar las mil vertientes del sexo y del placer. Tal vez nos señalaran. Tal vez nos dirán de muchas formas despectivas. Eso no importa. Tu complácete a ti misma y que el mundo se vaya al carajo… —hizo una pausa tras lo cual su actitud y su rostro se tornaron más relajados— Así que siguiendo esa filosofía, tengo otro trabajito que quiero que conozcas.

—¿Eres mesera, Julie? —pregunté en broma, lo que produjo que casi escupiera el alimento que Julie se había llevado a la boca.

—¡Claro que no tonta! —dijo complacida— Te traje aquí porque tengo hambre… y por el aparatito que llevas puesto.

Una sonrisa lujuriosa se dibujo en su cara. Antes de salir de casa, tuve que hacer aseo profundo para limpiar las manchas y los olores a sexo que habíamos dejado. Mis padres llegarían y sería desastroso que encontraron los estragos de mis batallas junto a Julie. Tras eso, me preparé para ir con Julie a comer y después a su casa. Ella vivía sola, lo cual no auguraba una tarde tranquila para nuestros cuerpos. Me sugirió que me vistiera con unos leggins, por lo que tome unos negros de vinipiel que me encantaban pues resaltaban mis glúteos y mis muslos, con un brillo lujurioso exquisito. Por debajo de estos leggins me puse una tanga satinada negra. Pero antes de terminar, Julie ajustó un pequeño aparatito al frente de la tanga. Era rosa y tenía una superficie siliconada. Ya colocada la tanga, aquel aparatito quedaba directamente colocado sobre mi clítoris.

Tenía una idea de que se trataba, así que no le pregunté nada a Julie. Solo tenía la incertidumbre del momento en que lo activaría. Completé mi vestimenta con una blusa blanca holgada y un cinturón negro ancho encima que resaltaba mi cintura y le daba más vista a mis queridos leggins. Quería llevarme puesto el brasier de cuero, pero era muy notorio, especialmente la zona de mis pezones. Aún no me sentía suficientemente madura como para ser vista así en la calle.

Julie tomó su celular. Pulsó un par de veces la pantalla y, finalmente, el pequeño aparato adherido a su tanga comenzó a vibrar. La vibración era suave, continua, suficiente para que las terminaciones nerviosas de su clítoris comenzaran a despertar.

—¡Julie! —chillé sorprendida.

Aunque tenía una idea de las intenciones de Julie para conmigo a través de ese juguete, no podía haber imaginado la sensación que se gestaba en mi sexo. Ahora entendía porque Julie me había sugerido una ropa ajustada, para que aquel aparatito no se moviera. Julie deslizó sus dedos por la pantalla y el pequeño vibrador a distancia le obedeció al acto. Llevé mis manos a mi entrepierna y lo apreté. Mi cuerpo tembló.

—¡Oh, dios, Julie! —expresé con voz trémula— ¡Adoro… ado… adoro tus… sorpresas!

Julie tecleó su celular y lo dejó sobre la mesa.

—Lo dejaré así, a nivel bajo, mientras pedimos el postre —comentó con una sonrisa traviesa.

Aquel aparato mantuvo una vibración constante, suave, estimulando mi clítoris. Sentía que mi temperatura se elevaba gradualmente. Ansiaba ser cogida ahí, que Julie sacara su strap-on de entre sus pantalones y me follara sobre la mesa, a vista de todos, a ojos de los transeúntes. Apretaba mis piernas para apretujar aquel aparatito frente a mi sexo. Ocasionalmente llevaba mis manos hasta mi sexo y empujaba el pequeño vibrador hasta mi clítoris, por encima de mis leggins. Sentía mi sexo húmedo y caliente. Si seguía así, mis leggins se humedecerían en la entrepierna. No me importaba si la gente veía eso. Quería que me vieran, que contemplaran que mi sexo gozaba, quería que me señalaran, que me gritaran «ninfómana» o «puta», lo que quisieran. Quería que supieran que el sexo era mi fin en esta vida.

La camarera se acercó. Yo mantuve una mano aprisionando mi sexo, empujando aquel aparato. Ella sonrió, visiblemente apenada.

—Es un jueguito… —expresó Julie a modo de explicación— Mira a esta putita —dijo mientras aumentaba la intensidad de las vibraciones tecleando su celular.

—¡Agh! —expresé sin pudor.

La camarera sonrió. Se hizo cómplice del evento. La vi y le sonreí también. Era hermosa. Un poco bajita, cabello lacio, castaño oscuro. Tenía la cara afilada, unos labios delgados, delicados. Sus ojos eran alegres. Bajo ese feo uniforme había un cuerpo delgado, atlético. Sus pechos debían ser pequeños, pero las caderas y sus nalgas compensaban con agrado esta limitante. Bien podría cogérmela. Bien podría pedirle que me cogiera ahí, junto con Julie. Me imagine un trío con ellas dos, yo siendo su receptora, siendo su juguete, metiéndome sendos dildos por mi coño y mi culo. Así estaba yo, imaginando, mientras mantenía mis ojos cerrados y mientras aquel aparato variaba en la velocidad e intensidad de las vibraciones.

La camarera estaba plantada ahí, observando. Estaba fascinada. Gozaba con mi tortura. Mi cuerpo convulsionó en aquel asiento. Me moví a un lado y otro. El primer orgasmo se hizo venir y expulsé un pequeño grito. Es posible que me hayan escuchado los demás comensales. La camarera hizo una seña que todo estaba bien. Yo estaba reclinada sobre la mesa, mientras una mano apretaba aquel aparato contra mi sexo. Julie no me dejó descansar. Varió las vibraciones una y otra vez. Subió la velocidad y la bajaba periódicamente. Apenas me liberé del primer orgasmo y siguieron otros. La camarera me contemplaba extasiada, complacida por verme ahí, sumida en mis orgasmos. Volteo a un lado y otro y sin pensarlo mucho estiró su brazo, alcanzó el cuello de mi blusa y metió su mano por debajo, deslizando sus dedos por detrás de mi sostén. Acarició uno de mis senos. Hizo que mis pezones ya erectos se volvieran autenticas piedras. Apretujó mi seno y pasó al otro. Se reclinó un poco y buscó mis labios. Me plantó un beso húmedo, largo y pasional. Julie seguía manipulando su celular, cambiando las vibraciones entre mis piernas. Estaba fascinada. Abracé a la camarera, volvimos a besarnos. Levanté una mano y acaricié sus pechos. Eran hermosos, suaves, medianos. Ella dejo mi pecho y extendió su mano hacia mi entrepierna. Ahora ella presionaba el pequeño vibrador contra mi sexo, frotándolo. Me encontraba gimiendo de placer, tratando de acallar mis sonidos. Cuando estaba por emitir un grito de placer, la camarera selló mis labios y lo ahogó con su boca.

Estaba exhausta. Estaba extasiada. Me temblaba mi cuerpo, y más mis piernas por la cadena de orgasmos que me asaltaron. Estaba complacida por la respuesta de la camarera. Quería que ella me cogiera, y cogerla a ella. Me imaginé su cuerpo desnudo, acariciándolo. Me imaginé masturbándola con uno de mis dildos. Me imaginé devolviéndole el favor, llevandola al paraíso de los orgasmos. Me imaginé teniendo sexo con la camarera y con Julie, las tres juntas, ellas follándome por atrás y por delante, o yo follando junto a Julie a aquella camarera.

—¡Gracias! —le expresé con suavidad.

—De nada, señorita —dijo, recomponiéndose al igual que yo—. ¿Les… les traigo el postre?

—¡Por supuesto! —contestó Julie, con una amplia sonrisa.

Continuamos con el postre. Teníamos que irnos a casa de Julie, así que nos apresuramos. El vibrador siguió trabajando a ritmo constante, suave. Sentía mi sexo húmedo, el leggings empapado en la entrepierna. Así tendría que irme a casa de Julie. No me importaba.

—Le tengo su cuenta —dijo la camarera, entregándome el ticket. Ahí estaba escrito su teléfono y una breve nota: «por favor, llámame pronto. Podemos divertirnos juntas. Tu amiga puede venir también. Vicky».

«¡Por supuesto, pronto!», gesticule con mis labios. Ella leyó mis labios y asintió con una sonrisa.

—¡Vámonos, Sophie! —expresó Julie, sonriéndonos a ambas. Sabía perfectamente lo que pasaba.

—¡Pronto, amiga! —le dijo Julie al pasar a un lado de la camarera. Aquella mujer volvió a sonreír, ahora con una mirada lujuriosa.

Durante el trayecto a casa de Julie, el vibrador continúo trabajando. Ella había programado una sesión de vibraciones e intensidades alternantes que continuaron castigándome durante todo el trayecto a su hogar. En su automóvil alcancé otros orgasmos, aunque ahí ya no ahogué mis gemidos ni mis gritos. No dudo que algún transeúnte u otro conductor o pasajero me hubiera visto, convulsionarme en el asiento, frotando mi entrepierna y con mi cara de placer. No me importaba. Algún día tendría sexo, totalmente desnuda, en un automóvil en movimiento. Mientras, eso era lo más cercano a mi sueño.

Las vibraciones cesaron al llegar a casa de Julie.

—Te necesito con energía —expresó Julie.

El departamento de Julie era pequeño, pero acogedor. Tres habitaciones, dos baños y medio, una sala-comedor y una cocina. Me hizo el tour para conocerlo. Muebles minimalistas, de buen gusto. Eran pocos, aunque eran finos. Sin mayor preámbulo, me llevó a la última de las habitaciones. Era la más amplia y adentro había una cama ancha y un sofá de tres asientos de cuero negro. La cama tenía sabanas satinadas en negro también. Eso no era lo que me llamó la atención, sino los juegos de luces aquí y allá, un par de cámaras montadas en trípodes, además de una laptop. Julie mantenía un par de estantes con una variedad de juguetes sexuales. Yo pensaba que la colección que me había dejado en casa era todo su acervo, cuando apenas era una fracción. Ella sabía en que gastarse su dinero.

—¿Haces películas porno, Julie? —pregunté al ver todo el escenario.

Julie sonrió.

—No… aunque ganas no me faltan. Es un plan a futuro por el momento —contestó mientras se desnudaba—. Es mi set. Verás, hago sesiones de masturbación en línea…

—¡Julie!

—Si, amiga. Hay páginas en internet, te suscribes como modelo y das tus sesiones. Siempre hay clientes buscando una buena sesión y las mías suelen ser muy concurridas —expresó mientras encendía la laptop e ingresaba a una página—. Mira, esta es…

Contemplé la página. Había un montón de chicas por elegir y uno podía ingresar a sus respectivas sesiones.

—Hay pago por sesiones, pero también pueden los clientes pagarte por lo que quieran que hagas.

Me mostró un chat al lado donde los clientes ingresaba y tras pagar una tarifa en línea, le podían indicar a la modelo que hacer, fuera masturbarse con sus manos, con un vibrador o dos o lamer un dildo.

—Además, tengo este amiguito —dijo mientras tomaba un aparato color rosa, en forma de “C”, con un extremo sumamente ancho—. Es un lush, un vibrador a distancia. Brindas el código en línea, y para la activación de unos segundos se brinda una tarifa —dijo mientras lo introducía al fondo de su vagina, dejando el extremo delgado del aparato fuera de la misma— ¡Vaya! ¡Hace mucho que ya no necesito lubricante! —señaló con alegría— Ahora siéntate y disfruta la sesión. Si tienes la necesidad de darte placer, toma lo que quieras de mi colección, solo no hagas mucho ruido, ¿vale?

Julie se recostó en el sillón. Enseguida comenzó a hablar a la cámara, dirigiéndose a un público fantasma que ansiaba verla revolcarse en placer. Abrió las piernas y contemplo ese sexo con el que había jugado usando los dildos. Ahí, emergiendo, estaba la antena del aparato vibrador a distancia listo a recibir órdenes. Con sus manos acercó sus tetas una con la otra y sus labios besaron ambos manjares. Se veía preciosa. Inmediatamente hubo algunos pitidos y el aparato comenzó de vibrar. Ella comenzó a gemir. Como reflejo, trató de juntar las piernas, pero eso le quitaría vista al espectáculo. No tuvo más remedio que soportar las vibraciones, así como yo las había soportado en el restaurante. Más pitidos y más vibraciones. Sus caderas se movían ansiosas. Ella se convulsionaba en placer. De entre los mensajes alguien le ordenó introducirse un dildo. Desconocía la cantidad de dinero que había pagado, pero Julie inmediatamente obedeció. Tomo un dildo grande, un pene anatómico en silicona rosa. Lo besó, lamió y lo tragó por algunos segundos e, inmediatamente, lo fue introduciendo a su vagina, aun cuando esta estuviera aún con el vibrador a distancia. Comenzó a introducirlo y meterlo, suavemente, con ritmo. Veía como aquel enorme objeto se introducía en sus carnes, ayudada por esa humedad exagerada que brotaba por entre sus labios, producto del vibrador a distancia.

No soporté ver más. Rápidamente me quité los leggins y la pantaleta. En un estante vi un pene de silicona negro. Abrí mi boca lo más amplio posible y me introduje aquel objeto. Sentí la punta en mi garganta y aguanté la arcada. Lo empuje más adentro. Era grande, pero no me dejaría vencer. En un momento me corto el flujo del aire, así que lo retiré un poco, solo para dar un respiro. Lo volví a introducir. Otra arcada, menos intensa, la ignoré. Me introduje aquel suave dildo hasta el fondo, mientras veía a Julie hacer lo propio en su vagina. Mi sexo estaba húmedo. Pedía ese objeto para él solito. Julie sonrió para la cámara y para mí. Seguro estaba feliz por mi hazaña de garganta profunda. Ella puso el dildo rosa sobre el asiento del sofá, flexionó sus piernas y comenzó a hacer un sube y baja, metiendo y sacando el dildo de su sexo. Inmediatamente la imité, colocando el dildo sobre la cama y ensartándome sobre él. Éramos como un espejo. Subíamos y bajábamos casi a la par, mientras aquellos penes de silicona nos cogían. Ella tenía ventaja. Tenía un vibrador que algunos hombres controlaban a distancia y le otorgaban placer a su antojo. Alcancé el vibrador que había estado sujeto a mi tanga. Lo acerqué a mi clítoris. Julie había visto mi intensión, así que, sin dejar su espectáculo, activó la aplicación en su celular. Aquel vibrador comenzó a trabajar. Seguí montada sobre el dildo negro, subiendo y bajando mientras con una mano mantenía aquel pequeño artilugio pegado a mi clítoris. Ella gimió desesperadamente y con un sonoro grito alcanzó el orgasmo. No conforme, impulsó a sus espectadores a que siguieran enviándole ordenes al lush para que siguiera vibrando en su interior. Con voz sensual, Julie le pedía a su público más intensidad en su vibrador, les suplicaba por más placer, necesitaba más orgasmos. Se escucharon más pitidos. Era evidente que sus seguidores querían ver más.

Dejé el dildo negro y tomé un vibrador color morado, con un mango donde tenía un botón para activarlo y dos puntas, una larga que simulaba un pene y una corta terminada en unas pequeñas fibras, para alcanzar el clítoris. Lo activé y me lo llevé a mi sexo. El suave vibrar estimuló mi vagina, la cual se humedeció más. Lo presioné hasta el fondo, para que la otra punta, la pequeña que quedaba por fuera, se apretara contra mi clítoris. Apreté el botón en el mango y la vibración aumentó más. Me lo metí y lo saqué, aceleradamente. Junto con esta acción, tomé el dildo negro y me lo llevé a mi boca. Estaba empapado en mis jugos vaginales y su sabor y aroma hizo que me excitara más. Cerré mis ojos y me imaginé con dos hombres, uno tomando mi concha, otro violando mi boca. O Julie y Vicky, la camarera, con sendos arneses asaltando mi cuerpo sin piedad. Aceleré el ritmo. Gemí incontroladamente. Mi cuerpo convulsionó al llegar el primer orgasmo. Apreté mis piernas para contener aquel aparato vibrador en mi sexo. Apreté el botón y la vibración aumentó. Volví al mete y saca de aquel aparato de placer, acelerando el ritmo. Escuchaba el chapoteó del aparato sacando mi flujo vaginal abundante. Gemía con cada arremetida. Yo misma ahogaba mis lamentos con aquel dildo negro metiéndolo más allá de la garganta. Seguía imaginándome en un trío, yo siendo el juguete sexual de dos caballeros o de dos compañeras de sexo. O uno y otra. Había tantas combinaciones posibles. Quería probarlas todas. Lo tendría que hacer…

Una descarga de placer inundó mi tembloroso cuerpo.

Había logrado una sucesión de orgasmos.

Allá, en el sofá, contemplé a Julie que había hecho lo propio.

Nos sonreímos.

Con seguridad, ella había montado su espectáculo fantaseando conmigo.

Deseaba que hubiera terminado su transmisión.

Ansiaba tocar su cuerpo el resto de la tarde…