Diario de una adicta al sexo. Capítulo 7. Escort

Sofia se entera del nuevo trabajo de su amiga Julie, previo a usar el arnés con dildo ella misma.

—¿Una escort? —pregunté con genuino asombro.

—¡Claro, amiga! —respondió con orgullo— Sabes qué es eso, ¿verdad?

Tenía una noción de lo que era una escort, o dama de compañía. Se trata de chicas que son contratadas para acompañar a algún caballero a una reunión privada o una fiesta o en una simple habitación. Los servicios podían incluir sexo o no, dependiendo de la agencia y la chica. Dependiendo del servicio, era el pago para la agencia y, por supuesto, para la chica. Muchas personas podían señalar como una prostituta a una escort, pero eso era erróneo. Una prostituta podía estar en la calle o en una casa de citas, y su servicio casi siempre se enfoca en el sexo, no en la sola compañía. Está implícito que si alguien busca a una prostituta es para sexo. Algunos clientes podrían solo buscar compañía, pero la prostituta sabe que, si el cliente quiere sexo, sexo le debe brindar.

Una escort es distinta. Se puede asociar con una buena agencia y decidir el tiempo de trabajo, el tipo de clientes, acordar los costos, el tipo de encuentros y, si así lo decide, si es capaz de brindar sexo como un servicio extra. Yo sabía todo eso porque alguna vez surgió el rumor en la escuela que una chica había estado haciendo ese tipo de servicio e, inmediatamente, toda la comunidad de la escuela la comenzó a señalar como puta. Por supuesto, ella calló a todos cuando su celular cambió a un modelo mucho más caro, cuando su armario se volvió caro y sofisticado y cuando tuvo su propio auto.

—¡Claro que lo sé, Julie!

—Me estabas preocupando, amiga —contestó Julie aliviada—. Muchas personas se asustan cuando les platico sobre este trabajo…

—No, ya había investigado el tema. Y me da gusto por ti… —respondí, tras lo cual se hizo un silencio.

—Y si, si llego a tener sexo con algunos clientes —informó con una pícara sonrisa—. Pero yo decido si brindar el servicio si el cliente me interesa. Verás, mi agencia exige un perfil básico de los clientes. Para seguridad nuestra y para conocer hasta donde queremos llegar con los servicios. Si el cliente me gusta, puedo acceder al servicio de sexo. Si es un anciano, un sujeto sin atractivo o un hombre con una barriga enorme, me niego. Solo acompaño si lo deciden, pero si quieren sexo y no me atraen, espero al siguiente cliente.

Eso me dejo fascinada. Era una maravilla. Podía escoger, podía coger y cobrar por ello.

—Amiga, eso es ¡asombros!

—Y más asombroso los pagos. Todos mis juguetes y mi ropa no se pagan solos, Sofia. Y este trabajo te puede dejar buenos billetes. Y con tu cuerpo, podrías hacer mucho…

Me sonrojé. Julie era hermosa. Tenía una cara con piel clara, ojos avellana, labios delgados y nariz respingada. Una cabellera ondulada y castaña a los hombros le daban un buen marco a su cara ovalada. Además, tenía una altura mediana, unas piernas torneadas, un trasero regular pero atractivo, y una buena cintura. Su mayor arma era esos senos grandes, redondos y jugosos.

—Amiga, nada puede ganarles a estas preciosuras… —le dije, mientras tocaba sus senos por encima de la mesa. Ella se echo para adelante, complacida por mi gesto, haciendo el platón de cereal a un lado y apoyando esos senos sobre la mesa, como si fuera el segundo tiempo del desayuno que estábamos consumiendo.

—¡Lo sé, Sofia! ¡Son excelentes! —dijo, estirándose y plantándome un beso— Pero tú, amiga, tienes lo tuyo.

Y tenía razón. Tenía caderas anchas, no exageradas, pero que acentuaban perfectamente mi cintura. Mi trasero era redondo y suave. Mis pechos eran de medianos a grandes, nada exagerado, pero se hacían notar con cualquier ropa. Mi piel era clara, sin defectos. Y mi rostro mantenía una mirada tierna, ocultando mis sucias fantasías.

—¡Gracias, Julie! —dije, con una sonrisa.

Hubo otro silencio. Finalmente, Julie lo volvió a romper.

—Si gustas, puedo contactarte con mi agencia —me propuso mientras volvía a atacar su cereal tras haber retirados sus pechos de la mesa.

Esa propuesta era como decirle a un niño que le encantan los dulces si quiere ir a la dulcería con un montón de dinero en sus manos. Sentí una punzada en mi sexo y sentí mis pezones tornarse duro. Tenía miedo. Porque en la situación de Julie, yo podría decir que el sexo estaría implícito en todos los servicios de acompañamiento, quisieran eso o no los clientes. Había tenido algunos novios, y en ocasiones habíamos tenido nuestros encuentros sexuales. Había probado sus penes, los había hecho llegar al éxtasis. Había probado sus líquidos, y ellos habian probado los míos. Si me aburrían, los dejaba. Yo no necesitaba de romance. Yo solo quería sus cuerpos junto al mío, sudando juntos. Yo solo quería su semen en mi vagina, en mi boca, en mi cara o en mis pechos, nada más. No buscaba flores, chocolates o peluches.

Una agencia como la de Julie podía darme esa necesidad, con libertad, además de pagarme. Tendría que inventar algunas excusas para mis padres, pero podría hacerlo sin problema. Tendría limitaciones para algunos servicios, por ejemplo, los nocturnos, pues no sabría que inventar en casa. Pero intentaría hacer afrenta a cualquier reto en los servicios. Y si, lo de acompañar estaba bien, pero yo iría por los encuentros sexuales.

—¡Claro que si quiero! —respondí con vehemencia.

—Perfecto. Mañana revisaré eso y te informo. Tendrás que regalarme unas fotos tuyas, nada editado, con alguna vestimenta formal. También otras con algunos desnudos discretos, nada vulgar…

—¡No hay problema! —afirmé emocionada.

—¡Perfecto, Sofia! Ya quiero trabajar contigo en algún servicio… —expresó con lujuria.

—Puedo empezar por darte un servicio a ti… —le comenté al oído mientras me levantaba— Espérame unos segundos… —y me retiré a la habitación.

Mientras Julie me follaba, ella había sentido placer al introducirme el dildo sujeto a su cintura con el arnés. Pensé que era por la satisfacción de verme a su voluntad, dándome placer y al frotar la base del dildo con su clítoris. No había visto la extraña disposición de ese dildo. Tenía una forma de «siete», con el extremo más pequeño rematado en una forma ovoide, mientras que en el extremo más largo estaba la forma del pene. Ahora entendía el placer de Julie al joderme. Me acomodé el arnés y me introduje el pequeño extremo del dildo a mi vagina, acomodándolo en su sitio. No necesite de lubricante, mi vagina ya había secretado sus jugos. Ajuste el arnés para que no se movilizara de su sitio el dildo. Caminé al espejo y me observé por unos minutos. Me observé sumamente sensual y poderosa con aquel aditamento a mi cintura, a mi sexo. Las correas negras ajustadas a mi cintura y mis muslos, con aquel dildo de silicona negro emergiendo retadoramente de entre mis piernas. Podía penetrar a quien se me pusiera enfrente. Froté el enorme pene negro con un paño húmedo, dándole un brillo morboso. Me calcé unas zapatillas con tacón y plataforma alta, de charol negro. La imagen que veía en el espejo me calentó a un más. Parecía un demonio del sexo, un ángel oscuro de la lujuria. Voltee a un lado y otro, contemplando mi trasero, revisando que el arnés estuviera bien ajustado. Sentía la presión de las correas en mi piel y me sentí extasiada.

—Creo que te faltan dos cosas más —dijo Julie, a la entrada de la habitación.

—¡Me asustaste! —le reclamé en broma

—Y tú me abandonaste allá abajo —dijo, contemplándome de pie a cabeza—. Te queda muy bien ese papel, toda una dominatrix en ciernes.

Le sonreí, sonrojada.

—Déjame ponerte esto —dijo mientras sacaba una prenda de su maleta de viajes.

Se trataba de un brasier, negro, de cuero con un brillo opaco. Solo que el centro de las copas estaba recortado. Sostenía el volumen de mis senos, pero dejaba al aire completamente mis pezones. Lo ajusto a mi espalda y mis hombros con unas hebillas pequeñas.

—Más ajustado, Julie. Por favor —le solicité.

—Claro, Sofia —contestó, ajustando más las correas a mi cuerpo. Sentí la presión de aquella prenda. Me excite aún más.

Me contemplé en el espejo. Me veía excesivamente sexy. Eso soñaba ser. Un objeto de lujuria, un ser que recibiera placer a través de mi sexo, a través de mi piel, a través de mis ojos. No podía quitarme mi vista de encima. Julie también me contemplaba. Tocaba mi cuerpo, tocaba mis senos parcialmente cubiertos con ese sensual brasier de cuero. Lamió mis pezones, los puso más duros. Después se arrodillo y lamió el pene sintético negro. Su saliva le dio más brillo a aquel pene. Finalmente lo introdujo a su boca, lentamente. Lo metía y lo sacaba, con los ojos cerrados, tal vez imaginando que aquel falo sintético correspondía a un hombre real. La tomé del cabello y le empujé el pene de negra silicona más profundo en su boca. Empujé su cabeza hacia mi sexo, mientras ella abría los ojos y me observaba desde allá abajo. No ofreció ninguna resistencia. Tragó todo ese enorme pene, alcanzando lo más profundo de su garganta. Yo me sentía poderosa. La tenía dominada, a mi voluntad. La tenía atrapada, con la cabeza sujeta firmemente entre mis manos, mientras metía y sacaba un poco aquel pene sintético en su boca, follando su garganta. Julie emitía algunos ruidos por una respiración difícil, pero jamás intentó liberarse. Los movimientos eran transmitidos hasta mi propio sexo, sintiendo cada embestida, gracias al extremo insertado en mi vagina. Gozaba violando la boca de Julie. Un pequeño orgasmo me asaltó.

—¡Sofia, no tuviste ninguna piedad por mí! —reclamó Julie con beneplácito. Se veía complacida.

—¡Perdóname, amiga! —le expresé preocupada, al haberme dejado llevar por el momento. No sabía si ella podía respirar bien, con toda esa masa en su boca.

—Sofia. No tienes que disculparte. Ni conmigo, ni con nadie. Aprende a dominar, a satisfacer tus deseos. No te límites. Tu cuerpo pide sexo, pide esto, pide satisfacción. Dáselo. Has nacido para esto. Satisface a tu cuerpo, a tu sexo. ¿De acuerdo?

—Si… Julie —respondí.

Se levantó y me abrazó. Nos besamos. Tenía ese dildo entre sus muslos. Quería metérselo hasta el fondo. Quería que cada embestida la sintiera por completo, y que fuera transmitida a mi sexo. La llevé a la cama. La puse boca abajo y le levanté un poco las nalgas, busqué su sexo, estaba húmedo. Le dirigí el dildo y se lo introduje en su coño experto. Lo recibió con un gemido. Comencé a fornicarla con suavidad. Entra y sale, entra y sale. Sus fluidos hacían más fácil el proceso. Aquel dildo tenía ese brillo lujurioso por la lubricación con sus jugos vaginales. Entraba y salía. Embestía hasta meterlo todo y en cada vez, Julie gemía ahogada entre las sabanas. Aceleré. Mi pelvis chocaba contra sus hermosas nalgas. Todos esos movimientos se transmitían hasta mi vagina, estimulándola, reventándola. Mis tetas hubieran querido estar colgadas, pero su libertad estaba restringida por aquel sostén de cuero. Solo mis pezones rozaban la sudorosa espalda de Julie, lo que los hacía mantenerse erectos, sensibles. Ver mis tetas aprisionadas en ese pedazo de lencería fetiche me excitaba aún más. Quería mantenerlo ahí, siempre, aprisionando mis tetas. Eso era para mí. Me encantaba verme con esa prenda, y el arnés, y los tacones altos. Deseaba ser un fetiche. Deseaba ser un objeto sexual, una muñeca para el placer.

—¡Dame más! ¡Más fuerte! ¡Más rápido! —gritó Julie con autoridad.

Aceleré mis movimientos. Mis brazos me ardían por el esfuerzo, pero no dejaba de hacerlo. Más fuerte, más rápido. Nuestros cuerpos golpeteaban con fuerza.

—¡Máaaasss! —aulló Julie— Me voy a venir… ¡me voy a venir! —gritó mientras aceleraba mis movimientos.

Mi cuerpo estaba también por venirse. Me temblaban las extremidades, mi cadera. Gritaba, gemía, aullaba. Con una exhalación profunda, ambas llegamos al anhelado orgasmo, juntas. Entonces me desplome sobre su espalda, jadeando, con el arnés comprimiendo mis muslos, con el dildo metido en mi vagina en un extremo y el extremo del falo insertado en Julie. A los pocos minutos, me levanté. Vi a Julie tendida, extasiada. Se volteó y me sonrió.

—Me habías dicho que me faltaban dos cosas, Julie —expresé, recordando el momento que me sorprendió mientras modelaba mis zapatillas, el arnés y el falo de silicona negra frente al espejo.

—Tienes razón. Si estás lista, ven aquí.

Julie se levantó y alcanzó un pequeño objeto en un buró. No pude ver de que se trataba, era tan pequeño que su puño cerrado lo ocultaba completamente. Me puso boca arriba, con el falo apuntado al cielo. Se colocó a horcajadas sobre mi pelvis, introduciéndose aquel pene sintético en su sexo. Era fascinante contemplar como aquel enorme objeto se perdía dentro de su ser, entre esos exquisitos labios sexuales. Acto seguido, abrió su mano y manipuló el objeto que me ocultaba.

—¡Dios santo! —grité. El dildo había comenzado a vibrar. Dentro de mi y en el extremo de Julie— ¿Por qué no lo habías usado así desde un inicio? —le reclamé, mientras las vibraciones desbocaban mi excitación.

—¿Y gastar mis trucos de una sola vez? Ni lo sueñes, Julie.

—¡No… no los gastes! —le dije, mientras empujaba mi pelvis hacia arriba y abajo repetidamente ayudándole a introducirse el falo sintético en su sexo.

Las tetas de Julie brincoteaban. Y eso me encantaba. Las acaricie, las estruje, pellizque sus pezones. Ella se inclinó sobre mi y acerqué mis labios a sus voluptuosos senos, besándolos, mordiéndolos. Ella emitía pequeños grititos mientras seguía moviendo sus caderas arriba y abajo, metiéndose y sacándose el dildo sintético erecto. Yo gemía de placer, pues el movimiento también se transmitía a mi sexo. Y la vibración estimulaba esa zona y el clítoris. Ella mantenía el control remoto del dildo, así que lo pulsó de nuevo y la vibración aumento. No cabía de placer.

—¡Más, más, más! —le grité.

Ahora gemía con mayor intensidad. Ahora me masajeaba mis tetas encerradas en ese brasier fetichista de cuero. Me pellizcaba mis pezones, produciéndome dolor que aumentaba el placer. Aumente mis movimientos al igual que Julie. Alcanzamos un orgasmo. Pero queríamos más. Seguimos con el mismo ritmo. Tocaba sus senos, ella recargo sus manos sobre los míos, apretándolos, con mis pezones aprisionados entre sus dedos. Estábamos cansadas, pero aumentamos el ritmo, la fuerza, la intensidad. Alcanzamos más orgasmos juntas. Mi cuerpo templaba de cansancio y placer. Nuestros cuerpos estaban sudorosos. Nuestros sexos completamente mojados. Al final, ella se desplomó agotada sobre mí, sus tetas sobre las mías. La abracé. La bese. Acaricie su cuerpo.

—¡Gracias, amor! —le dije instintivamente. Me sentí contrariada.

Ella levantó su cabeza y me sonrío. Supe que comprendía mi sentir.

—No te preocupes, Sofia —expreso con condescendencia—. Estas experimentando cosas nuevas. Tú me gustas mucho también. Si quieres una relación formal, con gusto estaré contigo. Si no, por lo menos déjame tener estos encuentros contigo…

No supe que responder. No sabía que era lo que sentía. Sabía que me gustaban los chicos, pero esta experiencia con ella había sido tan natural. Nada me pareció extraño. La abrace fuerte. La besé nuevamente.

—¡Gracias, Julie! Veremos que pasa…

Ella sonrió y me devolvió el beso.