Diario de una adicta al sexo. Capítulo 6.
Sofia y Julie experimentan placer con un dildo doble.
«Soy una puta», pensé mientras mantenía abrazada a Julie. «Una puta natural», complete, rememorando el comentario de mi amiga sexual. Me gustaba aquel calificativo. Era verdad. Mi camino había en el sexo recién iniciaba. Mi teléfono estaba lleno de imágenes que quería experimentar. No me conformaba con un hombre cogiéndome. Quería experimentar la variedad. Por separado o juntos. Quería probar con todos los juguetes de Julie. Quería probar con otros tantos más. Quería probar que podía recibir penes por todos mis agujeros. Por separado o juntos. Quería ser atada y satisfecha. Quería ser colgada y ser fornicada hasta el cansancio. Quería probar posiciones inverosímiles, quería usar un montón de ropa exótica mientras llenaban mis agujeros, quería probar de todo.
Había soñado con tener sexo con una mujer. Julie me lo concedió. Y ahora estábamos ahí, en el sofá, entrelazando nuestros cuerpos desnudos, sudorosos, con los sexos embarrados de fluidos. Tomamos unos minutos para recobrarnos. Me deje resbalar por el sofá hasta el piso alfombrado. Ella me siguió. De rodillas, comenzamos a besarnos, tocando nuestros cuerpos, acariciando nuestros senos, presionando nuestras nalgas. No podía dejar de besarla. Me encantaba. Me gustaba mucho la suavidad de sus enormes tetas, sus pezones tan duros. Con cada abrazo me esforzaba por aplastar su pecho con el mío, que nuestras tetas se tocaran. Mis pezones también estaban hechos unas piedras.
Julie hizo que me pusiera a cuatro patas, ofreciéndole mi trasero. Ella comenzó a besar mis nalgas, a palmearlas, a rozar con sus delicadas manos mi sexo, mis labios. Cada palmada me arrancaba un gritito, cada roce de su mano un gemido. Me volví hacia ella y volví a contemplar su cuerpo desnudo, maravilloso, perfecto. En su mano apareció un nuevo juguete, un dildo de doble cabeza. Me ofreció un extremo del mismo, acercándolo a mis labios. Lo besé, lo lengüeteé y lo metí a mi boca. Ella hizo lo mismo con el otro extremo. Así pasamos unos minutos, saboreando aquel nuevo pene sintético, blando, grueso y largo. Me encantaba como lo chupaba Julie. Me excitaba como lo saboreaba e intentaba introducirlo lo más profundo en su garganta. Cualquier hombre que le ofreciera su miembro y le otorgara un servicio así, debería viajar hasta el mismísimo cielo. Contemplar su trabajo hizo que mi sexo se volviera a escurrir en fluidos.
Volvió a colocarme en cuatro. Sabía que era momento de experimentar con ese juguete, y estaba agradecida. Lo metió en mi vagina, con suavidad y después hizo un mete-saca breve, de calentamiento. En seguida ella se colocó a cuatro patas, por detrás de mí, con sus nalgas frente a las mías. Y se introdujo el otro extremo del dildo doble. Comenzamos a movernos atrás y adelante, con el dildo saliendo y entrando al mismo tiempo en nuestras vaginas, con nuestros grandes traseros chocando rítmicamente mientras aquel dildo se introducía profundamente en nuestros sexos. Alcé una mano y la estiré hacia atrás, para tocar una de las nalgas de Julie. La palmee con fuerza, la pellizque y con eso Julie aceleró el ritmo. Yo hice lo mismo. Gemíamos con cada nuevo saca y mete. Nuestros traseros chocaban violentamente. Nuestras nalgas chocaban con violencia en cada arremetida. Sentía ese dildo introducirse hasta el fondo de mi lujurioso sexo. Sentía escurrir mis jugos entre mis muslos. Dirigí mi mano hasta mi clítoris y comencé a acariciarlo, a estimularlo. Bajé la vista y vi mis tetas contornearse atrás y adelante, con fuerza, sin piedad. Dirigí mi mano hasta mis senos para apretarlos, para aprisionar mis duros pezones entre mis dedos, apretándolos. Después volví la mano a mi clítoris para frotarlo con firmeza, con intensidad. El va y viene de nuestros cuerpos no se detenía. En forma coordinada, empujábamos hacia atrás nuestros cuerpos, golpeando nuestros traseros con fuerza para introducir al máximo ese dildo en nuestras vaginas, al mismo tiempo. Por fin, llegó el deseado orgasmo. Más bien una sucesión de ellos, pues no nos detuvimos a la primera. Seguimos hasta que nuestras extremidades nos temblaron, hasta que gritamos de placer, estando las dos a cuatro patas, empujando nuestros traseros en un torrente de placer, con el dildo metido en nosotras hasta el fondo. Desee que fuera más grande, más largo. Sabía que podía con eso y más.
Caímos rendidas en la alfombra, con nuestras piernas entrecruzadas y nuestros sexos aun unidos con el dildo doble parcialmente insertado en ellos. Me temblaban las piernas y tenía el cuerpo sudoroso. Quitar el olor a sexo del sofá y de la alfombra sería una tarea difícil. Sabía que ahí acostada, mis jugos escurrían aún, impregnando con su aroma todo el lugar. Eso me embriagaba de placer y lujuria.
Descansamos un momento. Después, de forma hábil, Julie me ladeó y se acomodó detrás de mí, abrazándome, colocando una de sus manos en mis senos, masajeándolos, pellizcando mis pezones, a la vez que besaba mi cuello. Todo sin dejar de tener insertadas ese dildo doble en nuestras húmedas vaginas. Yo sentía sus enormes tetas en mi espalda sudorosa. Y eso me fue elevándome nuevamente.
Con mis muslos apreté la parte del dildo que tenía insertado. Tenía miedo que mis líquidos fueran suficientes como para que se deslizara y perdiera ese tesoro insertado en mí.
Julie otra vez se movió ágilmente.
—Ponte boca arriba —dijo con suavidad—. Pero cuida de no sacarlo —ordenó en forma seductiva.
Ella se colocó el otro lado, recostada frente a mí. El dildo seguía sumergido en nosotras, con nuestros sexos frente a frente. Ahora podía admirarla. Julie era hermosa. Y hermosas eran sus tetas, su cintura, su cadera, su sexo. Y este estaba mojadísimo, al igual que el mío. Comenzó a contonearse, de adelante a atrás, para que ese falo sintético se introdujera y saliera repetitivamente de su sexo. Yo la imité al instante. Al principio me costó seguirle el ritmo y tenía miedo de que accidentalmente dejara de estar insertada en ese objeto de placer. Pero aprendí rápidamente a moverme.
—¡Mi puta natural! —dijo Julie, sonriéndome con cara lujuriosa.
Quería tocar sus tetas. Quería besarlas, morder sus pezones. Por el momento, solo podía conformarme con verlas bailotear con nuestros movimientos. Entonces acaricié mis senos. Me llevé un pezón a la boca y lo humedecí. Estaba hecho una piedra. Luego, acaricié mi clítoris. Aumente la excitación. Comencé a gemir. Mucho. Fuerte. Después grité. Nuestros movimientos se fueron haciendo más fuertes. Chocamos furiosamente nuestros sexos al momento de insertar a fondo aquel dildo doble. Los jugos salpicaban por todos lados, humedeciendo nuestros muslos, nuestro abdomen bajo, la alfombra. El olor a sexo impregnaba el ambiente.
—¡No pares! —grité.
Sabía que el orgasmo venía. Aceleré el ritmo, froté con placer mi clítoris furiosamente. Gritaba. Y finalmente el orgasmo. Y continuamos moviéndonos. No bajamos el ritmo a pesar del placer. Queríamos más.
—¡No pares, mi puta! —ordenó Julie, moviéndose a ritmo, también frotando su clítoris, con enorme placer en su rostro.
Alcanzamos más orgasmos. Uno tras otro.
—¡Soy tu puta! —grité, cansada de tanto placer, del esfuerzo físico.
Me dejé caer sobre la alfombra, fatigada, después del último orgasmo, uno enorme. Julie hizo lo mismo. Habíamos coordinado nuestros cuerpos, habíamos logrado toda esa cadena de orgasmos juntas. Respiraba agitada, sudorosa, temblorosa. Sentía mi cadera, mis muslos y mis piernas estremecidas. Reposamos algunos minutos. Caímos dormidas.
Con aquel dildo doble insertado en nuestros sexos.
Ese sábado despertamos apenas entrada la noche. Estábamos fascinadas. Nos abrazamos desnudas, y desnudas fuimos a la cocina a cenar. Platicamos hasta tarde, de nuestras vidas. Nos conocimos mejor. No podía dejar de admirar su cuerpo, sus tetas maravillosas, esos pezones perfectos. Ella notaba las miradas furtivas que le arrojaba y sonreía fascinada. También veía las mías. Ocasionalmente extendía su mano y acariciaba alguna de ellas. Sentir su mano en mi seno me encantaba. Sospeché que lo hacía para mantener mis pezones erectos. Jugaba conmigo. Me encantaba.
Al final, fuimos a dormir.
La invité a mi recamara. No quería dejarla esa noche. Necesitaba sentir su cuerpo junto al mío. Nos recostamos. Ella me puso de lado y ella se acomodó atrás detrás de mí. No lo había notado, pero ella había llevado el dildo doble a la cama. Por debajo de las sabanas alcanzó mi entrepierna y lo insertó en mi sexo. Después ella hizo lo mismo con su extremo, introduciéndoselo. Estaba cansada y pensé que Julie quería seguir con el juego. No sabía si podría hacerlo.
—Mi querida Sofia… —me susurró al oído— No te preocupes, te dejaré descansar. Solo quiero que duermas con nuestro juguetito para que tengas sueños placenteros.
Me besó el cuello. Sentí aquel objeto dentro de mí, al fondo de mi vagina. Lo apreté con mis muslos.
Me quedé dormida en total excitación.