Diario de una adicta al sexo. Capítulo 4.

Sofia acude a un Sex-Shop, pro primera vez. y por primera conocerá el placer de un juguete sexual

La sex-shop

Tenía 18 años… cuando conocí una sex-shop. Se localizaba en una calle poco transitada del centro de la ciudad, estratégicamente situada ahí para permitir la visita de los clientes sin que la gente les observara, creo yo. ¿Cómo la descubrí? Fue a causa de una tarea de la escuela. Cinco jóvenes formábamos un grupo que debía preparar una pequeña obra de teatro, para la asignatura de literatura. Así que de camino a la casa donde nos reuniríamos, visualice el discreto letrero color purpura, con letras rojas «Sex-shop, Placer eterno» y la foto de fondo de una mujer en ropa interior y con pose sugestiva. El letrero estaba a la entrada de un zaguán, el cual daba a un estacionamiento modesto frente a un amplio local, con ventanas enormes de cristal. A lo lejos solo veía un montón de maniquís exponiendo lencería, así como vitrinas con objetos que no podía distinguir.

Ese día me conformé con un vistazo rápido.

No me atrevía a alguien me viera y pensara lo peor de mí.

Un lugar como ese aún era tabú para mí.

Nuestro equipo se reunió media docena de veces más, y siempre pasaba frente a esa tienda. Me atraía en demasía. De hecho, cuando pasaba frente al establecimiento, mi marcha se ralentizaba cada vez, tratando de percibir los objetos mostrados en las amplias ventanas. Fue en vano.

Una tarde, navegando ociosamente en internet recordé aquella sex-shop. Puse en el buscador «Sex-shop, Placer eterno». Mi sorpresa fue mayúscula cuando encontré una página propia de aquella tienda. Tenía un catálogo en línea, por lo que podías comprar en línea. Me puse a explorar la página. Había lencería de todo tipo para mujer, y otra selección menor para hombres. Exploré con más detenimiento la sección de ropa para mujer… encontré conjuntos de ropa interior demasiado sexys, de vistosos colores en satín, de encaje negro y blanco, incluso de vini-piel. Había tangas minúsculas que apenas debían cubrir el sexo de una mujer (obviamente afeitada la zona), y brassieres que tenían todo, menos la copa que ocultaría los senos de quien los usara. Conocí las pezoneras que no eran más que pequeños aditamentos circulares que se pegaban al pezón, a los cuales podían adherirse adornos colgantes, como era un manojo de cintillas. Había corsets sensuales de diferentes materiales. Todo para brindar una figura más sexy a la mujer. La sección de medias era extensísima. Jamás hubiera pensado en toda esa variedad de medias: lisas de diferentes colores y tonalidades, estampadas, de red, de spandex brillante y un largo etcétera.

También había disfraces. Era increíble lo que podía llamar la atención al hombre al momento de querer tener sexo con una mujer. Ignoraba qué motivaba al hombre a que desease que su pareja lo sedujera en un diminuto conjunto de estudiante, de enfermera, de brujita o de profesora. Cambié rápidamente de sección.

En la ventana de Calzado encontré zapatillas, botines y botas de una amplia variedad. Me sentí fascinada por el charol negro brillante, así como las palataformas transparente y los tacones elevados. Imaginé mis pies enfundados en esas largas botas… me excité con la sola idea. Eran tan preciosas. No sé cuánto tiempo permanecí contemplando el monitor viendo ese calzado extravagante, pero sensual.

Pasé a Juguetes… ¡Oh, Dios! Penes de todos tamaños, de formas anatómicas y otras más raras, simples falos de hule o con mecanismo vibratorio integrado. Existían dildos de todos los tamaños imaginables, incluso algunos de los cuales dudaba pudiera una mujer normal usar para placer. Había dildos dobles, para la penetración al mismos tiempo por dos mujeres, o si se prefería, un par de dildos unidos para la penetración por vía anal y vaginal al mismo tiempo. Y qué decir de los dilatadores anales: había pequeños los cuales podrían fácilmente pasar por el ano, o aquellos inmensos que no podía imaginar que mujer podría encontrar satisfactorio introducir por tan pequeño orificio.

¡Santo cielo! Existía una gran variedad de artefactos para el placer de la mujer… pasé página tras página observando esos objetos eróticos. No puedo negarlo. Una curiosidad creciente nació en mí ser, esa ansía por saber que se sentiría. Era bien cierto que mis dedos habían hurgado entre mi entrepierna, masajeado la pequeña cabeza al principio de mis labios vaginales y brindándome placer. Desde que conocí ese secreto, no dejaba de frotar esa zona con regular frecuencia. Solo ansiaba saber que se sentía una penetración. Y aunado a eso, una penetración por alguno de esos objetos eróticos. ¿Podría mi ser con ello? Dicho de otra forma: ¿podría mi vagina o mi ano soportar el dolor de dilatarse con semejantes artefactos?

Seguí pasando las páginas.

Mientras tanto, mi entrepierna se percibía cada vez más húmeda…

Nueva tarea.

Doble, si me lo permiten.

La primera, con el equipo de la escuela, en la misma casa de aquella amiga.

La segunda… entrar a la sex-shop.

Apenas iniciada la tarde, pasé por enfrente de aquella tienda. En su estacionamiento había un automóvil únicamente. Hubiera sido ideal entrar en ese momento, pues tal vez el establecimiento no tendría demasiada gente. Tenía tanta curiosidad, pero era más intensa mi vergüenza por que la gente me viera entrando a ese lugar. Sin embargo, tenía el tiempo justo para llegar con mi equipo y realizar la tarea asignada, antes de que un retraso produjera un disgusto de mis compañeras. No. Sería al final, de regreso a casa.

Durante la reunión, no dejaba de pensar en aquel cartel, la entrada, las ventanas ofreciendo aquellos artículos dedicados al placer sexual… mí ser estaba ansioso. Observé el lento recorrer del tiempo mientras colaboraba distraídamente con mis compañeros de equipo.

Al fin, después de 2 horas y media de sufrida impaciencia, logré liberarme de las labores de la escuela. Era tiempo de mi otra tarea. Mis pies me condujeron con velocidad al frente de esa tienda. Vi tres vehículos, por lo que debía haber más gente en su interior. Debía ser así, si la gente buscaba el anonimato bajo el manto de la noche incipiente.

Y yo estaba ahí, en el dintel de aquel zaguán. Observé  a uno y otro lado de la calle y apenas vislumbré una pareja en la distancia.

«Vamos, ni que dentro fueras a encontrar a los chicos de la escuela», pensé. Estaba realmente nerviosa. Deseaba entrar, pero sentía vergüenza. Estuve parada por un par de minutos. Debía verme realmente estúpida. Respiré hondo y me adentre temerosamente hacia el local…

Abrí la puerta.

Mi primera impresión fue la de enormidad. El establecimiento parecía una bodega. Justo a la derecha estaban las cajas, con un par de jóvenes atractivos en ellas, atendiendo clientes. A la izquierda, la tienda iniciaba con maniquís femeninos vestidos con disfraces varios: había el de policía, el de enfermera, el de sirvienta, el de escolar, por mencionar algunos. En seguida venía una serie de leotardos, leggins, tops y bikinis elaborados en spandex de múltiples colores brillantes. En otro apartado, lencería de diferentes formas y materiales. Había diminutas tangas cuyo costo no parecía de acuerdo con tan poco material empleado. Había corsés fetiches de satín, de encaje y de vini-piel.

Vino el turno del calzado.

Una cosa es ver las fotografías. Otra observarlo directamente. Me enamoré de las zapatillas de plataforma de cristal, de los botines con tacón stiletto y de las botas de charol que sobrepasaban la rodilla. Fue el lugar donde invertí más tiempo. Con mis ciento setenta y dos centímetros de altura, los botines de plataforma y tacón de veinticinco centímetros me harían ver enorme. Soñé con usarlos. Imagine mis pies, mies piernas, mis muslos enfundados en esas botas brillosas. Me vi caminando por la calle, haciendo resonar los adoquines, con la gente volteando a verme…

Los comentarios de una pareja cercana me hicieron salir de mis ensoñaciones. Di unos pasos acelerados y llegué al siguiente pasillo. ¡Oh, cielos! Vi falos por todos lados. Una enorme cantidad de consoladores de hule, color carne, color canela, color caoba y negros. Y los tamaños: pequeños, medianos, grandes… ¡monstruosos! Las fotos en la página de internet daban las medidas y una podía hacerse una idea de las dimensiones. Verlos en su empaque transparente era diferente. ¿Cómo podía caber una cosa de esas en una vagina humana? ¡Imposible! Pero ahí estaban, por lo que alguien debía comprarlos. Y si los compraba era para usarlos, no solo como pisapapeles.

Estaba extasiada con estos objetos. Formas anatómicas diversas (rectos, curvos, llenos de venas ingurgitadas), lisos o con muescas y cerdas colocados a distancias regulares para mayor placer, según se leía en las cajas. Otros francamente parecían sacados de falos extraterrestres. Había con luz integrada, con movimiento vibratorio, con aromas diversos. Había dildos con doble pene, para que dos chicas pudieran penetrarse entre ellas, dilatadores o plugs anales de silicón, de cristal y de metal. Podían ser sencillos o adornados con largas colas de peluche.

Mi piel se erizaba de emoción. ¿Qué se sentiría usar esas cosas? Ahora me imaginé a mí misma, probando cada dildo, ahora usando el color piel, al rato usando el negro liso, después el enorme pene rugoso de al fondo.

Sentí una mirada en mí. No me equivocaba. Una joven me observaba. Llevaba pantaloncillos cortos y una playera polo negra con el logo de la sex-shop «Placer eterno» bordado sobre su pecho izquierdo. Me sonreía.

—¡Hola, qué tal! —expresó amistosamente—. ¿Puedo ayudarte en algo?

—¡Oh! No, gracias… solo estoy observando —contesté nerviosamente.

—Muy bien. Lo que gustes, puedo informarte, ¿eh?

—Si… si, claro. Gracias.

Y en seguida corrí al siguiente pasillo. No había mucho que ver. Estaba dedicado a los hombres. Algunas tangas que apenas podían aprisionar sus penes, masturbadores para ellos en forma de vaginas encerradas en latas y condones de una gran variedad. Salté ese pasillo rápidamente. En el siguiente había distintos objetos con forma de penes, pechos y vaginas, pelucas y películas. Nada interesante. De hecho, en esa zona no encontré ninguna persona aparte de mí.

Y ahí estaba de nuevo, aquella empleada, con una sonrisa perfecta, mirándome.

—Puedo preguntar: ¿qué está buscando? Podría ayudarle a encontrarlo.

—¡Oh! Gracias, pero solo observó sus artículos.

—¡Bien! —respondió con otra sonrisa—. De hecho, me preguntaba si eras mayor de edad… ya sabes, por la política del establecimiento.

—Esteee… si, ¿por qué lo pregunta? —mentí a todas leguas.

La mirada de la vendedora me hizo ver que no me creía. Sonrió nuevamente. Después volteó a un lado y otro, cerciorándose que estábamos solas. Finalmente habló.

—No te preocupes. Sé que no tienes mayoría de edad, pero siempre he dicho que mejor un pene de hule que uno de carne que embarace —expresó abiertamente la vendedora—. Soy Julie.

Me ofreció su pequeña mano. La estreché trémulamente.

—Mucho gusto, Julie. Mi nombre es Sofia.

—Mucho gusto igualmente. Ahora que nos conocemos. ¿En qué puedo ayudarte?

—Solo observaba todas las cosas que tienen…

—Déjame adivinar… ¿tu primera vez en una sex-shop? —preguntó pícaramente. Ahora que podía verla más detenidamente, tenía una mirada alegre, con unos ojos color avellana, cabello castaño claro ondulado y por debajo de los hombros, con un cuerpo contorneado. Era realmente atractiva. Ella también era joven, tal vez apenas en sus dieciocho.

—Si, si. Había pasado algunas veces frente a su tienda y me llamaba la curiosidad. Vi su página en internet y me decidí a entrar —respondí aceleradamente a mi nueva confidente.

—¡Excelente! Entonces podría darte un tour y mostrarte los productos…

—¡No, no! Perdona. Solo quería echar un vistazo y creo que ya lo hice —dije apenadamente.

—Tranquila, Sofia. No te preocupes. La primera vez que fui a un lugar como este, igual sentía nerviosismo. Creía que todo mundo me veía y esperaba ver que me llevaría. Yo no pude pasar por el pasillo de los dildos. Me imaginaba a las personas apostando por saber qué tamaño elegiría. La verdad es que nada de eso ocurre. La gente viene aquí, elige algo para sus esposas, amantes o novias y se van. No les importa lo que tú veas o compras.

—¿De verdad?

—¡Por supuesto! Así que Sofia, ¿qué quieres saber?

Un montón de preguntas venían a mi mente. Quería saber infinidad de cosas. Quería saber cómo usarlas. Quería saber qué se sentía con cada uno de esos objetos, cómo me podría ver con esa ropa y calzado. Pronto recordé que era tarde. Debía retirarme, so pena de recibir un castigo en casa.

—Me gustaría mucho que me enseñaras. Pero ya es tarde y debo regresar a casa. Ya sabes, los padres.

—Por supuesto, lo entiendo.

Me disponía a irme. Ella se plantó frente a mí. No dejaba de verme. Otra sonrisa perfecta se dibujó en su rostro.

—Espera, Sofia. Déjame darte mi tarjeta. Ahí está mi número de teléfono. Si un día quieres regresar, avísame. Te daré el tour que te ofrecí. Apuesto que apenas soy un poco mayor que tú, pero conozco los productos de este lugar…

—¡Gracias, Julie! —dije, sonrojándome.

—No tienes que agradecer, Sofia. Será un placer.

Enseguida salí corriendo del establecimiento…

Pasaron algunos meses. Quiero decir, cualquier estudiante a mi edad podía tener mucho tiempo libre. Yo no. Debo confesarlo. Son una nerd. Me encanta cumplir mis obligaciones escolares, e incluso, ir más allá. No lo puedo evitar. Así que una vez que pasaron los exámenes finales y vinieron las vacaciones, tuve tiempo libre. El primer objetivo, poner orden en mi habitación. Si, a veces la inteligencia no está peleada con el caos. De hecho, los mejores genios del mundo no se caracterizaron precisamente por ser ordenados. La imagen del estudio de Albert Einstein viene a mi cabeza: un escritorio atestado de documentos y libros. Yo solo estoy siguiendo sus pasos.

A las dos horas, la habitación luce diferente. Claramente estoy iniciando mis vacaciones. Debía dejar todo listo para el siguiente ciclo escolar, la próxima tormenta que crearía la anarquía típica de mi espacio.

Al dejar un libro sobre un estante, un pequeño rectángulo de papel cayó al suelo. Reconocí sus letras en violeta sobre un fondo negro: «Placer eterno».

Tenía tiempo de más, no solo aquella hora donde pude echar un simple vistazo a aquella tienda erótica. Marqué el número.

—¡Hola! Habla Sofia.

—¡Holaaa! —respondió alegremente Julie—. Pensé que jamás llamarías. ¡Qué gusto! —expresó con voz alegre.

—Perdona… ocupaciones de la escuela —comenté apesadumbrada.

—No, no te preocupes. ¿Llamabas por tu tour?

—Si… me encantaría.

—¡Perfecto! ¿Tienes tiempo hoy?

—Si.

—De acuerdo. Hoy estaré por la tarde. Venme a ver a las cinco… quiero ofrecerte el recorrido extendido.

—Gracias. Creo que me encantara.

—Ya lo creo, amiga. Te veo por la tarde. Ciao.

—Adios, Julie.

Vi mi reloj. Eran las once de la mañana. Serían las seis horas más largas de mi vida.

Eran las cuatro y media.

Dije a mis padres que iría al cine con unas amigas y accedieron. Coartada perfecta. Las películas solían durar al menos dos horas, pero la que supuestamente iría a ver casi alcanzaba las tres. Hubiera querido verla, de verdad. Pero eran tres horas para mi tour.

Entre a la tienda. El nerviosismo de la primera vez se había trasformado en emoción. ¿Qué tenía Julie preparado para el tour? ¿Explicaciones al por mayor? ¿Historia de los consoladores o algo así? Lo ignoraba, pero ahí estaba, lista.

Julie me vio desde la segunda caja, mientras cobraba a un señor entrado en años. Llevaba una gran bolsa negra llena hasta el tope. No pude imaginar con que mercancía pudo llenar semejante bolsa. Con señas, Julie me indicó que le esperara unos minutos. Asentí, para después dirigirme a la sección de ropa y calzado.

Había unos botines nuevos, extraños a decir verdad. Parecía la fusión de zapatillas de ballet con un botín negro de charol. El pie de quien lo usara debía quedar recto, apoyado sobre la punta de los dedos y tan solo auxiliado por un largo y delgado tacón por atrás del llamativo botín. Eran preciosos.

Sentí que alguien tocaba mi hombro y gire sobre mí. Era Julie.

—¡Hola, amiga! —dijo efusivamente, mientras me abrazaba. Me pareció un gesto exagerado, dado el poquísimo tiempo de conocernos. No obstante, lo acepté—. ¡Que gusto verte, de verdad!

—También me da mucho gusto —comenté, con menor fuerza que Julie. Realmente lo que quería era recorrer la tienda con más calma.

—Amiga… te tengo un tour maravilloso. Te va a encantar.

Me quedé sin decir palabra. Ella volvió a poner su sonrisa perfecta en su cara. La tomó de los hombros y la dirigió por los pasillos de la tienda. Llegaron a la última sección, poco visitada por los clientes. Julie se colocó frente a ella.

—Sofia… te comentaré. La tienda tiene un servicio especial. Solo algunos clientes frecuentes tienen derecho a ese servicio. Se llama «Hot view»… básicamente se basa en que nuestros clientes pueden probar nuestros productos…

—Disculpa —interrumpí—, ¿qué productos pueden probar?

—Todos, Sofia. con ello buscamos la completa satisfacción de los clientes más fuertes.

—De acuerdo… —dije dubitativa— y con probar, te refieres a… probar, probar.

—¡Jajaja! Sofia, eres genial —Julie se veía muy divetida—. Con ello quiero decir que pueden sacar los objetos de su empaque, percibir su textura, su olor, la suavidad del material, lo que sea.

—¡Ah! Ya entiendo, tocar.

—Si, Sofia… y también probar —dijo Julie, con tono malicioso.

—¡Oh, cielos! Es lo que imagino…

—Más que eso Sofia.

Tomó mi mano y me dijo que le acompañara. Pasamos una puerta al final de la tienda y entramos a un corredor extenso, con poca iluminación. Observé unas bodegas pequeñas al principio. Julie me condujo más allá. Llegamos a un par de cuartos. Abrió la puerta de uno de ellos. En su interior, una pequeña cama con sabanas negras. Había un par de espejos en las paredes y un buró. Sobre el buró, una maleta mediana. Julie la tomó.

—Sofia… este es tu tour.

Al abrir la maleta observé unas cajas de distintos tamaños. En la abertura de cada caja, una pequeña etiqueta que decía «desinfectado». Al ver mi cara de duda, Julie explicó rápidamente:

—¿Creías que estas delicias pasaban de mano en mano, o más precisamente, de genital en genital sin más ni más? —tomó la caja que tenía en mis manos y rasgó la etiqueta. Después abrió la caja—. Cada objeto es desinfectado concienzudamente después de su uso, así haya sido solo el haberlo tocado, así los hayan «probado».

—¡Oh! —dije sorprendida.

De la caja saco un pequeño dildo color azul eléctrico, liso. No parecía pene alguno, más bien una bala algo crecida.

—Este será tu primer paso, Sofia.

Me quedé extrañada. Toque el dildo y pude sentir el frío metal. Era rígido.

—Y esto… ¿es seguro? —pregunté con marcada duda.

—¡Oh, por supuesto! Pero… —y metió la mano en el maletín. Sacó otro paquete, sin ninguna etiqueta— por si tienes dudas, usemos esto.

Tomó un pequeño sobre y lo rompió. De ahí tomó un pequeño disco de látex. Con rapidez tomo el dildo de mis manos y montó el condón sobre él.

—Ya está. No hay más pretexto.

Me quedé mirando el dildo metálico dentro del condón. Enarqué las cejas, sorprendida.

—Pero… ¡Julie! —expresé con terror.

Aquella se quedó en silencio, mirándome. De repente pareció aclararse su mente y dijo:

—¡Oh, no! ¿No me digas que eres virgen?

—¡Julie! No… ¡claro que no!

—¡Ah, vaya! Estaba comenzando a espantarme. No son habituales los desfloramientos en este recinto. Los ha habido, pero no quería hacerte pasar por esa incomodidad.

Respiré hondo. Recordé esa primera vez. Ese pene atravesando mis carnes por primera vez, causando un dolor intenso y el sangrado. Quien dijera que la primera vez era lo máximo, debía estar loco. Eso sin contar la angustia de esperar la menstruación, porque inteligentemente su hombre no había usado protección. Doble dolor.

Vio el dildo enfundado en el condón. Al menos eso no podría atraer el riesgo de embarazarla.

—Habitualmente dejamos a los clientes solos o con sus parejas para que prueben la mercancía. En tu caso, permaneceré aquí. Y no me veas así. Es tu primera vez con estos objetos, es justo que te guie.

Baje la vista para ver el dildo por enésima vez. Tenía razón. Sabía que tenía que meterse por ahí, pero no sabía que seguía después de meterlo.

—De acuerdo, Julie. Serás como mi Virgilio conduciéndome por el infierno.

—No, Julie. Seré tu Virgilio, conduciéndote por el paraíso…

Me quite las botas de tacón bajo y los jeans. Estaba en bragas, y por un momento sentí un poco de vergüenza. Nunca había estado semidesnuda con otra persona. Al menos siendo adolescente. Julie estaba en un rincón, dándome espacio para abrirme. A pesar de querer brindarme confianza, su mirada estaba fija en mí, casi sin parpadear. Me voltee, dándole la espalda.

«Al diablo», pensé, mientras me agachaba para quitarme las bragas.

—Maravilloso trasero el tuyo, Sofia —oí decir a Julie. No respondí—. Acomódate en la cama, ponte cómoda.

Tomó un tubo de gel del maletín y aplicó un poco sobre el dildo enfundado en el condón. Aplicó otra pequeña cantidad de gel en sus dedos índice y medio y los dirigió a mi entrepierna.

—Sofia, separa tus piernas… así, así está bien.

Tenía mies piernas flexionada y separadas, como si fuera a dar a luz. Nada  que ver. Los dedos de Julie se deslizaron entre mis labios, lubricándolos. Sus movimientos eran tan delicados, suaves. Siento que duró más tiempo del necesario toqueteando mis labios. Metió sus dedos a través de mi vagina y sentí un calor recorriendo mi cuerpo. No, no era como los pocos chicos que había conocido. Ellos se volvían locos y tocaban sin cuidado alguno mi sexo. Solo querían darse gusto ellos. Julie no. Ella procuraba que me sintiera bien. Me estaba relajando…

—Bien Sofia. Aquí vamos… —dijo con su voz maliciosa.

Tomó el dildo de metal azul y lo introdujo con delicadeza por entre mis labios. Ahí estuvo unos segundos. Recorría ese pequeño espacio entre mis labios. Sentí el frío del metal y lo hice mío. Me estremeció y me hizo temblar. Sentí el rítmico entrar y salir de aquel objeto de placer. Mi sangre comenzaba a subir de temperatura.

—Cierra tus ojos, Sofia —ordenó Julie.

Cerré mis ojos. Me concentré en mi sexo húmedo y ávido de más penetraciones. Julie incrementó el ritmo de sus movimientos mientras yo acariciaba mis senos por encima de la ropa. La blusa me estorbaba. Como pude, me deshice de ella. No me importaba estar desnuda frente a otra persona. Frente a aquella chica. Ella era mi Virgilio. Pasamos del purgatorio directamente al cielo, al paraíso.

Los movimientos eran más rápidos. Sentía bombear aquel artefacto mi vagina. Se escuchaba el chasquido de mis fluidos chocando en las paredes de mi sexo. Deslice los tirantes de mi brasiere a los lados y desplace las copas hacia mi cintura. Ahora estaban mis senos al aire libre, deseando ser tocados. Los toqué con ambas manos, los apretuje gentilmente…

La mano de Julie se deslizó por mi monte de Venus. Sus dedos se enmarañaron con mi pelambre rizado. Jugueteaba. Acariciaba. Y sin dejar de meter y sacar aquel objeto. Deslizó sus dedos expertos entre mis labios, al frente. Frotó mi clítoris y el placer se incrementó más. Mi cuerpo temblaba, mis piernas aún más. Tenía mis manos en mis tetas, no podía seguir masajeándolos. Julie adivinó mis pensamientos y con su otra mano comenzó a acariciar mi pecho izquierdo. Lo palmoteaba, lo movía de un lado a otro. Tomó mi pezón erecto con dos dedos y lo pellizco levemente. El dolor no era dolor. Era placer. No sé en qué momento comencé a gemir. Primero levemente. No deseaba que me escucharan. Después eleve el volumen. Ya no me importaba que me oyeran. De hecho, quería que cada uno de los compradores me escuchara y tuviera envidia de mi placer.

Julie era mi diosa.

Me imagine ese dildo metálico en el sexo de otras mujeres antes de mí. Me lo imagine produciendo ese placer que a mí me embargaba. Me excité aún más. Mis piernas no respondían. Ahora mi mano masajeaba mi clítoris. Agradecí a Julie como hacerlo, no en la forma salvaje que a veces usaba para masturbarme. Era una forma afable que potenciaba el placer detonado por el objeto dentro de mi vagina.

De súbito, Julie retiró el objeto y su mano de mi pecho. Me quedé impávida. Necesitaba que siguiera. No podía dejarme así. Julie manipuló la base de aquel objeto y se dejó escuchar un zumbido leve. Volvió a introduce el amante de metal a mi vagina. Vibraba, ¡y vaya que vibraba! Sentía que escurría fluido de mi vagina como jamás antes. Gemía y pedía más y más y más… los orgasmos se sucedieron en cadena, uno tras otro.

Me sentía tan afortunada que Julie me llevara al paraíso.

Ya quería regresar a él.

Había un pequeño baño anexo a la habitación donde probé aquel maravilloso dildo. Me asee como pude, tratando de eliminar ese olor característico producido por mis fluidos. Mis muslos estaban embarrados de líquido viscoso.

Volví a vestirme.

Julie había vuelto al trabajo.

Tomé el reloj… dos horas. Se me había pasado el tiempo rapidísimo. Al caminar sentía que mis piernas se doblaban temblorosas. Aún palpitaba con furia mi entrepierna.

Pasé rápidamente por los pasillos de la sex-shop. Vi a Julie en la sección de ropa, esperando. Aunque había una moderada cantidad de clientes, ella aún no se había ocupado con ninguno. Me sonrió.

—¿Lista, Sofia?

—¡Lista, Julie! —respondí con alegría—. Gracias Julie. No tengo forma como pagarte lo que has hecho. Fue tan genial e increíble.

—Nada, Sofia. No tienes que agradecer absolutamente nada. Para eso son las amigas…

—Si… para eso son.

Era la segunda vez que había visto a Julie. Pero ella conocía más de mí que otras amigas de años. Ella sabía cómo producirme placer y llevarme al orgasmo. Conocía mi cuerpo desnudo, lo había tocado y le había brindado un goce divino. Era más que una amiga. En un arrebato, la jale hacia mí y la abrace fuertemente. Pude sentir su cabellera castaña en mi cara y sus senos firmes comprimidos contra los míos. Después de un par de minutos, nos separamos.

Ella estaba feliz.

—Sofia. Dos cosas. El tour no incluía solo ese amiguito que te presenté. Había una maleta. Y esa maleta solo contenía unas propuestas para ti. Prácticamente tenemos cualquier objeto en esta tienda para muestra de nuestros clientes distinguidos… y amigas íntimas, por supuesto.

En seguida, Julie se aproximó a un estante, donde estaba colgada una pequeña bolsa negra. Me la ofreció.

—Segundo, un recuerdo de tu visita. Espero que te hayas divertido y que vuelvas pronto.

Tome la bolsa y le agradecí una vez más. Volví a abrazarla, ambas mantuvimos una sonrisa en nuestra cara. Me fui corriendo del lugar.

Llegué a la casa, sin contratiempos. Mis padres preguntaron sobre la película y les dije que me había fascinado. Les comenté que me habían tirado el refresco encima y que necesitaba una ducha. No quería que percibieran el suave olor a pescado que irradiaba mi sexo. Y es que durante el trayecto a casa volví a recordar la sesión con Julie y volví a humedecerme. Al quitarme las bragas, estaban mojadísimas.

Me duché.

Al salir, recordé la bolsa que me había regalado Julie. No quise abrirla antes, sospechaba de su contenido. Mis sospechas eran ciertas. Había una caja larga, con un dildo como el que había usado en la sex-shop dibujado en sus caras. Rasgué el empaque y saqué el objeto erótico. Era color violeta metálico. Estaba frío. Se sentía más ligero, eran las baterías que hacían falta. Lo contemplé fascinada, por todos lados. Era mío. Solo mío. Nada volvería a ser como antes.

Había una nota el fondo de la bolsa. Estaba escrito:

Sofia.

Un pequeño regalo. Viaja al paraíso las veces que quieras. Y cuando gustes, invítame a acompañarte.

Me abrí el albornoz de algodón, quedándome desnuda.

Vi mis pechos firmes, mi cadera amplia y mi cintura estrecha. Vi el objeto en violeta metálico en mi mano. Lo pasé por mi sexo, suavemente. Volví a humedecerme. Todo estaba puesto para ir al paraíso nuevamente.

Ese día, volé una vez más.