Diario de un vampiro (8)

La camarera y la go-gó se encuentran a mi entera disposición. Una encadenada y la otra vendada. ¿Quieres saber como sigue el vampiro sigue jugando con sus amantes mortales?

Hola a todos:

Les recomiendo que lean los capítulos anteriores para una perfecta comprensión de este texto; al menos, el primer capítulo, para poder entender algunas cosas que os parecerán extrañas y el último, porque éste continúa donde acabó el nº 7. Espero sus comentarios y críticas.

-¿Y ahora qué? –me preguntó la diablesa.

Le puse el último pañuelo que nos quedaba tapándole sus ojos y, al tiempo que le acariciaba suavemente su coñito, le dije:

-Ahora te vas a poner de rodillas y te vas a comer mi pollita hasta que me corra en tu boca. Y luego vamos a follar delante de nuestra amiga hasta que esté tan cachonda que o nos ruegue que la dejemos participar o se vuelva a desmayar.

La diablesa se rió con ganas mientras se ponía de rodillas y comenzaba a engullir mi polla haciendo verdaderos esfuerzos para comérsela entera desde un principio. Empezó tan a saco que parecía que no se llevaba nada a la boca desde hace mucho tiempo. Precisamente por su ansiedad en el asunto, no era capaz de tragársela entera: como se la comía teniendo la polla casi totalmente vertical, la punta siempre se le clavaba donde no podía evitar una arcada, lo que le hacía sacársela de la boca una y otra vez.

Aproveché uno de sus descansos para tomar aire para agarrar mi polla con una mano y mantenerla horizontal al suelo, mientras que con la otra la hice moverse un poco hacia atrás a gatas. Ella se dejó hacer y abrió su boca, lo que, junto a sus ojos vendados, la convertía en una buena zorrita en actitud totalmente sumisa. Entonces, tomándola por la nuca, la traje hacia mí, haciéndole tragarse mi polla, centímetro a centímetro hasta que, habiendo salvado el punto de las arcadas, su nariz tocó con mi vello púbico. La diablesa engullió mi polla con mayor facilidad de lo que esperaba. Relajé mi presión en su nuca y dejé que ella misma se fuera sacando mi palo a su ritmo. Para mi sorpresa, no sólo lo hizo muy despacio, sino que mantuvo una considerable succión por todo el tronco hasta llegar al capullo, con el que se recreó especialmente. Tras ello, volví a empujar su nuca y ella, de nuevo, se la tragó enterita y, de pronto, sentí como me lamía los huevos con su lengüita. Niobe no perdía detalle del espectáculo. Si bien lo esperable es que ella, como acto de rebeldía ante el abuso que estábamos cometiendo al tenerla allí atada y amordazada, apartara la vista de nosotros, lo cierto es que nos contemplaba con los ojos abiertos de par en par. Cuando solté la nuca de Mary, otra vez me obsequió con una lenta y jugosa chupada. Así, alternando mis empujones por la nuca con sus habilidades succionadoras, pronto me vi en ciernes de correrme. La traje hacia mí y la besé con lengua tan ricamente como pude. Cuando acabé de besarla no hizo falta que moviera un músculo, porque ella misma buscó mi polla, aunque, ciega como estaba, lo hizo de una manera un poco torpe, provocando que mi polla se torciera hacia abajo más de lo debido. Le solté un pequeño cachete en la cara y le hice tragarse mi polla hasta el fondo, pero esta vez a un ritmo salvaje. Mary sólo pudo apoyar sus manos en mis muslos y dejarse llevar, concentrándose en respirar lo poco que podía pero, tras un minuto follándome su boca como lo estaba haciendo, ya no pudo más. Tiró de su cabeza para atrás tan fuerte como pudo hasta que yo, viendo que su necesidad era tal, la dejé respirar y tomar aire.

A pesar de lo mucho que le estaba costando retomar el ritmo respiratorio y de que desde lo más profundo de su garganta habían caído un buen par de chorros de baba, la diablesa no hizo ni un ademán de quitarse la venda de los ojos. Buena señal, pensé. Estaba lista para probar el nivel de su sumisión. Me acerqué a sus oídos y le hablé suficientemente alto para que me oyera nuestra amiga:

-Al principio muy bien, pero después... Al mínimo castigo te has rendido. A lo mejor tendría que ponerte como a tu amiga. Al menos ella sabe comer una polla como la mía. Ella tiene una garganta de oro. Quizá deba ponerte a ti en su sitio.

Al oír esto, la camarera pareció vislumbrar el fin de su tortura. Llevaba tiempo deseando volver a disfrutar conmigo y hoy, la verdad, había jugado mucho con ella. Con la boca amordazada y sus miembros atados, intentó provocarme abriendo sus piernas, haciendo todo lo posible para demostrarme que su coño estaba a mi entera disposición.

-No, por favor, no me cambies por ella –me rogó Mary-. Prometo hacerlo mejor, de verdad. No me cambies. Hazme lo que quieras, de verdad, soy toda tuya. No me castigues, por favor. Dame otra oportunidad.

A pesar de tener sus ojos vendados, su expresión denotaba verdaderas súplicas. Mi intención no era cambiarlas de sitio, al menos aún no. Pero quería que ella sintiera ese miedo y que se entregara totalmente. Para mi plan, era clave que ella no tuviera la más mínima tentación de desobedecerme, sobretodo porque quería mantener sus ojos vendados sin necesidad de atar sus manos.

-Bien –le susurré al oído-, ahora vas a comerme la polla como al principio hasta que me corra. Me voy a correr en tu boca. Tienes totalmente prohibido beberte ni una gota. Y ni se te ocurra dejar que se te escape nada. Quiero que eches toda mi leche en un vaso. ¿Entendido?

No me respondió con palabras, sino buscó mis manos, las llevó hasta su nuca y abrió su boquita, esperando que yo le hiciera que me la comiera.

-Tú solita. A ver si eres capaz.

Pilló mi polla por la base, la apuntó hacia delante y de un solo movimiento se la tragó enterita. Comenzó a darme una mamada tremenda. Subía y bajaba a lo largo de mi tronco cada vez más rápido, al mismo tiempo que la intensidad de sus succiones aumentaba. Niobe, mientras tanto, me imploraba con la mirada que reconsiderara mi decisión. Todo aquello la estaba poniendo malísima y desde el sillón podía ver perfectamente como dos ríos de flujo comenzaba a descender por sus piernas. Poco a poco, Mary fue logrando engullir mi polla un poco más vertical en cada acometida, hasta que logró mamármela hasta el fondo con la punta señalando el techo. Podía sentir como ahora era capaz de aguantar las arcadas en esa posición, porque cuando mi capullo pasaba como un arado por esa zona, a la diablesa le daba un pequeño tembleque. No tardó en llevarme hasta el orgasmo y se lo anuncié.

Ella solita colocó mi miembro de nuevo en posición horizontal. No era tonta y sabía que si se ponía a tragar con la boca hacia abajo corría el riesgo de acabar derramando algo. Lo que aún no sabía era cuán abundantemente nos corríamos los vampiros. Llevaba unas cuantas horas muy cachondo, porque llevar el control de los jueguecitos todo el tiempo precisamente me obligaba a aguantar más de lo que quisiera, así que la corrida que se avecinaba iba a ser de aúpa. El primer chorro fue tan abundante y espeso que hasta me dolió la polla al recorrerla para salir disparado hasta la campanilla de Mary. Sin tiempo a controlar el primer chorro, le llegó el segundo, el tercero, el cuarto, el quinto... todos directos a su garganta. La diablesa hacía verdaderos esfuerzos por no tragar nada, bloqueando su garganta y esperando que acabara de correrme para poder llevarse todo a la delantera de su boca. Pero claro, no se esperaba que yo aún siguiera corriéndome sin parar hasta soltarle una docena de chorrazos de leche en su garganta y llegó un momento que el lago de semen de su boca amenazaba con desbordarse, así que decidí soltarle los últimos disparos en su carita, decorándole su frente, nariz y mejilla. Mary se llevó una mano a la garganta y otra a la boca y se concentró en respirar por la nariz y evitar que yo me sintiera decepcionado a esas alturas.

Le quité la venda de los ojos y le acerqué un vaso de tubo. Lo cogió rápidamente y vació todo el contenido de su boca en el recipiente. Cuando hubo acabado, las dos compañeras de piso se cruzaron miradas de incredulidad. El vaso estaba lleno hasta más de la mitad. No podían dar crédito a lo que veían y buscaban en la otra la confirmación de que sus ojos no las estaban engañando. La camarera intentaba expresar algo pero la mordaza se lo impedía. Así que fue la diablesa quien tomó la palabra.

-No me lo puedo creer. Jamás había visto algo así y mucho menos tenerlo en la boca. Increíble.

Mientras seguía hablando, cogí otro vaso y dividí toda mi corrida en dos dosis iguales.

-Ahora quiero que te vuelvas a meter esto –le ordené alcanzándole uno de los vasos-, pero no lo tragues. Quiero que se lo lleves a tu amiguita y se lo regales.

-Pero el otro vaso para mí, ¿no? –me preguntó con carita de niña buena.

-Haz lo que te digo primero.

Se levantó y coquetamente tomó el vaso, para jugar con su lengüita por los bordes hasta que, abriendo la boca totalmente, lo dejó caer sobre su lengua desde un par de centímetros arriba. Dándome la espalda, avanzó hacia su compañera despacio, cruzando las piernas a cada paso, mostrándome el culazo sobre el que bailaba su tentador rabo. Al llegar junto a Niobe, comenzó a bailar sensualmente delante de ella, subiendo y bajando como sólo sabe hacer una go-gó, rozándose con ella, sobretodo poniendo especial cuidado de provocar que sus pezones se frotaran una y otra vez. Le quitó la mordaza sin dejar de bailar y acto seguido le agarró por los pezones, tirando de ellos con dos dedos.

-Vamos, hija de puta, ¿a qué esperas? –le soltó su amiga.

Mary se giró para ver si yo estaba atendiendo y agarrando a su amiga por las mejillas la hizo echar la cabeza para atrás y agacharse todo lo que podía con sus manos atadas para arriba. Se puso de puntillas en los pies y, manteniendo los labios haciendo un pequeño círculo, fue dejando caer toda mi leche en la boca de Niobe. Ésta recibió todo con sumo placer y no se movió ni un milímetro para no poner en riesgo la operación. Cuando Mary sintió que ya no quedaba nada dentro y le espetó un pedazo de morreo con lengua a su indefensa amiga. Niobe, por su parte, aprovechó la cercanía de su compañera para escaparse de su boca y lamerle el semen que aquella se había dejado en la cara. La rubia se apartó para atrás, tirando de los pezones de la morena aún más fuerte, justo cuando Niobe se tragó todo lo que había acumulado en su boca. Al instante, percibió como algo comenzaba a calentar aún más su cuerpo. Al ver como temblaba su amiga, Mary se acordó del vaso que a ella le tocaba y vino a por él. Cuando lo buscó en la mesa no lo encontró, pues yo lo tenía en la mano. Me miró con ojos suplicantes, pero no se atrevió a decir nada. Me levanté pasé a su lado y me puse al lado de la camarera. Rompí las ataduras de sus piernas y con una mano la levanté en el aire, poniendo su coñito apuntando para arriba. Niobe se agarró fuertemente a los pañuelos que ataban sus muñecas y me ayudó a mantenerla en el aire sin mucho esfuerzo.

-De rodillas. Ven gateando.

La diablesa se dio por enterada y obedeció. Gateó hasta que la mandé parar bajo las piernas de Niobe. Al levantar la vista nos encontró a la morena y a mí comiéndonos la boca el uno al otro. Ésta estaba tan cachonda que no se aguantaba quieta, tirando de los pañuelos para mantenerse en el aire y abriendo las piernas de par en par. Le puse la pelvis tan horizontal como pude y comencé a derramar el contenido lechoso del vaso por su coñito. La camarera me miraba incrédula, totalmente fuera de sí de la excitación. Por su parte, la diablesa esperaba la orden. Cuando vi que entre los hinchadísimos labios de Niobe empezaba a formarse una gota le dije un escueto "Puedes" a Mary. Y como alma que la lleva el diablo, nunca mejor dicho, hizo un escorzo arqueando su espalda hacia delante para, con la boca abierta y hacia arriba, atrapar el chorrito que había previsto que se iba a soltar del coño de su amiga. Un segundo después estaba comiéndole el chocho a Niobe como si su vida dependiera de ello. Yo, mientras tanto, situado a su espalda, mantenía las piernas de la morena bien abiertas, facilitando el acceso de su amiga para que la deleitara con el primer orgasmo que recibía de una mujer. Y vaya que sí lo iba a recordar. Menuda corrida que tuvo, temblando como un terremoto, provocando no sólo que yo tuviera problemas en mantenerla en esa posición, sino que acabó por arrancar el perchero metálico al que estaba atada.

No pude evitar que cayese al suelo, dándose un buen golpe en la cabeza. Mary se asustó un poco al ver que su amiga había perdido el conocimiento por el golpe. Pero yo sabía que no era así. No es que se hubiera desmayado, sino que estaba en una especie de Nirvana sexual. El orgasmo que le había arrancado su amiga había sido incrementado exponencialmente al haber degustado un buen chupito de mi fluido vampírico. En su cara, una mueca de felicidad lo confirmaba. Convencí a la diablesa de que no había de qué preocuparse, de que no había sido por el golpe, todo ello manteniéndole oculto, como hasta ahora, que aquello lo había provocado mi elixir inmortal. Y se despreocupó, pues acto seguido se me lanzó a comerme el cuello y el pecho. Más que mis explicaciones, era su ración de semen vampírico lo que le había hecho olvidarse de su compañera. Volvía a estar cachonda como una perra.

Yo no quería limitarme a echarles dos polvazos alternativamente a las dos. Ya me había descargado parte de mi tensión sexual y mis ganas de jugar habían renacido. Le ordené a la diablesa que se pusiera la venda.

-Vale –contestó al instante-. Pero dime que me vas a follar hasta que reviente.

-Tú calla y obedéceme.

No dijo ni pío y se dispuso a colocarse el pañuelo. Lo dobló con cuidado y se lo puso tapándose perfectamente sus ojos asido por los extremos. La rubia me demostró su total disposición a hacer correctamente las cosas cuando se ató la venda con doble nudo y con mucha fuerza, por lo que no fue necesario que yo tuviera que hacer ningún retoque. Ese detalle provocó un hormigueo en mi polla y con la ayuda de un poco de saliva y unos cuantos meneos, logré empalmarme en un minuto.

-Coge tus tetas y acércate de rodillas. Quiero que me hagas una cubana.

Mary se arrodilló, gateó hasta mí e irguió sus tetas con sus manos. Haciendo las veces de un sujetador, sus manos resaltaban sus tetas, apretándolas entre sí, convirtiendo su escote en un profundo valle entre dos montañas enormes, coronadas por dos pezones totalmente erectos. Situé mi polla entre sus pechos y a ella le sobró tiempo de ponerse a ascender y descender con mi palo como eje. Lo hacía con ganas, con muchas ganas. Estaba totalmente excitada. Por el nuevo juego y por todo lo anterior. Porque al taparle sus ojos, el tacto pasaba a ser su sentido principal y, con mi deseada polla entre sus tetas, estaba sintiendo un exquisito placer como nunca lo había experimentado. No había que olvidar tampoco los efectos afrodisíacos que tenía mi semen y que cada gemido que me arrancaba con su buen hacer era un aliciente para ella.

Después de las de mi novia vampiresa, la mejor hembra utilizando sus pechos que había conocido en mis siglos de vida, aquella gogó me estaba dando una de mis mejores cubanas. Llevaba un ritmo alto pero sin excederse y sabía muy bien lo que se traía entre manos. Una polla de mi tamaño le ofrecía la posibilidad de subir y bajar mucho más que lo normal, por lo que sus movimientos no debían ser tan cortos como con una polla normal. Utilizaba todo el cuerpo para moverse, levantándose sobre sus rodillas para después inclinar la espalda y sacar en culito (una maravilla, por cierto). Y ahí, en esa forma de moverse alrededor de mi polla era donde ella se lucía espectacularmente: tenía un flow mágico, un vaivén, una cadencia... con sus pezones erguidos, apuntando hacia mí, desafiantes.

Tras un buen rato hipnotizados por sus tetas reparé en que la diablesa se relamía sensualmente. Seguidamente pasó a morderse su labio inferior, rematando la jugada con unos suaves jadeos a ritmo de sus pechos. Un minuto después, le metí un dedo en la boca y lo recibió alegremente con su lengüita danzando a su alrededor, empapándomelo con toda la saliva acumulada al haber mantenido su boca abierta y jadeante. Cuando se lo saqué, un chorrito de saliva cayo directamente sobre mi capullo y ella, adivinando ciegamente mi complaciente sonrisa, dejó caer sobre sus tetas y mi polla el resto de saliva que albergaba en su boca. Sin perder un ápice el ritmo, la diablesa logró lubricar tanto mi polla como el canal entre sus pechos, logrando que el placer aumentara para ambos. Un ratito después la lubricación comenzaba a desaparecer por culpa del continuo e insistente roce y, de pronto, Mary tomó la palabra:

-Me he quedado sequita. ¿Por qué no me ayudas un poquito?

Dicho esto, colocó su boquita abierta y sacó su lengua apenas un par de centímetros sobre mi capullo. Tras unos segundos pensando, comprendí su invitación. Le cogí la cara, acariciándola para transmitirle mi gratitud ante la sorprendente cubana que me estaba dando. Me incliné un poco hacia delante y dejé caer poco a poco sobre su lengüita toda la saliva que había conseguido reunir. El circuito improvisado resultó correctamente diseñado y, después de resbalar sobre su lengua, mi saliva se fue desbordando hasta empapar mi capullo, con sus tetas en permanente movimiento, extendiendo la lubricación por doquier. El montaje fue tan perfecto que, por unos instantes, cuando la vanguardia de mi saliva ya había llegado al fin de su camino yo aún seguía dejando caer lo que aún me quedaba, formando un río desde mi boca hasta mi polla, pasando por su lengua y sus pecho. A partir de ahí, la diablesa comenzó a acelerar el ritmo y por poco acaba por hacer que me corriera. Le ordené que parase y en su carita se dibujó una sonrisa. Sabía que había pasado una prueba, y con creces.

Mientras me relajaba un poco se me ocurrió preguntarle si tenía algún juguete erótico. Me dijo que sí y le pedí que me lo trajera.

-Mira. Este es Satán –me dijo mostrándome una polla de látex de uno quince centímetros, de color rojo fuego y con un motor en la base-. Niobe tiene otro parecido, pero no es eléctrico. La verdad es que últimamente lo utilizo bastante. Me parece que le voy a comprar otro a la vecina.

-¿A la vecina? –pregunté.

-Sí, a la vecina. Tenemos una vecina que es vendedora de juguetes eróticos. Se hace un pastón la tía.

-¿Sí?

-Sí. Tiene un montón de clientas. Organiza "Cenas-Tupper Sex". Todos los lunes, martes y miércoles monta una reunión de mujeres, entre cinco y diez o más mujeres... y a veces también gays.

-¿Y tú fuiste alguna vez, preciosa?

-Sí, nosotras fuimos una vez. Y lo pasamos de puta madre. La verdad es que la tía se lo curra un huevo. Te organiza una cenita, con un montón de canapés y dulces. Y buen vino. La tía no repara en gastos vamos... Es una crack, así tiene la clientela que tiene. Un mogollón y además de todo tipo. Se nota que muchas veces vienen señoras de clase alta. Ella misma es de clase alta podría decirse. Vive como Dios, la cabrona. Trabaja de lunes a miércoles y el resto de la semana se la pasa en un chalet que tiene en el sur, donde a veces también monta alguna "reunión especial" con gente de mucho dinero que necesita discreción en estos asuntos.

Ahí a mí se me encendió una bombilla:

-Entonces, ¿ahora no está en casa? –dije tras mirar en un reloj de la pared que hace un buen rato que habían dado las siete de la mañana del domingo.

-No. Es más. Precisamente esta semana no debe de trabajar porque nos dejó las llaves para que le diéramos de comer al gato.

-Vamos a su casa. Coge las llaves.

-¿Qué dices? ¿ahora? ¿para qué? –me ametralló a preguntas.

-Vamos a ver si tiene algo que podamos utilizar y luego le dices que no pudiste resistir la tentación y se lo pagas. Yo te daré el dinero.

Mary dudó unos segundos y respondió:

-Vale. Pero entonces puedo coger lo que quiera.

Ante mi afirmativa, no tardó en volver con la llave. Me vio poniéndome el pantalón y me dijo que no había por qué, que la vecina vivía dos puertas más allá. Allí nos fuimos, totalmente desnudos, excepto por la llave que llevaba ella en su mano y el pitillo encendido en la mía. Controlando un poco que no nos fuéramos a cruzar con algún vecino, llegamos al interior del piso. Por las fotos en el recibidor, pude ver que la dueña era una madurita de unos 45 años, muy bien conservada, con una cara muy bonita, sin operaciones, y unas grandísimas tetas, estas sí operadas. Inspeccionamos toda la casa, incluso nos tomamos la libertad de comernos un par de manzanas del montón que tenía en la mesa de la cocina, confiando en que no se enterara y disfrutando con ello levemente del placer de robar. Sólo nos quedaba por comprobar una puerta junto a su dormitorio y vaya sorpresa nos llevamos al abrir.

Aquella habitación era una especie de almacén erótico, con estanterías por las cuatro paredes y dos grandes mesas en el centro. Un sinnúmero de juguetes eróticos poblaban tanto la vista que resultaba difícil fijarse en uno con tantos alrededor. Nos miramos asombrados y sin mediar palabra nos pusimos a explorar todo el material. Aquella madurita tenía de todo lo habido y por haber: consoladores de todo tipo de forma, tamaño, color y material; bolas chinas pequeñas grandes, de dos, tres, cuatro, cinco, seis bolas; un buen número de esposas, cordajes y arneses, unos más light y otros totalmente de bondage; trajes de látex, fustas, ropa interior de mil clases, desde la más minimalista hasta auténticos corsés de cuero, pasando por una lencería de exquisito gusto... Había cosas que ninguno de los dos sabíamos qué eran o cómo se utilizaban hasta que leíamos las instrucciones o algo informativo. Esa habitación era la 5th Avenue del sexo. Todo de excelente calidad y buen gusto, muy lujoso e inevitablemente caro.

Mientras comprobaba un juguete en forma de pajarillo, la diablesa me sorprendió por la espalda, metiendo un dedito entre mis nalgas. Me giré sobresaltado y ella se exhibió dándome la espalda tras separarse unos pasos para que la pudiera contemplar. Había aprovechado mi ensimismamiento para vestirse sigilosamente. Después de enseñarme sus preciosas nalgas con un fino tanga albergado en su interior. Se había puesto un sujetador de encaje negro adornado con una cinta de color lila que acababa en un lacito entre sus tetas. Desde la copa y las tiras, colgaban dos finas telillas igualmente negras pero con transparencias que rodeaban su figura hasta la cadera, con una apertura bajo el lacito, que se iba abriendo poco a poco hasta dejar descubierto su precioso ombligo. Movió sus caderas para llamar mi atención un poco más abajo y allí me topé con una verdadera sorpresa. El tanga que me pareció ver antes no era tal, sino que se trataba de un delgado arnés que sujetaba sobre su entrepierna una polla que rozaba los veinte centímetros. La gogó, que por entonces había perdido su diabólico rabito, mientras jugaba con su nuevo rabo de látex entre sus manos, me dio divertida:

-Va a flipar esa guarrilla. Toda la vida calentándome y después, siempre que intenté ir a por algo más, se hace la "amiga-hetero-indignada". A ver cómo se queja ahora cuando me la folle con esto. Si me dejas, claro...

Me acerqué hacia ella y, girándola, puse mi pene semi-erecto entre sus nalgas, pues con el numerito de su strap-on me había recordado a la deliciosa lolita hermafrodita y me había puesto cachondo. Acariciándole los pechos sobre su bonita pieza de encaje, empecé a besarle el cuello, en clara señal de agrado por su continua sumisión a mis deseos sin por ello convertirse en una estúpida esclava sin iniciativa alguna. De nuevo su boquita comenzaba a emitir jadeos al tiempo que se frotaba con su culito contra mi polla.

-Yo ya sé qué me quiero llevar. Coge lo que quieras y vámonos –le dije-. Lo que quieras, de verdad.

Mary empezó a coger todo lo que le había gustado, tanto para la fiesta que debía seguir como para otra ocasión:

-Esto para usar las dos –dijo tomando un consolador muy largo con un tope en el centro, perfecto para que dos tías se follen coños y/o culos al mismo tiempo-. Esto, para adornar sus tetazas –y pilló unas pequeñas pinzas doradas de las que colgaban tres cadenitas sujetadas a ambos lados-. Esto, para mí... y para ti, cuando me repitas la visita sorpresa –me anunció mientras me enseñaba un corsé rosa, muy del estilo Moulin Rouge-. Y no sé qué más, no quiero abusar tampoco y ya veo que tú ya tienes bastantes cosas pensadas. Prefiero dejarme llevar –terminó diciendo melosamente.

Lo primero que cogí le mostré de mis propias manos fue un collar de castigo (

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). Me acerqué a ella y le cogí de las muñecas de manera imperativa y ella no mostró resistencia. Se lo coloqué, apretándole lo justo para que le mantuviera el cuello erguido y las manos bien sujetas a su espalda. Por encima del agarre del cuello le puse otro pequeño collar de remaches metálicos (

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) con una anilla a la que sujete una correa metálica. Le bajé el arnés y en su lugar puse otro, un masturbador femenino que se trata de una pollita para introducir en su coñito con un arnés que la mantiene en su sitio asiéndose alrededor de sus piernas bajo sus nalguitas, mientras tú la haces vibrar con un motorcillo que se dirige con un mando a distancia (

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). Volví a ponerle el strap-on que ella había escogido, procurando que los dos aparatos le enganchasen bien y que uno no molestara al otro.

Me levanté y le besé mientras le acariciaba el culito. En el momento en que su lengua me demostraba que estaba totalmente concentrada en el beso, activé la vibración de la pollita interior, provocándole un escalofrío eléctrico por todo el cuerpo que la hizo separarse de mi boca para gritar ante la sorpresa. Allí estaba la gogó, vestida con lencería fina, esposada, atada al cuello, con una polla colgando de su entrepierna y un vibrador haciéndoles maldades en el coño. Estuve unos minutos jugando con las diferentes velocidades hasta haberla vuelto loquita del todo. Me arrodillé tras ella y, separándole la fina tira del arnés fálico, comencé a lamerle el culito. Mi intrépida lengua la pilló de sorpresa y dio un respingo para apartarse. De un tirón de la cadena la hice caerse hacia mí y la puse de rodillas. Ya que tenía sus manos a la espalda, no podía apoyarse en el suelo con otra cosa que con la cabeza. Una vez así, escupí en su cerradito agujero y le metí una tira de bolas chinas que había encontrado y que me parecían algo diferente a lo normal (

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). Mary no dijo nada, pero su gesto denotaba que poco le gustaban los jueguecitos en su culo. "En fin, pensé, no creerá que no le voy a follar el culo tarde o temprano...". Le mandé ponerse en pie y, no sin algunas dificultades, lo logró. Cogí las últimas cosas: un equipo de inmovilización para pies y manos que llevan unas ventosas grandísimas que se pueden enganchar en cualquier sitio o entre ellas y que son capaces de resistir cualquier intento de fuga (

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), un vibrador con forma de pájaro que estimula al mismo tiempo el clítoris con el pico y el ano con la cola, lo que me pareció muy original desde un principio y que funciona con mando a distancia (

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). Dudaba entre una fusta roja y un látigo larguísimo negro, así que me llevé los dos. Lo mismo hice con dos antifaces. Y lo último que pillé, también pensando en la camarera fue un bocado de látex y un corsé semitransparente de tul negro con dos bandas de flores bordadas en busto y vientre, con cuatro ligueros y unas medias a juego. Agarré a la rubia por la cadena y me la llevé haciéndole llevar todo a ella. Cuando ya salíamos de la habitación me dijo: "Ey, pásame eso, por favor" y se rió maliciosamente. Lo que me pedía era sin duda lo más perverso de todo lo que nos llevábamos y por supuesto acepté gustoso y lo añadí al cargamento que llevaba mi preciosa esclava rubia. El aparato en cuestión era un tremendísimo bocado con doble pene de látex de color negro (

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) , que lleva una correa que se pasa por detrás de la nuca. La pollita interior apenas mide unos seis centímetros, pero es más que suficiente para mantener a un sumiso con la boca cerrada. La exterior es más grande pero sin llegar a un tamaño exagerado.

Salimos de la habitación y de la casa. Ambos con una sonrisa de oreja a oreja, ya que nos lo habíamos pasado genial allí dentro "comprando" y sabedores de lo que se avecinaba. Durante el corto trayecto por el pasillo del edificio nadie nos vio y menos mal, porque imagínense el espectáculo para un vecino que se encuentre un hombre desnudo con una polla erecta de más de veinte centímetros con una jovencita esposada, con correa y que lleva colgando una strap-on. Al entrar nos encontramos con Niobe durmiendo donde la habíamos dejado. Apagué el vibrador de Mary para que no fuera torpe al ayudarme y juntos le pusimos el corsé y los amarres en tobillos y muñecas. La cogí en el aire y la llevamos hasta el ventanón del salón. La volvimos a poner con los brazos y las piernas extendidas haciendo aspas y la sujetamos al grueso cristal con las ventosas. Cuando le fui a poner el pajarito comprobé que seguía bastante empapada a pesar de llevar dormida una media hora. Menudo cañón que era la camarera, siempre cachonda perdida. Con la ayuda de sus propios jugos y con un dedito le introduje las bolitas de la cola de pajarito sin demasiado esfuerzo. Mientras, su amiga le besaba el cuello y la boca, haciendo que se despertar poco a poco. Comenzó a abrir los ojos, así que le di un tirón de la cadena a la gogó para atraerla hacia mí. Cuando la camarera empezaba a desperezarse del todo, activé los vibradores de ambas con bastante paciencia, provocando que se retorcieran de placer, sobretodo la morena, que le había pillado de sorpresa y, más aún, en el culo.

Las dejé descansar un poco bajando la potencia de los vibradores, le puse a Mary uno de los antifaces y la paseé por la habitación y le hice adoptar varias posturas, para que su amiga pudiera ver no sólo el strap-on que su la rubia llevaba y que, indudablemente, era para penetrarla a ella, sino también el que llevaba metido en el coño. Las acerqué y las besé alternativamente, hasta que junté sus bocas, algo que esta vez Niobe, lejos de desdeñarlo lo tomó con verdaderas ganas, con su lengua invadiendo la boca de su vendada compañera. Me llevé a Mary hasta el centro de la habitación. La dejé allí con la vibración un poco más fuerte. Volví hasta Niobe y tras besarla de nuevo le obligué a ponerse en la boca el bocado de látex en forma de barrita.

Me acerqué a la diablesa y puse una silla delante de ella. Me subí a ella haciendo ruido para que lo escuchara y no pensara nada raro y, tomándola por la cabeza, le obligué a tragarse mi polla. Debía tener muchas ganas porque la muy cabrona tragaba todo lo que le echaba. Unos minutos después, comprobando los envidiosos ojos de Niobe decidí obsequiar su aguante en el juego con un truco que le iba a encantar. Sin que Mary se diese cuenta, me puse a volar, doblando un poco las rodillas y levantando los pies de la silla, a la cual le di un golpecito y se cayó hasta quedar inclinada sobre el sillón sin haber hecho un solo ruido. Los ojos de la camarera estaban a punto de desorbitarse contemplando la escena. Ella esposada de pies y manos y pegada a un ventanal por el que cualquier vecino podía disfrutar de su precioso culito desnudo. Su amiga esposada y sometida con correa, con los ojos vendados y un ser (del que por entonces empezaba a pensar que no era humano) que le estaba follando la boca con todas sus ganas mientras se mantenía flotando en el aire. Y mientras intentaba pensar en ello fríamente, comenzó a sentir una eléctrica ola de placer que, partiendo de su clítoris y su culo, se unían en su interior llevándola al borde de otro orgasmo.

Cerré los ojos mientras disfrutaba de la mamada de la diablesa y comencé a pensar en que aquellas dos amigas tenían un verdadero demonio sexual dentro. Podría haber utilizado otra de mis habilidades vampirescas para hacer sucumbirlas al deseo, como las mortales que eran. Clavando mis ojos en los de un mortal puedo lograr que se vuelva una marioneta, pero sólo lo hago en casos extremos. Prefiero llegar al punto en el que estábamos sólo con mis armas seductoras y el inevitable perfume que sudo. La última vez que tuve que echar mano del embrujo visual fue durante un encargo especial de uno de mis jefes. Tuve que conseguirle una jovencita, hija de un dueño de una de las empresas más importantes de España. Lo complicado es que, después de no sé qué experiencia malísima, se había metido a monja de clausura con sólo veinte añitos. Y tras varias noches colándome en su celda y manejando sus sueños, no me quedó más remedio que usar mi fuerza visual para dejar que me metiera entre sus piernas sin armar un escándalo. Y claro, como no la podía desvirgar porque mi jefe la quería para él, le tuve que hacer una comida de coño. Y la muy zorrita gritó tanto cuando sintió el primer orgasmo de su vida, que me vi obligado a morderla y sacarla de allí volando.

Al abrir los ojos, algo complicado dado el trabajito bucal de la rubia, me miré en un espejo. Que no os extrañe, porque la mayoría de razas de vampiros nos reflejamos en los espejos igual que cualquier mortal. Al ver mi cara sudada sólo pude sonreírme y pensar en lo mucho que quedaba por jugar y lo bien que me lo iba a pasar con dos hembras así. Mortales, sí; pero unas pedazo de cachondas de las que dan juego de verdad.