Diario de un vampiro (7)

Este capítulo comienza donde se quedó el anterior: con la go-gó diablesa entrando en casa, después de que la camarera haya desfallecido en un orgasmo terrible.

Hola a todos:

Les recomiendo que lean los capítulos anteriores para una perfecta comprensión de este texto; al menos, la primera parte, para poder entender algunas cosas que os parecerán extrañas. Espero sus comentarios y críticas.

Aproveché mientras la diablesa se fue a la cocina a coger algo a la nevera para deslizarme sigilosamente hacia la habitación y ponerme los boxer. Ya lo tenía decidido: iba a jugar con esa rubita infernal, pero tampoco era plan de que me encontrara totalmente desnudo.

Tras comprobar que la camarera seguía profundamente dormida, salí de la habitación, encontrándome a la diablesa frente a frente.

-¡La ostia puta, qué susto! –exclamó.

-Shuuuuu, no grites, que tu amiga está durmiendo. Creo que llegó bastante colocada del curro. Y bueno, ya que me dejó un poco a medias, pensé que me podía fumar unos porritos y ver la carrera de Fórmula 1 aquí, porque ya no me va a dar tiempo a llegar a casa. Pero bueno, entiendo que te hará sentir incómoda tener un desconocido en casa, así que mejor me voy.

-Bueno, tampoco hace falta, hombre –contestó la go-gó-. A mí me encanta la Fórmula 1 y bueno, ando sin porros... Así que si me invitas a uno te dejo que te quedes.

-Te dejo un porro para ti y me voy, no quiero molestar –le respondí haciéndome el loco.

-¡Qué va! No seas tonto. Quédate –insistió-. Así me haces compañía, que vengo un poco colocada y no me voy a dormir ni nada. De hecho, fumar un porro con... con...–se quedó sin habla, desconcentrada, mirando mi torso desnudo hasta llegar al abultado boxer- ...con alguien a quien también le gusta el automovilismo...

Ella misma se dio cuenta de que a mí no se me había escapado su miradita y que el comentario había sonado más bien estúpido. Así que intentó no quedarse callada:

-¿Quieres algo de beber?

¡Ah, tengo whisky!

¿Tú bebes whisky, verdad? ¿Te pongo uno, no?

Le respondí que sí y mientras se preparaba un par de bebidas, me hice un porro de huevito. Al llegar, se acercó y me dijo que se llamaba Mary y me dio dos besos muy rápidamente, le rulé el porro y cogí mi whisky.

-¡Aaaaaaaahhh, qué rico! En esta casa hace mucho calor, ¿no? –le pregunté, y acto seguido me pasé el cubata por la frente y luego por el pecho, refrescándome. Ella no perdió detalle y cuando levanté la cabeza vi como ella seguía con la mirada una gota que resbalaba por mi abdomen-. Esto... perdona. Qué maleducado soy. Voy a ponerme algo más de ropa.

-Nooooo, qué va, no hace falta, hombre! –se apresuró a aclarar-. Con el calor que hace aún estando la ventana abierta... No hace falta. Podré resistirme, no te preocupes -acabando sus palabras coquetamente con un guiño de ojo.

Me devolvió el porro cuando justo había acabado el warm up y ya estaban todos los pilotos preparados en sus puestos.

-Joder –se quejó Mary-. Ya va a empezar y aún no me cambié de ropa. Ahora me quedo a ver la salida y me cambio luego. Por cierto, ¿tú con quien vas?

-Yo con Alonso –le dije-. ¿Y tú?

-Yo Ferrari. A mí me pone mucho el rojo y particularmente el "rojo ferrari". Es ver y oír un Ferrari y se me erizan los pelos...

Comenzó la carrera y parecía que la diablesa en verdad estaba colocada. No paraba de gritar, lo flipaba con todo, se levantaba del asiento cada dos por tres, cogía el cubata, bebía, lo dejaba en la mesa, cogía el porro, le daba un par de caladas apuradísimas y vuelta a gritar y a flipar... Había pasado un cuarto de hora y ni se había acordado de cambiarse. Y estaba buenísima así vestida. Seguro que estaría igual de cachonda con ropa normal, pero con ese disfraz... qué cachondo me ponía. Era hora de empezar a excitarla.

Le dije de ir a poner otros cubatas y le pareció una idea estupenda, así que se dirigió a la cocina y yo fui detrás de ella. Qué culazo, madre mía. Y con ese rabito danzando en el aire al ritmo de sus caderas... En la cocina aproveché para estar más cerca de ella y así facilitar que mi fragancia vampírica llegara a sus fosas nasales. Encendí el porro, se lo di y tomé la iniciativa. Le cogí la bolsa de hielo y en lugar de poner un par de ellos en cada vaso, los vertí en un tazón y me lo llevé al salón junto a los dos vasos y la botella. Ella me sonrió aprobando mi acción y nos fuimos a ver el Gran Premio. Una vez allí, en vez de volver a mi sitio, me senté en el mismo sillón que ella, a su lado. Nos pusimos a hablar y dejamos un poco de lado la carrera. La conversación fue girando hacia la discoteca, la noche, su trabajo, su amistad con Niobe, lo que ella aprovechó para preguntarme sobre lo que había pasado esa noche.

-Antes dijiste que Niobe te dejó a medias, ¿no? ¿qué pasó? ¿se quedó dormida en el coche?

-No, se quedó dormida aquí –le respondí.

-Pero antes o después de... –inquirió.

-Después para ella y antes para mí –le dije mintiéndole a medias.

-¡Vaya guarra la tía! –exclamó Mary-. A mí rallándome toda la noche con que iba a echar un polvazo que iba a temblar la ciudad, diciéndome que la habías dejado toda cachonda en el descanso y que pensaba llegar y follarte hasta que dijeras basta. ¡Y va y se te queda dormida después de correrse ella solita...

-Pues ya ves...

-Qué tonta... A mí eso no me pasaría. Yo siempre acabo lo que empiezo. Garantizado. Es lo que tenemos las diablesas...

-Je, je, je –me reí-. Ese traje te queda de maravilla. Y el rabo, parece de verdad cuando caminas –y diciendo esto le ofrecía una mano para que se levantara a demostrarlo, invitación que aceptó gustosa.

Se puso de pie y camino sensualmente haciendo un círculo alrededor de la mesa hasta pasar a mi lado y, con un golpe de cadera, me dio con el rabo en la cara y se sentó a mi lado, muy cerquita y mirándome a los ojos.

-Tiene que ser un suplicio ser una diablesa –le dije-. Todo el día caliente...

-No lo sabes tú bien –me contestó desafiante. Me acerqué a su boca y justo antes de besarla me escapé hasta su oreja y, casi rozándola con mis labios, le dije susurrando:

-Pues vamos a tener que hacer algo para bajarte un poco la temperatura, ¿no crees?

Me moví de manera que su boca y su nariz se encontraran a menos de tres centímetros de mi cuello, provocando que acabara inspirando profundamente el olor que, sin ser consciente, tanto la embriagaba. Entonces, con la puntita de mi lengua rocé el lóbulo de su oreja, lo que le hizo echarse hacia atrás, dejando caer su espalda sobre el respaldo del sillón. Extraje un hielo a medio derretir de mi cubata y, aprovechando su postura, se lo fui restregando suavemente por su cuello. Poco a poco fui bajando por sus pechos haciendo "eses", dirigiéndome hacia el canalillo que formaban sus tetas con el corpiño. Entonces dejé el hielo posado justo en ese pequeño hueco, consiguiendo que Mary respirara profundamente. Luego, llevé mi mano al interior de sus mulos y le acaricié una pierna, lo que le hizo dar un respingo y el hielo se cayó hacia delante. Ella no reparó donde había caído y se limitó a mirarme y decirme:

-Estás siendo malo.

Y de pronto, al moverse hacia delante, sintió un frío estremecedor en su coño, pues el hielo había resbalado por el corpiño hasta acabar colándose entre el sillón y las braguitas. Se levantó con toda rapidez y se llevó la mano a su braguita y, sin pensarlo, se frotó un poquito para quitarse el frío. Al darse cuenta de que se estaba frotando el coño delante de mí, se quedó cortadísima. Aproveché el momento para ponerme a hacer un porro y así hacer un descanso en el ataque para desconcertarla un poco. Se me quedó mirando como una tonta, por lo que le convidé a que pusiera otros cubatas. Se puso a prepararlos de pie, cuando podía hacerlo sentada si se estiraba un poco, pero ella quería recuperar un poco de terreno en el juego poniéndome su riquísimo culito delante de mi cara, sin olvidar el tema del rabo, que era mi debilidad a esas alturas de la noche. Pude fijarme en que alrededor de la braguita tenía una cinta roja totalmente mimetizada con la prenda interior que, justo encima de la unión de sus nalgas disponía de un enganche para el rabo. Con la excusa de alcanzar mi vaso, se colocó con una pierna suya entre las mías, así que para dejarla maniobrar me recosté un poco sobre el sillón con mi pierna sobre él. Acabó de poner los whiskies y se sentó casi encima de mí, ocupando los dos cuerpos sólo la mitad del sillón. Mientras terminaba de currarme el porro, ella no dejaba de mirarme.

-Uy, pero si estás sudando –comentó-. A ver, deja que te ayude.

Cogió un hielo del tazón y comenzó a moverlo sobre todo mi torso y abdominales. No estaba siendo muy original, pero me hizo difícil acabarme el porro y fue divertido para ambos. Encendí el canuto y la besé por sorpresa, pasándole todo el humo de mi boca a la suya. Pareció gustarle porque, sin dejar de jugar con el hielo en mi cuerpo, el cual ya empezaba a estar bastante mojado al igual que el cubito se iba derritiendo, me pidió otra calada. Le acerqué el porro, pero me dijo:

-No, la quiero de tu boca.

Lo hice y tras darle todo el humo comencé a jugar con su lengua, lo cual la puso a cien y forzó lo máximo el beso hasta que tuvo que apartarse para expulsar el humo. Llegado a ese momento, se abalanzó sobre mí. Dejé el porro como pude encima del cenicero y le ayudé a colocarse alrededor de mis piernas. Comenzamos a enrollarnos cada vez con más ansias. Yo no dejaba de acariciarle el culo y la espalda y ella hacía lo propio con mi rostro y mi torso. Yo acabé deslizando una de mis manos a su entrepierna y estaba mojadísima. La braguita estaba totalmente empapada y casi podía meterle un dedo en su rajita de tan abiertos que tenía ya los labios aún con la tela de por medio. Ella empezó a gemirme al oído y a decirme lo muy cachonda que estaba y las muchas ganas que tenía de follar. Se separó de mí un poco para poder ver mi bulto bajo el boxer. Ya casi estaba empalmado del todo y la polla se me retorcía hacia arriba y la izquierda, casi asomando ya por fuera. Comenzó a acariciarme la polla y a sopesar su tamaño con el tacto.

-Vaya tiburón que tienes ahí dentro.

-Cuidado, no te vaya a comer –le dije.

-¡Ja! Me parece que voy a ser yo quien se lo va a comer a él –contestó lascivamente, al tiempo que me bajaba el calzoncillo.

Al vérmela, sus ojos se abrieron de asombro, pero también de gusto:

-¡Dios mío, pero qué cosa tienes ahí! Te voy a tener que castigar por habérmelo ocultado... Es mi obligación como diablesa enterrar en algún sitio muy profundo ese pedazo pecado que tienes ahí...

Quiso arrodillarse entre mis piernas pero se lo impedí y le ordené que se quitara la ropa. Mientras bajaba lentamente la cremallera del corpiño de cuero se puso a hablar:

-Y dime, qué pasó para que la muy zorra de mi amiga se quedara dormida. Porque es algo que me llevo preguntando desde que te he visto en boxer, pero ahora que también he visto ese pedazo de carne que tienes ya no me lo explico –y justo en el momento en que yo le iba a responder, dejó caer el corpiño al suelo.

Lógicamente no llevaba sujetador por lo que sus tetas saltaron libres, por fin aliviadas de su prisión. Qué tetas tenía... menudo maravilla. Eran aún más grandes de lo que se suponía dentro del corsé. Estaban operadas, pero dios mío, al cirujano que la operó debían hacerle un hueco en toda enciclopedia de historia del arte. Soporté la gran tentación de llevármelas a la boca y, manteniendo el control, respondí a su pregunta:

-Se ve que venía tan caliente que con sólo jugar un poco con ella y hacerle un dedo se corrió estrepitosamente. Pensé en dejarla descansar y cuando me di cuenta, estaba dormida.

-Pues vaya deditos que debes tener, cariño. Y ella, menuda guarra –me dijo mientras bajaba sus braguitas a través de sus piernas, agachada sobre mí para ocultarme su coñito justamente con sus tetas-. Vaya calientapollas que está hecha. Un dedito y a dormir. Pues yo te aseguro, guapo, que esta diablesa te va a dar todo lo que tiene más lo que no te dio ella.

Dicho esto, se irguió y me mostró su coño totalmente depilado:

-El rabito no me lo puedo quitar, porque soy una diablesa de verdad –me espetó. Me encantó que jugara con eso, sobretodo porque quería follármela con el rabito puesto. Acto seguido, llevó sus manos a sus piernas y las subió lentamente hasta sus pechos y los fue apretando poco a poco hasta estrujarlos. Se pellizcó los pezones y me dijo:

-¿Qué quieres? Empezar por aquí... –y bajó sus manos por su vientre hasta su coñito, abriendo sus labios con los dedos,- ...o por aquí...

Mi respuesta instintiva fue escoger ambos. Con una mano le agarré uno de sus pechos y comencé a lamerle y chuparle el pezón, mientras que con la otra empecé a frotarle el coño. Sus labios se abrieron inmediatamente invitándome a pasar hasta su clítoris. Al llegar a él, Mary se puso a gemir. Eran unos gemidos largos que me encantaban, que empezaban con un gritito que iba descendiendo y parecía que no acababa nunca, hasta que tras un corto silencio emitía uno nuevo.

-Vamos, guapo, méteme los dedos –me pidió-. Enséñame qué cositas haces con ellos.

Dicho y hecho. Primero le metí uno, que se coló dentro sin problemas. Lo saqué y metí dos y repetí lo mismo con un tercero. El chapoteo que se oía al entrar y salir, dejaba a las claras lo mojadísima que estaba por dentro. Tras sopesar brevemente las opciones, decidí quedarme con dos deditos y empecé a moverlos rítmicamente buscando su punto G. Gracias al movimiento de sus piernas pude encontrarlo y una vez ahí, comencé a mover los dedos cada vez más rápido. Ella se agachó para besarme, pero más que eso, lo que hizo fue comerme la boca y clavarme su lengua cuanto más dentro mejor. Qué bien lo hacía la hija de puta. Me estaba poniendo a mil con su boquita y tras un par de minutos así, se apartó y, con sus manos, me ofreció los dos pechos para que los disfrutara a mi gusto, primero el que aún no había probado y luego el otro y así alternativamente. Como ella ya sujetaba sus tetas por mí, aproveché mi mano libre para masturbarle el clítoris y, a partir de ahí, sus antiguos gemidos pasaron a la historia:

-Ooooohhhhh, sí, cabrón –me gritaba delante de la cara y mirándome a los ojos-. Qué gusto me estás dando. ¡Qué dedos tienes, cabrón! Cómo me lo haces...

La diablesa se agachó como pudo y agarró mi polla, que a esas alturas ya estaba erecta totalmente. Comenzó a pajearme apresuradamente pero yo se lo impedí y le quité la mano:

-Espera, preciosa, déjame a mí sólo dos minutos demás.

A pesar de su mohín de desaprobación, ante la impasividad de mis dedos, se dejó llevar de nuevo por la ola de placer que le invadía. Seguí clavándole dos en su punto G, mientras que con la otra mano le frotaba el clítoris de un lado a otro. La intensidad de mis dedos en su interior se fue acelerando hasta convertirse en un mete- saca frenético que la llevó al borde del orgasmo y entonces, de repente, se los saqué de un tirón, haciendo que se estremeciera y doblara un poco las rodillas. Mientras le mantenía el clítoris apretado con el índice y el pulgar, aproveché la mano ahora desocupada, chorreante de sus jugos internos, para coger un hielo de la mesa. Volví a masturbarle el clítoris de derecha a izquierda, tan rápido como podía, y en ese punto ella se desbocó totalmente:

-¡Aaaaaaaaaaaaaah! ¡Aaaaaaaaaahhhhhh! Me voy a correeeeeeeeeer. ¡No pares! Me voy a correr, no pares, por favor. ¡No pares!

Y en ese preciso momento, en el que el orgasmo parecía inevitable, le introduje el hielo en su coño, clavándoselo hasta el fondo con la ayuda de un dedo. Ella emitió un último grito y se estiró hasta ponerse de puntillas, pero de pronto el inmenso frío se le expandió por todas las terminaciones nerviosas que tenía concentradas en su orgasmo y se quedó petrificada, con la boca y los ojos tan abiertos que parecía imposible que no estuviera gritando. Dos segundos después se cayó hacia mí e intentó quitarse el hielo de su interior, pero yo se lo impedí. Le agarré las manos, se las puse por detrás de su culito y allí las mantuve quietas a pesar de sus esfuerzos, atadas por una de mis manos a la altura de sus muñecas. Retorné a ocuparme de sus tetas y su clítoris.

-¡Quítamelo, quítamelo! –gritaba como una loca-. ¡Suéltame, déjame sacármelo! ¡Me está matando por dentro! ¡Suéltame! ¡Quítamelo!

Hice caso omiso a sus palabras y no sólo eso, como no paraba de moverse y con mis manos ocupadas, me resultaba imposible comerle bien las tetas, le mordí un pezón y lo mantuve atrapado entre mis dientes. El mordisco debió repartir un poco el dolor y dejó de gritar pidiéndome que le quitara el hielo y ahora sólo gritaba sin más mientras se mantenía quieta. Entonces dejé su clítoris para meterle dentro los dedos. Un chorro de agua helada resbaló por mis manos y pensé que realmente aquello la debía estar matando por dentro. Comprobé que el hielo estaba ya derretido a la mitad y parecía que la terrible sensación del principio había bajado considerablemente, por lo que moví con mis dedos el pequeño cubito, llevándolo de una pared a otra de su vagina. Sus exclamaciones y sus ruegos volvieron a invadir toda la habitación. En cuanto saqué mi mano, ella aprovechó para abrirse de piernas e intentar expulsar el hielo con su músculo pubococígeo. Pero ella no contaba con mis planes y yo aproveché la coyuntura para traerla hacia mí y apunté mi polla a su rajita. Con la ayuda de mi mano, conseguí asomar la punta en el interior y la solté del todo. Ella ni pudo ni quiso evitarlo y se dejó caer hasta clavarse mi polla hasta el fondo.

Agarrándola por su precioso culo, marqué el ritmo de su cuerpo para que ascendiera y descendiera sobre mi polla de 23 centímetros. Notaba el frío gélido del hielo justo en la punta de mi polla, pero tenía tantas ganas de follármela durísimo que, si bien al principio me resultó un poco molesto, enseguida comencé a disfrutar con la mezcla de ambas sensaciones. Ella me clavó sus uñas en los hombros y me dijo con una sorprendente voz baja:

-Eres un hijo de la gran puta. Nunca había sentido algo tan chungo, cabrón. ¡has sido muy malo conmigo!

Aprovechando mi distracción, con un rápido movimiento, sacó mis manos de sus nalgas y me las llevó sobre el respaldo del sillón justo detrás de mi cabeza. Me miró con unos ojos que transgredían el límite del odio y se abalanzó sobre mi boca y me mordió un labio fuertemente, tirando de él hacia atrás tanto como pudo hasta que se le escapó, no sin antes haberme hecho sangrar. No me dio tiempo a reaccionar pues ella se puso a cabalgar mi polla como si le fuera la vida en ello. Agarrada con sus dos manos en mi nuca, alternaba series de saltos en los que se sacaba mi polla del todo para dejarse caer otra vez sobre ella, con series de golpes de cadera de atrás hacia delante, frotándose el clítoris contra mi vello púbico como si quisiera hacer fuego. No dijo ni una palabra ni gimió ni nada. Sólo me cabalgaba frenéticamente, mirándome a los ojos directamente. Yo llevé mis manos a sus pechos, porque su baile ante mis ojos era demasiado como para resistirse, pero ella, sin dejar de follarme, me las quitó, y me las volvió a colocar tras la nuca. Incrementó aún más si cabe su ritmo y, de repente, me soltó una bofetada de la ostia en la cara. Antes de que pudiera decir "esta boca es mía", me dio un nuevo bofetón con la otra mano. En un segundo, volvió a agarrarme las manos por detrás de la cabeza, no lo suficiente como para mantenerme quieto, pero se lanzó contra mi boca con su lengua y no pude hacer otra cosa que dejarle hacer, porque realmente me estaba dando una follada increíble.

Siguió dando todo y más. Parecía imposible que una mortal se moviera de esa manera tan violenta tanto tiempo seguido sin desfallecer. Definitivamente, era una máquina sexual diabólica, no cabía duda. Dejó de comerse mi boca para, totalmente fuera de sí, lamerme la cara, hasta que no pudo más y el orgasmo la invadió completamente:

-¡Aaaaaaaahhhhhhhhh! ¡Me voy a correr! ¡Dios mío, me voy a correr! ¡Es demasiado, es demasiado! ¡Oooooooohhhhhhhh, me voy a correr muy fuerte! ¡Muy fuerte! ¡Increíble! ¡Me corro, me corro! ¡Joder, cómo me corro! ¡En mi vidaaaaaaaaaaaaaa! ¡Córrete tú tambiééééééén! ¡Quiero toda tu leche dentro!

-¡Córrete tú que yo quiero correrme en tu boca! –le grité.

-¡Sí, en mi boca, en mi boca, sí! –respondió poniendo el grito en el cielo-. ¡Ooooooooooooooooohhhhhhh, me estoy corriendo! ¡Dioooooooooooooooosssss, cómo me estoy corriendo! ¡Me corroooooooooooo como en mi puta vidaaaaaaaaaa!

-¡Qué hijos de la gran puta! –se oyó exclamar desde el umbral de la habitación de Niobe. Allí estaba ella, de pie, totalmente desnuda y con cara de pocos amigos. Mientras tanto, la diablesa seguía embistiendo con sus caderas, echando hacia atrás lentamente su cuerpo, para volver a clavarse mi polla con golpes secos.

-¡Joder, joder, joder!

¡Aún me sigo corriendo, la ostia! ¡En mi puta vida! ¡En mi puta vida me he corrido así! ¡Dios, qué orgasmo! ¡Qué pedazo de corrida!

Yo mantenía mis ojos en Mary, disfrutando de la locura que estaba viviendo con el pedazo polvo que estábamos acabando. Con el rabillo del ojo veía la indignada cara de su compañera de piso.

-¿Queréis parar ya, hijos de puta? No sólo me despertáis con vuestros gritos sino que os importa una mierda que esté aquí delante.

Yo no pude más que reírme y fue la propia diablesa quien tomó la palabra:

-Oye, bonita, si tú no fueras una estrecha que se queda dormida después de que le hagan un dedo, esto a lo mejor no hubiera pasado –y tras decir esto, volvió a moverse sobre mi polla, aún totalmente erecta.

Esto enervó aún más a la camarera:

-Eres una hija de puta. Levantarme así el rollo. ¡Eres una falsa! No me quedé dormida, me desmayé, pero no sólo por un dedo, gilipollas. No tienes ni puta idea de lo que hablas. Te lo habrás follado, sí, pero no tienes ni idea de quién es.

Yo había mantenido mis habilidades vampíricas totalmente ocultas a los ojos de la diablesa, así que temía que Niobe se fuera de la lengua. Viendo que Mary ya iba a responderle otra vez, decidí que tenía que parar esa discusión. Pero de pronto se me apareció una idea cojonuda. Le conté al oído a Mary el plan que se me acababa de ocurrir y ella me dijo:

-Vale, me parece bien, jejeje.

Se desempaló de mi polla, no sin recrearse, viendo como sus líquidos descendían por mi tronco mientras ella ascendía, al tiempo que su enojada compañera no perdía detalle de la acción. Se levantó y se dirigió hacia ella.

-Perdona, tienes razón. Me he pasado. No he podido resistirlo.

Aprovechando que su amiga había bajado la guardia oyendo sus disculpas, se metió tres deditos en el coño y extrajo la mayor cantidad de flujo que pudo.

-Perdóname –volvió a decirle mientras le abrazaba.

La camarera se quedó boquiabierta. En parte por el corte de que su amiga le estaba pidiendo perdón humildemente y en parte porque había dos cosas que le estaban turbando el cuerpo. Una era el contacto de sus tetas con las de su amiga, con sus cuatro pezones totalmente erectos en contacto, los de ella por la excitación de la discusión y el frío de levantarse desnuda y los de su amiga porque, a pesar del orgasmo de su vida, aún seguía cachonda como una perra. La otra era que, mientras correspondía al abrazo de su amiga, me había visto a mí levantarme, blandiendo mi empalmadísima polla con una mano, haciendo que creciera y volviera a su tamaño original una y otra vez a espaldas de su compañera. Entonces, de repente, su amiga le dio dos besos, cada cual más cerca de su boca, provocando que Niobe, presa de su excitación, abriera la boca instintivamente. Esto lo aprovechó la diablesa para meterle sus dedos empapados con su líquido en la boca. Niobe, en cuanto sintió el sabor de los dedos de su compañera, se echó hacia atrás y comenzó a gritarle:

-¿Qué haces, guarra? ¿Qué te crees, que me voy a unir a vosotros para follar los tres juntos? ¡Estás loca! ¡Eres una puta y una estúpida si crees que voy a hacer algo contigo, zorra!

Cuando se quiso dar cuenta, yo la tenía atrapada entre mis brazos y Mary había ido corriendo a su habitación a buscar lo que yo le había mandado. Volvió con cinco pañuelos de diferentes tamaños, algunos bastante largos, de más de metro y medio. Atamos uno a sus muñecas por un cabo y por el otro lo enganchamos en el perchero que había en el salón junto a la puerta de entrada. Era metálico y estaba sujetado por dos brocas bien grandes que invitaban a pensar que aguantarían sus esfuerzos de soltarse. Una vez bien agarrada dejamos que se moviera y, en efecto, por más que se movía el perchero tenía toda la pinta de resistir. Mientras no dejaba de insultarnos, nos conseguimos hacer con sus piernas y abriéndoselas al máximo pero de manera que no le fuera a resultar muy incómodo, las atamos con otros dos pañuelos, una a un pequeño pero pesado sofá y la otra a la mesa comedor. Por más que se esforzaba no podía hacer nada para moverse demasiado. Lo último que hicimos fue amordazarla con otro pañuelo y así por fin dejamos de aguantar sus improperios.

-¿Y ahora qué? –me preguntó la diablesa.

Le puse el último pañuelo que nos quedaba tapándole sus ojos y, al tiempo que le acariciaba suavemente su coñito, le dije:

-Ahora te vas a poner de rodillas y te vas a comer mi pollita hasta que me corra en tu boca. Y luego vamos a follar delante de nuestra amiga hasta que esté tan cachonda que o nos ruegue que la dejemos participar o se vuelva a desmayar.

La diablesa se rió con ganas mientras se ponía de rodillas y comenzaba a engullir mi polla haciendo verdaderos esfuerzos para comérsela entera desde un principio.

Continuará...

Agradezco mucho sus comentarios. Saludos a todos.