Diario de un vampiro (2)
Segunda parte de la serie en la que nuestro vampiro protagonista prueba a una joven candidata.
DIARIO DE UN VAMPIRO 2.
Salimos del local y nos dirigimos al aparcamiento. Ella venía detrás, callada, a un par de metros de mí. Parecía que ahora que se acercaba el momento le había entrado algo de vergüenza o de miedo. Cuando llegamos junto a mi coche, un Mercedes SLK de color negro y con los cristales tintados, me dijo:
-¿A dónde vamos?
Me acerqué a ella, la empujé contra el coche y comencé a besarla de un modo muy apasionado, atacando su lengua con la mía. Durante unos segundos le acaricié su apetitoso cuello, luego bajé a sus pechos y jugué con mis manos alrededor de sus pezones hasta que viendo que, sin haberlos apenas rozado, estaban ya durísimos se los pellizqué. La chiquilla emitió un gemido tan fuerte que retumbó por todo el garaje a pesar de que tenía su boca totalmente atrapada por la mía. Acto seguido llevé mis manos a sus piernas, a la altura de sus rodillas, y las subí rápidamente por sus muslos hasta llegar a su tanguita, el cual arranqué con mis dos manos. La niña estaba tan empapada que me salté todo tocamiento previo y le hundí dos dedos en su coñito. Entonces le dije al oído:
-Si te portas bien y eres tan caliente como parece, te voy a llevar a una nueva vida.
Sus ojos clavados en los míos estaban desorbitados, sus gemidos totalmente apagados por una respiración frenética que no era quien de controlar. Aceleré el ritmo de mis dedos, hurgando con fuerza en su punto G, hasta que, con mi otra mano, le apreté el clítoris, provocándole un orgasmo fortísimo que le arrancó un grito que se oyó por todo el aparcamiento. Tuve que sujetarla para que no se cayera y la llevé hasta su asiento, mientras ella no paraba de estremecerse en un orgasmo que aún le duraba. Mientras le ponía el cinturón, mi cuello quedó a la altura de su cara, lo que ella aprovechó para mordérmelo. Me aparté dolorido y antes de poder increparle, me dijo:
-Vamos, fóllame. Fóllame ya. Hazme tuya.
-Je, je, je. Tranquila, chiquilla, aquí hay mucha gente. Vamos a ir a mi casa.
-No, no, no. Fóllame aquí mismo, ya. No puedo aguantar. Quiero que me folles, hazme lo que quieras. Poséeme, perviérteme...
Cerré la puerta y mientras daba la vuelta al frontal del coche reflexioné sobre que era normal que la niña estuviera cachonda al sentir mi embriagador olor, muy intenso por mi recién polvazo con la camarera, pero ¿tanto? Lo de esta niña no era normal. Cuando ya había sacado el coche de la plaza del aparcamiento y me disponía a salir de allí, un vigilante con la linterna encendida (algo absurdo porque el garaje no estaba mal iluminado y las luces de mi coche se comían a la de su aparatito), en medio del camino, me ordenaba que saliera del coche. Viendo lo nervioso que estaba y oyendo, malamente por la música de mi coche, lo que decía, parecía que, alertado por los gritos de la niña, y viendo que ella rondaba los dieciocho y yo los 30, había acudido allí pensando que yo le habría hecho algo malo. Mientras salía del coche le dije a mi pequeña acompañante:
-El tipo este piensa que voy a ser malo contigo.
-Eso espero.
Tal respuesta me sorprendió gratamente y decidí que, en lugar de darle algún tipo de explicación al segurata, iba a cortar aquello por lo sano. Avancé hacia él. El muy pesado e insignificante mortal no dejaba de gritar y a medida que me acercaba a él, se iba asustando más y había sacado la porra. En el aparcamiento había mucha gente, entre los que salen a fumar y a meterse unos tiros de coca, y a nuestro alrededor se había arremolinado un grupo de casi cincuenta personas, todos expectantes ante la situación de tensión. Tiré el pitillo y antes de que el pobre hombre aquel pudiera hacer nada le quité con una mano la porra y le di un puñetazo que lo envió cuatro metros atrás haciéndolo caer estrepitosamente contra un coche. Allí quedó, medio grogui, y lo único que le ayudaba a no perder la conciencia era el sonido estridente de la alarma del coche en el que se había estampado.
Subí al coche y mi pequeña víctima me recibió con una sonrisa:
-Qué cachonda me pones. Voy a dejar que me enseñes todo lo que quieras.
Arranqué el coche y cuando aún pasábamos entre le gente que miraba al coche sin poder ver nada más que sus caras de alucine reflejadas en las ventanas, mi niña ya se abría paso entre mi pantalón, bajándome la cremallera y hurgando en mi ropa interior. Pensé en decirle que parase, pero se merecía algo de cancha, puesto que al llegar a mi casa ya no podría llevar las riendas de nada. Dejé que me la chupara un rato, pero luego la invité a que se pusiera el cinturón y disfrutara del camino a casa, pues pensaba aprovechar la potencia de mi coche para dar una buena pilotada hasta mi casa en el campo. Gracias a mi condición de vampiro, durante la noche mis sentidos se agudizan, por lo que, unido al menor tráfico que hay, aprovecho para correr tanto como me dé el coche. La chiquilla, clavó su mirada en el cuentakilómetros y al ver que superábamos los 180 km/h , me observó con una sonrisa perversa, se acomodó en el sillón, miró al frente y comenzó a masturbarse el clítoris a toda velocidad. Estuvimos cerca de chocar frontalmente contra un coche al adelantar a otro (cerca para ella, porque yo tenía la situación totalmente bajo control), lo cual la asustó durante una fracción de segundo y un gritó le salió de su boquita. Al momento, metió su mano libre bajo la camiseta y, aprovechando que no llevaba sujetador, empezó a pellizcar uno de sus pezones. La velocidad y el peligro la estaban poniendo muy, muy cachonda. Salimos de la ciudad y en menos de dos minutos ya corríamos por una carretera secundaria, sinuosa y rodeada de árboles. Conocía este tramo perfectamente y a pesar de que llevaba el coche al máximo, me permitía mirarla como se masturbaba, algo que aún le ponía más caliente. Llegando a mi casa hay una recta muy larga y aproveché para poner el coche a más de 250 km/h. Entonces la pequeña llegó a su clímax y se corrió con gran algarabía, retorciéndose en el sillón, hasta que pegué un frenazo fortísimo al llegar al desvío de mi finca.
Bajamos del coche y la niña alucinó con el tamaño de mi finca y de la casa. Entramos y la invité a subir a un salón que hay en el piso superior. Un sillón gigante recorre a lo largo de 5 metros uno de los lados del salón. En frente había una pequeña barra un equipo de música. En uno de los lados más pequeños de la rectangular habitación había un gran ventanal que discurría del suelo al techo y en frente una cama redonda de tres metros y medio de diámetro. Nada más llegar la niñita me besó en la boca y me apretó la polla, la cual no estaba aún empalmada, pero tan poco estaba flácida, por culpa del espectáculo que me había dado la zorrita en el coche.
-¡Dios! La tienes enorme me dijo llevándose pícaramente un dedo a la boca.
-Pues no te queda nada, bonita respondí para mis adentros.
-¿Qué dices?
-No, nada, nada. Me voy a poner una copa. ¿Quieres que te ponga una o que te haga un cocktail?
-Ponme lo que quieras. ¿Qué quieres que haga yo? me inquirió.
-Desnúdate completamente.
-Por fin... dijo insolentemente.
Se desnudó y yo hice lo propio con mi dorso y mis pies, dejándome mis pantalones negros puestos. Ella, sin decirle nada, se sentó en el sofá y se abrió de piernas. Empezó a tocarse las tetas, a chuparse unos deditos, a acariciar su coño, mientras yo me ponía un Bourbon y a ella un Martini doble. Fui hacia ella y le di la copa. Se la bebió de un trago y, aunque le rascó un poco, enseguida pidió otra. Me reí y me fui a ponerle otra. Mientras lo hacía, ella separó con sus dedos sus labios vaginales, mostrándome su botoncito hinchado. Su coñito apenas estaba abierto, pero tenía un agujerito perfectamente definido, lo que me sorprendió, porque un pequeño hilo de líquido brillante se derramaba lentamente de su interior. La muy zorrita se había corrido dos veces en media hora y se mantenía excitadísima. Le llevé la copa, se la bebió de otro trago y cogiéndome la botella de la mano, se sirvió otra. Saqué de mi pitillera un porro de hachís pakistaní y se lo ofrecí después de encenderlo. Le dio dos caladas y me espetó:
-Muy rico. Pero yo lo que quiero es este grandote al tiempo que llevaba su mano a mi cremallera.
-Pues adelante.
Me bajó el pantalón y el calzoncillo y empezó a besar mi polla. Le pedí que me dejara sentar y me puse a disfrutar de su mamada, el porro y el whisky. La chiquilla la chupaba de maravilla, se atragantaba y no tenía paciencia para llegar más lejos que a la mitad; se notaba que era de las primeras pollas que se comía. Situé la botella por encima de su cabeza y le vertí líquido en su boca mientras ella no paraba de pajearme. Vio como se le escapaba algo de Martini en mi polla y le gustó, porque me pidió que me mojara la polla con él. Así lo hice y ella contraatacó con su boca, con más ganas aún si cabe.
-Pon las manos en tu espalda le ordené.
Sin rechistar me obedeció y siguió chupando con lascivia, pero parece que el miedo a tragar más de lo que podía le llevó a tragar menos que ayudándose con las manos. Ante esto, decidí echarle una mano, y llevándola a su nuca, la obligué a tragarse más de la mitad. Se atragantó y se tuvo que retirar hacia atrás ante sus arcadas. Me miró con enfado, pero no dijo nada. Y lo más importante: no movió ni un centímetro las manos de su espalda y puso sus labios de nuevo sobre mi capullo. Se quedó parada, invitándome a que volviera a obligarle a que se comiera mi polla hasta el fondo de su garganta. Era increíble. La cachonda de la niña iba por delante de la lección. Sin decirle nada, ya tenía muy clarito que yo era quien mandaba, y si lo tenía tan claro es porque le gustaba.
Con mis dos manos le iba empujando por la nuca y, centímetro a centímetro, fui consiguiendo más de lo que esperaba. La hija de puta, en menos de tres minutos, había logrado tragarse mi polla hasta hacer chocar su nariz con mi barriga, lo cual en una tía como la camarera, alta, con práctica y con una boca grandísima era algo que podía esperarse, pero en ella, tan bajita, con una boca tan pequeña y una garganta sin rodaje era algo inverosímil. Solté mis manos y le permití que usara las suyas. Se puso a mastrurbarme y empezó a comerme los huevos, lamiéndolos y succionándolos hasta hacerme temblar. Sin necesidad de ayuda volvió a engullir mi polla de veintitrés centímetros hasta el fondo. Estaba a punto de correrme y le ordené que parase. Me moría por correrme, pero quería guardar fuerzas para no tener problemas con mi arma secreta.
Le hice levantarse y le puso una especie de esposas. Ella, en lugar de preguntarme para qué eran como era de esperar, no dijo nada y aprovechó la cercanía para besarme el cuello y volver a morderme en él. Ya era la segunda vez que lo hacía y me llamó la atención. Le puse una venda negra en los ojos y le mandé quedarse quieta. Cogí unas cadenas y su ruido la inquietó, pero no dijo ni una palabra. Coloqué las cadenas en la polea del techo, que distaba del suelo cinco metros, por lo que tuve que hacer uso de mi capacidad de volar, aprovechando que con la venda no podía verme, y las enganché en sus esposas. Cuando tiré de la cadena para hacerle levantar los brazos se quejó un poquito, apenas nada. Entonces puse en acción mi capacidad vampiresca de moverme en total sigilo y le ataqué por todas partes. Ella no sabía cuando ni por donde iba a aparecer la próxima vez y empezó a excitarse muy rápidamente. De pronto le acariciaba un pecho desde atrás y al momento estaba besándole sus piernas desde los pies. Un segundo después le mordisqueaba el lóbulo de la oreja o con un dedo recorría el valle de sus nalgas. Ella se estremecía con cada nueva caricia. Cuando dejaba que pasara un tiempo sin tocarla, se azoraba y me decía entre gemidos "vuelve, vuelve, ¿dónde estás?". Acto seguido le estaba besando la boca y mientras lo hacía di un tirón de la cadena y la elevé hasta que sus tetas se quedaron a la altura de mi boca. Se las comí con pasión, mordisqueando sus pezones, decidiendo que había que empezar a hacerle soportar algo de dolor. Cuando me cansé dejé que bajara un poco la cadena, hasta dejar la punta de sus pies a escasos dos centímetros del suelo.
-Fóllame ya, por favor.
Me reí y me puse detrás de ella. Comencé a besarle la nuca mientras le masturbaba el clítoris. Al sentir mi polla entre sus nalgas intentó frotarse contra ella. "Me va a encantar follarme su culo; espero que no me ponga problemas para estrenárselo". Le metí un dedo y, una vez más, la niñita me sorprendió diciendo:
-Ohhhh, sí, ya era hora que le dieras un poco de atención. Quiero que me desvirgues el culo, por favor. Hazme el culito, es todo para ti. Es mi regalo a cambio de tanto placer que me das.
La callé con un beso y, situado a uno de sus lados, comencé a follarme sus agujeritos con mis dedos. Uno, dos y hasta tres en el coño y muy pronto conseguí meter dos en su culo sin mucha dificultad. Viendo su cara de niña gozar como una loca, me di cuenta de que no era una niña normal, parecía nacida para follar, pero no con simples mortales, sino con todo un Incubus como yo. Si tenía alguna duda de ello, esta se disipó cuando, en medio de un nuevo orgasmo, volvió a morderme en el cuello, esta vez con más fuerza, quedándose enganchada a mí. Entonces reaccioné violentamente, me puse detrás de ella y levantando un poco su culo tirando de la cadena con una mano y de su largo pelo rubio con la otra, le incrusté mi polla en su coñito. Era pequeño, por lo que le hice daño al meterla de golpe, porque aunque entró de un solo empujón gracias a que estaba más que empapada, chorreando, sus paredes estrechas se habían ensanchado mucho más que nunca. La niña gritaba de dolor, pero no se quejaba, no me pedía que parase, sólo gritaba inevitablemente ante esa intrusión. Un par de minutos después ya no gritaba tan desgarradoramente y los gemidos de placer iban apoderándose de su garganta. Le pellizcaba los pezones, le pegaba fuertes palmadas en sus nalgas, le metía dos dedos en el culo y ella no se quejaba, sino todo lo contrario:
-¡Oh, dios! ¡Síííííííí! ¡Cómo me follas! Me estás reventando el coño, me estás destrozando. ¡Aaaaaah! Sigue así, no pares, no pares. ¡Fóllame! ¡No se te ocurra parar hasta que me inundes con tu leche!
Y al oír esto me vi a punto de eyacular y se la saqué de golpe. Entonces sí se quejó:
-¿Qué haces? ¿por qué paras? ¡No pares! Sigue follándome. ¿Qué pasa? ¿No lo hago bien? ¿he hecho algo malo?
-No preciosa, te estás portando increíblemente bien. Por eso voy a darte una sorpresa.
Le quité la venda de los ojos, la subí un poco más para que sus pies se alejaran del suelo y me puse delante de ella. Cuando ella paró de balancearse y sus ojos se acostumbraron a la luz le pedí que me mirara la polla. Entonces hice que ésta creciera hasta los treinta centímetros y era tal mi excitación que los sobrepasé. Mi polla temblaba y hasta me dolía, era la primera vez que conseguía ponerla tan grande sin la ayuda de mi novia. La pobre chiquilla abrió los ojos como platos y se asustó. Empezó a gemir y a moverse, balanceándose en la polea. Pero para mi sorpresa no dijo nada de "No, por favor, me vas a romper. No me metas eso, suéltame" sino que, con la voz baja, clavando mis ojos en los míos, dijo:
-Métemela por favor.
Esa chiquilla era increíble. Había nacido para ser convertida en vampiresa. Ya no albergaba dudas. Era una de las elegidas. Así que decidí mostrarme en todo mi esplendor ante ella. Mis colmillos crecieron, sentí como toda mi fuerza se concentraba y me levanté del suelo. Volé a su alrededor, girando tres veces, subiendo como una espiral. La pequeña mortal no se podía creer lo que veía. Ahora sí que estaba muda. Agarré la cadena y tiré de ella hasta levantarla a cuatro metros del suelo y sin dejar de volar me puse en horizontal a más de dos metros de altura. Antes de hacerla descender le miré a los ojos y en ellos pude escrutar que, tenía un poco de miedo, pero la excitación le sobrepasaba todos su límites. Fui soltando un poco de cadena para bajarla hasta mi polla hasta que su coño llegó a contactar con ella. Su rajita se abrió solita, respondiendo a la excitación, pero no era lo suficiente, pues mi polla tenía un ancho que haría impensable la penetración de cualquier niña de dieciocho años. Dejé que bajara unos centímetros de golpe, pero no fue capaz de clavarse. La subí y la dejé caer de nuevo y tampoco tuvimos éxito. Volví a repetir la acción, esta vez más rápido y con más decisión, pero nada. Era demasiado grande para ella. Empecé a pensar que quizá debiera bajar un poco el tamaño de mi polla, pero ella me quitó cualquier atisbo de duda con sus palabras.
-Así no podemos. Métemela tú volando, por favor. Si me la metes volando aguantaré cualquier dolor, porque me pone muy cachonda verte volar.
Dicho y hecho, agarrando fuertemente la cadena para que no se moviera, me impulsé hacia arriba y asiéndola de la cadera, se la introduje de un solo golpe. Gritó como nunca había gritado, tanto que hasta la saliva se le caía de la boca. Me quedé quieto por unos instantes, para después comenzar a subir y bajar lentamente, saliendo de su coñito y volviendo a entrar, disfrutando de mi privilegiado punto de vista. Así se hubo acostumbrado, ella me rogó:
-Venga, ya está, ya no me duele tanto. Dale caña. Hazme gritar más.
Sus palabras eran casi arrogantes, no podía ser que aguantara tanto. Así que me puse a embestirla como un loco, moviéndome mi cuerpo en el aire paralelo al techo. Estaba echando uno de los mejores polvos de mi vida, y ya son casi ochocientos años, con una chiquilla mortal que rondaba los dieciocho. La niña gemía y me dedicaba todo tipo de improperios y alabanzas:
-¡Sí, cabrón! ¡Dame más fuerte, más fuerte! ¡Fóllame duro! ¿Qué pasa que no puedes darme más duro? ¡Claro que sí! ¡Sí, sí! ¡Follas como un demonio!
Paré de moverme y comencé a subir y bajar las cadenas como quería en un principio, provocando que ella fuera la que se moviera alrededor de mi polla. Pareció que le gustaba, porque dejó de hablar y se concentró en gemidos guturales que premonizaban un inminente orgasmo. Entonces, cuando empezó a correrse, me salí rápidamente de ella y, desde las alturas, pude contemplar como le chorreba el coño. Sus brillantes y pegajosos líquidos caían al suelo desde una altura de dos metros haciendo ruido al caer. Y de su coño salieron numerosos torrentes de líquido, jamás había visto una eyaculación femenina así.
Volé hasta su espalda y sin darle tiempo a nada, volví a metérsela. Ella, volviendo a rozar la insolencia, se rió y dijo:
-¡Uy, qué bien! ¿Pensabas que me ibas a coger por sorpresa?
Le cogí por la boca y empecé a metérsela desde atrás con todas mis fuerzas. Le follaba tan duro como podía y ella parecía volver a ir por delante en la carrera del orgasmo. Entonces, cuando ya casi no podía hablar entre sus gemidos, me espetó:
-¿Cómo vamos a hacer para que me folles el culo con esa monstruosidad?
Otra vez más, la condenada niña volvía a sobrepasar mis expectativas. Salí de su coño y volé por encima de ella hasta meter la punta de mi polla en su boca. Apenas podía tragarse mi capullo. Así que hice que el tamaño de mi polla bajara un poco para poder follarle la boca a gusto. Mientras tanto le expliqué que si se tragaba todo mi semen no habría problema alguno con su culo. Y es que si mi olor corporal al estar excitado era lo que hacía a las mujeres caer redondas a mis pies, el semen de los de mi raza tenía tal poder embriagador que la mujer que lo trague traspasará todas las barreras físicas de los mortales y se entregará al sexo como sólo una vampiresa puede hacerlo. Agarrándola por la nuca, le seguía follando la boca y a cada embestida que tocaba su garganta, hacía que mi polla creciera un poquito, hasta que la pobre niña apenas podía respirar y así, forzándola hasta el máximo, llegué a mi orgasmo. Aparte mi polla a unos centímetros de su boca y comencé a correrme como un animal. Uno, dos, tres... hasta quince inmensos chorros de espeso semen se alojaron en su boca, y ella los recibía contenta y concentrada en no moverse mucho y poder así aprovechar todo. Una vez acabado descendí hasta su nivel y le ordené que me enseñara el contenido de su boca. No se veía nada más que un océano de líquido blanquecino; había tanto que por mucho que movía su lengua, esta no dejaba nunca de estar cubierta por un manto de leche. Jugó con mi semen en su boca hasta que le mandé tragárselo. Entonces, de repente, la chiquilla sintió que algo ocurría en su interior. Un tornado de placer se apoderaba de su cuerpo hasta que desde sus pies hasta su cabeza todo era un orgasmo total, que le hacía descomponerse en mil descargas de placer. Me miraba incrédula, gritando y gimiendo a voz tendida:
-¡Diooooooos! ¿Qué me pasa? ¡Esto es tremendo! ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaahhh, dios mío! ¡Cómo me corro, cómo me corro! Ooooohhhhhhhhh. ¡Me muero de placer! Aaaaaaaaaaahhhh ¡Esto es demasiado! ¡Me corro mil veces en una! Ooooooooooooooohhhh. ¡Gracias, gracias! ¡Te quierooooooo, te quiero! ¡Joder, no paro de correrme, no puedo paraaaaaaaaa! ¡Te amooooooo! Diosssssssssss, me corro tanto...
Volé hasta su espalda y la cogí por las piernas. La coloqué en posición horizontal al suelo y le abrí de piernas. Me moví hasta cogerla por sus rodillas. Le metí un dedo en el culo, le escupí y luego otro más. Hiciera lo que hiciera mi polla de casi treinta y cinco palpitantes centímetros jamás entraría en su culito. Así que hice descender mi tamaño hasta unos prudentes dieciocho centímetros y se la ensarté en el culo. Después de bombeárselo un poco y ver que contaba con una increíble adaptabilidad hacia el intruso, provoqué que mi polla volviera a su máximo esplendor, ensanchando su culo desde dentro hasta que hube llevado mi polla de nuevo a superar el tercio de metro. Su culo parecía a punto de romperse. Pero la chiquilla lejos de sentir dolor, declaraba su felicidad:
-¡Sí, oh, sí! ¡Me encanta! ¡Rómpeme el culo, vamos! ¡Fóllame el culo hasta matarme! ¡Ooooooohhh, sí, joder! ¡Me matas de gusto! ¡Te quiero, te quiero! ¡Soy toda tuya para que me mates a polvos, cabrón!
Entonces, desde la altura a la que estábamos, vi que el suelo estaba anegado de líquidos de su coñito con retazos rojos. Eso quería decir que su culo estaba sangrando y, aunque me pareció peligroso, el hecho de que ella, víctima de mi poder sexual, no sintiera más que un orgasmo interminable que la estaba volviendo loca, me espoleó a seguir con más ganas todavía. Así que dándole un golpe a las cadenas cerca de sus manos, la liberé de ellas, y desde atrás, una de mis manos le agarraba las esposas para llevar sus brazos por encima de su cabeza y con la otra alrededor de uno de sus muslos, le embestí con todas mis ganas, llevándola volando por toda la habitación, hasta que viendo la inminencia de mi corrida, le mordí con mis colmillos en el cuello, chupándole un poco de sangre, lo que acabó por arrancarle una explosión orgásmica. Al correrse, apretó con todas sus fuerzas el aro de su culito y me exprimió la polla tanto que me volví a correr salvajemente, hasta que poco a poco los dos llegamos al suelo.
La chiquilla estaba inconsciente. Gracias a mi mordedura, la puse en un estado de somnolencia del que tardaría unos días en despertarse y así evitaría sentir ningún dolor mientras su culo se curaba. Sentí un gran deseo de no entregarla a mis superiores. Aquella niña tenía algo más que una simple mortal. Quería quedarme con ella. Por primera vez sentí la tentación de transgredir las reglas y convertirla yo mismo. Pero era demasiado tarde. Ya sentía cerca la presencia de los transportadores y no tenía tiempo de sustituirla. Tendría que dejarla marchar. Una gran pena se apoderó de mí mientras la limpiaba. La acosté a mi lado y esperé resignado. Así fue como comencé a escribir la historia, para tener la cabeza en otro lado y desahogarme con ustedes.
Si les ha gustado, háganmelo saber dejando sus comentarios y seguiré con la serie.