Diario de un Traidor II - Inquietudes y sexo

Tomó mis manos y con una mano de él, las sostuvo sobre mi cabeza y con la otra lentamente empezó a empujar su miembro dentro de mí; sentí cada vena de su guevo penetrarme rápidamente hasta que sus bolas tocaron mis nalgas.

“No es que yo he sido deshonesto, es sólo que me repugna la realidad”

Febrero, 2014

- 6:00 am

El sonido penetrante de la alarma martillaba mi cabeza como solía hacerlo todas las mañanas, desperté. Al abrir los ojos, esperé acostumbrar la vista en la penumbra y, pude localizar mi teléfono al alcance de mi mano el cual chillaba retumbando en toda la habitación. Cuando logré silenciarlo, estiré mi cuerpo en medio de un gran bostezo haciendo sonar unas cuantas articulaciones. Pasé mis manos por mi rostro, luego por mi cabello y, finalmente, por todo mi torso desnudo hasta parar en el gran paquete que se alzaba monumental bajo sábana blanca. Tomé asiento en el borde de la cama y repasé una a una las actividades que me esperaban a lo largo del día. Por mi mente se cruzó el recuerdo de Giovanny, cuando un ligero escalofrío recorrió mi cuerpo dejándome una leve punzada en los testículos que ignoré completamente; hacía semanas que no sabía nada de él y la última vez que hablamos terminamos en una discusión horrorosa.

Sin meditarlo más, toqué el suelo frío con los pies descalzos y, me encaminé a prepararme para el día mientras me sobaba los cojones cubiertos por un slip de color negro. Me refresqué, cepillé mis dientes, organicé un poco el desorden de mi habitación, me vestí con lo primero que encontré y tomé mi bolso. Salí de la casa luego de despedirme de mi aún dormida madre y, un taxi ya me esperaba en la puerta; ese día tenía las dos primeras horas de clase libres porque el profesor había enfermado y anunció que faltaría, así pues, planifiqué encontrarme con mi novia en un centro comercial de la ciudad cerca de donde estudio.

La encontré sentada adentro y me regaló una amplia sonrisa al verme. Marta tiene la misma edad que yo y cumpliría la mayoría de edad -18 años- en Mayo, dos meses antes de mi cumpleaños. Nos conocimos entrando al bachillerato, aunque no fue la mejor amistad hasta unos años más adelante; decidimos empatarnos unos meses antes de terminar el colegio y es así como está conmigo. Siempre hemos compaginado muy bien, es una chica muy inteligente y noble que cada día me sorprende lo mucho que ha cambiado desde que estamos juntos.

Al verla nuevamente me recorrió un escalofrío por el cuerpo y de nuevo la sensación punzante atacó mis partes nobles. Me acerqué a ella y le di un beso con mucha pasión en sus labios, tomándola por sus mejillas blancas y sonrojadas.

-          ¡Buenos días amor! –le dije esbozando una sonrisa–.

-          Buenos días mi niño –susurró mientras me devolvía la sonrisa–.

La tomé por la mano y caminamos centro comercial adentro. Ciertamente era un poco más pequeña que yo –que medía 1.70– y, amo el contraste de su cabello oscuro con su tez blanca adornada con una nariz respingona. Entablamos varias conversaciones triviales en la vía hasta que encontramos la tienda que estaba buscando. Marta me detuvo un momento antes de entrar:

-          ¿Seguro que quieres hacer esto? –preguntó con cara de incredulidad–.

Simplemente me limité a sonreírle y dedicarle una mirada de tranquilidad, tenía meses planificando ese momento y estaba más que seguro.

-          Buenos días –dije, entrando a la tienda, la cual se hallaba adornada con posters de tatuajes y en las vitrinas se exhibían piezas de piercings  de todos los colores e indumentaria para el tatuador. Una chica de cabello rojo me atendió amablemente–.

-          Buenos días –sonrió– ¿En qué puedo ayudarte chico?

-          Quisiera averiguar el precio de una perforación en la nariz –dije un poco nervioso

-          ¿Un septum?

-          Sí

-          ¿Tienes la pieza?

-          –rebusqué en mi bolso, saqué de mi billetera una pequeña pieza de acero color negro y se la extendí­–

-          ¡Excelente! –expresó felizmente– te saldría en 200bsf

-          Vale no hay problema –volví a rebuscar en la billetera y le extendí el dinero–.

-          Acompáñame.

Dejé a Marta esperando afuera, mientras la chica pelirroja me conducía por un pasillo hasta  unos cubículos que parecían de hospital; a los lados se escuchaban maquinas tatuando pieles y algunos gemidos o gritos ahogados. Me ordenó tomar asiento en un banco de madera y me pidió que apoyara la cabeza en la pared, debo admitir que me siento muy nervioso a pesar de haber recreado este momento miles de veces en mi mente. Cerré los ojos y respiré hondo, a los minutos sentí cómo esterilizaba mi nariz, me preguntó si estaba listo y aún con los ojos cerrados asentí levemente con la cabeza; poco a poco fue introduciendo la aguja en el cartílago y el dolor se apoderó de mi cara. Es difícil describir con palabras lo que sentí, podría decir que vi al mismo Diablo perforarme la nariz; al abrir los ojos unas cuantas lágrimas recorrieron mis mejillas mientras la chica me decía que ya estaba listo, le pedí que invirtiera la pieza hacia adentro para ocultarla ya que ni mis padres, ni en la universidad podían enterarse de ello.

Así pues, luego del doloroso asunto, me encontré con Marta a la cual despaché rápido y me encaminé a clases. Ángela y Andreina me esperaban ansiosas en el pasillo que precede al aula donde estudiamos; las abracé al llegar y, les conté lo que había hecho una media hora antes pero advirtiéndoles que ya tendría otro momento para enseñarles cómo había quedado.

-          ¿Y Giovanny? –inquirió Ángela curiosa–

La pregunta me revolvió el estómago. Conocí a Ángela y Andreina hace poco tiempo. Fue en el último trimestre del 2013, cuando empezamos a cursar Contaduría Pública en una universidad privada y prestigiosa de mi país; mucho antes, había terminado el colegio y, luego de que mi padre me insistiera hasta hacerme perder la paciencia, me inscribí; –transcurrido un tiempo empecé a odiar la carrera, los números no era lo mío– actualmente siento que me encuentro obligado a seguir hasta el final, me guste o no. Desde el primer momento en que intercambiamos palabras, supimos inmediatamente que nuestra amistad sería eterna puesto que, compartimos ideales, emociones y realmente siento que puedo confiar en estas personas a pesar de que seamos tan diferentes y parecidos a la vez.

No supe que responderle, aunque mi cara delató lo que su pregunta había ocasionado en mí. Ambas sabían de mi condición sexual, sabían que estaba con Marta pero que también me gustaba estar con hombres, sabían que aunque Giovanny fuera un cacho yo había desarrollado más empatía de la que debía con él, sabían que algo me estaba destrozando por dentro aunque no lo expresara; ellas me conocen como si fueran mis propias hermanas y desgraciada o afortunadamente logré zafarme del interrogatorio. La mañana, las clases y la tarde trascurrieron con naturalidad, ocasionalmente la punzada en mi entrepierna se presentaba latente y, me limitaba a atribuírsela a la preocupación que me generaba el septum en mi nariz y lo que había vivido con Giovanny.

Al caer la noche, Marta y yo nos reunimos con unos amigos del colegio que teníamos tiempo sin ver, a bebernos algo y a pasar el rato. Mi tranquilidad se alteró cuando por la puerta entró Mónica, una chica de cabello negro, piel morena, un poco más alta que yo, con algunos kilos de más y de facciones delicadas. Mónica era amiga nuestra desde hace mucho tiempo atrás y todos sabemos que es lesbiana, a mí no me caía tan bien desde que tuvimos aquel pequeño incidente y, cada vez que la veo se me pone la piel de gallina, que no daría yo por escoñetar a esa coño’e su madre.

Lo que me crispa de ella es que siempre que puede, intenta hacer quedar en evidencia mi homosexualidad, pero siempre ha fallado. Me saludó con naturalidad y luego me dirigió una mirada, como si de un gato mirando a su presa se tratara. Pasaron unas horas y entre todos –habían unas 8 personas– estábamos comentado trivialidades entretenidas sobre los demás hasta que de repente dijo:

-          ¿Sabían que Roberto salió del closet? –mirándome fijamente a los ojos–

- Roberto…. –pensé– la punzada volvió a atacarme un poco más fuerte.

El comentario escandalizó a todos mientras yo me sumía en mis pensamientos, ella acababa de hundir el dedo en una herida que para mí no había cicatrizado aún. Despellejaron el tema hasta decir basta y gracias al alcohol pude sobrellevar la situación fácilmente, aunque, en el fondo sabía por qué lo había hecho; caí en cuenta en un detalle que había dejado pasar durante mucho tiempo, el cual despertó en mí una preocupación más.


Abrí la llave del agua caliente y dejé que resbalara por todo mi cuerpo desnudo, cerré los ojos y levanté la cara para sentir cada gota tibia sobre mi rostro mientras suspiraba. Sentí como el vapor empezaba a inundar la pequeña estancia mientras recorría con mis manos cada parte de mi cuerpo, mi pecho, mis abdominales marcados, mis labios; abrí los ojos luego de restregarme el rostro y me encontré a mí mismo frente al espejo de la ducha, mi piel blanca perlada en agua, mi cabello castaño húmedo contra mi frente. Me encantaba observarme desnudo, alimentaba salvajemente mi ego y fue inevitable empezar a empalmarme cada vez que mis ojos recorrían mi casi lampiño y perfecto cuerpo. Apoyé la cabeza suavemente sobre el vidrio gélido y me empecé a masturbar suavemente, mi mano derecha atrapaba mi capullo y lo desenvolvía bajando por todo el tronco de mi verga ya dura en un vaivén que me hizo estremecer. Escuché como se corría la cortina del baño y sentí como alguien más entraba en la ducha, reconocí sus manos cuando las posó en mi cintura apoyando su gran y gruesa verga sobre mis nalgas –suspiré sin abrir los ojos–.

-          Has empezado sin mi… –el susurro de la voz de Giovanny hizo que mi cuerpo se erizara–.

-          Te has tardado mucho

-          Para mí nunca es tarde –me dijo respirándome en el cuello

- Follame… –pensé–

Empezó a besarme el cuello y luego poco a poco se fue comiendo el lóbulo de mis orejas, su verga se mecía entre mis nalgas, empujando la cabeza en mi culito que palpitaba haciendo temblar mis rodillas. Abrí mis ojos y ahí estaba él, abrazándome por detrás y mordiéndome suavemente el cuello, sus ojos color miel se cruzaron con los míos y su barba me rozó las mejillas. Tomó mis manos y con una mano de él, las sostuvo sobre mi cabeza y con la otra lentamente empezó a empujar su miembro dentro de mí; sentí cada vena de su guevo penetrarme fácilmente hasta que sus bolas tocaron mis nalgas. Ahogué un grito de placer y sin vacilaciones empezó a cogerme salvajemente, cada embestida era más fuerte que la anterior, su glande taladraba con majestuosidad mi esfínter palpitante y mis gritos se hacían cada vez más fuertes complementándose con sus gemidos; hacía un sonido similar al de un aplauso cada vez que golpeaba con sus bolas de toro en mi culo.

-          ¡ERES MI PERRA! –susurraba con los dientes apretados en mi oreja con su respiración agitada mientras su cogida aumentaba a niveles insospechados–.

Poco a poco el placer se convirtió en dolor y mis gritos eran cada vez más suplicantes.

-          ¡DETENTE POR FAVOR! –le pedía– ¡ME DUELE! –empecé a llorar–.

Sentí que cada vez que su verga entraba en mi cuerpo era como un pinchazo de inyectadora en mi culo y en mis testículos, no aguantaría más, estaba sufriendo.

Toda la escena se desvaneció en la oscuridad frente a mí y mis ojos se abrieron de golpe encontrándome con Ángela, quien me miraba algo asustada. El dolor era lo único que no había desaparecido y persistía fuertemente en mis cojones. Me senté en el suelo con la respiración agitada y sequé mi frente que se encontraba perlada en sudor; unas cuantas lágrimas bajaron por mis mejillas en medio de un leve sollozo.

-          Johnny… ¿te encuentras bien? –me preguntó un poco alterada, sentándose a mi lado y abrazándome por los hombros– te he visto retorcerte un poco, como si algo te doliera –su voz se mostró compasiva–.

-          Estoy bien… –logré articular, sentí que temblaba– ha sido un mal sueño… aunque el dolor me está matando –miré hacia mi entrepierna–.

-          Te ves muy mal –se sinceró– deberías ir al médico, ¿no?

-          Sí, ya mamá ha hecho una cita con el doctor esta tarde –le hablé en voz baja– ¿ya llegó el profesor?

-          Viene subiendo – comentó preocupada–  por eso he venido a buscarte y te he encontrado casi que convulsionando

-          Sabes que ha sido un mes difícil… –fue lo único que atiné a decir–.

Ha pasado un mes y medio que no sé de Giovanny desde que peleamos y, ha pasado un mes desde la noche en que me encontré a Mónica. Las semanas posteriores a esa noche, me preparé para los exámenes de la universidad y el trasnocho, más la presión de mi casa y la preocupación por Marta y Giovanny que más allá de incrementarse, han empeorado el dolor en mis cojones, me han marchitado hasta el alma. Durante ese lapso de tiempo también perdí mi septum ya que había quedado torcido y no me quedó más remedio que retirarlo. Mi piel se ha tornado un poco más pálida, estoy más delgado, mis ojos se hunden en mis ojeras; y hasta mi cabello ha perdido vida. Esa mañana había tomado la decisión de dormir para recuperar un poco de sueño, en un pasillo anexo al aula donde veo clase. Ahí es donde me ha encontrado Ángela, a quien le había pedido que me despertara si llegaba el profesor de economía, ya que ese día daría las notas del primer parcial.

Un problema más para mí son las notas de la universidad, había aprobado cuatro de las siete materias y había perdido dos materias; la de hoy era la última y realmente no le tenía muchas esperanzas. Y así fue, luego de instalarme en el salón, el profesor Iván entró rápidamente, delgado y jovial como siempre. Empezó a cantar una a una las notas de mis compañeros. Básicamente sentí una puñalada cuando dijo mi apellido acompañado de un cero seis, el mundo se me cayó a pedazos. No podía creer que se me hubiera quedado una materia más, estaba convencido de que me matarían en mi casa pero, tenía un plan B.

Cuando hubo terminado de dar notas, todos empezaron a marcharse y yo me distraje revolviendo mis cosas en la mochila, ganando tiempo para quedar a solas con el profesor. La puerta se cerró luego de que Ángela y Andreina se marcharan no sin antes desearme suerte. Me acerqué al escritorio del profesor Iván quien no se había percatado de mi presencia:

-          ¡oh, Carrero! –se sorprendió– ¿en qué puedo ayudarte?

-          ¿Qué más profe, cómo está? –traté de actuar con normalidad.

-          Excelentemente bien Carrero, ¿y usted? –dijo mientras me miraba de pies a cabeza–.

-          No tan bien como usted profe –le dije vacilante–.

-          Eso veo Carrero, debería darse un descanso, ¿no? ¡jaja! –comentó tratando de ser amistoso, yo simplemente me limité a sonreír– pero bueno… dime muchacho, ¿Qué necesitas?

-          Profe lo que pasa es que… –miré al suelo y suspiré– no me siento cómodo con mi nota –dije en voz baja–.

-          Bueno Carrero, tendrá que esforzarse para la próxima  –comentó como queriendo zanjar el asunto– no creo que pueda ayudarte de ninguna manera.

-          Pero profe…–repliqué alzando la vista, sentí mis ojos vidriosos–.

-          ¡Nada muchacho! ¡lo que tienes es lo que te mereces! –exclamó–.

-          –miré al suelo y mi voz se quebró un poco al hablar– yo… profe yo… estoy dispuesto a hacer lo  que sea… –murmuré

Hubo un silencio muy aturdidor, sentí que me estaba examinando con la mirada.

-          Bueno… he notado que usted es un joven muy atractivo, Carrero –dijo con inseguridad pasados unos minutos– lo he estado observado ¿Sabe?, acérquese

-          ¿De qué me sirve eso profesor? –dije un inocente mientras me acercaba al borde se su escritorio, justo enfrente de él– ¿de qué sirve ser atractivo si no puedo conseguir lo que quiero?

-          Podría conseguir grandes cosas jovencito –sugirió sin quitarme el ojo de encima–.

-          ¿cómo por ejemplo? –me tembló la voz–.

-          Bueno… ­–dijo mientras bajaba su mano lentamente hacia su entrepierna, algo descomunal se alzaba ahí abajo cuando le seguí con la mirada– podría pasar su examen de economía jovencito –me insinuó apretándose el paquete–.

-          ¿Me ayudaría profesor?

-          Podríamos llegar a un acuerdo, Carrero –dijo poniéndose de pie– usted sabe… soy un hombre de gustos sencillos –ahora se manoseaba descaradamente el paquete sobre la tela del pantalón–.

Posó su mano derecha sobre mi hombro e hizo un poco de fuerza para que me agachara, cuidadosamente bajó la bragueta del traje de vestir negro y desembolsillo la verga más grande y hermosa que he visto en mi vida. Tomó mi cabeza con la dos manos y me pidió que abriera la boca, sin vacilación metió su verga y penas hizo contacto con mi lengua fue como tocar el cielo. Tenía ya bastante tiempo sin mamar guevo y se me olvidaba lo rico que es tener ese pedazo de carne en la boca, el olor a macho y su sabor salado. Tomé la iniciativa de mover la cabeza y fui cubriendo y descubriendo su gran cabezota rosada y palpitante con mis labios. No escatimé en ensalivar todo ese mástil haciendo que me bajara la baba por la comisura de los labios, por sus bolas peludas y estrellándose contra el suelo. El profesor Iván echó su cabeza hacia atrás ahogando gemidos de placer, tomó mi cabeza nuevamente y jalándome el cabello taladró mi boca con su verga como nadie lo hubiera hecho jamás. Sentí sus bolas rebotar contra mi quijada y el precum inundando mi garganta, me hizo tragarla y tenerla en mi boca por minutos que parecían eternos. Una vez más, tomé esa preciosura de verga y con mi mano derecha empecé a mamar y a masturbar enérgicamente mientras observaba como su respiración de agitaba cada vez más y más. Sentí que su verga palpitaba en mi boca y mi impulso fue echarme para atrás pero reaccioné muy tarde, tomó sus manos y me la metió hasta el fondo llenando mi boca de leche sosteniéndome fuertemente la cabeza contra su pelvis; fue imposible no tragarla, me había preñado la boca y estaba extasiado tragándome el semen de mi profesor.

Me encargué de limpiar cada centímetro de su polla, la cual sacó de mi boca cuando ya estaba flácida y ordeñada. Él se acomodó el pantalón de vestir y yo me puse de pie limpiándome la boca con un pañuelo que me ofreció. Me sentí un poco sucio pero a la vez contento, tuve un buen presentimiento y ni rastros del dolor punzante.

-          Me parece Carrero… que me he equivocado con su nota –dijo pensativo mientras revolvía unos papeles– le debo una disculpa, ¿no cree?

-          ¿una… disculpa profesor? –sugerí nervioso–.

-          Sí… –reflexionó– por haberle negado el 20 a tan excelente estudiante –comentó eliminando el 06 y plasmando un 20 en la planilla– se lo ha ganado ¡enhorabuena! –dijo mientras sonreía amablemente–.

-          Gracias… –susurré mirándole a los ojos–.

-          No hay de qué jovencito, puedes retirarte. –señaló la puerta–.

Salí de esa aula tan feliz que no cabía en mi cuerpo, aunque me sentí sucio por tener que rebajarme a esos extremos, he conseguido salvar una materia y eso significaba un problema menos. Por un segundo olvidé el dolor que me aquejaba en los cojones hasta que volvió a atacarme, si en el último mes me había dolido bastante en ese momento prácticamente me había dejado sin poder caminar, era insoportable e inimaginable; hubiera preferido mil patadas en  las bolas que ese dolor punzante en mis cojones. No logré llegar a la sala de mi casa cuando sentí que el mundo se me desplomaba y todo se volvía oscuro.


Estimado lector, gracias por llegar al final de este capítulo. Debo agradecer su apoyo, sus valoraciones y sus correos que aunque no he podido responderlos los he tenido muy en cuenta. También quiero recordar que esta historia es 100% real y la considero una autobiografía, naturalmente hay detalles que omito y nombres que cambio por cuestiones de ética, pero eso no la desvirtúa de la realidad. Espero que hayan disfrutado este capítulo como yo lo he hecho escribiéndolo, también espero que se animen a comentar y valorar pero sobre todo espero que sigan enganchados. La siguiente parte la subiré máximo en una semana. Saludos!