Diario de un pornográfo habitual

El diario de cualquier perfecto desconocido...

Lunes, 3 de octubre:

Siempre cogía el autobús aquella hora de la manaña. Siempre la misma historia: levantarse cuando el sol aún no se había alzado, cuando el silencio aún reinaba en todas partes y todas las cosas parecína dormidas. Después uno se despertaba un poco a si mismo y a su estomágo con el desayuno y el café cargado y amargo. Y luego el abordaje de un nuevo día. El salir a la calle notando el frío de la madrugada y la primera luz grisácea del día guiando tus pasos mientras los últimos faroles se apagaban. Y esa bajada empinada, directa y rápida. La parada del autobús llena de gente y el autobús aún más rebosante de gente, casi lleno a rebentar. Y uno que empieza a correr tras el autobús hasta perder el aliento y notando como el desayuno sube y baja por tu estomágo. Y por algún incogruente milagro consigues cogerlo, apretujado y sudando entre la gente medio dormida y cabreada. Y respiras aliviado. A lo mejor el próximo autobús no pasa hasta dentro de media hora. O son sólo cinco minutos? El tráfico urbano contiuna siendo un misterio inconmensurable. Y poco a poco te abres paso. Escalas puestos entre la multitud del autobús y encuentras tu sitio. Más o menos cómodo. Más o menos apretado o cerca de alguién que aborreces o que adoras sólo por su cara. Un poco como tu nicho social, pero dentro del microcosmos del autobús. Y sin querer tu vista vaga por las caras que hay a tu alrededor. Todas inexpresivas, todas aburridas, todas iguales. Tu vista al principio pasa sobre ella como si nada. Pero hay un detalle, una combinación de rasgos que te parece atractiva, algo que rasga el aborrecido velo de la rutina.

Tus ojos vuelven hacia ella. Unos treinta y algo escasos. Facciones finas, nariz recta, harmoniosa, aunque sus labios son un poco delgados. El pelo corto y las gafas sin montura le dan un aire muy interesante, puede que un poco morboso. La ropa demasiado formal y el maletín no consiguen ocultar un cuerpo esbelto y alargado. Lo único que me disgusta un poco es esa maldita alianza que luce en el dedo corazón de la mano izquierda (por cierto, me gustan sus manos, de dedos alargados y piel fina). Esta distraída y sus ojos pardos no se dan cuenta de mi presencia. Puede que así sea mejor. No me gusta llamar la atención. Tampoco me gustaría que me tomara por un vulgar mirón.

El trayecto transcurre tranquilo y aburrido como siempre, solo roto alguna vez por la protesta de alguna pasajera. Se levanta de su asiento una parada antes que yo. Cuando baja veo como se aleja hacia las oficinas de una conocida entidad financiera. Miro tristemente mi bocata y pienso que es el lunes más rutinario y horrible de mi vida.


Martes, 4 de octubre: Horrible. Aburrido. Hoy también la he visto y como ayer ella tampoco se ha fijado en mi. No es que me importe mucho. De hecho es rídiculo que ni siquiera la idea pase por mi cabeza: es un poco mayor que yo y está casada, puede que a lo mejor hasta tenga hijos. Aunque admito que posee ese discreto atractivo que nunca cansa. Pero es una tontería.


Miércoles, 12 de octubre: Hacia días que no la veía. Está situada en la fila de asientos del otro lado del pasillo. Alguién se sienta junto a ella. Es un tipo alto, de unos quarenta años, de complexión gruesa y cabello entrecano y muy corto. Lleva un bocata, una pequeña carpeta y de vez en cuando mira nervioso el reloj. Le pregunta la hora. Ella le contesta educadamente. Tiene voz de veinteañera. No sé por que digo eso. Es una tontería. Tanto me da su voz. El tipo vuelve a preguntarle la hora. Al principio creo que ya se conocen. Pero ella lo mira un poco desconcertada y, de buena fe, le vuelve a decir la hora. El tipo aprovecha para preguntarle donde baja. Los pasajeros más próximos adivinan que el tipo tiene alguna especie de leve retraso mental. Ella no lo tiene nada claro. El tipo le suelta directamente que es muy guapa. No es para reírse, pero me hace un poco de gracia la cara de asustada de la chica. Sus ojos adquieren una mirada asustadiza. Posa su mirada angustiada sobre mí por casualidad. No me lo esperaba. Intento transmitir tranquilidad, aunque no sé cómo. No soy telepáta. Se levanta, ofuscada y, musitando una disculpa, baja una parada antes. El tipo le dice adiós varias veces. Ella se despide confundida.


Viernes, 14 de octubre: Soy gilipollas. Nos hemos cruzado por la calle. Ha intentado hacer un pequeño gesto de saludo. Pero no me he dado por aludido. Por culpa de mi mierda de carácter un poco taciturno y antipático. Espero no haberla confundido. Pero por qué narices me preocupo? No debería preocuparme. Aunque ahora sé que vive cerca de donde vivo yo, al menos en el mismo barrio.


Domingo, 16 de octubre: No me lo creo. Estaba de guasa con mis colegas en una disco cualquiera. Enmedio del humo de los cigarrillos, la semioscuridad y la música estridente la he visto. Iba con otra pareja y un tipo que supongo que es su marido. El tipo no parecía prestarle mucha atención. Ha estado sola y fumando durante más de 45 minutos. Un colega, al verme tan concentrado, me ha sugerido que fuera a por ella. Le he mirado como si estuviese loco. Al cabo de unos minutos y ante mi estupor, ha ido hacia la amiga de la chica. Han hablado y por señas me han indicado que fuese hacia ellos. Me han presentado a su amiga y después a la chica. Al besarnos en la mejilla he notado el quemazón de su piel un poco morena. Casi no hemos hablado. Como siempre no he conseguido atravesar el muro de mi timidez. Sólo me he enterado de que se llama Carmen. Al cabo de unos minutos el colega se ha ido y me ha dejado allí tirado, por lo que he creído oportuno que era mejor largarme y no dar la nota.


Lunes, 17 de octubre: Cojo el autobús con un poco de dolor de cabeza a consecuencia de dormir poco el fin de semana. Ella también está allí. Me saluda haciendo una pequeña inclinación de cabeza. No puedo apartar la vista del escote de su blusa blanca. Se sienta al otro lado del pasillo. El asiento contiguo al suyo también está vacío, pero no me atrevo. DE repente vuelvo a ver esa mirada asustada en sus ojos. El pesado del otro día se sienta a su lado. Esta vez soy yo el que me levanto. Leo el pánico en su mirada.

-Es la próxima, ¿no?.- Pregunto dirigiéndome a ella, antes de que el tipo pueda abrir la boca.

-Si.- No tarda nada en comprender y se levanta.

Cuando bajamos los músculos de su cara se relajan. Se nota que ha pasado un mal rato. No lo entiendo. Realmente debe ser de muy buena fe o mu tímida, por que la mayoría de las mujeres que conozco no habrían dudado mucho en enviar al tipo a la mierda.

Charlamos un poco. La conversación es fácil y fluida. Me hace sentir cómodo aunque noto que es bastante irónica y a veces un poco mordaz. Me comenta que trabaja de analista financiera.

-¿Y tu?.- Me dice mirándome a los ojos.

-Rebienta pisos.-

-¿Cómo?.- Me pregunta incrédula. Luego se ríe.

-Profesor de historia del arte. Rebienta pisos a ratos perdidos.

NOs despedimos. Me quedo mirando como se aleja de mí.

He de tener ciudado. Su alianza tintinea en mi mente. No estaría nada bién.


Viernes, 19 de octubre: Esta noche he tenido que hacer un pequeño "trabajo" con unos amigos. No ha sido díficil. La puerta blindada era de un modelo demasiado antiguo. Aunque el riesgo no ha valido la pena. Los muebles estaban bién, pero allí casi no había nada en efectivo y de joyas nada que valiera realmente la pena. Al final nos hemos tenido que conformar con el televisor, el dvd y otras baratijas. Me he quedado una caja de viejas cintas de vídeo (supongo que viejas gravaciones domésticas). No sé por qué, es una estupidez, pero soy un tipo curioso.


Sábado, 20 de octubre: Estoy sofocado. Confundido. No entiendo nada. He metido una de las cintas en el vídeo (en la tele no hechaban nada bueno) y he visto algo que me ha dejado sorprendido. La gravación era de aquel mismo verano, aunque la imagen no era muy buena y casi estaba gravada a contraluz: La fisonomía de la chica que estaba apoyada contra la pared immediatamente me ha parecido familiar, pese a que la luz caía sobre ella un poco oblícuamente y dificultaba su reconocimiento.

-Venga sonríe. Sonríe un poco, mujer.- Dice una voz mientras la imagen se bambolea un poco con el movimiento de la cámara.

La chica mira a la cámara. Conozco esa sonrisa. Pese a que ahora no lleva gafas, va un poco más maquillada y está más morena. Parece una furcia. Sólo lleva una camiseta de verano recortada por encima del ombligo y un tanga blanco que deja al descubierto unas piernas largas y apetecibles.

-Venga. Enseñáme qué sabes hacer.- Continúa la voz, mientras la cámara se acerca a ella y empieza recorrer su cuerpo.

Ella se gira y un generoso primer plano de sus nalgas llena la pantalla. Luego la cámara se vuelve a alejar de ella, toma un plano más general.

-No seas remilgada.- Insiste la voz.

Ella mira la cámara con una mirada oscura. Sonríe con agresividad. Su mano derecha baja hasta el tanga y se mete dentro. Juguetea con ella y con la cámara poniendo cara de chica mala. Empieza a masturbarse descaradamente. Hasta que, de un sólo movimiento y con cierta crudeza, desliza el tanga hasta sus tobillos. La diminuta pieza queda enredada en su tobillo izquierdo, cerca de su zapato de tacón alto.

Me quedo sin respiración. Nunca habría imaginado así aquella perfecta, bonita y refinada esposa.

La luz se posa rudamente sobre su cuerpo. El bello de su pubis ha sido recortado hasta que sólo ha quedado una pequeña y estrecha franja oscura. Un pequeño objeto brilla medioescondido en la parte baja de su pubis. La cámara se acerca y el zoom se pone en marcha. La imagen es imperfecta y un poco oscura, pero consigo distinguir el pequeño aro que atraviesa uno de sus labios vaginales. Luego el zoom va perdiendo aumentos y nuevamente la cámara se aleja de ella.

Los dedos de la chica empiezan a recorrer su sexo y acarician su entrada.

-¿Te gusta?.- Pregunta ella mirando directamente a la cámara, mientras vuelve a masturbarse.

-Quítate la camiseta. Venga, porfa...,_ Suplica la voz.

Obedece sin rechistar. LOs pechos son pequeños aunque no desentonan en absoluto con la delgadez de su cuerpo. Los pezones aparecen endurecidos y un poco puntiagudos ante la cámara. Continúa masturbándose con los ojos semicerrados y la piel brillante de sudor, hasta que poco a poco, y siempre apoyada en la pared, sus piernas se van doblando y su cuerpo se va deslizando hasta quedar en cuclillas. Zoom y cámara se acercan a su entrepierna (es de alabar el esfuerzo del improvisado cámara) para captar el sexo totalmente abierto como una flor rojiza, con los labios inchados y prominentes y un par de dedos perdiéndose entre ellos.

El misterio: la gravación acaba con un primer plano de la cara de la chica. Con los ojos semicerrados y la respiración profunda que escapa por entre sus labios como si librase allí mismo el alma.


Domingo 21: Estava inquieto, no podia dormir, no podia quedarme en casa respirando aquel aire de ratera. Pese a no tener ganas, he salido. La mayoría de bares y discotecas estaban casi vacíos y me arrastraba por las salas semidesiertas como un alma en pena. Y, entonces, inesperadamente casi, ha ocurrido. Confundido con el rumor de la música, me ha parecido que oía pronunciar mi nombre. Estaba semioculta en un rincón, casi al acecho, armada con el cigarrillo y el vaso largo. Los dos hemos sonreído. La conversación ha sido del todo intrascendente. Las horas han pasado deprisa. Se ha ofrecido a llevarme en coche. Por mi ningún problema.

Más palabras vacías al llegar ante la puerta de mi casa. Miradas huidizas que sólo coinciden fracciones de microsegundo. Al final sus ojos pardos se posan en los míos. No rehuyo su mirada. Cada vez estamos más cerca el uno del otro. Su mano roza mi camisa en un gesto no sé si del todo inocente y causal. Sus labios se acercan a los míos.

-Dejemóslo, por favor.-Me interrumpe en el último momento.

Me quedo en silencio ante su lógico reparo. En el fondo se muere de ganas. Vuelvo a buscar sus labios.

-Por favor.- Me suplica con un hilillo de voz.

Pero no se resiste. Nuestros labios se pegan. Noto todo su cuerpo palpitando y como cada uno de sus poros se abre. Le beso el cuello.

-Alguien nos a ver...- Se queja.

-Entonces sube.- Le sugiero.

-Ni hablar. No quiero hacer nada de lo que después me pueda arrepentir.

Sonrío al recordar el vídeo. Como actriz no está nada mal.

-Com quieras. Tampoco te voy a obligar a hacer algo que tu no quieras.- Le digo abriendo la portezuela del coche. Le doy las gracias y me despido.

Cuando ya estoy en la entrada vuelvo a oír su voz.

-Espera. Me quedaré un rato.-

-¿Sí?.- Tengo mis dudas. Estoy un poco escamado de su repentino cambio.

-Mi marido y mi hija no están. No quiero volver tan temprano y estar sola.-

Nada más cerrarse la puerta del ascensor volvemos al ataque. La cojo por la cintura, mis labios bajan por su cuello y me arrimo más de lo correcto a su escote. Su vientre ardiente se pega al mío. Si no fuera por las apariencias, lo hacemos allí mismo. Cuando se abre la puerta, volvemos a ser una pareja perfectamente normal.

La puerta del piso se cierra detrás de nosotros. No sé si tendremos suficiente paciencia para esperar a desnudarnos mutuamente. Desabrocho su blusa y beso sus pechos aún embutidos en el sostén blanco. Ella también besa mi cuerpo. Su mano recorre mi pecho velludo y baja hasta mi miembro, recorriéndolo sin ningún pudor. Muerdo sus pequeños pezones y le arranco una pequeña expresión de dolor. Me gusta su aire de buena esposa haciendo una travesura. Aprovecho para besar y acariciar todo su cuerpo. Mis dedos recorren su vientre desnudo, bajando hasta su monte de Venus, hasta llegar a la húmeda entrada donde se encuentra el tan famoso piercing. Sus dedos se unen a los míos y me enseñan a tocarla con una expresión de niñata mala. Arquea un poco la espalda mientras su otra mano se cierra con fuerza alrededor de mi miembro erecto. La acerco más hacia mí para tomarla definitivamente, pero ella repele mi asalto final.

-No, por favor, aún no.-

Se sienta en el sofá y separa las piernas. Me arrodillo ante ella y acerco mis labios a su sexo. Separo los pliegues de sus labios vaginales a lengüetazos. Su mano se posa en mi nuca. Atrapo entre mis dientes la pequeña joya y tiro un poco de ella. Enseguida un pequeño espasmo recorre todo su cuerpo y sus dedos tiran del pelo de mi nuca.

Cuando acabo de satisfacerla, se levanta y pasea la punta de sus dedos por mi erección de caballo.

-No está mal del todo.- Me dice en tono de experta, sonriendo halagada por la pétrea erección mientras sopesa los testículos con suavidad.

Se arrodilla y acerca su cara al miembro sin dejar de presionarlo un poco con la yema de los dedos. Luego se lo introduce en la boca y empieza a tragárselo centímetro a centímetro, hasta llegar al fondo de su garganta. Repite el movimiento dos o tres veces, después la composición del vaivén varía a base de movimientos más cortos y rápidos. Hasta que, por un momento, para su febril actividad.

-¿Sigo?.- Me pregunta sonriendo maliciosamente, anudando sus dedos en torno a mi miembro para evitar una prematura eyaculación en su boca.

Se levanta y me tortura besándome en la boca, apoyando su vientre contra mi miembro con todo su peso.

-¿Y si llevas a la señorita a ver la habitación?.- Me dice en tono sugerente.

-Me parece que la señorita es un poco señora.- Le digo.

Imprevistamente, la levanto en vilo y me la llevo en brazos por el pasillo.

-Ajá. Bonita cama.- Comenta al entrar en la habitación.

-No está mal para ser la cama de mis padres.-

La deposito con suavidad en la cama. Conteniendo la respiración, veo como se pone de cuatro patas, levantando la grupa como una perra en celo. Aparta un mechón de cabello de su frente y separa más las piernas al mismo tiempo que levanta su trasero y empieza a masturbarse sin ningún pudor. Ante esa invitación no puedo resistirme. Me acerco por detrás y beso sus nalgas. Hasta me atrevo a morderlas.

Meto un dedo en su pequeño y tembloroso su culo. Ni se queja. Al contrario, al principio parece un poco sorprendida, pero después sonríe perversamente.

-Niño malo.- Me riñe.

-¿Alguna vez te ha hecho esto tu marido?.- Le pregunto.

Para mi sorpresa se pone roja como un tomate. Estoy alucinando: por primera vez en mi vida me encuentro ante una mujer que no sabe mentir bién.

-Ahora no tengo ganas de hacer eso._ Me dice caprichosamente. Se hecha en la cama y se abre de piernas, levantándolas asta que sus rodillas casi rozan su vientre mientras hunde un par de dedos en su vagina.

Acaricio su cuello largo y delgado.

-Creo que voy a ser malo.

Inserto mi rígido miembro en su abertura. Milímetro a ilímetro me pierdo en ese mar de lava que parece querer tragarse hasta mi alma. Muerdo suavemente su hombro mientras ella hecha hacia atrás la cabeza en un movimiento de complacencia. Sus largas piernas envuelven mi cintura y sus manos a recorren i nuca com el terciopelo.

Entre la sensualidad y la brutalidad, navego en un oceáno proceloso, una símfonia de dos cuerpos en movimiento. Muerdo sus pezones duros com dos cristales de diamante.

-Más, más.... No te pares, cabrón...- Me dice ella mirándome directamente a los ojos y clavando sus uñas en mis nalgas mientras la follo sin compasión.

Mis embestidas se vuelven furiosas, como si me hubiera espoleado. No sé si gime de dolor o de placer. La embisto con tal brutalidad que temo romperla, pero su cuerpo alargado es lo suficientemente flexible. Aprieto fuertemente mi cuerpo tensado contra ella y, en una última embestida, mis dientes castañatean mientras me vacío en su cuerpo convulso.

Al cabo de unos minutos se separa de mi.

-Tengo que ir al baño.- Se excusa, mientras deja la habitación con su paso de gata sinuosa.

-Al fondo, a la izquierda.- Le indico.

Espero unos segundos, tumbado en la cama, mirando el techo, satisfecho. Los segundos se convierten en minutos y los minutos en algo más de media hora.

"¿Qué narices estará haciendo? Ya tarda, dita sea".- Me digo.

Me levanto de la cama impaciente y me dirijo al baño. Des del oscuro pasillo oigo el rumor del agua de la ducha.

-¿Estás bién?.- Pregunto educadament antes de abrir la puerta.

Al no obtener respuesta, decido abrir. Lo que veo me deja agradablemente sorprendido.

Bajo la ducha, deja que el agua golpee lánguidamente su cuerpo arqueado hacia atrás. Sus dedos alargados masajean su sexo, mientras un largo y reluciente consolador negro de un diámetro nada menospreciable explora su propio recto.

Me mira con absoluta indiferencia. Com si estuviese colgada.

-Oye, parece que no hayas tenido suficiente.- Le digo un poco ofendido.

-¿Y si fuera así?.-

Su respuesta me indigna, me hace enfurecer y todos los músculos de mi cara se tensan. No creo que se les escape mi creciente cabreo.

-Venga, acercáte. No tengas miedo.- Me invita.

No sé qué narices se propone. Me acerco, pero mi furia no se aplaca.

-Veo que eres un poco susceptible. No te cabrees, pero creo que aún vas a tardar un rato a estar preparado.- Me susurra suavemente mirando mi miembro.

Esto es demasiado. Lanzo un suspiro de desaprovación y hago el gesto el gesto de largarme.

-Dejáme que te ayude un poco.- Y empieza a acariciar mi miembro dulcemente, sin dejar de tocarse ella misma.

Estoy un poco avergonzado, pero la situación tampoco me disgusta. Algo crec en mí, como una marea imparable, un mar ebravecido. Ella sonríe perversamente.

-Quiero que te corras en mi boca.- Me dice abruptamente.

Estoy a punto de estallar.

-Venga, abre la boca pequeña.- Le digo mientras cojo su cabeza y la acerco a mi pene.