Diario de un incrédulo - martes 12 de marzo

La segunda clase de italiano con Sofía.

DIARIO DE UN INCRÉDULO - martes 12 de marzo

El apellido de Sofía es Tzarvayev. Su bisabuelo era oriundo de un pueblito de Kazajstán, pero siendo aún un niño su familia se mudó a una ciudad rusa en los Urales. Más tarde se establecieron en Moscú. Parece ser que vinieron a nuestro país a fines de 1916, con una importante fortuna, un año antes de que estallara la Revolución Bolchevique. En fin, nadie es perfecto.

El padre de Sofía se llama Roberto (o Norberto, no me acuerdo bien). Me sorprendió cuando dijo, con cierto aire de importancia, que vive en Rabat, Marruecos, y es piloto de una compañía aérea de ese país. Según ella viene a visitarla para su cumpleaños (el 5 de abril) y, a veces, para fin de año.

Hoy me contó todo esto cuando tomábamos un descanso después de la primera hora de lección, inclusive me confesó que tuvo una agria discusión con su madre ya que no quiere irse a Módena. Con respecto a su negativa a ir a Italia dijo que se debe a que quiere iniciar una licenciatura en la Escuela de Bellas Artes. No sé por qué, pero no le creo. Me parece que hay algo más. De cualquier manera, me contó esto último con cierto aire confidente, casi como si fuera un amigo y paradójicamente no pude evitar sentir una especie de halago o privilegio por su pequeña confesión.

Hoy fui decidido a hacer de cuenta que lo que pasó el jueves pasado fue un error o, es más, que nunca ocurrió. Sin embargo, esta mañana -cuando tomaba mi ducha matutina-, me sorprendí higienizándome la zona genital mejor que de costumbre. Me sentí como un pendejo estúpido y me dio vergüenza mi propia actitud.

Confieso que lo que sucedió el otro día me ha tenido muy perturbado. Anteayer tuve un sueño delirante y morboso: ella por momentos era mi amante y a ratos mi propia hija. Francamente no sé qué hacer. Ayer tomé la decisión de seguir con las clases como si nada hubiera ocurrido. Hoy no estoy tan seguro. Me asaltan unos deseos irrefrenables de raptarla y de hacerle el amor o violarla o qué sé yo; y luego, ya con más calma, vuelvo a pensar que todo eso ha sido una locura o que forma parte de un libidinoso sueño.

Cuando llegué a la mansión, Sofía me esperaba en el umbral de la puerta con una sonrisa que me hizo arrugar el corazón. Vestía una remera salmón y una minifalda corta (muy corta) al tono. Sus ojos brillaban como dos lunas en un lago. Fingí naturalidad, fingí indiferencia pero nada me salió natural ni indiferente. Su sonrisa se pegó en mí y le di un beso efusivo en su mejilla. ¡Dos veces me preguntó cómo estaba! Me quedé mirándola como un imbécil con esa sonrisa congelada en mi cara y sin atinar a responderle.

-¿Cómo estás, Adrián? ¿Qué te pasa que estás como embobado? -preguntó Sofía por segunda vez con un dejo de fastidio.

-¡Nada! -acerté a responder, saliendo de mi encantamiento. Y para disimular, mentí- lo que pasa es que me acabo de encontrar con una persona que quiero mucho y... -balbuciendo- hace mucho que no la veo.

Sofía cambió de expresión y puso una cara, digamos, «neutra». Me sentí muy incómodo, con una sensación muy ambigua: por un lado quería que volviera su informalidad, su risa, su mirada, su deliciosa, exquisita seducción de adolescente; por el otro quería dejar las cosas como estaban, de manera de poder dar la clase y largarme.

La primera parte de la lección de hoy transcurrió, como la del jueves, con absoluta normalidad. Nada hubiera dejado prever lo que ocurriría después.

-¿Te traigo un café? -preguntó apenas le dije que tomaríamos un descanso.

-¡Cómo te acordás de mis gustos! -exclamé con fingido humor. Sofía me miraba indiferente, con aire de mal humor.

-¿Entonces?

-¿Entonces, qué? -respondí preguntando mientras volvía a mi embobamiento.

-¡¿Le pido a la mucama que te haga un café?! -Sofía ya estaba francamente irritada, lo cual, (cosa extraña) me serenó e hizo que me relajara. En un segundo recuperé mi aplomo y le respondí con suficiencia, mientras extendía un brazo sobre el respaldo del sofá y esbozaba una sonrisita...

-Largo, por favor.

Volvió al rato. Se la veía nerviosa. Me sirvió el café sin decir palabra. Fue en este preciso momento en que le pregunté por su apellido, por el origen de su familia. Al cabo de unos minutos, más relajada, -tal vez por haber mostrado interés en ella- me hizo la «confesión» de que no quiere irse a Italia. Inexplicablemente me sentí halagado. Después se hizo un gran silencio que fue roto por ella.

-¿Puedo saber con quién te encontraste antes de llegar acá? -inquirió de manera «casual» pero con evidente curiosidad. Se puso colorada.

-¿Perdón? -respondí afectando intriga por su indiscreción. Sofía lanzó un profundo suspiro de fastidio; después cerró sus ojos tratando de controlarse.

-No quiero ser indiscreta, me parece que no me corresponde en lo más mínimo... ocurre que tengo una curiosidad tremenda por saber quién era... no sé por qué... quizá porque venías con una sonrisa de gran satisfacción... -y, después de una pausa, agregó con fastidio- tenías una sonrisa de gil, qué querés que te diga...¡Estabas como hipnotizado...!

Hice un largo silencio, mirándola a los ojos. Sentí que la situación se me iba de las manos y su descaro me estaba poniendo algo incómodo. Trataba de entender por qué ella estaba tan mal, tan furiosa. Y no fingía; de eso estoy seguro.

De pronto, Sofía se sentó a mi lado y, lanzándome una mirada penetrante, volvió a preguntar.

-¿Quién era?

-Una amiga.

-¡Estabas como alucinado! -replicó intentando contener esa especie de furia o de curiosidad visceral que me había impactado minutos antes.

-Tengo buenos recuerdos de ella -agregué neutro, siguiendo la mentira. Al fin y al cabo, pensé, quizá no se haya dado cuenta de que me atolondré al verla.

-Una amante, quizás... -agregó con mordacidad.

-Eso me lo reservo, Sofía. -contesté rotundamente. A pesar de mi falsedad sentía el peso tremendo de su invasión.

Es aquí donde, en realidad, se continúa esta historia de locos, este sueño imposible, este delirio que me ha llevado a revivir, con mil palabras, esos momentos de frenesí.

La chica se me abalanzó como una gata, tomándome la cara con firmeza. Fue tan brusca su acción que me dio la impresión que mi corazón iba a estallar. Me quedé mirándola, atónito, sin ser capaz de reaccionar ni decir palabra. Sofía me miró con ojos feroces... después me besó con locura, con auténtica demencia...

Luego de este verdadero arrebato, como dice la canción, «nos besamos hasta la sombra».

Pocos segundos me bastaron para que me contagiara su pasión. La excitación que me produjo el contacto con su cuerpo, sus pechos turgentes, sus pequeños pezones erectos rozándome, hizo que volviera a tener una erección explosiva como la del jueves. En ese instante nada me importó; me olvidé de mis temores; de mis recelos y me entregué al momento. La nena, sin dejar de besarme, comenzó a jadear ahogadamente, a pasar sus manos con fuerza por mi pecho, mis hombros, mi entrepierna.

No me pude resistir: metí mi mano (como jamás lo hubiera hecho) por debajo de su remera salmón hasta tocar esos senos esculturales, firmes, suaves, aterciopelados... los mismos que había estado soñando justamente anteayer. ¡Pero ningún sueño se compara a semejante realidad! Se me inundó la boca de saliva de sólo pensar que estaba a unos centímetros de chupárselos...

Sofía comenzó a besarme ardientemente mi cuello, mi cara, los párpados de mis ojos y al llegar a mi oreja detuvo su frenesí y comenzó a rozarme el lóbulo con su lengua y a introducírmela en el oído. Por momentos yo no sabía qué hacer primero. Me comportaba como un hambriento al que de pronto le ofrecen un salón inmenso repleto de orgiásticos manjares y que permanece indeciso o, quizá, mordiendo aquí, lamiendo allá. Mi corazón estaba al borde del paroxismo.

Bajé mis manos hasta sus muslos (¡Dios! Muslos de diosa, inconmovibles piernas de adolescente) y las subí hasta tocar el borde de su minifalda y ahí, lentamente, muy lentamente, fui subiendo hasta hacer contacto con sus nalgas, con su tanga de raso, con lo que más tarde comprobaría ser un auténtico paraíso de placer. Apreté con fuerza, con un ansia demente de violarla, de hacerla mía para siempre. En ese instante, justo en ese instante, y como si presintiese mis intenciones futuras, Sofía bajó hasta el cierre de mi pantalón y -ahí abajo- mirándome con ojos lujuriosos comenzó a tirar de la cremallera hasta que mi miembro literalmente saltó. Con parsimonia, con el talento y el refinamiento de una geisha, la nena aflojó mi cinto, desabrochó el botón, bajó mi pantalón... luego mi slip. Y se repitió la escena del jueves 7: suspiró hondamente, acomodó su cabellos rizados detrás de sus hermosas orejitas y con el rostro encendido por el erotismo, tomó mi pija como si tomara un objeto vital. Seguidamente, dio una larga y salvaje lamida desde mis testículos hasta la punta del pene, -tal como lo hiciera cinco días atrás- y de un bocado desapareció en su apretada y caliente boca.

Su apoteósica mamada arrancó de mí una honda exclamación de gozo, de puro placer sexual pocas veces experimentado. Mi respiración saltó en un instante al compás de su frenética cadencia. Desde esa posición veía lo que seguramente sería el sueño de cualquiera: su pelirroja cabellera de princesa subía y bajaba sobre mi pija con el ritmo regular y vertiginoso de una profesional consumada. Tres minutos (quizá menos) bastaron para que le volcara todo mi semen en su deliciosa boca.

Sofía acabó en una grandiosa exclamación de placer y se dejó caer de espaldas sobre el otro extremo del sofá.

A duras penas estaba tomando conciencia de lo que había ocurrido cuando oigo que la chica me dice:

-Ahora te toca a vos, Adrián...

Acto seguido, recogió su minifalda a la altura de su vientre y abrió por completo sus piernas de ensueño.

El hecho de que no me infartara en ese momento me indica que viviré mil años. Reaccioné como si fuera una marioneta movida por un invisible hilo de instinto: me abalancé sobre su entrepierna, pero me frené a tiempo...

Con mucho sacrificio encontré un poco de lucidez y me dispuse a gozar del momento. Como si el hambriento en el salón de la orgía bacanal se tomara su tiempo para lavarse las manos, buscar y encontrar una servilleta, colocársela sobre el regazo y, con parsimoniosa flema, elegir el plato. Comencé a besar pausadamente sus delgadas piernas, desde la planta del pie, -pasando por su pantorrilla de marfil- hasta los muslos, dándole mordiscos aquí y allá, pasándole la lengua y acercándole mi cálido aliento.

Sofía empezó a contorsionarse. Yo, gozaba palmo a palmo su piel, su aroma de mujer, su exquisito perfume, su tersura...

La nena, para mi asombro, comenzó a suplicarme con palabras vulgares. Sus palabras, que en un principio me tomaron por sorpresa, lo único que hicieron fue multiplicar mi excitación y aumentar aún más mi erección.

-Chupame la concha, Adrián... -me susurró como a punto de desfallecer.

Su súplica me hizo erizar la piel, pero seguí haciendo mi trabajo con absoluta paciencia. Más aún, me alejé de su vértice celestial y levantando su pierna me puse nuevamente a besarle su pantorrilla y a jugar con mi lengua sobre su piel. Sofía sacudía su cabeza como una poseída...

-Chupame la concha, por favor... chupámela, te lo ruego. -murmuraba.

Suavemente, con mucha tranquilidad me fui acercando a su entrepierna, deteniéndome a rozar y a hacer vibrar mi lengua a milímetros de su bombachita. Sofía se tensó, expectante. Por varios minutos más jugueteé de esa forma hasta, por fin, posar mi boca completamente abierta (como si me la fuera a devorar) sobre la delicia cubierta por la tanguita. Mi aliento sobre su vulva terminó por hacerla enloquecer: tomó con fuerza mi cabeza, la levantó y con su rostro transfigurado por el imperioso deseo de ser poseída, me rogó una vez más, al punto del llanto:

  • Adrián no me hagas esto, chupámela, por lo que más quieras... -y seguidamente arrancó su bombacha de un solo tirón y se quitó la remera

Describir lo que yo sentí al ver su conchita, perfectamente depilada por completo (sólo tiene un muy pequeño triangulito rizado en su monte de Venus), me resulta imposible. ¡Cómo trasladar en palabras semejante belleza! ¡Cómo explicar la delicada experiencia de ver una joya y saber que va a ser de uno! La boca se me volvió a llenar de saliva y no pude evitar relamerme como aquél que se dispone a saborear el más exquisito manjar.

Comencé simplemente por besar su concha, como agradeciendo semejante regalo, y a acariciar sus senos desnudos

La nena estaba empapada. Lamí con fruición sus juguitos y al hacer vibrar mi lengua sobre su clítoris Sofía tuvo un descomunal orgasmo, contenido desde hacía tiempo. En otras circunstancias, quizá, su exclamación me hubiera alarmado. Esta mañana no ocurrió nada de eso. Me entregué por completo a esa locura, mordisqueándole sus pequeños labios vaginales; introduciéndole toda mi lengua en su suavidad de terciopelo; regocijándome al percibir su olor a sexo joven, a sexo limpio y perfumado; chupándole su clítoris; pasándole la lengua en toda la extensión de su conchita.

Por mi parte sentía latir mi pija, que estaba literalmente petrificada, en mi propio vientre. En un segundo pensé que nada más penetrarla haría que me vaciara en una especie de eyaculación precoz.

Al cabo de unos cinco minutos Sofía volvió a acabar dando sus característicos grititos, mezclados con jadeos de perra. Gimiendo, como llorando de placer, me imploró:

-Culeame, te suplico. Culeame ya.

Ya no me contuve ni me importó ir preso por mil años. Me abalancé sobre ella y la besé con pasión a la vez que le enfilaba mi pija, sin tocarla siquiera ya que tenía mis manos en su cuello, en su ardiente conchita.

Nuevamente, la dificultad de describir con palabras lo que es sentir debajo de mí su blanco y pequeño pero, a la vez, firme cuerpito. Relatar lo que sentí mientras la penetraba lentamente en su profunda suavidad es casi imposible. Experimenté un intenso escalofrío al sentir cómo iba metiendo mi pija; aunque no sé si ese escalofrío fue por el solo hecho de penetrarla o de percibir cómo me ajustaba su concha.

Recuerdo que en ese segundo pensé en cómo le hacía el amor a mi ex esposa y no pude evitar comparar las experiencias: el cuerpo de Carla, casi de mi talla y el cuerpo de Sofía, pequeño, con apariencia de fragilidad, pero con la firmeza y el vigor de la juventud. Lo fácil que me resultaba coger a Carla cuando estaba excitada y la sensación de fricción al penetrar a Sofía (caliente como jamás estuvo Carla). La morbidez de la primera y la tensión del cuerpo de la nena. El aroma de una con la fragancia de la otra. La cara de mujer y el delicado rostro de una adolescente. Los 33 años de aquélla, los 16 de ésta.

Dicen que las comparaciones son odiosas, pero en este caso la comparación me provocó un éxtasis electrizante: después de estos fugaces pensamientos empecé a culearme a Sofía frenéticamente.

Mientras me la culeaba salvajemente bajé mis manos del cuello y me dispuse a amasarle su tetas, que se sacudían con el ímpetu y el ritmo de mis embestidas. No obstante, Sofía me tomó de las muñecas y me volvió a colocar mis manos en su cuello.

  • Apretame... -alcancé a oírle- violame como a una cualquiera -agregó después.

Comencé entonces a oprimir su cuello hasta ver que su rostro cambiaba de color... Justo en ese momento volvió a acabar en otro orgasmo que alcanzó a ahogar desgarrando su remera.

Pausadamente me fui deteniendo y mientras ella continuaba con sus gemidos ahogados volví a chuparle su ardiente conchita, con lo que prolongué un minuto más sus contracciones. Después quedó exhausta, virtualmente desmayada.

Lejos de detenerme la puse boca abajo como quien da vuelta una muñeca, levanté su cadera y seguí con mi faena. Su ano, chiquito y apretado, quedaba a mi vista y sentí latir el corazón en mi garganta, como si estuviera a punto de salírseme. Me detuve una vez más, sucumbiendo a otra tentación. Mi cabeza me daba vueltas. Estimulado por la visión de su culo y particularmente de su ano, acerqué mi boca como si fuera a comerme la fruta más sabrosa.

Mis testículos me dolían y los sentía a punto de reventar, como si un puño invisible me los apretara. Sin embargo, como un perfecto masoquista me dediqué a chupar con placer demente su culo, a intentar introducir mi lengua, a disfrutar de la fragancia a sexo que emanaban sus genitales, sus nalgas. Sofía recuperó plenamente su conciencia.

  • Metémela por el culo... quiero sentir tus huevos golpear en mi concha -me imploró.

Sin hacerle caso, y sintiendo que de alguna manera tenía el control, seguí pasando mi lengua por su culo. La aspereza de mi lengua en contacto con sus partes más sensibles hacía arrancar a Sofía palabras de completa lujuria.

  • Rompeme el culo. No me hagás más esto, hijo de puta... me voy a volver loca. Cogeme que no aguanto más. Acabá de una vez y dame tu leche... ¡me vas a volver loca! -y nuevamente ahogó un grito salvaje con su ya destrozada remera.

Así, con una renacida calma, volví a su apretada concha moviéndome lentamente. Me aferré a sus caderas con fuerza desproporcionada (después comprobé lo enrojecidas que quedaron sus nalgas). Hubiera sido sencillamente imposible que ella lograra zafar por cualquier motivo. Por último, aumenté mi ritmo y comencé a sentir que un poderoso torrente de semen intentaba brotar de mis entrañas. Me remordí los labios hasta hacerlos sangrar y cuando la presión ya fue inhumana empuñé su cabellera rizada con mi mano derecha y de un tirón le puse mi pija en su boca. Por fin, mientras estallaba y me convertía en miles de gloriosas partículas de hombre, volqué todo mi esperma en su boca adolescente. Perdí la cuenta de la cantidad de contracciones. Sólo alcancé a ver el rostro de Sofía, reflejo de mi propio rostro, transformado en un inenarrable placer bestial.

Dos orgasmos siempre fue mi número preferido, sin embargo, no quedé satisfecho: mi pene mantenía su erección como si nada hubiese ocurrido. Sofía, en cambio, estaba como destruida. Se dejó caer como muerta al sofá mientras se mordía el labio inferior en un gesto de gozo. Permanecimos callados por espacio de cinco minutos.

Pasadas las diez me vestí y comencé a recuperar la cordura. Pensé «¡qué he hecho!». Después imaginé a la mucama llamando a la policía o a la seguridad del country tras el gran alboroto que hicimos. Desperté a Sofía. Con visible nerviosismo le dije que me tenía que retirar. Ella se me quedó mirando, con su acostumbrado mordisqueo del dedo meñique. Por fin, habló:

  • El jueves que viene no voy a poder tomar la clase... -e hizo una pausa intrigante. Aguardé que continuara mirándola con cara de póquer.

  • Tengo que hacer unos trámites por la mañana... -ese «trámite» lo largó con doble sentido y creo que cumplió con su objetivo porque, inexplicablemente, me dio una puntada en el corazón.

De todas manera, con mi mejor pose de indiferencia, le largué.

-Vos dirás cuando nos volveremos a ver.

Hoy he comprobado una cosa: Sofía es una auténtica caja de Pandora y no deja de sorprenderme. Lo que siguió jamás me lo hubiera imaginado ni en el más dulce de los sueños.

-¿Qué tenés que hacer el finde? -preguntó con su característico brillo en los ojos. Ese brillo que anuncia que algo inaudito ocurrirá.

El fin de semana próximo estoy totalmente desocupado y sólo tenía en mente dedicármelo a dormir.

-Estoy sumamente ocupado -mentí.

-Te invito a Santiago de Chile. Desembuchó ella como si dijera «vamos al cine».

-¿Cómo que «te invito a Santiago de Chile»? ¿Qué significa eso, Sofía?

-Que te invito a Santiago de Chile.

-No te entiendo.¿ Me estás hablando de Santiago, la ciudad?

-¿Qué más podría ser?

-Qué se yo. Algún lugar, no sé, un bar, algo así...

-Te estoy hablando de la capital de Chile. -agregó Sofía en tono esclarecedor- Quiero visitar a una amiga que vive allá y me encantaría que me acompañaras...

-¿Y tu mamá no te puede acompañar? -pregunté por preguntar.

-Ella se la pasa trabajando. Está haciendo buena letra para ir a Módena. Pero yo quiero que vos me acompañes.

-Sofía, yo soy un tipo de 35 años y vos tenés 16. Lo que estás diciendo es un completo disparate. -mientras, ella sonreía pícaramente- Pero, che... ¡si ni me conocé!. -añadí.

-¿Y qué? ¿Serías capaz de violarme?

-De secuestrarte, Sofía. Te secuestraría y no te devolvería más. -me quise morir cuando me oí decir estas palabras.

No sé de dónde ni por qué me salieron pero el hecho es que me puse colorado como un tomate. Sofía su puso a reír con esa risa celestial que hace que me den ganas de llorar de la alegría, porque existe.

-Sos un dulce, Adrián.

Se hizo una pausa. Mientras, yo terminaba de recoger mis cosas.

-¿Y bien? -preguntó ella desde el sofá, angelicalmente desnuda como todavía estaba.

-¿Y bien, qué?

-¿Aceptás mi invitación?

-Pero Sofía, ¿me estás charlando? Tenés 16 años, sos una menor. ¿Cómo te las arreglarías para salir del país? ¿Qué diría tu madre, tu gente? ¿Cómo te vería tu amiga chilena llegando con un tipo como yo? -los interrogantes brotaban de mi boca esperando que ella tuviera una respuesta a cada una de ellos.

A Sofía se le puso la piel de gallina y volvió a morderse la uña de su meñique izquierdo.

-Marina, mi amiga, se moriría de la envidia si me viese llegar con vos. Soy menor pero tengo documentos para entrar y salir del país como si entrara o saliera de esta habitación; un hermano de mi papá es un alto funcionario de la Aduana. Muchas veces he viajado sola por todo el mundo. Estoy ciento por ciento segura de que a mi madre le encantaría que vinieras conmigo, ella está encantada con vos... además, no te olvides que ella me dio una educación muy especial. ¿Alguna otra duda?

-Te dije que estoy muy ocupado.

-Tomate estos días para pensarlo. No tendrías que gastar ni un centavo, te lo garantizo. Además, podríamos recuperar la clase del jueves -remató con picardía.

-No creo que sea posible, Sofía. Tengo cosas que hacer...

Ella no dijo más. Dio un gran suspiro; se incorporó; fue a su cama, buscó su pijama y se lo puso. Entró en su baño y al cabo de unos minutos salió cepillándose el pelo. Se acercó a mí, tiró su cepillo sobre el sofá y tomó mi cara tiernamente, con ambas manos.

-Te ruego que pienses en mi invitación. Porfi. -agregó ansiosa.

Puse cara de «vamos a ver».

-¿Te hablo el jueves al mediodía? -inquirió con la misma ansiedad.

-No sé, puede ser. -contesté.

Pasé al baño y me terminé de arreglar. Recogí el material de trabajo y bajé. Sofía me esperaba en el living. Por suerte la mucama no estaba. Me hubiese muerto de la vergüenza si me hubiera visto salir estando ella vestida con el pijama. (Aunque es imposible que no haya sentido nuestros gemidos. Pero, en fin... corazón que no ve, corazón que no siente.).

Le di un beso en la mejilla y enfilé para mi auto. Estaba por subir cuando ella se me acercó unos pasos y me largó:

-¡Adrián! En esta última hora me di cuenta de algo...

La miré como diciendo «¿de qué?».

-No es cierto que esta mañana te hayas encontrado con una amiga de la que tengas «buenos recuerdos».

-¿Tan segura estás? -contesté con aire suficiente.

-Totalmente.

-¿Y qué te hace pensar que no fue así? -pregunté intrigado.

-Cuando te hable el jueves al mediodía y entonces me aceptes la invitación que te hice, te lo cuento.

Subí a mi auto sumamente turbado, pero fingiendo un aplomo de 35 años.

Cuando escribo estas palabras son las 22:30 hs. de este martes 12 de marzo, y no he dejado de pensar en ella ni por un segundo.