Diario de un incrédulo - jueves 7 de marzo

Diario de un docente de italiano que decide escribirlo a raíz de sus nuevas experiencias con una adolescente.

DIARIO DE UN INCRÉDULO (Jueves 7 de marzo)

Me llamo Adrián, tengo 35 años y soy profesor de italiano en dos institutos secundarios de mi ciudad. Estoy camino a divorciarme. Tras muchas idas y venidas, y después de siete años de casados, decidimos con mi esposa terminar nuestro matrimonio. Hace dos años quisimos tener un hijo pero nuestros problemas de pareja ya eran importantes, así que tomamos la decisión de dejarlo para más adelante. Finalmente, resolvimos no tenerlo. Iniciamos nuestra separación hace casi un año, cuando mi esposa se fue de casa, y en octubre último los trámites legales.

La cuestión, desde lo afectivo, no me está resultando muy fácil. La angustia es mucha pero creo que voy a poder resolverlo solo, sin ayuda profesional.

Hace prácticamente tres meses, mientras desayunaba en mi departamento, pensaba en este asunto cuando sonó el teléfono. Resultó ser una mujer que me preguntaba si daba clases particulares de italiano. Respondí que no puesto que la preparación de mis clases me llevaba un tiempo considerable (además tengo ingresos muy buenos e invierto un par de horas diarias en el gimnasio y para trotar). La mujer insistió. Pregunté entonces dónde había obtenido mi teléfono, a lo que contestó que se lo había dado el padre de un alumno mío. Volví a negarme lo más amablemente posible, diciendo que estaba atravesando por un mal momento personal y que no me sentía con ánimos para asumir nuevas responsabilidades. Para mi sorpresa, mi interlocutora mantuvo obstinadamente su petición comentando que mi «fama» de excelente docente trascendía las puertas de la escuela. Finalmente me preguntó cuánto cobraría por dos horas semanales. Fastidiado por su obsecuencia y por haber insistido tanto, le pedí una cifra exorbitante para que desistiera: respondí que por menos de $ 150 mensuales, y por adelantado, no iba a acceder. De inmediato, la señora replicó que me daría $ 350 al mes por cuatro horas semanales.

Me dejó literalmente mudo. Si se considera que por dos horas a la semana se está cobrando, cuando mucho, entre $ 75 a $ 85, salta a la vista que su ofrecimiento era en verdad sumamente difícil de rechazar. No obstante, y no muy convencido del todo, hice notar que las clases debían ser tomadas únicamente por la mañana (martes y jueves) y que esto era inapelable. «¡Magnífico!», concluyó exultante la mujer, y agregó que me iba a esperar al día siguiente. Me dio su dirección, dijo que se llamaba Raquel Montini, nos saludamos y cortó.

Jamás he escrito un diario íntimo. Siempre creí que era una estupidez y una pérdida de tiempo injustificable. Sin embargo, lo que he venido viviendo en estos últimos meses me ha llevado a registrar esta experiencia por varios motivos. Primero, para que quede constancia de todo cuanto está ocurriendo (y por lo que me pudiera ocurrir); segundo, para revivir esos momentos; y tercero, para no perder la cordura.

Comienzo, pues, mi diario. Algunos diálogos escritos en él son aproximados ya que, por lo general, escribo por la noche o a la mañana siguiente de la fecha referida. Obviamente, no recuerdo la totalidad de las frases tal cual fueron dichas. No obstante, algunas quedaron muy grabadas en mí y jamás me las voy a olvidar.

JUEVES 7 DE MARZO:

Hoy me presenté a la dirección que me había dado Raquel y de inmediato comprendí por qué me ofrecía una paga soberbia: vive en una auténtica mansión y en el country más lujoso de la ciudad. Estacioné mi autito mientras pensaba con cierta amargura que mucha gente vive bajo los puentes y que no podrían juntar $ 350 ni en cinco años. No hice que bajarme y ya la dueña de casa, una pelirroja despampanante de ojos celestes, tal vez un poquito más alta que yo y aproximadamente de mi edad, me aguardaba con una sonrisa deliciosa en el umbral de la puerta

Llega a tiempo, hoy debo irme más temprano que de costumbre, dijo con soltura.

¿Cómo no me avisó por teléfono, así posponíamos la clase para otro día? Contesté preguntando un poco asombrado.

Pero, ¡qué distraída soy! -respondió de inmediato- No es a mí a quien debe enseñar italiano, anch’io parlo la lingua del Dante. Mi hija será su alumna. Lamento no haberle dicho con anterioridad, espero que no le importe. Ocurre que soy gerente de finanzas de una empresa italiana y a fin de año me trasladan a Módena. Sofía, mi hija, deberá venir conmigo y ella no sabe decir ni grazie .

¿Toda la familia deberá mudarse a Italia? -pregunté por preguntar.

Somos nosotras dos, nadie más. Yo soy divorciada... -y se quedó como esperando que dijera algo.

En su escuela -agregó- usted tiene un prestigio notable.

Gracias. ¿Su hija tiene entre 13 y 14? -pregunté pensando en mis alumnitos.

Mi nena tiene 16. Va al secundario por la tarde, en una escuela de esta zona. Pero, tome asiento que ya se la presento. Y subió al primer piso a buscar a la chica.

Solo, en el espléndido living de la casa, me dediqué a apreciar la hermosa decoración minimalista. Un sofá de tres cuerpos, tapizado en rafia de algodón, está enfrentado a una gran banqueta de metal y cuero capitoné. Sobre ésta, un libro titulado Caucasian carpets , escrito en inglés, estaba abierto en la página 67. En el centro de estos muebles, en vez de una mesa baja, dos mesas mellizas de madera (probablemente fresno). Completa el rincón dos sillas bajas de rattan. El piso es un entablonado soberbio, de colores más bien claros. Todo es muy luminoso, de un estilo despojado. En un rincón, al lado de un modernísimo hogar hay una biblioteca. Noté que hay muchos textos de decoración, música barroca, pintura y personalidades del arte. Destaca un libro de la vida de Carl Andre. Todo hace de la casa un lugar agradabilísimo. Estaba viendo un detalle de una exquisita pintura de mediados de la década del ’60, -que reproducía unos cubos similares a las esculturas que realizara Sol LeWitt- cuando me sorprende la madre: «Profesor, le presento a Sofía».

Quedé perplejo: la nena es sencillamente una muñequita de cine, una adolescente de las que uno suele ver en los catálogos de lencería fina. El cabello de Sofía tiene una fuerte tonalidad rojiza, muy rizado, y es de un largo que da bastante por debajo de sus hombros. Sus ojos -en una cara angelical que derrite a cualquiera- son celestes, como la madre; y su mirada deja entrever una personalidad fortísima y original, pero a la vez enternecedora. En su boca pequeña, unos labios algo carnosos terminan en una delgada comisura que muestra una permanente sonrisa. Mide unos cinco, quizá siete centímetros menos que yo. Sofía es una verdadera tentación. Tras la blusa blanca que vestía esta mañana, sus pechos, armoniosamente desarrollados por su edad, denotan una firmeza extraordinaria. Esta mañana vestía, además, un vaquero pegadísimo al cuerpo y calzaba zapatillas tipo tenis, de blanco impecable. Sólo al verla experimenté una poderosa e instantánea erección que disimulé dificultosamente con los apuntes que llevaba en la mano.

Mi corazón dio un golpe cuando se me acercó radiante y, con mucha soltura, me besó la mejilla.

Hola, profe. ¿Cómo estás? -saludó Sofía de manera muy informal y desinhibida.

Buen día, Sofía. Muy bien, gracias.-respondí saliendo a duras penas de mi perplejidad y haciendo esfuerzos en que no se me notara mi excitación.

Profesor, aquí están sus $ 350 -la madre me entregó el dinero acordado y tomó un juego de llaves de auto, que estaba sobre una de las mesitas-. Ahora, si me disculpa, tengo que irme a trabajar.

Le dio un beso a la «nena», me tendió su mano en un firme apretón y, saliendo presurosa y con una amplia sonrisa, me deseó buon lavoro!

Sofía quedó mirándome de manera muy sexy con una sonrisa en los labios, mordisqueándose la uña de su meñique izquierdo, quizá intuyendo mi agitación. Tratando de no mirarla, puesto que mi situación era muy incómoda, pregunté dónde pensaba tomar su clase. «Aquí, en el living, si te parece», respondió.

La primera parte de la lección transcurrió normalmente, aunque debo confesar que estaba muy perturbado por múltiples factores: por su presencia, por su sugerente inflexión de voz, por los modales exquisitamente femeninos y refinados, por su tuteo y -¡cosa que me vuelve loco!- por su graciosa y tierna dicción del italiano. Le di varios ejercicios de pronunciación, a los efectos de «soltar la lengua», y al cabo de la primera hora tomamos un descanso.

Apenas anuncié el intervalo, Sofía me preguntó qué deseaba tomar. Le pedí un café largo y se dirigió al interior de la casa. Volvió de inmediato diciendo que deberíamos cambiarnos de lugar ya que la mucama debía limpiar el lugar donde estábamos. Le respondí que no tenía inconvenientes. Solamente le recomendé que, a fin de optimizar el aprendizaje, buscara un lugar donde ella se sintiera cómoda. «¡En mi habitación!», replicó al instante y sin dudarlo. Su respuesta me tomó por sorpresa.

Llevo varios años de docente conociendo a la perfección mis obligaciones y responsabilidades y, si he logrado construir una imagen de prestigio, ha sido por tener las cosas claras, por evitar situaciones embarazosas y obrar en consecuencia.

Me negué de inmediato proponiendo el patio, la cocina o alguna otra sala de estar puesto que la casa es inmensa. Sofía, muy astuta y con suplicante voz de nena comenzó a insistir «dale, por fa, no seas malo; mi habitación es el único lugar en el que me siento 100 % cómoda y segura». Luego de un par de negativas de mi parte accedí. ¡Qué sorpresa la mía cuando, luego de mi sí, se abalanzó y me chantó un sonoro beso en la mejilla derecha! Acto seguido se dirigió rápidamente hacia la escalera que lleva al primer piso y, después de subir unos escalones, me invitó a que la siguiera. Mi erección, que no había menguado durante toda la lección, se potenció mientras subíamos al tener a un metro de mi cara aquella espléndida cola de adolescente y al oler la exquisita fragancia que emanaba su cuerpo. Por fin, nos instalamos en su dormitorio.

Al cabo de un instante apareció la mucama con mi café y una gaseosa para ella. Antes de que la empleada se retirase Sofía le pidió no ser molestados, ni siquiera con el teléfono.

Luego de un par de minutos de hablar de la decoración de la casa y mientras disfrutaba de mi riquísimo café, mi alumna comenzó, imprevistamente, a hacerme preguntas cada vez más personales: dónde vivía, cuántas horas trabajaba, qué me gustaba hacer en mi tiempo libre, si fumaba, si estaba casado o si tenía pareja, qué perfume usaba, etc., etc. Respondí con algunas evasivas y, alrededor de las 10:15 me dispuse a continuar con la clase.

Sofía bajó a buscar su cuaderno y sus útiles, que habían quedado en el living, y volvió en un minuto. Mientras entraba en su habitación y cerraba la puerta, preguntó de manera muy casual (al menos eso creí) qué significaba la palabra italiana seme . Asumiendo ya mi postura de docente, respondí que il seme significa «la semilla» y que también el término hace referencia al palo de una baraja de naipes.

¡Ah! -exclamó con marcada desilusión- creí que era algo más rico.

¿Más rico? -pregunté desconcertado.

Sí, creí que significaba "semen" -dijo, pasándose casi imperceptiblemente su lengua por el labio superior, a la vez que se estremecía como a quien se le hace agua la boca.

La situación me desbordó y quedé estupefacto. Sofía emitía una risita entre dientes, como con un poco de vergüenza.

¡Te quedaste mudo, Adrián!

Bueno, en realidad, también significa eso... -respondí reaccionando apenas y sin tener muy en claro si ella sabía lo que significaba «semen».

Si no había mencionado esa acepción era porque uno generalmente evita todo ese tipo de vocabulario ante niños o adolescentes y lo deja para situaciones de «adultos». Pero lo que en realidad me dejaba atónito era el contexto.

¿Y por qué no lo dijiste? ¿Te dio vergüenza? -preguntó.

No sé, qué se yo... no me parecía pertinente...

Sos un tonto -me dijo con ternura- ¡Mmm! ¡Y me vas a decir que no es rico!

Pero, ¿de qué estamos hablando, Sofía? -pregunté sin poder salir de mi perplejidad.

Del semen, Adrián. ¿No estamos hablando de eso?

¿Y qué me querés decir con que es rico?

¡Simplemente eso, que el semen es muy rico! Rico en vitaminas, en minerales, en fructosa, etc., etc., etc. Pero, además, es exquisito.

¿Exquisito? -pregunté, pensando seriamente que me estaba tomando el pelo.

¡Riquísimo!... su sabor... a mí me encanta...

¿El semen?

¡Sí, tonto! El semen humano... ese líquido blanquecino que contiene los espermatozoides y que sale de la pija.. -respondió con naturalidad.

Confieso que la frase me resultó brutal. Me puse rojísimo de la vergüenza (¿ajena?) y me puse de pie al instante.

Disculpame, pero ¡me estás tomando el pelo, Sofía! -reaccioné airadamente mientras buscaba mis apuntes y el material didáctico, en un gesto de irme.

¿Por qué pensás que te estoy tomando el pelo, Adrián? -preguntó con calma y sentada en su sillón.

Mirá, querida, el hecho que tengas un montón de plata y vivas en esta mansión estupenda no te da derecho a tomarme por un estúpido de esta manera y a faltarme el respeto. -contesté sumamente disgustado. Sin embargo, la conversación me estaba excitando hasta la locura e íntimamente no quería que terminase ahí.

Dos cosas, Adrián. -replicó Sofía con mucha calma y seriedad- Primero, no te estoy tomando el pelo. No tengo intenciones ni tampoco tengo por qué hacerlo. Segundo: ¿faltarte el respeto? ¡Te estoy hablando de mis gustos, no de los tuyos! Mirá, Adrián -continuó con seriedad- yo soy una chica que fue criada con absoluta libertad y con una educación poco convencional. Eso lo reconozco. Tengo dieciséis años y, si querés, te puedo hablar de pintura renacentista con la seguridad con la que vos hablas italiano: si querés te hablo de todas y cada una de las producciones de da Vinci, Rafael, Tiziano y Miguel Ángel en aquel período. Si querés, te cuento por qué Piet Mondrian fundó la revista De Stijl y te justifico por qué se tuvo que ir a Nueva York. O, sino, te hablo del existencialismo en Miguel de Unamuno; de Sartre, o de Bach. O vamos abajo, donde está el piano, y vas a ver cómo interpreto obras de Chopin, Strauss o, incluso, de Charly García. ¡Te desafío!, para que veas que no te estoy engañando... ¡Dale!... Mirá, vos seguramente conocés la historia de Italia con profundidad... bueno, preguntame cualquier cosa de Garibaldi y Cavour, o del rey Víctor Manuel III. Preguntá, nomás. -Sofía me desafiaba. En todo momento me miraba a la cara y salían brillos de seguridad de sus ojos.

No sé qué tiene que ver toda esta exhibición de erudición con lo que estábamos hablando del semen... -atiné a balbucear, entre risas nerviosas.

Que no soy una cualquiera. Hay chicas de mi edad que se emborrachan sistemáticamente todos los días y llegan a sus casas en cuatro patas. Sé de algunas compañeras y compañeros de mi escuela que se drogan con cocaína y esas cosas y andan dando espectáculos de asco por ahí. Otros gustan de andar a las trompadas... Y después están los que escuchan cumbia toda su vida mientras se rascan el pupo o coleccionan servilletas de papel o tapas de gaseosas. Otros se visten como los personajes de Viaje a las Estrellas, y se presentan disfrazados en todas las convenciones del mundo que se hacen para hablar siempre de lo mismo. A ellos nadie les dice nada, nadie los cuestiona. Bueno, ¡a mí me gusta el sabor del semen! Y, de hecho, me tomo todo el que puedo. Claro que no ando por ahí, así nomás, chupando pijas. Tampoco es cuestión de ponerse a la boca cualquier cosa. -dijo riéndose- Y, por supuesto, disfruto del mejor sexo. ¿Por qué no?

...

Te volviste a quedar mudo -dijo Sofía riendo otra vez de buena gana- mirá mi cutis -y se me acercó de manera provocativa para que la viera de cerca- quedate tranquilo que no muerdo, che. Mirá mi cutis. ¿Ves acné? Por supuesto que no. ¿Ves barritos? ¡no!, ¿ves alguna otra impureza? ¿No? Tocá que tersa es mi piel... ¡dale, che, no seas zonzo! ¿Ves? Y todo gracias a qué... gracias al semen y a una vida sexual plena, sin tabúes, sin miedos, sin prejuicios. Lo que se dice una vida sexual libre, audaz, osada. ¿Por qué no? Para qué tenemos lo que tenemos sino. ¿Qué me decís?, ¿eh? -y dijo esto último acercándose hasta quedar pegada a mí.

Que me siento mareado y no sé qué decir. -murmuré confundido.

Mi erección no había menguado en ningún momento desde que vi a Sofía por primera vez, una hora y media atrás; más aún, comencé a experimentar una tremenda presión en la punta mi pene, acompañada de un latido. Por supuesto, tenía mi slip empapado. La chica deslizó su mano izquierda sobre mi entrepierna.

¡Mmm! Estarás mareado y no sabrás qué decir pero estás a mil, Adrián. Para que veas que no te tomo el pelo y que no te ando jugando a la histérica, te lo demuestro. -dijo sensualmente, mientras intentaba bajarme el cierre de mi pantalón.

No, por favor. Esto no está pasando, en realidad; no puede ser que... -expresé a medias con una gran confusión en mi cabeza.

No seas zonzo, Adrián. Disfrutá tanto como disfruto yo... si esto que tenemos es un don extraordinario de la naturaleza. Por qué no usarlo. -y al decir esto bajó el cierre con decisión, desabrochó el botón del pantalón, hizo que me lo bajara y terminó sacándome el slip. Yo estaba totalmente aturdido, embriagado por tener una nena de dieciséis años dispuesta a chupármela, seducido por su voz, por su fragancia, por la suavidad de su piel. Hasta el ambiente hacía que todo fuera como irreal, como un sueño. Pero lo que hoy viví no lo fue.

Luego de bajarme el slip, Sofía -mientras se acomodaba el pelo detrás de sus pequeñas orejas- dio un gran suspiro al ver todo mi miembro en total erección y bañado en líquido seminal (jamás lo había tenido así, ni siquiera durante mi «primera vez»). Con mucha calma comenzó a lamerlo y a pasarme la lengua a lo largo del pene sorbiendo mis jugos, hasta mis testículos. Chupó con suma delicadeza uno, después el otro y volvió a mi pija que estaba como a punto de eyacular. Rodeó la cabeza con la lengua, una y otra vez... y repitió todo de nuevo. En esos momentos sentí que jamás me habían dado una mamada igual. Estaba disfrutando de esa delicia cuando de repente, apretando sus labios, la puso toda en su boca hasta la garganta. ¡Qué placer tan grande, por favor! La suavidad y el calor de su boca me provocaban un deleite único. La firmeza y fuerza con que chupaba mi pene denotaba que la nena conocía a la perfección lo que hacía y que disfrutaba haciéndolo. Mi excitación era tan intensa que podía escuchar los latidos de mi corazón. La exaltación de Sofía también era notable: gozaba cada milímetro de mi piel y esto lo podía comprobar por sus gemidos de placer. Se puso toda mi pija en la boca, como dije, subió lentamente hasta la punta y antes de llegar nuevamente al fondo acabé en un interminable torrente de semen que pensé que la piba no iba a tolerar. Siete, ocho, nueve chorros de semen salían de mi interior en un placer desgarrador. Sofía en ningún momento dejó de hacer lo que había empezado. Todo lo contrario. Tragó semejante cantidad de leche y siguió con un ritmo lento mientras yo eyaculaba sin parar.

La respiración de la chica, al igual que sus gemidos, se hacían cada vez más intensos. Mi pija no disminuyó su tensión ni en lo más mínimo. Lejos de preocuparme por sus gemidos, me relajé casi por completo y me dediqué a disfrutar el momento (ya que quizá sea la última vez que me ocurra una situación parecida). Comencé por acariciarle su espléndida cabellera rizada, casi como un padre acaricia inocentemente el cabello de su hija, mientras ella seguía dándome una mamada de ensueño. Lentamente pero con ritmo, sus labios, su lengua, toda su boca apretaba con firmeza mi pija. La delicia era tan pero tan grande que mi piel se erizó por completo. Ella lo percibió. Así, comenzó a rozarme la piel con el dorso de su mano, lento, muy lento y con ternura. La situación me pareció surrealista. En ese momento pensé que ella, además de gozar, se estaba alimentando. Y prestando atención, advertí que, en efecto, así era. Ella se alimentaba y toda su postura, todo su cuerpo así lo indicaba. (Recuerdo que, al advertir esto último, sentí una fugaz incomodidad). Todo lo que vivía me resultaba embriagador. De tanto placer, casi pierdo el conocimiento... el techo de la habitación giraba a mi alrededor, el olor a café... el ruido de la aspiradora en el living, los suspiros y gemidos de Sofía, mi corazón que saltaba de delicia.

Ocho o diez minutos después de mi primera eyaculación volví a acabar. Traté de contenerlo con todas mis fuerzas en un vano intento por disfrutar unos segundos más, por prolongar el placer. Traté de frenarlo para siempre... pero los reflejos son inapelables: seis rápidos, potentes y cálidos chorros llenaron nuevamente la boca de la nena. Sofía lanzó un hondo gemido de placer al que le siguieron pequeños grititos orgásmicos. Me fue imposible contener una profunda exclamación de gozo, de placer animal, de satisfacción íntima, nunca antes sentido. Una extraña sensación de bienestar me inundó.

Sofía, después de dar un sonoro chupetón a modo de erótico epílogo, se acurrucó satisfecha a mi lado como si fuera una nena que se protege con su papi.

Gracias, Adrián. -me dijo casi al oído con mucho cariño, pero sobre todo con gratitud- Tu leche es exquisita. Es un verdadero manjar -y suspiró largamente. Yo permanecía en silencio- ¡y cuánto me diste! ¡un montón! Riquísima. Es deliciosa -otro largo suspiro- viste, tonto, que no te mentía. Por qué habría de hacerlo. Ya ves que me encanta y que no tengo conflictos al respecto. ¿Vos los tenés?

En toda mi vida nunca viví algo así. Qué querés que te diga. Todo me parece extraño. Sumamente extraño. Y vos... sos tan chica. No sé...

Tengo dieciséis años y hace mucho tiempo que tengo impulsos sexuales, ¿qué te pensás?, que voy a esperar a casarme o a tener veintiuno. -hizo una pausa. Mi corazón seguía latiendo con fuerza y sentía el vibrar de mis arterias en el cuello, la sien, en mi pene. Todo mi cuerpo pulsaba.- Tu semen es exquisito. -insistió mientras tomaba mis testículos con su tierna mano de adolescente, como protegiéndolos- Seguro que comés mucha fruta o helados... agregó acurrucándose nuevamente.

La verdad que sí... -respondí sorprendido- consumo mucha fruta desde que tenía tu edad, más o menos. ¿Cómo te diste cuenta?

Porque tu esperma es muy dulce...

¿Me estás tomando el pelo?

¡Otra vez vas a empezar con eso! -exclamó riendo a la vez que me daba un tiernísimo beso en mi mejilla que me terminó de derretir- probalo y vas a ver.

No, gracias.

Sos un dulce. -agregó acariciándome el rostro con su pequeña mano.

Confieso que esto último me deshizo. Hace como cuatro meses que no tengo sexo. La noche que pasé con Karina, (Vilchez, no la otra) no cuenta ya que, a pesar de que ella es una hembra, fue todo un fracaso. ¡He aquí mi problema! El afecto, los sentimientos. Para mí son tan esenciales que me inhiben cualquier relación sexual que no tenga este ingrediente. ¡¿Pero por qué con Sofía fue distinto?! Será porque me emocionó hasta lo más íntimo desde el primer momento. ¿Me emocionó o me excitó? Ahora, mientras escribo estas palabras, me doy cuenta de algo. Sofía es una criatura exquisita que trasunta una sexualidad vibrante, cegadora, inquietante. Pero, cómo la logró, quién la introdujo en este camino que no deja de ser promiscuo, ¿habrá sido su padre? Tan grande habrá sido su nivel de perversión. ¿Su madre también será así? Es muy probable que haya mucho de cierto en todo esto. Y también es muy probable que no lo sepa nunca ya que estoy evaluando seriamente no continuar dándole clases.

¿Te estás durmiendo?-Sofía me sacó de un breve sopor.

Disculpame, ocurre que tengo una paz tan grande. Hace mucho tiempo no siento algo así.-contesté inhalando profundamente.

¿Te pido otro café?

No, me voy.

Me vestí con calma y junté mis cosas. Sofía me miraba atentamente y con una expresión de calma, de hembra satisfecha, pero a la vez con ternura. Estaba echa un ovillo en un rincón del enorme sofá blanco de su habitación.

Cómo se dice en italiano «nos vemos el martes».

Ci vediamo martedì prossimo. -contesté sonriéndole.

De haberte conocido antes, y su hubieses pedido $ 500 por tus clases te lo hubiera pagado sin dudarlo. -agregó sorpresivamente Sofía.

Estudiá lo que te di hoy... -dije como al pasar y no muy convencido de que hubiera un martes.

Sofía se paró delante de mí, me miró con dulzura por unos segundos, me acarició una mejilla y me dijo «ci vediamo martedì prossimo» . Le di un beso y bajamos.

En el living la mucama estaba terminando de pasar un plumero a los libros. Saludé; la empleada me correspondió con mucha cortesía, pero sin dejar de hacer su trabajo. Sofía abrió la puerta, me dio otro beso y me dijo «Te espero el martes a las ocho, professore ».

Le sonreí como en un adiós y me fui.

Esta tarde, cuando regresé del Instituto della Pietà, me puse a pensar en todo lo que había vivido en casa de Sofía. Todo me daba vueltas y más vueltas. No termino de creer lo que experimenté. Me parece un sueño o, más bien, un delirio.

De pronto me entró una duda espantosa. ¿Seré un ingenuo? ¿Y si me están tendiendo una cama? Tengo un pasar sin sobresaltos, pero para qué me extorsionarían, qué me podrían sacar. ¿El auto?, ¿el departamento? ¿Querrán desacreditarme profesionalmente? Pero si fuera así, ¿por qué? No tengo conflictos con nadie (al contrario): hago mi trabajo lo mejor que puedo y listo... ¿Y si hubiera una cámara escondida en la habitación o en toda la casa como las que usan los periodistas para desenmascarar a políticos corruptos?

Mientras cavilaba en estas cuestiones y escribía lo que me había ocurrido en la casa de Sofía, sonó el teléfono. Era Raquel.

¿Profesor Fiorito? -preguntó en seco.

¿Quién habla? -respondí fingiendo no reconocer su voz.

Habla Raquel, la mamá de Sofía.

¿Cómo está usted? -inquirí mientras intentaba pensar cuál sería el motivo de su llamada.

Profesor, hoy usted ha cometido un error imperdonable. -me largó, cortante.

¿Cuál será?-pregunté fingiendo la más absoluta calma y naturalidad (aunque no creo que me haya salido bien)

¡No le ha dejado tarea a Sofía!

Me arrojé sobre mi sofá tratando de relajarme.

Pues, la verdad es que trabajamos intensamente con los ejercicios que usted seguro habrá visto en las copias que dejé... -hablaba con dificultad tratando de ordenar mis ideas y pensar en la clase de la mañana- ...ejercicios de pronunciación y de identificación y reconocimiento de sonidos silábicos...

¡Magnífico!... no se justifique, profesor... -me interrumpió riendo de buena gana- ...le estoy haciendo una broma. Jamás se me ocurriría cuestionarle su metodología. ¡Usted es el docente! -no paraba de reírse- No me diga que se creyó mi planteo... ¡podría trabajar de actriz! -remató divertida.

Bueno, francamente pensé que...

Sofía habla maravillas de usted.-me interrumpió nuevamente- ¡Y con una sola clase! Además, ella tiene razón: usted tiene una cierta ingenuidad que lo hace interesante -agregó con tono algo sensual- quiero decir, su ingenuidad lo hace una persona poco común. Será porque estoy acostumbrada a tratar con gente extremadamente taimada... maliciosa, diría yo. No sé, me parece una rareza una persona como usted. ¡No se la estará tomando a mal! ¡Le ruego que no me malinterprete!

No la malinterpreto ni me la tomo a mal. Usted no es la primera persona que me dice que soy un ingenuo. Justamente, cuando sonó el teléfono, estaba pensando en algo relacionado a mi ingenuidad...

Le llamaba sólo para decirle que se ganó el respeto y el cariño de mi Sofía. Ella es muy exigente con sus profesores particulares -aclaró- y, según me confesó, usted es una persona capaz y sensible. Lo cual tampoco es frecuente. A propósito, ¿le molestaría si nos tuteamos?

En lo más mínimo, al contrario...

¡Magnífico! Lo que pasa es que el «usted» suele cortar o distanciar demasiado el trato... además, tenemos más o menos la misma edad, ¿verdad? -preguntó indirectamente.

Por mi parte 35 y como me considero un caballero te voy a eximir de que me digas cuántos tenés vos... le contesté mucho más relajado.

¡Pero qué gentil! -replicó riendo- Bueno, no te molesto más.

No es ninguna molestia y me alegro de que Sofía esté conforme...

¡Contentísima! Dice que está ansiosa para que llegue el martes...

Decile que yo le recomiendo que baje sus niveles de ansiedad y que repase lo que vimos hoy. -agregué casi en tono de broma.

Perfecto. Te espera el martes a las ocho, ¿verdad?

A esa hora voy a estar