Diario de un Hetero: Un templo al cuerpo (cap.8)

Luca, un abogado de 29 años comparte piso con Joel, un chulito de 22. Los dos, heteros, ególatras y arrogantes se ven abocados, por una apuesta de gallos, a toda una serie de acontecimientos relacionados con el mundo de la dominación sexual que no esperaban. ¿Serán capaces de controlar la situación?

Viernes, 9 de cerebro

2.20 de la mañana,

Había dos factores que me quitaban el sueño; uno físico, y otro mental.

El físico tenía que ver claramente con la prenda que llevaba. La presión del corsert apretando mis músculos y resintiendo mis costillas, aumentaba por las noche. La sensación de agobio era cada vez mayor. No solo por la presión que este ejercía, sino también por el picor de la malla metálica aplastando mis nervios y el producido por el calor de la propia tela. Y cada vez que intentaba librarme de la idea de llevarlo puesto, más notaba aquella presión rodeando mi cuerpo. Y no solo en la parte abdominal, sino que esa presión muscular se derivaba a brazos y piernas, glúteos y cuello, manos y pies… como si alguien invisible estuviera adhiriendo fuerte un gran rollo de plástico transparente sobre mis cuerpo, inmovilizándome, decidiendo cuándo podía y cuándo no podía respirar, conteniéndo el aliento a voluntad, amortajando mi decisión a moverme y creando una sensación de efecto vacío en todo mi cuerpo. Intenté esforzarme en respirar hondo, pero no podía hacerlo y aquella cosa me apretaba cada vez que intentaba inhalar. No quería devolverme el control y mis pulmones no respondían, el pecho me apretaba, y la espalda era como si se empezara a inclinar sola. Pegué un golpe en la cama y la presión se esfumó. Volvía a tener el control de mi respiración... aunque no era completamente mía.

A pesar de estar en febrero y de no tener la calefacción central puesta, había retirado el edredón hasta mis pies, y desnudo, con solo aquella prenda, miraba al techo como en un trance, buscando respuestas a todas aquellas dudas y preguntas que me hacía en esa segunda parte mental que no me dejaba dormir. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Por qué me excitaban ciertas situaciones? Por qué cojones seguíamos con esto?

  • jajajajaja dios tenías que haber estado ahí, no sabes cómo suplicaba esa rubia mientras le ahogaba en el baño y mi meada caía sobre su cogote. Joder tío olía como el culo jajajajaja Dios qué puto asco jajajaj
  • ¿Cuántos años tenía? - pregunté
  • Yo qué sé … ¿diecinueve? Qué más da…Tenias que haber visto su cara. Y, tío, no paraba de salir meada de mi rabo jajajaj. Inundé todo el baño de ese puto antro jajajajaj Creo que hasta en algún momento se puso cachonda la muy guarra. Claro, eso hasta que vio que no iba a dejarle salir sin mojarla completa. -No podía casí terminar una frase sin reir a carcajadas y golpearse, al mismo tiempo, la pierna con su propia mano.
  • Llevabas más de 24 horas sin mear, normal - dije manteniendo la sonrisa por ver cómo me contaba la forma en la que había usado y meado a aquel chico rubio después de haberse tragado 5 pollas.

A veces no entendía a mi colega. ¡Joder, se había tragado esas 5 pollas y ahora!, Y sin mencionar eso, ni cómo se sentía después de aquello, se partía la caja vacilando de cómo había reventado a un niñato con su meo dejándolo en el water de aquel lugar con las lágrimas en los ojos.

  • ¡Ya tío! Entre los litros que meé en su boca, el agua del puto retrete y sus lágrimas….allí se podría dar de beber a medio África jajajaj. La puta esa salió bien húmeda. Te hubiera gustado ver cómo metía más y más su cabeza agarrando de su cuello hacía el fondo del retrete sucio y manteniéndola firme con mi zapa sucia de meo y mierda en su espalda. Sus palabras se perdían cuando tragaba agua y le salían pompas por la nariz a la muy puta jajajaja y encima mi polla, como no dejaba de chorrear meada con una peste que flipas, bien amarilla, se le corría por toda la ropa jajaja. Creo que esa camiseta no la usará más en su puta vida. Ese pestazo no se le va a ir en la vida, tío. Pero calla, que lo mejor de todo fue que cuando ya solté todo, le obligué a limpiar el baño entero con la lengua mientras la agarraba de su pelo rubio de marica jajajajaj la muy puta terminó recogiendo mi meada del suelo restregándose con su camiseta ajustada y suplicando que le dejara en paz jajajaja ya no se distinguía lo que era mi meo de la mierda de ese antro, tío jajaja.j Brutal.

¿Me hubiera gustado verlo? Es lo que me preguntaba tirado en la cama mientras pequeños retazos de ese día no dejaban de ir y venir de mi cabeza. ¿Por qué me podía gustar aquello? … ¿gustar? Mi cabeza se fue a otro momento a raíz de ese verbo. Al del gloryhole.

  • Joel, recuerda agarrar también las dos pollas con las manos - le dije mientras observaba que Joel se estaba centrando solo en comerse la polla más grande - No quiero que la caguemos estando tan cerca de soltarnos de estas mierdas.
  • Sí, tranqui - me dijo él volviendo a sujetar ambas pollas de sus extremos sacando un segundo el rabo de su boca y volviéndolo a meter después de contestarme.

¿Eso era lo que me gustaba? Se me había puesto dura, o al menos empezó a ponerse dura ver que estaba rodeado de 5 pollas enormes mientras la suya, inútil e indefensa, colgaba dentro del sistema metálico que un loco le había colocado. ¿Qué me ponía de aquello? ¿La humillación?, ¿El fracaso de su superioridad?, ¿la aventura?. Lo que tenía claro era que las pollas no me ponían cachondo, y eso reforzaba mi teoría de que no era porque fuera marica o bisexual, sino que la dominación psicológica y física me gustaba, fuera aparte de ser un tío o una tía la que lo sufriera. Pero, ¿eso no era ser en parte bisexual? Descarté la idea en mi cabeza. La humillación por la humillación, ¿tal vez?... Deseaba verle la cara, eso sí. La cara de Joel comiendo un rabo inmenso mientras sus pupilas, dilatadas por el momento, se llenaban de lágrimas por la presión de aquel bicharraco atravesando su garganta. La cara de tensión y de frustración de mi colega por verse en aquella situación, agachado, indefenso, sin su arma más letal y obligado por una simple llave de distancia, a comerse rabos descomunales de desconocidos. Su currículum de hetero echado a perder por unos ojos que estaban viéndole caer en su propio juego. Unos ojos que intentaban no mirar a su propio rabo crecer.

Me vino a la cabeza también otro momento, uno en el que Joel, ya solo con dos pollas tras haber hecho desaparecer a las otras tres, cogió el aire suficiente como para inflar su cavidad bucal y volverse a meter la polla negra inmensa que tanto le estaba costando que se corriera. Parece que tenía alguna fijación con ella; era la más grande, lo que, conociéndolo, pensaría que era la más difícil de batir y, si se hubiera corrido la última, hubiera sido un fracaso por su parte. Era él contra esa cosa enorme, negra y babeante polla. Un duelo de “machos”. Y aunque estuviera en cuclillas ante ese rabo, ahí era, una vez más, un duelo de egos. La imagen que recordaba con más claridad fue la que, tras la corrida de aquella polla, me había excitado sobremanera: Ver de perfil a Joel, su cara de orgullo por haber hecho que ese rabo se corriera antes que la otra polla blanca y disfrutando de esa pequeña victoria, escupir al suelo las babas y la parte de la corrida que aún quedaba en su boca, como esos escupitajos del viejo oeste.

Gustar… qué me podía gustar de aquellas situaciones.

Lo que sí que no me gustaban eran los nervios en mi estómago; esos nervios que se iban acrecentando a medida que pasaban las horas y veía que llegaba el momento de soltarme aquella mierda de mi piel. Porque, si bien liberarse de aquello me producía cierta felicidad, tener que pasar por algo similar a lo de Joel pasó para conseguirlo, solo incrementaba mi angustia. Me giré en la cama. Notaba resentimiento en las costillas. Conté hasta 100 para relajarme.

No podría calcular a la hora que conseguí dormirme.

8:27 de la mañana,

Llevaba una hora despierto pero no conseguí decidirme a levantar mi cuerpo de la cama. No estaba dispuesto a enfrentarme a mi día. No, sabiendo que esta vez me tocaría pringar a mí. Primero ir al trabajo como si nada ocurriera. Y luego… luego a saber qué.

Estaba desayunando una tortilla de 6 yemas cuando Joel apareció notablemente cansado. Nunca le había visto con ojeras y con tan mala cara. La euforia de su relato con el rubio había pasado a una expresión de circunstancia, cansancio y cierto cabreo consigo mismo. No era fácil llevar consigo siempre la postura de macho dominante.

  • Ven anda, que te preparo un café - le dije mientras retiraba uno de los taburetes de la isla de la cocina para indicarle que se sentara. Apoyó los codos en la isla y dejó caer su cuerpo sobre ella.
  • Lo siento.
  • ¿Qué?- respondí girándome para mirarle. Encontré una mirada que no había descubierto en él hasta ahora. No sabría cómo definirla. Le vi derrumbado - Escucha, capullo, la discusión de ayer por la tarde está más que olvidada, no sabías lo de la pastilla. Ya está, olvídalo - terminé diciendo mientras le acercaba el café recién hecho y quitaba importancia al asunto con una sonrisa fingida. No podía olvidarme de que hoy me tocaría sufrir a mi.
  • No es eso -dijo irguiéndose de nuevo- siento todo esto. Siento que hayamos llegado tan lejos por mi culpa. Y siento que los dos seamos tan gilipollas como para no poder parar esto fácilmente.

Entendía, en parte, lo que quería decir. La mayor esclavitud que uno puede tener es su propia personalidad, y la nuestra, egocéntrica, altiva y dominante, nos conducía a unos grilletes a los que no estábamos acostumbrados. Dar macha atrás era de cobardes. ¿Quién de los dos se atrevería a poner freno y detener aquello, aceptando no ser válido a nuestras propias provocaciones?

Me senté cerca de él a desayunar tras prepararle otra tortilla a él. En mitad del desayuno, en el cual no hablamos mucho más, tendió su brazo hacia mi y me colocó su mano en mi hombro. Con el dedo gordo acarició lentamente mi piel como tranquilizándome al verme absorto en mis pensamientos. Intenté que la piel no se me erizara. No era común esos gestos en él.

  • Anda vamos que es tarde- dijo tras engullir el último trozo y acercar su puño cerrado a mi carillo derecho empujándolo suavemente hacia un lado como si me diera un puñetazo. Se fue a la ducha y los dos salimos de casa al trabajo.

18.36 de la tarde,

Llegamos los dos al gimnasio que nos había indicado aquel loco. Intenté que Joel no viniera, alegando que no se preocupara, que podría hacerlo solo, y que aprovechara para irse a su gym a entrenar ya que llevaba días sin hacerlo. Realmente lo que no quería era que estuviera allí merodeando y que pudiera ser testigo - como yo fui de él- de las posibles consecuencias de mi libertad. Pero él insistió.

  • No te voy a dejar solo, compañero. Si necesitas algo estaré allí para ayudarte como tu estuviste conmigo, así aprovecharé para darme un voltio por el gym por si encuentro a ese cabrón del médico y meterle la paliza de su vida cuando te hayas quitado esa mierda - me dijo mientras salíamos de casa señalando mi corset por debajo de la camisa.

Había elegido una camisa abotonada y una cazadora negra porque así, solo necesitaría soltarme el botón superior para sacar la cadena de la llave por el cuello y no me forzaría tanto como con una camiseta de cuello. A joel siempre le habían encantado las competiciones de Bodybuilder y ese gimnasio era uno de los centros de entrenamiento más habituales de sus usuarios. Además, Madrid había sido seleccionada como sede para las semifinales internaciones de dicho evento, y allí se reunirían todos esos amantes de los megamúculos con ungüento de color a cacahuetes con miel. Ese hecho hizo que Joel tomara la decisión de acompañarme.

Entramos en el gimnasio y, como la anterior vez, al no ser socios, debimos pagar la cuota de día, lo que nos pedían a cada uno 43 euros. Era un gimnasio muy completo y situado en una de las zonas más caras de madrid. Pero curiosamente, Joel no hizo comentario alguno respecto al precio.

  • Saca tarjeta y paga mi entrada - le dije cuando sacó la cartera - Me he dejado la mía en casa - añadí.

Me miró a los ojos y seguramente adivinó que era mentira, pero no dijo nada, hizo un movimiento con la cabeza y le entregó la tarjeta al chico de la entrada. Necesitaba sentirme fuerte y me salió natural pedirle que me pagara esa pasta. Me sentí un poco mejor y la cara de humillación de Joel, pagando sin decirme nada, me encantó. Cuando terminó la transacción y nos disponíamos a entrar, le guiñé un ojo con sonrisa de vencedor y él se acercó a mi oreja,

  • No te pases
  • Tira - le dije para que pasara el torno primero mientras me daba una de las llaves que el tío de recepción le había dado. Al parecer, esas llaves servían para la taquilla. Cuando entrabas te entregaban una y, al salir, la devolvías; lo que implicaba que no me iba a encontrar ninguna taquilla abierta, pero de eso no me di cuenta hasta que no llegué al vestuario.

Realmente era un gimnasio enorme, sus instalaciones triplicaban el espacio y el lujo del gym al que nosotros íbamos. Tres salas enormes dedicadas a albergar toda una serie de aparatos para ejercitar hasta el último músculo de tu cuerpo, entrenadores personales, clases de todo tipo, dos spas, un bar-restaurante, salas de relajación y descanso, incluso servicio de fisioterapia y nutrición.

  • Así cuesta la puta entrada - dijo Joel observando el lugar y la cantidad de gente que había.

La mayoría de personas, sobre todo hombres, tendrían que ver con la competición de fisioculturismo ya que aquellos cuerpo no estaban trabajados como los nuestros, sino que sus músculos eran veinte veces más marcados y desarrollados. La mayoría, desproporcionadamente, lo que a ninguno de los dos nos parecía estético, pero si alabamos el trabajo que eso suponía.

  • Voy a los vestuarios, supongo que las taquillas estarán allí - dije observando que no había ninguna sección externa de taquillas como sí ocurrió con el gimnasio donde Joel pudo encontrar la tarjeta - Tú mientras investiga los alrededores a ver si lo encuentras - dije intentando que Joel se centrara en buscar al médico y así me escapaba de su mirada.

Me dirigí a los vestuarios cuando vi que Joel se fue, absorto, hacia una de las clases donde un grupo de mujeres hacían ejercicios de pilates sobre esas pelotas enormes. Los vestuarios eran igual de increíbles que el resto de sus instalaciones. Más de 50 duchas y unas 20 individuales componían la parte final del vestuario, mientras que a la entrada se habían instalado 5 bancos largos, negros y acolchados en el centro, rodeados por dos paredes de dos filas de taquillas por pared. Éstas también eran negras y en conjunto con las luces, se creaba un efecto de relajación y de intimidad adecuados para el post-sufrimiento del ejercicio. En mi caso, esa iluminación solo generaba mayor nerviosismo, porque era como si hubieran bajado las luces para crear un entorno agradable a aquello que tuviera que hacer. Aún no tenía ni idea de qué era, porque si bien las indicaciones de Joel era más o menos claras, mi cartulina roja dejaba bastante a la imaginación. Decidí ponerme cómodo, abrir mi taquilla y meter la cazadora vaquera en ella.

Lo primero de todo era localizar la taquilla que abría esa segunda llave del bolsillo del corset y ver qué ocurría. El miedo y la intriga eran proporcionales en ese momento. Debido a la cercana competición de fisioculturismo, pocas eran las taquillas libres y, por ende, más donde probar, lo que dificultaba la búsqueda. Además, el diseño de las taquillas implicaban tres ranuras horizontales en el centro por donde aquel hijo de puta podía haberla metido. Y por si fuera poco, por la posición y la largura de cada taquilla y, por los pocos centímetros de la cadena que ataba las llaves con el corset, las cerraduras de la fila inferior me quedaban muy bajas y tenía que ponerme de rodillas o de cuclillas para abrirla, mientras que para las altas, necesitaba estirarme y mantenerme de esa forma con el pecho casi pegado a la taquilla para poder abrirla. Ambas posturas dejarían que el resto viera mi dificultad y pudieran sorprenderse o preguntar qué cojones estaba haciendo, lo que minaba mi seguridad. Vamos una putada todo.

No dejaba de entrar gente y más gente, muchos de ellos extranjeros de otros países europeos y algún latinoamericano con el propósito de entrenar para la competición internacional. Ver sus cuerpos completamente masculinos llevaba a mirarme continuamente al espejo para que no se notara la figura más o menos femenina que me pudiera hacer el corset. Aquello había sido una obsesión desde que lo descubrí en mi cuerpo, pero que se acrecentaba al estar rodeado de tanta muestra de fuerza física. Seguí disimulando y probando más y más taquillas.

¿Y si alguno de ellos había encontrado alguna llave en su taquilla y se la había entregado a recepción? o, aún peor, ¿y si la habían tirado? Escribí un mensaje al móvil de Joel para que preguntara en recepción, pero no habían entregado ninguna llave pequeña. Seguí probando, y en una de estas, la taquilla 63 se abrió. Dentro encontré una cartulina roja con un mensaje claro y conciso:

“Sigue buscando, tres son los candados de tu libertad, tres llaves por estas taquillas. ¿Seguirán aquí?”

Sospechaba que iba a ser así, aunque tenía alguna esperanza de que la misma llave abriera los tres cansados de mi corset. Pero claro, eso era demasiado fácil. La primera llave la encontré junto a la cartulina. Al fondo, pequeña y plateada se ocultaba sin problemas a un primer vistazo, lo que era fácil no verlas a no ser que te fijaras bien. Me la guardé en el bolsillo.

Con la justa euforia de tener una de tres, continué preguntando a diferentes personas si me podían abrir sus taquillas recordando los números que ya había había abierto para no perder el tiempo. Fueron bastantes personas las que amablemente me ofrecieron la intimidad de sus taquillas para que las vaciara y buscara dentro una puta minúscula llave. otros, no me lo pusieron tan fácil.

Había pasado más de media hora cuando un grupo de 4 tíos de entre 35 a 42 años entraron en los vestuarios. Los cuatro debían competir en el campeonato, porque sus cuerpos estaban entrenados y desarrollados al detalle. Me fui donde ellos y les pedí que si me podían mostrar sus taquillas para encontrar una llave con la excusa de haberme olvidado la llave que abre el candado de mi bici en una de ellas, no recordando en cuál.

-Lo siento eh, pero es que si no, me va a tocar ir andando a casa jajaja - dije en tono colegas. - ¡Menuda excusa para vernos la ropa interior eh!. Esas llaves se ponen en un llavero, tio! - me dijo el de mayor edad riéndose y pegando un codazo a su colega. Era un tío muy musculoso, feo a rabiar y algo canoso. Bastante bajito en comparación con el resto. - Jajajajaj claro, cómo no se me ha ocurrido… y ¿ese consejo lo has pensado tú sólo o te ha ayudado mami? - le dije arrepintiéndome en el mismo momento de haberlo soltado. La rabia por verle riéndose junto al colega del codazo que también se empezó a reír me enervó la sangre. - Eh, tranquilízate, campeón - me dijo otro de sus colegas- no te metas con el viejo, que ya tiene una edad - todos sus amigos, excepto el canoso, se empezaron a descojonar. - Soy roberto - me dijo estrechándome la mano- Carlos, Hugo y, el viejo chulito, es Juan. Ahora te las abrimos tranqui - me dijo buscando la que abría su taquilla. - Vais a llamar viejo a vuestros padres, capullos - les dijo a sus colegas mientras me miraba fijamente- Y tú, por listillo, te quedas sin husmear en mi ropa, Imbécil. - Eh relaja Juan, el pobre no tiene la culpa de que estés ya mayor jajaja -dijo uno de los colegas. El que me habían presentado como Hugo. - ¿Mayor? Si te reviento a dominadas, niñato - le dijo el viejo a Hugo.

Hugo no debería de tener más de 36 años, Carlos unos 37 como roberto, y Juan, el canoso que me estaba increpando, cumplió los 42 años unos días antes como me dijeron luego.

  • Cuando quieras y donde quieras… ¿en la residencia de ancianos? así te sientes como en casa- volvió a picarle Hugo.
  • Encima de tu madre mejor - dijo el viejo mientras yo esperaba a que Roberto encontrara la llave en su taquilla.
  • Bueno. bueno, antes de que lleguéis a las manos - empezó diciendo Carlos, que no había intervenido en todo el rato más que para reírse y llevarse el primer codazo de complicidad- Por qué no haces que se gane la llave, ya que no quieres dársela sin más, y nos demuestras tu gen de machito al vencerlo- dijo al canas proponiendo un reto que sería ponernos a hacer flexiones y, si le ganaba, conseguiría su llave de la taquilla.

Ese capullo me cayó peor que “el canas”, pero era una forma fácil de hacerme con esas dos taquillas, ya que Carlos tampoco me la enseñaría si no le ganaba a hacer putas flexiones. Nunca me había costado hacerlas, en mi rutina diaria podía hacer más de tres series de 50 pero llevaba varios días sin entrenar y el tío ese, a pesar de sacarme unos años, estaba en forma por el rollo de fisioculturismo. Aceptamos los dos y nos dirigimos a una sala. Tuve que hacer las flexiones con la camisa, escudándome en que no había traído ropa de deporte al venir solo en busca de la llave.

  • Y no os voy a poner cachondos haciéndolas sin camiseta- les dije vacilándoles y así buscando una excusa para no tener que quitármela y mostrar el corset.

Nos pusimos los dos a hacer las flexiones frente a una sala llena de gente que entrenaba y me metí la camisa por dentro del pantalón para que, en un descuido, no se me levantara y se me viera el corset. Cuando llevábamos más de 75 flexiones hechas, mis brazos empezaron a agarrotarse de la tensión, y la vena del cuello empezó a palpitar. Pensaba que no lo conseguiría, porque aquel carbón canoso no se ponía ni rojo. Puse la mente en blanco, saqué la ira que llevaba acumulada y empecé a sudar mientras controlaba mi respiración. Tanto, que cuando me quise darme cuenta, la vieja canosa estaba en el suelo reventado y yo ya estaba superando las 184 flexiones mientras los otros tíos se descojonaban del viejo. Caí al suelo cuando me di cuenta que había parado y que había conseguido mirar en sus taquillas. Menudo logro de mierda- pensé.

Mi imagen no era nada victoriosa, la camisa que llevaba tenía unos lamparones enormes, tanto por los sobacos como la parte abdominal, el cuello de la camisa y la parte trasera, y se me ajustaba mucho más que antes pegándoseme al cuerpo por toda la humedad y el sudor. Pero claro, no me la podía quitar. Además, por estar tan pegada a mi cuerpo, se empezaba a notar levemente la figura del corset y tenía que andar despegándomela un poco para que nadie se fijara. Pero la mayor humillación de ese momento vino cuando en ninguna de las dos taquillas que me faltaba por mirar de esos 4 tío había llave alguna.

A los pocos minutos, cuando esos ya se habían metido a una sala a entrenar, pregunté a un hombre francés, mulato y que hablaba poco de español, si podía mirar en su taquilla. No sé qué entendió y me dijo que sí tras hacerme un repaso entero de arriba a abajo y una señal para que le acompañara. El cabrón me sacaba casi dos cabezas y su cuerpo era enorme aunque nada definido. Sus músculos eran más genéticos que trabajados, pero su volumen asustaría al más gallito. Con él me controlé, pero también quiso algo por dejarme mirar en su taquilla. Se sentó en uno de los bancos más alejados y me señaló con el dedo a sus zapatillas. Quería que se las quitara de rodillas.

  • ¿Pero qué dices tío? estás flipado - dije dándome la vuelta. Ya estaba completamente sudado y no iba a pasar por otra mierda así.
  • Bye - dijo él con una voz muy grave.

Di tres pasos y me arrepentí. ¿Y si la llave estaba allí? Negué con la cabeza y me di la vuelta, apreté los dientes, me maldije por ser tan capullo y, con ganas de matar a Joel por habernos metido en todo aquello, me agaché a quitarle las zapas al mulato de los cojones.

Sonrió y se puso cómodo el muy hijo de puta.

Quité las dos bastante rápido y un tufo apestoso llego a mi nariz. Los putos calcetines le olían fatal al muy guarro. Me hizo un gesto que no entendí y me dio con su pie derecho en la boca. Quería que se los quitara sin usar las manos. En ese momento había otras 14 personas allí cambiándose que podían ver aquello y, claramente, la mayoría se quedó mirando cómo un capullo blanco le quitaba los calcetines con la boca a un mulato sentado y riéndose. Tengo la suerte de no ponerme rojo, pero el cabrón, la mala hostia y la humillación que sentía en ese momento, hubieran hecho que la paliza a ese capullo saliera en las noticias. Pero intenté controlarme y con los dientes aguanté el algodón de esos calcetines blancos y olorosos. Los extraje poco a poco haciendo fuerza con el cuello hacia atrás como un perro. Daba asco y quería potar, pero lo hice cuanto antes soltando los dos calcetines. Todo el proceso me llevó unos 3 minutos Mientras el mulato no hacía más que reírse alertando al resto de usuarios de aquel lugar. Algunos se descojonaban, otros pasaban, algún otro nos decía que nos fuéramos a un hotel de maricas… Cuando se los solté los dos, seguidamente, me puso los pies desnudos en mi cara. Sus dos pies tapaban completamente toda mi cara y el pestazo a choto era insufrible.

  • Limpios - dijo tajante.

No quería hacer aquello pero recordé otra vez la técnica de Joel y sus palabras horas antes,

“No te pueden humillar si les haces creer que te gusta. La humillación solo funciona si el que la proporciona ve en el otro la sensación de incomodidad. Finge que disfrutas y su placer por la humillación se convertirá en frustración”

No era fácil, pero agarré uno de los pies por el tobillo y empecé a lamer aquella asquerosa y maloliente suela como un perro lame a su dueño después de las vacaciones. Vi cambiar su cara. No era vicio lo que sentía sino sorpresa. Y aunque la gente se escandalizara más, ese puto mulato no quiso pasarme all otro pie, y cuando uno de ellos estaba bien babeado por mi y yo ya tenía la lengua sucia de sus roñosos pies, (vomité en el baño según pasaron 2 minutos), me lanzó la llave al suelo.

  • 29

Fuí, y allí estaba la llave. La segunda. La había conseguido después de sudar como un perro contra un puto viejo, lamerle los pies a un mulato francés y los insultos y las risas de medio campeonato de fisicoculturismo. Quería irme a mi casa a pegarme una ducha y soltar toda aquella adrenalina con el agua. Eso, o pillaba al primer gilipollas por la calle y le reventaba a hostias. Que la llave estuviera en la taquilla de ese mulato ayudó a que no fuera donde él a meterle una patada en los cojones. Cosa merecida, por otra parte. pero aún tenía que encontrar una tercera, y ya había pasado más de una hora. Joel no había aparecido en todo el tiempo por los vestuarios y en parte, aunque estaba enfadado por ello, era mejor así.

La rabia de todo aquello, la sudada del ejercicio con la consecuente camisa completamente húmeda por mi sudor, la tensión aún mayor que el corset me producía tras los abdominales, y la humillación de tener que seguir en ese puto lugar buscando otra puta mierda de llave entre 200 taquillas, no hacía más que minar mi autoestima, doblegar mi carácter dominante y controlador, y aumentar mi ira. Decidí mandar todo a la mirda y me puse a registrar las bolsas de deporte de las últimas personas que habían entrado en busca de las llaves de las taquillas, adelantando el trabajo a la fuerza, sin caballerosidad de por medio y sin pasar por la humillación de pedirlas. Miré en varias bolsas de gente que se estaba duchando y de otros que las habían dejado mientras iban al retrete. Me daba igual si alguien me pudiera ver. Hubiera chillado en mitad del vestuario para que me abrieran las putas taquillas, pero aún me quedaba algo de vergüenza, de autoestima y de coraje. Encontre solo una y probé en la taquilla. Cada llave estaba numerada con su taquilla correspondiente, pero nada. Ninguna minúscula llave dentro. Estaba buscando en otra cuando noté la presencia de alguien detrás de mí.

Un chico un poco más alto que yo pero que no pasaría de los 20 años. Me miraba con cara de pocos amigos. Una medio melena de un castaño muy claro, casi dorado con algún rizo en la parte del flequillo, un par o tres de pecas cerca de la nariz, mandíbula estrecha pero muy marcada, una nariz recta y perfecta en el centro y los ojos oscuros como el carbón, hacían de aquella cara una belleza simétrica difícil de lograr, mejorada siquiera por la expresividad de fuerza y, que a pesar de verse aniñada, era imponente. El cuerpo corroboraba aquella impresión, pues aún notándose la juventud de los 20 años, el desarrollo de todos sus músculos eran de un trabajo pormenorizado, pues tanto su cuello como su trapecio eran casi el doble que los míos, descendiendo en una espalda impresionantemente ancha pero perfectamente adecuada al resto del cuerpo. Tanto los pectorales como el abdomen estaban definidos de una manera que la grasa parecía haber huido por miedo, y los brazos de hinchaban de abajo arriba hasta encajar perfectamente en sus hombros. Las piernas, también estaban bien esculpidas y parecían hierro puro. Y todo ello a 2 centímetros de mi, sin dejar de amenazarme, sin haber abierto la boca, sin mover uno solo de sus músculos. Solo un pequeño pantalón corto, blanco, muy ajustado que terminaba en mitad de sus muslos tapaba su cuerpo. El resto, al aire, hacían la envidia de todos los presentes; a algunos para que les reventara en una follada, a otros por la envidia de su perfecto cuerpo y cara a tan solo 20 años de edad, a algunos otros, por el respeto al trabajo dedicado al fisicoculturismo. A mi, porque siempre me había sorprendido y llamado la atención la belleza simétrica. Cuestión de “estética artística”, supongo. Realmente, me impresionó su físico y nunca había dicho de un tío que me parecía guapo, pero era difícil no sentirse atraído (de la manera que fuera, no solo sexual, pues no era mi caso) por aquel chico.

  • Mi colega me ha dicho que estas muy interesado en mi bolsa de deporte - dijo en un perfecto inglés moviendo solo los labios y sin retirarse de mi espacio vital.

No me fijé, pero detrás de él, otro chico de unos 32 años, algo más bajito pero también de cuerpo preparado para una competición de fisioculturismo, miraba a la bolsa que sostenía aún entre mis manos, algo cohibido.

  • ¿Qué se supone que estás buscando? - me volvió a decir al ver que yo no respondía.
  • Eh yo… perdona… me he dejado en una de las taquillas una llave y… bueno… yo estaba..
  • Calla - me dijo levantando una mano para que no hablara.

Me había pillado de sorpresa y, que estuviera tan cerca de mí, mirándome por encima debido a su altura y con aquellos músculos tan tensos…me puso un poco nervioso. Si hubiera querido me hubiera tirado al suelo de un puñetazo. Vio mi nerviosismo por la pillada, pero no se movió.

  • Resume, no tengo todo el dia, ¿Qué buscabas de mi bolsa? - repitió brusco. Su voz aunque dura seguía percibiéndose joven. La noté un poco impostada. Eso me relajó.
  • Una llave, me he dejado una llave en una taquilla y necesito encontrarla.

Yo seguía sin soltar el asa de su bolsa de deporte. Agarró con una de sus manos mi brazo fuertemente y con la otra estiró la bolsa para que la soltara. Sin mirarme a la cara se dió la vuelta y empezó a caminar hacia las duchas.

  • Seguidme. Los dos. Ya - dijo sin detenerse.

Su amigo empezó a caminar tras él y yo dudé. Tal vez no tenía la llave allí y los seguí tras preguntar a dónde íbamos. Ninguno respondió. Los dos se metieron en una de las duchas individuales, la más apartada, y dejaron la puerta para que yo entrara. Me temía lo peor. Pero y si ellos tenían… seguramente no, pero y si ¿Sí?. No me quedaban muchas taquillas ya...una de las pocas que quedaban debía ser la que contuviera mi libertad. Las duchas individuales eran grandes, realmente podían entrar 4 personas sin problemas en esas cabinas de ducha. Solo una rendija minúscula por debajo las abría al exterior cuando se cerraba la puerta. Y tras cerrarla, una luz se encendía automáticamente en el techo alumbrando aquel cubículo.

  • Nos has cortado de algo cuando mi amigo te ha pillado rebuscando en mis cosas- me dijo el chico joven, esta vez más relajado pero con la misma postura de dominante- Seguro que me podrás ayudar y luego, te ayudaré yo-. Me relajó un poco más que quisiera mi ayuda, inocente de mi. Cerré la puerta y el joven chasqueó los dedos.

Tras el tercer chasquido el amigo se quitó la ropa a una velocidad impresionante quedándose completamente desnudo. Tenía el rabo duro. Apoyó sus dos manos en la pared del fondo estirando los brazos por encima de su cabeza, y de espaldas, se movió hasta colocarse metiendo su columna hacia dentro y sacando el culo hacia nosotros.

  • ¿Te gusta? No es el mejor culo que me folló pero es muy obediente, ¿Verdad? - le dijo agarrándolo del cuello y echándole la cabeza hacia atrás mientras le acercaba su pubis tapado aún por el pantalón a su culo desnudo. Él no respondió, se limitó a sacar la lengua. Yo agaché la cabeza en señal de hastío. En dos semanas, había visto más tios desnudos que en toda mi vida y eso me empezaba a agobiar. Me llevé la mano a la cabeza en señal de agotamiento.
  • No es mi campo - dije- . ¿Qué quieres de mi?

Aquel chico se bajó los pantalones con una mano mientras con la otra aún agarraba a su presa y apareció su polla entre flácida y algo morcillona queriendo crecer. La acercó al culo de su sumiso y empezó a crecer rápidamente hasta alcanzar unos 19 centímetros. No era la más grande que me había encontrado últimamente. Estaba descapullada por una operación de fimosis.

  • Pues que no me he traído lubricante - dijo pasándome su pantalón para que yo los sostuviera junto al resto de ropa de su sumiso que quitó de la percha y me colocó en las manos.
  • Ok, dejo esto y voy a buscar algo - dije captando la orden de aquel gilipollas. Me recordaba en parte a mí, y eso hacía que no me cabreara tanto. Total, solo debía encontrar alguna crema sin más y traérsela para que se follara al otro - a cambio tu llave - le dije.
  • Claro, mi llave por tu lubricante - dijo él.

Cuando agarré el pomo con la mano, él quitó la suya del cuello de su sumiso al que ya le estaba rozando con el glande el ano y me agarró del brazo.

  • No no, no me has entendido. Tú eres mi lubricante.

Se abalanzó sobre mí y contra la puerta de la ducha me agarró de las muñecas con sus manos y me metió la lengua en mi boca. Intenté resistirme pero su fuerza era mucho mayor que la mía y, a medida que me resistía él me apretaba más fuerte. Para tener todo el control sobre mi, apoyo una de sus rodillas contra mi polla y me advirtió, con aquel gesto, hasta donde podía llegar para que yo obedeciera. Un puto chaval joven, de 20 años, que me superaba en músculos, altura y, tal vez, en carácter, me besaba dejando dentro de mi boca una cantidad espesa de saliva. Cuando se apartó, me dijo que no me la tragara y que le lubricara la polla con la boca. Y con aquella saliva aún me apretó la cabeza para obligarme a agacharme. Ahora sí la tenía completamente dura y me la metió en la boca sin que terminara de pensar en qué estaba sucediendo. Frente a otros, éste no necesitaba hacer más fuerza de la debida, con la justa conseguía tenerme donde quería y mi cansancio emocional, físico, y mental no me ayudaban precisamente a resistirme.

  • Saca la lengua y lubrícame - me dijo apretando fuerte mi frente contra su pubis. no era grande no, pero no me acostumbraba a esa sensación y me estaba ahogando, lo que hacía que soltara más y más saliva desde mi garganta a la boca mezclada con un sabor leve de su precum. Estaba muy cachondo, al parecer.

Cuando decidió que era suficiente, sacó despacio su rabo dejando que desde el tronco hasta el glande fuera rozando la lengua al sacarla y, al separarnos, un puente de hijo de saliva y precum espesa se formó entre su glande y el interior de mi boca. Una buena cantidad de hilo conductor entre nosotros que él recogió con su rabo y apartandome metió sin detenerse en el culo de su sumiso. Este se estremeció y se tapó la boca para que no le escucharan gemir. Mientras aquel chaval le reventaba el culo sin mucha consideración de si podía dolerle o no, yo intentaba evitar la escena pensando en otras cosas, pero me era imposible. Sobre todo, porque aquel chaval no dejaba de mirarme a los ojos mientras embestía al otro y ponía cara de estar haciendo mucha fuerza y querer romperle el culo por dentro. Me hizo un gesto con el dedo para que me acercara pero no le obedecí, bastante que no me había levantado, lanzado las ropas y pirado de allí después de meterles una paliza a los dos putos maricones. Lo que más me jodió de todo es que la palabra maricón no sonó bien en mi cabeza para referirme a aquel chaval. Era tan parecido a mi… Para cuando quise darme cuenta su polla ya estaba camino de mi boca y como antes, me obligó de nuevo a tragarla. Pero esta vez si me la saqué según entró. Había estado en el culo de aquella zorra de mierda y ahora había tocado mi boca.

  • Aparta eso de mi, capullo - le dije en español dándome cuenta a lo segundos que no habia entendido lo que le había dicho. Él me puso su zapatilla en mi garganta apretando fuerte. Hasta ese momento no me habia dado cuenta que llevaba unas zapas blancas en los pies. Una pequeña pulsera marrón rodeaba su tobillo izquierdo. Dobló su cintura para acercar su pubis hacia mí y me metió la polla otra vez dentro apoyándose con los antebrazos en la pared donde yo estaba apoyado de espaldas.

Con la presión de su zapa en mi garganta tuve que tragarme la polla y respirar mientras él la metía y sacaba a su gusto.

  • Perdona eh, colega, pero es que mi rabo ya no deslizaba tan bien como al principio. Un poco de tu lubricante bastará, guapo - me dijo metiendo el rabo entero en mi boca. En lo que yo intentaba no atragantarme con mi propia saliva generada. Me tranquilizaba a mi mismo para no vomitar al notar un sabor extraño. No era mierda, menos mal, pero no sabía nada bien que digamos.

Cuando aquel cabrón decidió que volvía a estar bien lubricada la sacó, volvió a la posición de antes y siguió follándose a su sumiso sin dejar de mirarme. Tras el pisotón de su zapatilla en mi garganta me acomodé bien el último botón de la camisa para que no se abriera, pero él debió notar que algo raro pasaba y me dijo que me levantara. No dejó ningún momento de follarle el culo a la zorra que intentaba, por su parte, no gemir demasiado. A veces no lo conseguía y la humillación de que nos pillaran iba creciendo. Eso se aumentó cuando el tío, empujándome con una mano por el hombro me indicó que me pudiera delante de su sumiso, de cara a él. Me apoyó en la pared donde él tenía apoyados los brazos y quedandome yo de espaldas a esa pared, colocó las manos del sumiso esta vez en mis pectorales. Manos abiertas, abarcando todo el pectoral. Yo era, ahora, el sustento de las embestidas que le estaba dando el chaval. Claramente aquel tío al que le estaba reventando el culo su colega o pareja o follamigo o lo que fuera, notó que yo llevaba algo debajo de la camisa. Los dos lo notaron. El chaval le dijo algo al odio a su sumiso y después se dirigió a mí:

  • Joder, no sabes las calorías que se pierden follandote a estas zorra tan bien educadas, ¿no crees?, eso sí, termino empapado de sudor siempre, como tu - dijo haciendo un gesto con la cabeza indicandome los surcos de sudor que aún tenía mi camisa trás los abdominales anteriores. No le faltaba razón, todo su cuerpo estaba bañado por unas perlas pequeñas de sudor y los músculos hipertensos no dejaban de tensionarse más y más dejando al descubierto miles de venas por todo el cuerpo haciéndolo más llamativo - Es una pena - continuó diciendo- que no me haya traído la toalla, pero nos apañaremos.

Fue entonces cuando con un golpe en el culo al sumiso, éste me miró a los ojos por primera vez y pidiéndome disculpas agarró fuerte de la parte de la camisa donde se estaba apoyando y estirando firme hacia los lados rompió casi todos los botones de mi camisa, dejando al descubierto aquel corset que tanta vergüenza me hacía pasar y que tanto había intentado ocultar. El sumiso se apoyó con sus brazos en las dos paredes laterales dejando una visión perfecta a su dominante que bufó con una expresión de estar completamente cachondo a lo que estaba viendo.

  • Qué sorpresa - dijo alargando una mano para rozar mi cuello con dos dedos desde la yugular, pasando por el pectoral derecho y dibujando unas curvas por encima del corset hasta llegar al pantalón. Todo esto sin dejar de reventarle el culo a su sumiso y jadeando de cansancio por las empotradas.- Hay que ser o muy macho o muy puta para llevar eso- terminó diciendo mientras me guiñaba un ojo y empezaba a entrecortar su respiración y bombear fuerte y pronunciado su pubis, lo que provocó en su sumiso que se dejara caer sobre mi pecho y mi corset, aplastando su cabeza contra mis pectorales. A los pocos minutos el chaval terminó corriendose dentro de su culo.

En ese mismo momento el sumiso soltó sus manos de las paredes laterales y me agarró los brazos muy fuerte y empezó a tener unos espasmos por todo el cuerpo soltando, al mismo tiempo, su corrida disparada a mi paquete y dejado una marca enorme en la parte de la bragueta de mi pantalón vaquero. Cuando terminó de correrse me volvió a mirar a los ojos y se volvió a disculpar solo moviendo los labios y con cara de pena. Se movió rápido para que aquel chaval no le gritara y se vistío. Yo seguía contra la pared como en shock por todo aquello, sin poder moverme. El sumiso salió de la ducha y el chaval se acercó a mí, pasó un dedo por la corrida de su sumiso desplegada por mi bragueta y recogiendo parte me la restregó por los labios y me besó. Salió.

Yo apoyado en la pared ya no podía aguantar más, quería llorar pero no lo hice. La camisa rota no se podía volver a atar y el corset quedaba a la vista de cualquiera, sudado y manchado, con una corrida de un marica en los pantalones. Y tocado mental, física y emocionalmente. No supe cuántos minutos me quedé allí, pero los suficientes como para que el chaval dominante volviera con un bolígrafo en la mano y sin mediar palabra me escribiera en la camisa su número de teléfono.

Me hizo el gesto vago de un teléfono en su oreja.

No dije nada. No me moví. Cuando me encontré con fuerzas suficientes salí. Me daba igual la gente, el mundo. Todo. Y aún me faltaba una puta llave porque en las taquillas de esos dos, que luego me dejaron abiertas para que mirara, no encontré nada. Quería meterme en un agujero en mitad de la tierra y no salir. La rabia se había vuelto inseguridad.

¿Y la tercera?

Pues la tercera llave la encontré después de estar en aquel lugar más de dos horas y veinte minutos. Joel ya había aparecido. Por fin. Pero no tenía ganas de contarle nada a pesar de sus miles de preguntas por mi aspecto. El cabrón se había pasado casi todo el rato ligando y tomando unas putas cerveza con un par de tías que había conocido. Pero ya me daba igual.

  • Perdone - le dije a un chico mexicano que abría la número 132 después de entrenar para la competición de fisioculturismo - ¿puedo ver si en su taquilla hay una llave? - le dije desganado y sin más explicaciones.

Aquel muchacho sorprendido al verme con esas pintas y completamente amable, miró en el interior y encontró la llave. Esa tercera llave que agarré todo lo fuerte que mis fuerzas me dejaban. No sé si se lo agradecí o no, solo sé que no tuve agallas suficientes para mirarle a la cara después de que me preguntara si me encontraba bien. Joel le debió de contestar algo.

A partir de ese momento solo recuerdo que Joel me soltó el corset en ese mismo lugar, cogió la llave de mi taquilla, me puso la cazadora por encima y pasando mi brazo izquierdo por su hombro me sacó de allí.