Diario de un Hetero: La consulta, parte 1 (cap.4)

Luca, un abogado de 29 años comparte piso con Joel, un chulito de 22. Los dos, heteros, ególatras y arrogantes se ven abocados, por una apuesta de gallos, a toda una serie de acontecimientos relacionados con el mundo de la dominación sexual que no esperaban. ¿Serán capaces de controlar la situación?

Domingo, 4 de febrero del 2018

Llevábamos un buen rato con la misma postura y no me sentía nada cansado; todo lo contrario, por cada embestida me sentía más y más excitado, como si rompiera los limites del cansancio físico en pro de alcanzar algo así como el paraíso del orgasmo sexual. Ninguno de los dos queríamos parar, aunque nuestros cuerpos se alimentaban recíprocamente de las gotas de sudor. Su pelo cada vez más humedecido salpicaba en cada embestida hacia diferentes lados de la habitación y de mi cuerpo.

Mis rodillas, ancladas a la cama, no se movían y, clavadas férreamente para no desbaratar el movimiento tan controlador que teníamos, era lo que sostenía el centro de mi cuerpo, pues el resto se movía arbitrariamente con las subidas y bajadas de intensidad. Mi otro punto de anclaje consistía en mis manos, pero estas ya sí empezaban a sentir el dolor del peso de dos pies que me las aplastaban entre los barrotes del cabecero de mi cama. Si me movía a mi voluntad, sus pies aplastaban más fuertemente mis manos para advertirme que parara y continuara con aquella postura que tanto le estaba excitando. A cuatro patas, con las manos pisadas entre los barrotes de mi cabecero, con el perfil derecho de mi cabeza aplastando contra la pared y, detrás, sujetando fuertemente ambas puntas de mi cinturón, el cual rodeaba mi cuello y se estiraba hacia atrás, él, Joel, cabalgando mi culo sin contemplaciones.

No podía alcanzar a verlo porque mi cara estaba perfectamente adherida a la pared por una orden dura y tajante:

  • Aplasta tu jeto mirando hacia la izquierda y apoyándolo bien, si veo que te mueves un puto centímetro para mirar cómo te reviento la vamos a tener, compañero.

Esas habían sido las palabras de Joel, claras y gélidas como debían ser. Y como él decía; no podía girarme, pero me imaginaba su postura. Al pisarme las manos con los pies estaba obligado a dejar caer toso su peso en mi espalda creando una “c” con su cuerpo sobre el mío, en el que su rabo en mi culo rabo era el centro de la letra. Ese rabo que estaba destrozando mi virgen culo con sus inmensas envestidas. Para hacer sus movimientos y penetrarme a su gusto, empujaba su cuerpo hacia fuera y tras sacarla, se dejaba caer en peso muerto dentro de mi culo con mayor intensidad, lo que impedía controlar la penetración y el rabo descomunal de Joel se introducía hasta el fondo, seco, de un golpe y completamente enhiesto, provocando, al mismo tiempo, no solo un desgarro contante de mi culo, sino también una tortura por el golpeo contante en mi cara, el dolor de manos por el peso de sus pies a los que estaba sometido y por la fuerza con la que controlaba su coordinación para no balancearse a los lados sujetándose por las dos puntas del cinturón que rodeaba la parte de mi cuello de la que estiraba. Me sentía como el caballo de una cuadriga romana. Igual de voluminoso, igual de animal, igual de pasivo e igual de controlado.

Pero me sentía bien, sobre todo, cuando se desplazaba aún más sobre mi, aflojaba el cinturón del que me estiraba y apoyaba su cara sudada contra la mía, respiraba cerca de mi oreja y aflojaba la fuerza con la que me penetraba. Solo duraba unos segundos, pero esos segundos de aliento y contacto de sus ojos verdes me ayudaban para poner en orden a todos mis músculos, colocarlos duros de nuevo y esperar a que él quisiera seguir usándome a su antojo. Él notaba que en ese momento yo cogía fuerzas y, como un escuadrón romano, me erguía y sin romper filas esperaba fuerte e incorruptible a la siguiente estocada. Eso le excitaba y las primeras embestidas tras esos pequeños descansos eran las más incontroladas, donde más se dejaba llevar, donde más débil era él y más fuerte yo. Donde mi victoria suponía prepara mi cuerpo a su golpe de gladiador y su derrota era debilitarse por la necesidad se seguir abriendo mi culo.

No era consciente del tiempo, cada vez me sentía menos cansado hasta que sus embestidas empezaros a ser descoordinantes por el sonido intermitente de un timbre que cada vez se hacia más agudo. Más y más agudo y Joel estaba perdiendo el ritmo, dejaba de apretar, su polla iba saliendo, dejaba de tener peso, las gotas de sudor empezaron a secarse y se evaporaba n suavemente sobre mí.

Me desperté sudado, empalmado y sin saber qué estaba ocurriendo. En todo el piso sonaba el estridente sonido del timbre de la puerta. Joel seguía follándose a su novia en su habitación y yo me había despertado de una…. pesadilla…. de la que no sabía cómo sentirme. Me coloqué unos pantalones de gym aún con el rabo extremadamente duro y salí a abrir la puerta.

  • Buenos días, vengo a la revisión de la caldera- dijo un tío que nada más abrir la puerta me repasó de arriba a abajo intentando ocultar su cara de sorpresa al ver mi bulto del pantalón.
  • ¿Perdón? - dije como si no le hubiera entendido y poniendo una mano delante de mi paquete.
  • Joel vive aquí ¿verdad?, llamé hace unos días para concretar la hora y me dijo que éste sería un buen momento para pasarme a ver el contador.
  • ¿Un domingo? - dije sorprendido. El hizo un gesto con las manos que indicaba hartazgo por su empresa y sonrió.- Bueno pasa…- dije terminando la conversación al notar una sensación de frío intenso proveniente de la escalera.

Le conduje hasta donde estaba situada la caldera y le pedí disculpas por estar así, pero no me había dado tiempo a ponerme nada. No le dio mayor importancia y lo solucionó con otro gesto de manos. Mientras el hombre miraba el contador de la caldera, aún se podía escuchar el movimiento de la cama de Joel mientras se follaba a su novia, la única a la que no le daba lo suficientemente duro para que tuviera que gritar. Estaba acostumbrada a meterse aquel pollón. Eso también ayudaba. Aquello me hizo volver a recordar lo poco que aún en mi memoria quedaba de ese sueño, pesadilla o como sea. Lo intenté borrar agitando la cabeza. Estúpido.

El hombre también debió entender lo que ocurría en aquella habitación porque de vez en cuando mostraba una ligera sonrisa en su rostro mientras yo hacía como que no escuchaba nada y me metía mi desayuno de proteínas.

La puerta de la habitación se abrió y detrás nuestro, sudado y completamente desnudo apareció Joel. Tenía el rabo aún duro y chorreando algo de lefa.

  • Buenas - dijo pegándome una palmada en mi hombro al ver mi careto de desconcierto cuando lo vi venir a la cocina en tal situación al no importándole lo mínimo que estuviera el otro tío mirando la caldera.
  • ¡Qué discreto! - le dije bajito para que solo me oyera Joel. Sonrió, se llenó un vaso de agua y pillo un plátano de la nevera.
  • Se llama naturalidad- dijo casi son sonido pero marcando mucho la pronunciación en sus labios.
  • No, se llama exhibicionismo gratuito - dije yo haciendo lo propio con mis labios.
  • Que tenga un buen día - volvió a decir Joel tras mi comentario apuntando con el plátano al tío de la caldera y dándose la espalda tras lanzarme un beso de capullo. Volvió a entrar en la habitación.
  • Perdónale - miré al tío que solo sonreía flipando - es de un programa de inserción, me toca esta semana a mí - dije rompiendo la tensa situación y provocando una risa incontrolada en aquel tío que había tenido que ver dos rabos duros en menos de 13 minutos.

Terminé de desayunar nada más irse el de la caldera y mientras Joel y su novia seguían metidos en la habitación. Me vestí con una camiseta de tirantes, un jersey de lana, unos pantalones de deporte, me calcé las deportivas rojas y, tras coger la bolsa de deporte, me fui al gym. Llevaba cuatro días sin ir por la tensión de la semana y por el curro. Necesitaba descargar adrenalina. Cuando volví a casa a la hora de comer, Joel ya estaba sentado en la cocina preparando algo de pasta y una ensalada de las suyas.

  • Huele rico, ¿hay para mi? - pregunté
  • Claro - me dijo Joel saludándome con un golpe de cabeza. Ya estaba vestido con una cami de tirantes y unos pantalones cortos. Llevaba tres cervezas en las manos.- Tan puntual como siempre, ya te tengo lista tu cerveza.
  • Joder qué bueno, necesito una. - Me paso la de su mano derecha ya abierta.
  • Salud- dijo él.
  • Me llevé un trago a la boca y según entro en mi paladar la escupí al suelo.
  • !!Qué cojones??? - dije limpiándome la boca. Sabia a puta meada. Joel no dejaba de descojonarse. Me miró fijamente y me soltó sin parar de reír:
  • Eso te pasa por jugar con fuego, te la debía por mandarme quitarte la ropa con la marica esa. -Le pegué un codazo en el hombro. Había rellenado una de las cervezas con su meada y sabía asquerosa. Aquella meada de toda la noche había concentrado un gran sabor agrio.
  • Gilipollas, ya veras ya - Le dije consciente de que se la devolvería. - Voy a tirar esta mierda, joder, ¡qué mal sabe capullo! - volví a reiterar justo antes de notar la presencia de la novia de Joel saliendo de la habitación.
  • No, no la tires Luca, ya me la bebo yo, sabes que no me importa; me gustan todas las cervezas - dijo sonriente dándome los buenos días. Julia siempre me había caído bien, a veces me sentía mal por como Joel le ponía los cuernos finde sí, finde también. Si yo tuviera una mujer como ella a mi lado la trataría como una reina. Siempre se lo decía a Joel. Nunca me contestaba a eso.
  • No, mejor será que la tire Julia, buenos días. De verdad que ésta habrá salido mala.
  • Puse cara de circunstancia al ver la cara de Joel sufriendo por la proposición de Julia al no saber lo que había hecho. Su cara se había transformado de la de un capullo vacilante, a una de circunstancia.

Quise devolvérsela.

  • Bueno, aunque si no quieres que la tiremos te la doy eh. Ya sabes lo quisquilloso que soy yo con la cerveza - dije alargando el brazo y apuntando con el botellín a Julia mientras miraba la cara de Joel sentado en el sofá negando disimuladamente mientras no apartaba la mirada de mi.

    • Claro guapo, no te preocupes, dámela, no estará tan mala.

Le acerqué la cerveza y antes de cogerla Joel saltó.

  • No amor, no te preocupes, la tiramos, si puede que haya salido mala como él dice.
  • Pero si a ella no le importa - repliqué yo, serio.
  • Claro, de verdad, trae- dijo ella alzando la mano para cogerla desde detrás del sillón- que a veces sois de delicados los tíos con la cerveza.

Joel la interceptó antes de que ella la cogiera y se volvió a sentar.

  • Nada, listo, yo me quedo con la mala, beberos esas a ver si están mejor- dijo Joel mirándome con cara de cabreado mientras su tono era lo más conciliador del mundo. Como estaba de espaldas a ella, su novia no pudo ver la contradicción de su gesto. Sonreí.
  • Seguro que igual a ti no te parece tan asquerosa, pruébala, le dije a Joel mientras me sentaba en el otro sillón y ella se sentaba junto a él.

Joel le dio un trago y aguantó estoicamente la cara de asquerosidad, aunque se notaba brevemente si sabías lo que estaba ocurriendo. Si decía de tirarla, su novia la cogería para probarla, así que el capullo no tuvo otra que tener que bebérsela. Julia odiaba ese tipo de comportamientos en su novio.

  • Hoy en el gym, había dos tíos que estaban hablando de que es bueno beber meada de un recién nacido - dije aguantando la risa. - “donde las dan las toman amiguito” - pensé mientras no paraba de mirar cómo se bebía su propia meada delante de su novia mientras intentaba no morirse del asco.

Lunes, 5 de febrero del 2018

  • No has comido polla aún - me dijo Joel mientras preparaba una ensalada y algo de atún al horno para comer. Es lo poco que se le daba bien en lo que a la casa se refería y por eso se encargaba de la comida mientras el orden corría de mi parte.
  • ¿Qué? - pregunté mientras colocaba dos platos y dos vasos en la isla de la cocina.
  • No te hagas el tonto. Que aún no has disfrutado de la humillación de comerte un rabo mientras que sí te has puesto cachondo mientras yo me tragaba dos. No es más marica quien más pollas come, sino quien más miedo tiene a comerlas por que le vaya a encantar.

No le contesté.

  • Por eso te toca a ti el siguiente reto. El anterior dio como resultado que casi me pillara mi novia. Ardo en deseos de saber qué te puede pasar a ti- continuó hablando mientras se reía al mirar mi cara de sorpresa.
  • ¿En serio?, ¿quieres seguir con esto? Valiente capullo - sentencié.
  • Valiente, exacto. Y ¿tú? ¿Dónde te has dejado tus huevos, Luca?
  • Si seguimos con esto no vamos a acabar bien.
  • Si siguimis kin esti ni vimis i kibir biin - dijo con retintín forzando todas las íes.
  • ¿Cuál es el puto reto? ¿Que me coma un rabo?
  • La del médico de ITS- sentenció esta vez apoyando sus manos sobre la mesa y haciendo fuerza para que se le notaran todas las venas de los brazos - Su rabo y su leche, claro.

Miércoles, 7 de febrero del 2018

Acudimos los dos a la cita de los resultados médicos. Intenté salirme de aquel reto, pero mi ego decidió por mi.

  • La apuesta entonces queda de la siguiente manera - empezó diciendo Joel mientras esperábamos en la sala de espera - si consigues salir de ese consulta con la boca llena de leche y tragártela nada más salgas otra vez al pasillo sin decir ni una sola palabra y dejando que yo decida cómo hacerlo, la siguiente apuesta la decides tú sin que yo pueda intervenir en modificar nada y encima te hago la cama un mes. Si por el contrario, no haces que se corra en tu boca, no obedeces mi proceder, no tragas esa leche o dices una sola palabra, y la siguiente apuesta la elijo yo en las mismas condiciones y me haces tú a mi la puta cama un mes.
  • Cogí el móvil, miré la hora, después a él, y le hice un gesto con la mano en signo de cremallera en la boca.
  • ¿Joel Albizu? - dijo la enfermera saliendo a la sala de espera.

Entramos.

No os voy a aburrir con los datos menos interesantes. Digamos que los primeros 12 minutos fueron un tanto personales, aunque al final, Joel no tenía nada grave. Solo que decidieron darle penicilina por un caso posible de sífilis. Fue lo único que pude disfrutar en aquella consulta que al final duro muchísimo más de lo debido. No me entendáis mal, no disfruté de que a Joel le dieran penicilina por un posible contagio de sífilis, no soy tan cabrón. Lo que disfruté fue la humillación de que se tuviera que desnudar de cintura para abajo, adoptar una posición un poco comprometida con el culo hacia afuera, y que una enfermera, esta vez mayor y muy fea, le pinchara duramente en el culo. El pobre chilló más de lo que quería, alegando que el dolor era intenso, y el médico se lo confirmó. Aquel médico que le había dado su número personal para follárselo, ahora le decía que no se preocupara pero que la penicilina dolía un poco y que tendría ese malestar durante unas 24 horas. Que se pusiera calor en el culo y que no dejara de mover la pierna en todo el día.

Se lo dijo duro, serio. Se ve que, aún mosqueado por lo que le dijo al irse de su consulta., le estaba devolviendo su medicina. Nunca mejor dicho.

Mientras, yo me mantenía callado. Era el trato.

Lo que siguió tras ponerse otra vez los pantalones y sentarse de nuevo a mi lado, en la silla, fue la petición del médico a la enfermera - tras realizarle unos segundos análisis- de llevarlos al laboratorio y, como era de costumbre en un lugar como una clínica de Its, el médico volvió a cerrar la puerta con llave tras la salida de ésta. Se volvió a sentar en la silla mirando al ordenador.

Joel aprovechó la ausencia de la enfermera para incorporarse en la mesa, apoyar los brazos extendidos doblando a su vez los codos y acercándose un poco, de frente, al médico. Estaba sacando sus encantos.

  • Siento lo de la ultima vez. Me pilló de improvisto y no tienes pinta de… gay- utilizó este término para suavizar lo que la palabra “maricón” pudiera conllevar - pero sé cuándo me porto como un auténtico gilipollas y quería pedirte disculpas- terminó diciendo mientras ponía esa cara de angel que le pone a su novia después de haberse tirado a otra 2 tías horas antes.
  • Tranquilo, los gilipollas abundáis -dijo el medico con la misma seriedad de antes mientras se levantaba, se colocaba bien la bata e iba a buscar una carpeta al armario contiguo. Joel me miró y me hizo un gesto diciendo que no sería fácil hacerlo. Pero no se iba a detener.

Fue entonces cuando me fijé más detenidamente en aquel médico. Debería tener unos 48 años más menos. Moreno, con el pelo engominado hacia atrás ocultando alguna cana incipiente. No tenía mal cuerpo, o al menos la camisa y la bata mostraban un cuerpo cuadrado y marcado, tonificado en el gym aunque no muscular exactamente. Pero él era grande, ancho y alto. Tal vez de mi altura. No habíamos coincidido los dos de pie. Por la parte alta de la camisa se mostraban algunos pelos oscuros de su torso y la barba la tenia perfectamente arreglada.

  • Vaya, lo siento, pero sí, supongo que abundamos, aunque también sabemos cómo enmendar nuestros errores.

Los dos nos giramos hacia él extrañados; el médico por la proposición indirecta y directa, al mismo tiempo, de Joel. Cosa que no se esperaba por la expresión de su cara. Y yo, porque hubiera utilizado la palabra “enmendar”. Juraría que una palabra así no estaría en su diccionario.

  • ¿Cómo? - dijo el médico volviendo a dejar la carpeta en el lugar del que la había sacado sin tan siquiera abrirla. La carpeta dejó de ser ahora su objetivo.
  • Levántate - dijo Joel dirigiéndose a mi y chasqueando un dedo. La teatralidad le perdía. No lo miré, hubiera encontrado en mi mirada la paliza de su vida. Pero era eso o la siguiente iba a ser peor. Al menos aquí teníamos unos pactos; sólo comerle la polla y tragarme la leche. Lo hice. Me levanté, me acomodé bien el jersey que llevaba y me alejé un poco para que me viera entero. Levanté un poco la cabeza y miré al medico aún apoyado en el armario. Era de mi altura.
  • ¿Esto se supone que me tiene que intimidar? ¿Qué es?, ¿una amenaza? ¿Me va a pegar o algo?
  • No lo has entendido aún - dijo Joel girándose en la silla mirando al médico y dándome la espalda. Levantó su brazo derecho y sin tan siquiera darse la vuelta para mirarme, levantó primero el dedo índice y con un gesto brusco y seco y lo dirigió al suelo con un giro de muñeca. Mis ganas de darle esa paliza aumentaban, pero era el puto trato.

Flexioné las piernas hasta que las rodillas tocaron el suelo. Alargué los pies hacia atrás y coloqué mis manos en la espada. Ahora sí que él me superaba en estatura. Hasta Joel estaba por encima de mí.

El médico cruzó la mirada a ambos y torció el gesto mostrando una sonrisa algo maliciosa.

  • ¿Es para mi? Dijo metiendo una mano al bolsillo mientras echaba a un lado la parte derecha de su bata.
  • Su boca es para ti, para tu rabo y para tu leche. El resto del cuerpo aún me pertenece a mí.
  • Bueno, es un buen comienzo. Veo que él no tiene ni voz ni voto, ¿verdad?
  • Lo que no tiene es huevos a negarse - dijo Joel girándose hacia mi y guiñándome un ojo - ¿O sí?

Negué con la cabeza.

El médico se acercó a nosotros. Puso una mano en el hombro de Joel que aún estaba sentado y le dijo que cogiera dos bridas que había en el primer cajón de su escritorio.

  • La idea es que mi colega te coma el…

El médico no le dejo terminar.

  • Cógelas ahora - dijo poniendo su paquete delante de mi cara y empujándome desde la nuca para que mi boca chocara fuertemente con su bragueta. O no la tenía dura o la debía tener muy pequeña porque no noté ningún bulto significante.

Joel fue al cajón y mientras buscaba las bridas para atarme, el médico estiró su brazo hacia otra cajonera vertical que había junto a su mesa y buscó algo que no supe distinguir. Yo miraba a Joel para que controlara a este tipo, pero Joel me quiso tranquilizar con una mano como diciendo que lo tenía todo bajo control. Me dio algo de seguridad, no mucha.

Al pasarle las bridas mientras me colocaba una en mis muñecas, atándolas en mi espalda, le dijo a Joel que se quitara la camiseta.

  • Esto va con mi colega - dijo Joel a tal petición.

-Esto va con disculpar tu salida de tono del otro día. Quítate la camiseta- volvió a decir él.

No sé por qué razón Joel obedeció. Se quitó la camiseta y el médico la cogió. Terminó por atarme los tobillos mientras yo continuaba de rodillas y seguidamente llamó por teléfono a alguien para decirle que no le pasaran ninguna llamada ni ningún paciente hasta nuevo aviso. Joel sonrío, tal vez de nervios, tal vez porque le encantaba jugar. Era quien tenía que controlar la situación, pero se sentía a salvo al ser más musculoso que el médico y estar libre. No como yo, que ya estaba atado y otra vez con la cabeza apoyada a aquel paquete que no crecía.

Pidió a Joel que se asegurara de que la puerta estuviera bien cerrada y allá fue. En ese momento el médico me agarró del cuello, abrí la boca involuntariamente y me metió una pastilla en la boca. No pude reaccionar a tiempo para cerrarla y solo alcancé a hacerlo tras el escupitajo por parte del médico de una buena cantidad de saliva segundos antes de que la pastilla golpeara el fondo de la lengua. Al cerrar la boca, tras esa inmensa cantidad de saliva con sabor a tabaco, me dispuse a gritarle qué cojones me había dado, pero no alcancé a hacerlo pues sus movimientos eran extremadamente rápidos y sabía lo que hacía. Cuando empecé a emitir los primeros sonidos de mi frase, la camisa de Joel, echa una bola, se introdujo violentamente en mi boca por completo, excepto las mangas, lo que no me dejaba espacio para pronunciar nada y solo podía emitir gemidos incomprensibles. A lo que vi que Joel respondió viniendo hacia nosotros mientras preguntaba qué mierdas estaba haciendo conmigo. Terminó de atar rápidamente las mangas a la parte posterior de mi cabeza con una fuerza suficiente como para que, fijada de esa manera, no pudiera desprenderme de la bola de tela que tenía en mi boca junto a la pastilla y la saliva. Intenté no tragármela colocándome el pequeño medicamento en uno de los laterales, pero cuando me tapó la nariz tuve que tragar para no ahogarme. Joel ya estaba detrás del médico agarrándolo por el hombro y advirtiéndole de que me soltara la nariz. Él no se había dado cuenta de que me había metido algo en la boca y percibía que solo me estaba amordazando. Yo puse cara de agobio, pero el médico respondió bien a su petición.

  • Perdona, me vengo muy arriba con las buenas zorras - dijo apartándose de mi y poniendo cara de buena persona ante Joel. Yo no cambié la mía e intenté hacer ruidos pero Joel me dijo que me tranquilizara que solo iba a comerme su polla y todo acabaría.

No había manera de explicarme ni de moverme por las putas bridas. Ese carbón me había dado algo y no tuve más opción que tragármelo.

  • La idea es que él te coma el rabo. Todo esto es innecesario, él va a obedecer todo lo que yo le diga - dijo Joel al mirar mi cara de pánico. - mejor será que lo soltemos.
  • Es verdad, lo siento, me pierde el morbo, lo siento - dijo de nuevo el médico con cara de arrepentimiento. Yo no le creía y más tras haberme metido a saber qué, pero fue a su escritorio, volvió a abrir el mismo cajón tras agacharse frente a él, y nos mostró unas tijeras.
  • Toma, córtale las bridas- dijo el medico pasándole las tijeras a Joel - yo le quito la camiseta.

Joel se acercó a mi y se colocó detrás para soltarme. Cuando se fue a agachar, el medico dio un paso al lado y tras ponerse rápidamente detrás de Joel lo agarró por el cuello con su brazo derecho, le quitó las tijeras con la otra mano libre y las lanzó al otro lado de la habitación. Joel gemía ahogándose por los brazos de aquel psicopatía, que a pesar de ser menos musculoso que Joel, la altura y el haberlo pillado desprevenido había provocado que tuviera mayor ventaja.

Lanzó a Joel al suelo cayendo este de bruces y el médico por su espalda. Estaban a mi lado forcejeando pero yo no podía moverme. Lo intenté, pero solo conseguí caer de lado al estar amarrado de los tobillos siendo incapaz de ponerme de pie. Y aun si lo hubiera conseguido no podía hacer nada al tener las manos atadas. El médico sacó más bridas de su bolsillo que habría cogido al ir a por las tijeras y consiguió, después de un duro forcejeo, atarle las manos a la espalda con dos bridas. Cuando lo tuvo así y se levantó, Joel le dio una patada en los huevos pero no debió ser muy fuerte porque tras unos segundos de dolor el médico le ató los pies con otras dos bridas por los tobillos. Joel empezó a gritar auxilio y el médico rápidamente cogió esparadrapo y dio unas 8 vueltas alrededor en su boca para impedir que alertara a nadie. Después de eso, volvió a aquel maldito cajón y cogió otras dos bridas más, estas eran aún más grandes. Ató la primera de las bridas uniéndonos a los dos por el mismo lugar y con la segunda enlazó la de mis muñecas con el radiador que estaba pegado a la pared. No podíamos movernos ni levantarnos.

Estábamos los dos tendidos en el suelo, atados con bridas por las manos y los pies, y a su vez, unidos entre nosotros a un radiador. El médico apagó la luz de la consulta y todo se quedo casi a oscuras si no fuera por una señal de emergencia que iluminaba tenuemente aquel lugar. El médico se colocó bien la camisa a la que Joel le había arrancado un botón en el forcejeo, se peinó delante del espejo, metió las tijeras del suelo en el suelo en el bolsillo de su bata y antes de salir de la consulta cerrando la puerta por fuera, nos miró y no aconsejo que no nos moviéramos:

  • Las heridas de brida en la piel son muy dolorosas. Volveré en una media hora, cuando la pastilla haya hecho efecto. Las disculpas siempre se deben acompañar de un correctivo, muchachos.

Miré a Joel y vi en su expresión una palabra: perdón.

Esta vez, los dos sabíamos que no nos íbamos a poder librar de esta tan fácilmente como con el marica de los videos.

Ahora, no teníamos salida.