Diario de un Hetero: La apuesta

Luca, un abogado de 29 años comparte piso con Joel, un chulito de 22. Los dos, heteros, ególatras y arrogantes se ven abocados, por una apuesta de gallos, a toda una serie de acontecimientos relacionados con el mundo de la dominación sexual que no esperaban. ¿Serán capaces de controlar la situación?

Domingo, 21 de enero de 2018

Vuelta a la rutina. Como casi cada domingo mi compañero de piso me despertaba con los golpes en la pared. Golpes del cabecero de la cama martilleando la pared sobre las 11 de la mañana.

Como casi todos los sábados por la noche, tras una salida intensa de alcohol y discotecas, volvíamos a casa los dos con nuestros respectivos ligues; tías despampanantes que nos follaríamos esa noche y no las volveríamos a ver.

Como no era ni el segundo fin de semana ni el cuarto fin de semana de mes, la novia de Joel no aparecería por Madrid y tendría libertad absoluta, claramente sin enterarse ella, de follarse a otra tía.

Esta vez, al parecer, la camarera de un nuevo garito que habían abierto cerca de casa, que no tardó ni dos segundos en aceptar la invitación y que ahora estaba gritando como una perra por las sacudidas brutales de Joel. Y digo “al parecer” por lo poco que mi compañero sabía de ella, ya que ni él pregunta mucho ni yo me informé al haberme regresado mucho antes a casa. Me tocaba trabajar todo el día en un asunto algo complicado de un juicio por una denuncia de un cliente  a su empresa, y necesitaba no estar muy resacoso para llevarlo a cabo. Pero claro, con los gemidos de la tía y las embestidas de mi compi, iba a ser imposible si eso duraba mucho más. Lo habitual es que los dos mojáramos, y cuando yo no lo hacía (en su caso era raro no tirarse a una cada dos sábados libres de su chica) la conquista de esa noche se largaba sobre las 4 de la tarde. hasta después de comer algo que pillábamos en la nevera. Digamos que ninguno de los dos teníamos problemas para ligar, y aunque yo le sacara una cabeza a Joel y estuviera mucho más musculado que él, sus ojos azules y su pinta de niñato chulo las volvía más locas.

Convivir con él es sencillo, un chico algo dominante de carácter y chulesco por la edad y por ser un niño  de papá y mamá, su físico increíble, sus ojos azules, su musculatura, su pelo de revista y sus varios tatuajes le confieren un look irresistible para tías y maricones que siempre se giran para mirarle y, aunque nos solemos repartir las miradas, él se lleva la mayor parte. Y digo que es sencillo, porque a pesar de este carácter dominante, nos conocemos desde hace muchos años y nos complementamos a la perfección. Para resumir, es un piso de dos heteros, guapos, chuletas y muy competitivos. Esta última parte es la que a partir de ahora más factura nos iba pasar por lo que ocurrió este domingo.

Estaba preparando un zumo de naranja y comiéndome un plátano cuando la puerta de Joel se abrió lentamente. De ella salió una chica pelirroja. Personalmente una de las más guapas que Joel se había follado. Salía con media camisa desabotonada y bajándose una falda de tubo estrecha que dejaba a la vista unas interminables piernas delgadas que concluían en unos pies descalzos. Con los zapatos en la mano se acercó a mi.

  • Tu amigo es un capullo encantador- dijo con cara irónica - Mónica, encantada.

Cuando fui a darle dos besos, rodeó con uno de sus brazos mi cuello y apretó fuerte sus labios con los míos dándome un muerdo que no me esperaba. La lengua la controlaba bastante bien. Alargó su mano lo necesario para pasarla por mi paquete y, cuando se separó, yo con el rabo ya medio duro, me dio un beso en la mejilla y salió por la puerta.

  • Están locas- dije medio sonriendo mientras intentaba descifrar el sabor de su saliva.

Algunos minutos después, cuando ya había terminado de desayunar, apareció Joel completamente desnudo y con las bragas de la pelirroja en la mano. Aún tenía la polla desinflándose. Siempre me había llamado la atención su rabo, porque a pesar de su no más de 1,78 de altura, la polla era desproporcionadamente inmensa y, según él, rondaba los 23 centímetros, aunque yo le quitaría un par a ojo vista.

  • Odio cuando comprenden que no van a volver a gemir conmigo y salen tan corriendo que se dejan hasta las bragas. Otra más para la colección. Idiotas. Por cierto, buenos días Luca- dijo lanzándolas a la basura, esperando una sonrisa cómplice por mi parte.

  • Cada día las largas antes eh, la próxima te las vas a follar directamente en el portal y pa su casa- le dije.

  • Me gustaría ver la cara de la vecina de enfrente en ese caso ajajaj, ¿Y tú qué? Ayer muy pronto te piraste; esta pava tenía una amiguita que no andaba mal de tetas,  fuiste un capullo al irte - terminó diciendo mientras se rascaba el rabo ya flácido y se preparaba uno de los zumos de proteínas que tomábamos.

  • Hoy me toca preparar el juicio que te dije y pasaba de tener la cara que tú tienes ahora. Además, la de esta semana no besaba tan bien eh, capullo jajaja cada día tienes menos criterio o más alcohol en sangre.

  • ¿Te ha morreado o que?

Asentí con la cabeza.

  • Pues, enhorabuena, te has llevado mis babas, y seguro que un poco de mi leche jajajaj esa zorra ha terminado a cuatro patas tragándose todo.

Antes de terminar la frase estaba camino al baño maldiciendo en alto y con la intención de un buen enjuague de boca. Ya me sabía algo raro aquel beso, pero sabiendo que se habían tirado toda la noche bebiendo alcohol, pensaba que ese sabor sólo tenía que ver con una mezcla, ya asquerosa de por sí, de sequedad y babas. Oía cómo se descojonaba de mi desde el baño y solo llegué a entender un “disfrútalo, que mi leche no está de oferta para tíos”.

Era el momento perfecto para soltarle lo que llevaba tiempo queriendo decirle y no sabía cómo. El rebote por haberme tragado los restos del sabor de su semen, el cabreo por haberme tenido que ir a las dos de la mañana a casa y la venganza por estar riéndose de mi cara iba ser la excusa perfecta para asomar la cabeza por la puerta del baño, mirarle entre cabrón y chulo y soltárselo.

  • Eso no lo sé, yo no soy el que ofrezco mi rabo a otros tíos - volví a meter la cabeza y seguí limpiándome la boca con el cepillo.

En menos de 10 segundos noté su presencia y ahí estaba apoyado en el marco de la puerta con esa cara de chulo que ponía cuando alguien se metía con él o le decían algo que no le gustaba. Su pose de cabrón ya ensayada, brazos apoyados en el marco de la puerta por encima de su cabeza marcando bíceps, apertura de piernas inclinación de una rodilla, pecho fuera, levantamiento de una de sus cejas. El conjunto hacía que los tíos se acojonaran y las tías se pillaran más. Para mí, una pose ya tantas veces ensayada que no me decía absolutamente nada.

  • Repite eso que has dicho- Mano a la nariz y vuelta a colocarla en el marco obstaculizando mi paso.

  • ¿Qué?, ¿Los porros te han dejado sordo? - no iba a ser más chulo que yo, y sabía que podía con él mil veces al ser más alto y más musculoso. Ya lo había comprobado. Digamos que nos hicimos muy amigos a raíz de una pelea cuando los dos estábamos en la carrera.

  • No sabía que compartieras esa afición con mi novia; la de mirarme la entrada del móvil, digo.

Habían pasado alrededor de dos meses cuando sentado en el sofá mirando la tele, Joel había ido al baño y la pantalla de su móvil se encendió a la entrada de varios whatsapp. No me caracterizo por ser un cotilla, pero casualidad, tenía su móvil delante y sin ninguna malicia leí en la pantalla bloqueada la notificación de dos mensajes con el siguiente texto:

“tengo tu paquete listo”

“prepárame el tuyo que ya tengo ganas de comerte el rabo otra vez, tío”

“te dejaré que me fuerces si quieres”.

Quien le enviaba esos mensajes al móvil era Raúl, un tío que conocimos hace años y que le pasaba a Joel, de vez en cuando, una bolsa de maría para sus porros. Sabía que seguía en contacto con él para esas transacciones, pero no sabía que la transacción no era económica y Joel, el típico hetero chulito que habla de los gays como maricas locas ahora se “rebajaba” a dejarse comer el rabo por uno de ellos con tal de no pagar la maría. Porque, claro, no me podía imaginar que lo hiciera por placer. Lo único que me cuadraba de todo ello era que le pudiera forzar, porque Joel era bastante violento en el sexo. Menos con su novia, con ella su actitud era de un cachorrillo asustado.

Ahora lo tenía delante de mí, con su cara de cabrón mirándome fijamente y esperando que le explicara el motivo de mi ataque. Ya no me quedaba otra salida, tenía que decírselo y no me acobardé. Tengo un carácter bastante ofensivo también cuando quiero.

  • Tranquilo flipao, no te cotilleo nada - dije agarrándole del brazo y apartándole para pasar con una fuerza que indicaba que no me tocara los cojones -  Sólo leí sin querer el mensaje y punto. Si te gusta que un marica, como tú dices, te coma el rabo ese es tu problema - terminé sonriendo al ver que no dejaba su actitud de chulito - Y tal vez el de tu ego- concluí.

  • Vaya, igual es que tú quieres comérmelo también y estás envidioso. Puedes agacharte cuando quieras campeón, a ti te hago precio amigo- dijo relajándose y meneando el rabo al ver que no me achantaba.

  • Eso es lo que tú quisieras, marica - solté- Y tápate, que parece que es lo que estás buscando- le lancé un beso.

Me dio la espalda y se metió en mi cuarto. Ya iba a hacer la broma de pillarme unos gayumbos, pero no. Salió de mi cuarto de nuevo con algo en la mano. Me lo lanzó sobre la isla de la cocina .

  • Página 14, párrafo 3. Tú tampoco deberías dejarte las cosas en el salón. Cualquiera podría leerlas. Y a diferencia de ti, no fui yo quien lo hizo.

No me pongo rojo, pero si así fuera hubiera estado como un tomate. No sé a qué párrafo se refería concretamente pero seguro era el que se me pasó por la cabeza. Intenté quitar la cara de póquer, pero me la notó y se empezó a reír.

  • Una cosa es ser un marica y otra cosa es beneficiarte de ellos - me dijo antes de que dijera nada.

En el párrafo de mi diario contaba cómo una vez borracho, cuando tenía 19 años, me lié con un tío de mi instituto. No llegamos a hacer nada porque no me atreví y porque en parte me daba asco. Desde ese morreo sin más, nunca había tenido ningún deseo de morrearme con otro tío, ni me había atraído mi género, pero si contaba que no me había disgustado del todo, y achacaba eso al alcohol.

  • ¿Quien cojones lo ha leído si no fuiste tú? Para reventarle la cara, vamos - dije más enfadado de lo que realmente estaba. Era una chorrada lo que contaba. Nada particularmente destacable si leéis el resto de mi diario.

  • Marcos. Ya sabes cómo es, un capullo, lo pillé leyéndolo cuando volvía de pillas unas cervezas de la nevera. Y leyó ese párrafo en alto. Tranquilo ya se llevó una hostia de mi parte. Y no te ralles que se muy bien que no te van los tíos, marica 2 jajaja

Nuestra complicidad era clara. Pero a partir de ese momento iba a cambiar todo.

Dejamos esa conversación aparte durante todo el día, pero por la noche nos juntamos a cenar en un bar debajo de nuestra casa y empezamos a ligar con dos pavas que estaban sentadas justo detrás nuestro. No íbamos a hacer nada esa noche, los dos madrugábamos y llevárnoslas a casa implicaba no dormir mucho, pero al capullo de Joel se le ocurrió un juego que nos perseguiría todos los fin de semana que su novia no apareciera por casa. No había dos tíos más competitivos que nosotros.

Las tías estaban receptivas y cuando se fueron juntas al baño sucedió la siguiente conversación:

  • ¿Qué, no te hace tirártela?, ¿Para compensar lo de ayer? - empezó diciendo.

  • Que va, ya sabes, mañana a las 7 arriba y sino, no voy a dar todo de mí.

  • Vaya, a ver si ahora vamos a pensar que no lo hacemos  por considerar al otro un marica “comerabos” - dijo riendo antes de beber su cerveza. En parte, podía tener razón. No lo de “comerabos”, sino en que el otro pensara eso.

  • Estas obsesionado eh, ¿seguro que no quieres tirarte a aquel mejor, nenaza? - le dije señalando a un tío, que estaba solo a dos mesas de la nuestra.

  • Jajaja ya quisiera el marica ese, pero oye, que si no, me llevo yo a las dos eh. No te molestaré mucho, abuelo.

  • Antes de llevarte a las dos te calzan una hostia cada una.

  • Jajaja iluso, ¿quieres probar?

  • Venga, hazlo, llévate a las dos machorro- le dije haciéndole el gesto de comerse una polla.

Se quitó la cazadora vaquera que llevaba, dejando al descubierto una cami de tirantes ajustada donde quedaban claras las centenares de horas de bíceps.

  • Bien capullo te lo has ganado, si me las llevo a las dos en menos de 20 minutos el próximo sábado te tienes que ligar, y comerle el rabo, a dos maricas que yo decida delante de mí. Si no consigo llevármelas, lo hago yo.

  • Te doy 30 minutos y si no lo consigues te tragaras la lefa de las dos maricas. Apostemos fuerte - dije entrando al juego y sabiendo que todo quedaría en nada.

  • Hecho.

  • Nos chocamos los puños segundos antes de que llegaran las dos tías.