Diario de un Ginecólogo (3)

3ºLa hipocondríaca.

-¿Quién viene ahora?

-María Vargas, Doc.

Maldita sea. La doctora amateur Vargas, la hipocondriaca Vargas. He tenido suficiente con esta semana de mierda como para tener que aguantar las peroratas de esta mujer que me discute a todo. Si no fuera tan insoportable, incluso la encontraría atractiva.

-Supongo que trajo los resultados.

-Sí.- Contestó Sussy.- Dijo que tenía que discutir los resultados con usted.

-¿Eso dijo la muy histérica?- Pregunté, riéndome.

Hubo un largo silencio.

-Doc., María está a mi lado.- Informó.

Me sonrojé a pesar de que nadie me estaba viendo. Guardé silencio, avergonzado. De pronto la risa de Susana sonó estrepitosamente por el citófono.

-¡Era broma!- Gritó divertida.

-Estás despedida.- Le dije seriamente, sin ápice de diversión.

Susana calló.

-¡Era broma!- Le dije burlescamente después de unos segundos, imitando su voz de pito.

-Que chistoso está hoy, Doc.- Replicó audiblemente herida.

-A ti no más te gusta. Hazla pasar.

Boté los implementos que había utilizado con Sofía. Vino a buscar sus pastillas y me pidió que la revisara, argumentando un extraño dolor en la vagina. Le pregunté  qué cuando sentía aquel dolor, no quiso decírmelo, sonrojándose como un tomate. De seguro que era algo relacionado con la masturbación (si es que lo hacía) o al excitarse. No quise insistirle. Tuve que revisarle con cuidado, distrayéndole de la vergüenza que probablemente sentía en esos momentos. No pude hacerle nada más que tacto, revisarle exteriormente, sin adentrarme mucho…

Sin darme cuenta, sonreía al acordarme de Sofía. Golpearon a la puerta. Allí entró María con aquella mirada despectiva. Tenía veintiséis años, pero se veía de treinta. En cuanto se sentó, comenzamos a debatir. Según ella, tenía una infección, a pesar de que el exudado arrojó un resultado más que en regla. Le expliqué que lo suyo no era infeccioso. Abrió los ojos, visiblemente contrariada. Le dolía argumentó. Con resignada paciencia escuché los mismos síntomas de hace dos citas atrás y sus propios diagnósticos. Le pregunté si le dolía al orinar. Respondió que no. Entonces no era una infección.

-Entonces ¿Por qué me duele tanto?

Solté un suspiro exasperado.

-Ya te lo dije, debe ser algún tipo de problema en los músculos o una simple irritación…

-Pero yo busqué los síntomas por internet y…

-¿Para qué vienes entonces?- Espeté enojado- Si crees más en los veredictos que te da el internet, no vengas a verme. Así de simple.- Finalicé. Todas las sesiones lo mismo. Hoy no estoy de humor como para aguantar que ponga en duda mis diagnósticos.

Me miró sorprendida y un poco asustada. Por lo general guardo paciencia a sus refutaciones y tiendo a ser condescendiente con las pacientes que continuamente ponen en tela de juicio mis conocimientos, pero es que María me saca de mis casillas.

-No quise decir que confío más en el internet, Dany…

-Tienes un serio complejo de hipocondría, María- Le dije sin dejarla terminar.- ¿Crees que te mentiría a propósito? ¿Crees que por orgullo te daría un diagnóstico falso que pudiese afectar tu salud?

-No, Doc.- Dijo adoptando un tono más sumiso. Agachó sus ojos verdes al piso. Me sentí culpable por haberle retado, no suelo ser así. Aquella mirada me ablandó. Qué bonita se veía cuando no abría los ojos con ese deje neurótico.

-Lo siento. No quise hablarte así.- Me acerqué y le coloqué la mano en la rodilla, atrayendo su mirada.- No he tenido un muy buen día.- Me excusé, no podía decirle que me impacientaba. Alzó la cabeza para encontrarse con mi mirada. Nos quedamos así un rato, y en unos cuantos segundos, su mirada cambió ligeramente. Algo en sus ojos pasó de dócil a perturbador, lo sentí. “¿Tú también María? “ pensé.

Humedeció sus labios pausadamente, y como por arte de magia, vi cosas en ella en las que antes no había reparado por culpa de su personalidad. Era realmente atractiva.

-Te examinaré y si no estás conforme, pediré un nuevo examen.- Cedí para su satisfacción.- Pero será el último.- Le advertí, apuntándole con el dedo índice y sonriéndole. Me ganaba por cansancio. Soltó una carcajada.

Me preparé mientras ella se  demoraba en el baño. Se recostó en la camilla y posó sus piernas en las pierneras.

-¿Cuándo sientes dolor?- Volví a preguntar.

-Cuando tengo relaciones con mi novio.

-¿Cuándo te penetra?- Le corregí.

-Sí.

Introduje dos dedos en su interior. Ambos fueron expelidos producto de una contracción.

-¿Te dolió eso?- Inquirí, abriéndole su intimidad, obteniendo una vista más amplia para ver la reacción de sus músculos parietales.

-Un poquito.- Admitió.

-¿Logras llegar al coito cuando tienes sexo?

-No. Últimamente ya ni siquiera soporto más de tres minutos de sexo. Antes el dolor era más soportable y podía acabar.- Explicó.

-Bien.- Dije levantándome.- Puedes sentarte.

Se acomodó en los bordes de la camilla, esperándome mientras me sacaba los implementos. Me senté frente a ella.

-Lo que tienes es lo que se conoce vulgarmente como Vaginismo.- Se mantuvo en silencio, aguardando a mi explicación. Menos mal.- Los músculos que tienes alrededor de tu vagina, se contraen en un espasmo involuntario. Eso obviamente dificulta la entrada del pene, por lo tanto cuando se fuerza la penetración, te duele.

-¿Sólo es eso?- Preguntó alzando las cejas.

-Sí.- Contesté asintiendo.

-¿Y cómo se soluciona eso?

-Fácil. Uno: Ejercicios de contracción. Aprietas como cuando tienes ganas de orinar y luego relajas. Diez minutos en la mañana, en la tarde y en la noche. De a poquito irás distendiendo los músculos.

-¿Y la segunda opción?

-El preámbulo.- Me miró confusa.- Antes de mantener relaciones, sería bueno que tu novio te preparara más antes del acto, así tu estarías más relajada y tu cuerpo se prepararía para la penetración.

Tragó saliva y bajo su mirada en forma pensativa. Se acomodó un mechón de cabello rubio que se escapó de su tensa coleta. Al subir la cabeza, me contempló con aplomo.

-¿Cómo tendría que acariciarme mi novio?

Mi pene se erectó. ¡Mierda! Sabía que sucedería esto. “Contrólate” susurró mi súper Yo. Lo hice. Me mantuve quieto, mirándola fijamente, sin decir nada.

Un silencio cargado de expectativas cayó sobre nosotros. Ella sostuvo mi mirada y adiviné su propósito… y sabía que sucumbiría. Sin soportar la distancia entre ambos, con una rapidez que me sorprendió; se inclinó hacia mí, apoyando una de sus manos en mi muslo, y me plantó un beso. Al comienzo tímido, pero al ver que le correspondía, movió sus labios con firmeza contra los míos. Sin separarse, se sentó a horcajadas sobre mí. Plantó una de sus manos detrás de mi nuca, atrayéndome para profundizar el beso e introducir su lengua.

Mi súper Yo lloraba a mares. De nuevo le pasaba por alto.

Una de mis manos subió por su muslo desnudo y pasó rozando sus glúteos. No me detuve en ellos. Seguí subiendo hasta su espalda, y por debajo de su blusa,  le acaricié de arriba abajo, mientras seguíamos besándonos. Le mordisqueé el labio inferior y seguí bajando. Mordí su barbilla, comprendiendo todo el óvalo de su rostro, llegando al lóbulo de su oreja y juguetear con él. María soltó suspiros satisfactorios, enredando sus dedos en mi cabello. Bajé por su cuello, entre tanto mi otra mano tanteaba uno de sus muslos, tocándolos con delicadeza. Metía mi mano en su entrepierna sin siquiera rozar su intimidad, provocándolo, sólo acariciándola.

Pasé mi lengua por su cuello y ella se estiró hacia tras, dándome más acceso a él. La mano con la que le acariciaba la espalda, bajó hasta situarse en su nalga izquierda. La tomé por debajo y le amasé suavemente. María se tensó, pero no dijo nada. Llegué a su clavícula con mi lengua y deshice el camino hacia arriba nuevamente. Le pasé la lengua por los labios, saboreando su brillo de damasco. Me miró excitada. Se abrió paso entre mis labios con su lengua insistente.

La mano que le acariciaba el muslo, se introdujo sigilosamente, palpando las zonas más cercanas de su vagina. María movió su cadera hacia mi pelvis, aprobando lo que hacía. Coloqué el pulgar en el nacimiento de su intimidad, abriéndole levemente los labios, introduje mi dedo en su cavidad.

Ella exhaló una gran bocanada de aire e instintivamente buscó mi mano moviendo su cadera.

-¿Ves? Esto tiene que hacer tu novio.- Hablé con voz pastosa producto de la calentura. ¿Y esa osadía? Mi ELLO está causando estragos en mi personalidad.  Rió contra mi cuello.

-Con mi actual novio no he tenido ni un solo orgasmo.- Confesó suspirando ante mis caricias.

-¿Hace cuánto estás con él?

-Hace más de tres años.

¿Tres años? Mi mujer me hubiese abandonado ya de haber sido así. “Te abandonarás si sigues con esto” Advirtió mi súper Yo, cociendo los hoyos de su capa.

La mano que estaba en su culo, bajó por entre sus nalgas, hasta encontrar la cavidad inferior de su vagina. Pausadamente le introduje un dedo, haciendo círculos con él. María amarró sus brazos en torno a mi cuello. Metí un poco más el pulgar, rozando el clítoris.

-Ssssssss….SÍ.- Gimió en mi oído.

Con la mano de abajo, volví a dibujar un círculo, liberando la rigidez de sus músculos. Cuando ya se hallaba más relajada, alojé otro dedo y le penetré lentamente con ambos.

-¡Ah!- Gritó. Alzó su cadera y la dejó caer, profundizando nuestro contacto.

Volví a tocar nuevamente el clítoris, ejerciendo más presión sobre él. Moví con más prisa los dedos, masturbándola. Mordí con fuerza su oreja y María se corrió. Ni siquiera alcancé a tocarle un pezón.

“¿Terminamos?” Preguntó malicioso mi ELLO. Nop.

La tomé por el culo y la recosté sobre la camilla. Ella se volvió para mirarme. Su mirada ya no era de la mujer autosuficiente e hipocondriaca que suele entrar por la puerta de mi consulta. ¡La puerta! ¿Cómo se me fue a olvidar? Me dirigí a ella y la cerré. Busqué en uno de los cajones de mi escritorio y saqué un condón. Cuando decidí traer condones a mi consulta, no quise ahondar en las razones del por qué, aunque eran bastante obvias, preferí darlo como una consecuencia de los hechos.

Al acercarme a ella, María se me abalanzó como una posesa, besándome con una lujuria renovada. La separé con sutileza, sentándola nuevamente en la camilla.

-Te enseñaré una posición con la que podrás tener un orgasmo.- Le expliqué mientras me soltaba el botón de los jeans y me bajaba el cierre.

-Yo lo hago.- Dijo al tiempo en que se bajaba de la camilla. Me quitó el condón de las manos. Bajó mi bóxer y mi falo salió a su encuentro. Lo observó maravillada y tanteó el glande con sus yemas. Revistió mi pene con la protección y volvió a sentarse, notoriamente ansiosa.

-Acuéstate de costado.- Le ordené masturbándome, disfrutando de su reacción al observarme.

-¿A qué lado?- Preguntó mansa. “María, ¿Dónde estás?” Dijo mi ELLO irónicamente. Sí, la María desafiante había desaparecido.

-Al que te parezca más cómodo.

Se recostó sobre su lado derecho, mirando hacia la puerta.

-Bien, lleva las rodillas hacia tu pecho.- Me miró inquisitiva, pero acalló.

-¿Así está bien?

-Sí.- Respondí allegándome hasta donde estaba. Aquella posición fetal, hacía que la penetración fuese más intensa, tanto como para el hombre como para la mujer. Al  tener las piernas juntas, la vagina se apretaba, oprimiendo a su vez el clítoris, además de que la penetración resultaba aún más profunda, perfecto para aquellas mujeres que demoraban en el clímax.

Le subí el delantal clínico hasta la cintura, descubriéndola.

-Tienes un culo muy bonito María.- Le acaricié las nalgas con sutileza. María gimió ásperamente. Mis dedos siguieron bajando, encontrándose con la ranura semi- abierta de su intimidad. Metí un dedo.

-Cójame, por favor.

-¿Pasamos al usted?- Inquirí sardónico.- Me gusta eso señorita.- Volví a introducirle el dedo, más profundamente. Gimió.

Hay que aprovechar su calentura. La tomé por el culo y la arrastré hasta el borde, y sin mediar más palabras ni caricias, la ensarté.

-¡Ay!- Gritó.

-¿Te duele?- Pregunté con la respiración trabajosa.

-No…- Dijo mirándome.-Sigue.

La penetré duramente, engarfiando mis dedos en su cintura y en sus nalgas. Al enterrarme en ella, el aplastamiento de sus muslos intervenía dulcemente. Era como estar follando con una virgen apretada, llegando hasta el fondo de ella. La penetración se hacía difícil, pero contradictoriamente, se deslizaba como cuchilla en la margarina.

Postura no recomendable para embarazadas.

-¡Sí!- Gritó de pronto María, espantándome.- ¡Sí! ¡Sí! ¡Sigue, no pares!

-Cállate.- Dije, mirando de reojo a la puerta. La penetré de nuevo, gimiendo guturalmente.

-¡Oh Dios!- Volvió a gritar.

-¡Cállate María!- Le ordené. Me salí por entero.- Cállate o no sigo.- Le advertí.

-Me callo, me calló.- Respondió. Hizo un gesto con la mano, dándome a entender que ponía candado a su boca. Me reí.

Tomé mi erección y la dirigí a su entrada. Sólo introduje la cabecita. La saqué y volví a introducirle sólo el glande, provocándola.

-¿Te gusta?- Asintió.- ¿Te callaras?- Pregunté mientras introducía mi polla hasta la mitad. Volvió a asentir. –Bien.

Jugué un rato con su paciencia, atormentándola. Le metía el glande, me salía. Le metía un poco más, me salía. Se la metía hasta la mitad, me salía. Y cuando creía que la penetraría con todo, volvía a meterle sólo la cabeza de mi erección. María apretaba los labios y cerraba los ojos compungida.

-¿Quieres que te folle, verdad?- Pregunté cruel. Movió la cabeza.- ¿Volverás a contradecirme?- Dibujé círculos en su interior. Negó con la cabeza.- ¿Seguirás buscando resultados en internet?- Introduje el pulgar junto con mi falo. Volvió a negar.- Muy bien.

Agarré vuelo y me enterré en ella. María mordió sus labios con fuerza. Me eché hacía tras, saliéndome casi al completo, para volver a penetrarla con más brutalidad. Maldita María. No pude soportar aquel ritmo tan pausado y empecé a moverme con fiereza, descargando toda la frustración de estas últimas dos semanas. Mi mujer y sus cambios hormonales, ni siquiera me había dejado tocarle un pelo. El culo de María rebotaba a cada embestida, enrojeciéndose ingenuamente.

-¡Ay Dios, no lo soporto!- Gimió.- ¡Más, más, más!

-Mierda.- Dije para mí.- Cállate.

-¡Ay sí, ay sí, ay sí!- Gritó con ganas, disfrutándolo.

-¿Quieres que lo saqué?- Pregunté sin cesar en mis penetraciones, con voz grave.

-¡Ay no, ay no, ay no!- Respondió, aferrándose a los bordes de la camilla, hasta que los nudillos emblanquecieron.

No pude evitar soltar una carcajada. Tuve que inclinarme y taparle la boca, mientras le seguía enterrando la polla hasta el fondo. Seguí cogiéndola por dos minutos más, hasta que María volvió a gritar exasperada contra mi mano, abriendo los ojos. Me asusté, así que retiré la “mordaza”.

-¡¡Me corro!! ¡¡Me commfff!!- Chilló en cuanto le destapé la boca y en cuanto lo hizo, tuve que volver a cubrírsela.

Y entre aullidos ahogados, María llegó al clímax, apretujando aún más mi falo en su interior. Usé su cuerpo lánguido unas cuantas veces más, y me corrí.

Me apoyé en sus muslos recogidos para ralentizar mi respiración. Luego de unos minutos interminables, sentí como María hablaba contra mi mano.

-Disculpa.- Dije. Reímos.- ¿Qué querías decir?

  • Quise decir gracias.- Aclaró.

-No tienes que hacerlo.- Le sonreí y me respondió de la misma forma.

Le ayudé a levantarse, tenía todos los músculos agarrotados. Se vistió y yo me arreglé la ropa, tirando al condón a la basura.

Cuando estuvo lista, la acompañé hasta la puerta.

-Gracias Doc.- Susurró risueña. Se acercó y me dio un dulce beso en la comisura de los labios.

Sólo atiné a esbozar una sonrisa. Llegó una María y se fue otra. Una más amable y dócil.

-Recuerda los ejercicios.- Le recordé mientras caminaba por el pasillo, llegando a la sala de espera. Se giró y me guiñó un ojo, pícara.

Cerré la puerta tras de mí y solté una honda exhalación. Apreté el botón del citófono y pregunté a Sussy:

-¿Quién sigue?