Diario de un Ginecólogo (2)

2ºLa ninfómana.

-Bueno, no te preocupes, no es tan malo como todos piensan.- Le aclaré. Ella rió.- Es invasivo, pero necesario, aunque tú no tienes de qué preocuparte, aún eres virgen, así que no haré nada.

Sofía sonrió aliviada. Se notaba su nerviosismo, lo que es común entre las primerizas. No falta la amiga o la madre sobre protectora que demoniza el procedimiento de un ginecólogo. A veces las mamás son harto insoportables.

-Lo que sí tenemos que ver, es la descontinuación de tu menstruación.

Sofía volvió a ruborizarse.

-¿Por qué te sonrojas?- Pregunté divertido.

-No estoy acostumbrada a hablar de estas cosas con un hombre.- Expresó sin querer verme a los ojos.

-Bueno, por mi no hay problema, estoy acostumbrado.- Le sonreí, transmitiéndole confianza.- No tienes que avergonzarte, sólo soy un profesional.

Esbozó una sonrisa tímida.

-¿Hay solución para eso?

-Claro, con pastillas anticonceptivas.

-Pero yo no he…- Se interrumpió, de seguro le avergonzaba decir la palabra sexo.

-No importa. Las pastillas contienen hormonas que ayudarán a la regularización de la regla, pero no puedes comprar cualquiera, tengo que hacer un examen de sangre y así ver el tipo que sería más adecuado para ti, ¿De acuerdo?

Asintió.

Coloqué una banda elástica alrededor de su antebrazo y esperé a que la vena de hinchara.

-¿Está usted casado?- Preguntó mientras le palpaba el brazo.

-Sí.- Le contesté sonriéndole. Volvió a sonrojarse…por favor….

-¿Tan joven?- Inquirió sorprendida.

-¿Qué edad crees que tengo?

Me miró inquisitiva.

-Unos… ¿Veinticuatro?- Dijo enarcando las cejas.

Solté una carcajada.

-Tengo veintiocho.- Respondí suficientemente.

-¿De verdad? Usted incluso puede pasar por alguien de mi edad.

-Nah- Dije riéndome- Tú tienes diecinueve, estoy a casi diez años de tu edad.- Ambos reímos.

Tomé la jeringuilla, le pinché el brazo y saqué la sangre. Sofía muy valiente, no emitió quejido. Vacié la sangre en dos frasquitos diferentes y les coloqué su nombre.

-Menos mal que no vine con mi mamá.- Confesó, bajándose la manga de su blusa a cuadros.- Ella hubiese respondido a todo.

-Sí, menos mal. Hay mamás que cohíben a sus hijas, y otras que piensan que sus hijas son santas y acá se dan cuenta que no lo eran tanto.- Solté una risa maliciosa.

-Ya me lo imagino.- Cuando volví a mirarla, la sorprendí observándome. Bajó su mirada y se sonrojó.

-Bien, dentro de una semana estarán los resultados. Antes de irte habla con mi secretaria para que concuerdes otra cita, ¿Vale?- No quería hacerla sentir tímida, así que hice como si nada.

-Gracias Doctor.- Ambos nos levantamos de nuestros asientos.

-De nada.- Le sonreí con afabilidad y le besé en la mejilla, aunque fue un poco torpe, porque ella estaba rígida, nerviosa.- Recuerda pedir tu hora.

Asintió y casi salió corriendo de la sala. No pude evitar reírme, hace tiempo que no tenía a una novata, a alguien que no te tiraba indirectas y que cada vez que la tocas, lo toma como una insinuación a algo carnal.

Luego de… Ana y su casi parto en mi consulta, he estado cuestionándome (sin culpa) mi rol entre las pacientes. Al parecer fantasean con los ginecólogos, no las entiendo. Tuve que pedirle a Sussy que colocara música ambiente en la sala de espera, no es que espere que algo como lo de Ana vuelva a ocurrir, sólo por si acaso… Aquel día que me follé a mi paciente, llegué excitado a casa y me cogí no sé cuantas veces a mi esposa. Se sorprendió por la bestialidad con que quería hacérselo por el culo, pero no se quejó… lo disfrutó. Engañarla, al parecer producía un efecto más que concupiscente.

-Teresa Robledo Doc.- Avisó Susana.

¿Teresa? La ninfómana al acecho. Sin duda es la paciente más casquivana de todas, jamás ha tenido una pareja estable y está más decir que quiere follarme. Aún debe seguir en tratamiento por su erotomanía. ¿Por qué hoy? Hoy no me siento fuerte como para rechazarla, creo que sucumbiré… ¡No!

Como siempre, no tocó la puerta y simplemente entró. Cada vez se arreglaba más para venir a verme. A la primera cita vino con un buzo, esperando encontrarse (como me dijo ella) con un doctor calvo, con barba y antisocial. Bastante distinto a como viste ahora. Traje de dos piezas negro, unas piernas largas y estilizadas, que no necesitan de medias. Un cabello ensortijado e insubordinado que rodeaba su cabeza como un halo castaño, dándole el aspecto de una leona, ojos delineados y labios excesivamente rojos, aunque no se le vía mal por su piel blanquecina.

Me acerqué a saludarla, sin embargo me detuve al ver que echaba llave a la puerta.

-¿Qué hace?- Me puse serio, aunque sabía lo que tramaba.

-¿Por qué aún no me tuteas? Sólo soy algo más mayor que tú.- Sonriéndome se acercó a mí, dejando su bolso de mano, en el cuál seguramente no cabía nada, en mi escritorio.- Sólo vine a una cosa.- Dijo con seguridad.

-Teresa, tengo que revisarte y…

-Dejé de usar desodorante íntimo y se me quitó la irritación, tal como dijiste.- Se plantó frente a mí, a escasos centímetro de mi rostro.

-Además, si quieres revisarme, puedes hacerlo de otra manera aún más efectiva.- Ladeó su cabeza, examinándome de pies a cabeza. Tragué saliva. Sí, sabía que esto ocurriría. Mi Súper Yo revoloteó desesperado, advirtiéndome de la mujer que tenía enfrente. Obviamente, le ignoré.

Teresa apoyo sus manos sobre mi pecho, cubierto simplemente por mi camiseta gris, nunca me gustó abrocharme el delantal médico. Se estiró hasta alcanzar mi boca y me besó, y luego la besé yo. La estreché por la cintura, profundizando aún más el beso, metiéndole la lengua. Nos separamos, ambos jadeantes.

-Sí que sabes Doc., pero hay otra cosa que quiero probar de ti.

Me agarró  por los bordes de mi bata y me condujo hasta la camilla. Me atrajo hacia ella, me besó duramente y me lanzó contra la camilla, como si fuera un monigote. “Déjala hacer su trabajo, vino a eso.” Dijo mi ELLO. Coincidí, se notaba que a Teresa le gustaba llevar las riendas.

-No tenemos mucho tiempo- Aclaró acuclillándose.-Así que será rápido… sólo vine a esto.- Desató el cinturón, mis jeans y dejó libre mi falo erecto ya, solamente con su beso y la expectación.- Bien Dany, tal cómo me lo imaginaba.- Me encantaba cuando me llamaba por mi nombre, era la única que podía hacerlo de forma tan sensual

Pasó la lengua por lo largo de mi pene, entreteniéndose un tanto en el glande, mordisqueándolo. Dejé escapar el aire por los dientes. Me sonrió y procedió a meterse mi polla en la boca, poco a poco.

Cuando se lo introdujo por completo, pude ver pequeñas lágrimas acumulándose en el borde de sus ojos. A mi esposa siempre le daban arcadas al tratar de hacerlo, pero al parecer a Teresa no. Su boca repleta llegó hasta mi pelvis, rosando mi vello púbico con sus labios, y luego, como si de una aspiradora se tratase, succionó subiendo lentamente, cubriendo los dientes con sus labios. Encerró mi cabeza en su boca y paseó su lengua por mi glande, envolviéndolo con su saliva y volvió a chupar. Estiré mi cuello hacia tras, digiriendo en silencio la felación de esta ninfómana. Volviendo a descender por mi pene, se lo trago nuevamente al completo, pero ahora lo hizo con deleite.

Bajé mi vista para observarla. Al percatarse de mi mirada, jugueteó con mis testículos, masajeándolos con una de sus manos, mientras me miraba con franco deseo carnal. Podía atisbar pequeños regueros de saliva que escapaban por las comisuras de su boca producto de la mamada. Al ascender por mi falo, emitió un sonido, parecido al que uno hace cuando nuestro helado se está derritiendo y queremos evitar que el jugo caiga. Se lo sacó de la boca, tomó mi erección con la otra mano firmemente y comenzó a masturbarme. Arriba, abajo, con bestialidad, su mano se movía frenéticamente. Amasando mis bolas con delicadeza, haciéndome la paja con fuerza, paseando su lengua atrevida por mi glande como si fuera una paleta, y esa mirada de niña traviesa que juega a ser ingenua, me estaban llevando al cielo. Tuve que cerrar los ojos, me los cubrí con mi antebrazo, esta mujer es demasiado erótica, si seguía así, no tardaría en correrme.

-Para…- Le dije tratando de erguirme, pero al intuir lo que yo pretendía, dejó de masturbarme y se comió sin tapujos toda mi polla, hasta el fondo. No pude decir nada más y me dejé caer hacia tras. Su boca era maravillosa.

No pude, no pude más. Sentí como hormigueaba algo por debajo de mi vientre y seguía por mi pelvis, por mi pene, hasta llegar a la boca de Teresa. Eyaculé, ¡Y cómo eyaculé! Lo hice largamente, mientras sentía como todos los músculos de mi cuerpo caducaban y se relajaban. Solté un suspiro y alcé mi cabeza. Ella estaba sonriéndome, limpiándose algo de semen que se había escurrido hasta su barbilla. Su cabello lucía aún mas alborotado, era como si tuviera un arbusto de otoño por pelo. Que sexy era.

-No creas que ha terminado Doc.- Advirtió irguiéndose.- Yo aún no me corro.

-Teresa…- Traté de objetar.

-No te preocupes, tengo protección.- De su chillón bolsito, sacó un  paquete plateado.- Siempre hay que estar preparada.- Me guiñó un ojo. A continuación, tomo mi flácido pene y lo acarició, esperando a que se levantara.

Volví a llevarme la mano a mis ojos, y al hacerlo vi mi alianza de matrimonio. Lo siento, pensé. “Son cosas del oficio” dijo mi maquiavélico ELLO. Sonreí ante ese pensamiento.

-¿De qué te ríes?- Preguntó mientras seguía masturbándome.

  • De nada. Si quieres que se vuelva a parar, muéstrame tus tetas.- Sugerí. Ella volvió a sonreír. Dios, con estas mujeres olvido mi caballerosidad, a mi mujer nunca le he hablado así, dudo que le guste, pero a estas mujeres parecen gustarle las groserías.

Dicho y hecho, se desabrochó los tres botones de su blazer negro, subió su camiseta de tirantes y me dejó ver sus pechos erguidos. No tenía necesidad de usar sostenes. Tenía los pezones de un color rosado muy lindo. Esta mujer fue hecha para el sexo. Y como si fuera magia, volví a excitarme. Sonrió satisfecha. Rasgó el paquetito, extrajo el condón y me lo puso. Tan sólo con el roce de sus dedos, casi acabo por segunda vez. Cuando vio que su tarea ya estaba lista, subió a la camilla como una gata en celo, mirándome como una depredadora, dejando que su rebelde cabellera cubriera un tanto su rostro.

Se acomodó por encima de mi cadera, se subió la falda hasta la cintura, dejándome ver unas bragas color ciruela de seda, diminutas, que apenas cubrían su lampiña intimidad.

-No debes usar estos- Dije mientras acariciaba su coño por encime de la tela.- Es recomendable usar de algodón.- Soltó un suspiro y apretó mis dedos contra su vagina.

-Siempre quise que me tocaras. Eres un ginecólogo muy escurridizo.- Dijo mientras movía su cadera rítmicamente ante la caricia torpe de mis dedos.

-¿De verdad?- Pregunté realmente sorprendido. Siempre me pareció una mujer inalcanzable.

-Por supuesto, ¿Crees que es normal venir dos veces por mes al ginecólogo, durante los últimos siete meses?- Retiró mi mano de su entrepierna, se inclinó y me besó dulcemente los labios.- Como envidio a tu esposa.- Susurró. Segunda vez que una mujer me dice lo mismo. Pude olisquear nuevamente su cítrico perfume.

Se enderezó sin apartar su mirada de la mía.

-Muchas veces me imaginé contigo en esta camilla.- Siguió confesando, entretanto corría hacia a un lado su pequeña ropa interior.- Siempre tan correcto y caballero…- Tomó mi pene por la base, irguiéndolo.-… No sabes cómo me calienta que seas así.- Descendió con lentitud, engullendo mi polla hasta que desapareció de mi vista. Teresa se mordió el labio inferior, encerrando un gemido.

Utilizando sus rodillas se izó para luego dejarse caer, devorándome por completo. ¡Mierda! Volvió a repetir el movimiento deliberadamente lento, sujetando una de sus tetas, acariciándose el pezón con su dedo índice, mientras la otra rebotaba por el sube y baja de su cuerpo. Era una experta, apretaba los músculos parietales de su vagina en torno a mi polla, haciendo que la penetración fuese más difícil, apretada y placentera.

Cuando ella misma se sintió sobrepasada por las sensaciones, apoyó ambas manos en mi pecho, reclinándose hacia mí,  y comenzó a cabalgarme de verdad, como sólo una hembra con su experiencia sabe hacerlo. Ambos tratábamos de ahogar esos suspiros inefables, pero era una tarea casi imposible. A Teresa parecían escapárseles, tuvimos que besarnos para acallarlos. Sólo se oía el sonido característico de la penetración, el choque de su cadera al subirla y al bajarla, el choque de su culo contra mi pelvis, el sonido de nuestras respiraciones ahogadas y cansinas.

Estaba a punto de correrme, pero no lo haría antes que ella, así que flexioné mis caderas, yendo al encuentro de su coño, profundizando la penetración. Subí mis manos por sus muslos, hasta llegar a su culo. Apreté las nalgas con fuerza, hundiendo mis dedos en su carnosidad, y sin previo aviso, la cacheteé. Teresa soltó un gemido.

-Otra vez.- Bisbiseó contra mis labios.

Volví a cachetearla en la nalga. Gimió con placer, cerrando los ojos. Lo hice unas dos veces más y se corrió y yo la seguí.

Qué orgasmo. Me sentí cansado y satisfecho, parecía un flan. Teresa apoyó su cabeza en el hueco de mi cuello, tratando de recuperar el aliento. La abracé por la cintura. Fue un acto reflejo, de protección, creo. Ella sonrió contra mi cuello y me besó. Así estuvimos, hasta que la voz de Susana por el citófono nos volvió a la realidad.

-Doc. Llegó Camila Cifuentes a su hora de las cinco.

Ambos suspiramos al unísono. Teresa se alzó con cuidado, me miró a los ojos y volvió a besarme. Desmontándose, bajó de la camilla. Bajó su camiseta, su falda, y abrochó su blazer. Yo sólo la miraba ausente, aún retozando en el post-coito. Ella volvió a mirarme y se rió ante mi apariencia. También me reí.

Se acercó a mí y retiró el condón usado. Le hizo un nudo y lo tiró al basurero. Luego volvió y se inclinó sobre mi cadera, introduciéndose mi pene en la boca, quitando los resquicios de semen con dedicación, tragándoselo. Cuando terminó, me acomodó el bóxer, abrochó mis jeans y el cinturón. Sacó un espejito de su bolso, un lápiz labial. Se arregló el cabello y los labios delineados. Fue donde mí, me besó en los labios sonoramente.

-Cuidado con el lápiz labial en tu polla, debes lavarte.- Aconsejó sonriente. Un último beso y salió de la habitación.

En cualquier día de estos, moriré.