Diario de un gigolo
Mi misión era buscar el punto G y estimularlo todo lo que estuviera en mi mano, es un decir, hasta lograr una cadena de orgasmos capaz de volver loca hasta a la propia Venus Afrodita. Sí, no se rían, ya estoy viendo su cara.
Mi misión era buscar el punto G y estimularlo todo lo que estuviera en mi mano, es un decir, hasta lograr una cadena de orgasmos capaz de volver loca hasta a la propia Venus Afrodita. Sí, no se rían, ya estoy viendo su cara. ¿Cómo se sentirían si su esposa o compañera de hecho o de derecho o por azar de las circunstancias les pidiera un sábado sabadete que buscaran su punto G esa noche y no pararan hasta encontrarlo?. Ahora el que se ríe soy yo. Estoy viendo su cara de poker y la cara-de-as-escondido-en-la-bocamanga de su compañera. La risa va por barrios, ¿o no lo sabían?. ¿Buscar el punto G?. Je,je, ahí es nada. Lo que uno debe hacer primero en esta arriesgada misión es buscar ese punto en el mapa, hacerse un croquis y ensayar. ¿Qué cómo se ensaya?. ¡A ustedes se lo voy a decir!. ¡Encima que se están riendo de mí a mandíbula batiente les voy a facilitar las cosas!. Nada, nada, busquen, busquen y luego sigan riéndose si pueden. Lo segundo es relajarse, descansar adecuadamente, tomar un buen complejo vitamínico y estar dispuesto a morir por la patria. Yo lo estaba ya que mi patria era Lily y por ella buscaría hasta el punto Z. Creo que el taxista de la otra vez pudo leer en la expresión de mi rostro porque me condujo hasta la esquina convenida riéndose también a mandíbula batiente. Allí me recogió la propia interesa en su vehículo, un utilitario en el que nadie hubiera imaginado viajaba la consorte de un alto cargo. Me extendió su blanca mano y yo se la besé muy caballero. Sentado a su lado pude contemplarla a sabor y estudiar todas las curvas que tendría que superar para alcanzar el punto fatídico. No eran muchas, lo confieso. Vestía un traje chaqueta muy holgado y poco femenino que ocultaba sus encantos que imaginé eran algunos, acostumbrado como estoy a desnudar a las mujeres con una sola ojeada. Me condujo a una casa en las afueras, apartada de la civilización, todo lo que hoy día puede uno apartarse de esa perversa amante, y cuidada por feroces perros que la reconocieron y se calmaron ipso facto. Eso me dio una idea de la frialdad a la que debería enfrentarme. Mientras atravesábamos el jardín, yo muy arrimadito a ella por si acaso, me explicó que era la casa de una amiga íntima prestada para la ocasión. Tener amigas íntimas tan dispuestas es un lujazo. Me hubiera a gustado preguntarla por esa amiga pero no me atreví a abrir la boca por si ladraba un perro. Encendió la luz del salón, luego una moderna lámpara de pie que semejaba una estatua cubista último modelo, volvió a apagar la lámpara del techo y me preguntó si quería beber algo. Dije que sí, que con el susto de los perros no me llegaba la sangre a donde ustedes saben. Ella se rió pero no metió mano a mi bragueta. Ese detalle me dio una idea más del témpano de hielo que tendría que calentar. Me sirvió un güisqui muy aguado, el alcohol enciende el deseo y luego lo mata de un pistoletazo, y ella se sirvió otro a palo seco. Con el vaso en la mano me hizo recorrer la casa, pude admirar la decoración y apreciar el abultado talonario de su amiga. Se mostró simpática y todo lo dicharachera que pueda mostrarse una mujer tímida en esas circunstancias. Finalizado el recorrido y prometido por doceava vez que los perros no volverían a ladrar en toda la noche nos sentamos en un sofá tan amplio y mullido que tuve que forzarme para no descalzarme los zapatos y probarlo arrojándola a ella primero al centro del extraño lecho. Tienes que coger confianza primero, ratoncito, me había aconsejado Lily. Se sentó a dos cuartas de mí y me preguntó si fumaba. Dije que no lo haría si la molestaba el humo al besar. Se sonrió y sacó un paquete rubio de marca indescifrable, seguramente se lo traerían de algún sitio exótico. -Espero Johnny -¿es ese tu verdadero nombre?- que Lilian te haya puesto al cabo de la calle. -No es mi nombre verdadero, todos usamos algún \"alias\" en este oficio y estoy entrando por la calle donde me espera mi amada, todo es correcto. Se sonrió otra vez con un mohín de coquetería que me hizo suponer por primera vez que debajo de aquel hombruno traje chaqueta me esperaba un cuerpo de mujer que rendía pleitesía a todos los goces del amor. Me dijo su nombre, Laurence, Laurencita para los amigos. -No sabía que fuera francesa. -No lo soy, digamos que ese es mi \"alias\". Le estoy usurpando el nombre a una amiga francesa que se sentiría muy orgullosa si supiera el motivo. -¿Es guapa su amiga francesa?. -Mucho pero tú tendrás bastante conmigo. Creo que te voy a dar bastante trabajo, ¿no crees Johnny?. -Será un verdadero placer, Laurence. -Puedes llamarme Lauri, suena más íntimo. -De acuerdo. Se que no debo hacer preguntas pero me gustaría saber algo de ti, lo que puedas decirme sin ponerte en entredicho. -Tendremos tiempo suficiente para hablar de todo, Johnny. No te interesaría mi vida social, puedes creerme. En cuanto a mi marido, es un hombre muy aburrido y si te contara su historia podrías dormirte. Además no quiero que luego vendas la exclusiva a alguna revista. -Sabes que somos muy discretos. -Lo sé, tengo absoluta confianza en Lily. Acabamos el cigarrillo y le pedí que se pusiera de pie. Le sugerí que caminara desde una punta a la otra del salón. Así pude contemplarla a mi sabor. Una mujer en los cincuenta, más bien baja, pelo rubio en melena de peluquería de alto standing, cara agradable de piel muy suave para su edad. Ojos pequeños que se escondían a cada mirada escrutadora de los míos. Cuello corto y pechos indescifrables debajo de la chaqueta. Piernas cortas pero bien formadas, así a ojo de buen cubero. La cadera escondida en la holgura del pantalón. Mocasines de marca que aún la hacían más baja. -¿Soy de tu gusto, caballero?. -Creo que Lily tiene razón, vistes muy mal. Si te dejaras asesorar por ella nadie te reconocería. Imagino que tu cuerpo da para mucho más. ¿Me permites que al menos te quite la chaqueta?. -Claro, estoy en tus manos. Tú eres el experto. En cuanto a Lily ya nos veremos las caras. Es una broma, claro, la tengo en gran aprecio. Se que tenéis razón, pero me gusta pasar desapercibida aunque me pongan la última de la lista de las mejor vestidas. Creo que te gusta mucho la música clásica según me dijo Lily. -Cierto aunque disfruto con cualquier música. -Te lo pregunto porque mi amiga tiene un buen equipo de música y una excelente discoteca. ¿Quieres mirar a ver si te gusta algo?. Miré mientras daba los últimos sorbos al güisqui. Enseguida encontré las variaciones Golberg de mi adorado Bach. -¿Te gusta Bach?. Puedo buscar lo que más te guste. -Me encanta Bach. Elige tú la música, quiero que seas tú quien cree el ambiente. ¿En qué has pensado?. -Las variaciones Golberg. ¿Qué té parece?. -Hermosas, muy hermosas, aunque un poco melancólicas, pero un toque de romanticismo vendrá bien para la primera noche. Puse la música y el tema sonó estremeciéndome muy hondo. Me sentí como un caballero del rey Arturo dispuesto a acostarse con su reina aunque el rey acabara por descubrirlo y mandarlo a galeras. Me acerqué a ella y la desprendí suavemente de la chaqueta que coloqué con cuidado en un sillón. Observé que su pecho palpitaba bajo una blusa abotonada hasta el cuello. La cogí por la cintura y la acerqué hasta mí. Tuve que bajar un poco mi cabeza para besarla. Apenas un picoteo, luego abrí su boca y busqué su lengua. No parecía muy apasionada y sus labios hubieran estado resecos de no quedar en ellos la humedad de unas gotitas de güisqui. Lo dejé, aquella mujer necesitaba mucha estimulación. La búsqueda del punto G iba a ser complicada, realmente complicada. Nos sentamos otra vez en el sofá y me ofreció otro cigarrillo. Hablamos de literatura, de música, de cine. Coincidíamos en muchos gustos y teníamos opiniones parecidas sobre escritores, músicos y cineastas. Lily no me había engañado aquella mujer tenía una gran cultura y era muy exquisita. Se notaba al expresarse con profundidad y con un dominio del lenguaje que hubieran envidiado los escritores más barrocos. Decidí ir acercándome o no lograría ni desvestirla en toda la noche. Sugerí que bailáramos. No se sorprendió. -Bach es el músico más bailable que conozco, su música es pura danza. -Estoy de acuerdo, solo que hace danzar más las almas que los cuerpos. La enlacé por la cintura y bailamos muy juntos. Me quedaba un tanto pequeña pero no me importaba, nunca me importa cuando el cuerpo de mujer está muy pegadito al mío. Acaricié su melena y besé su nuca. Eso pareció gustarle. Desabotoné su blusa y metí la mano bajo el sujetador. Sus pechos no eran tan pequeños como aparentaban, al contrario de no estar tan comprimidos mi mano no lograría abarcarlos. Su piel estaba muy cuidada, aún suave, casi sedosa. Se estremeció pero muy ligeramente. Otra en su lugar habría ronroneado. Dejamos de bailar y pedí permiso para desnudarla. -No me pidas tantas veces permiso. Tú eres el que mandas. Vamos a la habitación. Mi amiga tiene un lecho muy amplio. Me condujo al piso superior, al fondo del pasillo una puerta estaba abierta de par en par. Pude ver una cama enorme, muy moderna y decorada con una colcha preciosa con dibujos de cisnes. Encendió una lamparita en la mesita de noche y bajó completamente la persiana. No imaginé quién podría vernos en aquel paraje pero ella tomaba todas las precauciones imaginables. La senté en la cama y sin quitar la colcha me deshice de sus pantalones acariciando sus muslos con deseo. Sus piernas como había imaginado estaban mejor formadas de lo que aparentaban. -Tienes unas hermosas piernas. ¿Nunca has usado minifalda?. -Gracias Johnny, eres muy amable. Tal vez perdí mi juventud estudiando carreras universitarias que ahora no me sirven de nada. Debí haber enseñado las piernas entonces, ahora serían una buena portada de revista-morbo, pero poco más. Se quedó en braguitas y sujetador. Su cuerpo era más bien delgado, demasiado para sostener aquellos pechos, tal vez por eso los comprimía tanto en el sujetador. Vestida con aquel horrible traje chaqueta uno podría pensar a primera vista que no atraería ni a un Drácula hambriento, pero yo había intuido que debajo de la tela se escondía un cuerpo muy interesante. Un poco más alta y el cuerpo no hubiera pasado desapercibido ni con sus extrañas vestimentas. Doblamos la colcha con cuidado y la colocamos en un estante del armario empotrado. Sugerí que me hiciera un pase de modelos. Me miró con prevención como si temiera que me fuera a reír de ella. La besé y eso la convenció de que no bromeaba. Se movió hacia la ventana con el andar sugerente que toda mujer parece aprender desde la cuna. Su trasero era más bien planillo, me decepcionó un poco, pero con unos buenos pechos eso se compensaba. Al volver me fijé que sus braguitas eran demasiado amplias, algo más escueto la daría un toque más sexy. Se lo dije y me contestó que podía encargar a Lily ropa interior a mi gusto y algún vestido. Ella sabía su talla y escogería lo más adecuado. Se acercó, me preguntó, con una extraña timidez que me hizo adivinar mucha represión en su vida, si podía desnudarme. La besé muy largamente por toda contestación. Mientras lo hacía con cierto miedo y mirando de vez en cuando hacia la pared me dijo que tenía que hablarme de sus preferencias sexuales. Se puso colorada, no fue un arrebol pasajero sino que sus mejillas se incendiaron como las de una adolescente de las de antes mientras el novio la está desnudando. Quería disfrutar del sexo, su marido no la hacía mucho caso ocupado en su absorbente trabajo y su mecanismo erótico se iba quedando anquilosado como un engranaje largo tiempo sin usar. Quería saber a toda costa qué era eso del multiorgasmo y el punto G. Quería recuperar el tiempo perdido y solo encontrar ese punto la convencería de que lo había logrado. La desanimé. Para lograr algo así necesitaríamos muchas sesiones y no era seguro que lo alcanzara. No todas las mujeres logran una estimulación tan frenética para que eso sea posible. Necesitaríamos una larga, muy larga sesión de caricias. En los manuales de sexología hay mucha palabrería, dije intentando quitarle de la cabeza una idea descabellada. Me contestó que su amiga sabía mucho de eso y el libro que le había regalado por su cumpleaños era muy bueno, lo explicaba todo detalladamente. -No te preocupes por el tiempo, tendremos las sesiones que haga falta. No podrán ser muy seguidas porque mi vida social no me lo permite, pero al menos calculo que una decena de noches al mes, tal vez algún fin de semana concreto, podré librarme de los compromisos, solo aceptaré los ineludibles. ¿Será suficiente?. -Si trabajamos muy bien y muy intensamente todas las noches tal vez alcancemos el objetivo. Lo dije con un ligero tono de broma que ella no captó. Su obsesión era demasiado intensa para que el humor pudiera atenuarla aunque solo fuera un poco. -No me tomes el pelo. O tú consigues que me sienta mujer o me olvidaré de ello para siempre, pero entonces Lily no obtendrá lo que tanto necesita. Era una fría amenaza. Me había olvidado del témpano con el que me iba a acostar. Al mismo tiempo comprendí su desesperación. Necesitaba volver a sentir mujer o se convertiría en una Furia vengativa. Antes de tumbarla en la cama destrabé por detrás el sujetador. Acaricié su pecho con cuidado, no sabía dónde terminaba la caricia y empezaba el dolor en aquella mujer. Respondió muy tímidamente. Cada mujer, lo mismo que cada hombre, tiene sus zonas erógenas favoritas. Esos puntos te pueden hacer vibrar como una lavadora alcanzando el orgasmo en el reciclado, solo hay que encontrarlos y trabajarlos bien. Busqué su lengua y la acaricié con la mía largamente. Noté cómo se estremecía y se agarraba a mi cuerpo como a un salvavidas. Creí tener dos números de la combinación de su caja fuerte donde guardaba un tesoro de orgasmos inexplorados. El dos de sus pechos y el uno de su lengua. En cambio no respondió a las caricias en sus magras nalgas. No me sorprendió en absoluto. Y allí quedamos los dos: quien les habla quitando con mucho cuidado sus braguitas y ella tumbada con los ojos cerrados y la boca abierta como esperando el milagro que permitiera encontrar el punto G de su geografía, de su anatomía oxidada por el tiempo, la represión y la vergüenza. El punto G. Je,je, no es nada fácil, amiguitos. Se necesita mucha ternura, una larga tanda de caricias, tal vez un poco de amor y mucha, mucha suerte.