Diario de un gigolo (27)

Lily se entretiene hablando de Marta y no deja que Johnny la vea en un video con Pichabraba. A Lily le gusta contarle viejas historias.

DIARIO DE UN GIGOLÓ XXVII

Estábamos sentados en el amplio y mullido sofá de la habitación de Lily, tapizado en rojo y a la luz de una lámpara de pie que era una auténtica joya del arte erótico. Una Venus intentaba taparse con sus blancas manos el gran triángulo púbico que el artista había resaltado con un matojo de pelos digno de la selva amazónica. Sus manos parecían haberse quedado en el aire dudando ante semejante falta de buen gusto.

Yo iba cogiendo gustillo a la desnudez. Es cómoda, ayuda a quitarse de encima unas cuantas inhibiciones tontas y me permitía contemplar la hermosa desnudez de Lily que se movía como una emperatriz en su trono y no como lo haría una mujer desnuda aún en presencia de su amante. Había puesto la cinta de Marta en el video pero no terminaba de satisfacer mis ánsias de ver desnuda a aquella mujer que tanto prometía. Con el album de fotos en el regazo, Lily me llamaba la atención sobre algunas fotos en especial. Creo que andaba buscando que yo le diera un retrato psicológico de la dama, que confirmara sus atinadas observaciones. Olvidaba Lily que Johnny era un primerizo en psicología y que aquel no era el momento de andarse por las ramas. No obstante no pude dejarme de fijar en una foto en especial. Marta aparentaba unos veinticinco años, veintiséis confirmó Lily, y aparecía como una joven arrebatadoramente bella. Morena, con la melena hasta los hombros, el rostro delataba algún rasgo oriental, ahora claramente. Sus ojos grandes, oscuros, que intentaban disimular una profunda, casi trágica tristeza, sin conseguirlo, le dejaban a uno con el corazón herido.

Le comenté a Lily mis impresiones. Asintió en silencio y luego de besarme me dijo que tenía dotes de vidente para penetrar en el alma de las mujeres. Me ratificó en mis impresiones. Marta tenía ancestros rusos, polacos, rumanos o vaya usted a saber, porque este era un secreto tan bien guardado que ni ella misma había podido desentrañarlo. Intuía que también podía existir sangre judía en sus venas.

-No te equivocas, cariño. Antes de casarse era una jovencita romántica que esperaba su príncipe azul, como nos sucede a todas, por otra parte. Vivió la decisión de su padre de casarla, para salvar sus negocios, como una traición que nunca le ha perdonado. Creo que eso terminó con su ingenuidad de niña rica, para quien el mal estaba siempre lejos, muy lejos. No es que sea una mala mujer, pero hay mucha amargura en el fondo de su alma. Te prevengo, Johnny, no te enamores de ella, es fácil caer en sus redes, pero es una mujer peligrosa, casi tanto como yo. No te rías, cariño. Sabes que solo quiero tu bien. No me gustaría verte de rodilla, besando sus zapatos como un perrito amaestrado.

Aunque sabía de su cariño hacia mí, intuía que en sus consejos también latían los celos. Continuó pasando páginas del album. La jovencita aparecía embutida en un bañador negro, de cuerpo entero. Se percibían muy bien sus pechos bajo el bañador,potentes, plenos, llamativos, una verdadera delicia para los ojos. Sus piernas eran largas y bien formadas, sus muslos anunciaban la madurita de muslos jamonudos que sería con los años. Su talle era muy esbelto, algo así como la jovencita Liz Taylor en sus mejores tiempos. Comparé ambos cuerpos dejándome llevar por mi afición cinematográfica. Caderas anchas, como las de la Liz, boca sensual. Pensé que muy bien podría haber sido otra Elizabeth Taylor, solo que mucho más alta y un poco menos explosiva. Aunque eso no me importaba porque Marta tenía para mí muchos más atractivos que la estrella.

En la última foto, actualizada, era una mujer de unos treinta y un años, quien me miraba. Vestía un traje chaqueta gris, que ocultaba lo llamativo de sus pechos y tenía la melena más corta. Era una foto muy discreta, pretendía pasar por una señorona, pero ni el discreto traje era capaz de ocultar su juventud y sus encantos. El brillo de sus ojos no disimulaba la puntita de tristeza en una mirada dura, afilada, al tiempo que sensual. La imaginé como una leona en celo continuo, intentando disimular los perversos deseos de su cuerpo.

-No te equivoques Johnny. Marta es una leona en celo. Procura que no te devore.

Lily parecía haber leído mis pensamientos. Me cogió la mano que acarició con ternura y cerró el album. Pasó a otro más familiar. Eran fotos más o menos oficiales, algunas sacadas de revistas del corazón. En muchas de ellas aparecía junto a su marido, un petimetre muy atildado, pelo engominado, rasgos duros de hombre de negocios que no se anda por las ramas a la hora de tomar decisiones y sonrisa abierta, presta a la traición. Sus amigos,la gente bien con la que se relacionaba, semejaban una corte tributando adoracion a su reina. En otras aparecía aún más formal, reunida con lo más granado del país y de la jet-set europea. Parecía conocer a todo el mundo.

Lily pasó una página con rapidez, pero no tanta como para que no distinguiera su foto. La pedí que volviera hacia atrás. Lo hizo con desgana. Sí, allí estaban las dos en traje de noche. Marta con un vestido rojo muy escotado, que realzaba la hermosura de sus pechos y con una larga raja a un costado que dejaba atisbar toda la belleza de su pierna. Lily llevaba un traje de noche, negro, igulamente escotado, un collar de perlas, el pelo recogido en un precioso peinado de reina de la noche. Sin duda eran dos reinas sorprendidas en una conversación informal antes de la cena. Marta era más alta pero Lily tenía el cuerpo más explosivo. El vestido negro se ajustaba a su cuerpo como un guante, realzaba sus caderas, sus pechos, sus piernas (se veía parte de un muslo a través de una raja en el vestido. Sus pechos eran menos juveniles que los de Marta pero llamaban más la atención, plenos de excitante atrevimiento. Se lo comenté a Lily.

-Gracias Johnny, eres un ciero, pero la edad no perdona. Voy a hacerte una confidencia. Me los acababa de arreglar un cirujano plástico. Admito que quedan muy bien, pero no se pueden comparar con los de una mujer en la treintena.

Me levanté y poniéndome de rodillas frente a ella, desnuda como una matrona en un cuadro de Rubens, acaricié la suave piel de sus pechos. Me detuve en sus pezones y ella comenzó a respirar con fuerza. Me dejó hacer durante un buen rato, luego me pidió que volviera a sentarme. El final del album lo ocupaba unicamente su esposo, Gustavo Echevarría. Entre foto y foto artículos de prensa.

-Es muy celoso. A pesar de que no cohabitan desde hace tiempo, algunos de los amantes de Marta sufrieron su ira a través de los puños de sus matones. Por eso Marta vino a mi. No podía sufrir que cada vez que se echaba un amante este apareciera con la nariz rota. Me invitó a una soirée en su mansión, coincidiendo con su cumpleaños (su marido estaba en viaje de negocios en Nueva York). Cuando los invitados se marcharon me retuvo el resto de la noche. Se sinceró conmigo. Me contó cosas que solo se cuentan las mujeres en momentos íntimos. Me pidió que lo arreglara todo para que ella pudiera disfrutar de sus amantes sin peligro. Contesté con sinceridad. Si su marido hacía vigilar a sus amantes iba a ser difícil que no descubriera su lugar de reunión, aunque fuera alguna de mis casas. Eso la decidió a probar con mis sementales. Si podía esquivar a los detectives de su marido resultaría difícil que la localizaran en mis casas. Eso ya era un poco más sencillo.

"Sí, esa es la palabra que empleé. Ella es una mujer ardiente, no se conforma con un cualquiera, necesita auténticos sementales que la permitan disfrutar del sexo con toda la intensidad que necesita. Creo que sería capaz de renunciar al dinero si alguien le garantizara el disfrute cada noche del macho que ella eligiera. El dinero es algo secundario en su vida. Yo no se lo pude garantizar, por eso no tengo todo su dinero, aunque sí le hice la vida más comoda, y por ello me paga generosamente. Ja,ja. No pongas esa cara, cariño. No me lo acabo de inventar fueron sus propias palabras las que has oído de mis labios. Lily, me dijo, renunciaría a mi fortuna si tú me pudieras garantizar un lugar seguro y el macho que yo eligiera cada noche.

Lily se levantó y colocó una cinta en el video. Su culo se movía como imagino debió hacer el de la mismísima Venus Afrodita tentando a los dioses para conseguir sus deseos. Ella captó mi mirada al volverse y sonrió. Su triángulo púbico relucía entre sus muslos como Afrodita saliendo de las olas.

-Me alegra mucho saber que te sigo gustando, Johnny, cariño.

-Sabes muy bien cuánto me gustas, Lily.

-Espero que lo suficiente para que esa zorra no te convierta en un perrito faldero...¡Uy, perdona!. En el fondo no es una mala mujer, pero recuerda, ¡cuidadito con ella!.

Se sentó en el sofá, a mi lado y posó su mano sobre mi instrumento, que ya se mostraba expansivo. Miré la pantalla, la sorpresa casi desinfla mi enano favorito. El video no era otra cosa que una escena de cama, con Marta de protagonista.

-No te sorprendas, cariño. Te dije que no hago chantajes pero grabo siempre que puedo, para mi propio placer. No sé porqué, pero algo me dice que algún día no podré disfrutar del sexo como ahora. Es una idea que no puedo quitarme de la cabeza. No me hagas mucho caso. Entonces utilizaré estos videos para seguir disfrutando con la vista. Tampoco te oculto que pueden servirme para poner las cosas en su sitio, si alguna vez se ponen muy feas. ¡Dios no lo quiera!. En el sótano, aparte de la farmacia que te enseñé hay otra puerta. Otro día daré permiso a la servidumbre y te lo enseñaré todo. Tendrás una llave a tu disposición, pero procura guardarla bien. Te haré instalar una caja fuerte en tu apartamento. Me besó largamente y luego dejó que siguiera la escena mientras ella me explicaba.

-Es pichabrava. Sí, así lo apodábamos. El mejor semental que he tenido, pero no era tan cariño como como tú, querido. Se llamaba simplemente Luis Rodriguez. Se puso el apodo de Pollaloca, pero entre nosotros era conocido como Pichabrava. La tenía muy grande, como puedes ver. Un instrumento terrible para sexos pequeños y de poco uso. Tuve que prohibirle que estrenara a las clientes, algunas sufrían hemorragias. A punto estuvo de mandar a un par de ellas al otro barrio. Como lo oyes. Era bastante brutote y cuando se ponía ciego, no pensaba ni respetaba nada. A veces se comportaba como un semental que no ha montado a una yegua en años. Era peligroso. ¿Alguna vez has visto a un semental montar a una yegua, Johnny?. ¿No?. Te voy a contar una anécdota. Una vez tuve un cliente muy especial. Era un aristócrata con una cuadra de caballos de carrera. Solo se lo quería hacer conmigo. No era capaz de empalmarse si antes no había visto a un semental montando a una yegua. Me llevaba a sus cuadras. Allí pude disfrutar de este insólito espectáculo. La verga del caballo es inmensa, apenas puede mantenerla firme en el aire cuando está excitado. Por eso los cuidadores tienen que ayudarle a encontrar el agujero o podría destrozar a la yegua. Es como un ariete capaz de derribar un castillo...

Continuará.