Diario de un gigolo (26)
Johnny va a la escuela, clases de penetración anal. Con el tiempo llegará él a dar clases en una escuela sexológica en Paris. El video ayuda mucho.
DIARIO DE UN GIGOLÓ XXVI
CLASES DE PENETRACION ANAL
Con el tiempo iría descubriendo más y más facetas del negocio de Lily. Algunas oscuras aunque ciertos terrenos, especialmente desagradables y amorales, que me hubieran alejado de ella, no los tocó nunca, tal vez porque su sentido elemental de respeto hacia el ser humano, a pesar de que su negocio difuminaba estos límites, la alejó de la degradación infernal a que llegan ciertos negociantes del sexo. Lily comenzó su negocio como una madame cualquiera. Aunque pronto su belleza, sus dotes para las relaciones públicas, su exquisitos modales, a pesar de lo bajo de su extracción social, y su agudo sentido del negocio y de las debilidades de la naturaleza humana, la llevarían a alturas empresariales que no dejaron de asombrarme cuando llegué a conocerlas en toda su extensión.
Aparte de su negocio farmacéutico con los afrodisiacos, de sus numerosas casas de citas para los mejores y más adinerados clientes, de sus sólidos inicios en el campo audiovisual y de las revistas porno, tenía en sus sótanos una exhaustiva documentación sobre erotismo, sexo, perversiones y todo lo que se relacionara con el arte más viejo del mundo. Su debilidad, que un día lamentaría, la llevó a grabar a escondidas a todas sus pupilas y pupilos con sus clientes. No se perdía ni una sesión, que luego repasaba a solas, escondida en una cámara acorazada a la que únicamente ella tenía acceso. No entraba en sus planes utilizar estas grabaciones para conseguir pingües beneficios con el chantaje. Era demasiado lista para no darse cuenta de que el chantaje a la larga solo trae problemas y antes o después venganzas salvajes. Aunque no las utilizaba para chantajear sí tenía muy claro que si alguna vez era ella la chantajeada muy bien podría utilizar estos videos para devolver la pelota allí donde más duele.
La noche escogida por Lily para darme clases de penetraciones anales me hizo bajar con ella al sótano y me puso en antecedentes de sus grabaciones. Me sorprendí mucho y le rogué que se desprendiera de todo aquel material. Si alguien se enteraba eran inevitables los problemas y no iba a ser moco de pavo librarse de caimanes y otras alimañas. Ella me contestó que era consciente de este problema pero no podía renunciar a aquel placer ahora que iba haciéndose mayor. Me enseñó todo el catálogo de videos, de fotos, documentos históricos, incluso películas mudas hechas en privado para millonarios viciosos. Se había gastado un pastón en conseguir estas joyas eróticas. Se podría decir que su museo erótico era de los mejores del mundo, sino el mejor. Eso nunca se sabría porque los millonarios viciosos no dejan entrar a la prensa en sus museos eróticos.
Me sugirió que tomara nota porque necesitaba también clases teóricas. Cuando me apeteciera bajaríamos juntos y me haría con videos que veríamos en su casa o incluso me podría llevar, en el supuesto de que su pérdida no creara problemas. Me llevó a una estantería casi vacía, con apenas una docena de videos y me obligó a coger uno al azar. En el lomo del estuche pude leer: "Marta con Cary, penetración anal vacaciones del 74". La interrogué con la mirada. Sí, tengo todas las grabaciones de Marta. Las más comprometidas están en la caja fuerte acorazada que ves al final del pasillo. Puedes elegir la que quieras para que nos acompañe durante la clase práctica. Desde luego si quieres ver el resto lo tendrás que hacer aquí conmigo. Al fondo, junto a la cámara acorazada, tengo un cuartito muy cómodo donde podremos ver tantos videos como quieras. Estas grabaciones no pueden salir de aquí. Arriesgo mi cuello si Marta se entera.
Observé el resto de los videos. Marta en la casa número uno, navidad del 73. Marta en la orgía en casa, febrero 72. Estaba deseoso de verlos todos. Mi fascinación por aquella mujer no disminuía al saber que había pasado por tantas pollas como Napoleón por batallas. Al contrario, no imaginaba cómo podría vivir el sexo una mujer como ella y eso era una tentación demasiado fuerte para Johnny. Cogí el video de la penetración anal con Cary y Lily dio por terminada la visita a su santuario.
Cenamos en su habitación a la luz de dos velas que desprendían un delicioso olor, en parte a incienso y en parte a un exquisito perfume que no pude descifrar, tal vez algún raro producto oriental a los que Lily era tan aficionada. Dos candelabros con símbolos egipcios, alguna antigüedad auténtica que seguramente habría comprado en alguna subasta de arte, escoltaban un gran centro de flores recién cortadas de su jardín. Una vez despedida la servidumbre, que previamente dejó en la mesa, que utilizaba de buffet, todas las viandas, nos desnudamos sin miedo a interrupciones. Lily raramente cerraba por dentro la puerta de su habitación. Todos los que trabajaban en la casa eran de absoluta confianza y de una discreción a prueba de fuego.
El desnudo era para Lily el summum de la estética. Quien no haya cuidado su cuerpo para hacerlo digno de un desnudo no merecía para ella los honores de su intimidad. Podía apreciar el intelecto, la cultura, las maneras exquisitas, pero si la persona que pretendía su amistad no cuidaba su carcasa perdía muchos enteros en su apreciación, tantos que quedaba relegado fuera del círculo más íntimo de su amistad. Tal vez la única excepción que llegué a conocer fue Sofía de Hannover, la famosa soprano a quien sería presentado en Barcelona. Su cuerpo no soportaba un desnudo como pude comprobar en su momento, pero la personalidad de la diva era tan atrayente que Lily hizo una excepción con ella. Con el tiempo llegaría a enterarme de que mi mentora frecuentaba algún club nudista de acceso restringido para quienes no tuvieran cualidades tan apreciables como ser millonarios o destacadas personalidades en el campo de la política, el arte o las relaciones sociales. También gustaba de dejarse caer de incógnito por algunas calas nudistas de nuestra geografía peninsular o insular. Estas visitas eran para ella una especie de test estético sobre la evolución de nuestra raza.
Puso en el tocadiscos una balada muy dulce de una voz americana recientemente descubierta. Sus contactos con el negocio del sexo en USA la hacían llegar de vez en cuando exquisiteces de todo tipo. Bailamos sin prisas. Ella adoraba el contacto con mi cuerpo desnudo y que acariciara su piel al danzar. Si hubiera estado en su mano obligaría a todo el mundo a desnudarse. En el fondo de su imaginación la utopía de una sociedad nudista la deleitaba hasta extremos histéricos. Si todo el mundo anduviera desnudo desaparecerían la mayor parte de los conflictos, se le escapaba a veces, cuando yo le mencionaba su afición oculta. Imagínate, Johnny, me decía, reuniones políticas donde se juega el futuro del mundo con los altos mandatarios tal como su madre los trajo al mundo o guerras con soldados desnudos, nadie sabría a quién disparar. Yo solía fantasear con estos supuestos y terminaba por troncharme de risa.
Nos sentamos a la mesa. Le serví sus manjares favoritos en las pequeñas proporciones que ella acostumbraba a degustar. Llevaba un férreo control de su peso pero no se privaba de disfrutar de toda clase de platos. El secreto para no engordar está en comer poco de todo y en el mucho ejercicio, gustaba de bromear. Serví un poco de borgoña y al terminar la primera copa ya estaba melancólica. El único licor que conseguía alegrarla era el champán francés o el cava si faltaba el primero. Comenzó a hacerme confidencias sobre su vida. A pesar de nuestra intimidad yo sabía bien poco sobre Lily. Anabel, su confidente, me había contado muchas cosas, pero no era lo mismo oírlas de los labios de la propia Lily. Nacida en un pueblecito castellano tuvo que abandonarlo con dieciocho años por una tragedia que yo sólo llegaría a conocer mucho más tarde. Ni la propia Anabel conocía este detalle. La versión que me llegó hablaba de una jovencita que buscaba en la capital, en Madrid, un futuro en el baile. Allí quiso el destino que hallara al primer y gran amor de su vida. Un argentino que daba clases de tango en una academia y con el que recorrería medio mundo. La pareja Hector-Eva, así se hacía llamar por entonces Lily, llegó a ser muy apreciada en espectáculos de alto copete.
Ahora me estaba contando que su vida no fue ese lecho de rosas que hacía creer en la versión descafeinada para gentes que no gozaban de su plena confianza. En realidad Hector la rescató de la prostitución que se vio obligada a practicar para sobrevivir luego de huir de la casa donde servía y en la que un señorito trató por todos los medios de obtener sus favores. La prostitución fue para ella una necesidad y una venganza del mundo que la había tratado tan mal. Imaginé que no sólo estaba en danza el señorito. En su pueblo pasó algo que la marcó de por vida. Cuando supe el secreto comprendí muy bien que el camino de Lily o de Natividad como en realidad se llamaba difícilmente hubiera podido ser otro.
Al intentar sonsacar ese secreto me encontré con un silencio obstinado que rompió para hablarme otra vez de Marta. Pocos sabían de su ascendencia polaca. Su abuelo paterno era un aristócrata, conde o algo por el estilo, y llegó a España en tiempos de Alfonso XIII huyendo de la bancarrota producida en sus empresas por su afición desmedida al juego, era un ludópata incorregible. Los tiempos en los países del Este no eran nada buenos para los aristócratas, así que decidió buscar nuevos horizontes. Al parecer dudó entre París o España y escogió esta última por la sencilla razón de que esperaba encontrar más palurdos a quienes timar por estos pagos que por los otros, muy explotados ya por emigrantes de todas las especies y calañas. Desde luego con sus modales, un perfecto dominio de media docena de idiomas y su labia de intelectual, de vuelta de todo, consiguió embaucar a unos cuantos incautos. Hizo una fortuna que a punto estuvo de despilfarrar de nuevo cuando la muerte le encontró en una casa de lupicinio, en brazos de una joven hetaira que había logrado curarle en gran parte de su afición a la ruleta. Pero lo que no logró el abuelo lo hizo realidad el padre de Marta. A esta no le daba por la ruleta sino por desabrocharse la bragueta en cuanto veía unas faldas prometedoras. Con tantas amantes a las que puso piso y coche no es de extrañar que la familia se fuera a la ruina.
Aquí entra en escena una jovencita ingenua y sentimental, estudiante pudibunda en un colegio de monjas. Su gran sueño era encontrar un príncipe azul que le diera todo el amor que anhelaba su gran corazón. En su lugar encontró, por imposición paterna, al heredero de una de las fortunas más importantes de este país. El matrimonio no fue por amor, aunque dicen que él estaba por todos y cada uno de los huesos de Marta. Claro que en cuanto tuvo a su disposición a este capullito de alhelí se le fueron pasando los calores. Para recuperar la pasión buscó otros pechos que encontró dispuestos, gracias a su fortuna y su buena planta. Los pechos de Marta se hincharon con el primer hijo, que fue amamantado con leche amarga. Supo de sus cuernos y todos sus sueños se vinieron abajo. No tardaría muchos años en ponerle tantos a su marido que que se le veían a la legua. En un principio la discreción de Marta brilló por su ausencia, pero con el tiempo se hizo más precavida. Los celos estúpidos del cornudo le llevaron a éste muy lejos, amenazas de muerte y hasta un secuestro esperpéntico llevado a cabo por unos matones pagados, que dejaron en Marta cicatrices físicas y espirituales. A partir de ese momento decidió vivir su vida al margen de su perro guardián, eso sí con mucha discreción y aguardar el momento de la dulce venganza.
La clase de penetración anal se retrasaba pero no me importó. Escuché a Lily con suma atención. La historia de Marta abría nuevos horizontes a mi imaginación ya muy exaltada.
Continuará.