Diario de un gigolo (24)

Johnny sigue reticente a hablar de Marta y se entretiene admirando su cuerpo. Puede que la historia de Marta tenga mucha miga pero ya está bien de circunloquios.

DIARIO DE UN GIGOLÓ XXIV

LIBRO II-MARTA

CAPÍTULO I- UN MENAGE A TROIS

Sangraba como un cerdo a través de la pequeña herida que me había hecho en el cuero cabelludo. Aquellas afirmaciones tan violentas en estado de trance tenían mucho que ver con el papel que desempeñaba Lily en mi subconsciente. La temía, la amaba y, aunque no quisiera reconocerlo, también la odiaba por haber entrado en mi vida como un torrente cambiándolo todo, sin la menor posibilidad de vuelta a atrás.

Me esperaba Marta y no era cuestión de desangrarse ni de pasarme el resto de la tarde dando vueltas a viejos recuerdos que ya nada podría remover de sus cimientos. Tiré una toalla en el suelo y salí chorreando. Mis casi dos metros de estatura eran un estorbo para moverme en un cuarto de baño construido para hombrecitos estandar. Me sequé la herida como pude, eché agua oxigenada a discreción, lo que me hizo jurar en arameo, y coloqué un gran trozo de algodón pegado a mis cabellos con gruesos trozos de esparadrapo. Desde luego los hombres somos un desastre para casi todo, necesitaba la delicada mano de una mujer, pero nunca están cuando se las necesita.

Observé mi ridícula estampa en el espejo de cuerpo entero, que mandé colocar en el armario de baño para que no se me colara ningún detalle a la hora de acicalarme comme il faut. Puede que a alguna de mis lectoras les interese una descripción detallada de mi estampa. Las voy a complacer porque soy un caballero aunque advierto de antemano que esta es mi historia; yo soy el protagonista y la contaré a mi manera, ralentizando, pausando, divirtiéndome con la cámara lenta o avanzando a cámara rápida hasta donde yo quiera y ni un punto más allá. Puede que a los lectores únicamente les interese el polvo del camino pero yo no me debo a ellos. Ellos no me han dado nada y en cambio mi vida me lo ha dado todo, hasta el barro que me cubre por dentro, si es que procede ponerse un tanto dramático. De aquellos polvos vinieron estos lodos. Mi vida tiene un poco de todo y un mucho de nada, puede que a algunos no les divierta, pero es todo lo que tengo y no voy a manipularla por contentar a nadie, ni siquiera a hipotéticos lectores.

Antes de que proceda a describir el cuerpo de bello animal con que fui dotado por la naturaleza, permítanme que situe esta historia de una vez para siempre. Sólo así podrán ser comprendidos algunos episodios y el comportamiento de los personajes que irán desfilando a la busca de un buen polvo o simplemente porque pasaban por allí. Es preciso situar bien el marco del cuadro porque ya no voy a pararme ni un segundo hasta que termine esta historia. Quiero terminarla cuanto antes y de una vez por todas para cerrar este capítulo y no volver nunca a él. Marta lo fue todo en mi vida, hasta mi perdición, no pretendan que encima me regodee en ello.

Cuando Lily vino a verme al pub de Paco el franquismo daba sus últimos coletazos, aunque aún quedara algún que otro año movidito. Aquellos no eran precisamente tiempos de destape y la prostitución tenía que cubrirse de velos para que los espíritus fuertes de aquella época no se escandalizaran. Lily logró, gracias a contactos de altos vuelos, permanecer discretamente a la sombra de aquellos años pudibundos y rencorosos. Su negocio prosperaba untando aquí y allá y procurando que su mano izquierda no supiera lo que hacía la derecha. Era un precario equilibrio que acabaría estallando en pedazos con la llegada de la democracia, el destape y las mafias. Monique era una mujer de aquella desgraciada época, vergonzosa, sometida al macho de su marido que la maltrataba con saña, y deseosa de liberarse en todos los sentidos. A Marta la conocería poco antes de la muerte del dictador y curiosamente la noticia nos llegaría justo al despertar de nuestra primera noche de amor.

Aún deberían transcurrir unos años hasta que el Sida asomara su feo prepucio frente a nuestra mirada asombrada y a punto de entrar en el túnel del pánico. Fue entonces cuando Johnny decidió jubilarse de una vez por todas y dejar que el riesgo lo corrieran otros. No es que antes un gigoló no corriera severos peligros en el ejercicio de su profesión. Estaban las enfermedades infeccionsas, desde las molestas ladillas hasta la sífilis, castigo del cielo donde lo hubiera. Pero no era el Sida, ni mucho menos. Lily nos protegía con unas severas normas higiénicas y la ineludible visita a un especialista en venéreas, bronco y malencarado, a quien yo llegué a odiar con toda mi alma. Decidí buscarme otro especialista má amable y acabé en las dulces manos de la doctora Rosa, una abnegada mujer que me acogió con amorosa solicitud. Pero esa es otra historia.

Creo que nadie tiene muy claro cómo se originó esta plaga apocalíptica. Unos hablan de laboratorios de guerra bacteriológica. Por lo visto los bichitos se les escaparon de las manos y nos invadieron las partes pudendas. No lo creo, aunque dado lo mucho que a algunos gobiernos les gusta manipular peligrosos bichitos para la guerra, no sorprendería casi nada. Se dice también que si vino de Africa. Que si los monos la transmitieron a algún blanco que fue por allí a hacer monerías. ¡Vaya usted a saber!. Lo cierto es que al perro flaco todo son pulgas. Nada mejor que achacar la nueva plaga a aquellos pobrecitos que aparte de morirse de hambre tienen todas las enfermedades habidas y por haber.

No me imagino el cuerpo musculoso de Johnny enfundado en un traje de astronauta para hacer el amor. Supongo que eso es lo que les gustaría a algunos, que nos vistiéramos de astronautas para practicar el sexo. No hagan caso. El sexo es de lo más divertido de la vida, y no recuerdo ahora nada que pueda hacerle sombra. Jueguen, diviértanse, practiquen sexo sin prejuicios, pero tomen las debidas precauciones. No sean cándidos. No vale la pena morir por un descuido. Ya conocen todas las normas para un sexo seguro, sí eso de pónselo, póntelo. Johnny no usaba mucho el preservativo, sólo cuando la clienta no era de confianza, pero eran otros tiempos y uno podía jugársela sin correr excesivos riesgos, tal vez unas ladillas saltarinas.

Allí, frente al espejo, Johnny pensaba con cierto temor en el menage a trois que le esperaba. Puede que a ustedes les resulte muy divertido jugar con estas fantasías, que si un menage a trois, que si una orgía, pero a la hora de la verdad las cosas cambian y es más fácil hacer el ridículo que quedar como un señor. Entonces yo no sabía que el Sida estaba a la vuelta de la esquina y mi historia con Marta al cabo de la calle. Había dejado atrás mucho polvo y mucho barro en el camino pero mi vida aún tendría que dar muchas vueltas.

Hubiera hecho un buen pivot, estoy seguro, pero en lugar de dedicarme a la canasta me dio por encestar en algo más pequeño y con un balón más bien picudo. Nunca practiqué el baloncesto pero sí hice atletismo en la universidad y en cuanto Lily me cogió de su mano no dejé de ir al gimnasio al menos una vez a la semana. Tengo pecho de atleta, hombros anchos, cintura lisa y muslos poderosos. El instrumento, ahora encogido, se alarga bastante si la vista es buena. Marta llegó a medírmelo en estado de máxima excitación. No pude negarme porque no me hubiera permitido dejar su agenda peneal sin las medidas del pequeño Johnny. No es descomunal pero sí sobrepasa eso que llaman la medida estandar.

Mi rostro es más bien de rasgos duros, un tipo duro, más que esas caras bonitas que se llevan ahora. Los ojos son grandes, oscuros y de mirada devastadora según Marta. Cuando me miro al espejo encuentro que no estoy mal comparado con lo que suele verse rodando por las aceras de la ciudad, pero nunca me he sentido guapo. La belleza es tan subjetiva como todo en la vida. A algunos les gustas y a otros no. Por eso procuro ser simpático, amable, tener bastante labia y sobre todo mucha psicología o cucología como decían antes.

No les voy a entretener con el proceso de embellecimiento, a pesar de que como les dije esta es mi vida y me recrearé en ella como me parezca, creo que basta y sobra con un capítulo de transición. Conseguí detener la hemorragia y pude disimular en mi cabellera un pequeño vendaje. Unté mi cuerpo con los ungüentos pertinentes en estos casos, me vestí y abandoné mi amplia y solitaria ratonera con la sensación de ir a meterme en la boca del lobo, o más bien de la loba. Marta llevaba ya algún tiempo sin llamarme y la historia de la amiga me sonaba a disculpa para la ruptura. No es que me hubiera hecho muchas ilusiones a lo largo y ancho de nuestra relación, pero lo cierto es que el amor duele cuando se rompe y suele doler mucho.

Continuará.